AQUI LES TRAIGO MI NUEVA ADAPTACIÓN ESPERO LES GUSTE
Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer al final les digo el nombre del autor
Capítulo Doce
Edward miró a Bella estupefacto a pesar de que su mente ardía de furia. Una furia como jamás la había conocido había estado a punto de llevarle hasta límite, ¿y todavía le quedaba por oír algo más? ¿Se cernía sobre su ángel una amenaza más peligrosa de lo que él pensaba? Ni siquiera se detuvo unos segundos para cuestionarse el hecho de estar considerándola su ángel, de estar considerándola algo suyo. Lo había sido desde el primer momento.
Desde el instante en el que había compartido con él la hermosa luz de su alma. Desde entonces estaba dentro de él, formaba parte de sí mismo, estaba arraigada de una forma tan profunda que no había ninguna esperanza o posibilidad de desenterrarla. En aquel momento Edward solo sabía dos cosas: que Bella le pertenecía y que la protegería de cualquier amenaza a la que tuviera que enfrentarse.
Alargó la mano para acariciarla, pero ella retrocedió con el miedo y la culpa apagando sus hermosos ojos. ¡Maldita fuera! La abrazó, sosteniéndola con fuerza contra él, hasta que al final dejó de resistirse y permaneció inmóvil mientras los sollozos sacudían su cuerpo diminuto. Edward se juró entonces que haría pagar sus lágrimas a aquellos canallas. Haría pagar cada una de las lágrimas que había derramado por culpa de todos aquellos que habían convertido su vida en un infierno.
—Bella, cariño, tranquilízate y deja de llorar —la animó, meciéndola hacia delante y hacia atrás mientras ella iba dando rienda suelta a meses, años quizá, de dolor y tristeza reprimidos.
—Necesito que me lo cuentes todo, pequeña —le explicó con suavidad—. Tengo que encontrar la manera de mantenerte a salvo y eso significa que tendrás que explicármelo todo. No hay nada que no puedas contarme, ¿lo comprendes? Jamás habrá nada que pueda hacerme sentir algo malo por ti, nada que me lleve a abandonarte.
Bella enmudeció entonces. Cesaron los sollozos. De hecho, se quedó tan callada que a Edward le preocupó. Después, se volvió hacia él y le miró con el alma en los ojos. Parecía inocente y perdida, ¿pero qué otro aspecto podía tener cuando había vivido secuestrada y fuera del mundo? ¿Cuando lo único que había aprendido procedía de unas mentes sádicas y retorcidas?
—¿Lo dices en serio? —preguntó con una nota de ansiedad en la voz.
A Edward se le ablandó por completo el corazón. El duro acero que lo envolvía se hizo pedazos.
—Jamás hablo por hablar ni hago promesas que no esté dispuesto a cumplir —respondió.
La miró con intensidad, eliminando todas las barreras para que pudiera ver dentro de él con la misma facilidad con la que él veía dentro de ella.
Bella inclinó de nuevo la cabeza y colocó las manos entre ambos, retorciéndose los dedos con ansiedad.
—Pequeña, no te pongas así —le pidió él—. Cuéntame de qué tienes tanto miedo para que pueda ocuparme de ello.
—No quiero que les pase nada ni a ti ni a tus hombres por mi culpa —susurró.
—Bella, mírame —le pidió Edward, empezando a parecer un disco rayado—.
¿Has olvidado que si no hubiera sido por ti ahora estaría muerto y Sombra estaría en el hospital, dejando que le cosieran y maldiciendo por verse obligado a recibir atención médica?
Bella pareció entristecerse todavía más.
—Para empezar, si no hubiera sido porque intenté robarte el todoterreno, a ninguno de los dos les habrían hecho ningún daño.
—Pero entonces no habría podido tenerte así, entre mis brazos. Y yo diría que por eso casi merece la pena morir —dijo con suavidad.
Bella se le quedó mirando sorprendida y tragó saliva varias veces mientras intentaba poner sus sentimientos bajo control.
—A nadie le ha importado nunca lo que pudiera pasarme —dijo con voz queda—. O, por lo menos, lo único que les importaba era asegurarse de que fuera capaz de hacer lo que los ancianos quisieran.
Edward reprimió la rabia ciega que crecía en su interior y se concentró en la mujer a la que sostenía entre sus brazos, desando que le confiara su último secreto. La levantó de su regazo, la dejó a su lado, se tumbó y se volvió de manera que sus rostros quedaran a solo unos centímetros el uno del otro.
Ella parpadeó y se sonrojó. La incomodidad era evidente en su rostro.
—Esto no está bien —susurró—. Para mí es un pecado el estar en tu cama.
Lo siento. Cuando he entrado en tu cuarto, ni siquiera he pensado en ello.
—Bella, quiero que me escuches, y quiero que lo hagas con mucha atención. En primer lugar, me alegro de que hayas venido porque estabas asustada. Quiero que acudas a mí siempre que algo, cualquier cosa, te asuste. En segundo lugar, quiero que olvides hasta la última maldita cosa que te hayan enseñado en esa maldita secta.
Están equivocados y lo sabes. Por eso estabas tan desesperada por escapar. No fue solo por lo mal que te trataban, ni por el hecho de que se estuvieran aprovechando de ti y utilizándote con propósitos egoístas. Aparte de todo eso, sus enseñanzas eran falsas. Y, no solo eso, sino también tan retorcidas que ni siquiera soy capaz de entenderlo. Soy consciente de que no vas a poder borrar todo lo que te han inculcado a lo largo de tu vida en cuestión de minutos, o de días, ni siquiera durante unas semanas. Pero es ahí donde necesito que confíes en mí, pequeña. Estar en mi cama no es ningún pecado, y no solo porque lo único que estemos haciendo sea hablar. Porque tampoco será algo malo cuando hagamos el amor.
Bella le miró horrorizada.
—¡No! Yo no quiero eso. ¡No pienso hacerlo nunca! —se estremeció—. Es algo horrible.
Un rugido sordo comenzó a resonar en los oídos de Edward, que tuvo que apretar la mandíbula para reprimir el enfado.
—¿Te violaron, Bella? ¿Te pusieron encima sus malditas manos? ¿Te forzaron? ¿Te obligaron alguna vez a tener sexo con alguien?
Bella volvió a estremecerse.
—No, pero vi… —sacudió la cabeza—. No quiero hablar de eso. Por favor, no me hagas hablar de eso ahora.
—Solo quiero saber una cosa y, no, cariño, no tienes por qué hablar de eso ahora mismo.
Dijo intencionadamente «ahora mismo» porque pensaba hacerla hablar sobre ello más adelante. Era evidente que se trataba de un tema traumático para Bella y tenía que saber por qué. Aunque el mero hecho de pensar en tener que escuchar a su ángel diciéndole que alguien la había violado era suficiente como para hacerle perder el control.
—¿Alguno de esos canallas te tocó alguna vez o te agredió sexualmente?
Bella se sonrojó, pero negó con la cabeza. Gracias a Dios. Él tomó aire varias veces, intentando controlar la ira que amenazaba con consumirle.
—Yo era una paria. Estaba prohibido tocarme. Pero no por los motivos que podrías imaginar. No era porque quisieran protegerme o porque les importara que sufriera.
Los ancianos tenían la estúpida superstición de que si perdía la virginidad perdería mi poder de curación. Fue una suerte —susurró—. Lo único que he agradecido siempre de ellos es su estupidez y su ignorancia.
Edward por fin pudo respirar otra vez. Al menos hasta que Bella pronunció sus siguientes palabras.
—Pero eso estaba a punto de acabarse —le contó.
El miedo asomó de nuevo a sus facciones. Fue un miedo más agudo, más crudo del que había mostrado hasta entonces. Antes de que Edward pudiera preguntar a qué se refería, continuó con una voz tan temblorosa como su propio cuerpo.
—Yo siempre estaba pensando en escapar —admitió—. Era lo único que me mantenía cuerda. La posibilidad de poder escapar algún día.
Pero tenían mucho cuidado y me mantenían encerrada bajo llave.
Solo podía escapar de mi habitación después de una curación. Me quedaba tan débil y agotada que eran más laxos a la hora de mantener la vigilancia. Me dejaban en mi habitación, pero nadie se tomaba la molestia de vigilarme. Yo me hacía la débil, les hacía creer que después de curar a alguien me quedaba completamente indefensa. Después me metía a escondidas en los despachos de los ancianos, que era donde guardaban información prohibida. Así fue como aprendí lo que sé del mundo exterior, lo poco que tuve tiempo de aprender. Me resultaba muy complicado, era algo que contradecía las enseñanzas del culto. Sabía que me llevaría mucho tiempo, años, aprender lo suficiente y planear mi escapada, pero no me importaba.
Se convirtió en una obsesión y en la manera de enfrentarme a los castigos que recibía. Me imaginaba siendo libre, estando lejos de allí, en un lugar en el que podría llegar a ser una más, en el que nadie sabría quién era o lo que era capaz de hacer. Solo quería ser normal y tener una vida normal —le explicó con los ojos llenos de lágrimas.
Aquella tristeza desencadenó un dolor en el pecho de Edward que deseó, más incluso que el que Bella fuera feliz, el ser capaz de proporcionarle aquella felicidad.
—Ahora puedes conseguirlo, pequeña —le dijo con delicadeza, acariciándole la mejilla y secando los restos de las lágrimas.
—Pero no puedo —respondió ella con tristeza—. Jamás dejarán de buscarme.
—Háblame de ellos, dime quiénes son. Y, si vivían tan aislados, ¿cómo es posible que alguien que no perteneciera a la secta supiera algo de ti o de tu mera existencia?
—Porque los ancianos me vendieron —dijo con amargura.
—¿Qué demonios? ¿A quién te vendieron, Bella? ¿Fue esa la razón de que huyeras?
Bella asintió con tristeza y se mordió el labio para no ponerse a llorar otra vez.
—Sabía que tenía que aprovechar esa oportunidad para escapar, que no tendría otra.
—¿Y a quién te vendieron? —repitió él con infinita paciencia—. ¿Es esa la gente que va detrás de ti? ¿La que nos disparó a Sombra y a mí?
Bella se encogió y se sonrojó, sintiéndose culpable.
—No sé quiénes son exactamente, pero son peligrosos —susurró—. Tienen armas. Siempre van armados. Les ofrecieron a los ancianos mucho dinero por mí, pero ellos pusieron algunas condiciones. Una fue que debía estar disponible siempre que necesitaran mis servicios y la otra que tenía que permanecer intacta.
Se sonrojó violentamente.
—Su líder pidió hablar conmigo a solas y me advirtió que ya era de su propiedad. Se echó a reír y me dijo que, aunque esos locos creyeran que si perdía la virginidad perdería mis poderes, tanto él como yo sabíamos que eso no era cierto.
Se estremeció, se encogió y se apretó contra Edward, aunque este dudaba de que fuera consciente de ello.
—Me dijo que iba a disfrutar acostándose con una virgen, que él sería el primero y que después sus hombres podrían acostarse conmigo siempre que quisieran. Siguió riéndose y diciéndome que los ancianos no volverían a servirse de mis poderes nunca más, con independencia de lo que hubieran acordado. Pensaban matarlos a todos cuando fueran a buscarme.
Edward soltó una fuerte maldición y apretó los puños mientras regresaba la urgencia de matar. Y lo haría. Mataría hasta el último de aquellos canallas antes de permitir que la tocaran.
—Acordaron al intercambio para varios días después. Yo sabía que tenía que escapar. Tenía que arriesgarme porque, incluso en el caso de que muriera, era preferible a ser vendida a esos hombres.
Edward cerró los ojos, sufriendo por el hecho de que una mujer tan inocente se hubiera visto expuesta a tanto sufrimiento en su corta vida. Saber que había abrazado la muerte con tanta serenidad, como alternativa a ser utilizada y humillada por las personas que la habían comprado como si fuera un objeto, estuvo a punto de quebrarle.
—Dios estaba conmigo —susurró Bella con suavidad, sorprendiendo a Edward ante aquella mención.
Él imaginaba que con la retorcida aberración de la divinidad que presentaban en aquella secta habría perdido la fe.
—Uno de los ancianos sufrió un infarto. Se estaba muriendo y me llamaron para que le sanara. Todo el mundo sabía lo grave que estaba y hasta que no le curé a él… y después a ti… nunca había curado a nadie que estuviera tan cerca de la muerte. Así que hice todo lo que pude para evitar que muriera y fingí quedarme completamente incapacitada, agotada y exhausta. Les dije que tenía que descansar y que necesitaría una segunda sesión para completar la curación, pero que el anciano no moriría. Que después de la segunda sesión sería como si el infarto nunca hubiera tenido lugar, como si aquel hombre no hubiera estado al borde de la muerte.
Bajó la mirada avergonzada e Edward frunció el ceño mientras la miraba con expresión interrogante, esperando a que continuara.
—Yo quería matarle, dejarle morir —susurró—. Solo lo ayudé porque sabía que era mi única oportunidad de escapar.
—Merecía morir —escupió Edward—. No pierdas ni un minuto más avergonzándote por haber deseado su muerte, pequeña. Después de todo lo que te hicieron pasar, es humano que hicieras lo que hiciste.
Ni siquiera Dios te culparía por haberle dejado morir.
Aquella afirmación pareció servir para apaciguarla. Respiró hondo.
—Me arrastraron a mi habitación, me encerraron y se fueron a rezar por el anciano. A rezar —repitió con sarcasmo—. ¿Cómo le puede pedir alguien a Dios que salve el alma del mismo diablo? No pensaron siquiera en la posibilidad de que pudiera escaparme porque habían sido testigos en muchas ocasiones de lo débil que me quedaba después de curar a alguien. Y aunque exageré el estado en el que me encontraba, es cierto que estaba muy débil y me llevó un buen rato recuperar las fuerzas para poder arrastrarme hasta la puerta e intentar escapar. En el despacho de uno de los ancianos había encontrado mapas en una ocasión, así que conocía la disposición del complejo y cuál era la ruta más corta para atravesar los bosques tan espesos que lo rodean. Conseguí salir a escondidas y comencé a correr. Todo estaba muy oscuro y yo estaba aterrorizada.
No podía ver adónde iba y rezaba para estar corriendo en línea recta, para no estar moviéndome en círculos.
A Edward se le revolvió el estómago al imaginarla corriendo indefensa a merced de solo Dios sabía lo que podía haber encontrado en el bosque, todavía débil tras una sesión de curación. Jamás había deseado la sangre de alguien como ansiaba en aquel momento la de aquellos miserables por todo lo que le habían hecho a su ángel.
Nunca había disfrutado matando a sangre fría, pero, si atrapaba alguna vez a alguno de ellos, acabaría con él con sus propias manos.
—Poco después de haberme adentrado en el bosque supe que habían descubierto mi fuga porque oí que soltaban a los perros.
Se estremeció, su cuerpo diminuto temblaba mientras se estrechaba contra Edward como si estuviera intentando meterse dentro de él para sentirse segura y a salvo.
—Sabía que tenía poco tiempo antes de que me atraparan, así que comencé a correr a toda velocidad y a rezar pidiendo misericordia. Y ayuda. Y justo cuando pensaba que ya no tenía ninguna esperanza, salí del bosque y caí de bruces sobre una pista de grava. Apenas estaba empezando a clarear lo suficiente como para ver en la distancia y descubrí una vieja gasolinera al final de la pista. Corrí hacia ella, rezando durante todo el camino para encontrar la manera de llegar a la ciudad.
Sabía que sería el último lugar al que esperarían que fuera porque jamás había salido del complejo de modo que, ¿qué probabilidades tendría de sobrevivir en una ciudad tan grande como Seattle? Me metí en la parte de atrás de una camioneta que llevaba fruta a la ciudad y, cuando el conductor se detuvo después de lo que a mí me pareció una eternidad, salí y continué corriendo.
Posaba la boca contra su pecho y sus siguientes palabras sonaron amortiguadas contra la piel de Edward.
—Supongo que fue cosa del destino el que estuviera tan cerca del aparcamiento en el que habías dejado tu todoterreno abierto.
—Sí —respondió él con voz queda—. Gracias a Dios, casi siempre me dejo las llaves puestas.
Bella se apartó ligeramente e Edward vio que fruncía el ceño y que su expresión había vuelto a tornarse temerosa.
—¿Qué pasa, Bella? —le preguntó al instante.
—Edward, los ancianos no tienen armas y, desde luego, menos una con la que pudieran haberte alcanzado a tanta distancia.
Le agarró la mano y se la llevó a su pecho. Edward sintió su corazón latiendo de forma salvaje bajo su palma.
—¿Cómo es posible que lo supieran? —susurró—. ¿Cómo pudieron encontrarme tan rápidamente? Se suponía que no tenían que ir a buscarme hasta dos días después.
Edward frunció el ceño mientras consideraba sus palabras.
—Debieron de estar vigilando el complejo durante todo el tiempo por si se te ocurría hacer precisamente lo que hiciste. Después te siguieron, estuvieron pendientes de cada uno de tus movimientos. Si yo no te hubiera encontrado y te hubiera sorprendido cuando me estabas robando el todoterreno, podrían haberte seguido y agarrado en el aparcamiento, o haberte hecho salirte de la carretera, o haber esperado a que te detuvieras para capturarte.
—¿Entonces cómo es posible que tus hombres y tú me encontraran antes que ellos cuando abandoné la carretera?
Edward suspiró.
—Cuando llegaron mis refuerzos y empezaron a responder a sus disparos, se vieron obligados a defenderse y eso les distrajo. No creo que esperaran ninguna resistencia. Es probable que pensaran que podrían capturarte sin hacer el menor esfuerzo. Tengo un dispositivo de localización en mi todoterreno que nos condujo directamente hasta ti. Por desgracia, también ha servido para orientarlos a ellos.
Por eso encontraron mi casa y dispararon a Sombra cuando estábamos saliendo.
Bella se irguió en la cama. La camiseta se tensó contra la exuberante madurez de sus senos.
—Entonces aquí tampoco estamos a salvo —reflexionó, presa del pánico.
—Shh, pequeña, necesito que te tranquilices —intentó serenarla—. Si estuvieran cerca de esta casa lo sabríamos, pero tienes razón. No podemos quedarnos aquí.
Tendré que hacer algunas llamadas mientras decidimos cuál va a ser nuestro próximo movimiento.
Bella se humedeció los labios nerviosa e Edward estuvo a punto de gemir ante la sensualidad de aquel gesto tan inocente.
—¿Y tú estarás a salvo? —preguntó vacilante—. ¿Tus hombres y tú estarán a salvo?
La expresión de Edward se tornó más fiera. El enfado estaba librando una férrea batalla en su interior. Bella solo estaba preocupada por él y por su equipo. Ni una sola palabra sobre su propia seguridad o sobre si podrían mantenerla a salvo. ¿Pensaba que valía tan poco?
Por supuesto que lo pensaba. ¿Cuándo le habían demostrado lo contrario? Sintió un profundo disgusto. Bella había pasado toda una vida siendo machacada, humillada, le habían repetido una y otra vez que ella no era nada, que no era importante cuando, en el espacio de un solo día, se había convertido para Edward en todo su mundo.
Incapaz de resistirse e ignorando por un instante su temor a asustarla, la envolvió en sus brazos y la estrechó contra él al tiempo que hundía una mano en sus sedosos y pálidos rizos y acercaba la boca a sus labios.
Presionó los labios contra los suyos, vacilante al principio, sopesando su reacción, pero, para su sorpresa, ella pareció derretirse contra él, moldearse contra su cuerpo como si estuvieran destinados a estar juntos. Edward profundizó entonces su beso, acariciándole los labios con la lengua e invitándola con delicadeza a abrirlos bajo su persistente demanda. Con un trémulo suspiro, Bella abrió los labios lo suficiente como para que Edward pudiera deslizar la lengua en el interior de su boca y acariciar la suya, absorbiendo toda su dulzura.
Jamás en su vida se había sentido tan bien. Nunca había sentido nada tan perfecto. Estaban hechos el uno para el otro y no permitiría, bajo ningún concepto, que nada pudiera separarlos. Arriesgaría su vida una y otra vez, interpondría su cuerpo entre ella y cualquier peligro.
Y tenía una certeza por encima de todo lo demás: le pertenecía. Era imposible que algo tan perfecto como lo que estaba sintiendo no significara nada.
—No permitiré que vuelvan a hacerte daño, Bella —susurró contra sus labios—. En cuanto dé la señal de alarma y organicemos una reunión para decidir cuál va a ser nuestro próximo movimiento, nos tendrás a toda mi organización y a mí entregados a tu seguridad
La tristeza de la mirada de Bella bastó para romperle el corazón en un millón de añicos.
—Yo no soy nadie, Edward —le dijo en un tono que le indicó a Edward que creía a pies juntillas lo que estaba diciendo—. No puedes arriesgarlo todo por mí. ¿Crees que podría soportar que tú, o cualquiera de ustedes, resultara herido o terminara muerto por mi culpa?
—En eso es en lo que te equivocas, cariño —respondió él con su voz más cariñosa, una voz que jamás se habría imaginado utilizando con otra mujer. Con ninguna.
— Lo eres todo para mí. Todo mi mundo.
Y si crees que voy a dejarte escapar ahora que por fin te he encontrado, después de todos los años que he pasado echando de menos una parte de mí mismo, no vas a tardar en darte cuenta de que lo equivocada que estás. Eres mía, Bella. ¿Lo comprendes? Eres mía. Y me siento responsable de tu bienestar, de tu protección y tu felicidad, de hacerte sonreír, reír, de convertir tus sueños en realidad.
Si confías en mí, te juro que haré que todas esas cosas sucedan.
Bella parecía aturdida. Las lágrimas anegaban sus hermosos ojos mientras miraba a Edward con atónita confusión.
—¿Lo dices en serio? —consiguió preguntar con voz ahogada, expresando en voz alta la misma duda de la vez anterior.
—No he dicho nada más en serio en toda mi vida. Pero esto no puede ser solo cosa mía, Bella. Tengo que saber que tú también sientes algo por mí. Necesito que me des la esperanza de no estar solo en esto, de que sientes aunque solo sea una mínima parte de lo que siento cuando te miro a los ojos, cuando te acaricio o cuando te beso.
El rubor de Bella se intensificó y ella bajó la mirada, pero no antes de que Edward pudiera distinguir tal anhelo en sus ojos que le entraron ganas de llorar por todo aquello que Bella nunca había tenido y por todo aquello que había anhelado.
—Confía en mí, Bella—le pidió con voz ronca, casi suplicante cuando no había suplicado nada en su vida—. Dame la oportunidad de demostrar lo que digo. Eso es lo único que te pido. Una oportunidad.
Y que deposites tu confianza y tu corazón en mis manos. Te aseguro que los trataré como el presente más precioso que haya recibido nunca.
—Soy una mujer rota, Edward. ¿Cómo puedes querer algo así? ¿Cómo puedes quererme? —preguntó con voz llorosa—. ¿Qué valor puedo tener para un hombre como tú?
Edward frunció el ceño, a pesar de los esfuerzos que estaba haciendo para no hacerlo.
—Esa es la tontería más grande que he oído en mi vida y no estoy dispuesto a que vuelva a salir de esa preciosa boca nunca más, ¿de acuerdo?
Bella estaba temblando, pero asintió en silencio, con el color tiñendo sus mejillas mientras fijaba la mirada en los labios que acababan de besarla.
—No lo sabía… —dijo asombrada.
Edward inclinó la cabeza hacia un lado, tomándole la mejilla con la mano.
—¿Qué es lo que no sabías?
—Que besar fuera tan bonito —admitió vacilante—. Algo tan íntimo.
No se parece a nada de lo que he sentido hasta ahora y no entiendo el efecto que tiene en mí.
Edward sonrió con ternura y volvió a besarla con delicadeza.
—Muy pronto comprenderás eso y otras muchas cosas, te lo prometo.
Suspiró después y se apartó de ella.
—Y ahora quiero que te tumbes e intentes dormir un poco. Estás agotada y necesito que descanses por lo que pueda pasar a continuación. Tengo que hacer algunas llamadas para planificar nuestro próximo movimiento. Te despertaré dentro de unas horas y te prometo que no te ocultaré nada, ¿trato hecho?
Bella asintió lentamente. Como no quería que tuviera que moverse siquiera, Edward la ayudó a colocarse en la cama, le hizo apoyar la cabeza en los almohadones, la tapó hasta la barbilla y le dio un último beso.
—Buenas noches, Bella. Duerme bien, hazlo por mí, ¿de acuerdo? Necesito que estés fuerte para todo lo que nos espera.
Prométeme que descansarás y dejarás que sea yo el que se ocupe de todos los detalles.
—Te lo prometo —contestó ella con voz triste.
—Esa es mi chica —dijo Edward con afecto—. ¿La luz encendida o apagada?
—Encendida —contestó con ansiedad—. No me gusta la oscuridad.
Incapaz de resistirse, Edward se inclinó para darle un último y más profundo y largo beso.
—Buenas noches, mi amor —susurró—. Sueña conmigo.
MUCHAS GRACIAS POR SUS REVIEWS
