CHICAS AQUÍ LES DEJO UN NUEO CAPITULO DE ESTA ADAPTACION ESPERO LES GUSTEN..

**Los personajes son de Stephenie Meyer al final les dicho el nombre del autor.


Capítulo Veintidós

Bella estaba sentada en la esquina de un sofá con forma de ele, en medio de un montón de cojines, apuntando con el mando a distancia hacia la televisión, cambiando de canal en canal. Estaba a punto de sacar de sus casillas a los hombres que, media hora atrás, le habían cedido el mando a distancia cuando, tímidamente, les había preguntado que si podía intentarlo.

Pero no tenía la menor idea de por qué algunos estaban exasperados hasta tal punto que habían abandonado la habitación gruñendo. Todos sabían que no había visto un aparato de televisión hasta el día que había reaccionado horrorizada cuando uno de ellos había encendido la televisión en la primera casa de seguridad, en la que había conocido a Tanya y a Demetri.

Se había sentido estúpida por haber reaccionado de esa manera y, al ser consciente de que continuaba evitando la televisión, puesto que en su siguiente encuentro con ella había sido testigo de la terrible masacre que había acabado con todos los miembros del culto, se había propuesto dejar de pasar tanto tiempo en el dormitorio y en la cocina y enterarse de verdad de en qué consistía aquel aparato.

Aunque las visitas a la cocina había llegado a convertirse en una de las mejores cosas de aquel confinamiento forzoso. Los hombres no solo la estaban mimando de una forma exagerada, turnándose para prepararle sus autoproclamadas especialidades con intención de deleitar sus papilas gustativas, sino que también se turnaban para enseñarle a cocinar los platos más sencillos.

Tenían una paciencia infinita y jamás parecían irritados cuando les bombardeaba con docenas de preguntas.

En general, parecían incluso divertirse con su entusiasmo infantil. Incluso los hombres a los que no les tocaba dar clases de cocina un determinado día, se reunían en la cocina para observar y sonreían con indulgencia al verla resplandeciente tras un exitoso intento.

Sin embargo, hasta Edward, que jamás se apartaba de su lado, había abandonado el cuarto de estar tras haber sido obsequiado con aquel cambio ininterrumpido de canales. ¿Pero cómo decidirse por uno sabiendo que podía ver otro también? ¿Y si se quedaba viendo un programa y resultaba que tenía otro más instructivo e interesante a solo unos clics de distancia?

Tenía que admitir que la televisión todavía la confundía, sobre todo la cantidad de canales y programas que había. ¿Qué ocurría cuando ponían al mismo tiempo dos programas que le gustaban mucho a alguien? Pero le había encontrado una utilizad muy práctica.

Lo que había descubierto era que la televisión era una fuerte de conocimiento e información sobre el mundo moderno. Algunos programas eran fascinantes mientras que otros le parecían terroríficos. Una noche, los chicos habían intentando hacerle ver un programa al que se habían referido como de telerrealidad y le habían explicado en qué se diferenciaba de otros programas de televisión. A los pocos minutos de estar viendo aquello que, supuestamente, estaba ocurriendo en la vida real y no era un programa de ficción creado para entretenimiento de los telespectadores, Bella había salido disparada del cuarto de estar, tan impactada que no se había atrevido a acercarse a la televisión durante los tres días siguientes.

Pero en aquel momento se había hecho con el control del mando a distancia.

Y le proporcionaba cierta satisfacción ser capaz de presionar el botón para cambiar de canal tantas veces como quisiera. Comprendía por fin por qué los hombres se peleaban por el mando a distancia todas las noches.

Se recostó contra los cojines que tenía más cerca y suspiró pensando en lo agradable que era poder hacer lo que quisiera, o no hacer nada en absoluto. Jamás había disfrutado de la libertad que otros daban por sentada. Durante los primeros años en la secta, creía que su vida era una vida normal y no le había molestado. Pero, alrededor de los nueve o diez años, la voz de la conciencia había comenzado a aguijonearla. Había empezado a mirar a su alrededor, a observar con más atención a los otros miembros de aquello a lo que ellos siempre se habían referido como una organización religiosa.

Bella no había conocido nada mejor. Era lo único que le habían enseñado, el lugar al que pertenecía. Pero cuando había comenzado a prestar más atención a lo que estaba pasando se había dado cuenta de que no la trataban igual que a los demás.

Aunque, por supuesto, no podía decir que al resto de las mujeres del culto se las tratara bien, podía asegurar que a las demás las trataban mucho mejor que a ella.

Frunció el ceño y volvió a concentrarse en la televisión, que había dejado conectada a un canal mientras volaban sus pensamientos. Enfadada consigo misma por haber regresado a aquella vida en la que había sido prisionera, apartó aquellos recuerdos humillantes y tormentosos de su mente y se regañó por regodearse en acontecimientos que era preferible dejar en el pasado.

Estaba a punto de cambiar de nuevo de canal cuando se detuvo al darse cuenta de que aquel era el mismo informativo que había transmitido la noticia del asesinato en masa de los miembros del culto. Las noticias iban cambiando día a día. Sería interesante conectar con aquel canal a diario para poder seguir el curso de los acontecimientos. Quizá, de aquella manera, se sintiera menos perdida en aquel mundo al que tanto temía.

Pero, cuando comenzó la presentación de la siguiente noticia, se quedó paralizada por la impresión y con los ojos pegados a la pantalla. Subió frenética el volumen para no perderse una sola palabra, porque, seguramente, tenía que haber entendido mal a la periodista.

—Esta noche queremos transmitir la súplica de una madre que pide cualquier información que pueda conducirla hasta a su hija, que fue secuestrada hace veinte años. Asistimos en directo a la rueda de prensa en la que Renne Swan ha decidido hablar después de tener noticia del trágico asesinato de los que parecen ser todos miembros de una misteriosa secta ubicada en una zona rural del norte de Seattle, donde, al parecer, la secta estuvo instalada allí durante veinticinco años.

Apareció entonces en la pantalla de la televisión una mujer visiblemente consternada rodeada de periodistas, todos ellos sosteniendo sus respectivos micrófonos para no perderse una sola palabra. Bella saltó del sofá y se colocó delante de la pantalla, incapaz de creer lo que estaba viendo y oyendo.

Se quedó boquiabierta. Intentó llamar a Edward, pero de su garganta atenazada no salió ni una sola palabra. Respiraba por la nariz apresuradamente y tenía la sensación de que la habitación giraba a su alrededor, excepto la pantalla de televisión, que permanecía fija. Quería cerrar los ojos y dejar de mirar. Quería taparse los oídos para no oír. Pero fue incapaz de hacer ninguna de las dos cosas.

Estaba entumecida, paralizada, con una mezcla de esperanza y miedo revolviéndole el estómago, intensificando la sensación de mareo provocaba por el movimiento de las paredes.

La mujer se llevó con delicadeza un pañuelo a la nariz, que tenía roja e hinchada por haber estado llorando. Fijó después la mirada en las cámaras con expresión desesperada y suplicante.

—Me llamo Renne Swan y hace veinte años me arrebataron a mi hija, Bella Swan, de forma violenta. Su padre intentó salvarla desesperadamente, pero los secuestradores le dispararon y le mataron. Después se fueron corriendo hacia una furgoneta negra. Uno de los secuestradores llevaba a Bella en brazos. Ella lloraba y me llamaba a gritos antes de que cerraran la puerta y se llevaran a mi única hija —continuó contando la mujer.

Un sollozo le quebró la voz y se llevó la mano a la boca, batallando para controlar sus emociones.

—He seguido buscando a mi hija durante estos veinte años, jamás he renunciado a la esperanza de recuperarla. A pesar de todos los detectives que he contratado y de las investigaciones que yo misma he emprendido, hasta ahora nunca había sabido dónde estaba la… la secta que se la llevó. No sabía dónde vivían ni cómo podía localizarles —dijo, trabándose con las palabras como si no estuviera segura de cómo denominar al lugar en el que Bella había estado prisionera durante casi toda una vida.

— Hasta que no vi la noticia de la última semana que informaba del asesinato masivo de, al parecer, todos los miembros de una secta situada en un complejo en el norte de Seattle, no comprendí que era allí donde habían llevado a mi hija, que era allí donde habían crecido. Me pregunté entonces si se acordaría de mí, si me conocería siquiera —dijo llorosa.

Y continuó contando:

—En cuanto vi a dos de los hombres que habían identificado y cuyas fotografías aparecieron en la televisión me di cuenta de que eran los que habían matado a mi marido y habían secuestrado a mi preciosa hija.

Inclinó la cabeza durante largo rato, demasiado emocionada como para seguir hablando.

Bella la miraba en un estupefacto silencio, incapaz de comprender aquello de lo que estaba siendo testigo. Notó el calor de una lágrima rodando por su mejilla, pero no alzó la mano para secarla. Su respiración se aceleró todavía más. Aquello no tenía sentido. ¿De qué tenía miedo? ¿De la verdad?

—He visto todos los cadáveres, esperando encontrar una respuesta, algo que me dijera si mi Bella todavía está viva o qué podía haberle sucedido. No estaba entre los cadáveres encontrados, pero he encontrado una fotografía de ella.

¡Era mi hija! No hay ninguna duda. Le suplico a cualquiera que tenga alguna información sobre su paradero que por favor se presente ante la policía. Y, Bella, si me estás viendo, quiero que sepas que jamás he renunciado a la esperanza de volver a reunirme contigo.

Bella continuaba mirando perpleja la pantalla cuando, de pronto, su mente se trasladó hasta un acontecimiento ocurrido mucho tiempo atrás. La tarta de cumpleaños y las velas. El orgullo de su padre, su rostro sonriente y desbordante de amor. Bella intentó retroceder en el tiempo, cerró los ojos mientras intentaba evocar más recuerdos. Vio una mujer con una caja envuelta en papel de regalo y una extraña sonrisa en el rostro mientras miraba al padre de Bella. Este le revolvía el pelo a su hija y sonreía a carcajadas.

—¿Mamá? —dijo Bella con una voz aguda, muy parecida a la de la niña que giraba en círculo en su mente.

Sentía fuego en el pecho y la rápidas inhalaciones parecían haberse detenido por alguna razón. ¿Por qué no estaba respirando? Veía la habitación borrosa, acercándose, saliendo y entrando de su foco de visión. Y, aunque en la sala de prensa continuaban hablando y hablando, sus oídos solo registraban un zumbido agudo e insistente.


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