Aqui esta mi nueva adaptación espero les guste.

**Los personajes son de Stephenie Meyer al final les dicho el nombre del autor.


Capítulo Veintiuno

Edward entró en el dormitorio y miró hacia la cama en la que Bella estaba tumbada mientras cerraba la puerta tras él. Estaba de espaldas a él, hecha un ovillo, con las rodillas pegadas al pecho. Todavía no iba a despertarla. Bella necesitaba descansar y lo único que él necesitaba era estar cerca de ella, tocarla, abrazarla y poder sumergirse en su belleza y en su luz para que todas las preocupaciones, el miedo y el estrés desaparecieran, aunque solo fuera durante un rato.

Aquella misión no se parecía a nada de lo que se había enfrentado hasta entonces y no solo porque estuviera en juego algo tan personal. Anteriormente, y al margen de cuáles hubieran sido las circunstancias, incluso en los momentos más complicados, cuando alguna de las mujeres había estado en extremo peligro y las probabilidades estaban en su contra, Edward se había enfrentado a los planes, a la resolución y al rescate con confianza y con calma, seguro de su éxito. No había dudado ni por un instante de que encontrarían a Alice y que el grupo de fanáticos que la había secuestrado sería eliminado coordinada y metódicamente.

Cuando Tanya había desaparecido mientras estaba protegiendo a Bree y Diego se había marchado para emprender la que después se revelaría como una misión para vengar lo que le habían hecho a la mujer a la que había amado durante la mitad de su vida, Tanya había dado un paso adelante y había reclutado la ayuda de Victoria y de Alice. Y, aunque al ver aparecer a las dos mujeres en la casa de seguridad en la que Tanya estaba retenida, Edward había estado a punto de perder la cabeza, había tenido la certeza de que, al igual que habían rescatado a Alice, encontrarían a Tanya a tiempo de salvarla.

¿Pero en aquel momento? Aquello era lo más serio a lo que se había enfrentado desde que estaba en WSS. Para su alivio, la amenaza de la secta había desaparecido, pero Jaysus tenía un verdadero ejército a su disposición y aliados que le debían más favores de los que estaban en condiciones de pagar. Así era como funcionaba aquel narcotraficante. Hacía favores y, cuando él los pedía, aquellos que se los debían no se atrevían a negarse a hacer nada de lo que les exigía.

Era un hombre despiadado y la única vida a la que concedía algún valor era la suya. Estaba dispuesto a prescindir de cualquiera de sus hombres. Ellos le entregaban su absoluta lealtad y, a cambio, no les daba absolutamente nada, salvo la esperanza de que no decidiera acabar con ellos con la única intención de divertirse o de demostrar algo que solo él comprendía.

Los hombres de WSS eran los mejores en lo que hacían. Edward trabajaría juntoa cualquiera de sus compañeros sin pensárselo dos veces.

Confiaba en sus colegas y estaba dispuesto a dar la vida por ellos. Pero en aquella ocasión les superaban sobradamente en armamento y en número de efectivos. Los recursos de Jaysus eran ilimitados y, aunque Riley era un hombre rico, un zorro que se había asegurado de que WSS estuviera mejor equipada que cualquier agencia de seguridad del país, se estaban enfrentando por primera vez a alguien con más poder, influencia, capacidad para la intimidación, armas y dinero que ellos.

Justo cuando más lo necesitaba, cuando para su supervivencia era necesario el éxito de la misión más importante de su vida, no era capaz de conjurar la confianza ciega que había sentido en todas las misiones en las que había participado hasta entonces.

Permaneció al borde de la cama con la mirada fija en aquella masa de rizos enredados extendida sobre los almohadones y sintió removerse algo que le horrorizó y le hizo cuestionarse todo sobre el hombre que pensaba que era. Pánico.

Alzó las manos y las miró incrédulo al verlas temblar violentamente. Tenía un nudo en el estómago y la garganta atenazada hasta tal punto que estaba deseando vomitar para aliviar la penosa ansiedad que le paralizaba.

Un pequeño movimiento le llamó la atención, desviándola de aquel salvaje asalto de emociones que le estaban despedazando y convirtiéndole en un inútil.

Frunció el ceño y se inclinó hacia la cama, preguntándose si habría imaginado el ligero temblor de los hombros de Bella.

Mierda. No se había imaginado ni una maldita cosa. Durante el tiempo que había estado sufriendo aquel épico colapso, la había creído dormida, cuando, en realidad, estaba acurrucada en una postura de autoprotección, lo más alejada posible de la puerta y llorando, algo que, evidentemente, había intentado ocultar.

Edward corrió a sentarse a la cama, le pasó el brazo por la cintura y la hizo volverse para que le mirara. Tenía la nariz y los ojos rojos e hinchados y los labios destrozados porque se los había estado mordiendo por culpa de los nervios. Unas oscuras ojeras conferían a sus ojos un aspecto vacío y había en ellos tanta desesperación que el nudo que Edward tenía en la garganta amenazó con impedirle tomar aire.

—Cariño, ¿por qué lloras? —le preguntó desesperado.

— ¿Qué te pasa? ¿Te duele algo? Cuéntame lo que te pasa para que pueda solucionarlo, por favor —le suplicó—. No soporto verte triste. Me estás rompiendo el corazón. Tienes que saber que haría cualquier cosa por verte sonreír. Por verte iluminarte para mí y hacerte feliz. Por favor, cuéntame lo que te pasa para que lo comprenda.

No le importaba parecer el más desesperado de los hombres. Sentía que Bella se le escapaba y aquella era la sensación de impotencia, dolor y tristeza más intensa del mundo. Jamás había experimentado aquella clase de agonía. El pánico que había sentido segundos antes, el miedo a no ser capaz de protegerla, no era nada comparado con el terror de perderla por algo contra lo que no sabía cómo luchar.

Bella se estrechó contra su cuerpo todo lo posible y le rodeó la cintura con el brazo, abrazándose a él con fuerza. La misma angustia que corría por las venas de Edward se reflejaba en los gestos de Bella. Todo su cuerpo temblaba y su respiración era errática mientras parecía intentar dominarse. Deslizó ambas manos entre ellos y se aferró a la camisa de Edward con los puños, como si quisiera asegurarse de que no iba a abandonarla.

—Me estás asustando, pequeña —confesó Edward.

Parecía completamente desquiciado, y las apariencias no estaban muy lejos de la realidad, porque el pánico estaba creciendo a tal velocidad que estaba destrozando el escaso control que tenía sobre su compostura.

—Estoy asustada —reconoció Bella con la voz atraganta.

— Dios mío, Edward,

¿qué he hecho? Sé la razón por la que han matado a todos los miembros del culto y no puedo soportarlo. Estoy muy asustada, me siento indefensa y egoísta por haberos metido a todos de tal manera en esta situación que ya no hay salida. No sé qué hacer.

Edward tomó aire, consciente de que Bella estaba a punto de derrumbarse y de que tenía que ser fuerte por ella. No podía permitir que se diera cuenta de que él también estaba a punto de hundirse porque eso terminaría de destrozarla.

La envolvió de tal manera que no hubiera una sola parte de su cuerpo que no tocara. Le acarició la espalda y le cubrió de besos diminutos la cabeza, la frente, los párpados, la nariz, las mejillas, la barbillas y, al final, los labios, inhalando su aliento como si estuviera falto de oxígeno. Se obligó a sí mismo a utilizar aquellos recursos que tantas veces le habían servido en el pasado y se concentró en aminorar el ritmo de los latidos de su corazón y detener el temblor que se había extendido de tal manera por todo su cuerpo que, en el caso de que hubiera querido hacerlo, habría estado demasiado débil para levantarse.

Durante largos segundos, se concentró en verter todo el amor que sentía por ella en cada roce, en cada caricia, en cada tierno beso, mientras obligaba a su cuerpo a permanecer sereno, firme, inquebrantable, convertido en una roca en la que ella pudiera apoyarse y le diera la seguridad de que todo iba bien.

Cuando por fin ganó la batalla a sus amotinadas emociones, se apartó lo suficiente como para poder agarrarla por la barbilla, alzarle el rostro y hacer que sus ojos se encontraran. Edward estuvo a punto de retroceder ante el puro dolor y la vulnerabilidad de su mirada, pero se obligó a no reaccionar.

Le frotó la mejilla lentamente y repitió aquel movimiento no solo para calmarla, sino porque también él necesitaba aquel contacto. Necesitaba tocarla porque, por mucho que hubiera jurado ser su roca, su ancla, ella era su fuente de seguridad y calma.

—¿Qué es lo que te asusta, cariño? Cuéntamelo. Dímelo para que podamos enfrentarnos a ello, para que no tengas que volver a hundirte en ello. Sabes que haré todo lo que esté en mi mano para evitar que te encuentres en una situación en la que no quieras estar. A partir de ahora, estarás a cargo de tu propio destino y tomarás las decisiones por ti misma. No lo hará ni ningún maldito culto, ni ningún narcotraficante con complejo de Dios, ni tampoco yo.

Los ojos volvieron a llenársele de lágrimas que comenzaron a rodar por sus mejillas hasta chocar con el pulgar de Edward.

—Cariño, háblame —le suplicó—. Me está devorando vivo el verte tan triste.

Sé que hasta ahora todo el mundo te ha decepcionado, pero te juro que yo jamás seré como toda esa gente. Eres la persona más importante de mi vida. Mi primera y única prioridad. No hay nada que no puedas contarme.

—¡Edward! ¿No es evidente el motivo por el que han acabado con todos los hombres, mujeres y niños del culto?

Ahogó un sollozo y alzó la mano para posarla sobre la que Edward apoyaba en su mejilla, como si necesitara su contacto tanto como él necesitaba el suyo.

—Se están deshaciendo sistemáticamente de todos los que me han conocido o han sabido de mi existencia.

Los ojos se le llenaron de un miedo como ninguno que Edward hubiera conocido. Incluso el dolor del que había sido testigo en personas gravemente heridas, como sus propios compañeros de equipo, palidecía al lado de lo que veía al mirar a Bella. Se le encogieron las entrañas. Aquello estaba matándole. No soportaba verla sufrir tal agonía sin poder hacer una maldita cosa al respecto, salvo escuchar lo que ella tenía que decirle. Y tenía un mal presentimiento sobre la conclusión a la que Bella había llegado. El miedo le inundó el corazón porque sabía que aquella era, exactamente, la misma conclusión a la que habían llegado sus compañeros de equipo.

—Ahora vendrá a por ti, a por todos vosotros —continuó Bella sollozante.

—Está loco. Se considera invencible y está convencido de que si me tiene a su lado será inmortal, que nada le detendrá. La muerte no significa nada para él. Dios mío, Edward, les hizo unas heridas terribles a sus propios hombres y me obligó a mirar.

Yo estaba a solo unos metros de distancia mientras ellos agonizaban suplicándome que les salvara. Y no podía hacer nada, salvo mirarles, porque él no me habría permitido ayudarles.

Edward cerró los ojos al comprender que Sombra y él habían acertado de pleno al imaginar la clase de tortura a la que aquel sádico había sometido a Bella durante las largas horas de su cautiverio.

—No se detendrá ante nada —dijo ella en un doliente susurro—. No se detendrá hasta que no consiga lo que quiere. No le importa la gente a la que tenga que matar para conseguir su objetivo, ni siquiera el tiempo que le lleve. Siempre estará allí, acechando, y cuando menos nos lo esperemos, atacará. Aunque tenga que hacerlo muchas veces, aunque tenga que esperar durante años, matará a todos los que trabajaban para WSS y a todos sus familiares. Tú y yo no podremos disfrutar nunca de una vida normal porque en todo momento estaremos temiendo, esperando el golpe, y yo no puedo perderte, Edward. No puedo. Eres la única persona que me ha querido, la única persona que se ha preocupado de verdad por mí, la única a la que no le importa nada mi capacidad para curar ni intenta aprovecharse de ella.

Cuando estoy contigo, no me siento como un bicho raro que se ha pasado la vida encerrada entre cuatro paredes sin saber ni entender nada del mundo de fuera. Solo estando contigo me siento normal. Como una persona y no como un producto que puede ser utilizado, mercadeado o vendido, como un objeto inanimado sin sentimientos, sin corazón, sin alma, sin inteligencia. No quiero que me dejes nunca.

¡No quiero morir! —lloró, hundiéndose en su abrazo y presionando su rostro con tanta fuerza contra su cuello que Edward dudaba de que pudiera siquiera respirar.

Estaba sobrecogido por la pasión de sus palabras. Tenía el pecho tenso, pero no ya por el pánico, sino por un sentimiento que fue inflamándose hasta hacerle sentir en los ojos el escozor de las lágrimas. Parpadeó con fuerza y respiró hondo, luchando por controlar aquel intenso amor que amenazaba por desbordarle por completo.

—Jamás te dejaré, pequeña —le prometió con la garganta tan cerrada que apenas era capaz de hablar.

Le besó la sien y deslizó la mano por su pelo enredado, deseando que Bella no se limitara a oír sus palabras de amor y su promesa de no dejarla jamás. Quería que también las sintiera. Quería que sintiera lo maravillado e inestable que se sentía ante la potencia de aquella declaración y de lo mucho que significaba para él. Lo mucho que Bella significaba para él.

Ella alzó su rostro desnudo incapaz de esconder lo que pensaba y sentía. Se frotó las lágrimas, como si le resultara irritante haberse permitido aquel momento de debilidad. Pero a Edward le asombraba que hubiera sido capaz de mantener la compostura durante tanto tiempo. Estaba maravillado por todo lo que Bella era y por la fuerza inquebrantable que la había mantenido en pie incluso después de veinte años de sometimiento diario.

—Sé que no tú no quieres abandonarme nunca —le dijo—. De lo que tengo miedo es de que el hecho de querer estar juntos suponga que terminen matándote por mi culpa. No sería capaz de seguir viviendo sabiendo que has sacrificado tu vida por mí. No me quedaría ningún motivo para vivir.

—No hables así —respondió él con fiereza. La sinceridad de Bella había estado a punto de romperle el corazón—. No vuelvas a decir eso. Pase lo que pase, quiero que me prometas que jamás dejarás de luchar, que jamás renunciarás, y que continuarás adelante, libre y capaz de tomar tus propias decisiones sobre tu vida, capaz de hacer todo aquello con lo que has soñado. Tienes que prometérmelo, si no, no seré capaz de seguir adelante. No podré pensar en otra cosa que en el miedo abrumador a que renuncies a luchar si algo me ocurriera.

La agarró por los hombros y fundió sus labios con los suyos, tomando su boca con un ansia voraz. La desesperación le golpeaba con una fuerza implacable y constante.

Las lágrimas brillaban en los ojos de Bella, pero esta asintió lentamente y, con voz titubeante y ronca por todas las emociones contenidas, contestó:

—Te lo prometo, Edward. Pero solo si tú me prometes lo mismo.

Edward entrecerró los ojos con una rabia que le consumía entero. De ninguna manera. Bella no faltaría en ningún escenario posible de su vida. Pero él la había forzado a pronunciar aquella promesa, viendo incluso el sufrimiento que le causaba, de modo que no podía menos que hacerlo también él, aunque no creyera ni una sola de sus propias palabras. Era impensable una vida sin Bella. Sería una mera sombra de sí mismo, un cascarón vacío moviéndose como un robot programado para llevar a cabo determinadas funciones, pero su corazón, y su alma, estarían para siempre allí donde ella estuviera.

Asintió, incapaz de dar voz a aquella frase que Bella apenas había conseguido pronunciar.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Bella, suplicándole una solución milagrosa con la mirada.

Y, Dios, cuánto deseaba Edward poder ofrecérsela. Quería darle todo aquello que su corazón se merecía, pero en aquel momento estaba fuera de su alcance y no había milagros, salvo aquellos que Dios elegía otorgar a aquellos que eran dignos de recibirlos, e Edward había demostrado no serlo mucho antes de que Bella hubiera irrumpido en su vida y le hubiera devuelto la fe que él había abandonado.

—En cuanto hemos visto la noticia todos hemos sido conscientes de los motivos por los que han sido eliminados los miembros de la secta y, con toda sinceridad, pensamos que el golpe fue planificado antes de tu fuga. La masacre ha tenido lugar pocos días después de cuando se suponía que debería de haber tenido lugar el intercambio. La secta quería seguir teniendo acceso a ti después de venderte a ese narco, pero Jaysus no estaba dispuesto a permitir que nadie utilizara su preciada posesión. En el caso de que se hubiera producido el intercambio y ahora estuvieras en sus manos, también se habría producido la masacre. Él no quería correr el riesgo de dejar con vida a nadie que supiera de tu existencia o de tu capacidad para sanar. Sin nadie que supiera de tu existencia, nadie se habría cuestionado nunca tu desaparición y Jaysus no habría tenido de preocuparse de que alguien, salvo él, tuviera conocimiento de tu don.

Aumentó el miedo en la expresión de Bella cuando se dio cuenta de lo cerca que había estado de terminar en un agujero del que nunca habría podido escapar y de no tener a nadie que se preocupara por ella.

—Tenemos un plan que ya hemos puesto en acción —la tranquilizó Edward.

— James, Jasper y Diego se llevarán a sus esposas a una casa de seguridad y las tendrán bajo vigilancia continua. Rose está con Riley y él tiene dinero y contactos, por no mencionar armamento capaz de competir con el de Jaysus. Demetri Vulturi se ha llevado a Tanya a un lugar desconocido incluso para nosotros y, al igual que Riley, no solo tiene mucho dinero, sino también mucho poder y todo un equipo de seguridad formado por profesionales muy bien preparados.

—¿Y nosotros? —preguntó Bella con ansiedad—. ¿Y el resto de los hombres?

—Nos quedaremos aquí. Este lugar está muy protegido y tenemos provisiones para seis meses, por no hablar del arsenal del que disponemos, cortesía de Riley.

Estamos escondidos a plena vista y no creo que a Jaysus se le ocurra venir a buscarnos a un edificio situado en el centro de la ciudad. Además, incluso en el caso de que lo hiciera, tenemos una habitación de seguridad a la que solo podría acceder con armamento militar y hay múltiples vías de escape si en algún momento necesitamos salir de aquí a toda velocidad.

—¿Entonces vamos a quedarnos aquí? —preguntó Bella vacilante, mordiéndose el labio.

—Sí, eso es lo que vamos a hacer —respondió él, intentando imprimir confianza a sus palabras.

—Pero no podemos pasarnos la vida escondidos —respondió ella dubitativa.

—No. Esperaremos a que venga a por nosotros. Está desesperado y los hombres desesperados terminan cometiendo errores. Siempre. A la larga, terminará cansándose de esperar a que aparezcamos, estará furioso por haber visto frustradas sus intenciones y vendrá a buscarnos. Nosotros estaremos vigilándole, esperándole, y en cuanto asome su desagradable cabeza le agarraremos.

La respiración de Bella se transformó en un suspiro de alivio. Se acurrucó contra Edward y apoyó la mejilla en su pecho.

—Siempre y cuando pueda estar contigo, no me importa dónde estemos — le dijo con una sinceridad que se reflejaba en cada una de sus palabras.

—Siempre me tendrás, pequeña. No voy a ir a ninguna parte, y tampoco tú. Te necesito, Bella. No me avergüenza admitir que te necesito para respirar, para no perder esos rincones de mi alma que has sanado con tu amor y tu luz. Antes de que aparecieras, vivía entre las sombras, sin ver jamás el sol. Pero, el día que me tocaste, me llenaste de la paz más hermosa que he conocido.

—Cuando me dices esas cosas, no sé qué decir ni qué hacer —contestó ella desconcertada y en un tono cargado de emoción.

—Lo único que tienes que decir es que tú también me quieres y me necesitas tanto como yo a ti.

Era consciente de la gravedad de su expresión, de sus ojos y de su postura.

Y de su sinceridad. Aquello era todo lo que necesitaba de Bella. Lo único que necesitaría siempre. Solo su amor. Ni siquiera tenía que quererle tanto como él a ella, porque el amor de Edward era suficiente para los dos.

—Y prometerme que nunca renunciarás a mí —añadió con ansiedad al darse cuenta de que no lo había incluido en su anterior declaración.

— Que jamás renunciarás a nosotros. Sé que ahora mismo la situación no es fácil y que a veces tampoco será fácil convivir conmigo. Soy consciente del desequilibrio entre lo que tú me ofreces, de todo lo que me ofreces y puedes darme, comparado con lo que puedo ofrecerte yo a cambio. Siempre estaré intentando compensarte y, aunque sé que es imposible que lo consiga nunca, puedo entregarte mi corazón y mi alma, mi vida entera. Soy tuyo y siempre lo seré. Estoy bajo tus órdenes.

Removeré cielo y tierra para hacer realidad cualquiera de tus deseos. No me abandones nunca, pequeña. Por favor. Ni siquiera soy capaz de imaginar una vida sin ti porque me vuelve loco. Me duele.

Se sentía como si acabara de arrancarse el corazón y estuviera dejando aquel órgano todavía latiendo delante de ella como prueba de lo loca, absoluta y profundamente enamorado que estaba. Se había desprendido de toda protección, de todos los escudos que se habían convertido con el tiempo en un elemento permanente. Jamás había permitido que nadie pudiera ver más allá de aquellas barreras y, sin embargo, en aquel momento se estaba presentando en toda su vulnerabilidad ante ella. Le estaba suplicando con el corazón, con la expresión, con la tensión de su cuerpo, que no le rechazara y confiara lo suficiente como para entregarse siempre a él, incluso en los momentos más difíciles.

La mirada de Bella se suavizó, su rostro resplandeció de pronto y su sonrisa alejó todas las dudas, los miedos y las preocupaciones. Le acarició la mandíbula, reposó en ella su mano, la misma mano que había sostenido contra su corazón, y le miró con tanto amor que Edward sintió un auténtico dolor en el pecho.

—Edward, ¿es que no has oído nada de lo que te he dicho? —bromeó. Deslizó un dedo por sus labios y volvió a posarlo después en su barbilla.

—Me he puesto enferma de preocupación al pensar en la posibilidad de perderte, de que pudieras morir por mi culpa.

Se le humedeció la mirada y tragó varias veces como si estuviera intentando controlarse.

—No tienes por qué pedir que prometa que no voy a renunciar a ti, a nosotros, ni preocuparte de que al menor signo de adversidad decida que no eres lo que quiero o lo que necesito y me vaya. Eres todo mi mundo, lo mejor que tengo —susurró con delicadeza.

— Creo con todo mi corazón que Dios te ha enviado a mí para salvarme, para protegerme. Para amarte. Para ser el hombre que me dé todas las cosas con las que soñaba, pero nunca había creído posibles. Jamás pensé que llegaría a ser libre y, mucho menos, que al encontrar la libertad encontraría también a un hombre que es todo cuanto imaginaba, cuando lo único que tenía era la esperanza y la fantasía de una vida fuera de las paredes de mi prisión. Soy yo la que debería estar de rodillas suplicando que no me abandones o decidas que no merece la pena soportar tantos problemas y tanta angustia por mí. No puede decirse que te esté tocando la mejor parte.

Y continuó:

—Desconozco muchas cosas que los demás dan por sabidas. El mundo, lo que hasta ahora he visto de él, continúa desconcertándome y, a veces, me siento tan perdida que creo que nunca voy a encajar en él. No sé qué está bien y qué no lo está. La ciudad me abruma, en ella tengo la sensación de que va a tragarme y de que nunca encontraré la forma de salir. La gente me intimida y soy terriblemente tímida. Ni siquiera entiendo por qué puedes querer a alguien como yo, pero no voy a cuestionar al destino ni tampoco el que me quieras y yo te quiera a ti. Jamás renunciaré a ti, pero, por favor, no me dejes nunca. Necesito tu paciencia, tu compresión y tu ayuda para encontrar el camino en este mundo tan grande y tan incomprensible al que me he visto empujada de pronto.

Edward la silenció con un beso, devorando sus labios. No soportaba oírla despreciarse o dudar de sí misma. Le dio un beso largo y profundo, fiero al principio, infundiendo toda la pasión, el amor y el deseo por una mujer a la que pertenecía con cada parte de su ser.

Suavizó después la intensidad de sus movimientos, que se hicieron más delicados, más tiernos, para absorber su dulzura y la sensación de tenerla entre sus brazos.

Al final, al cabo de un largo rato, se apartó para llenar de oxígeno sus hambrientos pulmones. Bella tenía el rostro sonrojado y resplandeciente, en sus ojos brillaba el asombro y tenía los labios henchidos y de un rosa intenso. Tenía el aspecto de una mujer que había sido besada a conciencia. A Edward le encantó aquella imagen, saber que era él el responsable, el que la hacía resplandecer y el culpable de aquella mirada de ligero aturdimiento que acompañaba al amor y la felicidad de sus ojos.

—¿De verdad estaremos bien aquí, Edward? —le preguntó, posando la mano en su pecho, justo encima de su corazón.

Edward deslizó la mano sobre la suya para retenerla allí y hacerla sentir el palpitar de aqu el corazón que latía solo para ella.

—Estamos a salvo, cariño. Solo tenemos que ser pacientes y esperar a que Jaysus se impaciente y comience a cometer errores. Y lo hará. Los hombres obsesionados como él siempre terminan equivocándose y arriesgándose de forma estúpida. Y será entonces cuando le pondremos contra la pared.


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