Capítulo 6: V de venganza

Donald abrió el sobre que contenía su salario notablemente emocionado, tenía varias deudas y sus sobrinos necesitaban de varias cosas por lo que ese dinero era más que bien recibido. Ver una cantidad menor a la usual lo hizo sentirse defraudado. Encontrar un papel le hizo creer que se le pagaría después el faltante, no tardaría en darse cuenta de lo equivocado que estaba.

En la nota no solo se anunciaba un cambio en la modalidad de pago, se pagarían por las cajas transportadas, sino que también se le notificaba que se le cobraría por lo que, consideraban tiempo perdido, incluyendo la espera de barcos, aeroplanos y camionetas repartidoras, almuerzos, retrasos y cualquier tipo de distracción.

—Esto no se puede quedar así.

—El jefe nos va a escuchar, no puede solo hacernos esto y esperar que nos quedemos de brazos cruzados.

Muchos trabajadores se mostraron inconformes y todos acordaron ir al departamento de recursos humanos inmediatamente. Donald no era el único que pasaba por una situación económica difícil o que pensaba que lo que hacían era injusto.

—Me temo que no puedo hacer nada les dijo la encargada del departamento de recursos humanos —. Son órdenes de arriba.

—Entonces iremos a huelga.

—Tal vez sí pueda hacer algo —comentó la encargada de recursos humanos —. Organizaré una reunión con el comité para que puedan llegar a un acuerdo.

Donald no creía que esa reunión pudiera resolver algo, pero lo dejó pasar. Estaba dispuesto a participar en la reunión y a seguir el protocolo, pero también a luchar si todo eso fallaba. Había trabajado muy duro para esa empresa y consideraba injusto que el dueño se enriqueciera a costa del trabajo y sacrificio de empleados como él.

—¿Cómo están los niños?

—Dormidos, acaban de comer.

Donald se dirigió al cuarto de los pequeños. Verlos dormir tan pacíficamente lo hizo sentir un poco mejor, pero también aumentó su amargura.

Había planeado comprarles ropa, unos peluches, sábanas y otros productos de higiene personal, pero con su salario apenas le alcanzaba para los pañales y es que, a pesar de que eran pequeños, necesitaban de muchos cambios en un solo día.

—¿Cómo te fue en el trabajo? —le preguntó Fethry.

—Lo mismo de siempre —respondió con fastidio, fue en ese momento que vio un sobre abierto en la mesa.

—Llego el correo ¡felicidades, ganaste una casa!

Donald abrió el sobre incrédulo, él nunca ganaba nada, estaba consciente de su mala suerte por lo que había dejado de participar en rifas y loterías. Leyó el documento, comprobando que Fethry había leído su correo. Esto último debería molestarle, pero era imposible sentirse molesto cuando se era el dueño de una propiedad. No podía esperar para contarle a Daisy o para ver su nueva adquisición.

La felicidad que sentía se esfumó cuando terminó de leer el documento. Él no había ganado nada, Gladstone sí y el cartero le había entregado su correspondencia por error. Donald estaba furioso, tanto que planeaba destruir el sobre, mas una idea lo hizo detenerse. Gladstone no sabía que había ganado esa propiedad y Villa Rosa era un terreno que había sido rifa do por el estado por lo que dudaba que alguien lo reclamara.

Era algo ilegal, lo sabía, pero no le importaba. Una parte de Donald creía que estaba haciendo lo correcto e incluso que él merecía esa propiedad más de lo que Gladstone lo hacia. Su primo tenía más de lo que necesitaba y él a tres patitos que lo necesitaban, él había trabajado mucho y estaba más que convencido de que lo merecía.

—Creo que es un buen momento para ver mi nueva propiedad —comentó Donald con una voz maliciosa que Fethry ignoró.

Ambos prepararon a los trillizos y los subieron a la silla especial que Donald había comprado poco antes. No había terminado de pagarla y sabía que se demoraría más de lo pensado, pero no se arrepentía pues la seguridad de los niños era su prioridad.

Villa Rosa no era lo que esperaba. Había esperado encontrar una mansión con enormes jardines y no había duda de que en algún momento lo había sido, pero ya no lo era y solo quedaba una casa en ruinas y un jardín que se parecía más a una selva.

Donald se dijo que Gladstone se habría sentido ofendido de haberse ganado esa propiedad, pues así era como se sentía.

—No está tan mal —comentó Fethry, la sonrisa en su rostro hacía difícil creer que estuviera siendo sarcástico —, el jardín puede posarse y tiene espacio para que los niños jueguen y se me ocurren varias ideas para la remodelación, quedaría mejor que in castillo.

Al principio Donald creyó que su primo se burlaba de él, pero luego de reflexionar un poco llegó a la conclusión de que no era tan malo. Donald había construido su bote con sus propias manos desde cero y estaba seguro de poder hacer lo mismo con Villa Rosa.

—¿Puedes cuidar a los niños en lo que reviso el lugar?

Fethry asintió y se llevó a los niños al jardín. Les habló sobre la mansión y los planes que tenía para ese lugar, algunos un tanto inusuales y otros bastante prácticos.

Donald se dejó caer sobre el primer sillón que encontró. De inmediato se arrepintió por lo que hizo pues se vio rodeado de una nube de polvo y el sillón no era tan cómodo como se veía. Se levantó e intentó voltear el cojín con la esperanza de que estuviera menos sucio, no esperó encontrar un compartimento.

Lo abrió, encontrando lo que parecía ser un traje de superhéroe y un diario. Sabía que el traje tenía décadas pues era el tiempo durante el que Villa Rosa había sido abandonada, pero le costaba creerlo porque el traje parecía estar en perfectas condiciones. Leyó el diario y no pudo dejar de hacerlo. John Quacket le parecía alguien fascinante, un noble que había usado el alterego de Fantomius para vengar ofensas, muchas personales o simplemente burlarse de quienes se burlaban de él o se aprovechaban de sus privilegios para humillar a los más vulnerables.

—¡Donald! —lo llamó Fethry —. ¿Dónde estás?

Donald se apresuró en ocultar el traje y el diario en el comportamiento. Planeaba regresar por esas cosas después y seguir con las reconstrucciones de Villa Rosa. Si lo que el diario decía era cierto, algo en lo que creía firmemente, Villa Rosa tenía más secretos de los que podía imaginar y él quería utilizarlos a su favor.

La reunión con el dueño de la compañía fue tal y como imaginó. Él ni siquiera se presentó, el gerente acudió en su lugar y les reafirmó lo que ya sabían. No solo se mantendrían las medidas implementadas sino que también se despediría a todo aquel que se opusiera. Donald no podía renunciar, la trabajadora social desconfiaba de él y temía perder la custodia de sus sobrinos.

Donald se mostró derrotado. Regresó al trabajo con una actitud sumisa y no se quejó. Cargó todas las cajas que pudo y evitó cualquier situación que pudiera causar una amonestación. Ante los ojos de sus compañeros y superiores Donald había aceptado su derrota, por dentro estaba planeando su venganza.

Regresó a Villa Rosa. Se dedicó a estudiar el diario y los secretos que este contenía. Probó las armas que tenía a su alcance y creo una coartada. John Quacket había encontrado su nombre en su deseo de ser tan silencioso como un fantasma a la hora de robar o de burlarse de sus enemigos, él se convertiría en la pesadilla de aquellos que, aprovechándose de su poder, se enriquecían a costa de los más vulnerables.

Esa noche se presentó en la fábrica con el traje que Fantomius usó en el pasado. Utilizó un derretidor universal para atrevesar las paredes y se dirigió a tesorería. Partió la caja fuerte en dos usando una pistola láser. Buscó las cámaras de seguridad, esa era la única habitación que las tenía y las destruyó en un instante.

Repartir el dinero entre los trabajadores no fue complicado. Tiempo atrás, cuando vivía en la mansión, Scrooge McDuck le había encargado deshacerse de un dispositivo que Gyro había creado, este era capaz de abrir cualquier puerta y su tío lo consideró demasiado peligroso. Donald había olvidado deshacerse de él y se alegraba por ello.

Abrió todos los casilleros, incluyendo el suyo, y dejó una parte del dinero en su interior. También dejó una nota en la oficina del gerente. Sabía que era imprudente confesar el motivo de su crimen, pero quería asegurarse de que no recuperarán el dinero y que deshicieran las reformas hechas al salario.

La última parte de su plan fue la coartada. Solo durmió una hora y todo su cuerpo le dolía, pero nadie que viera el jardín podría dudar que estuvo trabajando durante horas.