CHICAS PERDON POR HABER DEJADO TANTO TIEMPO DE ACTUALIZAR, ESPERO QUE ESTEN TODAS BIEN Y HE VUELTO PARA PODER TERMINAR ESTAS ADAPTACIONES Y HACER ALGUNAS NUEVAS MAS ESPERO LES GUSTEN..


Capítulo Diecisiete

Edward miró a Bella, que iba acurrucada en medio del grupo de agentes de WSS, todos con el rostro sombrío, en la parte trasera de la furgoneta. Estaba pálida y tenía los ojos anegados por una miríada de sentimientos: miedo, culpa, tristeza.

Aquello le enfureció. Quería estrecharla en sus brazos y no soltarla jamás, pero no podría hacerlo hasta que no supiera por qué había decidido marcharse y qué demonios le había pasado por la cabeza antes de su fuga. Y, en aquel momento, tenía que mantener el control. Algo bastante complicado cuando estaba a punto de perder la cabeza.

Había un pesado silencio en el interior de la furgoneta. Todo el mundo parecía haber optado por el distanciamiento. Excepto Sombra, que parecía haberse convertido en el salvador de Bella. Algo que despertaba en él sentimientos encontrados. Por una parte, se alegraba de poder contar con la protección de Sombra, pero, por otra, le fastidiaba hasta el infinito. Cualquier cosa, cualquiera, que tuviera que ver con Bella era responsabilidad suya y solo suya, y su compañero de equipo haría mejor en no cruzar determinada línea si no quería que terminaran teniendo problemas.

Sombra se volvió para mirar a Bella. Esta tenía la mirada fija en un punto distante al que miraba a través de las ventanillas traseras de la furgoneta. Era evidente que su mente estaba a miles de kilómetros de allí. La mayor parte de los hombres iban agachados y apoyados contra las paredes de la furgoneta, adoptando las más variadas posturas. Pero Bella se había pegado a la parte de atrás, como si quisiera mantenerse alejada del resto. Edward era el único que no le permitía mantener las distancias. Cada vez que ella se apartaba, giraba en su dirección.

—¿Estás bien, pequeña? —le preguntó Sombra con delicadeza.

Bella alzó la mirada sobresaltada, como si le resultara extraño que alguien pudiera interesarse por su estado de ánimo. ¿Creería que estaban enfadados con ella?

¿Pensaría que los sentimientos de él habían cambiado? Mierda. En cuanto llegaran a otro de aquellos escondrijos de la WSS, iban a tener una conversación seria.

A Bella se le humedecieron los ojos, tornándose brillantes y luminosos por las lágrimas, e Edward apretó con tanta fuerza la mandíbula que fue un milagro que no se le rompieran las muelas.

—Lo siento —susurró Bella con la voz rota, sin contestar la pregunta.

— No pretendía que pasara esto. Siento haberles causado tantos problemas.

No pretendía que hicieran esto por mí, que se arriesgaran tanto. No sabía qué hacer.

Ustedes han hecho mucho por mí y yo sigo estropeándolo todo.

Cerró los ojos y volvió la cara por completo para que nadie pudiera verla.

La expresión de Sombra era tan oscura que parecía a punto de reventar.

—¿Sientes no estar con esos asesinos que pensaban hacer solo Dios sabe qué contigo? —le recriminó Sombra.

— Dios mío, Bella, ¿eres consciente de lo que podría haberte pasado? ¿Sabes de cuántas maneras podrían haberte torturado y haberte hecho sufrir? ¿De verdad esperabas que nos marcháramos dejándote con esos miserables? ¿De verdad piensas que te mereces tan poco?

Miró a Edward disgustado, como si le reprochara el no haber sido capaz de convencerla no solo de lo que significaba para él, sino también de lo que significaba para Sombra. Edward no sabía qué había pasado exactamente en el momento en el que Bella había tocado a Sombra y le había curado, pero sabía que se había establecido un vínculo entre ellos, un vínculo tan inquebrantable como el que se había forjado en el instante en el que Bella le había tocado a él. Bella había cambiado algo esencial en ellos dos. Les había dado algo que jamás habían tenido y que ni siquiera habían sabido que necesitaban.

—No quiero que ninguno de ustedes termine muerto o herido por mi culpa —confesó Bella mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas dejando un rastro de humedad—. No podría soportarlo.

—¿Y no te das cuenta de que nosotros sentimos lo mismo por ti? —rugió Edward, sobresaltando a Bella, que desvió la mirada hacia él. Por un momento, asomó a sus ojos el miedo—. Maldita sea, Bella. No tengas miedo de mí. Jamás te haré ningún daño y, que el cielo me ayude, destrozaré a cualquiera que te lo haga a ti.

Sombra pareció satisfecho con la respuesta de Edward, pero le dirigió a Bella una firme mirada. Una mirada que habría asustado a cualquiera, pero que contenía también una ternura completamente impropia de aquel hombre tan reservado.

—Prométeme que no volverás a hacer una tontería como esta —le exigió Sombra, sosteniéndole la mirada, aunque sus facciones se habían suavizado al ver sus lágrimas—. Si tú no nos lo permites, no podremos protegerte.

Alzó la mano cuando Bella comenzó a abrir la boca.

—No quiero oír una sola palabra más sobre la necesidad de protegernos o sobre tu preocupación por nosotros —le advirtió, mirándola con más dureza—. Lo único que quiero oír salir de tu boca es la promesa de que harás lo que yo… lo que nosotros te digamos. Quiero que nos prometas que nos permitirás hacer nuestro trabajo.

Bella se mordió el labio inferior y volvió de nuevo el rostro hacia la ventanilla, pero no antes de que Edward, y los demás, vieran el torrente de lágrimas que descendía por sus mejillas pálidas.

Sombra le dirigió a Edward una significativa mirada. ¡Diablos! Hasta el último hombre de la furgoneta, incluso Tayler, que iba conduciendo, le dirigió una mirada con la que le estaba dando a entender que más le valía ser capaz de manejar la situación con Bella y decirle lo que demonios hiciera falta para convencerla de que se olvidara de aquella estupidez de salvarlos a todos a expensas de su propia vida.

Riley parecía a punto de lanzarse a soltar una regañina, a juzgar por su expresión de disgusto, pero Edward le advirtió con la mirada que no se le ocurriera presionarla más. Bella ya había entendido el mensaje, o quizá no, pero lo haría, y no era a ellos a los que les correspondía meterle en la cabeza que ella era lo que llenaba la existencia de Edward. Aquella tarea era suya, maldita fuera, y si Bella no lo había entendido todavía, lo comprendería antes de que la noche hubiera terminado.

Edward tragó saliva y presionó los labios en una dura línea, a pesar de que le estaba matando la espera. Pero no iba a airear sus sentimientos delante de alguien que no fuera Bella por nada del mundo. Bajo ningún concepto iba a criticar su conducta delante de todos los demás, entristeciéndola y abochornándola más de lo que ya estaba. Se limitó a devolver la mirada a sus compañeros dejando bien claro que aquel era su terreno y que más les valía mantenerse al margen.

Aparentemente satisfechos con el silencioso enfrentamiento que acababa de tener lugar, los demás desviaron la atención de Bella y de Edward y el resto del trayecto se hizo en silencio.

Pero Edward no soportaba seguir lejos de Bella ni un segundo más. Y aunque quisiera esperar a que estuvieran solos para tener una larga conversación con ella, no iba a permitir que pensara que estaba enfadado con ella. Porque estaba enfadado por miles de cosas, pero no con ella.

Se acercó hacia el lugar en el que Bella estaba acurrucada, lo más cerca posible de las puertas traseras de la furgoneta y lo más lejos posible de él, deslizó un brazo por su espalda y el otro bajo sus piernas y la sentó en su regazo.

Bella buscó sus ojos con sus enormes ojos azules y se le quedó mirando con una expresión que estuvo a punto de romperle el corazón. Su mirada desbordaba aprensión, como si temiera que fuera a golpearla. Edward la rodeó con los brazos y la estrechó contra su pecho, sosteniéndola con tanta fuerza que dudaba de que pudiera respirar. Y le parecía justo, porque él tenía la sensación de no haber vuelto a respirar desde que al despertarse había descubierto que no estaba en su cama.

Enterró los labios en su pelo, presionándolos con fuerza contra la parte superior de su cabeza e inhalando su dulce esencia. Saboreó el poder tenerla entre sus brazos, sintiendo cómo aquel peso enderezaba de nuevo su mundo después de haber estado viviendo un infierno durante horas.

—No vuelvas a hacerme esto, Bella —susurró—. Dios mío, pequeña, cuando no estás conmigo ni siquiera soy capaz de respirar. Júrame que no me dejarás nunca más.

Bella no respondió, pero fue relajándose poco a poco. La tensión abandonó sus músculos y su cuerpo se fundió con el suyo como la media parte perdida de un todo. Edward cerró los ojos y aspiró profundamente hasta que Bella fue lo único que olía, lo único que sentía. Jamás, jamás en su vida volvería a sufrir la agonía de no saber dónde estaba, de no saber si estaba herida o pasando miedo. Dios santo, no lo soportaría.

¿Cómo demonios soportaban James y Jasper lo que tenían que sufrir sus esposas por el don que habían recibido? ¿Cómo había sobrevivido Diego sin saber dónde estaba Bree durante una década, torturándose cada hora del día y preguntándose qué le habría pasado, si estaría herida, si le necesitaría o si, sencillamente, estaba viva?

Y, buen Dios, ¿cómo era posible que Vulturi no hubiera enloquecido por completo al ver que Tanya se arrojaba delante de él y recibía un disparo destinado a matarle a él? ¿O cuando había pasado después días en coma, tan cerca de la muerte que los médicos solo le habían dado un cinco por ciento de posibilidades de sobrevivir?

Ver a la mujer amada sufriendo lo inimaginable era algo que marcaba a un hombre de una forma imposible de olvidar. Se podía intentar ignorar, pero era algo que regresaba en los momentos más inesperados, o en pesadillas jamás compartidas por el sufrimiento descarnado de tener que revivirlas.

Edward se estremeció al pensar en lo cerca que había estado de perder a Bella. Formaba ya una parte tan íntima de su ser que no era capaz de imaginar su mundo sin ella. El sudor le cubrió la frente e intentó alejar de su mente aquel persistente terror que continuaba aferrándose tenaz a su garganta.

Bella estaba allí. En sus brazos. Él la estaba abrazando y ella estaba ilesa.

Gracias a Dios.

Entraron en el garaje subterráneo de un edificio de treinta pisos idéntico a cualquier edificio del centro de la ciudad, con un directorio de los diferentes negocios que había en cada piso. Pero, en realidad, solo alojaba un negocio y estaba en el centro del edificio, quince pisos más arriba. La planta entera había sido convertida en un refugio fortificado, completado por una cocina, una zona de comedor, tres enormes salones, media docena de dormitorios y una armería en la que guardaban todo un arsenal que incluía armas a las que ni tan siquiera los militares tenían acceso.

Aquel edificio podía soportar cualquier cosa, salvo un ataque directo por misil. Edward ni siquiera podía imaginar la cantidad de dinero que había costado fortificar todo el edificio hasta convertirlo en un fortín impenetrable. En el pasado había bromeado con algunos de sus amigos sobre lo paranoico que había que estar para montar una zona de seguridad tan grande como aquella, pero en aquel momento no le hacía ninguna gracia y estaba condenadamente agradecido a la meticulosidad de Riley y a aquella personalidad que le llevaba a estar siempre preparado para lo peor.

El hombre que estaba al frente de WSS era un tipo muy reservado y era probable que solo hubiera una persona en aquella empresa de seguridad que conociera su historia: Tanya.

Pero Edward dudaba de que ni siquiera ella lo supiera todo. Era evidente que Riley era un hombre muy rico, pero no alardeaba de ello. Adoptaba, en cambio, un aspecto discreto y silencioso y era un gran observador. Tenía contactos que provocarían orgasmos en cualquier agente secreto, pero jamás revelaba sus fuentes de información, estuvieran clasificadas o no, ni tampoco contaba cómo llegaban a sus manos aquellas armas de tecnología punta o aquellos aparatos de espionaje que proporcionaba a sus hombres en los momentos más oportunos.

Su lema no era estar preparado para lo peor, sino esperar siempre lo peor y estar preparado para darle una buena patada en su maldito trasero. Edward jamás volvería a bromear a expensas de Riley.

Técnicamente, aquel edificio no era propiedad de WSS. Tanto el edificio como todo lo que contenía lo había aportado Riley. Alguien tan rico y tan bien relacionado como Riley podría haber sido un hombre arrogante y haber puesto condiciones a cualquiera que trabajara para él a cambio de lo que ofrecía a WSS, pero él no era sí. Consideraba a todos los agentes como miembros de su familia y les protegía con la fiereza de una leona. Aquella era la razón por la que en aquel momento iba agachado junto al resto de sus hombres en la furgoneta. Se implicaba de forma personal en la mayor parte de las misiones y lo que más admiraba Edward de su jefe era que no insistía en ser él el que las liderara siempre.

Edward había visto a otros miembros del grupo beneficiarse de los vastos capitales de Riley, pero no había valorado la importancia de la protección que ofrecía a aquellos a los que consideraba parte de su familia hasta que no la había recibido Bella. Riley ya contaba con su absoluta dedicación y lealtad, pero, después de aquello, podía contar también con su más profunda gratitud, porque estaba protegiendo lo más importante de su vida y jamás podría pagar una deuda como aquella.

En vez de ayudar a Bella a bajar del vehículo cuando llegaron, Edward la bajó en brazos. Los demás salieron y les rodearon, formando un círculo protector a su alrededor. Caminaron a grandes zancadas hasta el ascensor que les llevaría al decimoquinto piso mientras Riley llamaba a James para informarle de su éxito a la hora de rescatar a Bella y asegurarse de que todo andaba bien en el refugio en el que James, Jasper, Diego y Vulturi se habían quedado con sus esposas y con Rose, la más pequeña de los Whitlock.

Tanto Riley como Edward se habían puesto histéricos cuando, no solo Jasper y Diego, sino también Tanya, habían insistido en acompañarles a la misión de rescate. Por lo que a Edward concernía, habiendo tantas variables desconocidas y teniendo en cuenta el hecho de que todos ellos se habían convertido en objetivos, había que proteger a sus esposas a toda costa.

Aquellas mujeres ya habían soportado demasiado dolor y sufrimiento y lo último que quería era que se vieran envueltas en un enfrentamiento. Riley, el resto de sus compañeros de equipo y él le proporcionarían a Bella protección más que suficiente sin necesidad de poner en peligro a aquellas mujeres tan resistentes, todas ellas con unas habilidades extraordinarias. Como Bella.

Edward conservó el tipo, manteniendo un control férreo sobre su compostura mientras llevaba a Bella a uno de los dormitorios. Le dolían los dientes por la fuerza con la que apretaba la mandíbula, pero no iba a decir una sola palabra hasta que Bella y él estuvieran a solas y tuvieran asegurada la intimidad.

Riley querría convocar una reunión informativa para planificar y coordinar esfuerzos, pero eso podía esperar hasta que Edward tuviera lo más importante bajo control.

Tenía que asegurarse de que Bella no volviera a intentar escapar de su lado jamás en la vida, aunque ella pensara que lo estaba haciendo por buenas razones.

Por mucho que lo intentara, no era capaz de controlar el torbellino que giraba en su vientre como en un serio caso de intoxicación alimenticia. Con cada segundo que pasaba, la sensación se intensificaba y amenazaba con hacerle estallar tanto si tenían alguna privacidad como si no.

Cuando por fin llegó a su destino, cerró la puerta del dormitorio de una patada y se volvió para echar el pestillo, utilizando la mano que tenía bajo los muslos de Bella.

Se negaba a soltarla, pero sabía que estaba a punto de explotar y no quería hacerlo estando ella tan cerca.

La dejó en la cama y retrocedió varios pasos. La miró inflando las aletas de la nariz mientras inhalaba varias veces en una rápida sucesión.

—¿Por qué estás enfadado conmigo? —le preguntó Bella con voz queda, mirándole preocupada.

Edward se llevó las manos a la parte de atrás de la cabeza y resopló.

—No estoy enfadado contigo, pequeña. Ella le miró poniéndolo en duda.

—Vale, entonces, ¿por qué estás enfadado?

Edward le dirigió una mirada incrédula, cerró los ojos y sacudió la cabeza mientras rezaba para no perder el control. Estaba temblando de furia, literalmente. Le enfurecía que Bella tuviera tan baja opinión de sí misma. Y el haber fallado a la hora de protegerla. Le enfurecía la impotencia, y también la inseguridad que sentía porque no sabía si sería capaz de mantenerla a salvo hasta que el último de aquellos infames que consideraban a Bella una propiedad, su propiedad, o bien fuera víctima de una emboscada cuando volvieran a por ella, porque estaba seguro de que volverían a por ella, o fuera dado caza como el animal que era.

Entonces tendrían la oportunidad de dispensar una saludable dosis de justicia poética sobre sus lamentables traseros. La última era la opción preferida de Edward, pero no podía dejar a Bella. No iba a dejarla ni un instante porque había dos poderosas entidades tras ella y ambas parecían tener ojos y oídos en todas partes.

—¿Se puede saber en qué demonios estabas pensando, Bella?

Has ido directa a sus malditas manos y no he podido hacer nada para evitarlo. Ni siquiera he sabido que estabas en peligro, asustada y siendo maltratada hasta que ya era demasiado tarde para actuar. No tienes idea de lo que se siente, pequeña. Ni puñetera idea. Porque, si la tuvieras, ni siquiera serías capaz de respirar, como yo.

No podrías mantenerte en pie, ni sentarte, ni hacer nada sin notar tal debilidad en las rodillas que te sentirías como si estuvieras a punto de derrumbarte y las manos te temblarían de tal manera que no podrías acertar un objetivo con un lanzagranadas ni a cien metros de distancia. ¡No me he sentido más impotente en toda mi vida!

Mientras liberaba por fin todo el miedo pasado, tenía la piel empapada en sudor. Se sentía tan debilitado por el alivio que incluso en aquel momento estaba haciendo un enorme esfuerzo para mantenerse en pie y no derrumbarse.

—¡Dios mío! No puedes ni llegar a comprender todo lo que he imaginado que podría llegar a pasarte sin que pudiera hacer nada para evitarlo. Me sentía impotente,Bella. Madre de Dios, te juro que no quiero volver a sentir un miedo como ese nunca más. Hasta puedo saborearlo. Y no creo que vaya a ser capaz de olvidar ese sabor durante el resto de mis días. Seis horas, pequeña. Te he perdido durante seis horas y no sabía si iba a volver a encontrarte ni en qué estado estarías en el caso de que lo hiciera. Me temía lo peor y, cuando digo lo peor, me refiero a lo peor. No puedes comprender las cosas tan terribles que he imaginado ni el efecto que eso ha tenido en mí.

Se estremeció violentamente. Volvía a sentir náuseas revolviéndole el estómago.

—No olvidaré esas seis horas mientras viva.

Se acercó a ella, intentando contener sus alborotados sentimientos, pero no tardó en perder la batalla.

—Mientras viva, Bella. Jamás lo olvidaré. Recordaré siempre el momento en el que me he despertado, he descubierto que te habías ido y las entrañas me decían que estaba ocurriendo algo malo.

Bella expresaba una cierta perplejidad en la mirada y tenía los labios torcidos en un gesto de tristeza.

—Ya te he explicado por qué lo he hecho —se justificó con voz queda, bajando la mirada hacia sus manos, que retorcía nerviosa—. Lo he hecho para manteneros a todos a salvo. Ni siquiera te estoy pagando, Edward, y tú me dijiste que este es tu trabajo.

Quiero decir que… que es así como te ganas la vida. Protegiendo a la gente. WSS es una empresa y las empresas tienen que ganar dinero. Es posible que no sepa gran cosa sobre el mundo real ni sobre cómo funciona, pero eso sí lo sé —su tono traslucía cierta amargura.

—No solo estaba suponiendo un gasto de personal y de recursos, sino que los estaba poniendo a todos en peligro de muerte cuando todos sabemos que a mí no van a matarme. Por lo menos hasta que consigan lo que quieren. E, incluso entonces, ¿por qué iban a deshacerse de mí cuando saben que puedo serles útil en cualquier momento? De ustedes pueden prescindir. Matarlos no significa nada para ellos, al revés, les permite acercarse más a su objetivo. A mí.

Inclinó la cabeza y le dirigió una mirada de pura confusión mezclada con un profundo e implacable desconsuelo. Parecía tan abatida que a Edward le entraron ganas de ponerse a gritar. Tenía la sensación de que no conseguía hacerla entender nada de lo que decía, de que no era capaz de hacerla feliz, de hacerla siquiera sonreír, y Bella era una mujer hecha para la alegría y para la risa.

—Yo creo que deberías alegraros de perderme de vista. ¿Crees que James, Jasper, Diego o Demetri quieren perder a sus esposas? ¿O que los Whitlock quieren perder a su hermana? ¿Crees que tus compañeros quieren morir por una mujer a la que ni siquiera conocen y que no les está dando nada que pueda incentivarles a protegerla? No pueden dejarlo todo y concentrar todos los recursos de la empresa en mí.

—¡Y un infierno que no! —rugió Edward, haciéndola sobresaltarse. La miró estupefacto, incapaz de creer todo lo que acababa de decir—. Dios mío, Bella, no lo comprendes.

Echó la cabeza hacia atrás y miró hacia el techo. Se frotó la nuca con fuerza mientras se pasaba la otra mano por los ojos con un gesto de cansancio.

—Dios mío —musitó, sacudiendo la cabeza.

Por un momento se quedó sin habla. No sabía qué demonios decir en respuesta a todas las tonterías que acababa de exponer Bella. Y lo peor era que ella se creía cada palabra. Aquella era la batalla más importante que Edward había librado en su vida y no le hacía ninguna gracia estar perdiéndola de forma tan aplastante.

Bella se le quedó mirando con una perplejidad absoluta.

—¿Qué pasa? ¿Qué es lo que no entiendo, Edward? Es lógico que no entienda nada de esto. No conozco las normas y no sé cómo funciona el mundo real. ¡Estoy esforzándome todo lo posible, pero no sé lo que se supone que tengo que hacer, pensar o sentir!

Edward acortó los pocos pasos que les separaban, la abrazó y deslizó después las manos por su cuerpo hasta enmarcar su rostro para obligarla a mirarle y no darle la posibilidad de volverse. Volcó hasta lo último que sentía en sus palabras para que ella las asimilara, para que comprendiera y aceptara lo que tenía que decirle.

Sus gestos eran fieros y también su expresión, pero vertió hasta la última gota del amor que sentía por aquella mujer en cada una de sus palabras, en cada uno de sus rasgos, en su mirada, esperando que por fin pudiera ver su corazón, porque solo Dios sabía que se estaba presentando ante ella todo lo desnudo y vulnerable que podía llegar a estar un hombre. Estaba peligrosamente cerca de caer de rodillas y suplicar.

Lo soltó todo. No hizo ningún esfuerzo por atemperar su tono, sus sentimientos, por fingir siquiera que era capaz de mantener una conversación racional y serena.

Quería gritarle al mundo que la amaba de tal manera que su amor desafiaba toda acción o pensamiento lógico.

Le importaba un comino que la planta entera oyera su apasionada declaración siempre y cuando la única persona que realmente importa la oyera. Que la escuchara de verdad. Quería hacérselo sentir.

—Lo que no entiendes es que te quiero, Bella. Te quiero tanto que me está matando. Me duele hasta pensar en separarme de ti. Pensar que no soy capaz de protegerte, que te he fallado, me destroza.

Los ojos de Bella eran como dos espejos gemelos que reflejaban su conmoción mientras ella permanecía completamente quieta entre sus brazos.

—Estoy tan hundido en ese sentimiento que jamás podré salir de ahí. Y es así como quiero estar. Tan dentro de ti que no puedas liberarte nunca de mí. Quiero hacer el amor contigo con esa desesperación que me está devorando vivo y que consume todos mis pensamientos. Quiero tenerte desnuda sin que se interponga nada entre nosotros salvo nuestra propia piel, quiero que estemos tan unidos como pueden llegar a estarlo dos personas. Quiero darte un hijo, mi hijo. De esa manera estaremos unidos para siempre y no tendrás manera de escapar de mi lado. Me encanta imaginar tu vientre hinchado llevando dentro un hijo mío y a mí queriéndote durante toda mi vida. Construyendo una familia contigo. Quiero que estés siempre embarazada para que no pienses nunca en marcharte porque estarás para siempre unida a mí y a los hijos que voy a darte.

Le acarició las mejillas y continuó, suplicándole con su expresión que comprendiera y aceptara lo que le estaba ofreciendo.

—Nadie podrá amarte nunca como yo. No hay nada que no esté dispuesto a hacer para hacerte feliz y mantenerte a salvo todos y cada uno de los días del resto de nuestras vidas. Si me la pides, te daré hasta la luna. Te daré cuanto quieras, cuanto sueñes, excepto…

Dejó caer la mano de su rostro y se la pasó por el pelo. La vergüenza intentaba filtrarse en sus pensamientos, pero hacía mucho tiempo que había perdido cualquier sentimiento de vergüenza u orgullo en lo que a Bella se refería.

—Excepto dejarte marchar —terminó con la voz entrecortada por la emoción y la preocupación mientras esperaba que Bella le condenara con una mirada.

Temía ver el miedo y la desilusión reflejados en sus hermosos ojos azules y aquellas finas facciones infantiles.

Se endureció, preparándose para el rechazo, pero siguió hablando, decidido a que Bella lo supiera todo. A que supiera toda la verdad mientras desnudaba su alma ante ella.

—Eso no puedo dártelo, pequeña. Eso es lo único que siempre te negaré, porque, que Dios me ayude, soy un canalla egoísta y me mataría verte lejos de mí.

Tomó aire y permitió que viera exactamente la clase de hombre que era. Un hombre egoísta. Decidido. Y condenadamente enamorado de aquella mujer que llenaba todos los vacíos que él había ocultado, que se había negado a reconocer y hasta entonces había aceptado como una parte permanente y dolorosa de él.

—Si me veo obligado a ello, me veré obligado a atarte a mi cama cada noche para no tener que preocuparme de que vuelvas a dejarme.

Haré cualquier cosa para retenerte. No me importa lo que pueda tardar o hasta dónde tenga que ir. Te daré el mundo, cumpliré todos tus deseos y rezaré para que nunca quieras liberarte de mí, porque eso será lo único que no podré concederte. La libertad. No puedo, Bella.

Me gustaría ser un hombre mejor, pero, maldita sea, no puedo. Si ser un hombre mejor significa que vas a alejarte de mí, entonces no quiero ser ese hombre. Dios mío, soy un mezquino por pensar así y mucho más por expresarlo en voz alta cuando has vivido prisionera durante casi toda tu vida. Por pensar en volver a encerrarte y por negarme a liberarte. Pero, cariño, será la más dulce de las prisiones. Te juro por mi vida que te contemplaré hasta el ridículo, te cuidaré y te amaré de tal manera que jamás te parecerá una prisión, que lo verás siempre como tu hogar. Te amaré más que a mi propia vida.

Se puso muy serio y fijó su intensa mirada en sus ojos. Sabía que aquello lo era todo. Que no había nada más importante. Ningún trabajo, ninguna misión sería nunca tan necesaria para su supervivencia.

—Te protegeré con mi vida. Te protegeré a ti y a nuestros hijos.

Ningún malvado volverá a hacerte daño otra vez. Me dejaré la piel cada día que pasemos juntos para darte todo lo que puedas desear y la única recompensa que querré o necesitaré será tu sonrisa y tu felicidad. Todo lo que haga de ahora en adelante será por ti, pequeña. Solo y siempre por ti.

Bella parecía abrumada por la emoción. Lágrimas ardientes corrían por su rostro como ríos, caían en sus manos y brotaban a demasiada velocidad como para que él pudiera secarlas.

—Lo siento —susurró Bella con voz ronca—. No pretendía hacerte daño.

No sabía… No era consciente de…

¡Diablos, no! Se estaba disculpando. La silenció con un beso, moldeando sus labios con pasión, lamiendo su boca cerrada hasta que la abrió para él. Se hundió en su interior, saboreando, acariciando, paladeando y absorbiendo hasta su última esencia. La abrazó de manera que no quedara espacio alguno entre ellos, posando la mano en su cabeza y sosteniéndola para poder saquear su boca en un beso interminable.

Nada de lo que había saboreado le había sabido nunca tan dulce. No había sentido nada tan… tan perfecto como tenerla entre sus brazos, como tener aquel cuerpo pequeño y suave derritiéndose contra el suyo. Quería disfrutar de momentos como aquel durante toda su vida, abrazarla cuanto fuera posible y regodearse en aquella intimidad. «Dios mío, por favor, concédeme esto», rezó. Sabía que había jurado que jamás pediría nada más que encontrarla a salvo, ilesa, poder verla de nuevo a su lado. Pero no pudo dejar de hacer una última súplica: que Bella pudiera ser suya para siempre.

—No lo sientas —respondió él con fiereza mientras la apartaba.

Le acarició las mejillas con los pulgares, empapándose de cada milímetro de sus delicadas facciones, de aquella belleza que resplandecía con tal intensidad desde el interior que resultaba cegadora.

—No mires atrás. No vuelvas a mirar atrás. Tienes que mirar hacia el futuro.

Dame la oportunidad de hacerte feliz, de enseñarte a amarme. Esperaré toda la vida si hace falta, porque si al final consigo oír esas palabras saliendo de tus labios, por mucho tiempo que tarden en llegar, la espera habrá merecido la pena.

—Yo ya te quiero —consiguió decir ella por encima de la emoción que le atenazaba la garganta—. Te amo desde el momento en el que puse las manos en ti.

Muéstrame tu amor, Edward. Demuéstrame cómo es. Me lo has dicho con palabras. Ahora demuéstramelo con hechos.