Capítulo 9: Sueños


Donald se sintió molesto cuando tuvo que quitar la pintura rosa de la pared. Sabía que tendría que comprar más pintura y temía que los gastos se salieran de su presupuesto, el cual, pese a las mejores en las condiciones laborales, seguía siendo limitado. Tenía tres bebés a quien cuidar y muchos gastos. Los pañales, la fórmula y la ropa que en poco tiempo dejaba de quedarle, eran costosos.

—Tenías razón, la pintura se quita fácil.

—Debería cobrartela.

—Ánimo, Donald, todo saldrá bien.

Donald quería creerle, pero no podía. En especial cuando vio su pie en el interior de la cubeta de la pintura rosa. Era pintura de agua por lo que sabía que no tendría problema para removerla. Intentó liberar su pie y, aunque lo logró, terminó rompiendo una de las ventanas, la única que se encontraba intacta.

—¿Quién tiene hambre? —preguntó Mickey. El ratón conocía lo suficiente a Donald para saber de los problemas que podrían causar su mal temperamento.

—Me gusta como suena eso, todavía no he almorzado y apuesto a que los niños también tienen hambre.

Goofy se había encargado de alimentar a los pequeños, utilizando la pequeña cocina que Donald había llevado el mes pasado. No tenía problemas comiendo comida fría, había tenido que hacerlo muchas veces en el trabajo y los niños muchas veces acaparaban todo su tiempo, pero prefería la comida caliente por lo que instaló una cocina en cuanto hubo restablecido la electricidad.

Reparar la electricidad no fue sencillo. Donald se había caído, cortado y recibido varias descargas eléctricas, todavía tenía varias plumas quemadas que lo evidenciaban. Agradecía el que Daisy le hubiera regalado y aplicado algo de ungüento. Pensar en su novia había hecho que su temperamento empeorara de nuevo. Sabía que estaba en una cita con Gladstone, ella se lo había dicho, también sabía que su primo no perdería la oportunidad para conquistarla, que utilizaría su buena suerte para impresionarla, llenarla de regalos y hacerlo ver mal.

—¿Donald, estás bien?

—Estaba pensando. Villa Rosa es grande así que podría construir unos departamentos y alquilarlos.

—¿No vas a vivir aquí?

—Es un lugar muy bonito.

—Lo haré, pero no pienso usar todo el espacio y es difícil conseguir un lugar para vivir en Duckburg.

—Yo también tengo un proyecto en mente ¿recuerdan los cortos que grabamos cuando éramos jóvenes?

Donald y Goofy asintieron.

—¿Qué tiene?

—Me gustaría abrir un club nocturno, podría usar esos videos para entretener.

—Podrías hablar con tío Scrooge. Él siempre está interesado cuando se trata de dinero, además tú le agradas.

—¿Seguro?

—Sí, tío Scrooge es dueño del 99% de los negocios en Duckburg y apuesto a que está interesado en abrir un club nocturno.

—Nosotros podemos ayudarte. Apuesto a que será diverido.

Dewey fue el primero en llorar y sus hermanos no tardaron en imitarlo. Goofy intentó calmarlos, revisó sus pañales e intentó alimentarlos, pero nada parecía funcionar. Los patitos no se calmaron hasta que Donald los cargó.

—Que lindos, extrañaban a su tío.

—Quédate con ellos, Goofy y yo seguiremos con las reparaciones.

Donald estaba cargando a los pequeños cuando se quedó dormido. Desde pequeño había amado dormir pero el trabajo, los niños, Villa Rosa y Paperinik abarcaban la mayor parte de su tiempo y energías.

Minnie había ido a visitar a Mickey y su llegada fue muy oportuna. Los trillizos habían estado jugando con la fuente en la que Donald estaba trabajando el día anterior y una de las piezas había estado con cerca de caer sobre los pequeños, algo que Minnie evitó.

Al principio Minnie se sintió molesta y planeaba reclamarle a Donald por su descuido, pero notó las ojeras en su rostro y decidió que merecía descansar un poco.

—¡Hola, Minnie! ¿Qué haces aquí? —preguntó Mickey sorprendido. Él y Goofy estaban cubiertos de pintura y polvo.

—Vine a verte ¿Hay algo de malo en eso?

Mickey negó.

—Solo tenía curiosidad.

—Daisy y yo hemos estado viendo algunos edificios y encontramos uno que sería ideal para el club nocturno.

—Eso suena emocionante —apoyó Goofy y se notaba que su emoción era sincera.

Donald despertó poco después y lo primero que hizo fue buscar a los trillizos. No encontrarlos había hecho que se sintiera aterrado. Corrió por todas partes y estuvo a punto de ingresar a uno de los pasillos ocultos cuando vio a sus amigos jugando con sus sobrinos.

—Tranquilo, Donald, tenemos todo bajo control.

Donald logró tranquilizarse, pero la calma le duró muy poco. Esta desapareció en cuanto vio el césped y los arbustos, todos cubiertos de pintura.

—No se notará después de que podemos el patio.

—Y ya terminamos por lo que no hace falta comprar más pintura.

Donald contó hasta diez en un intento por calmarse. No quería enojarse, en especial porque sentía que estaba en deuda con sus amigos.

—Gracias —les dijo después de una larga pausa —, no sé qué haría sin ustedes.

—Para eso son los amigos.

Las reparaciones en Villa Rosa no habían terminado, pero eso no evitó que Donald llevara a Daisy. Mickey y Goofy lo habían ayudado a hacer que Villa Rosa fuera un lugar habitable. Quería hablar con ella de algo importante y sentía que ese era el momento de hacerlo.

Fethry lo había ayudado con su aspecto. Él había elegido la ropa que vestía e incluso lo peinó. Le dio varios consejos y lo ayudó a preparar el menú de su cena especial.

—Según el libro de Wally Fisso, lo más importante en una buena relación, es una pregunta muy importante y no solo debes estar seguro de que ambos están listos y que lo quieren.

—Hemos salido desde que éramos adolescentes, supongo que hace mucho estamos listos ¿recuerdas lo que dijo Clarabelle? Una mujer solo puede esperar unas pocas décadas por una propuesta.

Goofy se había ofrecido a cuidar de los trillizos y él aceptó pese a que tenía sus dudas. Goofy era un gran padre, Donald estaba convencido de que su amigo era el mejor padre del mundo, pero sus dudas eran porque Max estaría en la casa y no quería sobrecargarlo. Donald sabía lo demandante que podía ser cuidar de cuatro pequeños.

—Cuida de tu temperamento, no creo que sea un buen momento para pelear.

Donald río avergonzado. La última vez que había hablado con Daisy no quedaron en los mejores términos. Ella le había reclamado por desatenderla, algo que no podía negar, él era consciente de las veces en que llegó tarde a las citas y de las veces en que se había quedado dormido en medio de esas citas. Daisy se había ido con Gladstone y su primo había sido muy detallista cuando le habló de las citas que tuvieron. Saber que hubo más de una lo hizo enojar y buscar venganza.

Paperinik fue el ejecutor de su venganza. Se había enterado que había planeado una velada especial para Daisy, Gladstone se lo había dicho y también sabía que su primo aprovecharía esa ocasión para pedirle que fuera su novia, pero no le dijo dónde sería por lo que tuvo que averiguar la ubicación por su propia cuenta.

Paperinik se infiltró en la casa de Gladstone. Revisó varias facturas e hizo algunas llamadas. Había tomado un modificador de voz que Gyro había creado por lo que fue sencillo pretender que era Gladstone. Escuchar las cosas que Gladstone había adquirido lo hicieron enojar. Resultaba frustrante saber que su primo había contratado a un organizador de eventos para que se encargara de la cita y que ni siquiera tendría que pagar por ello.

Llegó a la casa que Gladstone había ganado en una de las muchas rifas en las que solía participar. Todo estaba decorado, pero no había rastro alguno de su primo o de Daisy. Paperinik debería haberse sentido aliviado porque le daba más tiempo para poner su plan en acción, pero no podía evitar sentirse molesto al pensar en los dos, visitando una joyería.

No destruyó las rosas, aunque deseó hacerlo. Derramó una sustancia que había preparado previamente sobre las cortinas. El olor era imperceptible, pero PK sabía que era cuestión de tiempo para que se convirtiera en algo insoportable. La comida estaba sobre la mesa, cubierta y lista para ser disfrutada. Resultaba evidente que el organizador de eventos había terminado su trabajo recientemente. No destruyó la comida, pero estaba seguro de que Gladstone lo hubiera preferido de ese modo. Colocó sal, azúcar, picante y laxante sobre todos los platillos, en grandes cantidades, asegurándose de que cada platillo resultara incomestible.

—¿Estás seguro de que no tendrás problemas?

—Para nada, son unos angelitos.

—¿Estás seguro de que hablamos de los mismos patitos? Mis niños son muy inquietos.

Goofy asintió.

—Es cuestión de tenerles paciencia. Además Max los adora, seguro nos divertiremos mucho.

Donald negó. Sabía que Goofy tenía mucha paciencia, no tanta como Mickey, pero en definitiva más que la suya.

—Date prisa, Daisy te espera.

Donald se despidió de Goofy y de los niños. Corrió hasta su carro y se dirigió con más rapidez a la casa de Daisy. Tocó la puerta algo inseguro, temiendo que su retraso le molestara lo suficiente para cancelar sus planes.

—Voy en cinco minutos, todavía no termino de arreglarme.

Daisy se demoró una hora, pero Donald olvidó todo el cansancio y fastidio que sentía en cuanto la vio. Pensó en lo hermosa que se veía y en lo afortunado que era por tenerla en su vida. Donald había estado enamorado de Daisy desde la primera vez que la vio y estaba seguro de que la amaría por toda la vida.

—¿Cómo me veo?

—Hermosa.

Daisy sonrió de forma coqueta.

Ambos se dirigieron al restaurante que Daisy había elegido. Era la clase de restaurante que Daisy acostumbraba a visitar, elegante, pero no demasiado costoso, algo que Donald agradecía porque reparar Villa Rosa estaba resultando más costoso de lo que imaginó.

—¿Cómo están los niños?

—Tan adorables como siempre. Huey es el más despierto, Dewey el más inquieto y Louie el más dormilón.

Donald comenzó a hablar de sus sobrinos y pasó un largo tiempo antes de que se detuviera. Cualquiera que lo escuchara podría notar el gran cariño que sentía por estos y lo habría confundido con el padre. Daisy lo escuchó con auténtico cariño, recordando una vez más porque lo había elegido y siempre lo haría.

—¿Y Scrooge? Lo entrevisté hace poco, pero no tuve tiempo de hablar de ti.

—Nos hablamos un poco, pero ya sabes como es el viejo miserable. Creo que quiere darme trabajo.

—Deberías aceptar.

—No gracias, apuesto a que me pagaría con maní.

Daisy se río al escuchar esa respuesta.

—Es en serio, no sería la primera vez que lo hace.

Daisy se mostró sorprendida.

—Estoy trabajando en un artículo sobre cierto pato enmascarado. He escuchado rumores sobre cierto sujeto que ha provocado disturbios en Duckburg. Muchos aseguran que fue él quien robó las tostadoras y las repartió entre los clientes y no los trabajadores del Duckmall como dice la versión oficial.

—Pues si lo hizo, lo apoyo, los del Duckmall lo prometieron y tenían que cumplir. Lo que hicieron se llama publicidad engañosa.

A Donald le preocupaba que Daisy lo descubriera. Sabía que ella no aprobaría sus actividades como forajido y temía que tomarán represalias en su contra, en especial porque Paperinik había actuado fuera de la ley.

Cuando Donald escuchó la primer canción que le había dedicado a Daisy y vio al mesero supo que era el momento de actuar. Daisy había elegido el restaurante, pero Donald había pedido un pequeño favor al personal.

—¿Daisy, te casarías conmigo?

Daisy lo besó y supo de inmediato cuál era la respuesta.

—Creí que no lo preguntarías. Sí y toda la vida sí.

Daisy comenzó a llorar y Donald se preguntó si había hecho algo mal. No era común ver a Daisy llorar, ella solía reaccionar más con enojo.

—¿Pasa algo?

—No, deben ser las hormonas. Donald, estoy esperando.