¡Hola! Lo acepto, soy culpable. He estado increíblemente ocupada y no he podido actualizar, sin embargo, tengo la firme convicción de terminar esta historia. Por favor, no olviden dejarme sus lindos comentarios y perdonen a esta desagradecida autora.
Espero que les guste el capítulo.
Capítulo 24. No te dejaré Caer.
Francia, 1819
-Vendrá la modista y no hay nada más que discutir – le dijo su madre en tono solemne – tienes una oportunidad más, Lily.
La pelirroja suspiró. No podía hacer nada ante los deseos de su madre. Estaba realmente cansada de los bailes, las presentaciones y las cacerías de marido. Su madre había procurado hacer una lista de "candidatos ideales" con los cuales podía desposarse diciendo "Lily, cariño, podrías esforzarte, sería horrible que tuvieras que casarte con alguien mayor". Alguien mayor significaba un viejo que, probablemente había quedado viudo a una avanzada edad. Ella tampoco quería eso, pero, el tiempo había demostrado que sus habilidades para atraer candidatos eran bastante malas. Mientras otras mujeres en su misma condición al día recibían una cantidad considerable de pretendientes en la salita del té, ella se sentaba todo el día a esperar que las puertas se abrieran anunciando la visita de alguno. No quería aceptarlo, pero, secretamente estaba aterrada, si debía casarse en definitiva prefería alguien que no le doblara su edad.
Al día siguiente era el último baile de la temporada y su madre estaba decidida a conseguirle un marido, le había dicho que los hombres también veían las exquisitas telas y las joyas, no todos se decidían por la belleza algunos les encantaba tener los bolsillos llenos de dinero.
-Lily, necesitas ser más… - la mujer se detuvo a pensar qué palabra sería la correcta. La verdad fuera dicha, ella consideraba que su hija era hermosa, tranquila y tenía una buena dote, así que no entendía porque por su salita no había pasado ni un pretendiente a puertas de terminar la temporada.
-¿Mas qué, madre? – preguntó mientras se sentaba en la butaca del piano.
-No lo sé – la vio levantarse y sentarse a su lado – dime, Lily ¿Cómo te comportas con ellos? – ante la pregunta ella se detuvo a pensar ¿Qué podía decir? Sonreía, les daba la razón, trataba de parecer sumisa, ella tampoco sabía qué diablos pasaba.
-Yo…-no pudo terminar la oración pues un golpe en la puerta llamó su atención.
-Mi lady, ¡Ha llegado un pretendiente! – La doncella de su madre había entrado acelerada a la habitación con una gran sonrisa.
-Rápido Lily – la instó haciéndole una seña para que se sentara en la silla frente a ella -Recta, querida, barbilla en alto – escuchó para luego clavar sus ojos en la puerta que parecía abrirse lentamente.
Su corazón se detuvo al ver al hombre que se asomaba por ella. Su cabello negro se zarandeaba con cada paso y sus ojos negros no se apartaban de ella. Le era imposible no sentirse emocionada.
-Lady Pauline – dijo el hombre llegando hasta la madre para saludar con una leve inclinación de cabeza.
-Alteza, ¡esto realmente es una sorpresa! – saltó la voz de su madre con emoción.
-Lady Lily – el pelinegro se volteó y tomó su mano depositando un leve beso en el dorso de esta. Estaba segura de que estaba sonriendo como una tonta ¿Era posible que él estuviera allí para cortejarla?
Tal como lo dictaba la tradición Severus tomó asiento junto a la muy nerviosa pelirroja, era cierto que se habían visto algunas veces en el lago, como si tuvieran una cita cada jueves, pero, él jamás le había dicho que tenía alguna intensión de cortejarla. Su corazón estaba latiendo desbocado en su pecho.
-Lady Pauline, estoy aquí para solicitar permiso para cortejar a su hija – dijo con tono solemne.
-Su Alteza, me siento honrada de que este en mi casa – respondió su madre con una sonrisa. Lily de inmediato recordó la primera conversación que había tenido con ella al inicio de la temporada "príncipe es príncipe incluso si es un bastardo", no pudo evitar sonreír.
-¿Qué la hace sonreír, mi lady? – preguntó el hombre con una media sonrisa.
-Solo estaba recordando algo – comentó – Déjeme decirle, Alteza, que hoy ha hecho que mi madre respire tranquila.
-Lily, querida, que cosas dices – reprendió la mayor.
-Es cierto madre, ni un alma ha pasado por debajo de ese dintel, es usted un héroe, Alteza – comentó socarrona.
-Acabas de contestar mi pregunta anterior – reprendió descubriendo la razón por la que ningún hombre la había cortejado. Su hija tenía una lengua afilada que no lograba controlar – por favor querida, por qué no tocas algo para su Alteza –
-¿Desea escucharme tocar, Alteza? – preguntó haciendo que la cara de su madre se pusiera de todos los colores.
-Desearía que me llamaras Severus – contestó dándole una mirada profunda –
-Muy bien, Severus, podría tocar para ti el piano, pero mi habilidad ciertamente es muy deficiente – le sonrió recordando sus conversaciones en el lago, alejados de todos, donde no debía comportarse como lo dictaba la tradición.
-Por Merlín, Llily ¿Estás buscando espantarlo? – murmuró la otra dama acalorada.
-Encuentro a su hija muy divertida – intervino el pelinegro – es como un soplo de brisa fresca – dijo dándole una mirada intensa a la pelirroja - ¿Qué tal si salimos a dar un paseo? – preguntó olvidando por un momento a la otra mujer.
-Será un placer, Severus –
Sabía que su cara estaba roja y su corazón latía desbocado. Quizá era apresurado, pero, estaba casi segura de que se había enamorado. Definitivamente no quería que nadie más pasara por debajo de ese dintel.
Inglaterra, 1844
La presión en su muñeca desapareció, pero el vértigo de la desaparición no. Al tocar suelo de nuevo, trastabilló y cayó sobre el frio piso de mármol del estudio de su futuro esposo. No se atrevía a levantar la mirada, estaba en problemas y, haciendo honor a la verdad, pese a que fuera un malentendido, era uno que no se veía nada bien.
-Majestad no…- balbuceó
-¡Cállate! – amenazó acuclillándose a su altura y tomando bruscamente su barbilla para obligarla a verlo - ¿Te has aburrido del maldito de Nott? – espetó con ira – o estarás pensando coleccionar amantes -escupió apretando aún más su agarre.
-Majestad, me lastima – susurró tomándola la mano de él sin lograr que él aflojara su agarre.
-Eres una descarada, no debí permitir que frecuentaras la casa de esos campesinos – ante la declaración los ojos de Hermione se abrieron en sorpresa ¿Lo sabía? - ¿Pensaste que no sabía nada de tus excursiones? – murmuró con una sonrisa ladina – En este palacio nada se mueve sin que lo sepa – aquella frase produjo que el ceño de la niña se frunciera.
-¡No soy otra objeto de este palacio! ¿Qué no puedes verme con un maldito ser humano? – cuándo terminó la frase sus mejillas se colorearon visiblemente y puso sus manos sobre sus labios, definitivamente ese no era el vocabulario que se esperaba de ella,
-Tu padre te vendió como un objeto – le sonriendo de lado. Su mirada tenía un leve toque divertido. Suponía que debido a su reciente desliz.
-Pero no lo soy, su majestad – comentó mientras se ponía se pie alisando su capa.
-Eso no es importante ahora, cuéntame pequeña marisavidilla ¿Qué diablos hacía ese Weasley tocando MI futura esposa? – su mirara se volvió de nuevo completamente fría.
-Eso aún no es un hecho – devolvió recobrando toda la valentía que había perdido cuando lo encontró en la multitud unos minutos atrás.
-¿Acaso tienes esperanzas de casarte con Nott? ¡Ah! Ahora vas por un plato aún más repugnante, un simple campesino – Escupió con ira - ¿Qué debo hacer contigo?
-Quisiera saber que es todo lo que piensas de mí – reflexionó la castaña respirando hondamente -¿parezco una mujerzuela? – levantó la mirada mostrando genuina curiosidad - ¿Acaso no es posible dar mi versión de la historia?
-No – respondió tajante – Nadie va a escuchar tu versión de la historia Hermione. Todos simplemente te van a señalar – le dijo acercándose a ella mientras ponía su mano en su cuello - ¿De verdad piensas que la gente estará interesada en tu versión de la historia?
-No hablo de la gente, hablo de ti – respondió sin cortar el contacto visual.
-No, no se trata de mí. Se trata de ti, se trata de que serás la futura reina. Ahora mismo nadie te conoce, pero ¿Y el futuro? ¿Crees realmente que a alguien le va a importar si eres o no inocente? – Hermione tuvo que conceder aquello. Nadie se detendría a preguntar su versión de los hechos a nadie le importaría. Los chismes se esparcirían como pólvora y era verdad, aquella situación era más que bochornosa. Ella respiró profundo y bajó su mirada al suelo ¿Qué se esperaba de ella? Aún no sabía si quiera si desposaría al hombre que tenía al frente.
-Ni siquiera sé a dónde me van a poner a continuación – murmuró exteriorizando sus pensamientos – siempre despierto preguntándome eso ¿Me casaré con él? ¿Me enviará de vuelta? ¿Qué me hará mi padre? ¿Decidirá tenerme como prisionera? – Todas las preguntas que jamás había exteriorizado, ni siquiera a Theodore salieron disparadas de sus labios y su corazón empezó a latir desbordadamente.
-Creí que ya habíamos hablado de esto – respondió el rubio obligándola a verlo – No me gusta repetir las cosas, Hermione – le dijo mientras su mirada se aclaraba. Por un momento el rostro de Hermione pareció desconcertado y luego lo recordó. Toda aquella situación la confundía.
-¿Cómo se supone que lo crea? Dices que seré reina, pero, ni siquiera tú lo sabes – rebatió intentando bajar su mirada.
-Yo nunca hablo a la ligera, sé muy bien cuales son mis deberes y también sé lo que necesita mi pueblo.
-De nuevo soy un objeto – la tristeza hizo aparición en cada una de las sílabas, el profundo pesar se depositó en el corazón de la castaña.
-Hermione, incluso si las circunstancias cambiaran, no volverás a Francia – le dijo con decisión – tampoco te casarás con Nott – concluyó. Ella no sabía qué decir ¿A qué se reduciría su existencia? ¿Sería una especie de dama de compañía? ¿Quizás la enviara a servir a Merlín?
-En todos los escenarios, perece ser que soy un objeto inanimado que no puede opinar – respondió tomando la mano de él para alejarla sin tener éxito.
-Estoy seguro de que hay algo detrás del Weasley – le dijo dejando atrás su ira inicial. Desde el momento en que pisaron el palacio y la vio en el frio suelo supo que era tan inocente que no podría ver como a su alrededor se gestaba un plan de desacreditación.
-¿Qué quieres decir? – preguntó la niña interesada. El rubio dio un paso atrás sin desviar su mirada. Él sospechaba y no en vano. Quería desechar el pensamiento de su mente, pero, le parecía que no era posible tapar el sol con un dedo – No puedes volver a la casa de los Weasley.
-Pero…
-Es una decisión, Hermione. Sé lo que pasa en este lugar, estaré muy enojado si vuelves allí – le advirtió.
-Es injusto – le gritó con frustración.
-Estoy cumpliendo mi promesa, te estoy sosteniendo – contestó acercándose de nuevo – las personas no tendrán piedad. Tienes que aprenderlo, dejaré que la pequeña Weasley siga siendo tu dama de compañía, pero, no puedes volver a su casa.
Hermione quiso rebatir, pero, el peso del entendimiento cayó sobre ella. La estaba protegiendo. Había algo que ella simplemente no lograba ver de todo el panorama, algo que él si sabía y que estaba claro no le iba a decir. Apretó los labios y arrugó el ceño. Odiaba no entender su propia situación, pero, por alguna razón que continuaba siendo desconocida para ella confiaba en él.
-Está bien – concedió mientras apretaba levemente el agarre de sus manos - No lo comprendo del todo, pero, haré lo que me pides.
Él soltó su mano y caminó en dirección a su escritorio. Era claro que la conversación había terminado. Hermione le dio una última mirada al hombre que podría convertirse en su esposo. Dio un paso hacia la salida, pero se detuvo, su implacable mente le impedía salir sin exteriorizar aquella pregunta que retumbaba en su cabeza.
-Dilo – escuchó. Ella se giró encontrándolo sumido en unos papeles.
-¿Qué seré entonces? – sabía muy bien que no necesitaba hacer un pregunta elaborada para que él entendiera. Sus ojos grises, de nuevo claros se clavaron en los dorados de ella.
-Mía – respondió escuetamente.
La castaña se quedó sin aire por un minuto para luego girarse apresuradamente. Necesitaba salir de allí, necesitaba tomar una gran bocanada de aire fresco ante tamaña declaración. El rubio la vio salir sin desviar su mirada del menudo cuerpo. Él sabía que había tomado una decisión, una que aún no se atrevía a exteriorizar en voz alta, sin embargo, estaba en firme.
-Dobby – llamó. Un plop se escuchó y ante él un elfo apareció.
-¿En qué puede ayudar Dobby a su majestad? – preguntó el ser mientras hacía una reverencia más que exagerada.
-Dile a Fred Weasley que traiga a su hermano a mi presencia de inmediato – ordenó. La criatura volvió a hacer una reverencia y desapareció.
EN OTRO LUGAR.
Ese día ciertamente el sol estaba brillando intensamente y el cielo estaba completamente despejado. Era perfecto para estar en la feria del pueblo con Angelina, sin embargo, el entrenamiento no daba tregua. Se limpió el sudor que bajaba por su frente mientras se enderezaba en toda su altura. Fue en ese momento que escuchó un plop a su espalda y se giró.
-Señor Weasley, su Majestad quiere que lleve a su hermano ante él de inmediato – repitió Dobby sin hacer ningún gesto y luego desapareció con otro plop.
El pelirrojo que se quedó pensando en aquella petición tratando de entender. Tenía 6 hermanos ¿cómo esperaba que supiera a cuál buscaba?
-¿Qué quería el elfo del rey? – escuchó a sus espaldas, inmediatamente se giró encontrándose con su misma imagen.
-Quiere que lleve a mi hermano ante el rey – su gemelo se quedó callado por un minuto para luego patear con frustración una piedrilla.
-¿Qué diablos habrá hecho Ron ahora? – El entendimiento cayó sobre él. No era difícil saber de qué hermano estaba hablando. Todos los demás servían al rey de manera más que apropiada. Solo había uno que siempre estaba causando problemas. Respiró profundo mientras se sobaba la cien. Se giró tomando la dirección contraria.
Una vez fuera de los terrenos desapareció, apareciendo justo en frente de la puerta de su casa. No llamó, no deseaba preocupar a su madre. Miró a los alrededores y encontró a su hermano descansando en uno de los sillones con una manzana a medio comer. Lo tomó de la mano y sin decir absolutamente nada desapareció con él antes de que su madre pudiera darse cuenta.
-¿Pero qué rayos haces? Podrías haberme despartido – reclamó el pelirrojo menor. Su hermano lo enfrentó con el ceño fruncido completamente serio. Eso lo asustó, Fred siempre estaba relajado. Miró a su alrededor y se encontró con las verjas del palacio. Aquello no pintaba bien.
-Eso quisiera saber ¿Qué rayos hiciste ahora Ronald? – le gritó su hermano con rabia – No importa, no me respondas – dijo mientras empezaba empujarlo al interior de los terrenos.
-¿Por qué me traes aquí? – increpó con el corazón acelerado recordando la mirada que el rey, más temprano ese mismo día le había dado a la pequeña princesa.
-Creo que tú debes saber esa respuesta mejor que yo – contestó escuetamente – no permitiré que lo que sea que hayas hecho afecte a nuestros padres. Yo mismo ejecutaré el castigo que el rey te dé – dijo con rabia mientras atravesaban las puertas del palacio.
-¿Qué clase de hermano eres? – reclamó
- Y tú ¿Qué clase de hijo eres? – escupió harto de los problemas que siempre traía – Su majestad ha ordenado que venga a verlo – le dijo a uno de los guardias que custodiaban la entrada mientras este entraba a la habitación. Un momento después volvió a salir dejando la puerta entreabierta para que pudieran entrar.
El rey de gran bretaña estaba frente a ellos con sus ojos fijos en el pergamino que sostenía entre sus manos, sin inmutarse a levantar la mirada. Era un hombre joven, pero con un carácter legendario. Incluso de aquella forma inspiraba respeto y también miedo.
-Su majestad – habló haciendo una reverencia y empujando a su hermano para que hiciera lo propia.
-Siempre tan eficiente – dijo mientras se levantaba de su escritorio y se acercaba – Ron levantó su mirada para encontrarse con un par de ojos grises. Un leve temblor invadió su cuerpo. Había escuchado muchas cosas del rey, pero jamás lo había tenido al frente – Eres Ronald Weasley ¿No? – el rubio preguntó mientras enterraba su varita en la garganta del otro hombre. El pelirrojo tragó espesamente mientras una gota de sudor bajaba por su frente. Aquello no tenía pinta de terminar bien.
