Capítulo 15: Tres patitas


Daisy no podía creer lo que Donald le había dicho. Sabía que su esposo no le mentiría y menos tratándose de algo tan serio, pero aun así resultaba difícil de creer. Ella había hablado con su hermana poco antes, le contó sobre su viaje y sobre sus patitos. Intercambiaron consejos sobre la crianza de niños e incluso hicieron planes para sus próximas vacaciones.

"Ella se recuperará", pensó Daisy, "e iremos de vacaciones a la playa."

Daisy no era egoísta, aunque sí algo superficial. Las vacaciones no le importaban realmente, solo quería a su hermana de vuelta y que las cosas volvieran a ser lo que eran antes.

—¿Señorita, se encuentra bien? —le preguntó Flint Steel.

Conseguir una entrevista con el Flint no fue nada fácil. Él raramente se dejaba ver en público y eran muchos quienes deseaban algo de su atención. Era una oportunidad única, pero que Daisy no podía tomar.

—Gracias por la entrevista, pero me temo que no podré terminarla. Debo volver a Duckburg cuanto antes, mi hermana está en un hospital.

Daisy tomó su teléfono celular e intentó conseguir un vuelo de regreso. No tuvo buenas noticias y es que tendría que esperan hasta el día siguiente. Daisy no quería ni podía esperar.

—Puedo llevarla a Duckburg —le sugirió Flint.

—¿Está seguro? —preguntó Daisy, agradecía su ayuda, pero sabía que tenía un compromiso.

—No se lo digas a nadie, pero no me presentaré hasta el final. Podré regresar a tiempo. Además hay alguien a quien me gustaría saludar.

—¿Un viejo amigo?

—Se podría decir que sí.

El viaje a Duckburg fue corto, pero aun así para Daisy se sintió como una eternidad. No podía dejar de pensar en su hermana, en desear que todo estuviera bien y en preocuparse por las niñas ¿qué sería de sus sobrinas?

Flint Steel la acompañó en todo momento y estaba agradecida por ello. Ella sabía que era una celebridad y un deportista muy talentoso, ese era el motivo por el que quería entrevistarlo, pero no imaginó que también fuera tan amable y que tuviera un gran corazón.

—Tu piloto parece cansado —comentó Daisy —, y es muy tarde. Pueden quedarse en mi casa y no te preocupes, hay suficiente espacio —Daisy le extendió sus llaves, ella nunca salía sin llevarlas consigo.

—No quisiera ser una molestia.

—Tonterías. Me lo agradecerás después con una entrevista y presentando en House of Mouse, es el mejor bar de toda la zona y no lo digo porque trabaja allí.

Daisy se dirigió al hospital en cuanto se despidió de Flint. Prácticamente corrió hasta la sala de espera y no se detuvo hasta que vio a Donald. Su esposo se encontraba sentado y parecía distraído, pero supo el momento en que había llegado.

—No he tenido noticias de Donna. Los doctores me dijeron que me dirían si había algún cambio.

Daisy tomó asiento al lado de su esposo. Estaba molesta, entendía que Donald no pudiera darle respuestas, pero necesitaba saber qué estaba pasando.

—¿Dónde están los niños? —preguntó. Confiaba en Donald, pero necesitaba saberlo.

—En la casa, Goofy se ofreció a cuidarlos. Minnie me pidió que la llamaras en cuanto llegaras.

—¿Cómo sabía que vendría?

—Eres Daisy Duck, la persona más dulce y amable, no podrías hacerte a un lado si tu familia te necesita.

Daisy sonrío, pero la sonrisa no llegó hasta su rostro. Llamó de inmediato, quería hablar con sus patitos y necesitaba contarles a sus amigos sobre Flint Steel. No quería que se asustaran o malinterpretaran las cosas.

Pasarían varias horas antes de que tuvieran noticias y no fueron precisamente buenas noticias.

—¿Parientes de Donna Duck?

—Soy su hermana.

—Me temo que no hay buenas noticias. Ella ha sobrevivido a la operación, pero su estado es delicado y se encuentra en un estado de coma.

Daisy se abrazó con fuerza a Donald y comenzó a llorar en cuanto apoyó su cabeza contra su hombro. No podía ni quería creer lo que el doctor decía. Donna era su hermana, no podía aceptar que estuviera en coma.

—¿Hay posibilidades de que despierte? —preguntó Donald y la angustia era palpable en su voz.

—No quiero mentirles, las probabilidades son muy bajas.

—Pero las hay y eso es suficiente.

Donald y Daisy regresaron a su casa poco después. Ambos querían ver a Donna, pero no se les permitió. El horario de visitas había terminado y el estado de la paciente era delicado.

Daisy aprovechó para contarle a Donald como había regresado tan rápido de camino a casa, sin omitir ningún detalle. La reacción de Donald fue la que había esperado. Le alegraba saber que había entendido sus razones.

Lo primero que hicieron Donald y Daisy fue buscar a los niños. El espacio no era un problema, Daisy quería que cada uno tuviera su propia habitación, pero eran pequeños y prefería que durmieran juntos. También había sido su idea colocar una cama en esa habitación, algo que fue de mucha utilidad en esa ocasión.

Goofy y Max dormían en la cama por lo que ni Daisy ni Donald quisieron despertarlos. Ambos se dirigieron a su habitación y, aunque tuvieron problemas para dormir, se levantaron muy temprano.

Goofy estaba en la cocina, preparando el desayuno. La pared había terminado cubierta con huevos y había algunos restos de tocino en el techo, pero la comida tenía muy buen sabor.

Grande fue la sorpresa de Daisy cuando se enteró que Flint Steel conocía a su esposo.

—¿Donnie? ¿Donnie Duck? Oh, nunca pensé que te volvería a ver. Oh, realmente no me recuerdas, Donnie?

Donald se mostró confundido y eso hacía más evidente que no lo recordaba. Eso le pareció absurdo a Daisy y es que le costaba creer que su esposo no conociera a uno de los atletas más influyentes de la última década.

—¿Te acuerdas del campamento Kayak?

Donald asintió mientras se servía un vaso de jugo de naranja.

—¡Que buenos tiempos!

—Tus bromas eran legendarias ¿Recuerdas cuando cambiaste el interior de la piñata con pintura verde? ¿O aquella ocasión en la que hiciste que todos en el campamento pensáramos que te había comido un oso?

Donald comenzó a reírse al escuchar esas palabras.

Daisy se limitó a negar. Ella conocía la faceta bromista de Donald y estaba agradecida de que la hubiera dejado atrás. O eso era lo que ella pensaba.

—¿Recuerdas a ese chico, Werner Wigglemeyer? Un chico delgaducho. ¿Recuerdas cuando cambiaste su manzana por una llena de gusanos? ¿O cuando llenaste su balsa de agujeros?

—El pobre Werner, demasiado ingenuo.

—Era yo.

No había reclamo en la voz de Flint, pero eso fue suficiente para que Donald dejara de reírse.

—Debo ir a trabajar —mintió y poco después había desaparecido.