Capítulo 13: Un patito
Donald y Daisy estaban muy preocupados. El calendario indicaba que faltaba poco para la eclosión de su huevo y eso era motivo de preocupación. Ambos se habían negado a ir al trabajo o a dejar solo al pequeño y es que anhelaban poder ser parte de un momento tan especial.
Esos días pasaron con mucha lentitud para el matrimonio. Llamaron a Elvira con tanta frecuencia que la mujer decidió que lo mejor que podía hacer era mudarse con la pareja unos días y cuidarlos en todo lo posible. Gus quiso acompañarla, pero no pudo y es que alguien debía cuidar la granja.
—Es una linda casa —comentó Elvira.
—¿Puede creer que Donald la ganó en una lotería?
—¿En serio? —preguntó Elvira con algo de desconfianza.
—Sí —Donald se sintió algo nervioso y es que había sido Gladstone quien la había ganado, no él, pero eso era algo que nunca admitiría en voz alta —Mickey, Goofy y yo trabajamos mucho para reconstruirla.
Los trillizos no fueron olvidados, Daisy y Donald solían turnarse los cuidados de los patitos e incluso involucrarlos en la eclosión. También colocaron un monitor en su habitación, aunque este solo funcionó un día. Donald había decidido que se sentiría más cómodo si los trillizos dormían en la habitación del huevo.
Sus amigos y familiares solían visitarlos con frecuencia, aunque no podían quedarse tanto tiempo como les hubiera gustado. Mickey, Minnie, Goofy y Max eran quienes estaban allí con más frecuencia, ventaja de vivir en el mismo edificio. La eclosión era un momento muy significativo y nadie quería perdérselo.
Panchito y José no pudieron visitarlos en esa ocasión, pero no por ello dejaron de estar involucrados. Ese año había aparecido una aplicación que les resultó de lo más útil. Industrias Ducklair, una compañía relativamente nueva había implementado lo que era conocido como videollamadas.
Incluso Scrooge estaba involucrado, aunque él no lo admitía. Varias veces se aparecía en el conjunto de departamentos usando a House of Mouse como excusa o diciendo que solo estaba allí por la comida gratis. Donald y Daisy no le creían, pero no decían nada.
Donald amaba a Della, era su hermana y la quería como tal, pero no la entendía, por más que lo pensaba no lograba entender sus motivos y consideraba que un viaje al espacio, que podía ser postergado, no era más importante que la eclosión de sus hijos. No entendía por qué había elegido robar el cohete después de prometerte que esperaría por el nacimiento de los trillizos.
El momento llegó y, a pesar de todos los preparativos, ninguno estaba listo. Donald estaba tan aterrado como lo había estado el día en que los trillizos rompieron el cascaron. La llegada de la abuela fue muy oportuna.
—Tranquilos —les dijo Elvira —, es un huevo saludable y de aquí saldrá un lindo patito.
El huevo comenzó a mostrar señales de estarse rompiendo y fue en ese momento que la abuela comenzó a sentirse un tanto nerviosa. Había estado presente en la eclosión de sus hijos y también en las de sus nietos, pero en el fondo sabía que era algo para lo que nunca se estaba del todo preparado.
Huey, Dewey y Louie estaban confundidos. Eran muy pequeños para entender lo que estaba pasando, pero podían notar que los adultos estaban preocupados y eso hacía que ellos se sintieran del mismo modo.
—Tranquilos niños, falta muy poco para que sean primos —Donald intentó calmarlos, pero era difícil hacerlo cuando él no lo estaba.
Donald comenzó a mecer a los niños e incluso les cantó una canción de cuna, la misma que había escuchado a Della cantar cuando aún eran huevo y viajar al espacio solo un sueño distante. Eso pareció funcionar.
—Parece que a nuestro pequeño también le gusta, aunque me preocupa que se duerma y se olvide de romper el cascarón —comentó Daisy sonriente —, parece que alguien heredó el buen gusto de la madre.
Elvira no estaba segura de eso. Si estaba de acuerdo en que al huevo le gustaba escuchar a Donald cantar, había notado pequeños movimientos dentro del cascarón cada vez que Donald cantaba cerca, pero también sabía que Daisy era la única, entre sus conocidos, que entendía a Donald perfectamente y que amaba su voz.
Después de unos segundos Donald y Daisy estaban acicalando las plumas de sus pequeño y verificando que todo estuviera bien. No mostraba ninguna señal de que padeciera de alguna enfermedad, pero sí mucha hambre.
—Eso debió sacarlo de ti —comentó Daisy entre risas —. Iré a alimentarlo y luego podemos ir al hospital.
Huey, Dewey y Louie se mostraron curiosos. observaban al recién nacido y luego hacían lo mismo con los adultos. Era como si se preguntaran de dónde había salido ese patito o si temieran perder el cariño de sus seres queridos.
Donald besó las cabecitas de sus sobrinos y revolvió sus plumas de forma afectuosa.
—Estoy seguro de que serán buenos amigos. Nuestra familia ha crecido y la familia se cuida.
Mickey, Minnie, Goofy y Max se presentaron poco después de que el huevo eclosionara. Panchito y José se lamentaron por no poder estar presentes, pero prometieron ir en cuanto tuvieran la oportunidad de hacerlo. La visita no duró demasiado y es que tanto Daisy como Donald deseaban ir al hospital cuanto antes. La idea de que su patito pudiera estar enfermo era algo que les aterraba profundamente.
Los trillizos se quedaron en la casa, pero no solos. Los pequeños disfrutaban jugar con Max y los adultos estaban más que encantados de cuidar de los más pequeños. La familia crecía, pero el amor no faltaba.
