Aqui esta mi nueva adaptación espero les guste.
**Los personajes son de Stephenie Meyer y la historia al final les digo el nombre del autor
Capítulo Treinta
Con media docena de grupos de hombres, entre ellos dos grupos de militares expertos en operaciones encubiertas, esperando a moverse en cuanto confirmaran la ubicación de Bella, el buen humor se había transformado en silencio y tensión y toda la atención estaba fija en Victoria.
Consciente de lo demoledor que era aquel proceso para ella y de lo vulnerable que era tanto durante el proceso como después, James había expresado su deseo de que solo Edward, Riley y él estuvieran presentes mientras Victoria soportaba aquella dura prueba.
—Lo comprendo, James —le dijo Riley—, y sabes que, normalmente, estaría de acuerdo en reducir al mínimo el número de personas que pueden quedarse con Victoria. Pero, en este caso, creo que deberíamos incluir a Eleazar y a Demetri Vulturi, puesto que ambos están familiarizados con el inframundo en el que Jesus opera y es posible que entiendan lo que Victoria pueda decir mejor que nosotros. También creo que Tanya debería estar presente para apoyar a Victoria —concluyó con voz queda.
James asintió, cerrando los ojos.
—Lo comprendo. Lo odio, pero lo comprendo. Y Victoria también lo comprenderá. ¡Diablos! A ella no le importaría que estuviera todo el mundo presente. Soy yo el que quiere protegerla e intenta evitar que se convierta en blanco de tal escrutinio en un momento en el que es tan vulnerable.
—Vamos a ello —propuso Riley—. No podemos perder el tiempo si queremos localizar a Bella cuanto antes.
Todo el mundo, excepto aquellas personas a las que Riely había mencionado, abandonó la habitación dispuesto a prepararse para salir en cualquier momento. La tensión se palpaba en el ambiente: todos los agentes estaban armados hasta los dientes y tenían la determinación grabada en sus facciones. Aquella noche solo James y Jasper se quedarían en la fortaleza de Riley para cuidar de Alice, Rose,Bree y Victoria. Las mujeres habían protestado con vehemencia para que les permitieran ir, pero las habían acallado con tal rotundidad que no les había quedado más remedio que renunciar a seguir protestando.
Pero después de la confrontación entre Tanya y Demetri, nadie se había atrevido a sugerir que Tanya se quedara también. Habría castrado a cualquiera que se hubiera atrevido a insinuarlo. Al final, había sido Bree la que había conseguido que Tanya se quedara con ellas, diciéndole, con absoluta sinceridad, que se sentiría mucho más segura si estaba allí para ayudar a Jasper y a James en el caso de que alguien irrumpiera en la casa de seguridad.
Demetri le había dirigido a Bree una mirada cargada de gratitud y alivio, pero teniendo mucho cuidado de que su esposa no fuera testigo de su silencioso agradecimiento.
Victoria se sentó en uno de los sofás vacíos y miró a Edward a los ojos.
—No pararé hasta que la encuentre, te lo juro —se volvió después hacia su marido, cuyo rostro era una máscara de sufrimiento.
—Prométeme que no me detendrás, que no me harás volver hasta que tengamos lo que necesitamos. Júralo, James.
Su expresión era tan torturada como la de su esposo y su miedo a no ser capaz de proporcionar la información que con tanta desesperación necesitaban era tangible.
James se limitó a asentir secamente y se colocó después al lado de su esposa. Edward se sentó al otro lado mientras el resto de los presentes dejaban el espacio que necesitaba, pero permanecían lo bastante cerca como para oír y ser testigos de cualquier cosa que dijera o experimentara.
Una vez apartados los demás, quedaron solo Edward,Victoria y la muda promesa que leyó él en su sus ojos mientras le tendía vacilante el jersey que Bella se había puesto ese mismo día. Victoria respiró hondo y clavó en él la mirada un momento antes de agarrarlo y envolverse las manos en la lana.
Edward retrocedió al instante para dejarle espacio mientras James se acercaba a ella, cerniéndose ansioso sobre su esposa. Los ojos de Victoria brillaron con fuerza durante un segundo antes de que los cerrara y cayera hacia delante. James la sujetó y la ayudó a descender hasta el suelo, donde permaneció en posición fetal.
Edward clavaba en ella la mirada, incapaz de desviarla, estudiando hasta el mínimo matiz de su postura, buscando cualquier señal que pudiera conectarle con Bella.
Entonces Victoria se encogió, gimiendo de dolor y rodeándose el estómago con las manos. Las lágrimas ardieron en los ojos de Edward mientras una furia impotente comenzaba a devorarle el alma.
—Crees que puedes dejarme en ridículo con toda tranquilidad delante de mis hombres y de todas esas personas que dices que son tan importantes para ti.
Era una voz áspera y tan parecida a la de Jaysus que resultaba escalofriante. Desconcertaba oírla salir de la boca de Victoria, y era más extraño todavía que no reflejara su tono delicado y femenino. Era como si estuviera sintonizando con el demonio en aquel momento.
Echó la cabeza hacia atrás y apareció la huella de una mano en su rostro.
—¿Qué demonios? —gritó Edward.
Intentó lanzarse a por Victoria, buscando protegerlas a ella y a Bella, que estaba a kilómetros de distancia, de la agresión que estaban sufriendo.
Fue necesaria la fuerza combinada de Riley, Vulturi y Eleazar para apartarle y sujetarle,pero no desvió en ningún momento su mirada del horror que desde el suelo le interpelaba.
—Has sido una estúpida al pensar que mantendría mi promesa, sobre todo si no haces lo que te digo en cada momento —continuó Jaysus, burlándose de Bella y hablando a través de Victoria.
—El idiota eres tú —replicó Bella con un dolor evidente en la voz.
«¡Dios santo!», pensó Edward sobrecogido, incapaz de pronunciar las palabras que quería gritar. «No le hagas enfadar. No le des una razón para continuar haciéndote daño, pequeña. Iré a buscarte. Te lo juro por Dios. No renunciaré hasta que vuelvas. Por favor, sigue viva y a salvo por mí».
—¿De verdad has llegado a pensar en tu exagerada arrogancia que podrías volver y matar a toda esta gente? —le preguntó Bella en un tono frío, carente de toda emoción—. Has tenido suerte y has conseguido manipular a una mujer que me despreciaba para que hiciera por ti el trabajo sucio. Si no hubiera sido por eso, no podrías haberte acercado ni a un kilómetro. Jamás podrás encontrarles y mucho menos matar a ninguno de ellos. Así que a lo mejor deberías empezar a preguntarte si quieres que mantenga mi promesa, imbécil, porque seguir maltratándome no es la mejor manera de conseguirlo.
—¡Qué mujer! —susurró Riley.
La expresión de Tanya fue de fiero orgullo al oír la declaración de aquella mujer, un orgullo que reflejaron también los rostros de su marido y de Eleazar Denali.
—Tienes una mujer increíble —le susurró Eleazar a Edward, sujetándole todavía con fuerza para evitar que perdiera el control.
Edward se limitó a cerrar los ojos mientras se le escapaban las lágrimas.
—Si eso te hace sentirte más hombre, haz lo que quieras —le dijo Bella con una voz exhausta y rebosante de dolor—. Pero cuando alguien te meta un tiro y vengas arrastrándote hasta mí para que te cure, acuérdate de lo que te estoy diciendo. Es posible que te mande a paseo y te deje morir en una larga, lenta y dolorosa agonía.
Edward abrió los ojos como platos por el impacto. Jamás había oído a Bella hablar de aquella manera. Pero la verdad era que tampoco la había visto nunca enfadada. Desde luego, nunca la había visto tan furiosa como en aquel momento. La había visto confundida por el mundo que la rodeaba e intentando, desesperadamente, encontrarle sentido. Siempre la había considerado una mujer débil y necesitada de constante protección, pero estaba conociendo una faceta de Bella que le hacía sentirse condenadamente orgulloso de que fuera su pareja, aunque al mismo tiempo le asustara que tuviera que terminar pagando por todas y cada una de sus burlas.
Victoria se solto de James y avanzó arrastrándose por el suelo, separándose varios metros de él. Edward gruñó y blandió los puños como si pretendiera golpear algo, cualquier cosa.
—No me matarás, Jesus. Eres demasiado cobarde —se mofó de nuevo ella en un tono de voz mucho más débil que aterrorizó a Edward.
¿Cuánto podría llegar a soportar Bella?—. Me necesitas, porque si hay algo a lo que temes por encima de todo lo demás es la muerte. Tu muerte. Por eso emprendiste la búsqueda desesperada de la inmortalidad.
Pero cuando te diste cuenta de que sí, de que efectivamente estabas tan chiflado como todo el mundo decía, decidiste conformarte con lo único que podías conseguir.
Una pobre chica ingenua y fácilmente manipulable que había sido secuestrada por una secta y había pasado los últimos veinte años convertida en su prisionera. Una mujer que poseía la capacidad de sanar. ¿Pensabas que te estaría agradecida por alejarme de allí? —le aguijoneó en tono burlón—. ¿Imaginabas que caería rendida a tus pies, te daría las gracias una y otra vez y te prometería obediencia ciega y gratitud eterna? Porque a mí me parece que lo que has conseguido al final es llegar a un acuerdo bastante malo.
—¡Cierra la boca! —gritó Jaysus con una voz aguda que provocó escalofríos en todas las personas allí reunidas—. Es posible que no te mate, pero te juro por Dios que para cuando termine contigo desearás que lo haya hecho.
—Por el amor de Dios, James —suplicó Edward—. ¿La tenemos localizada?
¿No podemos acabar con todo esto?
James, que no estaba mejor que él, sacudió la cabeza.
—¡Maldita sea! Victoria no ha dicho nada que pueda ayudarnos a identificar su paradero. ¡No hemos conseguido nada en absoluto! Solo contamos con lo que está contando de Bella y de ese hijo de perra que está maltratándolas a las dos.
Victoria se encogió, pero no pareció que Jesus la hubiera golpeado o, mejor dicho, hubiera golpeado a Bella, otra vez. En cambio, fue arrastrada por el suelo por una mano invisible que la sentó y la dejó apoyada contra la pared.
—¿Por qué le has disparado? —preguntó Bella histérica—. ¿Es que estás loco? ¿Por qué has disparado a uno de tus hombres? ¿Crees que van a seguir obedeciéndote a ciegas viendo cuál es la recompensa? ¡Por el amor de Dios!
¡Déjame curarle antes de que sea demasiado tarde!
—No le vas a tocar —replicó Jesus con frialdad—. Eres tú la que le has hecho eso. Le has matado, zorra estúpida. Y ahora te vas a quedar ahí sentada, viéndole agonizar cuando podrías haberle salvado.
—¡Estás completamente loco! —exclamó Bella, elevando la voz. Su enfado vibraba en todo el cuerpo de Victoria—. Yo no he matado a ese hombre. ¡Le has disparado tú! Y al no permitir que haga aquello que con tanta desesperación buscabas cuando me secuestrarte, serán tus manos las que quedarán manchadas de sangre, no las mías —le espetó—. ¿O pretendes reservarte mi capacidad de curar solo para ti? Creo que les has vendido una mentira a tus hombres haciéndoles pensar que eran invencibles porque tenías a una persona capaz de obrar milagros. Les has dicho que, pase lo que pase, soy capaz de salvarlos, pero en realidad te importan muy poco tanto ellos como su muerte. Lo único que buscas es una lealtad inquebrantable, incondicional y que se crean invencibles para que cumplan siempre tus órdenes, sin importarles que estas sean tan absurdas como tú.
Victoria volvió a encogerse, se tapó los oídos y comenzó a mecerse hacia delante y hacia atrás, con la mirada fija y sin pestañear.
—¡Joder! —exclamó Riley, frotándose la cara con un nerviosismo extremo— Acaba de disparar a alguien y está torturándola obligándola a verle morir cuando sabe condenadamente bien que podría curarle y que forma parte de su naturaleza el querer curar a alguien, incluso aunque esa persona no se lo merezca. Ella no discrimina.
—Cree que no tiene derecho a hacerlo —le explicó Edward con una tristeza inmensa—. Cree que Dios le ha entregado ese don, a pesar de que los líderes de la secta trataron de negarlo. Intentaron lavarle el cerebro y convencerla de que era un instrumento de Satán porque solo Dios podía decidir entre la vida y la muerte. La acusaban de ser un demonio, le decían que su don era un don del diablo. Incluso la pegaban hasta hacerla repetir lo que querían oír. Pero nunca consiguieron quebrarla ni evitar que siguiera creyendo que ese don le había sido concedido por un Dios bueno y misericordioso. Por eso no cree que sea ella la que tiene que decidir si utilizarlo o no, y tampoco se considera cualificada para juzgar si alguien es o no merecedor de ser salvado.
—Esto no está bien —musitó Demetri—. No está bien en absoluto.
La está torturando física y psicológicamente, por el amor de Dios.
¡Necesitamos localizarla cuanto antes!
—Espero que alguien te pegue pronto un tiro —dijo Bella con una absoluta desolación—. Porque te juro por mi vida que no voy a mover un dedo para salvarte.
Mátame, tortúrame si quieres. No me importa. Yo ya tengo lo que quería.
¿Y tú? Tú eres un monstruo que al final no tiene nada más que la seguridad de que va a morir pronto.
—¡Oh, no! ¡No, Bella, no! —gritó Edward—. ¡Dios mío, pequeña! ¡No le des ningún motivo para creer que no le curarás, maldita sea!
Una vez más, Victoria salió disparada por el suelo. Mientras repetía las palabras de Jaysus, salían espumarajos de su boca
—¡Retira eso! —gritó—. ¡Retira eso o te juro que haré que termines suplicando tu muerte hasta con tu último aliento!
—¡Ya está bien! —rugió Edward—. ¡Necesitamos una condenada ubicación y la necesitamos ya!
James, incapaz de seguir siendo testigo del horror al que estaba siendo sometida su esposa, se inclinó e inició el proceso para hacerla volver mientras Edward rezaba con cada átomo de su ser para que Victoria hubiera tenido suficiente. Para que el tiempo que había pasado en la mente de Jaysus bastara para poder decir dónde podían encontrar a Bella.
—Victoria, por favor, vuelve conmigo —le suplicó James, mientras la acunaba y la sacudía alternativamente, en su esfuerzo por hacerla regresar de aquel oscuro lugar en el que parecía estar ahogándose.
Al cabo de cinco largos minutos, Victoria jadeó y se irguió con la mirada clara. Ya no parecía perdida en otra dimensión del espacio y el tiempo.
Giró la cabeza, mirando confundida a su alrededor, y después fijó la mirada en Edward y comenzó a suplicarle frenética que se diera prisa.
Edward se arrodilló al lado de Victoria, tomó sus manos y se las apretó para consolarla en la medida que podía hacerlo en un momento en el que le estaban devorando la tristeza y el temor por la vida de Bella.
—¿Que nos demos prisa en ir a dónde, Victoria? Dinos a dónde tenemos que ir. ¿Sabes dónde está?
Victoria asintió mientras los ojos se le llenaban de lágrimas.
—Tienen que darse prisa o no habrá ninguna esperanza. Se la ha llevado a un lugar que está a solo unas horas de aquí porque tenía el orgullo herido y ha sido un tanto descuidado, gracias a Dios. Quiere tener oportunidad de castigarla y meterla en vereda para doblegarla a su voluntad antes de desaparecer en el corazón del distrito que su cártel tiene controlado en México. Una vez allí, jamás podras encontrarla, y mucho menos conseguir que vuelva.
—¿Entonces dónde está ahora, Victoria? —preguntó Riley apremiándola—.
¿Cuánto tiempo nos queda antes de que se la lleve?
—Tienen cuatro horas y el lugar en el que la tiene retenida está a tres horas de distancia —contestó Victoria en tono de derrota.
—¡Mierda! —exclamó Riley, con la furia estallando en cada milímetro de su cuerpo.
Temblaba de rabia y abría y cerraba los puños en tal estado de agitación que parecía a punto de perder el control sobre sí mismo.
Edward corrió a su lado.
—Llegaremos allí en dos horas, ni un minuto más —prometió Riley— ¡Lo juro por mi maldita vida! ¡Y hora vayámonos de aquí! ¡Vamos, vamos!
