CHICAS AQUÍ LES DEJO UN NUEVO CAPITULO DE ESTA ADAPTACION ESPERO LES GUSTEN..

**Los personajes son de Stephenie Meyer al final les dicho el nombre del autor.


Capítulo Dieciocho

Edward se quedó helado. Le temblaban las manos, con las que continuaba enmarcando su hermoso rostro, mientras asimilaba las palabras más bellas que había oído en su vida. No podía respirar. El nudo que tenía en la garganta era tan grande, le atragantaba de tal manera, que le impedía tomar aire. Tenía el corazón acelerado, palpitando en el interior de su pecho como un martillo hidráulico, y los ojos le ardían como si estuvieran en llamas.

—¿Estás segura, mi dulce ángel? —consiguió decir con voz ronca. Las palabras salieron como un tartamudeo de sus labios entumecidos.

—Porque saber que me amas es suficiente. Siempre lo será. Si no estás preparada para que hagamos el amor, esperaremos. Esperaremos todo lo que haga falta hasta que estés segura de que esto… de que yo soy lo que quieres.

Tenemos toda la vida por delante.

Bella posó sus manos sobre la suya, la giró y le besó la palma que había estado acunando su mejilla. Cerró los ojos, plantó un beso diminuto en su mano enorme y continuó después, sosteniendo las manos de Edward contra su rostro.

—Eres lo único de lo que estoy segura, la única cosa sólida de mi vida. Eres lo único que me ha dado alguna seguridad después de haber pasado tantos años de miedo, incertidumbre y desaliento. Es posible que no haya sido nunca testigo de lo que es el amor, pero sí sé lo que no es. Y también sé que nunca me he sentido con nadie como me he sentido contigo. De modo que sí, Edward. Estoy preparada. He estado esperándote durante toda mi vida, así que no me hagas esperar más —le suplicó mientras le tocaba de nuevo la palma de la mano, cubriéndola de diminutos besos allí donde sus labios la tocaban.

Edward estaba tan sobrecogido que tardó varios segundos en recuperar la compostura y reprimir la oleada de emoción que le debilitaba. Parpadeó para contener las lágrimas que le nublaban la visión y después, enmarcándole todavía el rostro con las manos, bajó su boca hasta la suya y la besó con una ternura de la que ni siquiera se creía capaz.

—Iré despacio y tendré mucho cuidado, pequeña —susurró—. Lo último que quiero es hacerte daño, pero…

Le atormentaba la posibilidad de hacerle daño por lento y tierno que fuera con ella. Bella no había estado con ningún hombre, era virgen. Y, por si eso no fuera bastante, era una mujer pequeña y delicada mientras que él era un hombre alto y musculoso que podría aplastarla sin darse cuenta siquiera.

Sintió el miembro erecto, hinchiéndose dolorosamente contra los confinesde la ropa, y gimió. Todo su cuerpo era enorme. ¿Cómo demonios iba a poder hacer el amor? Y para colmo estaba a punto de correrse en ese mismo instante y ni siquiera había empezado a hundirse en ella. Dudaba de que pudiera llegar a hundir mucho más que la cabeza de su erección antes de derramarse sobre ella.

¿Cómo se suponía que iba a disfrutar así Bella? Lo último que quería que ocurriera en la introducción de Bella en el mundo de las artes amatorias era terminar en dos segundos y dejarla preguntándose si aquello era todo.

Dios, tenía que controlarse. Y, de momento, continuaría con aquellos malditos pantalones puestos. Tenía que conseguir que aquello fuera algo especial para ella.

Quería que disfrutara, que terminara gritando su nombre de placer.

Se apartó, deslizó las manos por su rostro y por su cuerpo hasta llegar al borde de la camiseta. Deslizó después los dedos por debajo, pero se detuvo de pronto y fijó la mirada en sus ojos.

—Voy a desnudarte, Bella. No quiero que te asustes ni que pases vergüenza. Eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida y quiero demostrarte lo bella que eres. Pero, si ves que voy demasiado rápido, o que hago algo que te asusta, házmelo saber, me detendré al instante y después volveremos a intentarlo hasta que te sientas lo suficientemente cómoda como para seguir avanzando, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —susurró ella, humedeciéndose los labios nerviosa. Él la miró muy serio, asegurándose de que le mirara a los ojos.

—Prométemelo, ángel mío. Tenemos todo el tiempo del mundo. Prométeme que, si tienes miedo, que si te hago daño o, sencillamente, quieres que me detenga o tomarte un descanso, me lo dirás.

Bella le sonrió y fue como si de pronto la habitación entera se llenara de la luz del sol. Edward sintió el calor en los huesos, lo sintió filtrarse en su torrente sanguíneo y viajar a toda velocidad por su cuerpo.

—Te lo prometo —le dijo.

Él empezó entonces a levantarle la camiseta, centímetro a centímetro, sin abandonar en ningún momento sus ojos para así poder estar seguro de que no asomaba el pánico a su expresión. Cuando tuvo la camiseta al borde de sus senos, se detuvo de nuevo.

—Levanta los brazos —le pidió con voz ronca.

Bella fue levantándolos poco a poco hasta colocarlos por encima de su cabeza. Edward tiró de la prenda, la subió por sus brazos y su cabeza hasta liberar su cuerpo.

Tiró la camiseta al suelo, le rodeó a Bella de la cintura con las manos y la atrajo hacia él. Pero ella se echó hacia atrás, cayendo sobre la cama, con el pelo extendido en una cascada de rizos. Con dedos torpes, Edward consiguió desabrocharle el botón de los vaqueros y le bajó la cremallera. Cuando comenzó a bajarle los vaqueros por las caderas, se inclinó sobre ella y presionó los labios en su suave vientre.

Bella se retrajo y de su garganta escapó algo parecido a un gemido. Sin dejar de besar, lamer y mordisquear su vientre, continuó bajándole los pantalones. Y solo dejó de besarla durante el tiempo suficiente como para terminar de quitarle los pantalones enredados en los pies con un gesto de impaciencia.

Le separó después las piernas y fijó la mirada en las bragas que cubrían aquella parte de su cuerpo que se moría por saborear. Quería que se corriera en su boca.

Quería demostrarle el placer que podía hacerla sentir hasta dejarla agotada y saciada antes incluso de hundirse en ella.

Trepó por encima de sus rodillas para llegar hasta allí.

Presionó entonces un dedo sobre su ropa interior, justo entre los hinchados labios de su sexo. Gimió.

—Estás húmeda para mí, pequeña. Toda es dulzura está esperando que la disfrute.

Bella se puso roja como la grana, pero sus ojos resplandecían por la pasión. Con los labios hinchados, el pelo revuelto y los ojos vidriosos parecía estar borracha. Le sostuvo la mirada y le sorprendió diciendo:

—Sí, Edward. Todo es para ti. Solo para ti.

¡Ay, diablos! Su sexo se irguió con tal brusquedad que le dolió. Sentía la humedad que empapaba sus calzoncillos mientras libraba una batalla épica para no correrse allí mismo.

Se llevó la mano a los genitales, apretó con fuerza y tomó aire varias veces.

Bella inclinó la cabeza hacia un lado, evidentemente perpleja.

—¿Por qué te duele? —le preguntó con el ceño fruncido. Él dejó escapar una carcajada muy poco convincente.

—No tienes ni idea, pequeña. Te deseo tanto que me basta mirarte, oírte decir esas palabras y saber que por fin voy a poder saborearte para estar a punto de correrme. Y eso que ni siquiera me he quitado la ropa todavía.

—Entonces quítatela —susurró ella con los ojos resplandecientes de curiosidad y deseo.

—No, todavía no, cariño —gruñó—. No voy a correrme encima de ti antes de tener la oportunidad de hacerte disfrutar.

Solo terminaré cuando esté dentro de ti.

Bella volvió a sonrojarse, pero sonrió y su rostro entero se iluminó mientras continuaba observándole.

Él se inclinó hacia delante, presionó la nariz y la boca contra sus bragas húmedas e inhaló su seductora y femenina esencia. Era la más intensa y dulce ambrosía.

Cerró los ojos, sintiéndose inseguro y embriagado mientras aspiraba cuanto de ella le era posible.

—Edward, por favor —le dijo con voz tensa mientras se movía nerviosa debajoDe él.

Edward alzó la mirada por su cuerpo para mirarla a los ojos.

—Dime qué necesitas, pequeña. Ya sabes que estoy dispuesta a darte todo lo que quieras.

—Necesito… Quiero… Por favor, acaríciame —le dijo desesperada—. Me está pasando algo, no sé lo que es, pero sí sé que necesito que me acaricies para sentirme mejor.

Edward no bromeó al respecto, ni quiso prolongar su agonía. Le desgarró las bragas, lanzó a un lado lo que quedaba de ellas, se inclinó y utilizó los hombros para invitarla a separar las piernas y quedar completamente abierta a él.

—Aguanta, pequeña, porque pienso devorarte —gruñó.

Deslizó la lengua entre sus pliegues y lamió hacia arriba hasta alcanzar el clítoris. Una vez allí, rodeó con movimientos circulares el tenso botón. El cuerpo entero de Bella se quedó rígido y ella gritó, pero no le pidió en ningún momento que se detuviera.

Edward descendió de nuevo y dibujó las líneas de su pequeña apertura antes de deslizar la lengua en su interior y hacer exactamente lo que querría estar haciendo su miembro.

—¡Dios mío, Edward! ¿Qué me estás haciendo? ¿Qué me está pasando? —le preguntó desconcertada.

—Shh, cariño —la tranquilizó—. No luches contra ello. Lo único que tienes que hacer es dejarte llevar y confiar en mí.

Siempre estaré cerca para sostenerte.

—¡Pero tengo la sensación de que me voy a partir en mil pedazos! — protestó.

—Solo voy a hacerte disfrutar —le aseguró.

Volvió de nuevo hacia su dulce sexo, lamiendo y succionando con glotonería. No estaba dispuesto a perder ni una sola gota de las que le entregaba su cuerpo. Quería que alcanzara el clímax en su rostro, que tuviera su primer orgasmo en su boca. El segundo lo disfrutaría alrededor de su miembro.

Hundió la lengua en ella y los gemidos de Bella se hicieron más intensos. Le temblaban las piernas y comenzó a retorcerse como si le resultara casi imposible de soportar. Él deslizó un dedo por los suaves rizos que se extendían desde sus esponjosos labios hasta su clítoris y comenzó a acariciarlo mientras continuaba bañando la lengua en su miel.

—¡Edward! —gritó Bella, con el pánico reflejado en su voz.

—Adelante, Bella. Confía en mí. Jamás haré nada que pueda hacerte daño—la tranquilizó.

—Déjate llevar, dame lo que quiero.

Bella permaneció muy rígida mientras él aumentaba el ritmo y la presión, consciente de que se aproximaba al orgasmo. Cuando el temblor de Bella se incrementó hasta hacerse frenético y sintió más líquido corriendo por su lengua, cerró la boca sobre su apertura para no perderse ni una sola gota de aquel néctar cuando se corriera.

Bella inclinó la cabeza, levantándola del colchón, en el instante en el que su grito resonó en la habitación. Gritó el nombre de Edward y este la sintió fluir en su boca con el sabor más dulce que había probado en toda su vida. Bella se retorcía nerviosa bajo él mientras Edward la hacía retornar poco a poco del orgasmo, lamiendo y succionando su carne trémula, pero con mucha más delicadeza que antes.

Una vez hubo lamido hasta la última gota, se alzó y se deslizó sobre su cuerpo, besando su vientre y ascendiendo hasta sus senos. Bella parecía deslumbrada, tenía los ojos resplandecientes de satisfacción mientras observaba con indolencia a Edward venerando sus senos. Cuando este cerró la boca alrededor de uno de los pezones erguidos y lo succionó con fuerza entre sus dientes, le miró boquiabierta y sus ojos perdieron la somnolienta y perezosa satisfacción de unos segundos antes.

—Voy a llevarte de nuevo hasta el límite, pequeña —le advirtió Edward con voz ronca.

—Quiero tenerte allí otra vez, a punto de correrte antes de que me hunda en ti. La primera vez has alcanzado el orgasmo en mi boca. Esta vez lo harás alrededor de mi miembro.

Bella se humedeció los labios y el hambre brilló en sus ojos. En el momento en el que Edward se inclinó para volver a prestar atención a sus senos, le clavó las uñas en los hombros, dejándole las marcas. Él cerró los ojos y gimió.

—Sí, pequeña. Márcame. Reclámame como tuyo igual que yo te reclamo como mía.

Giró entonces su atención hacia el otro seno, lamiendo el pezón y dejando sobre él un rastro húmedo. Aquella deliciosa punta rosada señalaba hacia arriba, rígida y tensa, como si estuviera suplicando la presencia de su boca. Edward lo mordisqueó ligeramente, aumentando su rigidez, y después lo acarició con los dientes desde la base hasta la punta antes de succionar el pezón entero hacia el interior de su boca.

Succionó con fuerza, hasta encontrar el ritmo y después le infligió al otro pezón el mismo tratamiento. Bella se retorcía bajo él y recorría con las manos todo su cuerpo, dejando en su piel marcas que hacían desear a Edward golpearse el pecho y rugir como un hombre de Neanderthal.

Edward besó y succionó su tierna piel trazando un camino desde sus senos hasta la sensible piel de su cuello. Ascendió después hasta la oreja para lamer el lóbulo mientras ella se estremecía bajo su cuerpo, mucho más grande, de forma incontrolable. Edward la cubría por completo. No había un solo centímetro de ella que no estuviera presionado contra su piel.

Bella era parte de él, una parte esencial. Lo mejor que tenía. Le convertía en un hombre mejor. Le hacía desear serlo. Por ella. Y por los hijos que tendrían. El futuro nunca le había parecido mejor y todo gracias a la caricia de un ángel. Le acarició la mandíbula con los labios y capturó de nuevo su boca. deslizó la lengua en su interior, compartiendo con ella el sabor de su néctar. Su miembro parecía gritar, ordenándole que la tomara, que se deslizara dentro de ella para que no pudiera liberarse nunca de él. Estaba hinchado, rígido y tan erguido que descansaba contra su vientre.

Cuando se apartó unos centímetros de ella, Bella bajó la mirada hacia su sexo y abrió los ojos con una mezcla de miedo y aprensión.

Después, volvió a mirarle y se mordió el labio con un gesto de nerviosismo.

—Edward, esto no va a funcionar. ¿Cómo se supone que vas a caber? Es tan… grande —graznó.

Antes de que sufriera un completo ataque de pánico, Edward la silenció con otro profundo y lánguido beso. Cuando volvieron a quedarse sin respiración, abandonó sus labios y la miró a los ojos con un inmenso amor.

—Estás hecha para mí, Bella a, mi dulce ángel. Claro que cabré. Encajaremos perfectamente. Siempre encajaremos. Tú eres la otra mitad de mi alma, la mitad que había perdido. Ya no soy capaz de distinguir qué parte eres tú o qué parte soy yo, porque nos acoplamos sin ninguna clase de fisuras. No tengas miedo, mi amor. No me tengas miedo nunca. Jamás te haré daño de forma intencionada. Es posible que te resulte incómodo al principio, pero será solo durante unos segundos, después se pasará y volaremos los dos al paraíso. ¿Confías en mí?

Bella asintió, pero Edward continuaba viendo la ansiedad en su mirada.

Se inclinó hacia ella y la besó mientras deslizaba la mano entre sus piernas, entre sus sedosos pliegues. Estaba empapada por el deseo a pesar de que Edward había lamido hasta la última gota de humedad unos minutos antes. Deslizó un dedo en su interior mientras regresaba con la boca hasta sus senos.

Ella se tensó cuando la penetró con el dedo, pero también se cerró a su alrededor. Una nueva oleada de humedad empapaba a Edward cada vez que succionaba el pezón hacia el interior de su boca.

—Cuando me coloque entre tus piernas, quiero que me rodees la cintura con ellas y te agarres a mis hombros, ¿de acuerdo? ¿Podrás hacer eso por mí? —le preguntó con ternura.

Bella asintió con los ojos abiertos como platos.

—Estás lista para mí, cariño. Tu cuerpo ya está preparado.

Estás húmeda y caliente, muy suave y sedosa —murmuró.

Al oír aquellas palabras tranquilizadoras Bella se relajó contra la cama.

Edward guio su erección entre sus piernas y frotó con la punta aquella satinada piel hasta quedar empapado de su humedad. Presionó después hacia la pequeña apertura, empujando apenas lo suficiente como para situar en ella la punta y poder liberar la mano para otros menesteres.

Descendió hacia ella, cubriéndola por completo y apoyándose en el antebrazo para no aplastarla. Deslizó la otra mano entre sus cuerpos y comenzó a acariciarle el clítoris, presionándolo y moviéndolo en círculos.

Bella le rodeó la cintura con las piernas, tal y como él le había pedido que hiciera, y las apretaba contra él cada vez que le acariciaba el clítoris. Con la cabeza hacia atrás y elevando sus senos, era la imagen más bella y erótica que Edward había visto en su vida.

—Aguanta, pequeña —susurró—. Intentaré que la primera parte pase rápido.

Bella abrió los ojos, sorprendida por sus palabras.

—Te quiero —le dijo él—. Siempre te querré.

Empujó entonces hacia delante, con fuerza, rasgando la frágil barrera que proclamaba su inexperiencia. Bella gritó y las lágrimas brillaron en sus ojos mientras se aferraba a sus hombros. A Edward estuvo a punto de partírsele el corazón cuando vio una lágrima deslizándose por el lateral de su rostro y desapareciendo después en su melena.

—Lo siento, pequeña —se disculpó de corazón mientras descendía para besarla en los labios—. Siento mucho hacerte daño. No quería hacerte sufrir por nada del mundo. No te muevas. Yo tampoco me moveré hasta que desaparezca el dolor y después volveré a hacerte sentir bien, te lo juro. Por favor, perdóname —le suplicó.

Bella le acarició el rostro con la mano y le dirigió una trémula sonrisa.

—Sé que no querías hacerme daño. Es solo que me ha pillado de sorpresa, pero no pasa nada. ¿Será siempre así? Me refiero a cuando entres dentro de mí.

Se movió con evidente incomodidad, avergonzada al hacerle una pregunta tan íntima e Edward no pudo menos que besarla.

—No, pequeña, te lo prometo. No volveré a hacerte daño nunca más. Eras virgen y la primera vez que una mujer se acuesta con un hombre suele resultar dolorosa porque hay que desgarrar el himen. Pero ahora que ha desaparecido, ya solo sentirás placer.

Al tiempo que la tranquilizaba, mantenía los dedos sobre el clítoris, acariciando y presionando. Podía sentir el cuerpo de Bella contrayéndose y tensándose a su alrededor, bañando su miembro con el fluido de su excitación.

Ella presionó vacilante a su alrededor. Las paredes de su vagina le atrapaban con fuerza. Edward gimió, cerró los ojos y apretó los dientes.

—Ten piedad de mí —le dijo con voz dolorida—. Si sigues haciendo eso voy a correrme demasiado pronto y esto se acabará.

Bella sonrió y se arqueó hacia arriba, haciéndole hundirse todavía más en ella.

Edward soltó una maldición e intentó retirarse, pero ella apretó las piernas

alrededor de su cintura, evitando que lo hiciera.

—No me duele tanto —dijo con timidez—. Siento… un hormigueo. Necesito que te muevas. Quiero que te muevas.

Con una capacidad de control muy superior a la que se habría atribuido a sí mismo, se hundió en ella hasta dejar solo unos tres centímetros de su miembro fuera de la vagina. Después retrocedió gimiendo al sentirla contrayéndose y palpitando con fuerza alrededor de su erección. Cuando estaba ya casi fuera, quedando solamente la punta dentro de ella, empujó con más fuerza, hundiéndose hasta el fondo.

Bella abrió los ojos ante el impacto de aquella sensación. Las piernas le temblaron alrededor de Edward y le clavó los talones en la espalda.

—Por favor —le suplicó—. Necesito… No sé lo que necesito —dijo frustrada.

—Yo sé lo que necesitas —respondió él con cariño.

—Apriétame con fuerza. En cuanto Bella cerró los brazos y las piernas alrededor de su cuerpo, él comenzó a embestir cada vez más fuerte y a mayor velocidad, hundiéndose profundamente antes de retirarse para repetir el movimiento.

Ya no aguantaba más, no era capaz de controlar sus embestidas. Aceleró el ritmo mientras alcanzaba

la profundidad máxima, bañando cada centímetro de su sexo en su calor.

El sudor empapaba la frente de Edward y la tensión se hacía evidente en su expresión.

—Necesito que te corras para mí —pidió entre dientes.

— Déjate llevar, Bella. Deja que llegue el orgasmo.

Presionó el pulgar con más firmeza contra el clítoris mientras seguía moviéndose más rápido, con más fuerza. Bajó la cabeza para apoderarse del pezón, utilizando los dientes para añadir una ligera chispa de dolor.

Bella no necesitó nada más. Le miró a los ojos y abrió la boca con un grito silencioso. Su cuerpo se tensó de tal manera que pareció dolerle. Justo en el momento en el que Edward supo que no podría aguantar una embestida más, fue rodeado por una repentina ola de ardiente y sedosa liberación.

Rugió gritando el nombre de Bella y enterró el rostro en su cuello mientras se hundía dentro de ella cuanto le resultó posible.

El orgasmo estalló doloroso, fluyendo desde su miembro a aquel cálido y acogedor refugio. Jamás había sentido un orgasmo como aquel. Podía sentirse derramándose dentro de ella, humedeciendo el interior de los muslos de Bella y la parte exterior de los suyos.

No se había sentido tan condenadamente satisfecho, tan completo, en toda su vida. Había encontrado un hogar. Bella era su hogar. No un lugar, no un edificio. Solo ella. Su ángel.

Donde quiera que estuviera, siempre que estuviera con ella, estaría en casa.


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