AQUI LES TRAIGO MI NUEVA ADAPTACIÓN ESPERO LES GUSTE

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer al final les digo el nombre del autor


Capítulo Diez

Edward permanecía en la oscuridad con la mirada clavada en el techo y los pensamientos invadidos por los ojos azules del ángel que estaba en la habitación de al lado. ¿Se habría podido dormir? Y si así era, ¿estarían las pesadillas persiguiéndola en sueños?

¿Qué tenía aquella mujer que había sabido llegar a una parte de su corazón y su alma que hasta entonces nada había alcanzado?

Podría contestar a aquella pregunta con muchas explicaciones lógicas, como el hecho de que Bella le hubiera salvado la vida. O diciéndose que él había dedicado su vida a proteger a personas inocentes. O que la sabía perdida en un mundo del que apenas sabía o comprendía nada. O que le necesitaba.

Pero la simple verdad era que la necesitaba tanto como ella a él y no se le ocurría ni una sola razón que pudiera ayudarle a encontrar sentido a aquel sentimiento.

Había conocido a muchas mujeres víctimas de la violencia que habían necesitado desesperadamente su ayuda, su protección, la protección de WSS, pero jamás había experimentado el mínimo sentimiento de posesión sobre ellas. Había cumplido con su trabajo y reconocía que aquellas situaciones siempre le habían encolerizado y sacado de quicio. Así era él, nunca había sido un hombre que se quedara sentado sin hacer nada mientras había una mujer en peligro o siendo maltratada.

Pero su ángel no era solo una víctima. No era solo una mujer con problemas y necesidad de protección. Y Edward no sabía qué hacer con aquel descubrimiento. Ni siquiera podía decir que fuera un descubrimiento, como si acabara de experimentar el impacto de una epifanía mientras permanecía allí en la cama sin poder dormir.

Lo había sabido desde el momento que Bella le había tocado, y lo había sentido en lo más profundo de su alma.

No era algo sexual o, al menos, no era solo sexual, porque mentiría si no reconociera que la deseaba con cada poro de su piel. También era algo espiritual y se sentía como un imbécil pensando en cuestiones como el destino, ¿Pero de qué otra manera podía llamarlo cuando, desde el momento en el que Bella le había tocado, había sentido una conexión que trascendía cualquier necesidad o deseo?

Y le consumía la culpa por estar teniendo pensamientos de carácter sexual, lujuriosos, libidinosos, sobre una mujer con aspecto de niña de la que ni siquiera sabía si tenía edad como para inspirar tales pensamientos sobre ella. Bella poseía la inocencia de una niña y el cuerpo de una mujer deseable. Y, diablos, era evidente que por muchos años que llevara en el mundo, había pasado la mayor parte de ellos recluida, aislada del mundo real. Se sentía fascinada, o aterrorizada, por cosas que los demás daban por sentadas.

La habían manipulado por completo.

Frunció el ceño. Daba la impresión de que la habían adoctrinado desde muy temprana edad. Le habían lavado el cerebro. Le habían enseñado una realidad alternativa y tergiversada para adaptarla a los propósitos de aquellas personas que la habían mantenido encerrada bajo llave y habían demostrado ser capaces de recurrir a medidas extremas para retenerla. Bella era algo muy valioso para ellos. Algo irreemplazable. Edward se preguntó cuándo se habrían manifestado sus poderes y, mientras sopesaba la pregunta, también se preguntó si no serían aquellos poderes los que la habían salvado de un destino peor. Hasta el más estúpido podía apreciar la enormidad del don de Bella.

Dio media vuelta en la cama para agarrar el teléfono y marcó el número de Tanya, aun a sabiendas de que era tarde y de que a Volturi no le haría ninguna gracia.

Pero Tanya era la persona que mejor podía comprender sus sospechas y necesitaba contrastar algunas ideas con ella.

—Espero que tengas una buena razón para llamarme —gruñó Tanya por teléfono—. Porque estaba a punto de llegar al orgasmo y Demetri está tan enfadado que es capaz de tirarme el teléfono a la piscina y dejarme sin sexo durante toda una semana.

Edward soltó una carcajada al oír a Volturi maldiciendo de fondo:

—¡Por Dios! ¿Es que no podemos separar nuestra vida sexual de tu maldito trabajo?

—Por lo visto, no —respondió Tanya en tono mordaz—, puesto que uno de mis estimados compañeros de trabajo acaba de llamarme cuando estabas en uno de tus mejores momentos.

—Todavía no has visto cuáles son mis mejores momentos, pequeña — respondió Volturi con voz sedosa—. Eso los guardo para cuando seas una chica buena. Así tendrás algo que desear.

—Tany, para. Por favor, te lo suplico —le pidió Edward—. Voy a tener que lavarme con lejía los ojos y los oídos. No te habría llamado si no fuera algo importante.

Dame unos minutos y después dejaré que vuelvas a… a tus actividades nocturnas. Y, por si te sirve de algo, voy a darte un consejo: esfuérzate en ser una buena chica.

Tanya resopló burlona, pero todo su humor desapareció de su voz al decir:

—Vamos, dispara.

—Estaba aquí tumbado, pensando en Bella y en lo misterioso de su situación. Es casi como si la hubieran estado manipulando y adoctrinando durante años para que aceptara una realidad alternativa y rechazara todo lo que tiene que ver con el mundo moderno.

—Sí, ya me he dado cuenta.

—¿Y si viene de uno de esos grupos survivalistas que viven al margen de la sociedad? Para ellos, el gobierno y el mundo moderno son sus enemigos. Eso explicaría el hecho de que no esté familiarizada con los aspectos más básicos de lo que para ti y para mí es la vida normal.

Tanya permaneció en silencio durante varios segundos.

—Podría ser, pero no es eso lo que me dice mi intuición. Los grupos survivalistas son muy conscientes del mundo que los rodea. Tienen que pensar en él por fuerza.

¿Cómo si no podrían sobrevivir y resistir a una invasión o a cualquier otro desastre? Y, además, toda esa historia sobre cómo trataban a las mujeres en el lugar en el que ella vivía… La mayoría de esos grupos no funcionan así, y digo la mayoría porque siempre hay una excepción. En esos grupos hay familias, mujeres y niños, y se muestran protectores con ellos. No les tratan como si fueran ganado ni les privan de amor y de afecto. Yo diría que te enfrentas a una situación muy complicada en la que hay una persona, o un grupo de personas quizá, que viven de acuerdo a las normas que ellas mismas han establecido. Esas son las más peligrosas porque no piensan que estén haciendo nada malo. Es a ellas a quienes se les ha infligido un daño. En primer lugar, se lo ha hecho Bella al abandonar el grupo y después la gente que la ha ayudado. Para ese tipo de gente, el control es fundamental y, si lo pierden, se convierten en gente peligrosa e impredecible. Más de lo que ya lo son.

—No quiero hacerte revivir malos recuerdos, Tanya —se disculpó Edward con voz queda.

Casi pudo oír la sonrisa de Tanya a través del teléfono.

—Está muerto, Edward. Ya no tiene ningún poder sobre mí. Solo puede hacerme daño si yo lo permito y solo puede hacerlo a través de los recuerdos y los sueños, y te aseguro que a Demetri se le da muy bien ayudarme a olvidarle.

Edward soltó una carcajada.

—Puedo imaginármelo. Gracias, Tany. Solo quería tener otro punto de vista. Esto me está volviendo loco. Sé que necesitamos respuestas, pero no voy a presionarla.

No quiero forzarla. Quiero que confíe en mí lo suficiente como para contármelo por voluntad propia.

—Lo comprendo —dijo Tanya con voz queda—. Y me parece muy inteligente por tu parte. Buena suerte. Sé que no hace falta que te lo diga, pero trátala con delicadeza. Tengo la sensación de que está a punto de derrumbarse.

—Tienes razón, no hacía falta que me lo dijeras, pero gracias de todas formas.

—Estoy a tu disposición, Edward. Y ten cuidado, ¿de acuerdo? Preferiría no tener que enterarme de que alguien a quien aprecio ha estado a punto de morir otra vez.

—Ahora ya sabes lo que sentí cuando te pasó a ti, Tanya.

—Buenas noches —susurró ella.

Edward dejó el teléfono en la mesilla de noche y, al oír que la puerta se abría unos milímetros, se quedó muy quieto, con la mano sobre la pistola. Cuando la puerta se abrió varios centímetros más y vio a Bella iluminada por la tenue luz del pasillo, con el pelo revuelto como si hubiera estado dando vueltas en la cama y hubiera sido incapaz de dormir, apartó la mano del arma.

—¿Edward? —le llamó con suavidad.

—Sí, cariño, estoy aquí.

Bella avanzó vacilante. Su nerviosismo era evidente en su postura y en su actitud.

—Lo siento, no quería despertarte.

—No me has despertado —la tranquilizó Edward—. ¿Ocurre algo?

Bella se mordió el labio y bajó la mirada. Si hubiera habido más luz, Edward habría podido ver el rubor que seguramente adornaba sus mejillas.

—Eh, ven aquí —le dijo.

Bella avanzó hasta detenerse a los pies de la cama. Continuaba evitando su mirada y fijando la suya en cualquier otra parte.

—Bella, mírame —le pidió Edward con delicadeza.

Al final, Bella alzó la mirada e Edward se quedó paralizado al ver la inquietud que reflejaban sus ojos.

—¿Qué te pasa, cariño?

—Quiero pedirte… Quiero decir… si no te importa… quiero… Bueno, es una tontería, pero no puedo dormir porque tengo miedo —susurró.

— ¿Te importa que me quede contigo?

A Edward estuvo a punto de dejar de latirle el corazón. Era lo último que esperaba que le pidiera, pero por nada del mundo iba a decirle que no. Imaginarla tumbada en su habitación y siendo incapaz de dormir por culpa del miedo le desgarró el corazón.

—Claro que no me importa. Cierra la puerta, ¿quieres? Y ven aquí.

Bella se volvió, retrocedió unos cuantos pasos para cerrar la puerta y caminó después hasta la cama. Y, para la más absoluta estupefacción de Edward, se tumbó en el suelo y se acurrucó, pegando las rodillas al pecho, con la evidente intención de dormir allí.

—Bella, no —le dijo Edward con más dureza de la que pretendía.

Su tono la sobresaltó y pareció desolada. Sus ojos se llenaron de lágrimas de mortificación.

—Lo siento —se disculpó con voz ahogada—. No debería haber venido. No te enfades por favor. No podría soportar que te enfadaras conmigo.

Por un instante, mientras Bella se levantaba precipitadamente, Edward se quedó sin habla, pero se levantó de la cama y se colocó frente a ella casi sin ser consciente de lo que hacía, posó las manos en sus hombros con delicadeza y la hizo mirarle.

—Cariño, no estoy enfadado contigo. Me ha molestado que pensaras que tenías que dormir en el suelo. Jamás volverás a dormir en ese maldito suelo, ¿está claro?

El estupor que reflejaba la mirada de Bella se intensificó cuando Edward la levantó en brazos y se inclinó después sobre la cama para dejarla en el lado opuesto, con la cabeza apoyada en los almohadones. Después, Edward se tumbó a su lado y los arropó a los dos.

—Ven aquí —volvió a decir con voz más suave y en tono de disculpa.

Ella se acercó con timidez. Edward alargó la mano, estrechó a Bella contra su pecho y la envolvió con fuerza entre sus brazos de tal manera que la mejilla de Bella quedó presionada contra su corazón mientras él apoyaba la barbilla en su cabeza.

Bella estaba rígida como una tabla y apenas se la oía respirar mientras procesaba lo que estaba pasando. Edward sintió el pánico corriendo por sus venas, la velocidad de su pulso y la forma en la que se le aceleró la respiración.

—Relájate, Bella —le pidió—. Aquí nadie puede hacerte ningún daño. ¿De qué tienes miedo? ¿Has visto algo? ¿Has oído algo?

Bella fue tranquilizándose poco a poco, aunque pareció pasar una eternidad hasta que por fin capituló y sus suaves curvas se fundieron contra su más dura complexión.

—Es una tontería —musitó avergonzada, una vez superado el miedo inicial.

—El miedo no entiende de normas, cariño. Todo el mundo tiene miedo a algo. Es un sentimiento que ataca sin advertencia previa, incluso la cosa más simple puede desencadenarlo. ¿Qué es lo que te ha asustado?

—La ventana —confesó—. Como mi habitación está en el medio, la ventana da a la parte de atrás de la casa y no se ve nada, solo oscuridad. Es una ventana muy grande y está muy cerca de mi cama, así que en lo único que podía pensar era en lo fácil que resultaría sacarme por la ventana antes de que alguien pudiera darse cuenta de que he desaparecido. Yo siempre soñaba con tener una ventana.

Odiaba la habitación en la que me tenían encerrada porque no podía ver la luz del sol. No veía nada, salvo las cuatro paredes de la habitación. Pero ahora odio las ventanas porque sé lo que me está esperando ahí fuera y lo fácil que es entrar por una de ellas.

—No es ninguna estupidez, cariño —la tranquilizó Edward—. Es sensato y significa que eres consciente de lo que te rodea y de los posibles peligros asociados a ello.

Pero te prometo que mientras estés conmigo en esta habitación no va a pasarte nada. Y no permitiré que nada te aleje de mí. ¿Confías en mí, Bella?

Bella se acurrucó todavía más contra su pecho, estiró las piernas, que quedaron entrelazadas entre las de Edward y este la abrazó, ofreciéndole calor y consuelo.

—Confío en ti —susurró—. Sé que parece lo contrario porque no te he contado nada o, al menos, no gran cosa. Pero es porque me da vergüenza.

Se distinguía en su voz el espesor de las lágrimas. Edward le apartó el pelo de la cara y posó los labios en la parte superior de su cabeza, inhalando la esencia de sus dulces rizos.

—No tienes por qué avergonzarte de nada, Bella. Me gustaría que pudieras darte cuenta de ello. Dios mío, no se me ocurre una sola persona que valga más y tenga menos de lo que avergonzarse que tú. ¿Eres consciente de lo buena que eres?

¿De hasta qué punto resplandeces? Es algo que todo el mundo puede ver. Tu delicadeza, tu compasión, tu bondad. Y tu belleza —susurró—. Jamás había visto a una mujer más bella.

Bella clavó las yemas de sus dedos en su pecho e Edward la notó temblar ligeramente por efecto de sus palabras. Después, ella alzó la cabeza para poder mirarle a los ojos.

Era evidente que estaba nerviosa. Su rostro mostraba la más deliciosa timidez mientras recorría el rostro de Edward con la mirada.

—¿Puedo pedirte algo? —preguntó con un susurro tan quedo que le obligó a aguzar el oído.

Edward, que todavía tenía la mano enredada en su pelo, la deslizó por las sedosas hebras hasta alcanzar las puntas y enredarlas alrededor de sus nudillos.

—Siempre podrás pedirme lo que quieras —le prometió.

—¿Puedo… puedo besarte?

Edward sintió un calor que viajaba hasta el centro de su ser. Le ardió la sangre, trazando un camino de fuego por sus venas hasta que tuvo la certeza de que su cuerpo entero se había transformado en lava incandescente. La miró con los ojos entrecerrados y anhelantes y a punto de gruñir por el dilema al que se enfrentaba.

En el instante en el que había asimilado su petición, se había apuesto duro como una piedra y lo último que quería era asustarla con una erección monstruosa.

Cuando Bella comenzó a decir algo, probablemente para retractarse o disculparse, Edward posó un dedo en sus labios.

—Antes tengo que hacerte yo otra pregunta —le dijo con voz ronca. Bella le miró confundida, pero asintió, mostrando su acuerdo.

Rezando en silencio, Edward tomó aire y dijo:

—¿Cuántos años tienes, cariño?

Bella arrugó la frente e Edward se maldijo a sí mismo porque, una vez más, asomó la vergüenza a su rostro y su expresión se tornó triste y distante.

—No lo sé —musitó.

—No lo entiendo —respondió él, sinceramente confundido.

—Tengo muy pocos recuerdos de mi vida antes… antes de estar con ellos.

Se estremeció con obvio disgusto al pronunciar la palabra «ellos» y los pelos se le pusieron de punta. Edward la atrajo hacia él y le frotó la espalda, intentando ayudarla a entrar en calor.

—Suelen ser pequeños fragmentos que aparecen de pronto y desaparecen antes de que haya tenido tiempo de atraparlos, de retenerlos durante el tiempo suficiente como para poder encontrarles algún sentido. Sé que ya tenía algunos años cuando fui a vivir con ellos y que he estado con ellos más de veinte, pero todo es muy borroso, ¿sabes? Al principio, iba a marcando cada día, hasta que me di cuenta de que nadie iba a ir a buscarme y de que el tiempo no significaba nada. Dejé de contar porque dejó de tener ninguna importancia. Yo no le importaba a nadie —dijo con tristeza.

Edward le enmarcó el rostro entre las manos, obligándola a alzar la mirada y deseando que reconociera su sinceridad en su expresión y en sus palabras.

—Importas, Bella, y no pienses nunca lo contrario. Claro que importas.

Bella reprimió un sollozo y enterró el rostro en su cuello al tiempo que se aferraba a sus hombros con las dos manos. Después, retrocedió y le miró con expresión suplicante.

—Quiero besarte, Edward, pero no sé cómo hacerlo. Quiero fingir que soy capaz, aunque sea solo por un momento. ¿Me ayudarás?

Edward le secó las lágrimas que corrían por sus mejillas con el pulgar.

—Será un placer, ángel mío.