Capítulo 7: Emboscada
El plan no funcionó.
Todos los trabajadores pudieron conservar el dinero que Paperinik les había dejado, pero la situación laboral, aunque cambió, no fue para mejor. Esto en un principio molestó a Donald, pero luego vio en ello una oportunidad para obtener lo que él y sus compañeros de trabajo querían.
La junta directiva se había reunido para crear un nuevo contrato y habían decidido aspectos importantes como el nuevo salario, la cantidad de horas laborales y el precio de las amonestaciones. Todos los acuerdos que fueron tomados tenían como único propósito recuperar el dinero perdido. Dicho documento solo necesitaba de una firma y, una vez aprobado, no podría ser modificado.
Paperinik tenía un plan, interceptar dicho documento. Utilizó un corsé tan ajustado que le dificultaba respirar al estar demasiado ajustado, relleno y un vestido casi tan ajustado como su corsé. Una peluca y maquillaje ayudaron a darle un aspecto más femenino. "Me veo bien", pensó Donald en cuanto se vio al espejo.
Infiltrarse a la fiesta no fue difícil. El disfraz de Paperinik y una lámpara de Villa Rosa le ayudaron a dejar a uno de los miembros de la Junta directiva profundamente dormido y sin ningún recuerdo de la fiesta o de la invitación que Paperinik le había robado.
Donna se presentó a la fiesta. Entregó su invitación y nadie cuestionó si está realmente le pertenecía. Buscó con la mirada al presidente de la junta directiva. Sabía que él era el encargado de entregar el documento que debía robar y que este no se hubiera encargado de esa tarea de no ser porque le daba la excusa para asistir a esa fiesta.
No tardó en dar con él. Peter Dogman estaba en la barra, tomando un licor que tenía aspecto de caro. Donald tocó el sobre que estaba oculto en su falda, quería asegurarse de que todo marchara correctamente.
Fue en ese momento que llegó el hijo del dueño de la empresa. Todo en él delataba su inexperiencia y el hecho de que, si estaba a cargo de dicho negocio, era únicamente porque lo había heredado de sus padres. Donald sonrió para sus adentros, eso lo facilitaba todo.
Decidió acercarse después de que se hiciera la entrega del sobre. El presidente de la junta directiva se alejó y ella se acercó pretendiendo estar interesada en tomar una bebida. No tuvo que pretender tropezar, el corsé y los tacones que llevaban hacían que tuviera problemas para caminar, lo que si tuvo que aparentar era que estaba apenada.
—Lo lamento tanto —le dijo y pretendió querer arreglar lo que su caída había provocado.
Si bien era cierto que la voz de Donald muchas veces era inentendible, también lo era que era bueno imitando voces y en esa ocasión estaba usando la de su hermana Della. Mantuvo su cabeza en el piso en un intento por mostrar sumisión y se agachó de tal forma que su busto, aumentado por el corsé y el relleno, resultara más visible.
—Descuide, solo es un poco de champán —Donald supo en ese momento que había caído.
—Estoy tan apenada, si hubiera algo que pudiera hacer para compensarlo.
—Puede sentarse conmigo y beber champán —le dijo Zack Owlson de forma coqueta —, yo invito.
Donald sonrió, asegurándose de que su sonrisa no mostrara ningún tipo de emoción. Quería que Zack la interpretara como quisiera y eso fue lo que pasó. Donald tomó asiento a su lado y Zack pidió que le sirvieran el champán más caro.
—¿Qué hace una jovencita tan bella como usted aquí?
Donald bajó la mirada, fingiendo timidez. Tartamudeó un par de veces, evitando de ese modo dar una respuesta clara. La llegada del mesero hizo más sencillo evadir esa pregunta.
—No sé si sea buena idea —dijo tan bajo que era difícil de escuchar —, no tengo tolerancia al licor.
Eso era mentira. Su bien era cierto que de los Tres Caballeros era quien tenía una menor tolerancia al licor, siendo Panchito el que tenía mayor aguante, también lo era que podía soportar grandes cantidades de alcohol sin sucumbir ante los efectos.
—Descuida, yo cuidaré de ti.
Eso también era mentira y Donald lo sabía. Había notado la forma en que lo veía. Rara vez había visto su rostro pues su atención se encontraba divida entre su escote y sus piernas, algo que pudo corroborar cuando acomodó su vestido de modo de que fuera más visible.
Donald sonrió y aceptó la bebida. Pretendió estar un poco mareada. Zack le creyó y pidió más bebidas para los dos. Tuvo cuidado en mostrar que el alcohol le afectaba, pero no lo suficiente para que pudiera ser llevado al dormitorio del dueño de la compañía.
Se necesitaron de cuatro rondas para que Zack sucumbiera. El rostro de Donna estaba sonrojado, pero su mente estaba lo suficientemente lucida para continuar con el plan.
Donald tomó el sobre que Peter le había dado poco antes, teniendo cuidado de no levantar sospechas y le entregó el que él había preparado horas antes. Zack estaba demasiado ebrio para ser consciente de lo que estaba firmando y a nadie le importaba lo que ellos hacían. Para ellos se punto la mayor parte de los invitados se encontraba en un estado similar al de Zack.
Donald se había asegurado de deshacerse de su disfraz antes de dirigirse a la casa bote. Villa Rosa le fue de mucha utilidad pues pudo cambiarse sin tener que preocuparse por ninguna visita inoportuna. Al llegar a la casa no le pareció extraño ver las luces encendidas, Daisy le había dicho que cuidaría de los niños así que supuso que estaría viendo alguna película romántica o escribiendo un artículo.
No tardaría en darse cuenta lo equivocado que estaba.
Sus sobrinos no estaban solos, pero no era Daisy quien los acompañaba.
Era Scrooge McDuck.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó. El único motivo por el que no gritaba era porque no quería despertar a los niños.
—Elvira y Daisy me llamaron —a Scrooge McDuck no parecía importarle su mal humor.
—Eso no responde mi pregunta y lo sabes.
—No tengo porque darte cuentas —respondió Scrooge y su mirada se posó sobre los niños.
Fue en ese momento que Donald notó las medicinas que había a un lado de la cuna. El enojo que sentía fue reemplazado por preocupación.
—¿Los niños están bien?
Scrooge le mostró el termómetro. La temperatura que este mostraba era la adecuada.
—Ahora lo están.
Donald se sintió culpable. Mentalmente se dijo que nunca se perdonaría si algo les hubiera pasado durante su ausencia.
—Vendré a verlos más seguido, es evidente que no puedes cuidar tú solo de los niños de Della.
Donald gruñó a modo de respuesta. Estaba molesto, no podía negarlo, pero también conmovido. Scrooge se había preocupado por los patitos y eso le hizo considerar, por primera vez, que había sido egoísta, al querer sacarlo de su vida y la vida de sus sobrinos.
—Gracias —le dijo con dificultad —, ahora yo cuidaré de ellos. Puedes venir cuando quieras.
—¿Qué dijiste?
Donald le dedicó una mirada cargada de reproche a su tío. No sabía si se estaba burlando de él o si realmente no lo había entendido. Ciertamente no era algo que le importaba.
—Eres bienvenido en está casa.
—No es como si necesitara tu aprobación.
