AQUÍ LES TRAIGO MI NUEVA ADAPTACIÓN ESPERO LES GUSTE

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer al final les digo el nombre del autor


Capítulo Quince

Edward se despertó sintiendo que algo andaba mal.

Inmediatamente alargó la mano hacia Bella con la necesidad de sentir su cuerpo dulce y delicado. Cuando se encontró con la frialdad de las sábanas, se sentó bruscamente en la cama y taladró la habitación con la mirada intentando localizarla. El hecho de que la casa estuviera tan condenadamente silenciosa y que Bella no estuviera donde debía estar activó la alarma. Se levantó a la carrera de la cama gritando su nombre mientras comenzaban a iluminar la casa las primeras luces del amanecer.

Entró en la sala común y soltó una maldición al encontrarla vacía.

Corrió a la cocina con un nudo tan fuerte en el estómago que estuvo a punto de vomitar. Al encontrarla a oscuras, volvió a llamar a Bella.

No tardó en oír el movimiento que se producía en toda la casa mientras los otros miembros de WSS y sus esposas corrían hacia él.

—¿Ha visto alguien a Bella? —ladró Edward mientras el resto iba ocupando la habitación.

El miedo que reflejaron sus miradas le proporcionó a Edward toda la información que necesitaba: Bella no estaba con ninguno de ellos y nadie había entrado a hurtadillas en el dormitorio y la había arrancado de sus brazos. Eso solo podía significar una cosa y estaba grabada en el rostro de todos sus compañeros.

—¡Mierda! —exclamó Sombra.

Edward permanecía frente a ellos en estado de shock, sin comprender lo que sabía tenía que ser cierto. Estaba paralizado de los pies a la cabeza y no habría sido capaz de articular una sola palabra aunque en ello le hubiera ido la vida. Santo Dios, ¿por qué se había escapado? ¿Se habría dejado engañar completa y casi voluntariamente? ¿Tanto se había equivocado con ella?

De ningún modo. No podía creer, y no lo haría, que toda ella hubiera sido una enorme mentira, que le hubiera utilizado hasta que había dejado de necesitar su protección. Se negaba a aceptarlo. Tenía que haber otra explicación.

Observó a los demás mientras la conciencia de lo que había ocurrido comenzaba a reflejarse en su expresión y deseó dar un puñetazo y gritar que estaban todos equivocados, hasta que Caballero pronunció su nombre con voz queda.

Se volvió entonces con el cerebro entumecido y vio a Caballero delante de la trampilla de la sala con expresión sombría.

—Tienes que ver esto, colega. La trampilla no está cerrada del todo, lo que significa que alguien la utilizó ayer por la noche, después de que cerráramos la casa.

Edward perdió entonces el control. Dio un puñetazo en la pared, el yeso se hizo añicos y apareció un agujero de un tamaño considerable allí donde había golpeado.

—Edward, para.

Oyó la voz tranquilizadora de Tanya cerca de él, pero no quería que le tranquilizaran. Lo único que quería era arrancarse el maldito corazón. No había nada que pudiera aliviar el dolor ni aquella desgarradora sensación de traición que sentía como un cuchillo hundiéndose en su pecho.

Pero las palabras de Victoria le hicieron reaccionar y volverse hacia ella en cuanto las pronunció.

—Yo puedo encontrarla, Edward —dijo con su habitual suavidad y aquellos ojos demasiado ancianos para su rostro.

Unos ojos perseguidos por los terribles asesinatos de los malignos depredadores de los que había sido víctima y que habían sido una pieza fundamental a la hora de hacer justicia.

—¡Victoria, no! —fue la dolida protesta de James—. Cariño, no te hagas eso, por el amor de Dios. No tienes idea de con lo que puedes encontrarte.

A pesar de la breve esperanza que había aleteado en su pecho al oír las palabras de Victoria, Edward no quería que se arriesgara por una mujer que les había traicionado.

—James, si se ha ido sola, ¿con qué voy a encontrarme que pueda ser tan terrible? —preguntó Victoria con la exasperación contenida que muchas veces acompañaba sus respuestas a las preocupaciones de su marido.

—. Por lo menos así sabré dónde está, si está a salvo y por qué se ha ido —añadió, dirigiendo las últimas palabras a Edward, como si fuera muy consciente de que necesitaba respuestas.

Y, sí, claro que necesitaba saber por qué se había ido, maldita fuera.

—Yo quiero saberlo, aunque él no quiera —dijo Sombra con una irritación evidente—. No solo se lo debo, sino que soy incapaz de creer ni por un solo instante que haya estado jugando con nosotros.

Si se ha marchado ha sido porque tiene una buena razón para hacerlo. Y me gustaría saber cuál es antes de juzgar y sentenciar a una mujer a la que no tenemos derecho a cuestionar si tenemos en cuenta todo lo que ha hecho hasta ahora.

Caballero se apartó del marco de la puerta.

—Estoy de acuerdo. No he creído ni por un segundo que estuviera jugando con nosotros. Necesitamos averiguar qué es lo que la ha asustado tanto como para hacerla salir corriendo, y tenemos que averiguarlo ya. ¿Adónde conduce esa trampilla? Es muy posible que esté allí ahora mismo mientras estamos aquí perdiendo el tiempo.

Edward parpadeó, pateándose mentalmente el trasero. Mientras él estaba regodeándose en el miedo, la tristeza y la incredulidad, sus compañeros de equipo estaban demostrando tener mucha más fe en Bella que él. ¿Qué clase de estúpido era? Para empezar, era el único culpable de que hubiera conseguido escabullirse de su cama. No debería haber perdido a Bella de vista en ningún momento.

Riley contestó cuando Edward estaba comenzando a acercarse a la trampilla.

—El túnel conduce a una zona de vegetación muy densa y después a un claro que está a unos ochocientos metros de la casa. Sombra, ven conmigo. Examinaremos el túnel y veremos si hay alguna señal de que se haya ido por ahí. Los demás dispersarse y cubran todas las zonas posibles de fuga.

Suavizó ligeramente su expresión cuando miró hacia Victoria.

—Hay que tomar rápidamente una decisión. Es Victoria la que tiene que tomarla, y creo que deberíamos reconocer que, si hubiéramos envuelto a las mujeres entre algodones como estamos intentando hacer ahora, Tanya no estaría hoy con nosotros.

En cuanto todos los allí reunidos asimilaron las palabras de Riley, a sus rostros asomó una renuente aceptación. James se volvió con la resignación claramente grabada en sus facciones y el dolor y el miedo acechando en sus ojos. Jasper y Emmett se miraron incómodos, pero sabiendo que Riley tenía razón. Si no hubiera sido por aquellas mujeres, Tanya habría muerto en el almacén en el que había sido torturada por aquellos hombres que habían convertido las vidas de Alice y Bree en un infierno. Edward era consciente del sacrificio que estaba haciendo Victoria y lo odiaba, ¿pero qué otra opción tenían? ¿Le habría prohibido él a Bella que utilizara su don para salvar la vida de alguno de sus compañeros o de su familia sabiendo incluso el efecto que tendría en ella? No, no lo habría hecho. Pero comprendía mucho mejor que antes el terror y el fiero sentimiento de protección de James.

—Diego y yo saldremos por la salida este —dijo Jasper, mirando a sus esposa.

Con aquella mirada estaba ordenándole en silencio que se quedara donde estaba sin protestar. Alice elevó los ojos al cielo y Bree la imitó al recibir la misma significativa mirada por parte de Diego.

—Quédate tú también, Rose—le pidió James con delicadeza a su hermana.

Alice y Bree flanquearon a Rose al instante, deslizando cada una de ellas el brazo por su cintura, diciéndoles sin palabras a James y a Jasper que se ocuparían de ella.

James les miró agradecido antes de volverse hacia su esposa, abrazarla y retenerla con fuerza entre sus brazos, como si supiera ya que haría cuanto fuera posible para encontrar a Bella.

Todo el mundo emprendió rápidamente la búsqueda, dejando a Edward a solas con Victoria, James, Alice, Bree y Rose.

Edward esperó con el corazón martilleándole en el pecho mientras observaba la silenciosa interacción entre la pareja. Después fijó la mirada en Victoria, sabiendo la generosidad con la que ofrecía su talento, pero también que aquello era motivo de tensión entre su marido y ella. Victoria estaba mirando a su marido con la determinación grabada en cada línea de su cuerpo, pero la comprensión y el amor por él brillaban en sus ojos.

—James, puedo hacerlo. No me pasará nada. No podría vivir sabiendo que no he ayudado a Bella. Tengo que hacer esto y necesito que lo comprendas — susurró Victoria.

James tomó aire, pero miró a su esposa con tanto amor y preocupación que Edward sintió que se le oprimía el pecho. James miraba a Victoria con una emoción idéntica a la que él sentía por Bella.

—Lo sé, pequeña, lo sé.

Aunque intentaba disimularlo por el bien de Victoria, había una nota de impotente frustración en su voz incluso cuando estaba admitiendo que su esposa no tenía otra opción.

—Pero, si algo sale mal, cualquier cosa, esto se acabará inmediatamente — dijo con férrea determinación—. No estoy dispuesto a que te arriesgues. No me pidas que me arriesgue a perderte. Porque te aseguro que no vacilaré un instante.

Le dirigió a Edward una mirada de disculpa, aunque sus palabras iban dirigidas a Victoria y él lo había entendido. Claro que lo entendía. No tenía derecho a pedir a otro hombre que arriesgara la vida de su esposa por la mujer a la que amaba, por mucho que temiera que, por culpa de la intromisión de James, Victoria no pudiera localizar a Bella.

—¿Quieres que te dejemos sola? —preguntó Alice, señalando hacia Bree y hacia Rose.

—No —respondieron James y Victoria al unísono.

—Solo tienen que seguir las instrucciones de siempre —les recordó Victoria débilmente—. No me interrumpan y no se muevan.

Escuchen todo lo que diga y esten pendientes de cualquier información que pueda ser útil.

Obvió decir que, si las cosas iban mal, no solo no podría ofrecer muchos detalles, sino que quedaría completamente incapacitada.

Podría morir incluso y aquella era la razón por la que James tenía un miedo cerval cada vez que ponía su don a funcionar.

Las mujeres se volvieron hacia Edward y este comprendió cuál era su intención. Bree le agarró del brazo mientras Alice le abrazaba por la cintura.

—Conseguiremos hacerla volver, Edward—susurró Alice—. No puedes renunciar a la esperanza. Victoria la encontrará.

¿Pero a qué precio? Y, la pregunta del millón, ¿qué vería? ¿Sería demasiado tarde para salvarle la vida a Bella si había sucedido lo peor? Sacudió la cabeza porque sabía que no servía de nada entregarse a aquellos pensamientos inútiles.

Pero la esperanza clavaba sus garras en su pecho, batallando contra los peores escenarios que perseguían a cada uno de sus pensamientos.

Era posible que aquello no funcionara. Que Victoria no fuera capaz de conectar con Bella porque ya era demasiado tarde. O que conectara con ella y descubriera que Bella le había traicionado. Edward cerró la mente a aquella posibilidad e intentó recuperar el control. En cuanto fue capaz de dominarse mínimamente y estuvo más o menos seguro de que podía hablar sin que se le quebrara la voz, le preguntó a Victoria:

—¿Qué necesitas?

—¿Sabes cuál fue el último objeto que tocó? —le preguntó Victoria esperanzada.

Edward corrió al dormitorio en el que había dormido Bella y pensó frenético.

¿Qué podía utilizar Victoria? Lo único que había llevado Bella al dormitorio había sido la ropa que llevaba puesta. Y era ropa de Tanya, maldita fuera. Giró lentamente, intentando encontrar algo que pudiera funcionar. Posó la mirada en la camiseta que se había puesto la noche anterior. Su camiseta. La había llevado puesta durante la noche que había pasado en sus brazos antes de desaparecer. La agarró. Tendría que funcionar. Y si no… Interrumpió el curso de sus pensamientos. Tenía que funcionar porque, en caso contrario, su única opción sería localizar a una secta que se escondía en un lugar desconocido, entrar a la fuerza, encontrar algún objeto de Bella y robarlo. Dios, aquello era una auténtica locura.

Entro a grandes zancadas en el salón y se agachó delante de la butaca en la que Victoria estaba sentada.

—Te agradezco lo que estás haciendo —susurró con voz ronca—. Sé que no debería pedirte que lo hicieras, que es demasiado para ti, pero…

—Basta —le pidió Victoria con suavidad—. Tú no me lo has pedido, me he ofrecido voluntariamente. Y si de esa forma podemos asegurarnos de que está a salvo, no es mucho pedir. Yo he pasado por lo que está pasando ella. Sé lo que es estar aterrada y pensando que no tienes a nadie a quien recurrir. Después descubrí que estaba equivocada —le dirigió una mirada rebosante de amor a su malhumorado marido—. Demostrémosle a Bella que ella también se equivoca.

Edward tragó el nudo que tenía en la garganta, deseando con todas sus fuerzas que Victoria comprendiera la profundidad de su gratitud.

Asintió, se levantó y se apartó para dejarle espacio.

Victoria tocó vacilante la camiseta. A pesar de que intentaba ocultar su expresión, el miedo se reflejaba en sus ojos. Después, tomó aire, agarró la camiseta con las dos manos y cerró los ojos con fuerza.

Pasaron varios segundos. El miedo y la angustia de Edward iban creciendo con cada segundo que pasaba. Después, vio que Victoria comenzaba a mover los ojos tras los párpados y clavaba los dedos con fuerza en la tela.

El color desapareció de su rostro e Edward necesitó de toda su fuerza de voluntad para no lanzarse hacia ella y exigir una respuesta. Lo único que lo impidió fueron sus experiencias anteriores con los procesos de Victoria. Sabía que tardaría en poder proporcionar alguna información útil.

La adrenalina recorría su cuerpo, las manos le temblaban y los músculos se le tensaban en apretados nudos mientras se obligaba a permanecer quieto y en silencio.

No podía interrumpirla. Si lo hacía, podía acabar con su conexión con Bella. Con su única conexión con Bella.

Victoria abrió los ojos de repente e Edward vio en ellos reflejado un miedo como no lo había visto nunca. James se acercó a Victoria mientras esta soltaba una exclamación ahogada. Después habló. Su voz resultaba familiar, pero no era la suya habitual.

—Por favor, no me hagan daño. Haré todo lo que me pidan. Por favor.

Se oyó un último gemido e Edward tuvo que controlarse para no caer de rodillas al darse cuenta de que estaba oyendo las palabras de Bella.

—¿Dónde estás, pequeña? —suplicó, incapaz de seguir conteniéndose—.

Dime solo dónde estás.

Pero el rostro Victoria permaneció extrañamente inexpresivo e Edward comprendió que sus palabras eran inútiles. Bella no estaba allí. Estaba en un lugar en el que tenía que suplicar que no le hicieran daño y él no podía hacer nada para impedirlo. La único que podía hacer era esperar impotente en la casa en la que ella debería haber permanecido a salvo y rezar para que no fuera demasiado tarde.

Después, Victoria cayó hacia atrás y se golpeó con el respaldo del sofá con una fuerza extraordinaria. Un grito de dolor desgarró el aire y, para idéntico horror de Edward y James, apareció la roja huella de una mano sobre la alarmante palidez de Victoria. Esta se tambaleó hacia un lado, inclinándose de forma peligrosa, hasta que James se abalanzó hacia ella para sujetarla, tirar de ella hacia sus brazos y acunarla contra su pecho. Comenzó entonces a acariciarle el pelo, a decirle que estaba a su lado y a suplicarle que volviera.

Edward permanecía paralizado por la rabia y el miedo. ¿Qué demonios había pasado? Fijó la mirada con estupor en la mejilla de Victoria. ¿Era aquello lo que Bella, su ángel, estaba soportando mientras él continuaba allí, incapaz de hacer otra cosa que mirar a través de los ojos de otro? Las lágrimas ardieron como el ácido en sus ojos y, por un momento, tuvo que desviar la mirada de Victoria mientras esta se acurrucaba con aspecto muy frágil en brazos de su marido porque temió perder el escaso control que tenía sobre su propia cordura.

Se obligó a mirarla. Estaba tan emocionado que ni siquiera se atrevía a hablar. Intentó abrir la boca para preguntar dónde demonios estaba Bella, pero James le fulminó con la mirada.

—Ahora no —susurró enfurecido por el abuso que había sufrido su esposa,aunque fuera de forma indirecta.

La palpó como si estuviera buscando alguna posible herida interna o alguna evidencia de dolor y después enterró el rostro en su pelo, con las lágrimas brillando en sus ojos mientras la mecía hacia delante hacia atrás.

—¡Dale otro maldito minuto!

—No, tenemos que darnos prisa —respondió Victoria al instante. El miedo que traslucía su voz provocó escalofríos de pánico en la espalda de Edward.

— Está muy asustada y tiene motivos para ello. Sé dónde está exactamente —alzó los ojos anegados por las lágrimas hacia Edward con expresión suplicante.

— No está lejos, pero están pensando en llevársela. ¡Tenemos que salir ya!