¡Buenas! Señoras y señores, Dios, la navidad me absorbe. Siento no haber actualizado a tiempo. La semana pasada terminé mi posgrado, así que por ese lado he descansado. Anuncio desde ya que durante lo que resta de diciembre hasta el puente de reyes, no garantizo cumplir con las actualizaciones pero, lo intentaré, intentaré subirles capítulos, pero, estoy en un punto difícil de la historia pues, lo que publico no estaba aún escrito, ya saben, necesito unir esto con lo que ya está.

Quiero agradecerles inmensamente que me hayan dado el privilegio de estar dentro del calendario Dramione de 2021, Gracias por sus votos, me hacen sentir alagada.

Ahora, sección de respuesta de comentarios, responderé esta vez a muy grandes rasgos. uLii, trato semana a semana hacerlo mejor, gracias por la bonita energía. Vic, yo también extraño el Hansy jajaja. Leslie, Harry siendo héroe desde tiempos inmemorables jajaja. Malaka, siento que la forma correcta es dar pasitos cortos, sé que ha sido una historia lenta, pero, espero que valga la pena. Cris espero que del capítulo anterior a este, empieces a notar que avanza un poco más y que lo disfrutes mucho. Astoria cree que tiene mucho poder, pero hasta el momento está caminando en arenas movedizas, por otro lado, Draco tuvo que madurar de golpe al tomar el trono, creo que eso influye mucho en su personalidad y lo apegado que está a Astoria. Rousz, gracias por tus hermosas palabras, claro que se caerá la venda, pero todo a su debido tiempo, quiero decirte que yo tampoco quería el Hansy pero alguna vez leí una historia y empezó a parecerme interesante.

Draco sabe que Astoria tiene muchos problemas pero, por alguna razón, conocida para mí pero, desconocida por ustedes, sigue allí, enamorado. El beso fue tan emocionante de escribir, más aún porque no lo tenía planeado fue como si mis manos se movieran solas.

Bien, dejo de hablar, ahora, el capítulo:

CAPÍTULO 19. Mirada peligrosamente inofensiva.

-¿Alteza, está segura? – la pelinegra calló por un minuto, ¿Estaba segura? Ni siquiera se había preguntado por eso, finalmente solo iría a asegurarse de que todo estuviera bien.

-No veo por qué no deba estarlo –

-Alteza, el príncipe Harry puede no estar de acuerdo – su doncella, una adorable chica francesa de cabello castaño, la veía con un brillo de temor.

-Harry está ocupado, no se enterará – contestó despreocupada - ¿El cochero está listo? – la mujer asintió recibiendo una sonrisa de vuelta de la oji verde.

La morena se encaminó a la entrada del palacio seguida de su doncella, había pensado invitar a Hermione pero, luego sintió que aquello era demasiado personal, en algún lugar, en el fondo de su mente, había una vocecita molesta que le decía que quizá, no contarle de su pequeña incursión a su esposo, no estaba del todo bien, sin embargo, la ignoró.

Había olvidado lo que era subir en una carroza muggle, en Francia nunca había ido a una aldea no mágica, de hecho, no salía más que a compromisos oficiales cuidadosamente escogidos por el rey, más allá de eso, era una prisionera de los deseos de su suegro. Estar en Inglaterra le daba una pequeña licencia a la bruja para tomar aire.

Cuando el coche salió de la barrera mágica, que protegía el palacio de las miradas curiosas, sitió una suave ventisca. Hacía unos años, casi a diario tenía esa sensación, cuando recién había conocido a Blaise, luego, cuando le había confesado sobre su magia, el chico empezó a visitar el palacio y ella pasó menos tiempo en la pintoresca aldea.

Hacía mucho tiempo no pensaba en Blaise, sin embargo, cuando piso suelo inglés, acompañada de su maravilloso esposo y su hermoso hijo, una punzada de culpa atravesó su pecho. Tenía que asegurarse de que él estuviera bien.

-Alteza, ¿Por qué es tan importante ir a esa aldea? – preguntó Colette.

-Por qué mi corazón necesita sentirse tranquilo, necesito saber que él está bien – contestó con sinceridad. Producto de su poca conexión con el mundo exterior, había tomado a su doncella como amiga, en aquel momento ella sabía demasiadas cosas, se había convertido en su confidente.

-Discúlpeme, Alteza, pero sigo sin entender – la morena pensó si debía contarle su historia. Jamás había hablado de eso con nadie.

-Cuando fui enviada a Francia estaba enamorada – comenzó decidiendo que aquel día debía hacer un cierre definitivo – Él era un muggle –

-¡Oh¡, eso es… inesperado – comento la joven enderezándose, encontrándose curiosa de la historia.

-Lo es, Draco era rey para aquel momento así que, me permitió vivir esa pequeña fantasía – recordó mientras sonreía – muy dentro de mí, sabía que jamás podría casarme con él, no solo era un muggle, era uno sin fortuna, ni títulos en la Inglaterra sin magia. Era todo, con lo que una princesa, del mundo mágico, e incluso, del mundo muggle, no podría casarse –

-El rey James jamás hubiera permitido esa relación – le dijo pensando en la pequeña princesa – incluso si no hubiera enviado a la princesa Hermione aquí – el carruaje seguía moviéndose por un camino entre el bosque, sacudiéndose de forma incómoda. Los medios de transporte muggles eran horribles – jamás imaginé que alguien como… bueno… como…

-¿Draco? – una risilla de escapó de la garganta de la pelinegra – Draco es un buen hombre, detrás de aquellos ojos fríos y ese carácter, es amable, él quería verme sonreír – le contó recordando su niñez – no es nada parecido al rey James.

-Eso no lo pongo en duda, Alteza – la vio hacer una cara de disgusto. No conocía a la primera persona del personal que tuviera una opinión favorable del rey. Estaba segura de que, incluso la misma Mcgonagall, deseaba gritarlo casi todos los días.

-Bien, cuando fui enviada a Francia, Draco citó a Blaise, el muggle del que estaba enamorada, después de una discusión, lo Oblivió, nunca supe si aquello era verdad. Solo quiero asegurarme de que él esté bien – confesó sincera – yo fui a Francia y encontré a Harry, me enamoré con locura de él y él se empeñó en ser un esposo maravilloso. En algunas ocasiones siento una punzada de culpabilidad, yo encontré la felicidad y puede que Blaise haya solo encontrado desgracia al involucrarse conmigo – Lo había dicho, había expresado en voz alta sus demonios, o bueno, uno de ellos. Tenía que admitir que aquello se sentía bien. Nunca había hablado mucho de aquel episodio con Harry. Él sabía que, cuando llegó a Francia, amaba a otro hombre, pero jamás preguntó mucho por él.

Escuchó el ruido de los cascos detenerse y supo que habían llegado a su destino. La puerta fue abierta y la mano del cochero estaba extendida para ayudarla a bajar. El sol la golpeó de lleno en la cara y el aire sacudió sus cabellos. Todo estaba tal como lo recordaba. Igual de pintoresca y movida. Algunas personas se detenían a verla, probablemente debido a las joyas y el vestido. No era común ver nobles allí.

Empezó a caminar a paso decidido atravesando la plaza. Esperaba recordar cómo llegar. Después de caminar unos cuantos minutos se hubo frente a la ebanistería. Apreció el trabajo en las vitrinas, era tan hermoso como lo recordaba. Blaise tenía un talento monumental para trabajar la madera.

Empujó la puerta haciendo sonar la campañilla que avisaba del ingreso de un nuevo cliente, el mostrador estuvo momentáneamente vacío hasta que el moreno salió tras la bambalina.

-Buenos días, señorita, ¿En qué puedo ayudarla? – preguntó dándole una brillante sonrisa. Estaba tal como lo recordaba, piel morena, alto y fuerte, su mirada seguía teniendo aquel brillo travieso que la había enamorado. Sabía que sus ojos se habían cristalizado y se obligó a parpadear.

-Yo… - dudó ¿Qué se supone que debía decirle? Sus ojos navegaron por la habitación desesperados, ¿Cómo había olvidado pensar en una excusa?

-Mi señora está buscando una cajita musical, quiere hacerle un regalo a su hijo – contestó por ella, Colette. Le agradeció en silencio.

-Claro, ¿Tiene en mente algo especial? – preguntó observándola con detenimiento, como estudiándola, ¿Acaso podría recordarla?

-Pues, quizás algo pequeño y discreto, con este grabado – le dijo tomando el broche de su collar para quitárselo extendiéndolo al hombre.

-Jamás había visto este escudo de armas – acotó estudiando curioso el dije - ¿Es de alguna familia inglesa?

-No – lo vio asentir cómo si todo tuviera sentido. Él se agachó, perdiéndose por un instante tras el mostrador y, luego, volvió a erguirse trayendo consigo una caja musical de roble oscuro con discretos grabado en el mismo tono alrededor y un broche redondo para abrirlo.

-Esta podría funcionar, tendría que sacar el boceto del escudo, podría tenerlo listo para mañana – le dijo acercándola por el mostrador, ella la tomó y la abrió, una melodía suave empezó a sonar en cuanto la abrió. Se quedó helada y sus ojos se abrieron, su mano tembló ligeramente mientras abría y cerraba la boca.

-Mi Lady, ¿Está bien? – preguntó perdiendo su sonrisa y adquiriendo un tono preocupado.

- ¡Sí, claro! Claro que estoy bien… por qué habría de no estarlo – le respondió de forma atropellada cerrando la cajita con delicadeza y poniéndola sobre el mostrador. Era la misma melodía, de la caja musical, que él le había regalado años atrás. Una que tenía en un baúl olvidada – ¿Eres feliz? – la pregunta salió expulsada de su boca, ni siquiera lo pensó realmente. La cara de él se pintó de confusión estudiándola ahora con desconfianza.

-Sí, supongo que lo soy – él entrecerró sus ojos y la estudió. Era una mujer hermosa, tenía un largo y liso cabello negro, piel pálida y ojos verdes, sus labios eran carnosos y rosados, su figura era menuda pero en perfecta armonía. Era una mujer que le precia conocida, como si alguna vez la hubiera visto y, aún más, como si la hubiera conocido antes - ¿Nos hemos conocido anteriormente, Mi lady? – ella sintió una opresión en el pecho y se obligó a respirar profundo.

-No, no lo creo – mintió – Yo quiero esta caja, con ese grabado y – dijo rebuscando entre los bolsillos de su túnica – quiero que incruste esta piedra en el cerrojo – pidió extendiéndole un pequeño rubí que había acabado de conjurar.

-Claro – respondió llanamente. El ruido de la campanilla la hizo girarse, escuchó y vio dos cosas: la primera, el sonido profundo de la voz de Blaise saludando afectuosamente a la mujer que había entrado con un pequeño bebe en brazos "cariño", había dicho y, la segunda, los ojos de su marido clavados en ella, mirándola de forma acusadora, tras el cristal que daba a la calle. El primer hecho hizo que su pecho descansara del peso que cargaba, él era feliz, Draco no lo había dañado. El segundo, hizo que la sensación de tranquilidad se esfumara en cuanto llegó, instalándose en su pecho una nueva opresión.

-Yo enviaré a mi doncella mañana – dijo girándose apresuradamente dejando en el mostrador un par de monedas de oro.

-Pero, mi lady, esto es mucho – ella ya no lo escuchaba, la mitad de su cuerpo ya había traspasado el umbral. Caminó a paso raudo hacía su marido quién no se movió. Cuando estuvo frente a él ninguno habló, él la miraba con rabia y un toque de desilusión y ella sentía que su garganta se había cerrado y las palabras se habían ahogado.

-Veo que tus afectos cambian tan rápido como cruzas una chimenea – le dijo el pelinegro con la intención de hacerla sentir mal.

-Yo… Harry… No…

-¿No es lo que parece? – terminó por ella – ¿No estás buscando al hombre que amabas antes de verte obligada a casarte conmigo, vivir conmigo y darme un hijo?- sus palabras salieron llenas de veneno y también de dolor – Colette, Toppy está en ese callejón, vuelve al palacio con ella – le ordenó a la doncella mientras tomaba a su esposa con rudeza por la muñeca y la guiaba al coche. Harry jamás la había tocado de aquella forma.

Pansy se soltó de su agarre con rabia, le dio una mirada llena de reproche para luego empezar a caminar a paso raudo al carruaje. Una vez dentro ambos de miraron fijamente.

-¿Qué planeabas? ¿Ibas a hacerle una visita en su casa? – le reclamó con rabia - Imagino lo decepcionada que te sentiste al ver entrar a su esposa ¿Tus esperanzas de una pequeña revolcada desaparecieron? – el sonido seco de la mano de ella chocando con la mejilla de él rezumbó en el aire. Las lágrimas pugnaban por salir del rostro de la morena y un nudo incómodo se había instalado en su garganta.

-No te atrevas a tratarme como una cualquier, Harry Potter – le dijo entre dientes, encontrando por fin su voz –

-Entonces no te comportes como una – le soltó iracundo – eres mi esposa ahora. Resígnate – escupió entre dientes.

-¿Es eso? ¿Solo por ser tu esposa debo permitir que me trates como a una cualquiera? – le reclamó con la voz entrecortada.

-eres mi esposa, me debes respeto y fidelidad – gritó - ¡Maldita sea, Pansy, he vivido los últimos años para ti! - reclamó con su voz sonando herida.

-¿Vivido para mí? – le dijo amargamente - ¿Crees que es suficiente llenar mi cama, follarme habitualmente y repetirme que me cuidaras? – reclamó mientras sus manos temblaban – Estás equivocado, Harry Potter. Blaise me dio algo que jamás me darás porque eres un cobarde – ella apretó su mandíbula. Amaba al hombre que tenía frente a ella pero, ese mismo hombre, que la llenaba de mimos y la aferraba en la noche a su pecho como si temiera perderla, se había negado a entregarse completamente a ella, incluso sabiendo sus sentimientos y el dolor que provocaba su actitud.

-¿Qué puede darte ese asqueroso muggle? – susurró con odio. Él jamás se había referido de aquella forma a un hombre sin magia. Él no era quién hablaba, estaban hablando sus celos que nublaban su razón, su miedo a perderla frente a un hombre de su pasado.

-Ese asqueroso muggle, como lo llamas, pudo entregarme su corazón completo, incluso sabiendo que todo podía salir mal – susurró – entregó su amor aun sabiendo que jamás podría desposarme – Harry se quedó callado observando a su mujer. Una opresión en el pecho lo estaba lastimando, quería tomarla entre sus brazos y adorarla el resto de su vida.

-Yo…

-No te preocupes, Potter, no pretendo revolcarme como ese asqueroso muggle – ella desvió su mirada a la ventanilla del coche aferrando sus manos a la delicada tela de su túnica – solo necesitaba asegurarme de que él fuera feliz, la culpa me carcome cada vez que veo tu rostro y recuerdo como lo desterré de mis pensamientos por un hombre que jamás me dará su corazón –

Ella decidió no decir una palabra más, decidió que debía dejar de llorar, que aquello no valía la pena y que ninguno de los sucesos cambiaría el estado de su vida. Seguiría casada con el hombre frente a ella, y él seguiría negándose a entregarse a ella sin límite. Sabía que amaría a su esposo hasta que muriera, se había clavado en cada fibra de su ser, así aquello significara que el resto de su vida sintiera una aguja perpetua clavada en su corazón.

Sitió unos brazos tomar su cintura y luego jalarla. Él la guio a su regazo y la apretó contra su pecho. Enterró su rostro en el lacio cabello de Pansy e inhalo ese olor sin el cual ya no podía vivir.

-Yo no podría vivir sin ti – le dijo bajito – ya no puedo concebir las noches sin sentirte a mi lado, ni mis días sin ver tu sonrisa. Tú y mi hijo son mi todo, estás prendada en mi piel y en mi alma – allí lo sintió, su hombro empezó a mojarse levemente y el agarre del hombre se apretó, aún más, en su cintura – Yo te amo más que a mi vida, Pansy. Es un sentimiento aterrador, temo levantare un día y que me digas que ya no me amas. Verte en aquel lugar me llenó de miedo, la mujer que amo locamente estaba con su primer amor, quizá cuando se girara a verme se diera cuenta que nada de lo que sentía por mí era real, que solo había sido producto de su instinto de supervivencia – escuchó su voz quebrace e instintivamente se abrazó a él. Verlo tan vulnerable sacudía su mundo y sacaba todo su instinto protector – Ya no puedo dejarte ir, te necesito para respirar, incluso si ya no me amaras no podría renunciar a ti, te apresaría a mi lado sin importar nada, me convertiría en lo que más temí. Sería como mi padre –

-Yo también te necesito para respirar – Pansy enterró sus dedos entre los cabellos despeinados de su esposo, su corazón latía desbocado – te amo tanto, te amo tanto que duele, solo quería amarte sin remordimientos, sabiéndolo a salvo. Te amo tanto que jamás podría alejarme de tu lado, aun cuando en mis noches de insomnio, mi mente me recordara una y otra vez tus palabras – confesó ahogando un gemido.

Él levantó su rostro y tomó entre sus manos el de ella, la beso como si su vida dependiera de ello. La necesitaba. No fue un beso dulce, fue uno lleno de necesidad y posesión. Él estaba entregándole cada trozo de su corazón a su esposa, le estaba advirtiendo que jamás la dejaría ir, ella sería suya hasta el día que diera su último aliento.

-Jamás te dejaré ir, Pansy, incluso si un día lo deseas, no podría dártelo – advirtió sin dejar espacio a la duda.

-No me iré. Sostendré tu mano hasta que mi vida se escurra de mis dedos – prometió abrazándose a él, sintiendo su corazón pleno. Sintiéndose completa.

En otro lugar.

-Has estado distraída – comentó Ginny.

-¿Supiste algo de Theo? – preguntó la castaña restándole importancia al comentario anterior.

-Charlotte me dijo que aún seguían fuera de Inglaterra – respondió. La pelirroja había notado a Hermione distraída desde el día anterior cuando, después de la cena, le preguntó si alguna vez había besado a alguien – Alteza, ¿Le sucede algo? – la castaña estuvo a punto de contestar pero fue interrumpida por una intempestiva llegada.

-Alteza – saludó un pelirrojo, inclinándose levemente – Ginevra – dijo clavando su mirada en su hermana.

-Sabes lo que detesto que me digas Ginevra, Charlie – murmuró la chica con fastidio. Ambos escucharon una risita y cuando se giraron al origen de esta, encontraron a una niña sonriendo, divertida por la situación.

-Lo siento, verlos discutir es un poco gracioso –

-Alteza, es usted una gran persona pero, no está bien que visite nuestra casa – dijo en tono serio – al rey probablemente no le guste.

-Yo entiendo tu preocupación, Charlie, pero, te aseguro que el rey no lo sabrá y si lo hace no le importará – ella desvió su mirada al otro lado de los jardines, el humo jamás dejaba de salir. Pensó en el episodio del día anterior y se sintió confundida – creo que tú sabes que no es seguro que me convierta en reina – el joven la vio sorprendido –

-Alteza yo no…

-No te desgastes, Charlie. No me preocupa. En cuanto a mis pequeñas visitas – le dijo volviendo su mirada calma a él – prometo que no meteré a tu madre en problemas. Solo guarda mi secreto – pidió obsequiándole una gran sonrisa.

-Muy bien, creo que no voy hacerla cambiar de opinión –

-No, no lo harás, créeme – sentencio Ginny suspirando.

-¿Te gustaría acompañarnos a tomar el té, Charlie? – el hombre se sorprendió. Jamás hubiera creído que la futura reina lo invitaría a tomar el té, pero, si se detenía a pensarlo, no era descabellado, después de todo visitaba a su madre a menudo.

-Me temo que no podré, Alteza…

-Llámame Hermione, por favor –

-Pero, Alteza…

-Tampoco la convencerás de eso, Charlie – intervino la pelirroja con un movimiento de mano.

-Charlie – llamó la castaña - ¿Podría hacerte una pregunta?

-Claro, alteza, si me es posible, responderé –

-Los dragones – empezó clavando la vista en el punto donde el humo se concentraba - ¿Ya han sido todos entrenados? – el joven pensó si debía contestar, finalmente le pareció que aquella pregunta no perjudicaría a nadie.

-No, Alteza – contestó sin profundizar.

-¿Eso es lo que lo detiene? – Hermione había desviado su vista y clavado sus ojos en los azules del hombre. Él no necesitaba que la pregunta se formulara a fondo.

-No estoy seguro, Alteza – ella cerró los ojos con fuerza+ e inhalo todo el aire que sus pulmones le permitieron. Se sentía perdida, más aún con Theodore fuera de su vista.

-Me encantaría tomar el té cuando estés libre, Charlie – le dijo poniendo una sonrisa en su rostro y decidiendo ocultar sus emociones. Todas las personas sometidas al escarnio público debían desarrollar esa habilidad, era cuestión de supervivencia.

-Sería un honor, Hermione – sí, la llamó de esa forma porque él no pensaba en tomar el té con quien sería la futura reina, no, él tomaría el té con la pequeña que sonreía en casa de sus padres – No se ha vuelto a ocupar del asunto – le dijo para luego partir del lugar.

Hermione había entendido a la perfección. Para su desgracia aquello la confundía aún más ¿Qué debía esperar? ¿Qué clase de juego retorcido era su vida? Suspiró. De repente, se sentía asfixiada.

-Me apetece descansar, Ginny – empezó a caminar atravesando los jardines con una sensación de pesadez en cada fibra de su cuerpo – me gustaría estar sola, dale mis saludos a tu madre –

-Pero, Hermione, debo ayudarte a preparar para la cena –

-Faltan horas, me las arreglaré sola. Ve a visitar a tus padres – ordenó acelerando el paso perdiéndose de la vista de la pelirroja.

La había afectado, el incidente del día anterior la había afectado. La pelirroja pensó es el castaño, quizá si el estuviera allí su amiga se sentiría en paz. Había notado que el joven era como un bálsamo para las heridas de su señora.

EN OTRO LUGAR.

-¿Mi lady, está segura de esto? – aquel día el sol se alzaba recio en el cielo cegando levemente a la mujer, obligándola a arrugar el ceño.

-No te pago para que te entrometas en mis decisiones – respondió la rubia subiéndose al carruaje que era arrastrado por criaturas invisibles.

-Pero, Mi Lady, puede ser que el Weasley no sea de confianza – una sonrisa macabra se adueñó de los labios de Astoria. Era una expresión de aquellas que podían causar escalofríos.

-Pues, de ser así, sabes que debes hacer – concluyó ordenando a mozo cerrar la puerta del carruaje.

La molestaba enormemente que un pobre muerto de hambre la cuestionara. Cuando lograra su objetivo se desharía de él. No dejaría cabos sueltos.

Media hora más tarde entraba al pueblucho, puso su pañuelo sobre su nariz en una mueca de asco. Todo en aquel lugar le producía repulsión. Magos de cuarta, olores nauseabundos de las carnes exhibidas en los escaparates, mujeres con la túnica raída y niños corriendo con sus caras sucias ¿Acaso eran bestias? Esperaba no tener que ir de nuevo.

-Mi lady, hemos llegado – anunció el mozo.

-Busca al Weasley, sabes cuál. Date prisa – ordenó fastidiada. Necesitaba salir rápido de allí.

Sacó su varita e hizo un pequeño hechizo de frescor. Aquel día el sol estaba pegando fuerte y ella detestaba sudar. En realidad detestaba muchas cosas, como el tumulto de campesinos que veían con curiosidad el carruaje. Entrometidos, bufó. No supo cuánto tiempo pasó hasta el momento que la puertilla fue abierta y un hombre pelirrojo, alto, con un fuerte olor a alcohol, fue empujado dentro chocando con el asiento frente a ella.

-Pero ¿Qué diablos? – exclamó el hombre sobándose la cabeza, levantándola al mismo tiempo, encontrándose con los ojos fríos de la rubia.

-¿Ronald Weasley? – preguntó sin soltar el pañuelo apretándolo aún más contra su nariz.

-¿Quién es usted? – respondió con rabia.

-Puedo ser tu ángel o tu verdugo. Todo depende de usted, señor Weasley –

-¿Qué clase de mujer loca es usted? – dijo con fastidio detallandándola. Rubia, estatura media, ojos azules, piel de porcelana y gesto de asco. Era una belleza, pero, no parecía ser nada amable.

-Maldita sea, siéntese de una vez. No tengo tiempo que perder – sentenció la mujer moviendo su varita para silenciar el espacio - ¿Conoce a la princesa Hermione, no? –

-¿Cómo rayos cree que voy a conocer a la princesita francesa? – escupió con rabia. Bingo, la voz del hombre sonaba fastidiada ante la mención. Le fue imposible no sonreír.

-¡Oh! en realidad no lo saben ¡Qué divertido! - susurró confundiendo al joven.

-¡Es una maldita loca! -

-Resulta que, la pequeña niña que visita su casa a menudo, con su hermana, la pelirroja, no es nada más ni nada menos que la mismísima princesa Hermione de la casa Potter de Francia – le dijo viendo como él abría los ojos y negaba lentamente – sí, la chiquilla que visita a tu familia es la hija de James Potter y, la prometida del rey – terminó con disgusto.

-Realmente debe estar loca – volvió a decir el pelirrojo tomando asiento pensando en las palabras de la rubia.

-¿Su madre ha disfrutado sus guantes de piel de dragón? – preguntó con sorna la rubia –

-¿Cómo sabe…? –

-¿Cree realmente que la futura reina enviaría unos guantes de ese tipo a una familia miserable a cambio de un par de pasteles? –

-Para gente como usted es un regalo más que burdo – respondió con suspicacia.

-Claro que lo es, pero, jamás se lo daría a…

-Cuide sus palabras, señorita –

-Una simple campesina – concluyó mordiéndose la lengua – sin embargo, eso no es importante, vengo a proponerte un… Trato –

-¿Qué la hace creer que quiero un trato con usted? –

-Tienes deudas, Weasley, sin mencionar las personas que quieren tu cabeza – le dijo quitando el pañuelo de su nariz – no es bueno estafar a la gente –

-Eso no le importa –

-No, no me importa, pero, puedo sacar provecho. Como le dije, puedo ser su ángel o su verdugo, es libre de decidir – finalizó sin expresión alguna en su rostro.

El hombre la miró fijamente arrugando el gesto ¿Quién era aquella mujer? Intentaba analizar su rostro, tenía que ser una mujer con dinero, su túnica, aquel carruaje. Definitivamente era una mujer influyente. No sabía hasta qué punto, pero suponía que mucho si conocía a la futura reina. La futura reina que iba a su casa le regalaba guantes a su madre y ayudaba con algunas tareas. Debió sospechar cuando, aquel primer día, vio la pila de platos que su madre le había pedido lavara, sin entender nada.

-Bien, quiero que ganes su confianza. Ella…-dijo pensando que debía decir – debe volver a Francia.

-¿Para qué? – preguntó sin entender la petición.

-Entre menos sepas es mejor, solo recibe instrucciones –

-¿Por qué lo haría? –

-Porque saldaré tu deuda, te pagaré una mensualidad jugosa y, cuando obtenga lo que quiero, haré que tu familia viva cómodamente en un condado – ofreció.

-¿Y si no acepto? –

-Te asesinaré – contestó tan segura y despreocupada, aquello hizo que el pelirrojo sintiera un escalofrío. La mujer parecía peligrosa. Si lo pensaba, no perdería su vida por la de una chiquilla que no conocía y la recompensa era bastante jugosa.

-Bien, lo haré – aceptó.

-Perfecto – la mujer tocó la ventanilla dos veces, en ese momento, el hombre que lo había llevado ante ella entró al carruaje y se sentó a su lado – Comprenderás que las palabras de un campesino, alcohólico y estafador no valen mucho ¿Verdad? -

Pensó en responder y mandarla al diablo, pero luego recordó que si decidía bajar del carruaje sería hombre muerto. Vio a la mujer estirar la mano hacía él. Un juramento inquebrantable. No le importaba hacerlo, después de todo era hombre muerto si no lo hacía. Tomó su brazo y clavo sus ojos azules de los de ella. El mozo apunto con la varita su unión y susurró:

-Tú, Ronald Weasley, aceptas cumplir las órdenes que, Lady Astoria Greengrass, te dé – un hilo dorado envolvió sus brazos para luego desaparecer. La mujer aflojó su agarre pero le fue imposible soltarse, el chico la sostenía con fuerza y la veía con cierto brillo malicioso.

-¿No creerá que seré el único en jurar, verdad? – le dijo esbozando una sonrisa. Ella lo vio con diversión, no podría esperar menos de un estafador. Con la cabeza le dio una orden silenciosa a su lacayo.

-Tú, Astoria Greengrass, aceptas saldar las deudas de juego, pagar el dinero prometido y, al final, recompensar a la familia del señor Ronald Weasley, con un condado – un nuevo hilo de oro los envolvió. Ninguno de los dos se soltó inmediatamente. En ese momento ambos sintieron curiosidad del otro.

Después de un momento, ambos se soltaron y sin emitir una palabra más, el pelirrojo abandonó el carruaje y luego lo vio partir. Astoria Greengrass, ahora sabía quién era. La concubina del rey. Mucho se hablaba de la mujer, pocas cosas buenas. Ahora entendía por qué. Aquella señorita no parecía una buena persona.

Siendo objetivo, la chiquilla que iba a su casa era cálida y amable, su miraba era transparente, carente de maldad, mientras que, la rubia era todo lo contrario y su mirada, esa mirada parecía inofensiva pero, en el fondo, gritaba peligro. No, no arriesgaría su pellejo por una niñita extranjera.

¿Qué tal? Pues si les gustó, dejen su lindo comentario.