Inhaló con fuerza, un olor almizclado, ligeramente fétido que deleitaba sus sentidos, su nariz a escasos centímetros de la concavidad, sintiendo con la punta de ésta los cortos vellos pelirrojos que comenzaba a crecer nuevamente.

Amanda se mantenía acostada sobre la cama, un sonrojo tímido extendido por sus mejillas contrastaba con su sonrisa altanera y sus manos servían como almohadas, exponiendo así sus axilas a la vista de Diana, brillantes a la luz de una bombilla por el sudor en ellas; Diana estaba a gatas sobre ella, sus piernas encerraban entre ellas a la suya izquierda, su rostro bajo, entretenido tomando con besos y suaves lamidas el sabor salado de sus axilas y deleitándose con su fuerte esencia, y su espalda arqueada terminaba con su trasero elevado, oculto por la falda de uniforme. Amanda se encontraba deseosa por tocarlo, por apretar la suave carne y sentir la tierna piel, pero por ahora complacería gustosa a Diana con su fetiche.