Aqui esta mi nueva adaptación espero les guste.
**Los personajes son de Stephenie Meyer al final les dicho el nombre del autor.
Capítulo Diecinueve
Bella se despertó tumbada sobre Edward y alzó la mirada somnolienta para comprobar si estaba despierto. Para su sorpresa, estaba observándola atentamente y deslizando la mano por su espalda en una íntima caricia.
—Tenemos que levantarnos para que comas algo —le dijo, con el calor resplandeciendo todavía en su mirada.
Bella bostezó lentamente y le rodeó la cintura con el brazo para acercarle más a ella.
—No tengo hambre. ¿No podemos quedarnos en la cama? —preguntó en tono mimoso.
Edward se echó a reír y le dio un beso en la cabeza.
—Cariño, hace tres días que no salimos de esta habitación. Tienes que estar muerta de hambre.
Bella alzó la cabeza y se le quedó mirando horrorizada.
—¿Tres días?
Edward ensanchó su sonrisa, adoptando un gesto un tanto arrogante.
—No me sorprende que hayas perdido la noción del tiempo.
Al fin y al cabo, te he tenido bastante ocupada. He sido muy duro contigo.
Su sonrisa se desvaneció y asomó a sus ojos la preocupación.
Ella se sonrojó con timidez, pero le dirigió una sonrisa deslumbrante.
—Yo no creo que hayas sido muy duro conmigo. Además, me parece que yo te he cansado tanto como tú a mí.
Edward soltó una carcajada y le pellizcó la nariz con un gesto cariñoso.
—Te aseguro que no me voy a quejar, preciosa. Pero ahora tienes que ducharte y después comer algo, y yo tengo que ir a ver a los demás antes de que alguien decida entrar para comprobar si seguimos vivos.
Presa del pánico, Bella se levantó a gatas de la cama y comenzó a buscar desesperada la ropa. Se moriría de vergüenza si entrara alguien y la descubriera desnuda en la cama. Pero Edward le agarró la mano, tiró de ella hacia él y le dio un largo y duro beso, haciéndola olvidarse de cualquier otra cosa.
—Estoy de broma, pequeña. Tienen muy claro que si intentaran entrar acabarían castrados. No quiero que nadie vea algo que es mío. A partir de ahora, nadie tiene derecho a ver algo que me pertenece.
Sus palabras la hicieron resplandecer. Sintió en el pecho la presión de la satisfacción y de un amor intenso. Ni siquiera era capaz de procesar el bombardeo de emociones que Edward la hacía sentir.
—Lo dices en serio, ¿verdad?
Edward la miró con el ceño fruncido, buscando con la mirada su expresión.
—Es evidente que no he hecho un trabajo lo bastante bueno como para convencerte. A lo mejor necesito pasar otros tres días en la cama contigo para que veas la luz y comprendas que eres mía, Bella. Me perteneces y yo te pertenezco. No bromeo con una cosa así. Jamás he estado con una mujer a la que haya estado siquiera a punto de decir esas palabras. Solo tú. Y no habrá nunca otra.
—¡Voy, voy! —dijo ella riéndose. Después, su tono se tornó pesaroso—. No sé si voy a ser capaz de ir hasta la ducha.
Edward le dirigió una mirada que sugería que estaba loca por contemplar siquiera la posibilidad de ir andando, la levantó en brazos y la llevó hasta allí.
—¿Quién ha dicho que tenías que ir andando? Después del susto que me diste, no pienso perderte de vista ni un momento. Diablos, voy a tenerte siempre a una distancia en la que pueda tocarte, porque pienso tocarte mucho. En lo que a ti se refiere, no soy capaz de controlarme —musitó.
—Lo dices como si eso fuera malo —bromeó ella.
Disfrutó después de una lenta y perezosa ducha, tan excitante que terminó deseando arrastrar a Edward de nuevo a la cama para satisfacer el deseo que él había convertido en fuego. Pero Edward a sacó de la ducha y la secó a conciencia con la toalla. Hasta le cepilló el pelo enmarañado como resultado de su maratón amorosa antes de darle una palmada en el trasero y enviarla a vestirse.
Cuando por fin salieron de la habitación, se dirigieron a la cocina, donde Edward la dejó en uno de los taburetes de la isleta con instrucciones de no moverse mientras él preparaba el desayuno. Bella estaba un poco cohibida, sabiendo que en la habitación de al lado estaban el resto de sus compañeros y que todos estaban al corriente de lo que habían estado haciendo Edward y ella durante aquellos tres días.
Con la cabeza gacha y retorciéndose las manos, miró varias veces de reojo hacia el cuarto de estar.
Edward le puso delante un plato con tal cantidad de comida que Bella no tenía ninguna esperanza de acabárselo, pero poder comer algo más que la verdura con la que durante tanto tiempo se había alimentado era un lujo que todavía saboreaba.
—Relájate, Bella —le dijo Edward—. Nadie va a decir nada y jamás harán nada que pueda hacerte sentir avergonzada.
Bella asintió, sintiéndose estúpida por estar tan preocupada. Los compañeros de Edward habían sido muy solícitos con ella y en ningún momento había tenido la impresión de que pudieran hacer algo que pudiera incomodarla.
Examinó entonces la comida del plato con embelesado deleite. No le habían ofrecido tal cantidad de comida en su vida, y menos aún con un olor y un aspecto tan delicioso. Se dio cuenta de que estaba sonriendo como una estúpida cuando comenzaron a dolerle las mejillas, pero era incapaz de reprimir la alegría ante aquella nueva experiencia, frente a la libertad de comer, o no comer, todo lo que quisiera.
Una vez hubo examinado a conciencia los diferentes alimentos que contenía el plato, agarró el tenedor y se detuvo un momento, contemplando con el ceño fruncido aquel banquete que Edward se había limitado a llamar comida. ¿Por dónde empezar? No había nada que tuviera un aspecto o un olor desagradable, aunque no tenía la menor idea de qué era nada de aquello. La inundó la vergüenza y comenzó a sentir un intenso calor subiéndole por el cuello y las mejillas. Seguro que hasta un niño podía identificar los diferentes platos que Edward había preparado. De pronto, perdió el entusiasmo que la había embargado segundos antes.
Sintiendo los ojos de Edward sobre ella, alzó la mirada sin levantar la cabeza. Miró a Edward por debajo de las pestañas y le vio observándola con tanta tristeza que la vergüenza hizo que se le revolviera ligeramente el estómago y se esfumaron repentinamente las ganas de comer.
Negándose a alzar la mirada, empujó el plato hacia delante y clavó la mirada en el tenedor que todavía tenía en la mano, deseando que se la tragara la tierra.
—Come, pequeña —le pidió Edward en un tono tan amable que resultaba casi doloroso.
Parecía estar sufriendo por ella.
Bella cerró los ojos. Un segundo después, sintió que Edward se sentaba a su lado en un taburete y notó el abrazo de su calor.
—Cariño, no tienes por qué avergonzarte de nada.
La firmeza de su tono transmitía sinceridad y cuando Bella tuvo el valor de alzar la cabeza para mirarle, reconoció esa misma sinceridad en cada línea de su rostro.
—Quería que tuvieras la oportunidad de probar diferentes cosas nuevas — le explicó él—. Por eso he preparado tanta variedad de comida. Así podrás aprender lo que te gusta y lo que no te gusta, esa es una información importante. Necesito saberlo para no servirte algo que después no te guste.
Bella le miró asombrada y confundida al mismo tiempo.
—¿No te importa que no me coma algo que has cocinado para mí?
Pero sería de muy mala educación por mi parte no apreciar algo en lo que has puesto tanto esfuerzo.
Miró de nuevo nerviosa hacia el plato. La posibilidad de que no le gustara algo que Edward había cocinado para ella cuando se había tomado tantas molestias para complacerla le provocaba terror.
Edward suspiró, posó la mano en su rodilla y la hizo girar en el taburete. Le alzó la barbilla con la mano para que le mirara a los ojos.
—Cariño, todo el mundo tiene comidas favoritas y otras que no comería en ninguna circunstancia. En eso consiste ser humano, en eso consiste la individualidad. No hay dos personas con los mismos gustos.
Quiero que disfrutes de la comida cada vez que nos sentemos a la mesa y, para que eso ocurra, tendremos que experimentar con diferentes alimentos hasta que sepas lo que te gusta, lo que no te gusta, la comida que te encanta o cuál es tu comida preferida. Y tú aprenderás que hay comidas que me repugnan.
—¿De verdad? —preguntó esperanzada—. ¿No te enfadarás conmigo si no me gusta algo de lo que has cocinado para mí?
—Jamás, y escucha bien lo que te estoy diciendo, jamás me enfadaré porque seas sincera conmigo. Lo que me enfadaría sería que comieras algo que te repugna por miedo a decirme que no te gusta.
Sonrió y le pellizcó la nariz.
—Y ya sé que no tengo que ponerte demasiada verdura si no quiero terminar durmiendo en el sofá.
Bella parpadeó sorprendida, hasta que se dio cuenta de que estaba bromeando. Entonces se echó a reír, sintiendo que el alivio acompañaba su diversión.
—Y ahora, ¿te comerás lo que te gusta y dejarás lo que no te gusta?
Sintiéndose un poco tonta después de su explicación, Bella asintió, agarró el plato con entusiasmo y lo colocó frente a ella. Fue probando un poco de cada cosa, tomando un bocado con el tenedor, deteniéndose a saborear gustos y texturas y decidiendo qué era lo que más y lo que menos le apetecía.
Después, fue señalando por turnos las comidas que había probado y dándole la calificación a Edward. Su comida favorita fueron unos esponjosos bizcochos de mantequilla. Los huevos revueltos no le hicieron ni fu ni fa, pero el beicon le pareció algo maravilloso y se comió hasta el último pedazo. Frunció el ceño mientras comía las gachas de maíz y, mientras iba paladeando aquella textura granulosa, decidió que no tenía ningún interés en volver a comerlas. El jamón a la plancha estaba delicioso y devoró la fruta fresca, lamiéndose después el jugo que había quedado entre sus dedos para aprovechar hasta la última gota.
Cuando estuvo llena, apartó el plato con un suspiro de satisfacción.
—Estoy hasta arriba —gimió—. Y necesito hacer otro viaje al cuarto debaño.
Edward agarró su plato y le plantó un beso en sus sonrientes labios.
—Pero vuelve rápido.
Bella le dirigió una sonrisa, salió de la cocina y se dirigió al cuarto de bañodel dormitorio que habían ocupado Edward y ella.
Edward estaba enjuagando los platos cuando Sombra le llamó desde el marco de la puerta que separaba la cocina del cuarto de estar.
—Tienes que venir a ver esto, colega —le dijo en voz baja.
Desvió la mirada en la dirección en la que Bella había desaparecido, indicándole en silencio que se trataba de algo que era preferible que no viera ella.
Pero Bella entró justo en el momento en el que Sombra estaba hablando y le descubrió mirando en su dirección. Sombra apretó los labios y fue obvio que estaba maldiciendo para sí. Le dirigió a Edward una mirada de disculpa.
—¿Qué pasa? —preguntó Bella.
Un miedo intenso acababa de sustituir su burbujeante alegría. Edward maldijo aquel repentino cambio.
—No puedes escondérmelo todo —le dijo Bella a Sombra con suavidad.
—¡Y un infierno que no! —gritó Edward.
En los ojos de Bella brilló una chispa de desafío.
—Sea lo que sea, no puede hacerme daño. Nosotros estamos aquí y ellos no. Ver algo en una televisión no hace daño a nadie. Solo la gente puede hacer daño a la gente, y para eso es necesario que te tengan en sus manos. Sé que soy una estúpida, una ignorante e irremediablemente ingenua, ¿pero cómo voy a aprender lo que necesito saber si estan todos decididos a aislarme para que no pueda ver nada que me afecte?
Necesito saber lo que está pasando. Lo que de verdad me da miedo es no saber lo que ocurre —dijo en tono suplicante.
—No eres ninguna tonta ignorante, y tampoco eres una ingenua.
Y no estoy dispuesto a soportar que te rebajes continuamente ni que intentes convencerte de que vales menos que los demás, que no eres nadie y que no le importas a nadie — replicó Edward con fiereza.
—¡Maldita sea, Bella! Has estado aislada del mundo desde los cuatro años. Nadie espera que lo aprendas todo en solo unos días, y esa es la razón por la que estamos protegiéndote y ayudándote a adquirir el conocimiento que necesitas. Pero tienes que estar dispuesta a dejarnos hacer nuestro trabajo y hacernos caso cuando te decimos lo que tienes que hacer para protegerte.
—Tenemos unos minutos —terció Sombra con calma—. Ahora mismo han hecho una pausa para la publicidad, pero, cuando empiece de nuevo el informativo, abordarán la noticia principal —le sostuvo a Bella la mirada y alzó la barbilla.
—Tú decides, pero hazlo rápido.
Aunque sabía que Sombra tenía razón y que no podía seguir tratándola como si fuera a romperse ante la menor adversidad, a Edward continuaba disgustándole no ser capaz de protegerla del dolor y de la angustia y sabía que tanto su expresión como su tenso lenguaje corporal así lo evidenciaban.
Bella frunció el ceño con expresión de preocupación. Los labios le temblaron y fue obvio que estaba luchando contra las lágrimas. Mierda.
Él no pretendía molestarla ni herir sus sentimientos, pero no tenía la menor idea de cómo convencerla de lo mucho que valía. De que era importante, de que lo era todo para él. Ella era la razón por la que respiraba, por la que se levantaba por las mañanas. Desde que Bella le había robado el corazón y lo había hecho suyo para siempre, no se limitaba a dejarse llevar por la inercia del día. En cambio, saboreaba cada segundo que pasaba a su lado permitiéndose algo que jamás habría soñado: tener esperanza.
Emoción por el futuro. Deseaba pasar el resto de su vida dejándose la piel para hacerla sonreír y ser feliz. Se había dejado consumir por las sombras y la oscuridad durante demasiado tiempo, ocultando partes de sí mismo que no se había atrevido a sondear por miedo a desatar recuerdos dolorosos y desvelar todos los errores que había cometido.
Porque, si lo hubiera hecho, no habría habido vuelta atrás. Habría tenido que alejarse de todo lo que conocía, de todas las personas a las que había abrazado como a una familia, porque no habría sido capaz de mirarles a los ojos y fingir que todo iba bien, que todo era perfecto. Que un día era tan bueno como cualquier otro.
Había tardado meses en renunciar al alcohol y recobrar la sobriedad y otro año entero en recuperar la forma física y comenzar a comer productos saludables o, por lo menos, comenzar a comer.
Aquello le había capacitado para realizar aquel trabajo. Se había convertido en un adicto al distanciamiento y a la frialdad, en un experto en ocultar sus sentimientos y alejar de su rostro cualquier información que pudiera resultar reveladora. Pero, por mucho que hubiera conseguido engañarse y engañar a los demás en el trabajo, las noches eran un asunto muy diferente.
Era entonces, cuando estaba desprevenido, en los momentos de vulnerabilidad, cuando las pesadillas entraban sigilosas, buscando la más ligera grieta en los muros de su mente para poder penetrar insidiosas, arrogantes y siempre victoriosas en sus sueños, haciéndole sentirse como un despojo humano. Un fraude, porque se pasaba los días fingiendo y las noches reviviendo acontecimientos que le habían destrozado de tal manera que le había llevado mucho tiempo recuperarse. Y todavía no había conseguido recomponerse por completo. Lo sabía porque continuaba teniendo pesadillas que le despertaban bruscamente en la noche, empapado en sudor de la cabeza a los pies y con el corazón latiéndole de forma tan violenta que a veces temía estar sufriendo un infarto. Pero ya no eran tan frecuentes como antes.
Y, con una sola caricia, Bella no solo le había cerrado el boquete del pecho que le habría matado en cuestión de minutos, de segundos quizá, sino que había conseguido lo imposible llenando su alma y su corazón con tanta luz, tanto calor y tanta dulzura que, por un instante, había llegado a creer que había muerto y estaba en el cielo. A pesar de todos los pecados del pasado.
Pero, sobre todo, le había liberado de los muchos años de constante inquietud bajo el peso insoportable de la tristeza y de una culpa que jamás sería olvidada o perdonada. No se había permitido liberarse, no había intentado siquiera olvidar o perdonar porque era la penitencia que merecía. Y, frente al dolor y los remordimientos con los que había vivido durante tanto tiempo, Bella le había entregado lo más precioso que le habían ofrecido nunca, seguido solo por su amor, su confianza e inocencia: la absolución. La libertad después de haber pasado toda una vida condenándose y odiándose a sí mismo.
De alguna manera, había eliminado hasta el último oscuro y terrible vacío que había enterrado en lo más profundo de su ser en su esfuerzo por ocultarlo y ocultárselo incluso a sí mismo para fingir que no estaba allí hasta que no asomaba a la superficie rugiendo su venganza. Bella había llenado aquel vacío con una luz angelical y tan deslumbrante que jamás podría ser tapada o apagada. Era, simplemente, una parte tan grande de ella misma que la desbordaba, envolviendo e inundando todo aquello en lo que ella concentraba su don. Algo natural y efervescente, como la luz de sus ojos chispeantes y la larga melena castaño que caía por su espalda en una cascada de rizos rebeldes. Bella había conseguido lo imposible, sellar las heridas de su interior para que no volvieran a quedar dolorosamente expuestas en los momentos de debilidad o vulnerabilidad.
Bella le había concedido un milagro que él no se había atrevido a pedir, por el que no se había atrevido a rezar por culpa de su propia vergüenza. Pero era algo que ansiaba de manera desesperada, aunque fuera solo por un momento, aun sabiendo que no lo merecía.
Le había dado paz.
La clase de paz que no podría desaparecer en un momento de culpa, cuando el pasado volviera a perseguirle. Ya era una parte permanente de él, de la misma forma que Bella había llegado a convertirse en parte, la mejor parte, de lo que él era. Incluso entonces le dolía pensar en la belleza de aquel momento. Desde que le había tocado ya no había sido posible separarse. Sus corazones y sus almas se habían reconocido y, en el breve instante en el que el tiempo parecía haberse detenido, habían conectado como Edward no había conectado nunca con ningún ser humano. En alma, corazón y mente. Estaban más cerca de lo que podían estarlo dos personas. No creía ni por un momento que hubiera otras dos personas en el mundo capaces de compartir algo tan inexplicable como el vínculo instantáneo e irrevocable que se había forjado entre Bella y él.
Y como Bella había curado mucho más que sus heridas físicas y había llevado la luz a un mundo que había estado a oscuras durante tanto tiempo, Edward no había vuelto a tener una sola pesadilla desde que la había encontrado. Desde que la había llevado con él sabiendo, y admitiéndolo plenamente ante sí mismo, que a ninguna otra mujer podría entregarle un solo pedazo de su corazón y su alma como se los había entregado a ella, como siempre lo haría. Y en el caso de que la perdiera, ¡y cómo le dolía pensar siquiera en ello!, jamás volvería a mirar a otra mujer. Era suya. Cada centímetro de su cuerpo era suyo y, aunque ella pudiera pensar que lo decía de broma, hablaba completamente en serio: si de verdadcreyera que tenía intención de abandonarle, la ataría a la cama.
Sombra se aclaró la garganta de manera no muy sutil y le dirigió a Edward una significativa mirada.
—Ya soñarás despierto más adelante, cuando no necesitemos toda tu atención en este asunto tan serio que nos traemos entre manos.
Edward miró a Bella y reconoció la inquietud que reflejaban sus ojos, pero era todavía más acusada la determinación de su barbilla, su manera de apretar los labios y la decisión con la que le sostuvo la mirada sin pestañear.
—¡Mierda! —musitó él—. Esto no me gusta, pequeña. Juré por mi vida amarte y protegerte siempre, no dejar que ningún canalla te pusiera la mano encima y dejarme la piel para conseguir que no hubiera un solo día en el que no fueras feliz. Sea lo que sea lo que va a salir ahora en las noticias, tirará por los suelos esas promesas, porque, si no fuera algo malo, si no fuera a afectarte, Sombra no habría dicho que no deberías verlo.
Bella frunció el ceño en respuesta.
—Ya veremos. Y te aseguro que no dejar que decida por mí misma si quiero ver o no un programa de televisión no va a hacerme feliz. El hecho de estar aquí, rodeada de hombres a cuyo lado un luchador profesional parecería un pelele, cubre más que de sobra mi necesidad de seguridad y protección. Y, a no ser que estés pensando en decirme que no me quieres porque no me porto como una niña buena y me meto obediente en la otra habitación, no entiendo por qué crees estar poniendo en riesgo tu promesa.
—Ahora sí que me estás enfadando —replicó Edward, casi gritando.
— ¡Claro que te quiero, maldita sea! Y por supuesto que aquí estás a salvo.
Bella arqueó la cena y esperó a que abordara lo primero que le había planteado.
Riley entró a grandes zancadas en la cocina.
—Nos estamos quedando sin tiempo, así que hagan lo que quieran, pero rápido —les advirtió.
Bella pasó por delante de Edward con los ojos entrecerrados, como si le estuviera desafiando a detenerla. Y estuvo tentado. De hecho, estuvo a punto de hacer realidad su amenaza de atarla a la cama. De esa forma le resultaría mucho más fácil mantener el resto de sus promesas.
Curvó los labios como si estuviera a punto de gruñir, dejando ver los dientes, cuando vio que Bella seguía a Sombra al cuarto de estar y se sentaba a su lado en el suelo, los dos con las piernas cruzadas delante de la televisión.
—¿Qué crees que van a contar? —le preguntó a Sombra nerviosa.
— ¿Qué es lo que han dicho antes de la pausa? —pensó un momento, apretando los labios con un gesto de concentración, claramente perpleja.
—¿La pausa publicitaria? Es así como la has llamado, ¿verdad? ¿Qué es eso?
¡Diablos, no! Si necesitaba información, o que la tranquilizaran, o que alguien la abrazara en el caso de que la noticia le asustara o le afectara de alguna manera, no iba a permitir que fuera Sombra el que lo hiciera. Edward se colocó intencionadamente entre los dos, acoplando su enorme cuerpo en aquel pequeño espacio y golpeando a Sombra en el proceso sin la más mínima consideración, hasta que Sombra le dirigió una mirada de disgusto y se apartó unos cuantos centímetros.
—Ahora vamos a ver lo que cuentan las noticias —dijo Sombra en tono tranquilizador.
—Ya te explicaré más tarde lo que es una pausa publicitaria.
Riley alzó la mano pidiendo silencio cuando la presentadora del informativo se sentó tras el escritorio. Una pantalla situada a la derecha de su hombro mostraba imágenes de luces parpadeantes, docenas de ambulancias, coches de policía y camiones de bomberos.
En cuanto comenzaron a aparecer las imágenes, Bella se tensó. Su cuerpo se quedó tan rígido que la tensión se reflejó en su rostro y en sus ojos. Unos ojos que se tornaron de pronto tan temerosos que a Edward le entraron ganas de darle un puñetazo al maldito televisor para que se apagara. Los demás le dirigían a Bella miradas cargadas de preocupación y Sombra se inclinó hacia delante y le dirigió una intensa mirada evitando a Edward.
Este tuvo que hacer un enorme esfuerzo para concentrarse en lo que la periodista estaba explicando cuando lo único que realmente quería era proteger a Bella de una mayor tristeza, pero aquellas imágenes significaban algo para ella y necesitaban toda la información que aquella noticia les pudiera proporcionar.
—Tenemos una nueva información sobre la noticia que les estábamos contando. Lo que en un primer momento se consideró un suicidio en masa en un complejo situado en la zona norte de Seattle llevado a cabo por una hermética secta, hasta ahora desconocida, ha resultado ser un terrible homicidio —dijo la presentadora del informativo.
Edward soltó una larga y sonora maldición, y no fue el único. La tensión se disparó en la habitación. Todos tenían los ojos pegados a la pantalla, donde estaban exponiendo los detalles más macabros con la misma serenidad con la que podrían estar dando el pronóstico del tiempo.
Bella volvió el rostro y se cubrió la cara con las manos. Comenzó a mecerse hacia delante y hacia atrás mientras de sus labios escapaban gemidos de una aguda tristeza, a pesar de que se había tapado la boca intentando evitar que escapara de ella cualquier sonido. Temblaba de una forma incontrolable e Edward comprendió que estaba a punto de derrumbarse.
Intercambió con Sombra una mirada de impotencia y miró después a Riley, que miraba a Bella con compasión, pero también furioso por todo lo que había sufrido. Todos sabían lo que aquello significaba. Lo que no tenían tan claro era si
Bella había atado cabos o si solo estaba reaccionando al recuerdo del horror en el que había consistido su vida durante dos décadas.
—Déjenme quedarme un momento con Bella —pidió Edward en voz baja.
— Voy a llevármela al dormitorio y a intentar que descanse —le dirigió a Riley una significativa mirada.
— Mientras yo me encargo de ella, haz lo que tengas que hacer.
—Hay tranquilizantes en el armario de la cocina —le ofreció Riley.
—Tenemos todas las casas de seguridad provistas de cualquier cosa que puedan llegar a necesitar las mujeres en el caso de que tengan que esconderse. Los tranquilizantes son de Rose. Sigue teniendo ataques de ansiedad y rara vez duerme bien por miedo a soñar.
Se frotó la cara. Sus ojos eran un tumulto de pura rabia.
—Tiene pesadillas sobre el pasado, sueña con todo lo que le hizo ese bastardo y tiene también sueños sobre el futuro, sobre lo que va pasar. Tanto unos como otros tienen un fuerte efecto en ella y a veces tomar un tranquilizante es lo único que le permite dormir.
Edward asintió.
—Gracias —contestó con voz queda. Miró después a Sombra.
— ¿Puedes ir a por una pastilla mientras llevo a Bella al dormitorio? Trae también algo de beber para ayudarla a tragarla.
Sombra se levantó sin vacilar e Edward se volvió hacia Bella, que parecía ajena a todo lo que ocurría a su alrededor mientras luchaba contra los demonios que la perseguían. Con toda la ternura de la que fue capaz, levantó a Bella, que seguía hecha un ovillo, y la estrechó contra su pecho. La abrazó para hacerle saber que estaba a salvo, que él estaba con ella y jamás la dejaría. Después, le besó el pelo con delicadeza, hundiendo la nariz en sus sedosos rizos mientras la llevaba lentamente al dormitorio.
La dejó en la cama, se tumbó a su lado y volvió a abrazarla. Ella enterró el rostro en su cuello, temblando de pies a cabeza. Su pulso era una frenética sucesión de latidos. La humedad de las lágrimas comenzó a cubrir el cuello de Edward y fue deslizándose hasta desaparecer por el cuello de su camisa.
—No llores, pequeña. No llores por ellos. No se merecen tus lágrimas. No quiero que vuelvas a tener ningún motivo para llorar.
Ella le agarró con fuerza, presionando el rostro y los labios con firmeza contra su cuello antes de soltarle y alzar lentamente la cabeza para poder mirarle.
Estaba a punto de hablar cuando una queda llamada a la puerta se lo impidió. Edward le indicó a Sombra que entrara. Sombra llevaba un vaso de agua en una mano y cerraba la otra alrededor de algo.
Le tendió el vaso a Edward y abrió después la mano para mostrar una pastilla de color melocotón.
—Tienes que tomarte esto, cariño —le dijo a Bella—. ¿Querrás hacerme ese favor?
—¿Qué es? —preguntó ella con recelo. Edward le acarició la mejilla con la mano libre.
—Es solo algo que puede ayudarte a relajarte y a eliminar el pánico y la ansiedad. Y, lo más importante, te ayudará a dormir. Necesitas descansar. Te he tenido tres días despierta y estoy seguro de que estás agotada.
Bella se sonrojó. Estaba tan adorable que a Edward le entraron ganas de cubrir de besos y lamer cada centímetro de aquella adorable y rosada piel.
Pero su expresión se tornó entonces preocupada y alzó sus ojos cargados de tristeza hacia Edward y Sombra.
—¿Pero qué ha pasado? ¿Qué significa todo eso? ¿Quién puede haber hecho algo tan horrible?
—Hablaremos de todo cuando duermas un rato —le dijo Edward en tono tranquilizador, pasándole la mano por el pelo—. Ahora mismo necesitas descansar. ¿Quieres hacer eso por mí? No te ocultaré ninguna información, te lo prometo.
Bella miró la pastilla que Sombra sostenía en aquel momento justo delante de sus labios, esperando a que abriera la boca, y vaciló.
—Jamás haría nada que pudiera hacerte daño —le prometió Sombra, transmitiendo sinceridad en cada una de sus palabras.
—Te doy mi palabra, Bella. Te protegeré de cualquier cosa que pueda hacerte daño. Yo no soy tu enemigo.
Bella esbozó una mueca. Parecía avergonzada.
—Lo siento, Sombra. No pretendía que pensaras que dudo de ti.
Es solo que siento que no tengo ningún control sobre ningún aspecto de mi vida y tengo miedo de que esa pastilla pueda hacerme sentir más impotente todavía.
Sombra sonrió.
—Es difícil sentirse impotente cuando se está dormido. Y ahora abre la boca para que Edward pueda darte algo con lo que tragar la pastilla.
Bella tomó la pastilla e inmediatamente esbozó una mueca y se lanzó hacia el vaso que Edward tenía en la mano. Tragó saliva y se estremeció. Después le dirigió a Sombra una mirada acusadora.
—¡Estabas intentando matarme! ¡Sabe fatal!
Sombra soltó una carcajada, miró a Edward alzando la barbilla y le revolvió el pelo a Bella con cariño. Sin decir una palabra más, salió de la habitación e Edward abrazó a Bella una vez más, decidido a quedarse con ella hasta que la pastilla hiciera efecto y la sumiera en un profundo sueño, y esperaba que sin pesadillas.
—No me ha afectado el que hayan matado a los ancianos —confesó Bella de pronto, interrumpiendo el silencio que se había hecho en la habitación—. Sé que está mal, pero son unos auténticos demonios y se merecen lo que les ha pasado.
—¿Entonces qué es lo que te ha afectado? Las lágrimas brillaron en sus ojos.
—Han matado a todo el mundo. Incluso a los niños. Y a las mujeres.
La mayor parte de los miembros del culto no eran malos. Solo eran personas confundidas a las que les habían lavado el cerebro. Creían estar cumpliendo con la voluntad divina. No se merecían morir por haber creído en personas que no debían.
Edward asintió y le hizo acercar la cabeza a su pecho para poder apoyar en ella la barbilla.
—Sé que ahora no te parece posible, cariño, pero esto pronto acabará y, en cuanto acabe, nos uniremos legalmente y me esforzaré en hacerte tan feliz que, algún día, mirarás atrás y todo lo que ha pasado no será nada más que un borroso recuerdo en tu memoria.
Bella bostezó y se acurrucó contra él, rodeándole las piernas con las suyas.
—No sabes cuánto lo deseo, Edward. Pero tengo miedo de soñar.
Tengo miedo de esperar. Antes no tenía nada que desear, nada con lo que soñar o que me hiciera tener esperanzas, así que la verdad es que no me importaba lo que pudiera pasar. Pero ahora es mucho lo que deseo y no podría soportar que me lo arrebataran después de haber tenido la oportunidad de experimentarlo, aunque haya sido durante tan poco tiempo.
—El amor es capaz de cualquier milagro y tú ya eres un milagro, así que sé que estoy seguro de que vamos a conseguirlo. No lo descartes antes de que hayamos empezado nuestro viaje en común. Te juro que, si me confías tu corazón y tu felicidad, disfrutarás cada minuto de este viaje.
GRACIAS POR SUS REVIEWS
sandy56
tulgarita
Wenday 14
catita1999