Capítulo 3: Registros
Donald y Elvira se dirigieron al hospital poco después de que los patitos rompieran el cascarón. La abuela había dicho que era necesario para que pudieran comprobar que estuvieran sanos y pudieran registrarse como habitantes de Duckburg. Daisy, Panchito y José habían insistido en ir, pero ninguno pudo hacerlo. Elvira dijo que no era conveniente que un grupo tan numeroso fuera al hospital y nadie pudo, o se animó, a contradecirla.
El tiempo de espera fue largo y Donald sintió una profunda amargura al recordar el motivo por el que estaba allí. Della era la madre de los pequeños, era ella la que debería estar en su lugar, preocupada por la salud de sus hijos y ansiosa por registrar sus nacimientos. Pero ella se había ido y Donald dudaba que pudiera regresar.
Donald sintió el enojo invadirlo. Estaba molesto con Della, pero era Scrooge McDuck el motivo de la mayor parte de su enojo. No solo era el enojo que le provocaba saber que fue su idea la construcción del cohete, también lo era el hecho de que se lo ocultara. Si bien llegó a enterarse de este antes de que su hermana lo robara, le dolía la idea de que no lo tomaran en cuenta y tener que enterarse por sus propios medios.
Fueron atendidos por una doctora. Donald sabía que era parte de los procedimientos, pero se sintió un tanto incómodo al ver como tomaban una muestra de sangre de cada patito. Le habría reclamado de no ser por su abuela, quien previendo que causara un problema, lo tomó de la mano.
La doctora revisó a los tres patitos por separados. Utilizó un cepillo para separar las plumas y revisar que todo estuviera en orden. Los pesó y los midió ante la atenta mirada de los parientes de los bebés. Tuvo algunos problemas con Dewey al ser demasiado inquieto y con Louie al permanecer dormido la mayor parte del tiempo.
—¿Cómo están?
—Tienen un peso ligeramente debajo de lo recomendable, nada por lo que preocuparse, especialmente tratándose de trillizos. Sus plumas tienen un color saludable. Los resultados de los exámenes de sangre tardarán en estar listos, pero por ahora puedo decirles que no hay de qué preocuparse.
—Gracias, doctora.
Dewey comenzó a llorar. Huey lo imitó y Louie no tardó en hacerlo. Elvira aprovechó la ocasión para mostrarle a su nieto como cargar a los bebés y dejó que este se encargara del menor de los trillizos. Pasaron varios minutos antes de que se calmaran y volvieran a dormirse. Durante todo ese tiempo la doctora esperó y no dio señales de impaciencia.
—¿Cómo se llamarán los niños?
Donald escribió los nombres que él había elegido para los patitos. Sabía que Della hubiera preferido llamarlos Jet, Turbo y Rebel respectivamente, pero no iba a permitirlo. Se lo había dicho a su hermana, no podía permitir que sus sobrinos tuvieran nombres de mascotas, incluso si para hacerlo tenía que ir en contra de los deseos de la madre de los niños.
—¿Nombre de los padres?
—Della Duck y —Donald calló, su hermana nunca le había dicho nada acerca del padre de los patitos. Ella solía escaparse con frecuencia, un día simplemente dijo que se convertiría en madre y no dio más explicaciones.
—¿No es usted el padre de los niños? —preguntó la doctora notablemente confundida.
—No, soy el tío. Mi hermana… ella —Donald tenía problemas para hablar, solo el decir en voz alta lo que había pasado resultaba más doloroso —, ella se ha ido y… me ha dejado solo con los huevos.
—Entiende que esto es una situación bastante irregular.
Donald le presentó a la doctora los papeles que la reportaban como desaparecida y una de las pocas fotografías que quedaban de la lanza de Selene. Las autoridades no la habían dado por muerta, Donald estaba seguro de que tenía mucho que ver el hecho de que Scrooge McDuck continuara buscándola, por lo que Donald fue nombrado el tutor legal hasta que esa situación cambiara, para bien o para mal.
—Lleve este documento al área de registro —la doctora le extendió a Donald una carpeta con el informe médico de los pequeños y los documentos que lo respaldaban como tutor legal.
—Gracias —dijeron abuela y nieto al unísono.
—Que tengan un buen día.
—Igualmente —respondieron Donald y Elvira.
Elvira colocó a los niños en el cochecito que les había dado como obsequio por su nacimiento. Lo había comprado poco después de que Della pusiera los huevos y para hacerlo tuvo que visitar varias tiendas. En la mayoría le ofrecían cochecitos para gemelos o un solo niño y en la única que encontró uno, era el último que quedaba.
—¿No es usted muy mayor para tener hijos? —le preguntó la encargada de registro, su gesto denotaba fastidio —, y no piense que soy imprudente, pero su pareja es muy joven, podría ser su...
—¿Mi nieto? ¿es lo que iba a decir? Porque lo es, yo lo estoy ayudando con el registro de los niños —respondió Elvira molesta, al ver que estaba por hablar, la calló con un gesto de mano —, larga historia, le basta con saber que él es el tutor legal responsable.
Donald presentó los documentos que le pidieron, pero no pudo dar muchos detalles sobre lo ocurrido con su hermana. Conforme más hablaba la trabajadora social, más grande era su enojo. No pudo controlarse. Agitó sus manos y pateó el aire antes de tirar todo lo que se encontraba en el escritorio. De no ser por la intervención de Elvira, habría sido peor.
—Enviaré a unos asistentes sociales para que verifiquen que es acto para cuidar de los pequeños —la señora magistrado colocó una hoja sobre la frente de Donald haciendo que su rostro se tiñera de rojo —, deme un motivo más para dudar y no volverá a ver a ninguno de los patitos.
—Descuide, le aseguro que todo está en orden y que no encontrará ninguna irregularidad.
—Ya veremos.
De camino a la casa, Donald hizo una pausa para comprar algo de Duck-Cola. Si bien el proceso de registro no había sido hecho en su totalidad quería comprar algo para celebrar el nacimiento de los niños y el hecho de que, hasta el momento, las cosas iban transcurriendo relativamente bien. Le dolía que Della no estuviera y que Scrooge no lo hubiera mantenido al margen del asunto de la Lanza de Selene, pero no quería pensar en eso, prefería enfocarse en otras cosas que requerían de su atención.
—Donald, los nombres ¿fueron tu idea? —preguntó Elvira y eso le resultó extraño al pato vestido de marinero.
—¿Por qué preguntas?
—Conozco a mis nietos y sé que Della habría elegido nombres más… extravagantes.
—Un nombre es muy importante y puede marcar de por vida.
Elvira no volvió a hablar durante el resto del camino y Donald agradeció por ello. El tema de Della era algo que seguía doliéndole, igual o más que cuando se enteró. No quería hablar del tema, pero tampoco sabía qué decir. El silencio le parecía mucho más confortable, aunque no dejaba de ser incómodo y de sentirse pesado.
—¿Cómo les fue? —Panchito fue el primero en preguntar.
—¿Los patitos están saludables? —preguntó Daisy.
—Cuéntanos todo —pidió José.
—No hay mucho que contar —respondió Donald —les hicieron varias pruebas y determinaron que todo está en orden.
—¿Incluso el patito que dejaste caer?
—Donald Duck ¿Qué significa que dejaste caer un patito? —preguntó Daisy y se veía realmente molesta.
—Son bromas de Panchito —respondió Donald notablemente nervioso —. ¿Verdad, amigo?
—Pero —Panchito entendió el mensaje de Donald cuando recibió un codazo en el abdomen —, sí, una inocente broma, no es como si nuestro amigo Donaldo hubiera hecho malabares con los huevos.
—Espero que sea solo una broma de mal gusto —Daisy no parecía del todo convencida —, no querrás que servicios sociales te quiten a tus sobrinos.
—Eso no pasara.
Mientras que Daisy, Panchito y José jugaban con los patitos, Donald y Elvira se encargaban de preparar la comida. El proceso de registro les había tomado mucho tiempo y comenzaban a sentirse hambrientos. Ocasionalmente volteaban para poder ver a los pequeños. No era preocupación o desconfianza, era el deseo de poder ver una imagen que les parecía de lo más adorable.
Huey, Dewey y Louie fueron los primeros en comer. Elvira aprovechó la ocasión para explicarle a Donald una vez más la forma correcta en que debía prepararse la mezcla para bebés y cómo estos debían ser alimentados. Cuando comenzaron a llorar después de ser alimentados, Donald estuvo cerca de tener un ataque de pánico.
—¿Es normal que lloren después de comer? ¿Se están ahogando? ¿Les cayó mal la comida? ¿Tienen frío?
Normalmente entender lo que Donald decidía era complicado, pero en esa ocasión lo era aún Hablaba demasiado rápido, sin hacer ningún tipo de pausas. José tuvo que obligarlo a callarse.
—Tranquilo, Donald, solo es un cólico. Observa lo que hago.
Elvira tomó primero a Huey y lo colocó sobre su espalda. Lo golpeó con suavidad, provocando que el pequeño eructara. Luego hizo lo mismo con Dewey y le pidió a Donald que se encargara del menor de los tres hermanos.
Daisy, Panchito y José se encargaron de limpiar la mesa y la cocina en lo que Elvira y Donald se encargaban de llevar a los patitos a la habitación de Donald. Aunque la casa-bote era pequeña el motivo de esa decisión era su deseo de estar lo más cerca posible de los pequeños, deseo que Elvira respetaba y apoyaba.
