AQUÍ LES TRAIGO MI NUEVA ADAPTACIÓN ESPERO LES GUSTE
Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer al final les digo el nombre del autor
Capítulo Catorce
Edward había estado tan concentrado urdiendo una estrategia y planificando su siguiente movimiento que no había ido a comprobar cómo estaba Bella durante la última media hora. En cuanto se dio cuenta, giró frenético, buscándola con la mirada.
Cuando la vio en la zona más alejada de la habitación, con las piernas encogidas contra el pecho como si quisiera protegerse, se le aceleró el pulso. Y, cuando vio el traicionero temblor de sus hombros, soltó una larga maldición.
Al tener la cara contra las rodillas, el pelo le proporcionaba una efectiva barrera, de modo que su expresión quedaba completamente oculta, pero Edward no necesitaba verle la cara para saber que estaba llorando en silencio y haciendo todo lo posible para ocultar a los demás su tristeza. Parecía tan sola y tan frágil que se le encogió el corazón y se prometió aliviar aquel dolor de cualquier forma posible. Estaba herida, pero también él, porque no podía soportar que aquella mujer tan generosa y bella soportara tanto dolor. Le hacía sentirse impotente, inútil, dos sentimientos que no estaba acostumbrado a experimentar en su trabajo.
Pero Bella no era una misión, ni tampoco un maldito trabajo. Bella lo era todo.
—Ya hemos terminado —dijo bruscamente, sin dejar de mirar la postura defensiva de Bella.
Odiaba con cada fibra de sus ser que estuviera llorando en silencio y, al mismo tiempo, intentando no ser una carga, ¡una maldita carga!, cuando en tan poco tiempo se había convertido en todo su mundo.
Cuando sus compañeros siguieron la dirección de su mirada se produjo una curiosa mezcla de suavidad y dureza en sus expresiones. A ninguno de ellos le hizo gracia darse cuenta de que, mientras ellos habían estado decidiendo los siguientes pasos a dar, Bella había sido ignorada, la habían dejado sola, y posiblemente se había sentido asustada y vulnerable.
Se acercó a grandes zancadas hacia ella, se inclinó, deslizó los brazos a su alrededor y la levantó, ignorando su exclamación de sorpresa.
Presionó su rostro lloroso contra su cuello para ahorrarle la incomodidad del preocupado escrutinio de los otros.
—Shh, pequeña —susurró mientras la llevaba hacia el dormitorio—. Deja que me ocupe yo de ti. No quiero que te preocupes por nada. Mientras estés en mis brazos no tienes por qué sentir miedo ni sentirte insegura —le prometió en un susurro.
Bella se relajó contra él, moldeando su cuerpo contra el suyo mientras Edward entraba en el dormitorio y cerraba la puerta tras ellos. No la soltó hasta que la dejó en la cama y entonces permaneció junto a ella durante varios segundos, odiando el tener que separarse aunque solo fuera durante los pocos segundos que tardó en sacar una de sus enormes camisetas para que se la pusiera para dormir.
Regresó junto a la cama y comenzó a desnudarla lentamente. Ella tragó saliva. Un pequeño gemido escapó de su dulces y mullidos labios y el color tiñó su mejillas mientras cruzaba los brazos para cubrirse el pecho.
—No tienes por qué pasar ninguna vergüenza conmigo, Bella. Eres condenadamente perfecta. Eres tan hermosa que me duele mirarte.
Solo quiero que te pongas algo más cómodo para dormir. Las chicas te han traído ropa y zapatos, pero esta noche dormirás con mi camiseta para que sepas que eres mía.
Bella volvió a ruborizarse otra vez, pero en aquella ocasión el placer hizo brillar sus ojos y la tristeza se evaporó mientras miraba a Edward como si fuera un héroe.
Como si fuera el único hombre del mundo. Y, siempre y cuando él fuera el único hombre de su mundo, Edward podía respirar sin miedo a perderla, o a que desapareciera de su vida llevándose con ella hasta la última brizna de luz y de bondad.
Sabía que Bella lo era todo, que para él no había nadie más, pero tenía que asegurarse a sí mismo un lugar idéntico en el mundo y el futuro de Bella. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para estar junto a ella, para que estuvieran tan unidos que no tuvieran ninguna posibilidad de escapar el uno del otro.
Con manos temblorosas, le metió la camiseta por la cabeza y la bajó a lo largo de su cuerpo, rozando al hacerlo sus senos hinchados.
Ambos exhalaron con fuerza y las pupilas de Bella de pronto ocuparon prácticamente todo el azul claro de sus ojos, dejando solo un anillo alrededor de las oscuras órbitas.
La joven elevó el pecho como si le estuviera costando respirar, y la verdad era que él no había tomado aire ni una sola vez desde que había desnudado sus deliciosas curvas para que se preparara para acostarse. El pecho le ardía por la falta de oxígeno y solo cuando Bella estuvo cubierta del todo fue capaz de insuflar aire a sus necesitados pulmones.
—Necesitas descansar, cariño —le dijo mientras la arropaba—. Mañana va a ser un día muy largo y esta podría ser tu última oportunidad de disfrutar de una buena noche de sueño durante algún tiempo.
La expresión de Bella se tornó ansiosa de pronto, le miró preocupada, como si quisiera preguntarle algo, pero vacilara.
—¿Qué te pasa, cariño?
—¿Tú dónde vas a estar? —le preguntó en voz baja, desviando la mirada hacia las ventanas de la pared opuesta.
—Estaré donde tú quieras que esté —se limitó a decirle—. ¿Quieres que me quede? ¿Quieres que duerma contigo?
Bella se humedeció los labios nerviosa. La tristeza asomó a sus ojos durante breves segundos.
—Quiero que me abraces —confesó.
Le temblaban los labios. ¿Qué le estaría pasando por la cabeza? ¿En qué estaría pensando? Le volvía loco no ser capaz de hacerla sentirse bien, no poder borrar todas sus preocupaciones, su miedo y su tristeza con el mero hecho de desear que desaparecieran.
—Nada me gustaría más que tenerte dormida entre mis brazos —le dijo, deslizando el dedo bajo su barbilla y alzándole la cara para poder reclamar su boca tal y como de verdad quería.
Deseaba que aquel sabor ardiera para siempre en su lengua, que su esencia llenara su olfato de tal modo que no oliera otra cosa durante cada uno de los segundos del día.
Necesitó de hasta la última fuerza de voluntad que poseía para romper el sello de sus labios fundidos. Eran tantas las ganas que tenía de hacer el amor con ella que casi le dolía. Pero Bella merecía ser adorada y atendida con delicadeza y reverencia. Lo harían cuando dispusieran de todo el tiempo del mundo y no en un momento como aquel, cuando podrían interrumpirlos en cualquier instante porque alguien hubiera conseguido violar las medidas de seguridad.
Pronto, pensó. Al día siguiente, cuando la llevaran a un lugar más seguro, a un refugio tan aislado y fortificado que nadie podría acercarse a dos kilómetros sin que se desatara un infierno de balas en todas direcciones. Una vez más, tenía que agradecérselo a Volturi, que no era en absoluto lo que parecía. Era un espíritu libre e impredecible que se guiaba por sus propias reglas, se tomaba muy en serio la protección de su esposa y en aquel momento había extendido aquella protección a Bella. Edward no era tan orgulloso como para no aceptar toda la ayuda que pudiera recibir siempre y cuando así garantizara que ni la violencia ni el peligro iban a rozar a su ángel. Y una vez estuvieran escondidos en la propiedad inexpugnable de Volturi, reclamaría lo que era suyo y se uniría con tanta fuerza a Bella que jamás podría deshacerse de él.
Se quedó en calzoncillos, sonriendo casi ante la timidez de la mirada de Bella, llena de curiosidad y femenina apreciación. Su inocencia le encantaba. Nunca le había dado demasiada importancia a la virginidad. No tenía un doble moral a la hora de juzgar a las mujeres que tenían la misma experiencia sexual que los hombres.
Pero saber que sería el primer, y último, amante de Bella, el único hombre que haría el amor con ella y que recibiría tan precioso regalo, le infundió un fiero sentimiento de posesión.
El hombre de las cavernas que llevaba dentro rugió pidiendo salir a la superficie, y le entraron ganas de golpearse el pecho y marcar su territorio. Repetidas veces. No quería que ningún hombre pusiera sus ojos en ella, y mucho menos ninguna otra parte de su cuerpo.
Jamás se había considerado un hombre posesivo, pero, en lo que a Bella se refería, la idea de que alguien pudiera tocarla casi le hacía perder la cordura. Y le importaba muy poco lo que pudiera parecerles a los demás o lo que pudieran pensar. La única persona que le preocupaba que aceptara su completa entrega al bienestar, protección, cuidado y felicidad de Bella era la mujer que tenía acurrucada entre sus brazos, cuyo cuerpo diminuto envolvía por completo con el suyo, mucho más grande.
—Duérmete pequeña —le susurró al oído, observando cómo se estremecía—. Quiero que tengas dulces sueños y sueñes conmigo.
—Si sueño contigo serán dulces sueños —susurró ella en respuesta, dejando que su aliento se deslizara por el cuello de Edward como una caricia de seda.
Edward la apretó con fuerza, con demasiada fuerza, sobrecogido por la dulzura de aquellas palabras. Palabras que le dieron la esperanza de que algún día Bella pudiera sentir por él el mismo deseo que se había apoderado de su cuerpo, de su corazón y de su alma. Pero hasta entonces, hasta que ella aceptara todo lo que era y sería siempre para él, Edward tenía amor, determinación y deseo suficiente para los dos y por nada en el mundo renunciaría nunca al precioso regalo que había estado esperando durante toda una vida.
—Bésame por última vez —le pidió Bella con una voz anhelante que le preocupó y le puso en alerta.
Había percibido algo en su forma de decirlo que le había inquietado y le había encogido las entrañas, señal inequívoca de que algo no andaba bien. ¿Pero qué podía ser?
Incapaz de resistirse a su petición, a pesar de la voz que le alertaba de que algo ocurría, la abrazó de tal manera que no hubiera un solo rincón de su piel que no tocara y reclamó sus labios con más contundencia de la que había empleado hasta entonces. Absorbió y saboreó su satinada dulzura como si fuera un hombre hambriento y ella su primera comida desde hacía semanas. Bella gimió en el interior de su boca, moviéndose inquieta contra él. Sus movimientos eran casi desesperados mientras se enterraba más profundamente en aquel abrazo. En ese momento cargado de sensualidad se convirtieron en una sola persona, dejaron de ser dos entidades separadas. Nada les dividía, no había ni un centímetro de espacio separando su piel. Edward no había vivido nunca nada tan condenadamente perfecto. Tan hermoso y tan bueno.
—Eres mía, Bella—susurró aquellas palabras con voz tan tenue que quedaron ahogadas en la inspiración de Bella y solo él las oyó—. Jamás te dejaré marchar. Si te alejaras de mí, estaría dispuesto a hacer cualquier cosa para conseguir que volvieras.
Bella hizo acopio de aquella paciencia que había sido la clave de su supervivencia durante los años de pertenencia al culto mientras permanecía tumbada en brazos de Edward, esperando a que se sumiera en un sueño profundo. Y, cuando se durmió, esperó hasta estar segura de que había sucumbido a su propia necesidad de descanso antes de iniciar el angustioso proceso de ir separándose centímetro a centímetro de su abrazo, conteniendo la respiración y quedándose completamente quieta cada vez que sentía el más ligero cambio en la respiración de Edward. Cuando por fin consiguió liberarse y abandonar la cama sin hacer ningún ruido, corrió a supervisar la ropa que había colgada en el vestidor, buscando la que mejor convenía a sus propósitos.
Después de hacerse con unos calcetines abrigados y un par de fuertes botas de montaña, salió del vestidor y, aunque sabía que debería marchar cuanto antes, permaneció a los pies de la cama, embebiéndose con avidez de la imagen de Edward tumbado en la cama que habían compartido durante aquellas preciosas horas robadas. La envolvieron la culpa y el arrepentimiento al saber que estaba a punto de traicionar a un hombre que había estado dispuesto a arriesgarlo todo para mantenerla a salvo. No había nada que deseara más que cerrar la puerta a la realidad y escapar a un mundo de fantasía en el que solo existieran ellos dos y pudiera dormir y ser mimada y protegida cada noche entre sus brazos, pero tenía que protegerle y proteger a todos aquellos que habían arriesgado sus vidas para mantenerla a salvo de un enemigo desconocido y peligroso que ya había demostrado hasta dónde estaba dispuesto a llegar para capturarla. Reprimió la tristeza y se armó de valor para enfrentarse a lo que estaba a punto de hacer y al dolor que no solo ella sentiría. Sabía que Edward sufriría el dolor de su traición intensamente.
—Adiós, Edward—susurró en voz muy baja—. Eres lo mejor, lo único bueno, que he tenido en toda mi vida. Jamás te olvidaré, jamás dejaré de amarte, pero no puedo permitir que sacrifiques tu vida por mí.
Conteniendo las lágrimas, se volvió y salió en silencio del dormitorio para dirigirse a la habitación en la que estaba localizada la trampilla por la que se bajaba al sótano. Contuvo la respiración mientras deslizaba la trampilla hasta descubrir lo que había debajo. Se inclinó hacia delante y palpó hasta dar con el listón de una escalera de madera que descendía bajo aquella estructura. Se volvió precipitadamente, buscó el primer travesaño con el pie y fue bajando, palpando con el pie cada listón hasta que estuvo lo suficientemente lejos como para alzar la mano de nuevo y volver a encajar la trampilla en su lugar.
La oscuridad era espeluznante y solo podía confiar en sus manos y sus pies para que la guiaran. Llegó por fin a suelo firme y sintió el olor a tierra. Estiró las manos hacia delante y hacia los lados hasta que entraron en contacto con un firme muro de tierra compacta. Estaba en un túnel. Lo único que tenía que hacer era seguirlo hasta donde quiera que llegara y sería libre. Su escapada sería un éxito.
Pero con cada paso que la alejaba de Edward, iba creciendo la tristeza que la consumía.
Al cabo de lo que le pareció una eternidad, salió del túnel y se encontró en medio de un grupo de árboles. Aceleró el ritmo de su marcha, intentando aumentar todo lo posible la distancia que la separaba de los otros. No tenía la menor idea de dónde estaba o a dónde iba. Lo único que sabía era que no podía detenerse un solo segundo. Corrió hacia un tupido bosque que rodeaba la casa y que la hizo recordar su fuga del complejo. Después de lo que le pareció una eternidad, el bosque se abrió a un claro. Se detuvo al instante, quedándose paralizada. Aunque la densa vegetación le resultaba siniestra, la perspectiva de salir a campo abierto era más aterradora todavía. Tenía que salir corriendo y ponerse a cubierto.
Apenas había dado media docena de pasos cuando apareció un hombre ante ella y la obligó a detenerse. Bella soltó un grito de terror y se volvió rápidamente con intención de echar a correr, pero descubrió que estaba rodeada.
—Vaya, vaya —dijo el hombre que estaba ante ella con una sonrisa de superioridad—, esto ha sido tan fácil como quitarle un caramelo a un niño. Has caído directamente en nuestras manos, Bella. Me pregunto qué haces aquí sola y sin protección, pero me has facilitado mucho el trabajo, así que no voy a quejarme.
Antes de que tuviera tiempo de procesar lo que estaba oyendo, Bella sintió el fuego explotando en su interior y se quedó completamente paralizada. Al cabo de unos segundos, se dobló como una marioneta y se derrumbó con los músculos sacudidos por los espasmos. Por sus mejillas se deslizaban lágrimas de dolor y sorpresa mientras permanecía tumbada en el suelo, completamente indefensa y, horrorizada, fijaba la mirada en el rostro del mismísimo diablo.
