Aqui esta mi nueva adaptación espero les guste.
**Los personajes son de Stephenie Meyer al final les dicho el nombre del autor.
Capítulo Veintitrés
—¿No deberíamos a recuperar el mando a distancia antes de que se agoten las pilas y se lo cargue porque no sabe que funciona con pilas? —le preguntó Sombra a Edward divertido.
Edward se echó a reír.
—He estado pegado a ella veinticuatro horas al día desde… vaya, básicamente, desde que la saqué del todoterreno que estaba intentando robarme y decidí quedarme a su lado. No podía ni imaginar que pudiera haber alguna situación en la que no quisiera estar lo más cerca posible de ella, pero está como una niña con un juguete nuevo e insoportablemente ruidoso e irritante.
Sombra soltó una risotada mientras Caballero y Mike, que habían entrado en la cocina justo en el momento en el que Sombra estaba sugiriendo montar una operación de rescate para recuperar el mando a distancia, reían disimuladamente.
Pero Mike se detuvo de pronto, se volvió, inclinando la oreja hacia el cuarto de estar y permaneció un momento en silencio.
—No lo sé, es posible que ahora podamos regresar. Lleva cerca de un minuto sin cambiar de canal. Ese es el mismo informativo que he oído cuando venía hacia la cocina —dijo en tono esperanzado.
—Lo creeré cuando lo vea —gruñó Sombra mientras se dirigía sin prisa alguna hacia la puerta del cuarto de estar.
Se detuvo de pronto y su postura puso a Edward en instantánea alerta.
Estaba a punto de preguntarle que qué demonios estaba viendo cuando el propio Sombra dijo sin volverse:
—Edward, tienes que venir rápidamente.
Al oír su tono de voz, a Edward se le cayó el alma a los pies. Empujó a Mike y a Caballero para abrirse paso y salió corriendo. Empujó también a Sombra para que se apartara y entonces comprendió lo que Sombra quería decir.
Bella permanecía rígida y pálida como una estatua delante de la televisión, que no dejaba de sonar. Incluso a aquella distancia, Edward advirtió que estaba hiperventilando. Cuando comenzó a avanzar hacia ella, la oyó hablar con una voz muy aguda, infantil, una voz que era la de Bella, pero no era exactamente la suya, y la única palabra que resonaba queda en la habitación era «¿mamá?».
¡Oh, mierda! Un sonido sordo comenzó a zumbar en los oídos de Edward al ver que Bella había dejado de hiperventilar. De hecho, estaba tan quieta que no parecía estar respirando en absoluto. Se tambaleaba precariamente sobre los talones, como si estuviera borracha. Edward corrió hacia ella al tiempo que gritaba pidiendo ayuda a todos los demás.
La agarró justo en el momento en el que le habían flaqueado las piernas e iba cayendo hacia el suelo. La abrazó con el miedo atenazándole la garganta. ¿Qué demonios podía haberla traumatizado hasta tal punto?
La llevó al sofá, la sentó allí y la sujetó cuando ella comenzó a inclinarse hacia delante como si estuviera a punto de caerse del sofá. La agarró por los hombros para hacerla volverse hacia él y la sacudió ligeramente, intentando recuperar su atención.
—¡Respira, maldita sea! ¡Respira, Bella, maldita sea!
Ella parpadeó y, por un instante, se lo quedó mirando confundida, como si no le reconociera.
—Dios mío —susurró él.
Sombra apareció al lado de Bella y le puso un trapo frío en la nuca mientras Caballero deslizaba los dedos por su muñeca para tomarle el pulso. Mike se concentró en el ya inexistente ritmo de su respiración mientras Edward volvía a intentar hacerla salir de aquel estado de shock.
—¿Mamá? —repitió Bella con voz temblorosa.
—Dios mío, cariño —dijo Edward, con el corazón destrozado.
No le daba buena espina aquello que podía haberle causado a Bella un ataque de pánico. En absoluto. Se volvió hacia Liam, que entraba corriendo al cuarto de estar tras oír los gritos, y rápidamente dio una orden:
—Da marcha atrás al programa que está en la televisión por lo menos treinta minutos. No sé lo que ha visto Bella, pero es evidente que le ha causado una fuerte impresión.
—¿Puedo ayudar en algo? —preguntó Tayler con voz queda mientras se colocaba junto a Liam, seguido por Eric y por Quil.
—Necesito saber qué diablos ha visto en las noticias para hacerle perder el sentido y dejarla en ese estado —gritó Edward sin dirigirse a nadie en particular.
—Pero no vuelvas a ponerlo hasta que no la haya llevado al dormitorio.
Volvió a fijar su atención en Bella, que emitía en aquel momento sonidos que recordaban a los de un pez intentando tomar aire fuera del agua. Tenía las pupilas dilatadas, los ojos abiertos como platos y el rostro sin vida ni color alguno. Tenía el aspecto de alguien que acabara de perder todo aquello que más había querido, todo lo bueno de su vida, el aspecto de alguien que se había quedado sin nada. Aquellos ojos sin alma que le devolvían la mirada le estaban destrozando. Tenía que hacerla regresar como fuera del infierno en el que se encontraba. Se negaba a permitir que permaneciera allí ni un segundo más. Comenzaba a mostrar signos de colapso y aquello, combinado con los otros factores en juego, le daba pavor.
Tomó sus manos heladas y se las frotó para infundir calor a sus dedos, todo ello mientras hablaba con calma, con voz relajante sobre nada en particular. Al cabo de un momento, abandonó aquella conversación sin sentido y se inclinó de tal manera que su nariz quedó a solo unos milímetros de la de Bella.
—Cariño, vuelve conmigo —le suplicó, enmarcando su rostro con las manos y colocándole los mechones que ocultaban sus mejillas tras las orejas.
— Estoy aquí, contigo. Sea lo que sea lo que te ha asustado, no estás sola.
Necesito que respires hondo, con fuerza. Y por la nariz, no por la boca. Así.
Se aseguró de contar con su atención y le hizo una demostración, espirando e inhalando, tomándose su tiempo, reduciendo la velocidad de su respiración.
Poco a poco, Bella comenzó a dar señales de estar recuperando la conciencia.
Le miró a los ojos e Edward supo el instante preciso en el que superaba lo peor de aquel shock porque vio el reconocimiento en su rostro. Pero lo que le sacudió hasta la médula fue el inmenso alivio que asomó a sus ojos justo antes de que se arrojara a sus brazos. Edward la estrechó contra él con todas sus fuerzas mientras Bella le rodeaba el cuello con los brazos.
—Estás conmigo, pequeña —la tranquilizó, meciéndola hacia delante y hacia atrás mientras Bella se aferraba a él como si le fuera en ello la vida—. Jamás te dejaré, cariño. Lo único que tienes que hacer es respirar e intentar relajarte. Concéntrate en lo más maravilloso en lo que puedas pensar. En el sueño más hermoso que hayas tenido nunca. Piensa solo en ello, olvídate de todo lo demás, y deja que sea yo el que te cuide. No te dejaré caer jamás. Siempre estaré cerca para sostenerte.
Sabía que estaba farfullando, pero también él estaba peligrosamente cerca de sufrir un ataque del pánico. Cuando la respiración de Bella se hizo más regular, ella se dejó caer sin fuerzas contra él, como si se hubiera quedado sin energía. Edward la levantó en brazos y la acunó en su regazo antes de levantarse del sofá, colocándola con firmeza contra su pecho.
Desvió la mirada hacia Sombra.
—Ve a buscar otro tranquilizante. Por muchas ganas que tenga de saber qué demonios ha pasado y qué es lo que ha visto para perder la noción de la realidad, Bella no está en condiciones de revivirlo en este momento. Necesita descansar y relajarse. Si se despierta con fuerzas suficientes, lo veremos entonces.
Sombra asintió y corrió a la cocina mientras Edward llevaba su preciada carga al dormitorio. La dejó en la cama, le quitó los zapatos y los pantalones y a continuación el resto de la ropa. Después agarró una de sus camisetas y se la puso por encima de la cabeza, envolviendo su mucho más pequeña envergadura.
Aunque Bella era consciente de lo que la rodeaba y no seguía perdida en el infierno al que había descendido brevemente, permanecía muy quieta, siguiendo con la mirada cada uno de sus movimientos. Cuando Sombra entró con el tranquilizante y un vaso de agua, ni siquiera protestó. Dejó que Sombra le pusiera la pastilla en la lengua y Edward le sostuviera el vaso para que la tragara antes de que el sabor amargo se extendiera por su boca.
Se recostó entonces contra la almohada, con los ojos llenos de lágrimas, mientras fijaba la mirada en el techo, evitando las miradas de ambos, de Edward y de Sombra.
Este miró a Edward preocupado. Edward le devolvió la mirada desolado, sin saber qué hacer o qué decir. No podía solucionar un problema que desconocía, no podía luchar contra un enemigo desconocido.
—Los dejaré solos —musitó Sombra, desviando la mirada hacia Bella. Su rostro reflejaba una preocupación cada vez mayor.
— Voy a ver qué puedo averiguar.
—Gracias —contestó Edward con voz ronca.
Bella ya estaba sucumbiendo a los efectos del tranquilizante. Sentía que le pesaban los párpados y pestañeó varias veces, como si estuviera intentando luchar contra el sueño. Al final cerró los ojos y continuó con ellos cerrados.
Edward pensó que se había dormido, pero, cuando estaba a punto de volver al cuarto de estar, Bella los abrió lentamente y recorrió con ellos la habitación hasta encontrarle.
Una lágrima rodó por su mejilla y su palidez y se hizo más intensa todavía que antes.
—Me querían —susurró—. Mi padre me quería.
Edward frunció el ceño confundido.
—¿A qué te refieres, cariño? ¿Te has acordado de algo?
Pero después de aquella críptica declaración, Bella volvió a cerrar los ojos, suspiró y ya no volvió a abrirlos. Pronto, el ritmo de su respiración y la suave caída y elevación de su pecho evidenciaron que estaba durmiendo plácidamente.
Edward se sentó en el borde de la cama y enterró el rostro entre las manos durante un largo rato. ¿Qué demonios le habría pasado? ¿Por qué diablos la habría dejado sola?
No se había separado de ella hasta entonces. Y Bella había tenido que pagar un duro precio por su negligencia. Había dejado que se enfrentara sola a cualquiera que fuera el fantasma del pasado que la estuviera persiguiendo.
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