¡Hola! ¡Volví! Quiero decirles que entro con regularidad a ver los comentarios, por eso puedo decirte que sí, te leí. El problema no es que no quiera terminar esta historia, es que tengo mucho trabajo y a veces me siento a escribir, pero no sale nada que me haga sentir satisfecha. Quiero que sepan que esta historia la voy a terminar incluso si tarda, así que, por favor, no me abandonen en este camino y tengan algo de paciencia con esta humilde servidora. Por favor, no olviden dejarme sus lindos comentarios y perdonen a esta desagradecida autora.
Espero que les guste el capítulo.
CAPITULO 25, ahora es una mujer.
Francia 1819.
-¿Esto podría considerarse cortejo prohibido? – preguntó una sonriente pelirroja mientras arrancaba trozos de pasto a su alrededor -¿Eres del tipo arriesgado? – le dio una mirada divertida.
-Podría considerarse, pero, Mi querida Lady Lily, pronto no será prohibido – respondió dándole una mirada intensa. La chica detuvo su labor de arrancar los trozos de pasto y de quedó sin aliento ¿Acaso le estaba diciendo que se casarían? Se ruborizó ante el pensamiento- exactamente a eso me refiero – escuchó mientras sentía la mano del hombre tomar la suya entre sus manos.
-Yo... Severus – las palabras no salían, y un pequeño temblor atravesó su columna vertebral. Ella estaba segura de que lo amaba y aquello la tomó desprevenida.
-¿Alguna vez te preguntaste porqué ningún pretendiente acudió a tu encuentro? – preguntó con una sonrisa ladeada. Ella no respondió, pero su curiosidad se reflejó en sus ojos que ahora se encontraban enclavados en la de él – El día del baile, si, aquel día mi dulce Lily – dijo dedicándole una mirada cargada de devoción – quedé completamente prendado, pero, ciertamente aquel sentimiento era aterrador. No me atrevía a acudir a tu encuentro, pero, tampoco permitiría que cualquier otro caballero lo hiciera. Quizás solo necesitaba tiempo para armarme de valor. Tiempo que no tenía debido a la gran cantidad de caballeros que emprenderían el encargo de cortejarla, sabía lo interesada que estaba la duquesa de casar a su hija antes de que terminara la temporada – le contó recordando aquellas noches en vela y los días en que amenazante, prohibía a cualquier hombre ir al hogar de lady Lily – ahora no tengo dudas, te quiero en mi vida, en todo lo que reste de ella – confesó acercándose a ella, quedando solo a centímetros de sus labios – ¿Y tú que quieres? – susurró.
-Verte cada día al despertar – respondió bajito, como si de un secreto se tratara. Ambos sonrieron y luego el espacio ya no existió. El moreno se deleitó en la perdición que significaba besarla, se permitió tomarla de la cintura para acercarla, estaba segura de que ella era todo lo que quería y necesitaba y era más de lo que merecía, ciertamente Merlín había sido bondadoso con él y había permitido que aquella mujer aceptara ser su esposa.
-Pediré tu mano formalmente en cuanto termine la temporada. Tienes que saber que mi corazón es tuyo, siempre será tuyo, incluso después de que deje de latir.
INGLATERRA, 1944.
-Te haré esto fácil – murmuró sosteniendo su varita firmemente en el cuello del pelirrojo. Levantó la mirada y encontró al otro Weasley contrariado, sin saber si debía irse o debía quedarse – Serás testigo, Weasley – ordenó volviendo a centrar su atención en el oji azul - ¿Quién lo ordenó?
-Majestad, no sé de qué habla – tenía miedo, pavor, pero, no sabía que hacer, por un lado, estaba el rey que solo con su mirada hacía que cada parte del cuerpo temblara de miedo y por otro, la despiadada mujer que había amenazado con acabar con cada miembro de su familia. Ambos eran realmente aterradores. Se merecían, por un instante fugaz pensó que la pequeña castaña tenía demasiada bondad en su cuerpo.
-No agotes mi paciencia, sabes exactamente a qué me refiero, es mejor que empieces a hablar – advirtió de nuevo.
-No sé de qué habla, Majestad – en ese punto no sabía que lo estaba guiando a seguir negando la situación. El rubio sabía que tan solo debía meterse a su mente para averiguarlo, pero, de alguna forma, sabía que la respuesta sería la que deseaba no fuera. Por alguna razón todavía tenía aquel sentimiento, cariño, eso era, ella era una parte importante de su vida y siendo sincero, no quería la verdad. Sin embargo, debía enfrentarla. Retiró la barita de su cuello y se giró hacía el ventanal. Allí caminando con su doncella con la mirada perdida estaba la castaña. La manzana de la discordia, quién había llegado a su vida para hacer de todo un caos.
-Hazlo hablar, Weasley – el mayor de los pelirrojos se tensionó. Vaciló por un momento en el cuál olvidó respirar, era su hermano y ni siquiera sabía que había hecho. Su mirada se oscureció, levantó su varita, respiró profundo y lo hizo - ¡Cruccio! – fue el peor cruccio que lanzó en su vida, afortunadamente el rey estaba de espaldas. Hacerlo fue difícil, sin embargo, su sentido del deber era mayor, ello y que no deseaba poner en peligro a su familia.
-Hazlo bien, Weasley ¿Acaso debo hacerlo yo? – escuchó la voz del rubio quién aún tenía puesta su concentración en la ventana. La maldición se detuvo, su hermano, quién jamás había sido parte del cuerpo de aurores, o de algo en su vida, tenía la mirada dilatada. El pelirrojo menor no poseía ningún talento mágico, en realidad no poseía ningún talento, solo era experto en meterse en problemas.
-Majestad…- trató de rogar
-sigo esperando, Weasley – el rubio seguía la figura de la castaña por la ventana, en ese momento ella se giró y clavó sus ojos en él. Aquello lo hizo estremecer levemente ¿Qué diablos pasaba? El recuerdo de Astoria y su cuerpo seguía causando placer en su cuerpo, sin embargo, el sentimiento detrás de ello se iba diluyendo. No, aquello no era posible, se negaba a pensar en tal escenario, aquella situación no era producto de algún sentimiento hacía la castaña, era solo una forma de reafirmar su poder, pero ¿Qué pasaría cuando obtuviera la respuesta que tanto lo asustaba?
-Se lo imploro, Majestad – volvió a rogar el auror. Draco cortó el intercambio de miradas y con un leve movimiento de varita cerró las cortinas.
-Puedes hacerlo hablar o simplemente me encargaré de callarlo de por vida ¿Cuál escoges, Weasley? – sabía que debía verse como un desalmado y era probable que lo fuera, pero no le importaba, su papel era llevar las riendas del reino con mano firme.
-¡Cruccio! – volvió a conjurar el pelirrojo pero, esta vez con toda la rabia que tenía. Rabia con su rey por hacer aquello, pero, sobre todo, rabia con su hermano, quién siempre causaba problemas y que ahora sumaría uno más, las constantes pesadillas que lo atormentarían hasta el final de sus días recordando aquella tarde.
-¡Para! ¡Por favor detente! – escuchó las suplicas desgarradas de su hermano quien golpeaba el piso en un vano intento de librarse de la maldición. Para aquel momento, la sangre manchaba el inmaculado piso blanco de mármol. Una lágrima deslizó por la mejilla del gemelo, aquello dolía, lo desgarraba.
-Detente – ordenó el rey. Aquella orden lo alivió. La mano que sostenía su varita temblaba ostensiblemente y su garganta era un nudo -¿Quién lo ordenó? – volvió a preguntar.
-Piedad majestad, amenazó con matarme – susurró mientras un hilo de sangré bajaba por su barbilla. Aquella declaración dejó lívido al rubio. No, no podía ser, Astoria jamás llegaría tan lejos. Debía estar mintiendo.
-¿Sabías quien era?- preguntó clavando la mirada en el cuerpo que temblaba a sus pies.
-Al principio no, esa mujer me abordó, me dijo que era la princesa, no lo sabía, juro que no lo sabía – habló con desesperación. George se quedó estático ¿Así que todo era culpa de la chiquilla? Sabía que aquello no podía tener un buen final. La princesa jamás debió ir a su casa. La realeza no debía mezclarse, aquello siempre terminaba en desgracia.
-¿Quién te lo ordenó? – volvió a preguntar mientras se agachaba y tomaba la cara del hombre bruscamente – si hablas te perdonaré la vida – En aquel momento, el pelirrojo lloraba, por primera vez en su vida pensó que la muerte no sería importante si aquello significaba salvar a su familia, cerró los ojos y respiró profundo.
-No puedo decirlo – respondió temblando de miedo. El rubio se levantó alzando su varita apuntando al auror.
-¡Avada Kadavra! – dijo con fuerza. El pelirrojo en el piso abrió los ojos, esperando el momento en que el hechizo lo impactara, sin embargo, se dio cuenta que la varita del rey apuntaba a su hermano. La maldición asesina paso a escasos centímetros de George – La próxima vez dará en el blanco – advirtió el rubio – y si sigues negándote a contestar, haré traer a cada uno de los miembros de tu familia y los mataré uno por uno – amenazó volviendo a clavar sus ojos en los aterrados de él – y a ti pequeña comadreja, te dejaré vivo, recordando como cada uno murió frente a tus ojos – terminó sin bajar su varita, listo para matar a uno de sus aurores más capaces.
-Lady Greengras – gritó con voz estrangulada – Por favor majestad, por favor máteme, pero, protéjalos. Amenazó con matarlos. Se lo imploro – suplicó arrastrándose a sus pies. El brazo que sostenía su varita cayó inerte a su lado. Su mirada se perdió en la nada y su corazón se apretó. Aquello no había sido hecho por amor, aunque quería engañarse y creer que era obra de una mujer enamorada. Sin embargo, aunque trataba de ocultarlo al fondo de su mente, tenía pleno conocimiento de que las acciones había sido impulsadas por la sed de poder. Respiró profundo, no importándole por una vez en su vida sentirse vulnerable y traicionado. Incapaz de enfrentar la verdad se dio la vuelta y apoyó las palmas de sus manos en el escritorio, luego respiró profundo.
-Llévalo al calabozo, decidiré que hacer con él luego – ordenó para luego de fruncir el ceño y apretar la mandíbula sintiéndose miserable – trae a Lady Greengrass ante mí.
-Como ordene su majestad – respondió un Weasley desconcertado al ver al imponente rubio en un momento tan vulnerable, no siendo capaz de darle la cara a uno de sus aurores. Dejando de ser el rey imponente para volverse un ser humano más. Se giró para retirarse, pero la voz del hombre lo detuvo.
-Envía un escuadrón de aurores a custodiar a tu familia -ordenó sintiendo que era lo correcto. El pelirrojo se sorprendió de escuchar aquello. Su rey era otro ser humano con problemas, la diferencia era que no solo cargaba los suyos, cargaba los de toda su nación, en aquel momento recordó porqué su lealtad era acérrima.
-Se lo agradezco su majestad – no esperó respuesta de su parte, solo abrió la puerta y lo que encontró al otro lado lo hizo fruncir el ceño. La pequeña castaña estaba allí, sus ojos estaban húmedos y sus brazos colgaban laxos a los lados. Su varita yacía en el piso junto a los cuerpos desmayados de los aurores que custodiaban al rey. Jamás había visto una mirada tan apesadumbrada. Hizo una pequeña referencia y salió con su hermano en brazos.
Por otro lado, el sonido de objetos chocando contra las paredes la despertó de su letargo. Ella dio un paso adelante entrando a la habitación, una copa se estrello contra la pared a su lado y aquello la asustó. Escuchó los gritos de frustración del hombre frente a ella quién aún no se percataba de su presencia. Camino a su lado, y tomó tímidamente la manga de su túnica halándola suavemente.
-Basta – murmuró con la voz temblorosa – saldrás herido – cada músculo del cuerpo del rubio se entumeció y allí, en ese momento se permitió ser débil. Cayó en sus rodillas mientras sendas lágrimas, que aún no sabía exactamente a que sentimiento correspondían, recorrían sus mejillas. Sintió unos delgados brazos abrazarlo y lo recordó, aquella promesa que se habían hecho sin utilizar muchas palabras, siempre sutil pero firme – No necesitas hacer nada – él no necesitaba que ella explicara a qué se refería, era claro que le estaba diciendo que podría hacer de cuenta que nada de aquello había sucedido, que ella se encargaría en delante de lidiar con la rubia. Pese a ello, él se sentía incapaz de hacer aquello, porque, muy a su pesar, la castaña de ojos como el oro, había conseguido tener un espacio en su mente y aunque lo negara, en aquel momento y, durante mucho tiempo en el futuro, también en su corazón.
-Nada de esto es un privilegio ¿Verdad? – susurró girándose hacía ella, sabiendo que no necesitaba muchas palabras para que ella entendiera cada uno de sus sentimientos. Se permitió ser vulnerable frente a ella. Frente a la mujer cuya mirada empeñada por las lágrimas intentaba darle consuelo.
-No, es una cárcel disfrazada de privilegio – respondió. Sus palabras estaban acompañadas del peso de la sabiduría que no sabía de dónde provenía. Él acuno su rostro entre sus manos y apoyó su frente en la de ella.
Luego de aquel sucedo, los meses que siguieron fueron de total hermetismo, no vio en los pasillos a la rubia, tampoco vio mucho al hombre con el que se casaría. Su dama de compañía seguía viéndola con cariño, pero, cada uno de los pelirrojos había decidido mantenerse alejados, viéndola como aquella reina inalcanzable que ella no deseaba ser. Su vida quedó en el limbo, sintiendo sin en realidad sentir nada. Con la mirada perdida en el horizonte y la tristeza amenazando con acabar con ella. Incapaz de tratar si quiera de averiguar qué pasaba. Todo el palacio estaba envuelto en un aura de incertidumbre y pesadumbre. Aquello meses, de nuevo, fue la luz en los ojos de Theo lo que la mantuvo cuerda. Él la traía de vuelta a la realidad, pero, así mismo, la hacía pensar muchas cosas, replantearse cada pequeño detalle ¿Qué sentía? No lo sabía, a veces sentía que la culpa la carcomía al pensar que quizás solo usaba al castaño para no terminar de caer, sin realmente importarle lo que sucediera con él, en aquellas ocasiones de repente sentía ansias de vomitar y su apetito se iba por días. Había descubierto que le aterraba quedarse sola con sus pensamientos.
Los días pasaron sin que ella lo notara, sentía que su vida se había detenido mientras los demás continuaban. Aquel día en particular, fue uno de aquellos en los que se sentía profundamente deprimida. Sumida en sus pensamientos auto destructivos, quizás se debía a que el castaño no acudía a ella no sabía hacía cuanto tiempo, lo cierto era que, aquello la dañaba, la sumía en sus pensamientos, aquellos que se presentaban en forma de pesadilla, aquellos que representaban incertidumbre. Aquellos que simplemente no la dejaban en paz. La culpa la carcomía desde aquel día, la culpa de haber expuesto a la familia de la única persona que había considerado su amiga. Una voz la hizo salir de su cabeza, calvando su mirada en la de la pelirroja que la veía desde arriba.
-Alteza, permítame peinarla, la cena en su honor y está a punto de empezar – su acompañante de cámara llevaba dos horas intentando peinarla y arreglarla mientras ella yacía acostada en el pasto de los jardines que daban contra el balcón de su habitación en un desesperado intento de que el aire fresco alejara los fantasmas que amenazaban con matarla. Recordó que aquel día era su cumpleaños.
-Hermione, deja de torturar a la pobre mujer – un joven de ojos verdes había aparecido frente a ella, al escuchar su voz salto y se precipitó a sus brazos. Era una sensación bien conocida para él desde hacía meses, sentía que él era la cuerda que la sacaba del pozo en el que se había sumido sin decir una palabra y él había decidido ser lo que ella necesitara-
-¡oh no sabes lo mucho que te extrañé! – dijo contra su cuello, sintiendo los latidos acelerados de él mientras la envolvía entre sus brazos. Respiró profundo para oler aquel aroma familiar que devolvía un poco de luz a su vida. Era su polo a tierra, incluso más que antes.
También te extrañé, fue un mes largo – así que había pasado un mes, pensó la castaña. Sabía que había sido algún tiempo, pero, no imaginó que tanto. Al separarse él se quedó viéndola, era hermosa, una hermosa flor en un campo lleno de maleza. Una flor que estaba luchando fuertemente por no marchitarse – no iba a perderme tu cumpleaños – musitó mientras la jalaba al interior de su habitación – Feliz cumpleaños – una sonrisa apareció en su rostro mientras extendía una caja de terciopelo azul hacía ella.
Ella tomó la cajita con sus ojos llenos de emoción, aquella que despertaba sus visitas, emoción ante el escenario de recargar energías, sentía que de nuevo estaba siendo sostenida. Desató el nudo de regalo y la abrió, adentro había una cadena de oro blanco con un dije en forma de infinito surcado por zafiros.
-Es Hermoso Theo – dijo mientras levantaba su mirada de vuelta al chico frente a ella – podrías ponérmelo – se giró y levantó su cabello dándole al castaño acceso a su cuello.
Alteza, por favor quedan 10 minutos para el banquete, el rey me castigará si no está arreglada – Ante aquellas palabras su cuerpo se tensionó "castigo" un temblor recorrió su espina dorsal al recordar los gritos al otro lado de la puerta de nogal. La intervención de la mujer rompió la burbuja en la que estaban. El rey, pensó Hermione, por un momento, viéndolo a Theo había olvidado quien era, había olvidado por un momento los pecados que la perseguirían de por vida - el rey no se dará cuenta, está ocupado con Lady Aszorría – ella siempre decía aquello, pero, en realidad desconocía lo que estaba pasando, aquello era una forma de tapar la realidad - una risa de escapó de la garganta del chico - ¡oh! Lo siento, siempre olvido su nombre, Lady Astoria – intervino de nuevo apropiándose del papel que había hecho antes de ese día y que se volvía de nuevo fuerte cuando estaba con el castaño. Ella estaba tratando de que nadie se diera cuenta de lo que pasaba, estaba cargando con el peso de la incertidumbre.
Ella habría preferido que aquel año fuera como los anteriores, una cena para dos tranquila, sin ojos curiosos, corta, algo donde ella se sintiera más cómoda al intentar hacerlo agradable. Resignada se sentó en el taburete y permitió que la mujer blandiera la varita sobre su cabello, quedó parcialmente anudado para luego caer en una cascada sedosa de ondas. Luego una túnica azul, que la pelirroja tuvo que ajustar discretamente por la evidente pérdida de peso, con finos bordados en color plateado levitó hasta ella. Hermione desapareció detrás del diván para aparecer posteriormente vestida. Al final la mujer sacó de una caja una tiara y la puso sobre su cabeza. Los ojos del chico se iluminaron al verla, era simplemente hermosa.
-¿Y? ¿Te gusta? – comentó esperando una respuesta de su amigo. Sí, ella seguía siendo hermosa, incluso cuando estaba luchando por no marchitarse y él, él no la abandonaría incluso si aquello significaba perderse a sí mismo.
-Estas simplemente hermosa, Mione – las mejillas de la chica se enrojecieron mientras una brillante mirada era dirigida hacía ella – Alteza – expresó mientras le tendía su brazo – permítame escoltarla.
-Sería un placer, Lord Nott – sonrió ampliamente, decidida a dar lo mejor de sí misma aquella noche, en que vería al rubio después de no tener contacto alguno con él, después de haber visto su vulnerabilidad y luego la reconstrucción de su barrera de frialdad.
Justo cuando emprendieron camino por el largo pasillo, la figura imponente de un hombre rubio se dirigió hacia ella con ira, aquello la sorprendió, no era lo que esperaba.
-¿Crees que puedes jugar conmigo? – murmuro enojado mientras la tomaba del brazo fuertemente haciéndola soltar a Theodoro, ella había prometido portarse bien el día de su cumpleaños, pero siempre aparecía Nott y su ímpetu surgía como un volcán en erupción – llevo 20 minutos esperándote como un imbécil frente a todos.
-No pensé que te importara, el tiempo simplemente voló – sintió como él la sacudía bruscamente lastimando su brazo, ella sabía que estaba jugando con fuego, pero aun así decidió no detenerse. Lo hizo porque quería entender, quería saber en dónde estaba, quería saber a qué se enfrentaba.
- Y no me importa, pero, sigue siendo un desafortunado intercambio – aquellas palabras dolieron la ira brotó del pecho de ella logrando soltarse del agarre del rubio, mientras él jugaba a lastimarla. Aquella cena se había montado pensando en ella, en que ya había llegado el momento de que ella tomara el verdadero papel de la prometida del rey ya no era una niña, ahora debía mostrarse tanto como pudiera.
-Soy un desafortunado intercambio del que puedes deshacerte, pero, aquí estamos – luego con parsimonia se arregló y se giró hacía su amigo – Theo ¿Seguimos? – sonrió mientras se colgaba de su brazo, fingiendo demencia, fingiendo que jamás había visto su debilidad, ambos lo hacían. Detrás de los fríos ojos grises había miedo bien disimulado.
-Para desgracia mutua tendrás que ir conmigo hoy – sin delicadeza alguna tomó su mano y caminó por el pasillo, adueñándose de lo que le pertenecía, siendo seguidos por el castaño quien entró al salón por la puerta de invitados dejándolos solos – Tu y yo tenemos un trato Hermione – luego su mirada se desvió al collar que se posaba en su cuello - ¿quién rayos te dio ese collar? ¡esa no fue la joyería que hice te enviaran! – la chica llevó su mano al colgante mientras sus ojos se relajaban.
-Fue un regalo de Theo – una sonrisa se asomó por sus labios.
-Quítatelo – ordenó serio – tenemos un trato Hermione, dijo entre dientes mientras su furia cada vez bullía más.
-¡No! – sin darle tiempo a rebatir ingresó a la sala donde un silencio retumbó y los presentes se hincaron ante ella, incluyendo a la rubia que temblaba ante la vejación de rendirle respetos. Entonces la ignorancia la golpeó de repente ¿Qué había pasado? ¿Porqué estaba allí? Sabía lo que había dicho ese día, pero, no sabía que había pasado de aquella forma. Se obligó a levantar la mirada, imponente, decidida a aceptar su jaula.
La velada transcurrió aburrida, su hermano no había asistido por el inminente nacimiento de su hijo, al menos él había encontrado la felicidad. Theo estaba en una mesa alejada y ella debía mantenerse al lado del rubio "en su lugar", cumpliendo el trato que habían hecho aquel día cuando su mirada profundamente plata la había hipnotizado. Sacudió la cabeza de aquel recuerdo, ella había desechado la idea de felicidad hacía años, pero hacía unos meses, había descubierto que no había salida para ella y lo único que la hacía seguir fuerte ante aquel desafío era su amigo, aunque, sintiera su corazón acelerarse ante su cercanía, se había descubierto anhelando tener contacto con él. Sin embargo, cada que se quedaba sola, su mente la apuñalaba, instándola a pensar qué sentimiento la movía. Ahora no entendía nada. Ante el panorama que se extendía frente a ella, no sabía cómo o dónde pisar, deseó tener a Theo a su lado y tomar su mano pues en aquel momento el piso parecía estar desmoronándose.
Desde el día anterior su cuerpo se sentía extraño, ella lo atribuía al evidente deterioro de su salud que se veía claramente reflejado en su pérdida de peso y en la falta de color en su rostro. Durante la velada había tenido que disimular su cara de malestar, unos dolores insoportables se habían adueñado de su vientre, sentía que se iba a desmayar y, aquello no pasó desapercibido por el hombre a su lado.
-¿qué sucede Hermione? – ella se detuvo a verlo, contrariada, no sabía si decirle o no hacerlo, porque él podría pensar que tan solo era una excusa para eludir aquel show bien montado.
-No es nada – comento mientras intentaba enderezarse y olvidar el dolor sin tener éxito.
-Claro que ocurre algo, estás pálida – Pensó que aquello no era una novedad, llevaba meses pálida, pero, él no lo sabía porque se había alejado como si verla fuera un recordatorio de sus propios demonios. La respiración de ella empezó a hacerse pesada al tiempo que la cara del rubio empezó a reflejar preocupación – te sacaré de aquí
Luego sin dar mayor explicación la llevó afuera de la sala, estaban solos, la chica Weasley, encargada de su cuidado, se había retirado hasta que llegara el momento de ser llamada de nuevo. Al ver el dolor que se adueñaba de ella decidió alzarla y llevarla en brazos a su habitación, era muy liviana, más de lo que recordaba, debía reconocer que era muy delgada, fijo su mirada en la clavícula de ella descubriendo que se marcaba más que antaño. Vio como una mueca de dolor atravesó su rostro y estuvo asustado ¿Y si moría? Aún no se habían casado. Cuando entró en la habitación la acostó sobre la cama y se quedó mirándola ¿Qué debía hacer?
-Ayúdame – dijo ella bajito mientras señalaba los lazos de su vestido, quería que le ayudara a quitárselo, él retrocedió un pasó – sabes cómo hacerlo, se lo has quitado a ella, por favor, Draco – en su voz no había seña de desprecio al mencionar a la chica, solo genuina solicitud de ayuda.
-Será mejor que llame a tu ayuda de cámara – comento mientras buscaba su varita
-Solo ayúdame, no puedo hacerlo sola y realmente necesito sumergirme en el agua – no pudo evitar sonrojarse, él por su parte tragó fuerte, era verdad, él había desnudado a Astoria muchas veces, incluso, una que otra vez había cometido el desliz de meterse bajo las enaguas de otras mujeres, pero quitarle a ella su vestido era diferente, se sentía equivocado.
Al ver la mirada suplicante de ella accedió, deshizo los nudos de su vestido y lo hizo caer a un lado, al hacerlo una mancha roja se extendía en su enagua blanca, se tensó ¿Realmente podía morir? De repente la puerta se abrió y una pelirroja entró, cuando su mirada viajó hasta donde se posaba la del rubio puso sus manos sobre su boca.
-Alteza – murmuró llamando la atención de una adolorida Hermione.
-Ginny, que esperas, ayúdame por favor – murmuró mientras se sentaba al borde de la cama
-Llama al Sanador Real – ordenó el rubio – Hermione está enferma.
-¡oh! No, no. Ella no está enferma o bueno no así – sacó su barita y conjuró una tetera - ¡Tilda! – una elfa apareció e hizo las reverencias – En qué puede servirle Tilda a la ama – trae poción para los cólicos – luego al elfa desapareció ante la mirada desconcertada del rey.
-¿Qué diablos haces? – gritó exasperado el joven
-Majestad, su alteza no está enferma – se acercó a una adolorida castaña haciéndola levantar y guiándola al baño. Sintiéndose mal por su amiga, porque sabía lo que aquello significaba – ella se ha convertido en mujer – murmuró con pesadez en su voz tratando de mantener la compostura.
La declaración los dejó helados "convertirse en mujer" ellos sabían que pasaría en aquel momento, la respiración de ella se agitó, ella se había estado preparando todos esos años para ese día, pero por alguna razón desconocida su corazón se había partido y un nudo se había formado en su garganta, ahora lo que siempre había pensado como su futuro, se cernía sobre ella como algo inmediato. Algo inmediato y desconocido, porque desde hacía meses todo era lento y sin sentido.
-Debes estar equivocada Ginny, es mejor que llames al sanador – se negaba a aceptarlo, debía haber otra explicación.
-No alteza, es lo que es – su corazón latía desbocado, se soltó con violencia del agarre de ella. Tratando de buscar alguna pared que le diera estabilidad, pensó en Theo, en que la sostuviera como siempre y la hiciera entrar en un estado de momentánea tranquilidad.
-¡No! ¡No! ¡Estas equivocada! – ella cayó de rodillas mientras sus lágrimas empezaban a caer libremente y su cuerpo temblaba – no, por favor, llama al sanador, no puede estar pasando eso – la mujer guardó silencio sintiendo su corazón apretado, tratando a toda costa de no llorar por todo lo que aquello significaba para su muy querida amiga. Por su parte el rubio entendió todo, hacía mucho tiempo no veía debilidad en sus ojos, ella sabía que significaba aquello, siempre la había visto ser fuerte, pero hoy se daba cuenta que ella, con toda su preparación mental no había estado ni de cerca lista para enfrentarse con el día en que efectivamente tendría que casarse.
Él sintió de nuevo aquella debilidad que le producía verla sufrir, se arrodilló a su lado y la abrazó – todo estará bien Hermione – clavo su nariz entre su cabello y por primera vez descubrió que olía a vainilla, era la primera vez que sentía la necesidad imperativa de consolar a alguien. Era la primera vez que se acercaba a ella desde el día en que se permitió ser débil frente a ella.
-No, Draco, no – decía mientras se agarraba fuertemente de la túnica de él, sintiendo como sus lágrimas mojaban la tela.
-Tranquila, tranquila – ella escondió su rostro en el pecho de él mientras era alzada y depositada con delicadeza en su cama, ella aún se aferraba con fuerza al pecho de él y él mantenía sus brazos a su alrededor. Con el paso de los minutos su respiración empezó normalizarse, se había quedado dormida. Él se levantó dejándola suavemente sobre su almohada y salió de la habitación, afuera se encontró con un Theodore preocupado y un Severus impávido.
-Ha bajado su primer sangrado – dijo mientras exhalaba todo el aire que había retenido en sus pulmones.
Haré los arreglos – el hombre giró sobre sus pasos y desapareció por un pasillo. Sabía que aquellos arreglos eran fijar una fecha para el compromiso y la posterior boda, clavó su vista en el suelo, de repente las baldosas le parecieron muy interesantes, luego recordó que no estaba solo, alzó su mirada y se encontró con una mirada verde apesadumbrada, humedecida.
¿guardabas la esperanza de casarte con ella? – murmuro con sarcasmo – siento decepcionarte, ella es mía desde hace años –
-Ella es una persona no un objeto, majestad – aquella última palabra fue expulsada de su boca con asco.
-Es una mujer que jamás va a estar en tu cama – su mirada era cortante e imponente – debes sentirte miserable de saber que la tienes tan cerca y lejos a la vez – luego con ese último comentario se giró y caminó por el pasillo que se dirigía a sus aposentos.
-Es una mujer que jamás estará en su cama por voluntad – aquello lo hizo frenar en seco, la rabia se adueñó de su cuerpo y no sabía si se debía a las palabras insolentes de él o al descubrimiento de que él tenía razón.
-Eso lo veremos – y sin permitir alguna otra palabra se perdió en el siguiente pasillo con la ira desbordando de sus poros.
¿Qué tal? ¿Se lo esperaban? Cuénteme que les pareció, saben que sus opiniones nutren a esta lectora y siempre son tenidas en cuenta.
