AQUI LES TRAIGO MI NUEVA ADAPTACIÓN ESPERO LES GUSTE

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer al final les digo el nombre del autor


Capítulo Tres

—¡Joder! —gruñó Edward desde el asiento de pasajeros.

Liam conducía y Sombra y Mike iban sentados en el asiento trasero del vehículo. Estos dos últimos volcaron en él toda su atención y Liam le miró de reojo.

—¿Qué pasa?

—No ha vuelto a haber ningún movimiento desde la primera vez que lo he localizado hace unos minutos.

Sombra se encogió de hombros.

—A lo mejor ha parado para esconderse.

Edward miró a Sombra por encima del hombro.

—Eso lo dices porque no la has visto. No había visto unos ojos que fueran el espejo del alma hasta que he mirado a los ojos a esa mujer. Y no creo que haya dejado de huir desde que se montó en el coche.

Liam parecía pensativo.

—Y, aun así, se ha detenido para salvar tu triste trasero. Edward suspiró y se frotó la cara.

—Sí, pero no entiendo por qué. No había visto a una mujer tan asustada en toda mi vida y eso me fastidia. Pero, aun así, cuando le he dicho que se fuera, que no había ninguna esperanza para mí porque me estaba muriendo, se ha negado a marcharse. Y después… Dios… Después de curarme estaba temblando porque sabía que por mi culpa había renunciado a la única posibilidad de escapar.

—Es increíble —musitó Mike.

—Sí, dímelo a mí —gruñó Edward.

¿Por qué le habría salvado? Normalmente, la gente solo pensaba en sí misma, pero ella lo había arriesgado todo por él. Y parecía devastada por la tristeza al saber que se estaba muriendo.

Edward quería conocer la respuesta a aquellas preguntas, pero para conseguirla tenía que encontrarla.

—¿Entonces dónde está tu coche? —preguntó Sombra—. Si no se ha movido, tiene que ser fácil localizarlo, ¿no?

Edward le mostró el transmisor, pero ocultó el miedo que oprimía su pecho al pensar en lo que se iban a encontrar. O en lo que no iban a encontrar.

—A un kilómetro y medio —dijo Liam—, en una zona aislada. Por lo menos ha tenido la sensatez de conducir hasta una zona bastante apartada.

—No creo que supiera siquiera a dónde iba —replicó Edward—. Ni siquiera parecía saber conducir. Ni tener edad como para tener el carnet, por cierto.

—¿Qué aspecto tenía? —preguntó Sombra con curiosidad.

—El de un ángel —susurró Edward—. Un ángel ensangrentado y herido, pero un ángel muy bello. Tiene los ojos más azules que he visto en mi vida y el pelo castaño y rizado. ¡Dios! A lo mejor todo ha sido una alucinación y estoy como una cabra.

—Te aseguro que no te has imaginado que te han disparado y que te hemos encontrado en el suelo, tumbado en un charco de tu propia sangre —gruñó Mike.

—Ahí delante —anunció entonces Liam con voz sombría.

Al oírle, los hombres sacaron sus armas. Liam se detuvo un segundo después y salieron del coche empuñando las pistolas.

—Dividámonos de dos en dos —propuso Edward—. Por lo que aparecía en el localizador, tiene que estar ahí mismo, justo al salir de la carretera, lindando con el bosque. Liam, ven conmigo. Sombra, tú y Mike se acercan dando un rodeo y aparecen delante del coche.

Sombra y Mike se adentraron en el bosque mientras Edward y Liam emprendían la ruta más directa hacia donde habían localizado el todoterreno.

Apenas estaban entrando en el bosque cuando Edward se detuvo precipitadamente y le hizo un gesto a Liam, señalando el lugar en el que el todoterreno había quedado aparcado de cualquier manera en una zona cubierta de arbustos, como si hubiera intentando atravesarlos para esconderse.

Edward soltó un juramento sin olvidar ni por un instante que había sido la enorme generosidad de aquella mujer y su disposición a arriesgarlo todo la que había evitado que en aquel momento estuviera muerto sobre un charco de sangre. No pensaba permitir que se defendiera sola. En cuanto la tuviera a su lado, estaba dispuesto a hacer todo lo que estuviera en su mano para conseguir que se abriera a él. Y se aseguraría de no permitir que volviera a correr un riesgo como aquel nunca más.

Avanzó sigiloso hacia el vehículo. Liam le protegía la espalda. Cuando se asomó al asiento delantero, el corazón se le hundió en el pecho y el pulso se le aceleró.

Maldita fuera. ¿La habrían encontrado? Pero miró entonces en el asiento de atrás y su alivio fue tal que estuvieron a punto de flaquearle las rodillas. Hasta que consiguió verla del todo.

Estaba encogida, hecha un ovillo e, incluso dormida, y parecía estar completamente rendida, había arrugas en su frente y temblaba y gemía. ¿O estaría inconsciente?

¿Sería él el culpable de su estado? ¿Salvarle la vida la habría dejado tan agotada que no era capaz de defenderse?

Cuando vio las silenciosas lágrimas que se deslizaban por sus mejillas, sintió que se ablandaba por dentro. Que se ablandaban partes de él que ni siquiera sabía que pudieran llegar a suavizarse.

Liam, no menos afectado, musitó malhumorado:

—¡Mierda! ¿Qué vamos a hacer, Edward?

—Se viene conmigo —respondió Edward en un tono que no admitía discusión—.

No pienso dejársela a esos miserables. Solo Dios sabe lo que le han hecho antes de que consiguiera escapar.

La expresión de Liam se tornó turbulenta.

—Podríamos ponerle protección durante veinticuatro horas al día.

—Se viene conmigo —gruñó Edward.

—Riley querrá un informe completo y supongo que tendrá algo que decir al respecto.

—Me importa un bledo lo que quiera Riley. Es mía. Esto no tiene nada que ver con él. Ni siquiera es una clienta. Además, seré yo el que decida lo que hay que hacer.

Liam arqueó las cejas, pero tuvo la sensatez de no seguir presionando.

Edward abrió con cuidado la puerta de atrás. No quería despertarla con un ruido repentino. Ya había soportado demasiado miedo y estrés. Quería acabar con aquel infierno cuanto antes. Pero también sabía que no era una mujer a la que fuera a resultarle fácil confiar. Tendría que ser paciente y extremadamente delicado con ella.

Vaciló un instante cuando estaba a punto de tocarla y fijó la mirada en su cuerpo acurrucado. Parecía tan frágil que daba miedo tocarla. Sus manos le parecían enormes comparadas con las manos y los brazos de ella, con sus huesos.

¿Y si le hacía daño de forma involuntaria? Pero no iba permitir que fuera otro el que la llevara en brazos a ninguna parte.

Conteniendo la respiración, posó la mano en su brazo, intentando comprobar su grado de conciencia. Pero no debería haberse preocupado. No se movió ni un milímetro. Era evidente que había traspasado sus propios límites, estaba agotada. La culpa volvió a correrle por las venas.

Aquella mujer era un maldito milagro. Todavía estaba entumecido y le parecía increíble estar allí, entero, sin ninguna señal de haber recibido un disparo, en vez de en la morgue, donde sus compañeros habrían tenido que enfrentarse a la desgraciada tarea de identificar su cadáver.

Consciente de que tenía que darse prisa, deslizó la otra mano por debajo de su cuerpo y apartó después la que tenía apoyada en su brazo para colocarla bajo sus piernas. La levantó sin hacer el menor esfuerzo y comenzó a regresar a su vehículo, atento a su respiración, al menor movimiento y a cualquier cambio de expresión.

Ella continuaba sin dar ninguna muestra de estar despertándose. Aquello le alivió y preocupó al mismo tiempo. Sosteniéndola muy cerca de su pecho, tan cerca que casi podía sentir el latido de ambos corazones, caminó a grandes zancadas hacia el coche mientras daba órdenes a sus compañeros de equipo.

—Desháganse del todoterreno y desactiva el localizador. Por mí lo destruiría, pero Jasper pondría el grito en el cielo. De todas formas, haganlo desaparecer durante algún tiempo. Cuando todo esto termine, alguien podrá venir a por él.

Cuando todo esto termine. Esa sí que era una declaración de intenciones.

Sabiendo lo poco que sabía, apenas nada, sobre la situación en la que se encontraba, tener alguna idea de cuándo iba a terminar era la menor de sus preocupaciones.

¿Pero estar al tanto de lo que necesitaba saber para mantenerla a salvo y protegerla contra cualquier daño? Aquella era la prioridad. Ella le había salvado la vida sin saber nada de él, salvo que estaba agonizando a solo unos centímetros de ella. Por nada del mundo iba a permitir que sufriera o siguiera viviendo con miedo un solo día más.

—¿Qué quieres hacer Edward? —preguntó Sombra mientras Edward dejaba a la mujer en el asiento de atrás del todoterreno con extrema delicadeza.

En cuanto consideró que la había dejado todo lo cómoda posible, Edward se volvió y descubrió a sus tres compañeros tras él, con expresión preocupada a interrogante.

Por mucho que odiara la idea de dejar a aquella mujer a la que consideraba suya —aun sabiendo que era absurdo pensar que le pertenecía, que era su responsabilidad y nadie salvo él debía protegerla—, sabía que no podía desaparecer sin darles a Riley y a Jasper una explicación. Se pasó la mano por el pelo y musitó un juramento. Después taladró a los tres hombres con su intensa mirada.

—Tengo que ir a informar a Riley y a Jasper de lo que ha pasado y de que voy a pedir un permiso durante algún tiempo. Necesito que la lleven a mi casa y cierren la puerta con llave. No quiero que la pierdan de vista ni un solo segundo. Confío en que se aseguren de que no le ocurra nada. Regresaré lo antes posible, pero necesito que hagan esto por mí.

—Sabes que haremos cualquier cosa que necesites —dijo Liam con voz queda—. Y más incluso. No deberías ocuparte tú solo de este asunto. Nosotros no trabajamos así y lo sabes.

—Pero esta no es una misión oficial —comenzó a decir Edward.

—Cierra el pico —le espetó Mike con rudeza—. Ya sabemos que no llevamos tanto tiempo como tú y los demás trabajando para WSS. Somos los últimos contratados.

Pero llevamos ya tiempo suficiente como para saber que esto no funciona así. Somos un equipo, una familia, y eso significa que no vamos a dejarte solo aunque esta no sea una misión oficial. Así que te vas a tener que aguantar. No puedo hablar por los demás, pero puedes contar conmigo para lo que quieras. Te apoyaré y haré todo lo que necesites. Lo único que tienes que hacer es pedírmelo.

Liam y Sombra no dijeron nada, pero sus expresiones lo decían todo. Ellos tampoco iban a ir a ninguna parte.

Edward dejó escapar un suspiro de alivio.

—Gracias. Se lo agradezco de verdad. Y, ahora, vámonos. Necesito que la lleven a mi casa. Quiero que uno de nosotros esté a su lado en todo momento. No quiero que se despierte sola y asustada. Los otros dos exploren la zona para aseguraros de que no hay nadie por allí. No estaré mucho tiempo en las oficinas. Nos veremos en mi casa lo antes posible.

—No te preocupes —dijo Liam—. No dejaremos que se acerque nadie a ella, Edward. Te lo juro por mi vida.

Edward alzó la barbilla.

—No lo he dudado en ningún momento. Riley solo contrata a los mejores, así que, si no supiera ya que puedo confiar en ustedes, el mero hecho de que él los haya contratado y haya dado su aprobación sería suficiente para que les confiara mi vida, y la de ella.

Mike le tendió las llaves del otro todoterreno e Edward dirigió una última mirada a la mujer que le había salvado haciendo un milagro. Odiaba dejarla aunque fuera por tan poco tiempo, pero no le quedaba otra opción.

Cerró el puño alrededor de las llaves y se obligó a dar media vuelta y a comenzar a caminar hacia el coche.

—Mantenganme informado —les pidió, volviéndose un momento.

—Quiero saber si se despierta, y cómo está —después, tomó aire, miró a sus compañeros sin importarle lo que pudieran descubrir por su tono o su expresión.

—Mantenerla a salvo por mí —susurró.

—Sabes que lo haremos —respondió Mike con voz queda.

—Y ahora vete para que puedas volver pronto con ella.


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