AQUI LES TRAIGO MI NUEVA ADAPTACIÓN ESPERO LES GUSTE
Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer al final les digo el nombre del autor
Capítulo Ocho
Volturi salió de entre las sombras cuando aparcaron en una casa situada en medio de la nada y que, probablemente, no salía en ningún mapa. Había sido construida de tal manera que se fundía con la ladera de la montaña en la que había sido cavada. Estaba en una zona boscosa y el camino hasta allí estaba lleno de baches, sin ninguna carretera ni pista que lo hiciera más llevadero, de modo que Edward había tenido que sostener con fuerza a Bella para evitar que terminara cayéndose de su regazo.
El espeso ramaje de árboles y arbustos, en vez de aclararse, iba haciéndose más denso a medida que iban acercándose a la casa. Era un lugar perfecto para ocultar a alguien porque no era fácil de localizar ni desde tierra ni desde el aire.
—¿Les han disparado cuando han salido? —preguntó Volturi.
Caballero salió para permitir que Mike y Liam salieran del asiento de atrás mientras Edward salía por la otra puerta y ayudaba a Bella a bajar. No dejó de agarrarla por la cintura hasta que estuvo seguro de que era capaz de sostenerse en pie. Parecía agotada. Exhausta.
Caballero señaló a Sombra con el pulgar.
—¿Han abierto fuego cuando han salido?
—Le han dado a Sombra, pero ahora está bien. Volturi soltó una maldición.
—Le diré a mi médico que te eche un vistazo.
—Estoy bien —insistió Sombra mientras se acercaba hacia la parte delantera del coche—. ¿Lo ves?
Se levantó la camisa ensangrentada para mostrar su piel sin ninguna evidencia de trauma.
—¿Qué demonios ha pasado? —preguntó Volturi.
—Bella —se limitó a decir—. Ahora tenemos que entrar. Está agotada. Y tenemos muchas cosas que resolver.
Volturi fijó en Bella su mirada con un asomo de preocupación en sus ojos habitualmente insondables.
—Pasen y ponganse cómodos —les invitó con voz serena—. Tanya y yo tendremos la cena preparada en solo unos minutos. Hasta entonces, sientanse como en su casa.
Al oírle, Bella miró a Volturi sobresaltada y con expresión de perplejidad. Edward reparó en su evidente desconcierto y se preguntó si habría sido la mención de la comida la que había provocado aquella reacción.
Apretó la mandíbula al darse cuenta de que no sabía cuándo había disfrutado de una comida decente por última vez.
Bella suavizó de pronto su expresión.
—¡Ah, ahora lo entiendo! Ha sido un malentendido, lo siento.
Volturi inclinó la cabeza, pero habló con suavidad, casi como si estuviera intentando tranquilizar a un animal salvaje.
—¿Qué es lo que no habías entendido? —le preguntó.
—Que solo estabas siendo un buen anfitrión —contestó ella, haciendo que todo el mundo la mirara, preguntándose a qué demonios se debía aquella contestación o por qué lo había dicho—. Te referías a que Tanya estaba preparando la cena y querías que los hombres supieran que podrían cenar pronto.
Edward se pasó la mano por el pelo ante la singularidad de aquella frase. Volturi no parecía menos perplejo.
—No, no es eso lo que pretendía decir en absoluto —contestó, teniendo cuidado de que no pareciera que la estaba regañando.
—Casi todo lo he preparado me ha ayudado, pero sobre todo se ha dedicado a hacerme pasar un mal rato cuestionando mi virilidad —añadió con una risa.
Bella abrió la boca con obvia estupefacción y el nerviosismo se apoderó de sus facciones.
—No estás enfadado con ella, ¿verdad? —preguntó con ansiedad.
¿Qué demonios?
Edward se quedó boquiabierto y la reacción de sus compañeros fue bastante similar. También Volturi parecía asombrado, pero suavizó su expresión, alargó la mano hacia la de Bella y se la apretó para tranquilizarla.
—Claro que no estoy enfadado. Yo quiero mucho a Tanya. Ella es todo mi mundo.
A Bella pareció sorprenderle que expresara de forma tan explícita su amor por su esposa. Se sonrojó y bajó la mirada al darse cuenta de que todo el mundo estaba mirándola fijamente.
—Lo siento. No tendría que haber cuestionado tu afecto por ella.
Dios santo, aquello cada vez era más extraño e Edward comenzó a tener una sensación muy desagradable en la boca del estómago.
—Vamos, pasemos dentro o Tanya comenzará a preguntarse dónde estamos—propuso Volturi, haciendo un gesto para que le precedieran al interior de la casa.
Edward caminaba al lado de Bella para asegurarse de que estaba lo bastante fuerte como para poder moverse sola.
Cuando entraron en la casa, Bella se apartó de Edward con expresión de asombro. Comenzó a examinar el interior de la casa, deteniéndose para acariciar casi con reverencia algunas fotografías y adornos y permitiéndose deslizar las manos por el caro mobiliario.
De vez en cuando, apretaba los labios y fruncía la frente con extrañeza, como si no tuviera la menor idea de qué eran aquellos objetos. Los demás observaban su extraña conducta e intercambiaban miradas de perplejidad.
—¿Vives aquí? —le preguntó a Volturi con voz queda.
—Esta es una de mis casas —le explicó él—, pero no es aquí donde hemos formado nuestro hogar.
—Es preciosa —dijo en tono melancólico—. ¿Todas las casas son así?
A Edward estuvo a punto de rompérsele el corazón. ¿Qué clase de infierno había soportado durante toda su vida como para no saber siquiera cómo era una casa normal?
—El lugar en el que yo estaba encerrada no se parecía nada a esto —explicó con tristeza—. Nunca he visto una casa normal. Deben de ser muy bonitas.
Después, como si acabara de darse cuenta de que había revelado algo que todavía no estaba preparada para compartir, cerró la boca con fuerza y bajó la mirada hacia sus manos, poniendo fin a cualquier otra confesión. Se retiró hacia la zona más apartada del cuarto de estar y se abrazó con gesto protector, encerrándose de nuevo en sí misma.
No hubo un solo hombre en la habitación cuya expresión no reflejara su absoluta furia.
—Eh, ¿no ha empezado ya el partido? —preguntó Mike, dejándose caer en uno de los sofás y señalando con el mando a distancia la televisión.
Era evidente que estaba intentando distraer la atención de Bella y aliviar la densa tensión que se palpaba en la habitación.
Cuando la televisión se encendió y su sonido se extendió por el cuarto de estar, Bella se dio el susto de su vida y comenzó a gritar. Miró horrorizada la pantalla y se quedó clavada en el suelo.
—¿Qué es eso? —preguntó casi histérica—. ¿Qué es ese aparato?
La extrañeza que había despertado hasta entonces su conducta entre los compañeros de Edward se tornó en verdadera preocupación. Era evidente que ninguno de ellos sabía cómo manejar la situación.
Edward, vacilante, posó la mano en el hombro de Bella, sintiendo la tensión que emanaba de su cuerpo.
—Es una televisión, cariño.
No creía posible que pudiera estar más asustada.
—¡Apágala! —exclamó nerviosa—. ¡Es un instrumento del diablo! ¡Es el diablo! ¡Está prohibida!
Estaba a punto de llorar, apretaba los puños a ambos lados de su cuerpo mientras Mike se precipitaba a apagar la televisión.
Tanya asomó la cabeza por el cuarto de estar.
—La sopa ya está lista, chicos. Pasen a comer ahora que todavía está caliente.
Edward dejó a Bella con la mirada clavada en la televisión y temblando con tal violencia que le castañeteaban los dientes. Le susurró algo a Tanya, de modo que Bella no pudiera oírla.
—Creo que será mejor que Bella y yo cenemos aquí y ustedes lo hagan en la cocina. Necesito tiempo. Creo que aquí está pasando algo terrible y ella está muy asustada. La situación es tan complicada que todavía no he conseguido entenderla. Necesito hablar con ella para que me lo explique todo cuanto antes y no creo que esté dispuesta a hacerlo en una habitación llena de gente.
—Si puedo hacer algo para ayudarte, sabes que lo haré —dijo Tanya con voz compasiva.
—Lo sé, Tany, y te lo agradezco. Nunca he conocido a nadie como Bella. Es como una niña en un cuerpo de adulta. No sabe nada de muchas cosas cotidianas que tú y yo damos por sobreentendidas.
Tengo un mal presentimiento sobre la clase de vida que ha tenido hasta ahora.
—Basta con mirarla a los ojos para saber que es una mujer a la que han hecho daño, Edward. Vas a tener que ir muy despacio y no presionar demasiado.
—Solo espero que pueda confiar en mí lo suficiente como para abrirse, porque, hasta entonces, estaremos dando palos de ciego. No tenemos la menor idea de quién anda tras ella, aunque los motivos que tienen para hacerlo son evidentes. Ya pasamos por esto con Victoria y con Alice, pero esto es más grave que todo a lo que nos hemos enfrentado para protegerlas. Creo que ha estado encerrada y que la han obligado a utilizar su don durante mucho tiempo. Que consiguiera escapar me dice más de lo que soy capaz de asimilar sin perder los estribos. Quien quiera que sea el que anda buscándola va en serio y no va a renunciar. Me dispararon a mí y han disparado a Sombra. Si no hubiera sido por Bella me habría desangrado en cuestión de minutos.
Un sentimiento fiero y oscuro asomó a los ojos de Tanya.
—Ni siquiera pienses en ello, Tany —le advirtió Edward—. Sigues en excedencia y, tanto si te gusta como si no, todavía no te has recuperado del todo de tu encuentro con la muerte. Si pensara por un solo momento que estás tramando algo, no dudaría en delatarte no solo ante Volturi sino también ante Riley.
El enfado asomó al rostro de Tanya. Le miró con el ceño fruncido, retrocedió hacia la isla de la cocina y preparó dos platos, buscó los cubiertos para Bella para él y se los tendió con brusquedad.
—Me aseguraré de que tengas la privacidad que necesitas —le dijo, a pesar de su irritación—. De todas formas, Demetri y yo nos iremos después de cenar, pero dejará a algunos de sus hombres en la propiedad para que vigilen la zona.
Edward sonrió de oreja a oreja.
—Sabes que me quieres, Tany.
Tanya elevó los ojos al cielo y le hizo un gesto con la mano.
Edward volvió al cuarto de estar, donde Bella continuaba en tensión y en el mismo lugar en el que la había dejado. Edward suspiró, se sentó en el sofá y dejó los platos sobre la mesita del café.
—Ven a comer conmigo, cariño. Ni siquiera me atrevo a pensar cuándo fue la última vez que hiciste una comida decente.
Bella avanzó mirando los platos. Cuando se sentó, aspiró apreciativamente. Y abrió los ojos con asombro al ver un filete con una patata asada y unos espárragos a la plancha como guarnición.
Alzó la mirada hacia Edward con expresión vacilante.
—¿Puedo comerme todo esto? Edward frunció el ceño.
—¿Por qué demonios no vas a poder? Como puedes ver, yo tengo mi propio plato.
Bella se retorció las manos nerviosa.
—Es solo que nunca me han dejado tener…
Se interrumpió, encerrándose de nuevo en sí misma. Después, agarró el tenedor y el cuchillo y bajó la mirada como si no supiera por dónde empezar.
En un abrir y cerrar de ojos se tornó distante, levantó de nuevo sus defensas, e Edward supo que aquella noche no iba a obtener respuesta para todas aquellas preguntas que le ardían en la punta de la lengua. ¡Maldita fuera! Todo aquello que Bella había revelado de forma involuntaria le frustraba, le enfurecía y le hacía pensar que, de dondequiera que hubiera salido o de quienquiera que estuviera huyendo, no había sido tratada mejor que un animal.
Había una candidez especial en ella, una nube de inocencia e ignorancia de las cosas más básicas que le llevaban a pensar que la habían mantenido encerrada y oculta. Había sido una prisionera a la que nunca habían permitido salir del agujero infernal en el que la habían mantenido secuestrada. Y el hecho de que supiera tan poco de la vida le indicaba que no había sido poco el tiempo que había pasado retenida.
Suspiró al ver que estaba tensa y recelosa, quizá esperando que empezara a exigirle respuestas de un momento a otro. Al fin y al cabo, era lo que le había dicho durante el trayecto hasta allí. Que iba a tener que contárselo todo.
Deseando concederle una noche más, esperar a que no estuviera tan abrumada que parecía tambalearse bajo el peso de sus muchas preocupaciones, alargó la mano y le rozó la mejilla con las yemas de los dedos.
—Come tranquila, Bella. Ya hablaremos cuando confíes en mí lo suficiente como para abrirte a mí y contarme de qué estás huyendo.
Hasta entonces, solo voy a demostrarte que jamás te haré daño, que siempre te protegeré y que estoy dispuesto a esperar a que estés preparada para contarme tus secretos.
Estuvo a punto de gemir porque, cuando Bella alzó la mirada hacia él, le miró como si fuera el único hombre del mundo. Como si fuera una especie de héroe. Su héroe. Tenía los ojos brillantes por las lágrimas y su sonrisa… ¡Dios, qué sonrisa! Tuvo el efecto de un puñetazo en las entrañas.
—Nadie había sido nunca tan bueno conmigo —dijo, casi en un susurro—. Ya casi había renunciado a la esperanza de que existiera la bondad en el mundo, pero tú, todos ustedes me han demostrado que existe. Nunca sabrás lo que eso significa para mí.
A Edward le entraron ganas de llorar ante la sinceridad de sus palabras. Ante la serenidad y la naturalidad con la que había dicho que nadie había sido bondadoso con ella. Y, aun así, era un ángel en un mundo sin piedad. Su ángel herido. Un ángel con las alas rotas que no podía volar. Se juró que volvería a volar a otra vez, haría cuanto hiciera falta para conseguirlo.
—Come —le ordenó con una voz malhumorada entretejida por la emoción.
Fue lo único que consiguió decir sin arriesgarse a derrumbarse delante de ella. Quería atravesar la pared de un puñetazo, pero, sobre todo, quería ponerle las manos encima al canalla que la había hecho sufrir, que había convertido su vida en un infierno durante tanto tiempo.
Bella se lanzó emocionada sobre el filete e Edward observó su expresión cuando el primer bocado rozó su lengua. Masticó con reverencia, con los ojos cerrado, y suspiró profundamente mientras saboreaba aquella carne en su punto perfecto.
—¿Está rica? —le preguntó Edward en tono de broma.
—Increíble —contestó ella en un susurro.
Edward advirtió que atacaba la carne y la patata asada con entusiasmo, disfrutando de cada bocado. De hecho, nunca había visto a nadie obteniendo tanto placer de una simple comida, pero se recordó que era poco probable que Bella hubiera encontrado satisfacción alguna en la comida que le habían suministrado hasta entonces.
Sin embargo, a pesar de su evidente deleite por la patata y la carne, apenas probó los espárragos.
—¿No te gusta la verdura? —le preguntó en tono de broma.
Pero maldijo sus palabras y su intento de aligerar la tensión cuando vio que la ilusión de Bella se apagaba y ella volvía a ponerse nerviosa.
—Solo me dejaban comer verdura —le explicó, bajando la cabeza avergonzada—. Y a veces pan, como recompensa cuando…
Una vez más, se interrumpió antes de seguir revelando más información.
Edward ignoró el enfado que hervía a fuego lento en sus venas, decidido a conseguir que aquel ángel disfrutara de aquella cena tanto como fuera posible.
—En ese caso, me aseguraré de que no tengas que volver a comer nada que no te guste —se comprometió con solemnidad.
Bella apenas esbozó una sonrisa, pero al menos alzó la cabeza mostrando que la sombra que había oscurecido sus ojos había desaparecido en gran parte. Para hacerla sonreír otra vez, Edward se inclinó hacia delante, pinchó los espárragos y se los llevó a su plato.
—Ahora que su desagradable presencia ha desaparecido, no interferirán en tu disfrute de la patata y la carne —dijo con una exagerada sonrisa.
Bella ensanchó su sonrisa e Edward volvió a sentirse como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Por un momento, se quedó sin aire. Incluso amoratada y con aquel aspecto tan frágil, Bella era el ángel más hermoso que había visto en su vida.
—Así está mejor. Me gusta ver sonreír a mis chicas.
Bella parpadeó sorprendida e Edward se preguntó si habría ido demasiado lejos con su broma. Vio tristeza en sus ojos, pero también un atisbo de esperanza y anhelo, como si quisiera, más que ninguna otra cosa en el mundo, pertenecer a alguien.
Al diablo con eso. Quizá ella no lo supiera todavía, pero claro que pertenecía a alguien: le pertenecía a él.
