AQUÍ LES TRAIGO MI NUEVA ADAPTACIÓN ESPERO LES GUSTE

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer al final les digo el nombre del autor


Capítulo Trece

Edward marcó una serie de códigos encriptados con los que indicó a todos los miembros de WSS que estaban a punto de enfrentarse a algo serio y que todo el mundo debía acudir a una de las pocas casas de seguridad que no habían sido detectadas a lo largo de aquellos años. Por mucho que Edward no quisiera involucrar a WSS, después de todo lo que Bella le había contado sabía que no le quedaba otro remedio.

Aquello era demasiado peligroso como para que se enfrentara a ello un solo hombre, o incluso un pequeño equipo. Edward necesitaba a todos los miembros de WSS para aquella misión. Su participación podría suponer la diferencia entre la vida y la muerte, o entre que Bella pudiera salvarse o fuera secuestrada y sometida a una vida infernal durante el tiempo que los hombres que la perseguían quisieran utilizarla.

Edward ya había supuesto que Rose, que era la hermana pequeña de Jasper y de James, las esposas de ambos y la esposa de Diego, les acompañarían por dos razones: en primer lugar, ellos nunca las perdían de vista cuando surgía algún peligro que pudiera afectarlas.

Y, en segundo lugar, e Edward estuvo a punto de sonreír, todas ellas habrían insistido en acompañarles por muy vehementes que se hubieran puesto sus maridos.

Sobre todo Alice, porque aquella mujer podía darle a uno su merecido sin necesidad de disponer de otra arma que su retorcida y vengativa mente cuando alguno de sus seres queridos sufría algún daño o amenaza.

En cuanto llegaron, se hizo evidente que ni a Riley, ni a Jasper ni a James les había hecho ninguna gracia que Edward y los cuatro últimos miembros reclutados por la empresa se hubieran refugiado en un una casa de seguridad de Volturi, el marido de Tanya.

—Les agradezco que hayan venido —dijo Edward muy serio.

—¿Qué está pasando, Edward? Suéltalo de una vez. ¿Tiene algo que ver con Bella? —exigió saber Riley.

Edward alzó las manos mientras Mike, Liam, Caballero y Sombra se levantaban del sofá con los brazos cruzados y expresión inescrutable.

—Estamos aquí porque queremos —dijo Sombra con voz queda, aunque se oyeron todas y cada una de sus palabras.

— Esto no tiene nada que ver ni con WSS ni con nuestro trabajo en la empresa y, desde luego, no tiene ni una maldita cosa con ver con el dinero, así que puedes agarrar tus cheques y metértelos por donde te quepan.

Riley rio para sí, pero el rostro de Jasper parecía una nube de tormenta.

—Harías bien en recordar quién firma esos cheques.

—Por lo que yo sé, fue Riley el que nos contrató y nos entrenó y es él el que firma ahora nuestros cheques —intervino Mike, arrastrando las palabras—. Por lo que a mí concierne, y si para él no representa ningún problema, y de momento no se ha pronunciado, mi única obligación consiste en informarle a él y acatar sus órdenes y las de Edward, que es el que está al mando de todo esto.

Tres de las cuatro mujeres a las que Bella había estado observando con curiosidad elevaron los ojos al cielo y esbozaron sendas muecas ante la actitud de aquellos hombres antes de volverse y acercarse a ella. La cuarta permaneció donde estaba y Bella advirtió que parecía triste y asustada. ¿Estaría resentida con ella por los problemas que les estaba causando?

—Estamos encantadas de conocerte, Bella —dijo Alice con cariño después de presentarse, presentar a las otras dos, Victoria y Bree, y explicarle quiénes eran sus maridos—. Creo que en cuanto tengas información sobre nosotras tres te darás cuenta de que no estás tan sola como piensas y de que, desde luego, no eres ningún monstruo.

Bella arqueó las cejas con expresión interrogante y Alice se lanzó entonces a informarle del poder paranormal que cada una de ellas poseía, de lo diferentes que eran todas ellas y de cómo aun así eran capaces de ayudarse cuando tenían que unirse para salvar el pellejo a sus maridos.

Bella se quedó boquiabierta y Victoria y Bree se echaron a reír a carcajadas.

—Pero no se te ocurra decírselo a ellos, aunque sea la más absoluta verdad. Les gusta pensar que nos mantienen protegidas en una burbuja en nuestras casas, donde nada puede hacernos daño —volvió a elevar los ojos al cielo—. No importa que les hayamos ahorrado más de un arañazo combinando nuestros talentos y utilizándolos para derrotar a los malos.

Bella miró por encima del grupo de mujeres hacia aquella mujer solitaria que permanecía en el otro extremo de la habitación, con los brazos cruzados en un gesto protector y la cabeza gacha para que nadie pudiera mirarla a los ojos.

—¿Quién es? —preguntó Bella con voz queda—. Parece tan… vulnerable.

Tanto como la propia Bella, pero había algo en aquella mujer que la atraía, haciéndola olvidarse del peligro que corría. Le preocupaba más el exponer a aquella desconocida a los fanáticos que iban tras ella.

Victoria suspiró y su mirada se oscureció.

—Es Rose, la hermana pequeña de Jasper y James. Ha sufrido mucho.

También tiene un don, pero la frustra y le provoca más sufrimiento que ayuda.

Bella arrugó la frente confundida.

—Hace unos cuantos años la secuestró un asesino en serie. Era un sádico y le hizo todo tipo de cosas terribles antes de que la rescataran.

La salvaron solo unas horas antes de que fuera a matarla —le contó Alice, bajando la voz—. Rose es capaz de soñar el futuro, cosas que van a suceder, aunque muchas veces no puede encontrar sentido a su sueños, o no conoce a las personas que aparecen en ellos, lo que le impide advertirles del peligro. O si sueña con gente que conoce, los sueños no son lo bastante claros. Ve imágenes y situaciones, pero no los acontecimientos que conducen a lo que puede pasar. Eso la hace sentirse indefensa. Entre sus sueños de futuro y las pesadillas del pasado, nunca está tranquila, nunca se siente a salvo. Y es lógico. No soy capaz de imaginarme enfrentándome a algo así. Solo una de esas cosas podría destrozar a alguien, ¿pero las dos a la vez? Se considera débil y cree que no saldrá nunca adelante, pero de lo que no se da cuenta es de la fuerza que tiene que tener una persona para soportar lo que ella soportó y continuar aguantando bajo tanta presión. Es mucho más fuerte de lo que cree.

Bella miró de nuevo a Rose con el corazón lleno de tristeza. Estaba de acuerdo con lo que acababa de decir Alice. No había debilidad ni ningún daño irreparable en aquella mujer herida. Si lo hubiera, no sería capaz de permanecer en pie y seguir aguantando día a día.

Y al pensar en ello volvieron a su mente las vehementes palabras de Edward, tan parecidas a lo que estaba pensando ella de Rose. Le recordó diciéndole que no era una mujer rota, que no era una mujer débil. Que una persona más débil jamás habría soportado lo que había soportado ella y no habría sido capaz de escapar.

Fue una revelación pasmosa y le mostró una imagen de sí misma que jamás habría imaginado. ¿Sería cierto? Si era verdad sobre Rose, quizá también lo fuera sobre ella. No le gustaba considerarse una mujer débil, rota e indefensa. Quería ser fuerte. Quería ser merecedora de la imagen que Edward y el resto del equipo tenían de ella. Quizá necesitara reconsiderar la idea que tenía de sí misma, dejar de regodearse en la autocompasión y de comportarse como una pobre mujer indefensa. Si no era capaz de ayudarse a sí misma, ¿cómo podía esperar que otros lo hicieran?

—Pareces a punto de desmayarte —señaló Bree con su voz dulce y serena—. ¿Por qué no te sientas? Es probable que esto les lleve un buen rato y te doy mi palabra de que, si Edward intenta ocultarte algo, las chicas y yo te informaremos de todo.

Bella sonrió y reprimió un bostezo.

—Ahora que lo dices, la verdad es que estoy bastante cansada.

Pero en el momento en el que las mujeres se volvieron para regresar junto a sus maridos, Bella se retiró hasta el rincón más alejado de la habitación y se sentó en el suelo, apoyada contra la pared, con las piernas dobladas y acercando las rodillas a la barbilla.

Las observó con envidia y experimentó también otro sentimiento profundo al que no fue capaz de poner nombre al ver lo mucho que sus maridos las querían.

No pasaba un solo minuto sin que las tocaran, sin que les dieran un beso en la cabeza, o en el cuello, o incluso que les tomaran la mano de vez en cuando y se la llevaran a los labios. No había incomodidad alguna. Los hombres que no tenían pareja lo aceptaban todo con naturalidad y, a juzgar por el rosado resplandor de las mejillas de las mujeres, ellas disfrutaban de las caricias de sus maridos. Y de sus besos. Aquello no se parecía a nada de lo que había visto Bella.

Ninguno de los hombres del culto besaba a su esposa, ni se comportaba de forma cariñosa con ella, ni la agarraba la mano por el mero placer de tocarla, ni bromeaba con ella entre risas. Dios santo, el amor hacia sus esposas que reflejaban los ojos de aquellos hombres era suficiente como para hacerla salir huyendo avergonzada de la habitación.

¿La miraría alguien a ella alguna vez de esa manera? Ella era un producto creado por su religión. La habían hecho creer que lo que le habían enseñado era igual en todas partes. Y sin embargo… Edward la había mirado de una forma muy parecida a la de aquellos hombres.

Y, cuando la había besado, la concepción que hasta entonces tenía de los besos, que consideraba algo repugnante, se había desvanecido. Se había visto inmersa, perdida, en un mundo cuya existencia ni siquiera conocía. ¿Qué significaba todo aquello? Era imposible que Edward hubiera llegado a sentir algo tan profundo por ella en tan poco tiempo. Apenas se conocían. Pero parecía muy convencido. O a lo mejor ella estaba viendo y sintiendo lo que quería y la realidad estaba a kilómetros de distancia de la fantasía que se había creado.

¿Cómo podía saber lo que tenía que pensar? ¿Lo que tenía que creer?

¿Cómo podía saber lo que era verdad y lo que no lo era cuando ignoraba cuanto había más allá del recinto que se había convertido en su prisión? Su mente era un caos absoluto y no era capaz de procesar aquel bombardeo de conductas tan ajenas a ella que le resultaba imposible creer que nada de aquello fuera normal. ¿Y si eran ellos los raros y ella la única persona normal?

Estuvo a punto de atragantarse con una carcajada nacida en su garganta que reprimió al instante. Si alguien era raro, esa era ella.

Contemplaba el evidente amor de aquellas parejas con escepticismo porque en el fondo le dolía saber que aquellas mujeres disfrutaban de algo por lo que ella daría cualquier cosa.

Y tenía que ser sincera consigo misma porque eso era lo único que le quedaba cuando toda su vida había resultado ser una mentira. Y la verdad era que tenía una envidia amarga de Victoria, Alice y Bree.

Una envidia que se hundía en ella más profundamente que cualquier vergüenza o cualquier herida infligida por sus captores. No era un corte superficial. Era una herida abierta y sangrante que se abría camino hasta su alma.

¿Era un pecado desear lo que cualquier joven deseaba? Siempre había deseado que el mundo exterior no tuviera nada que ver con el tipo de relaciones que se establecían entre las personas pertenecientes al culto. Soñaba con una vida normal junto a un hombre, un marido que la amara y pudiera darle hijos al que no le importaran sus poderes ni se sintiera amenazado por ellos. Pero entonces no sabía si el resto del mundo era o no diferente. Una vez averiguada la verdad, solo le servía para que aquel anhelo se hiciera más acusado. ¿Y si ya era demasiado tarde para ella? Estaba demasiado marcada, las cicatrices eran demasiado profundas por culpa del tiempo que había pasado recluida como para que nadie pudiera mirarla con nada que no fuera compasión o rechazo. O una desconfianza total.

Después de lo que le pareció una eternidad, las mujeres, Edward y algunos de sus hombres dejaron de mirarla preocupados y comenzaron a hacer planes y a hablar de las precauciones que debían tomar.

Bella enterró la cara entre las rodillas y comenzó a mecerse hacia delante y hacia atrás, convirtiéndose en un ovillo, intentando pasar desapercibida, no llamar la atención. No soportaba la pena ni el enfado que adivinaba en sus expresiones. Sabía que les había arrastrado hacia un problema que no les correspondía a ellos resolver y en el que no deberían haberse visto implicados.

Tenía que alejarse de allí cuanto antes. Necesitaba escapar para que aquellas personas que representaban todo lo bueno del mundo no se vieran perjudicadas por ella y no tuvieran que sufrir por haber interferido a su favor.

Por mucho que deseara creer que Edward la quería, por mucho que deseara ser para él lo mismo que aquellas mujeres eran para sus maridos, sabía que no era realista. Lo único que conseguiría sería que le mataran. Quizá incluso que mataran a los maridos de aquellas mujeres. ¿Cómo iba a enfrentarse después a ellas? ¿Cómo iba a mirarse al espejo sabiendo que era la razón de tanto dolor y tanta muerte? Tenía que abandonar aquellos sueños ridículos y asumir la realidad. Y la realidad era que ni ella ni cualquiera que se acercara a ella estaría nunca a salvo. No podía esperar que ningún hombre estuviera dispuesto a vivir mirando constantemente por encima del hombro y esquivando la muerte a cada paso. Y la mataría ver a Edward alejándose de ella después de haber experimentado, aunque hubiera sido durante unas horas, lo que podía llegar a ser la vida junto a un hombre como él. Le dolía en lo más profundo dejarle en aquel momento, pero la destrozaría por completo que fuera él que la abandonara después de haber estado con ella incluso durante tan poco tiempo.

Tenía que ser así. No solo por su seguridad, sino también por la de Edward y por la de todas las personas que había en aquella habitación.

Cerró los ojos y se tomó un momento para fortalecer su decisión, comprendiendo, en el fondo de su corazón, que era un única opción.

No le quedaba más remedio.

En el instante en el que alzó la cabeza lo suficiente como para ver a los otros por entre sus párpados entrecerrados, se quedó helada. Era una completa idiota porque, si era cierto que Bree era capaz de leer la mente, su plan ya había saltado por los aires.

Cuanto más seguía con la mirada a las mujeres del grupo, más se clavaba aquella envidia amarga en sus entrañas. No las odiaba ni les guardaba ningún rencor, pero sentía celos de todo aquello que tenían y de lo que ella carecía.

Bella volvió a bajar la cabeza por miedo a que alguien la descubriera mirando, especialmente Bree, que tenía la capacidad de abrirse camino hacia sus pensamientos.

Se encogió cuanto le fue posible, intentando hacerse invisible, mientras escrutaba la habitación ocultando su mirada a aquellos que permanecían a solo unos metros de distancia. Se fijó en cada detalle, buscando desesperada la manera de escapar. Estuvo a punto de escapar de sus labios una risa histérica que cortó con brusquedad. Tomó aire y se obligó a respirar hondo por la nariz, intentando serenarse.

¿Cómo iba a escapar de aquellos hombres? Un furibundo enfado contra sí misma atravesó su cuerpo. Ya había conseguido escapar de algo que parecía imposible y, si lo había hecho una vez, podría volver a hacerlo. Lo único que tenía que hacer era creer en sí misma.

Primero tenía que encontrar la manera de hacerlo y después ponerla en práctica cuando nadie estuviera pendiente de ella y estuvieran todos concentrados en diseñar el curso de la acción.

Resopló con suavidad sobre sus rodillas con un gesto de frustración. ¿A quién pretendía engañar? Solo unos segundos antes había decidido ser completamente sincera consigo misma y, sin embargo, allí estaba, sopesando las posibilidades que tenía de escapar sin que se dieran cuenta, como si de verdad tuviera alguna. Pero no podía decidir que era peor. Si engañarse a sí misma o dejarse arrastrar por el pesimismo. Ninguna de las dos cosas iba a ayudarla en su situación.

Negándose a darse por vencida, sin importarle lo imposible que pareciera, decidió dejar de lamentarse, de ahogarse en la autocompasión y de actuar como una estúpida patética e inútil. Siempre había alguna forma de escapar. Lo único que tenía que hacer era encontrarla.

Teniendo mucho cuidado de que no fuera evidente, reanudó la observación que con tanta rapidez había abandonado solo unos segundos después de haberla empezado. Había aprendido a tener una paciencia infinita mientras estaba prisionera, consciente de que, si se dejaba llevar por la impaciencia e intentaba escapar antes de tener un plan perfecto, jamás tendría otra oportunidad. Por supuesto, la suerte nunca hacía daño, y aprovecharía toda la que tuviera.

Permaneciendo en completo silencio, sin permitir que se oyera siquiera el intercambio de aire en sus pulmones, alzó la cabeza poco a poco para que nadie pudiera descubrirla y miró por debajo de los brazos, estudiando la habitación y buscando alguna salida que no estuviera bloqueada por alguno de los hombres de WSS. ¡Uf!

Con el tamaño que tenían aquellos hombres bastaba uno solo para convertirse en un obstáculo insalvable para ella.

Contuvo la respiración cuando su mirada se posó en lo que parecía una trampilla para acceder al sótano. Era pequeña, apenas suficientemente grande como para que cupiera por ella uno de aquellos hombres tan musculosos. Desde luego, le costaría entrar a cualquiera de ellos. Pero Bella podría deslizarse sin ningún problema a través de ella. Daba la sensación de no haber sido utilizada desde hacía años. Como Bella sabía que aquella era una de las fortificaciones de WSS y la más segura de las casas de seguridad, dedujo que la puerta del sótano debía de ser una ruta de escape por si se daba el caso de que la casa fuera sitiada.

No estaba lejos de la pared contra la que estaba apoyada y si era capaz de recorrer despacio, y sobre todo sin hacer ruido, los escasos metros que la separaban de la trampilla del sótano, podría deslizarse en su interior sin que se dieran cuenta.

Una vez en el piso inferior de la casa de seguridad, seguro que encontraba una salida. Aquellos hombres estaban preparados para cualquier incidencia y, con toda probabilidad, debía de haber múltiples rutas de escape por si la casa sufría un asalto y cualquiera de las otras salidas se había visto comprometida o estaba bloqueada por el enemigo.

Intentó motivarse mentalmente a pesar de que el pánico amenazaba con superarla hasta el punto de hacerla rendirse a la histeria. «¡Tranquilízate, Bella!», se ordenó.

Lo único que tenía que hacer era abrir la trampilla, cerrarla después sin hacer el más mínimo ruido, encontrar la salida que conducía al exterior del edificio y correr como si en ello le fuera la vida.

Pero no su vida, sino la vida de Edward y las de los hombres y mujeres de WSS. Se negaba a mancharse las manos con la sangre de aquellas personas cuando ella era la única razón de que estuvieran todos ellos en peligro.

Había encontrado la manera de llegar a la ciudad la primera vez, aunque no hubiera podido llegar muy lejos antes de encontrarse con Edward, y con serios problemas.

Pero aquella no era la cuestión. Lo había hecho una vez y podía volver a hacerlo. No podía permitir que el terror la paralizara y necesitaba ser consciente de que no estaba jugando al escondite. Cualquier fallo supondría su captura y la muerte de cada una de las personas que había en aquella habitación. El éxito significaría que podría seguir respirando y desaparecer para así no volver a ser un peligro para nadie.

Aquella idea la serenó y se prometió tener un cuidado extremo en aquella ocasión y no confiar en nadie. Había tenido suerte de que Edward fuera una persona en la que podía confiar, ¿pero qué habría pasado si le hubiera intentado robar el coche a otro? Si no hubiera sido por Edward, en aquel momento estaría en manos de unos monstruos brutales. No todo el mundo era tan bueno como Edward y sus hombres y, a partir de aquel momento, no correría ningún riesgo, no se arriesgaría a confiar en nadie que después pudiera traicionarla.

El miedo la había fortalecido durante su fuga. Le había proporcionado la adrenalina necesaria para llevar adelante su plan. Pero en aquella segunda ocasión no podía contar con que pudiera salvarla otra vez.

Tenía que ser inteligente y utilizar la cabeza si quería tener la esperanza de abandonar aquel lugar y seguir viva.

Poco importaba el lugar al que fuera en la ciudad. Lo único que tendría que hacer sería mantenerse alejada de callejones oscuros y de calles mal iluminadas. De barrios sospechosos, de cualquier cosa que alertara al sexto sentido que siempre había tenido. Más le valdría escucharlo en vez de dedicarse a recorrer las calles imprudentemente, buscando algo o a alguien en su frenético intento de escapar, como había hecho la primera vez.

Necesitaba tener presente que debía mantenerse en las zonas más concurridas de la ciudad, allí donde pudiera pasar desapercibida. En los barrios con más movimiento. En la zona más comercial. Lugares en los que hubiera muchas tiendas. Quizá hasta en un centro comercial. Allí sería fácil fundirse con los miles de personas que pululaban como hormigas saliendo y entrando de un hormiguero.

Pero antes de dejarse llevar por la emoción de estar fuera tendría que hacer algunos cambios importantes. En caso contrario, nada de lo que había planeado hasta aquel momento serviría de nada. Su aspecto era demasiado llamativo, demasiado fácil de recordar. De modo que tendría que cambiarlo, y no solo un poco.

Sus facciones y su pelo eran inolvidables. Edward le había dicho que era un ángel, su ángel, en un tono de asombro que le había hecho comprender que realmente la veía como a un ángel con aquel pelo largo y castaño con los ojos azules y una piel casi traslúcida.

Tendría que teñirse el pelo. Sabía que aquello la hacía parecer no solo vanidosa, sino también increíblemente estúpida, pero no era capaz de cortarse el pelo. Su pelo era uno de sus gestos de rebelión. Los ancianos la amenazaban de vez en cuando con cortarle hasta el último mechón de pelo para humillarla y hacerla doblegarse a su voluntad, pero, cada vez que la habían amenazado, ella había jurado que, si llevaban a cabo su promesa, se suicidaría antes de curar a ninguna otra persona del culto.

El miedo que había visto reflejado en sus ojos le había indicado que sabían que no era un farol. Y no lo era. Ya había perdido demasiadas cosas. Ni siquiera sabía por qué seguía aguantando. Era una pregunta que se había hecho docenas de veces durante años antes de llorar hasta quedarse dormida porque no tenía respuesta.

A lo mejor había sido la pura desesperación de sus facciones la que les había convencido, o el hecho de que les hubiera mirado como si la muerte fuera la única vía de liberación para ella, una liberación que deseaba con fervor. Aunque no habían llevado a cabo su amenaza, habían redoblado la seguridad sobre ella y la habían obligado a comer tanto si quería como si no.

A menudo la habían forzado a alimentarse mediante una sonda nasogástrica al tiempo que le colocaban un vial para poder suministrarle fluidos intravenosos además de los nutrientes que le introducían por la sonda. Era como si temieran que pudiera hacer realidad su amenaza de poner fin a todo el dolor, la humillación y la tristeza.

Debería avergonzarla el haber permitido que pensaran eso de ella.

Que la consideraran tan débil como para estar dispuesta a poner fin a su vida en vez de luchar hasta con su último aliento para conseguir su libertad, por mucho tiempo que le llevara. Pero así había conseguido comprar un tiempo precioso, un tiempo que necesitaba si quería cumplir la promesa que se había hecho a sí misma cuando solo era una niña encerrada en un entorno en el que distinguía la pestilencia del demonio hasta tal punto que la hacía vomitar. Muchas noches, vomitaba hasta el último pedazo de comida o la última gota de líquido que la habían obligado a ingerir durante el día.

Pero, aunque se negaba a cortarse un solo centímetro de pelo, y aquel podía terminar siendo el peor error de su vida, cambiaría su aspecto de otra manera. Podía teñirse el pelo de un color diferente para que nadie la reconociera. El rojo estaba descartado. Sencillamente, no se imaginaba a sí misma de pelirroja. Pero podía teñírselo rubio, o incluso de negro.

Tras considerarlo, decidió que teñirse del negro de una noche sin luna y sin estrellas era la mejor opción para moverse entre las sombras sin que la localizaran. Si tenía suerte y Dios estaba de su lado, el cielo permanecería cubierto y la luna y las estrellas no podrían proyectar su luz y descubrir hasta el mejor disfraz. Y las probabilidades de que no la detectaran se incrementarían. Y lo mejor era que la visibilidad quedaría limitada a varios metros en vez de a distancias mucho mayores.

Necesitaría comprar ropa nueva, nada que ver con aquella ropa tan desharrapada con la que había huido, pero, al mismo tiempo, tenían que ser prendas que no llamaran demasiado la atención. Ella quería ser… normal. Unos vaqueros. Unos vaqueros bonitos, sin agujeros ni rasguños en la tela. Unos vaqueros que le quedaran bien, que no fueran demasiado grandes para ella, como si los hubiera sacado de un contenedor de la basura y hubiera tenido que conformarse con lo que había tenido la suerte de encontrar.

Las prendas para la parte superior tendrían que ser grandes, por lo menos dos tallas más que la suya, para así no mostrar ninguna de sus curvas. Había maldecido muchas veces aquellos senos grandes, sus caderas redondeadas y el trasero abultado que muchos hombres se quedaban mirando con aquella expresión que le asustaba casi tanto como los propios ancianos.

Las sudaderas serían perfectas ademas, las sudaderas eran lo suficientemente voluminosas como para que no tuviera que preocuparse de llevar sujetador.

Esbozó una mueca al acordarse de que se había olvidado de los zapatos, y los zapatos eran caros. A lo mejor podía encontrar algo a buen precio en la tienda de alguna organización benéfica o del Ejército de Salvación cuando fuera a buscar las otras prendas que necesitaba para ocultarse.

Y pensó después en otra cosa que la hizo encogerse por dentro. Como Edward le había explicado tan pacientemente, era absurdo pensar que iba a poder descartar de un día para otro las ideas que habían formado parte de su vida desde que ella podía recordar. Necesitaba tiempo para llegar a entender cómo funcionaba el mundo real y guiarse por las normas que regían en la sociedad y no por las repulsivas y retorcidas enseñanzas que los ancianos imponían a los más pequeños e impresionables. Necesitaba tiempo y, para entonces, Edward ya no estaría cerca de ella. Le había dicho que le llevaría semanas, meses o incluso más tiempo reparar el daño y ser capaz de admitir no solo ante sí misma sino ante los demás que las personas que la habían hecho prisionera la habían forzado a tragar una mentira tras otra.

Intentó ignorar la preocupación y el sentimiento de culpa al pensar en la siguiente fase de su plan. Sabía que tendría que comprar maquillaje y hacer pruebas con él o acudir a algún profesional para que la ayudara a alterar sus facciones.

Siempre había llevado el pelo suelto, no por elección propia, sino porque así lo habían ordenado los ancianos, y se moría de ganas de probar peinados que había visto en otras mujeres. Pensó que eran peinados bonitos. Despreocupados, incluso. Como si no le importara lo que pudieran pensar los demás y se peinaran de la forma que les resultaba más cómoda. Qué no daría Bella por tener tanta confianza y asertividad.

Mientras iba repasando aquella lista una y otra vez para asegurarse de que no había olvidado nada, sintió una opresión en el pecho y unas estúpidas lágrimas ardiendo en las comisuras de sus ojos por permitirse siquiera el sueño de ser una persona normal, de no tener tras ella a unos locos peligrosos que no se detenían ante nada, capaces incluso de matar a quienquiera que pretendiera ayudarla. Era un sueño imposible. Se secó las lágrimas con el dorso de la mano, furiosa consigo misma por dejarse llevar por la autocompasión cuando debería estar dedicándose a buscar la manera de salir de allí cuanto antes.

No tenía dinero y cuando la asaltó aquel recordatorio se le revolvió el estómago y sacudió la cabeza contra las rodillas. Era evidente que el marido de Tanya tenía mucho dinero. La verdad era que ninguno de los compañeros de Edward, ni el propio Edward, parecía andar corto de dinero. ¿Echarían de menos unos cuantos cientos de dólares? Solo se llevaría lo suficiente para cambiar su aspecto. Después podría empezar a buscar trabajo. Pero aquel pensamiento se le clavó como un cuchillo y afiló su desesperación.

No tenía partida de nacimiento. Ni ningún documento de identidad.

Ni siquiera sabía del todo quién era. No tenía la menor idea de cuál era su verdadero nombre y carecía de experiencia laboral, salvo la de haber sido una auténtica esclava para unos megalómanos, y no creía que una solicitud de trabajo con esa clase de experiencia pudiera llevarla muy lejos.

Además, no quería trabajar en nada que le recordara la vergüenza y la humillación de su pasado. Los mendigos no tenían derecho a elegir, bien lo sabía. A cierto nivel reconocía que debería agradecer cualquier trabajo que le dieran, pero todo su ser se rebelaba ante la idea de ser tratada como si fuera menos que otros. Como si no valiera nada.

Cerró los ojos y comenzó a mecerse con más fuerza mientras las lágrimas empapaban la tela de los pantalones. Después frunció el ceño ante un recuerdo distante.

Era algo que había ocurrido años atrás, una de las pocas veces que había sido capaz de escabullirse en uno de los despachos de los ancianos sin que se dieran cuenta.

Había estado estudiando los planos y la disposición de aquel complejo buscando la mejor ruta de fuga, pero había visto también un periódico reciente y había sido incapaz de contener su curiosidad, así que se había puesto a hojearlo en silencio y con mucho cuidado y se había detenido en un artículo que hablaba de que cada vez más empresas optaban por pagar a sus trabajadores bajo cuerda y no pedían referencias, ni documentos, ni experiencia laboral, ni tan siquiera preguntaban por la edad. ¿Pero quién en su sano juicio iba a arriesgarse a contratarla sin saber nada de ella, aunque le pagaran en negro?

Aun así, la idea era demasiado tentadora. Sería un sueño hecho realidad. Podría trabajar hasta que tuviera suficiente dinero ahorrado, abandonar después la ciudad, huir a donde quisiera y empezar desde cero en un lugar en el que nadie la conociera ni supiera lo que era capaz de hacer. Sería, simplemente, un rostro más entre la multitud. La emoción que la inundó fue tal que no era capaz de controlarla ni de mitigarla por mucho que lo intentara.

Sabía que era una estupidez alimentar esperanzas que se iban a ver frustradas, pero tenía que intentarlo. Ella no era una derrotista. Si lo hubiera sido, habría hecho lo que los ancianos habían querido que hiciera años atrás.