AQUI LES TRAIGO MI NUEVA ADAPTACIÓN ESPERO LES GUSTE

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer al final les digo el nombre del autor


Capítulo Seis

Edward regresó con sigilo al dormitorio y vio que la chica continuaba dormida. Pero no tan profundamente como cuando la había dejado.

Estaba inquieta, dando vueltas en la cama, y cuando Edward vio las lágrimas que se deslizaban por su rostro pálido y amoratado, el pecho se le tensó hasta dolerle.

Sin vacilar un instante y sin pensar siquiera si debería hacerlo, apartó las sábanas y se tumbó a su lado. La rodeó con los brazos y posó su cabeza bajo su barbilla. La sintió temblar en sueños y habría dado cualquier cosa en el mundo para evitar el miedo que sabía la perseguía a cualquier hora del día.

Fue algo instintivo. Ni siquiera pensó en lo que estaba haciendo cuando posó los labios sobre sus suaves rizos. Quería permanecer allí, disfrutando de tenerla entre sus brazos, pero no tenían tiempo. Ella no tenía tiempo.

Se apartó a regañadientes, poniendo distancia entre ellos, posó la mano en su hombro y la sacudió con delicadeza.

—Pequeña, necesito que te despiertes. ¿Puedes despertarte por mí?

Ella arrugó la frente y movió los párpados como si le pesaran demasiado para poder abrirlos. Apretó los labios y, de pronto, el miedo se apoderó de sus facciones y se tensó bajo su mano.

—Eh —le dijo con suavidad—. No voy a hacerte daño. No volverán a hacerte daño.

Necesito que me creas. ¿Puedes abrir los ojos para que podamos hablar?

La joven se puso rígida y se apartó. Fue abriendo los ojos lentamente, pero volvió a cerrarlos con fuerza cuando le vio. El pánico cubrió su rostro y comenzó a retroceder en la cama.

Edward la agarró por la muñeca para evitar que se cayera y soltó una maldición al comprender que con aquel gesto solo había conseguido asustarla.

—Cariño, escúchame. Yo nunca te haré daño y, si continúas apartándote, terminarás en el suelo. Tenemos que hablar. No quiero nada más. ¿Puedes confiar en mí lo suficiente como para hacerlo?

Ella se mordió nerviosa el labio inferior e Edward sintió la fuerte tentación de succionar aquel labio para aliviar el dolor que le estaban infligiendo. Y eso que todavía no sabía cómo se llamaba. Y ni siquiera conocía su historia.

La paciencia no era una de sus virtudes. De hecho, era una palabra que no formaba parte de su vocabulario. Pero sabía que tenía que ir despacio y hacer acopio de hasta la última reserva de contención que tuviera para no agobiarla y comenzar a exigir las respuestas que necesitaba.

Para su satisfacción, ella se acercó unos centímetros, de manera que ya no podía caerse, y se sentó apoyándose en los almohadones que tenía detrás. Le miró nerviosa y él le soltó la muñeca. No porque quisiera hacerlo, sino porque necesitaba que supiera que podía confiar en él y que no le haría nada que pudiera hacerla sentirse incómoda.

—¿Cómo he llegado hasta aquí? —preguntó con un hilo de voz—.

¿Dónde estoy?

—Estás a salvo —le respondió con firmeza—. En cuanto a la primera pregunta, te encontramos en mi todoterreno, cerca de un bosque, desmayada en el asiento de atrás. Llevabas horas huyendo y te habías convertido en un objetivo fácil, en medio del campo e inconsciente.

Podría haberte encontrado cualquiera y haberte llevado con él. No sabes cuánto agradezco el haberte encontrado yo antes.

—¿Por qué? —susurró.

Aquella respuesta le encolerizó. Necesitó de toda su fuerza de voluntad para no explotar en ese mismo instante. ¡Dios! Era evidente que aquella mujer estaba tan acostumbrada a no importarle a nadie que estaba sinceramente perpleja porque alguien había intentado ayudarla. Porque le importaba a alguien.

—Me has salvado —gruñó—. Has corrido un gran riesgo para salvar a alguien a quien ni siquiera conoces y no pienso dejarte a merced de lo que esos miserables que van tras de ti tienen planeado.

A ella se le llenaron los ojos de lágrimas y desvió precipitadamente la mirada para que no pudiera ver su desolación. Asumiendo el riesgo, Edward la agarró por la barbilla y la hizo volverse hacia él con delicadeza.

—¿Qué te pasa, cielo? ¿Por qué lloras?

—Porque nunca me dejarán en paz —respondió resignada—. No dejarán de buscarme, no renunciarán. Y a cualquiera que se interponga en su camino le harán lo que han intentado hacer contigo.

—En ese caso, ha sido una suerte poder contar con un ángel de la guarda que me salvara.

—Deberías alejarte de mí ahora que todavía estás a tiempo —respondió ella con absoluta seriedad—. Nadie que me ayude puede estar a salvo.

Edward gruñó y ella se sobresaltó y le miró nerviosa. Él se acercó a ella y posó las manos en sus mejillas, enmarcando con ellas su pequeño rostro.

—No vas a deshacerte de mí. Y ahora hay otras muchas cosas de las que tenemos que hablar y no nos queda mucho tiempo. Necesito algunas respuestas por tu parte para poder mantenerte a salvo.

—Cuanto menos sepas de mí, más seguro estarás —dijo ella en voz baja.

—Y una mierda. Y ahora mismo vamos a dejar las cosas claras. Tú no tienes que protegerme, soy yo el que te está protegiendo a ti.

Edward habría jurado que había visto el alivio asomar a sus ojos, justo antes de que fuera sustituido por el miedo. Y decidió que eliminaría para siempre aquel miedo aunque fuera lo último que hiciera en su vida.

—Cariño, ¿cómo te llamas? Ella parpadeó sorprendida.

—No puedo estar llamándote siempre «nena» o «cariño». Ella se sonrojó y a Edward le pareció adorable.

—Nadie me había llamado nunca así.

—Y yo no he dicho que vaya a dejar de decirte «nena», o «cariño», o muchas otras palabras cariñosas, pero necesito saber cómo te llamas porque no quiero que nadie tenga que llamarte así, salvo yo —gruñó.

La sorpresa asomó a sus ojos y volvió a sonrojarse otra vez. Edward tuvo que hacer un gran esfuerzo de contención para no besarla.

—Be… Bella —farfulló.

—¿Y tu apellido?

Para sorpresa de Edward, la vergüenza cubrió su rostro y volvió la cabeza con las lágrimas brillando en sus pestañas. ¿Qué demonios…?

—No lo sé —susurró—. Solo Bella. No soy tan importante como para tener un apellido.

¿Pero qué demonios estaba pasando allí?, volvió a preguntarse Edward.

—Bella es un nombre muy bonito. Te queda muy bien. Es el nombre perfecto para una mujer tan guapa.

Bella se volvió y le miró esperanzada. Dios, ¿tan acostumbrada estaba al rechazo que lo esperaba en cualquier momento? ¿No era consciente de que poseía una belleza de infarto? Qué pregunta tan estúpida. Por supuesto que no. Aquella mujer no se creía merecedora de nada. A Edward le entraron ganas de dar un puñetazo en la pared.

—¿Cómo te llamas tú? —le preguntó Bella con timidez.

—Edward. Edward Cullen. A su servicio, señora.

Bella sonrió, ¡y con qué sonrisa! Edward se prometió en aquel preciso instante provocarla cuantas veces pudiera, porque algo le decía que no había sonreído muy a menudo y que tampoco tenía muchos motivos para hacerlo. Después, le dijo muy serio:

—Bella, necesito hacerte algunas preguntas porque no tenemos mucho tiempo.

Dentro de una hora voy a llevarte a una casa de seguridad. Y sé que tú también querrás hacer algunas preguntas antes de confiar en mí.

Lo comprendo.

Ella se tensó y la aprensión volvió a asomar a sus ojos.

—Por favor, no tengas miedo, cariño. No me tengas miedo nunca.

—Tengo miedo por ti —replicó Bella .Edward suspiró.

—De acuerdo, antes de que sigamos con esto y con lo que de verdad quiero decirte, creo que es mejor que te cuente quién soy y a qué me dedico para que puedas tranquilizarte.

Ella le miró estupefacta.

—Trabajo para una empresa de seguridad. Se dedica a la protección personal. Somos los mejores, y no lo digo por presumir. Nuestro trabajo consiste en proteger a personas y somos condenadamente buenos. Así que no necesitas preocuparte ni por mí ni por ninguno de los hombres que van a protegerte.

Bella abrió los ojos como platos al oírle.

—Ellos te ofrecerán protección periférica, pero soy yo el que va a protegerte. El único —añadió malhumorado—. Y quiero que me escuches bien porque no hago promesas a la ligera: cualquiera que intente hacerte daño o separarte de mí tendrá que vérselas conmigo.

—Pero si ni siquiera me conoces —repuso ella con suavidad.

—Tienes razón. Pero lo haré.

Fue como una promesa. Como un hecho incuestionable. Inevitable.

Bella parecía demasiado sorprendida como para responder a su promesa.

—¿Pero por qué? —preguntó con voz atragantada.

Edward acercó la mano a su mejilla para ofrecerle la más ligera de las caricias.

—Es posible que todavía no lo entiendas. Pero lo comprenderás —una promesa más—. Ahora háblame de esa gente que te persigue.

Supongo que te buscan por lo que eres capaz de hacer.

La expresión de Bella se tornó amarga, pero antes de que hubieran podido responder, llamaron con fuerza a la puerta. Bella se sobresaltó y desvió la mirada hacia la puerta cerrada.

—¡Ahora no! —gritó Edward—. Sea lo que sea tendrá que esperar.

Dame un maldito minuto —bramó frustrado.

Pero en vez de alejarse como Edward había pedido, volvieron a llamar, y en aquella ocasión con más contundencia. Sin esperar a que Edward les invitara a entrar, Volturi irrumpió bruscamente, llevando algunas prendas de Tanya en la mano y con expresión sombría.

—Tenemos que movernos ya. Tenemos compañía. Mis hombres acaban de detectar movimiento en el cuadrante norte, lo que significa que Tanya y yo tenemos que irnos ahora mismo. Espera quince minutos y salgan en dirección oeste. Uno de mis hombres los recogerá y los llevará a una casa de seguridad. Ahora no tenemos tiempo para discutir, a no ser que queramos tener un enfrentamiento, y por nada del mundo voy a poner en riesgo la seguridad de mi esposa cuando todavía no está completamente recuperada del último disparo.

Edward maldijo lo inoportuno del momento, pero sabía que la seguridad de Tanya, y de todos los demás, era prioritaria. En cuanto estuvieran de nuevo instalados, tendría que volver a hacer hablar a Bella.

Se volvió hacia ella, todo profesionalidad en aquel momento, y le tendió la ropa que Volturi le había dado.

—Vístete rápido. Ahí tienes un cuarto de baño —señaló la otra puerta que había en la habitación—. Tienes que darte prisa, Bella. No tenemos mucho tiempo. Bella saltó de la cama y voló al cuarto de baño. Ya estaba tirando de la camiseta que uno de los hombres de Edward le había puesto cuando cerró la puerta tras ella.

—Tres minutos, cariño. Después tenemos que ponernos en movimiento —le avisó Edward en voz suficientemente alta como para que pudiera oírle al otro lado de la puerta.

Edward se volvió hacia Volturi y le miró muy serio.

—Te agradezco esto mucho más de lo que podrás imaginarte nunca.

Mantén a Tany a salvo. No quiero que terminen haciéndole daño por ayudarme

—Nadie le va a tocar un pelo a mi esposa —replicó Volturi con dureza. Se volvió y salió a grandes zancadas de la habitación.


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