Aqui esta mi nueva adaptación espero les guste.

**Los personajes son de Stephenie Meyer al final les dicho el nombre del autor.


Capítulo Veintinueve

Todos los agentes de WSS, además de Rose, Victoria y Bree, se reunieron en la impenetrable fortaleza de Riley.

Alice y Jasper estaban fuertemente protegidos por el padre de Alice, Eleazar Denali, un hombre rico y muy poderoso con un oscuro pasado y numerosos contactos.

Había ofrecido sus servicios a Jasper para la misión de rescate que organizarían en cuanto Victoria fuera capaz de localizar a Bella.

Riley estaba al teléfono, llamando a todos los contactos que había ido reuniendo meticulosamente durante los largos años que llevaba trabajando en el mundo de la seguridad. Contaba con tal número de gente que Edward estaba estupefacto.

Estaba, además, Demetri Vulturi, el marido de Tanya, que antes de casarse con ella estaba tan metido en prácticas turbias y cuestionables del mundo de los negocios como el propio Denali. Demetri ofreció sus ilimitados recursos sin el menor arrepentimiento, sin preocuparle que WSS supiera de ellos o de su origen. No le había ocultado nada a su esposa y, aunque a Tanya no le hacía ninguna gracia tener que airear los trapos sucios de su marido delante de sus compañeros, no iba a interferir estando en juego la vida de Bella.

No, después de que esta hubiera dado tanto para salvar a todas y cada una de las personas que Tanya más quería y por las que también ella había estado dispuesta a sacrificarse en una ocasión. Reconocía un espíritu similar en Bella y recordaba bien la terrible decisión que se había visto obligada a tomar cuando había creído que las vidas de sus compañeros, su familia, estaban en peligro.

Los sentimientos y la irascibilidad estaban a flor de piel y había estallado una discusión en cuanto Tanya había dejado bien claro a Riley y a Demetri que no iba a permitir que la dejaran fuera del operativo para salvar a Bella. Sobre todo porque Demetri iba a ir con un contingente de sus mejores hombres. Tanya pateó el suelo con un gesto de cabezonería y, aunque en condiciones normales Edward se habría puesto del lado de Riley y de Demetri en lo que a la seguridad de Tanya se refería, puesto que todavía no se había reincorporado del todo a sus obligaciones en WSS, en aquel momento agradeció su apoyo. No podía imaginar una ayuda mejor que la de aquella mujer tan tenaz y extremadamente leal.´

Se sentía desbordado y agradecido ante aquella efusión de ayuda incondicional procedente de tantas fuentes cuando muchos otros no estarían tan dispuestos a exhibir sus contactos o las zonas más oscuras de su pasado. Pero no había nadie que no estuviera dispuesto a comerse el orgullo por Bella, que no estuviera dispuesto a abrir sus vidas al escrutinio y el conocimiento de los otros.

Aquellos ofrecimientos implicaban una gran dosis de confianza e Edward sabía que no podía haber pedido mejores hombres y mujeres para ayudarle a recuperar a la mujer a la que amaba con cada pedazo de su corazón y de su alma.

Miró el reloj y maldijo frustrado. Aunque tenía la sensación de que había pasado toda una vida desde que Jesus se había llevado su vida entera en aquel maldito helicóptero, la verdad era que solo habían sido unas horas. Todos los agentes de WSS y las personas relacionadas con ellos habían reunido sus recursos en una cantidad de tiempo récord. Riley estaba todavía al teléfono organizando la que parecía una operación militar a gran escala con algún grupo altamente secreto de operaciones especiales, aunque la rama del ejército a la que pertenecían continuaba siendo un misterio para Edward. Eso, en el caso de que fuera un grupo con existencia oficial.

Desde proporcionar prototipos de aeroplanos clasificados como de alto secreto en el pasado hasta organizar y coordinar equipos especiales para operaciones militares, Riley siempre conseguía lograr lo imposible y solucionar cualquier problema con sus propios medios. Un día de aquellos, Edward iba a preguntarle quién demonios era exactamente y a qué se dedicaba antes de haber aceptado liderar WSS y trabajar para los Whitlock, porque todo aquello indicaba que no era un ciudadano como otro cualquiera dedicado a organizar operaciones civiles con un servicio de seguridad especializado en proteger a otras personas y en patear traseros.

Riley guardaba más secretos que todos los miembros de WSS juntos, y eso era mucho decir teniendo cuenta que había reclutado a los mejores hombres, y mujeres, de entre los mejores para trabajar bajo su mando en una agencia que ni siquiera le pertenecía. Y aquello planteaba otra pregunta. ¿Por qué trabajaba Riley para otros cuando era evidente que no necesitaba ni el aval, ni el respaldo ni la cobertura del negocio de James y Jasper para operar?

Todo el mundo conocía el secreto que no era tal, que la palabra de Riley era ley en todo lo relativo a WSS y que James y Jasper eran meros testaferros que le dejaban tomar la decisión final en cualquier situación. Sin embargo, Riley jamás presumía de aquella clase de poder o influencia. Sí, quería estar informado de las idas y venidas de todos sus hombres, pero jamás con alardes de jefe, y tampoco insistía en estar a cargo y participar en todas las misiones. Solo lo hacía en aquellas en las que tenía algo personal en juego. Como cuando Tanya había emprendido una misión sin el resto del equipo y, lo más importante, sin su compañero y la persona a la que más unida estaba en WSS: Riley.

En aquella ocasión, para frustración de Riley, no había podido llevar el mando y había tenido que cedérselo a Demetri Vulturi, al que el propio Riley había invitado a participar, sabiendo que Tanya no estaba siendo completamente sincera con él. Porque sabía que era lo mejor para ella, había permitido que Demetri organizara el plan de acción y Riley y el resto de WSS actuaran como apoyo, algo que, probablemente, continuaba carcomiéndole por dentro.

Edward esperaba con impaciencia. Con cada minuto que pasaba, iba muriendo un poco más, imaginando lo que su ángel estaba soportando. ¿Qué estaría haciéndole aquel miserable y arrogante canalla como castigo por haber tenido la audacia de enfrentarse a él y no haber cedido ante sus amenazas? Diablos, le había arrojado sus amenazas a la cara como si le importara muy poco lo que pudiera hacerle y aquello era, precisamente, lo que le hacía sudar frío y provocaba que el pánico le devorara las entrañas. Porque sabía la clase de hombre que era Jesus, y también que le haría pagar a Bella todos y cada uno de aquellos insultos.

Miró impotente a Victoria, que estaba pálida y parecía a punto de vomitar.

James estaba en todo momento encima de ella, abrazándola, besándola, haciendo lo imposible para consolarla. Como si hubiera sentido la mirada de Edward, Victoria alzó la suya e Edward pudo ver un desgarrador arrepentimiento en sus ojos. Le suplicó en silencio, consciente de que se estaba desnudando delante de todos cuantos estaban reunidos en la habitación de una manera que un mes atrás le habría hecho morirse de vergüenza. Jamás había permitido que nadie viera nada de él, salvo el pétreo estoicismo que infundía siempre a su trabajo. Pero aquello había sido antes de Bella. Y en lo que a ella se refería no le quedaba orgullo. No había nada que no estuviera dispuesto a hacer para que volviera a sus brazos, segura y amada. Había prometido no volver a pedir nada a Dios, ¿pero aquella no era, en realidad, la continuación de una misma súplica? Lo único que había pedido era poder tenerla de nuevo entre sus brazos para así poder pasar el resto de su vida amándola de tal manera que ningún negro nubarrón volviera a ensombrecerla.

James miró a Edward con la compasión brillando en su mirada.

—No soy yo el que la está reteniendo. Ni siquiera Victoria. Está dispuesta a hacerlo en cuanto pueda, pero no tiene ningún sentido que Victoria proporcione información si no podemos hacer nada. Tenemos que reunir todos los hombres y las armas que podamos y estar listos para salir en el instante en el que Victoria nos dé la información que necesitamos. Si esperamos, por poco que sea, después de que haya localizado a Bella, podría terminar dando una información errónea. Ese canalla podría trasladarla otra vez antes de que nos hubiéramos puesto en movimiento y, entonces, no solo habríamos cometido un error, sino que también revelaríamos nuestras intenciones y perderíamos la posibilidad de contar con el elemento sorpresa.

Edward tragó el nudo que amenazaba con ahogarle. Quería gritar que ya lo sabía. Maldita fuera, claro que lo sabía. Pero el hecho de saber cuál era la mejor manera de manejar aquella misión, cualquier misión, no hacía que le resultara más fácil estar allí sentado cuando la única razón que tenía para seguir viviendo estaba lejos, asustada y herida, preguntándose si volvería a estar a salvo alguna vez.

Todo el mundo alzó la mirada cuando la puerta se abrió y entraron Alice y un Jasper con aspecto ojeroso junto a los padres de Alice, Eleazar y Carmen Denali.

Gracias a Dios, Alice no mostraba señal alguna de haber sido víctima de un disparo y sonrió ante la bienvenida y los abrazos de alivio con los que la recibieron.

Sin embargo, la mirada afilada de Eleazar localizó inmediatamente a Edward entre los numerosos agentes de WSS. Se acercó a grandes zancadas al lugar en el que estaba apoyado contra la pared, con el corazón enfermo y con cada nervio, músculo e instinto preparado para la acción. Cualquier cosa era preferible a aquella tortuosa espera en la que cada minuto que pasaba era otro minuto que Bella permanecía en manos de un maniaco retorcido que no tendría ningún escrúpulo a la hora de convertir su vida en un infierno.

—Señor Cullen, no sé si se acuerda de mí, pero soy el padre de Alice.

—Claro que me acuerdo de usted, señor —respondió Edward con educación.

—Hasta ahora no había tenido la oportunidad de darle personalmente las gracias por haber participado en la misión de rescate de mi preciosa hija y salvarla de los monstruos que mataron a sus padres biológicos.

—Solo hice mi trabajo —respondió Edward entre dientes.

—Y no podré agradecerle nunca lo suficiente a su mujer, Bella, el sacrificio que ha hecho hoy para salvar a mi hija y a mi nieto. Hijo, solo hay una persona en este mundo que signifique para mí más que mi propia hija y el nieto que lleva en su vientre, y es mi esposa. Mi mujer y yo estaríamos ahora lamentando la muerte de Alice si no hubiera sido porque su mujer ha llevado a cabo el mayor acto de valentía del que he tenido nunca noticia. No solo la ha salvado a ella, que quizá habría sobrevivido a la herida del abdomen, sino que ha rescatado a mi nieto de las fauces de la muerte. Ha luchado lo indecible para salvar a un niño inocente y ha conseguido derrotar a la muerte. Yo no he podido presenciar el milagro, pero me han contado lo que ha pasado con todo lujo de detalles. Mi hija me ha dicho que jamás había vivido nada tan hermoso como la luz sanadora de Bella y su forma de convencer a su hijo de que no renunciara y se aferrara a la luz que ella misma le estaba proporcionando hasta que llegara el momento de salir al mundo.

Aquel hombre tan imponente tenía el aspecto de alguien que hubiera visto tambalearse todo su mundo. La emoción brillaba en su mirada. Sus palabras se quebraban bajo el peso del amor que sentía por su hija y el alivio de saberles a salvo tanto a ella como a su nieto.

—Voy a dedicar todo lo que tengo, todo lo que soy, a recuperar a esa mujer, pero mi deuda no acaba allí. Jamás podré pagar lo que ha hecho la mujer a la que ama, pero, le juro por mi vida y por las vidas de mi hija y mi nieto, que si puedo hacer cualquier cosa por usted y por Bella Swan solo tiene que decírmelo. Ni siquiera tiene que pedirlo. Bastará con que lo diga y haré todo lo que esté al alcance de mi considerable poder y mi influencia para conseguirlo.

Edward reprimió las lágrimas que amenazaban con desarmarle por completo y quebrar el férreo control que mantenía sobre su compostura.

—Lo único que quiero y lo que siempre querré es que vuelva —contestó con voz ronca—. La quiero más que a nada en el mundo y no hay nada que no esté dispuesto a hacer para conseguir que vuelva al lugar al que pertenece. Y juro por Dios que, mientras viva, no volveré a dejarla sola otra vez.

Eleazar posó la mano en el hombro de Edward y se lo apretó con un gesto de consuelo.

—Pronto la recuperaremos, hijo. Sé por lo que estás pasando —le tuteó—. Yo creí haber perdido a mi mujer y a mi hija sin poder hacer nada para impedirlo. Pero tú y tus hombres consiguieron evitarlo. Me devolvieron a mi familia. Y pongo a Dios por testigo de que conseguiré que recuperes ese pedazo de tu alma al igual que a mí me fue devuelto ese pedazo de alma cuando lo perdí. Con los recursos que tenemos lo conseguiremos. Mira a tu alrededor, hijo. Nadie tiene una sola oportunidad contra la fuerza de nuestros contactos y, lo más importante, contra la férrea voluntad de cada uno de los agentes de WSS que está en esta habitación. No estás solo en esto.

Aquí no hay una sola persona que no esté dispuesta a morir para recuperar a esa joven después de todo lo que ha hecho por sus seres más queridos.

—Gracias, señor. Se lo agradezco más de lo que nunca sabrá.

—Vete pensando en tu boda y en dónde quieres ir después —le ordenó Eleazar con un repentino cambio de tema que dejó a Edward imaginando el día en el que Bella se convertiría en su esposa ante los ojos de Dios y de la ley—. Si te pareces a mí, querrás casarte con ella en cuanto sea humanamente posible. Y después querrás disfrutar de una larga y solitaria luna de miel en la que tu única preocupación sea asegurarte de atender las necesidades de tu esposa.

Edward asintió en silencio. Era incapaz de hablar por miedo a derrumbarse.

—Yo puedo conseguírtelo. Basta con que digas una sola palabra. La seguridad se hará cargo de todo. Nadie podrá acercarse a dos kilómetros de distancia de Bella y de ti y serán atendidas todas sus necesidades.

—Gracias por el ofrecimiento —consiguió decir Edward por fin—. Es posible que lo acepte, pero ahora lo único que quiero es que vuelva.

—Escucha —les pidió Riley desde el otro extremo de la habitación,

Edward corrió hacia él. Gracias a Dios, su jefe por fin había colgado el maldito teléfono. Riley hizo contacto visual con Edward mientras este se abría paso entre los allí reunidos para llegar hasta él. Riley le hizo un gesto con la cabeza con expresión tensa y los ojos concentrados en él.

—Vamos a conseguir que vuelva, Edward—le aseguró con voz queda—. Y ese canalla de Jaysus nunca sabrá de dónde le viene el golpe.

Buscó después a James con la mirada y asintió.

—Ya es la hora —dijo con voz solemne.

A Edward se le aceleró el pulso y tuvo que dominar las ganas de vomitar cuando le asaltaron los nervios.

—En cuanto Victoria pueda darnos la información que necesitamos para localizar el lugar en el que está retenida, nos pondremos en movimiento —anunció Riley.

—Ya no nos superan en número. Tenemos no uno, sino dos grupos de operaciones encubiertas que se han puesto en funcionamiento en cuanto les he ofrecido a Jaysus en bandeja de plata y les he dicho que lo único que tenían que hacer era acompañarnos y patear algún que otro maldito trasero.

Se levantó en la habitación tal coro de vítores y gritos de alegría que a Edward terminaron pitándole los oídos. Pero aquello no había terminado ni mucho menos.

Todavía no tenían la menor idea de dónde estaba Bella. ¿Y si Victoria no era capaz de averiguarlo? Su don no era infalible. Pero era su única oportunidad. Porque lo de menos era el armamento del que dispusieran, o los hombres que tuvieran tras ellos, o el hecho de que todos y cada uno de los hombres involucrados en aquella misión hubieran prometido recuperar a Bella a toda costa. Si no la encontraban, toda su potencia y su voluntad serían inútiles.