¡Buenas! Señoras y señores, he vuelto. Ayer llegué de mis accidentadas vacaciones – casi paso el treintay uno de diciembre en un trancón en una carretera de Colombia – y me propuse escribir hoy el capítulo, me obligué a sentarme y escribir y solo hasta que estuviera listo podría hacer algo más y lo he logrado. He sido ingrata, no he actualizado -aunque lo advertí – aun cuando fueran tan hermosas de votar por este fic para el calendario Dramione, perdón, intentaré ponerme al día y publicar durante las siguientes dos semanas al menos tres capítulos, pero, no prometo nada.

Antes de responder comentarios les quiero desear un feliz año nuevo, las llevo a cada una en mi corazón por sacar un espacio para leerme.

Ahora, la muy conocida sección de respuesta a comentarios, la cual será breve.

Me alegro de que les haya gustado el Hansy, no lo tenía escrito pero si pensado y definido, solo estaba esperando el momento indicado para introducir la escena.

No saben la emoción que me da cuando me comentan que logro transmitir las emociones de los personajes, he intentado leer mucho estos días, en mis pequeñas investigaciones pedagógicas he descubierto que aconsejan leer textos para aprender a redactar, espero si esté mejorando.

No saben lo mucho que me costó empezar a escribir esta historia, la tenía en la mira desde que vi la película y pues, aquí estoy, tratando de darle forma y agregar algo diferente a la plataforma.

Yo no soy de las que pone a Ron como malo, creo que esta es la primera historia en la que lo hago, en mi anterior Long Fic, era solo el resultado de una cruel guerra, nada personal, como suelen decir.

Bien, dejo de hablar, ahora, el capítulo:

CAPITULO 20. Esta será tu vida.

Aquella noche, ¿Cómo olvidarla? La intempestiva entrada de Severus, la mirada solemne de su madre, el cielo oscuro y el medimago real con gesto inescrutable. Un conjunto de factores que habían cambiado la vida de Draco Malfoy, heredero al trono.

Siendo un pequeño, porque estaba consciente de que lo era a tus tiernos 12 años, jamás había pensado en el hecho de ser rey, de hecho, le parecía un suceso lejano, parecía algo que jamás llegaría, nunca estuvo preparado realmente para tamaña responsabilidad, era solo un niño que jugaba en la nieve y sonreía a aquella rubia.

Cuando la realidad cayó sobre él, como un valde de agua fría, todo se distorsionó, casi como haber entrado en un universo paralelo. Aún confundido y aterrado tuvo que vaciar su rostro de emociones y hacer lo que siempre se le había dicho asentir, actuar solemne y extender su mano. Todo lo había hecho en piloto automático, solo cuando se hubo solo, frente al cadáver de su padre, se permitió llorar. Sabía que aquel sentimiento, desde ese momento en adelante, estaría vetado para él. Empezaría a ser rey, el rey más joven en la historia de la Inglaterra mágica y, fiel a su descendencia y apellido, haría todo para ser uno bueno.

Por esa promesa había tenido que renunciar a la mujer rubia, aquella que había estado presente en su vida desde una tierna edad, para aceptar a una esposa impuesta y que, además, era solo una niña. Tenía tanto poder y al mismo tiempo no lo tenía.

Su poder llagaba hasta la frontera del poder de alguien con uno mayor.

Para su caso, James Potter, el maldito rey de Francia.

Se giró sobre sus talones y emprendió camino a su escritorio, había una pila de pergaminos a un lado, todos esperando a ser leídos por él. Sin sentarse tomó el primero, "acuerdo de paz con los hombres lobo de las montañas al sur de Inglaterra". Cerró los ojos por un momento y caminó hacía el sofá, no podía dejarlo para otro día, nunca podía dejar nada para otro día.

Escuchó la puerta abrirse y encontró a su prima, lo veía con cariño. La pelinegra caminó al interior del salón y sin pedir permiso se sentó en el sillón justo al frente. Ninguno dijo nada. Resignado envolvió el pergamino y se sentó derecho.

-¿En qué puedo ayudarte, Pansy? – ella le dedicó una pequeña sonrisa y luego suspiró.

-¿Recuerdas cuando jugábamos afuera? – preguntó girando su vista hacía los ventanales.

-Claro que lo recuerdo – respondió con nostalgia – todo era fácil, nada parecía realmente importante. Las cosas parecían posibles, tenía el mundo a mis pies, después de todo era el heredero al trono – finalizó frunciendo el ceño.

-A veces me pregunto, si ella no es más que una forma de mantenerte atado a aquellos días – ella no lo miraba, parecía tener un aire distraído, pero, en realidad, estaba totalmente consiente de lo que decía.

-Estas diciendo tonterías, Pansy. No necesito mantenerme atado a nada –

-No olvides que te conozco, Draco – le recordó la morena volviendo su mirada hacía él – Pareces frío y enojado siempre, deseas imponer respeto y temor, pero, yo no soy una más en este gran palacio –

-Creo que has despertado demasiado existencial – le dijo tratando de zanjar el tema.

-Quizás – aceptó la pelinegra – Recuerdo cuando conocí a Blaise, hacía dos años eras rey – una risa discreta brotó de ella ante sus recuerdos – Pensé que no sabías de mis pequeñas incursiones, un día "casualmente" me atrapaste- expresó dedicándole una pequeña sonrisa – a partir de ese momento dejaste que Blaise entrara al sagrado palacio del rey de la Inglaterra mágica, es más discreto, dijiste en aquel momento.

-Lo era – respondió llanamente.

-Claro, pero no tenías que hacerlo. Lo lógico habría sido prohibirme verlo, pero no tú, tú no querías que todos corriéramos tu suerte, harías lo posible para evitarlo –

-No sabes de qué hablas, Pansy, fue una simple medida –

-Sabes que no lo fue. Sabía que no podrías lograr que me casara con él, aunque desearas darme toda la felicidad que pudieras. Estoy segura de que, pensaste que con el tiempo, conocería a alguien más y lo olvidaría – dijo viajando entre sus memorias – Detrás de ese rostro inescrutable y esos ojos grises afilados estaba Draco. Un chiquillo amable, de noble carácter y dispuesto a todo por quien amaba –

-Estás bastante sensible la mañana de hoy – murmuró tratando de terminar con aquella conversación. Su prima conseguía hacerlo sentir incómodo.

-En el fondo también lo sabía, sabía qué hacías lo que estaba en tus manos para hacerme feliz, sabía que ni con todo tu poder podrías permitir que me casara con un muggle y menos con uno sin ningún título. Blaise era la combinación de todo lo que no podría tener – continúo sin inmutarse ante el comentario de su primo – Nunca pude tenerte rabia realmente ¿Qué podías hacer? Tenías que garantizar el bienestar de tu pueblo, sacrificaste tú felicidad y la mía –

-No pareces nada infeliz, Pansy – le dijo el rubio con sorna – hasta pareces completamente enamorada de él.

-Lo estoy – concedió – Me encontré con un hombre maravilloso criado por un tirano. Harry tenía todas las características de un esposo apropiado. Es de sangre noble y familia mágica, pero, además, es cálido de corazón. Tan parecido a mi preciado primo –

-Estas delirando, Pansy – bufó el oji gris – Potter y yo somo como el agua y el aceite.

-Harry no estaba enamorado, nunca estuvo dispuesto a estarlo, yo, por otro lado, lo estaba o eso creía – siguió la morena omitiendo cada comentario de su primo – siempre supo mi situación y decidió ser un caballero y protegerme, lo tomó como una misión.

-No entiendo a qué va todo este discurso – dijo empezando a enojarse.

-No puedes atarte a un pasado que jamás será. No puedes atarte a un pasado que te hace sentir menos cargado. Ese pasado no te hará viajar en el tiempo y tampoco cambiará la vida que te ves obligado a llevar – la chica sonrió y se levantó acercándose al rubio, se agachó frente a él y tomó su mano – sé que lo sabes, en el fondo, como lo supe yo en su momento – él sintió como ella acunaba con cariño su mejilla para luego continuar hablando – No te aferres a un pasado que no fue ni será y no hagas que tu futuro te odie – la sintió levantarse y caminar hacía la salida.

-No sé a qué te refieres, Pansy – le expresó confundido.

-Lo sabes, no cierres tus ojos a la verdad. Expulsarlo del lugar no cambiará nada – le dijo convencida.

-Pero… ¿Cómo…? –

-Solo lo sé, en estas paredes todo se sabe. ser un buen rey no significa enterrar la nobleza de espíritu. De hecho, puede hacerte un mejor monarca, después de todo, ¿No es lo que piensas de ella? ¿No es eso lo que se interpone entre Astoria y el trono? – él estaba con la boca abierta, boqueando como pez fuera del agua ¿Cómo era posible que su prima fuera tan buena observadora? – Aún puedes cambiar de decisión, Draco. Tú no eres James Potter, tú juegas limpio – concluyó abriendo la puerta y saliendo del lugar.

La mujer estaba loca, ¿Jugar limpio? ¿Aferrarse a su pasado? No, él no era ese tipo de hombre. Pansy no sabía nada, no podría comprender nada, mucho menos sacar conclusiones más ridículas.

Bufó, ella solo era una mujer con exceso de tiempo libre y con una mente revoltosa.

Claro que puedes seguirte engañando, de nuevo aquella vocecita molesta.

EN OTRO LUGAR

Hermione abrió sus ojos, todo estaba en penumbra. Buscó con su mirada el reloj sobre la chimenea y se extrañó. Las diez, para ese momento Ginny ya habría entrado y habría abierto las cortinas. Aquello le pareció poco común, pero decidió desechar la idea.

Se levantó de la cama y se estiró. Hacía dos días su hermano había partido. No podía olvidar las últimas palabras de su cuñada: ellos son iguales, tan solo deja de ver la superficie, sé que es difícil.

Para ese momento todavía se sentía confundida, no estaba segura qué habría querido decirle su cuñada ¿Quiénes eran iguales? En su primer pensamiento, el nombre de su hermano y el de su prometido se habían escrito en una sola frase, pero, lo desecho tan pronto como llegó. No había dos personas más diferentes, el carácter de su hermano era noble y desinteresado, era cálido, su prometido, de su lado, era hielo. Al menos, eso se obligaba a creer.

Perdida en sus pensamientos, no se percató de la abrupta entrada de la pelirroja hasta que se hubo de pie frente a ella. Estaba agitada y sus mejillas estaban rojas, parecía que hubiera corrido un maratón.

-¿Qué sucede, Gin? – le preguntó acercándose a la chica. Lo que vio en sus ojos no le gusto.

-Alteza… Vera… -

-Dilo de una vez – exigió sintiendo sus músculos contraídos.

-Theo está de vuelta – le dijo la pelirroja.

-¡Oh, pero si esa noticia es maravillosa! - comentó feliz la castaña – ayúdame a prepararme, ¿Qué túnica debería ponerme? – una sonrisa se dibujó en sus labios mientras caminaba hacía su armario, pero, al ver que su amiga no la seguía su pecho se estrujó. Recordó su mirada y sintió que algo no estaba bien.

-¿Qué sucede Gin? Theo está de vuelta, no quiero hacerlo esperar mucho –

-Alteza… - murmuró acercándose a ella y tomando sus manos con suavidad – el rey ha prohibido la entrada de Theodore al palacio –

-¿Prohibir su entrada? – preguntó asombrada.

-Si, alteza, el joven Nott no pudo cruzar las verjas, sigue allí, pero, no lo dejarán entrar –

La castaña no lo pensó, sus pies se movieron solos. Sentía los gritos tras de ella llamándola pero no le importó. Sabía que estaba en su túnica de dormir y que ni siquiera se había cubierto con otra, pero, no le importó.

Llegó a las grandes puertas de roble y las abrió de golpe, dentro estaba el pelirrojo hermano de su amiga pero, no le importó. Estaba segada por su ira.

-Vete – dijo escuetamente. Él no se movió - ¡Que te vayas! - gritó. Esta vez el joven recibió un asentimiento por parte del rubio y salió sin darle una mirada a la pequeña. No parecía ser la misma niña de siempre, de hecho la vio temblar y estaba seguro de que no se debía al frio.

-¿Qué crees que haces entrando de esta forma y… - calló brevemente estudiándola con la mirada – qué haces vestida así por los corredores del palacio? – preguntó acercándose y tomándola del brazo para hacerla entrar al despacho, donde nadie pudiera verla, sin embargo, el agarré no duró mucho, ella se soltó bruscamente y vio sus ojos llenos de ira.

-Diles que lo dejen entrar – exigió con rabia.

-¿Qué lo dejen entrar? – ¿de qué rayos estaba hablando ella? Pensó.

-A Theo, no le han permitido entrar al palacio ¿Acaso ha sido un error? – preguntó relajándose momentáneamente ante la expresión de sorpresa de su prometido, sin embargo, aquella sensación se fue más rápido de lo que llego. El gesto de él, al escuchar el nombre de su amigo, cambió a uno de comprensión.

-¡Ah, te refieres a Nott! - le dijo volviendo a tomar asiento – eso no será posible, Hermione. He prohibido su entrada y eso no cambiará – sentenció clavando los ojos en el pergamino frente a él, fingiendo leer.

-¿Porqué… - logró decir con voz entre cortada. Estaba temblando de rabia. La tristeza estaba abriéndose paso en su cuerpo y se veía reflejada en la humedad que luchaba por salir de sus ojos.

-¿Crees que el incidente de tu cumpleaños quedaría impune? – le dijo tratando de parecer desinteresado – Siempre cumplo mi palabra, Hermione. Siempre –

Una risa seca brotó de los labios de la chica. Él levantó la mirada, sus ojos estaban más oscuros de lo normal, tenía las manos hechas puño y apretadas firmemente, podría jurar incluso que un hilillo rojo estaba siendo contenido a duras penas.

-Supongo que sí, siempre cumples tus palabras – ella se giró y caminó hacía la puerta y se detuvo momentáneamente antes de salir de la habitación – yo también cumplo mi palabra – le dijo relajando sus manos y confirmando el hilillo rojo de sangre que le había parecido ver – Te odio, aun cuando sea tu esposa te odiaré, jamás tendrás mi cariño – aquella declaración lo congeló. Por alguna razón sintió algo romperse dentro – Eres un ser despreciable, Draco Malfoy – sentenció abriendo la puerta.

-No importa lo que sientas, tu destino no cambiará, tampoco el mío – dijo en un intento desesperado de tener la última palabra, en un intento de eliminar la molesta sensación que se había adueñado de su pecho al escuchar las palabras de la castaña.

Ella no respondió, se limitó a salir de la habitación. Una vez en el pasillo corrió a sus aposentos, corrió tan rápido como sus piernas se lo permitieron, una vez dentro, sintiendo la privacidad de la oscuridad de su recámara, se desplomó y el agua contenida en sus ojos salió a mares. Se abrazó a si misma, en un intento de controlar los espasmos que se adueñaban de su cuerpo.

Ginny la veía, se sentía incapaz de acercarse. Parecía que era lo correcto. Con cuidado rodeó la habitación saliendo. La princesa no la necesitaba, necesitaba la oscuridad de su habitación y el silencio de la soledad. Necesitaba vaciar su corazón, expulsar todo el dolor.

Pensó en ir hacía la verja del palacio pero, a mitad de camino sintió que su brazo era atrapado. Al girarse se dio cuenta que era Charlie. La miraba con tristeza.

-No, Ginny. Podrías meterte en problemas – le dijo triste – su Majestad parece especialmente irritable, por favor, mantente al margen – pidió viéndose notablemente afectado.

-Pero, Hermione, ella – intentó explicar

-Ella estará bien, también siento mucho su situación, sin embargo, meterte en problemas no la ayudará, va a necesitar compañía y no podrás dársela si el rey te remueve de su servicio – su hermano era la voz de la razón, de todos era el más sensato. Siempre acertaba en sus concejos. Ella suspiró con pesadez, dirigió una breve mirada a las verjas y se rindió.

-Bien, lo haré como dices –

-Me encargaré de hacerle llegar un mensaje. Tengo un guardia de confianza – la pelirroja asintió. Estaba a punto de partir pero se detuvo.

-Dile que ella está bien, dile que no intente acercarse – ella no tuvo que explicarlo. Charlie sabía la naturaleza de la relación que habían construido los castaños.

-Lo haré – respondió para luego alejarse.

Ginny no dudó en pensar lo deplorable de la situación. Desearía poder hacer algo por su señora. Era tan amable y desinteresada, no merecía las circunstancias en las que se encontraba. No merecía aquel trato. Se encontró pensando en lo déspota que podía ser el rey y también, muy a su pesar y sintiéndose mezquina, que era necesario, para el bien de todos, que Hermione se casara con él. Viendo el actuar del rey, supo que Astoria Greengrass no podía llegar al trono. No, sería lo peor que podría pasar. Era verdaderamente triste pensar en que Hermione se debería sacrificar, por el bienestar de un pueblo, que ni siquiera era el suyo. Gente que la despreciaba pero, no se imaginaba lo mucho que la necesitaban.

Lo siento, Hermione. Ese fue el último pensamiento que tuvo antes de vaciar su mente. Se sentía culpable ante su propio pensamiento.

Los meses subsiguientes transcurrieron en soledad. Fiel a su promesa, Draco había prohibido la entrada de Theodore al palacio, todos los días se recriminaba ¿Había perdido a su amigo por no poder llevar apropiadamente una estúpida cena? Ella siempre estaba en la biblioteca o bajo el gran roble, hasta que llego el invierno y fue imposible sentarse allí por horas. Pasaba horas frente a la chimenea hablando con Theo por el pequeño espejo que él le había obsequiado y en las noches, permitía que el cachorro, regalo de Theo por su cumpleaños, durmiera sobre la cama a sus pies.

Descubrió que anhelaba sus contactos físicos, por pequeños e insignificantes que estos fueran.

Su apetito se había reducido. Los desayunos compartidos habían empezado a ser una vez al mes, obligándola a escuchar el parloteo de la rubia, quien de vez en cuando, la miraba fijamente, con disgusto, como si esperara algo que no había llegado. Luego estaba la mirada furibunda de su prometido, desde el incidente en su despacho no había cruzado palabra con él, solo se limitaba a rendir los respectivos respetos, asentir o negar cuando algo se le preguntaba y el resto del tiempo huir. Lo evitaba.

Aquellos días, en que debía desayunar con él, se obligaba a comer incluso cuando su apetito era inexistente mientras él la vigilaba de cerca. Draco estaba al tanto de que ella estaba comiendo mucho menos y que se encerraba en su alcoba por horas, ya no la veía mucho por los pasillos el único lugar que seguía visitando asiduamente era la biblioteca, él seguía yendo allí, todos los días, a la misma hora, a revisar si la encontraba. Normalmente la encontraba sentada entre pilas de libros pero, mucho menos tiempo del habitual y con un semblante taciturno y sin vida.

En algunas ocasiones, mientras la observaba por el resquicio de la puerta, sentía remordimiento. Él todas las noches estaba acompañado de Astoria, o bueno, todas las noches que él deseaba su presencia, mientras que, la castaña siempre estaba sola y ensimismada.

Un día, curioso y, porque no decirlo, preocupado, llamó a su doncella, la pelirroja, Weasley. Le había preguntado por Hermione y ella, tratando de ocultar su molestia, se había limitado a decirle que se mantenía callada, incluso ya no hablaba mucho con ella "Siempre está metida en sus pensamientos, en su tristeza", le había dicho con un sutil toque de reproche al final.

Los guardias le habían informado que la joven princesa no había vuelto a salir. Sus pequeñas incursiones "secretas" habían cesado. Estaba completamente recluida. La vocecilla molesta al fondo de su cabeza le grito que era su culpa, que la estaba matando en vida y que era tan solo una niña.

Como siempre, la ignoró.

Aquel día, escuchando sin escuchar a la rubia, no lo soportó más, después de casi tres meses sin escuchar su voz, decidió obligarla, era su prometida, debía hacer lo que él pidiera.

-Hermione – llamó. La castaña alzó su vista del plato de fruta que tenía frente a ella e hizo un pequeño asentimiento – me acompañarás mañana al baile con en casa de Lord Lovegood – ordenó.

-Pero Draco, ¿No crees que sería extraño llevarnos a las dos? Hermione es solo una niña, no está preparada para ese tipo de compromisos – intervino la rubia aparentando desinterés.

-Estoy de acuerdo con Lady Greengrass – habló la castaña por primera vez en mucho tiempo – aún no tengo edad ni experiencia para ese tipo de compromisos – Hermione jamás se había sentido agradecida con Astoria. Dicen que para todo hay una primera vez.

-Estoy de acuerdo contigo, Astoria – dijo el rubio ante la mirada airosa de la ojiverde y la indiferencia de la oji miel – sería extraño llevarlas a las dos, por eso he decidido que sea Hermione quien me acompañe, pronto llegará a su edad casadera, debe iniciar sus apariciones en público – el ruido del cubierto de la castaña caer sobre la mesa llamó la atención de los presentes.

No era la orden de acompañarlo lo que la había hecho reaccionar así, no, era su última declaración. Edad casadera. No había pensado seriamente en ello. Sabía que en el momento en que bajara su primera regla estaría a un pie del altar. Jamás sintió su destino tan cerca. La niña que llegó al palacio años atrás dispuesta a cumplir su deber se había esfumado y en su lugar, había aparecido la mujer que descubrió el mundo fútil de los sentimientos.

-Creo, Majestad, que Astoria sería una mejor elección – intervino ante la mirada expectante del hombre.

-No he pedido tu opinión, Hermione – ella abrió y cerró la boca. Decidió no decir nada. Nada de lo que dijera cambiaría la decisión de su dueño. Decidió seguir con su voto de silencio y solo asentir, volvió a tomar su tenedor poniendo un pedazo de fruta en su boca sintiendo como esta raspaba su garganta – Mañana en la mañana llevaran una nueva túnica a tus aposentos – finalizó levantándose de la mesa dejando a las dos mujeres solas.

-¿No creerás realmente que llegarás a ser reina, verdad? – picó la rubia.

-¿Tú crees que lo serás? – devolvió mientras se levantaba de la silla y caminaba a la salida – si lo crees, seré la primera en brindar apoyo – finalizó saliendo de la habitación sin la energía para enfrentarse a la detestable mujer.

Caminó por los pasillos hasta llegar a la biblioteca. Se encerró allí sola. No quería tener contacto con nadie. Salir parecía una labor titánica.

Algunos días lo hacía, decidía poner un pie afuera de su zona de confort pero, podían pasar largos lapsos de tiempo sin que la castaña saliera de su habitación, ni siquiera a la biblioteca, para aquel momento, donde su reclusión era total, pensar en poner un pie fuera del palacio la aterraba.

Ese día, con su noche y el posterior, sin darse cuenta, se había clavada en el sillón de la biblioteca. Había leído un libro casi en su totalidad, sin embargo, no tenía idea de lo que decía, sus ojos solo se paseaban por las letras, su mente estaba lejos.

No había comido, de hecho, había hechizado la puerta de la sala para impedir la entrada de cualquier persona y, solo hasta que escuchó dos golpes en la puerta y levantó su mirada hacía el reloj, supo que había llegado la temida hora.

Cerró el libro sobre su regazo y respiró profundo. A paso lento de dirigió a la puerta y al abrirla se encontró de frente con Ginny, ella le dio una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Decidió no hacer el momento más incómodo. Hizo el camino hasta su habitación y, una vez allí, permitió a su doncella arreglarla, todo el tiempo guardó silencio, como si sus labios hubieran sido cosidos.

-Vaya – escucho decir a Ginny – creo que… creo que habrá que ajustar un poco la túnica – ella posó su mirada en el espejo que le devolvía su reflejo y lo notó. Estaba segura de que había bajado casi dos tallas. No lo había notado hasta que tuvo que verse en el espejo. Ya no estaba pálida. Ginny se había encargado de poner color a su rostro – es una suerte que mamá me haya enseñado el hechizo – murmuró levantando su varita.

-Claro, es una suerte – respondió llanamente. Sintió la tela ceñirse en los lugares indicados. No le importó.

-Su majestad ha ordenado que use la tiara de halo – informó tomando una caja y abriéndola frente a ella.

-Haz lo que debas – dijo sin interés. Ginny solo asintió.

Cuando hubo terminado se permitió ver su reflejo. Llevaba una túnica de terciopelo gris con sutiles bordados verdes. Ginny la había maquillado levemente, ocultando sus ojeras y su falta de color y, como la cereza del pastel, había recogido su cabello con algunos bucles sueltos coronados con la dichosa tiara. Era como un enredadera de diamantes con alguna que otra esmeralda. Era una joya preciosa, pero una que no quería usar.

¿La razón? Hacía más palpable su futuro matrimonio. En ese momento estaba usando, por primera vez, una tiara perteneciente a la familia real inglesa, solo una futura reina podría acceder a aquella joyería. Era una declaración clara de la firmeza de su compromiso. Ya ni siquiera dedicaba pensamiento alguno a la pregunta de por qué él no hacía lo que estuviera a su alance para casarse con Astoria.

No tenía sentido y, la tiara sobre su cabeza, lo confirmaba todo. Solo había un paso entre la tiara y la corona.

-Naciste para usar esa tiara – la voz profunda de Draco sonó tras ella. Su declaración la sorprendió y, aunque no lo parecía, también lo sorprendió a él. Había dicho en voz alta algo que prefería que quedara en su cabeza.

No recibió respuesta alguna de la castaña, solo una reverencia y el contacto de su mano con la tela de su túnica al tomarla para permitirle guiarla. Caminaron en silencio, ella no tenía ninguna intención de hablar, haría lo mismo que hacía siempre, asentir, negar y callar.

-Nos desapareceremos – comunicó el rubio – sostente con firmeza, no quiero que sufras una despartición – aquello atrajo su atención, no parecía mala idea hacerlo y evitar así la molesta reunión, sin embargo, algo le decía que no era buena idea.

Como siempre, solo asintió. Sintió nauseas una vez volvió a pisar suelo. Se obligó a respirar, se enderezó y adoptó su mirada más altiva, tal como le había enseñado su maestra, así debe verse una reina, le decía.

Los había recibido una sala abarrotada de retratos. Con intrincadas decoraciones dorados y paneles de madera. Había demasiado de todo.

-Majestad – saludó un hombre de cabello cano, delgado y alto, llevaba una túnica amarillo mostaza. No había nada clásico en él – Alteza – dijo dirigiéndose a ella. A su lado, una joven de cabello rubio y ojos azules repitió los movimientos de quien debía ser su padre.

La mujer tenía un gesto amable y cálido y era igual de excéntrica que su padre. Su túnica era blanca con un bordado de flores fluorescente y tenía unos pendientes en forma de rábanos. El cabello lo tenía recogido descuidadamente y parecía llevar muy poco maquillaje. Le pareció una vista esplendida, lejos de toda la imagen acartonada de la nobleza.

-Lord Lovegood, Lady luna – dijo el rubio y ella solo sonrió, asintió y volvió a su pose altiva. Tal como le habían enseñado.

-Majestad, por favor – dijo el hombre indicando con sus brazos el camin hasta dos grandes puertas de roble blanco, el guardia, que resguardaba la entrada, hizo una intrincada reverencia para luego abrir las puertas, escuchó el conocido ruido de las trompetas y luego cientos de ojos sobre ellos.

-Su Majestad el rey Draco I de Inglaterra y su alteza la princesa Hermione de Francia, prometida del rey – recitó el guardia. todos los presentes se doblaron en una reverencia que siguió hasta que llegaron a la mesa situada en la cabecera de la habitación.

Aquello era un reto, jamás había sentido tan inminente su futuro rol de reina como en aquel momento. Apretó el agarre de la túnica del rubio quien, ante ello, tomó su mano y la miró con tranquilidad.

-Esta es y será siempre tu vida, Hermione – susurró acercándose a su oído provocando que los cabellos de su nuca se erizaran – entre más rápido lo aceptes, más fácil será tu vida – finalizó para luego enderezarse y poner su máscara indescifrable sobre su rostro.

¿Qué tal? Pues si les gustó, dejen su lindo comentario.