Aqui esta mi nueva adaptación espero les guste.
**La historia le pertenece a y los personajes son de Stephenie Meyer
Capítulo Veintiséis
—Diego y Bree acaban de entrar —le informó Sombra a Edward a través del auricular que llevaba oculto. — James, Victoria, Jasper y Alice están en su posición.
Los demás están en el bar tomándose algo y haciendo lo que se supone que hace cualquier tipo en un bar, viendo un partido en la televisión y comportándose como un grupo de amigos, sin llamar demasiado la atención. La mesa en la que Bella, su madre y tú se encontraras está rodeada y tenemos vigiladas todas las entradas y salidas. Espera dos minutos, entra con Bella y siéntala en la mesa que acordamos. Yo estaré delante, vigilando, y te avisaré cuando vea llegar a su madre.
—Entendido —contestó Edward con voz queda.
Miró a Bella de soslayo. Estaba sentada en el asiento de pasajeros en evidente estado de nerviosismo. Alargó la mano para tomar la de Bella y se la estrechó para tranquilizarla.
—¿Estás preparada para entrar?
El miedo y la inseguridad se agolpaban en sus ojos azules. Se mordió el labio con un gesto de nerviosismo.
—Tengo miedo —admitió—. No sé qué le voy a decir, ni siquiera qué voy a preguntarle.
—Entonces deja que sea ella la que hable —le aconsejó—. Cuando llegue el momento, sabrás qué decir o cómo manejar la situación. Y si en algún momento quieres poner fin al encuentro, nos levantaremos y nos iremos, ¿de acuerdo?
Bella asintió, después alargó la mano y le acarició a Edward la mandíbula.
—Te quiero, Edward. Significa mucho para mí que hayas organizado este encuentro.
—Haría cualquier cosa por ti, ángel. Cualquier cosa. Y yo también te quiero.
Con locura.
Bella sonrió. Pareció relajarse y la ansiedad abandonó su mirada. Después, tomó aire:
—Estoy preparada.
—Vamos a entrar —le indicó Edward a Sombra.
Salió del coche, lo rodeó para acercarse a la puerta de Bella y escrutó rápidamente la zona con la mirada, pendiente en extremo de cualquier peligro potencial. Abrió la puerta, la ayudó a salir del vehículo y la estrechó contra él, rodeándole los hombros con el brazo.
Segundos después, estaban sentados a la mesa que habían acordado y, tal y como Edward le había indicado, Bella no dio ninguna muestra de reconocer a las otras parejas.
Bella hojeó la carta sin deleitarse en la emoción de su primera comida en la calle en un verdadero restaurante, ni en la posibilidad de elegir cualquiera de aquellos platos que parecían deliciosos. Se sentía como si hubiera miles de mariposas revoloteando en su estómago.
Cada vez que entraba alguien, desviaba la mirada hacia la puerta y el pulso se le aceleraba mientras se preguntaba cuándo llegaría su madre, o si de verdad lo haría.
Su llamada de teléfono había sido muy breve. La emoción las había superado a las dos y Bella no había sido capaz de dejar de llorar durante tiempo suficiente como para ahondar en los detalles de su propia tragedia. Su madre solo repetía una y otra vez que había rezado para poder volver a reunirse con ella todos y cada uno de los días desde que se la habían llevado.
Y, cuando por fin había llegado el día, no tenía la menor idea de lo que iba a decir. El hecho de tener familia, de que hubiera alguien que la quisiera y que había llorado su ausencia durante tanto tiempo, debería alentarla. Pero estaba… asustada. No, no solo asustada, estaba totalmente aterrorizada.
Edward la miraba sin cesar. Sus facciones reflejaban su preocupación por ella.
De pronto, se irguió en el asiento y alargó la mano para tomar la de Bella.
La retuvo con fuerza entre la suya.
—Está entrando —musitó.
Bella sentía el pulso latiéndole en las sienes como un martillo y el corazón le palpitaba a tal velocidad que comenzó a marearse.
—Estaré aquí en todo momento, pequeña —le prometió Edward, tirando de la mano de Bella hacia su regazo.
Bella fijó la mirada en la puerta en el momento en el que una mujer rubia, la misma que Bella había visto en el informativo, entraba y miraba ansiosa a los clientes del restaurante. La camarera le sonrió y después de intercambiar con ella unas cuantas palabras, señaló la mesa en la que estaban sentados Edward y Bella y la acompañó hacia el asiento que estaba justo enfrente de su hija.
Su madre se detuvo y clavó la mirada en Bella, que parecía estar en estado de shock. Por supuesto, debería saludar a su madre. ¿Debería abrazarla? ¿Debería limitarse a decir «hola»?
Se levantó con piernas temblorosas, se encontró con su madre a medio camino de la mesa e, inmediatamente, se sintió envuelta en un fuerte abrazo.
—Mi chiquitina, mi niña —susurró su madre con la voz atragantada por las lágrimas—. No sabes cuánto he rezado para que llegara este día. Nunca he renunciado a la esperanza de encontrarte. Te he echado mucho de menos.
—Mamá —musitó Bella, cerrando los ojos y aferrándose a la otra mujer.
Cuando por fin se separaron, uno de los botones del abrigo de la madre de Bella se enganchó en la muñeca de Bella, rasgándole la piel.
—¡Ay, lo siento! —se disculpó nerviosa, sollozando al ver el arañazo—. Ese botón se engancha siempre con todo. Debería arreglarlo.
—No pasa nada —le aseguró Bella con suavidad—. No pasa nada, de verdad.
—Por favor, Bella, será mejor que se sienten mientras voy a pedir algo de comer —sugirió Edward—. Bella estaba tan nerviosa ante la perspectiva de volver a verla que no he conseguido hacerla desayunar —le explicó a su madre.
—Tú debes de ser Edward —dijo la madre de Bella.
—¡Oh, estoy siendo muy maleducada! —dijo Bella, con el rubor cubriendo su rostro—. Sí, este es Edward. Él es…
Desvió la mirada hacia Edward y, al verle con aquella actitud protectora a su lado, la envolvió una oleada de amor. Era tal la fuerza de sus sentimientos hacia él que le dolía el corazón.
—Es el hombre del que estás enamorada —dijo su madre con una risa.
¡Ay, cariño, es evidente! Y también es evidente que él está enamorado de ti.
—Lo estoy, señora, y para mí es un placer conocerla —dijo Edward, inclinándose para darle un beso en la mejilla.
Las lágrimas iluminaron los ojos de la madre de Bella mientras se sentaba enfrente de Edward y de su hija.
—No sabes cuánto me alegro de que te tenga a ti, de que haya tenido a alguien a su lado cuando no he podido estarlo yo —le dijo a Edward—. La miras como me miraba el padre de Bella. El día que les perdí a él y a mi hijita me quedé destrozada. Les he echado de menos todos y cada uno de los días de mi vida.
Bella se tensó e Edward le frotó la pierna con un gesto tranquilizador mientras le pedía a la camarera con voz queda lo que iban a tomar.
—Sí, me acuerdo de él —dijo Bella llorosa.
Su madre la miró fijamente.
—¿Sí? ¿Y qué es lo que recuerdas? Bella sonrió con tristeza.
—Una fiesta de cumpleaños. Cumplía cuatro años, creo. Es el último recuerdo que tengo de él. Me hacía girar y había una tarta con montones de flores rosas y con azúcar glaseada.
La expresión de su madre cambió. Pareció enfadada de pronto.
—Sí, era tu cuarto cumpleaños. Al día siguiente le mataron y te alejaron de mi lado.
Bella agachó la cabeza y clavó la mirada en su mano entrelazada con la de Edward. Tenía un nudo en el estómago. La asaltaron de pronto las náuseas y tuvo que dominar las ganas de vomitar.
—¿Estás bien? —le preguntó Edward, inclinando la cabeza para poder mirarla a los ojos.
Bella asintió. No quería preocuparle todavía más.
—Necesito comer algo —le dijo—. Tengo hambre. Al final no ha sido muy buena idea lo de saltarme el desayuno.
—No me gusta que te saltes ninguna comida —respondió Edward con un gruñido—. No me gusta que algo te afecte o te preocupe tanto como para quitarte el hambre.
Relajó la expresión aliviado al ver que el camarero llegaba con la comida.
Bella nunca había comido camarones y, tanto en los anuncios que había visto de varios restaurantes como en la carta que había leído distraída, le habían parecido deliciosos. Después de que Edward hubiera contestado pacientemente a los cientos de preguntas que le había planteado sobre las comidas que había visto en televisión, estaba deseando probar el marisco en cuanto tuviera oportunidad. Y frente a ella tenía un plato de pasta salteada con camarones con mantequilla y condimento cajún.
Edward y su madre habían optado por sendos filetes de aspecto suculento.
Edward cortó un pedazo y se lo ofreció a Bella para que se lo probara.
Mientras comían, Bella sentía que tenía el estómago cada vez más revuelto, pero intentó distraerse escuchando y respondiendo a la conversación emocionada de su madre.
Edward y los demás habían planteado la necesidad de que Bella no contara nada de lo que había ocurrido después de que escapara de la secta y, por supuesto, no debía mencionar la existencia de una peligrosa amenaza. Lo único que podía revelar era que había conseguido escapar días antes de que el resto de los miembros del culto fueran asesinados y que Edward la había encontrado, había decidido protegerla y se habían enamorado en el proceso.
La madre de Bella pareció encontrar la historia apasionadamente romántica, aunque endureció su expresión ante la mención del culto. Lo único que comentó al respecto fue que aquellos canallas se merecían todo lo que les había pasado.
—Pero ahora ya no hay nada que pueda ponerla en peligro —le dijo después a Edward, haciéndole ponerse en tensión.
—Pretendo proteger a Bella de cualquiera que pretenda hacerle daño o explotarla en cualquier sentido.
—En ese caso, me alegro de que pueda contar contigo —respondió su madre.
Después, desvió la mirada hacia Bella y la observó atentamente al tiempo que adoptaba una expresión preocupada.
—¿Te ocurre algo, cariño?
Edward se volvió al instante y Bella deseó que su madre no se hubiera fijado en ella. Pero la verdad era que tenía el estómago muy revuelto a pesar del esfuerzo que estaba haciendo para comer sin organizar un escándalo.
—¿Qué te pasa, cariño? Estás pálida y apenas has comido nada.
—Tengo el estómago revuelto —admitió—. Y no estoy segura de que me guste el marisco.
—Te acompañaré al baño —le ofreció su madre, levantándose rápidamente de la silla.
—No va a ir ninguna parte sin mí —repuso Edward con voz dura.
Su madre sonrió.
—Por supuesto que no. Pero no puedes entrar con ella al cuarto de baño de señoras, así que iré yo y me aseguraré de que está bien. Tú puedes quedarte en la puerta y asegurarte de que no entre nadie.
Bella sabía que Edward estaba a punto de replicar que pensaba entrar en el cuarto de baño con ella y que nadie iba a impedírselo, así que posó la mano en su brazo y le dirigió una mirada suplicante.
—Por favor, espéranos en la puerta. Yo estaré al otro lado. Creo que voy a vomitar.
Mientras lo decía, el sudor perlaba su frente y el estómago le daba vueltas.
Le sudaban las manos y el restaurante comenzaba a desdibujarse a su alrededor.
Oyó que Edward soltaba una maldición y la agarraba por la cintura antes de guiarla hacia el cuarto de baño. Una vez allí, abrió la puerta y escrutó rápidamente el interior para asegurarse de que no había nadie dentro. Era un baño de un solo cubículo, algo que alivió parte de la preocupación de Edward, que les hizo un rápido gesto a Bella y a su madre para que entraran.
—Llámeme si me necesita —le pidió Edward a la madre de Bella secamente.
—Por supuesto —respondió ella en tono tranquilizador.
Bella agradeció poder entrar en el cuarto de baño y desaparecer de la vista del resto de clientes del restaurante. Estaba mareada, pero, sobre todo, sentía que todo lo que tenía en el estómago intentaba abrirse camino hacia su garganta.
Corrió hasta el inodoro y vomitó violentamente. Se agarró con una mano al asiento del váter y se rodeó la cintura con el otro brazo, intentando calmar su revolucionado estómago.
Continuó vomitando hasta que no le quedó nada que echar. Estaba tan débil que sabía que sería incapaz de levantarse sin la ayuda de Edward. Y en aquel momento le necesitaba. Quería sentir su fuerte brazo sosteniéndola, porque sabía que jamás la dejaría caer.
Intentó levantarse, pero le faltaban las fuerzas. Los brazos de su madre la sostuvieron mientras la ayudaba a levantarse. Después, Bella susurró, asombrada ella misma de su propia debilidad y arrastrando las palabras:
—Por favor, pídele a Edward que entre.
Para su más absoluta conmoción, vio aparecer una pistola en la malo de su madre y al instante sintió el frío metal del cañón presionándole con fuerza el costado.
No vas a ver a Edward, querida Bella —respondió su madre con voz fría.
Detrás de esa ventana hay alguien que tiene muchas ganas de verte.
Bella miró a su madre con estupor, incapaz de comprender lo que estaba pasando.
—No puedes enfrentarte a mí —le advirtió su madre sin el menor apasionamiento.
—¿Te acuerdas del botón con el que te he arañado? Te he drogado. Ahora estás débil como un gatito y, si no te mueves rápido, no solo te dispararé, sino que también le pegaré a un tiro a tu querido Edward. Así que, si no quieres que muera, tendrás que salir conmigo por esa ventana. Y más te vale hacerlo rápido, antes de que empiece a preocuparse y entre a buscarte. ¿Porque sabes lo que pasará entonces, Bella? Le mataré. Así que empieza a moverte.
Empujó a Bella hacia una ventana cubierta por unas persianas mientras gritaba para que Edward la oyera:
—Está bien, Edward. Ahora se está lavando. Saldremos dentro de un momento. Solo necesita lavarse la casa y recuperarse.
—¿Estás bien, Bella? —preguntó Edward con evidente preocupación.
—Contéstale —siseó la madre de Bella—. Y más te vale ser convincente.
El miedo le impedía hablar. Tenía la mente abarrotada con millones de cosas, recuerdos, breves retazos y fragmentos de sucesos ocurridos mucho tiempo atrás, todos ellos encajando en su lugar.
—Estoy bien, Edward. Ahora mismo salgo.
Su madre se las arregló para apartar las persianas y abrir la ventana a toda velocidad. Después, le dio a Bella un empujón y salió tras ella. Bella se tambaleó cuando sus pies entraron en contacto con el suelo. La droga la hacía sentirse mareada e inestable.
—Le mataste tú —susurró. Alzó la mirada para mirar a los ojos de aquella mujer malvada.
— Mataste a mi padre y fuiste tú la que me vendió a la secta —dijo histérica.
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