Capítulo 2: Desayuno
Gladstone no ayudó a Donald con la preparación de los pancakes. Lo había intentado, pues su primo no le había muchas opciones. Donald lo expulsó de la cocina después de que Gladstone confundiera el comino con la canela. No era algo que le molestara, había evitado el trabajo y eso estaba bien para él.
—¿Ya están listos los panqueques? —preguntó Disraeli.
—¡Tenemos hambre! —se quejaron los trillizos al unísono.
Gladstone pudo notar que los pequeños estaban molestos con su primo, algo que realmente disfrutó.
—Falta poco —respondió Donald desde la cocina.
—Iré a ayudar.
A Gladstone no le gustó el entusiasmo con el que Disraeli se había ofrecido. Conocía a su primo lo suficiente para saber que él no solía actuar sin obtener un beneficio a cambio. Decidió que debía intervenir.
—Te acompañamos.
La reacción de los trillizos bastó para que Gladstone estuviera seguro de que ellos pensaban lo mismo. A él le alegró saber que contaba con el apoyo de los patitos.
Huey, Dewey y Louie se apresuraron en tomar los panqueques que Donald había preparado. Ninguno había notado que Disraeli no había prestado atención a los panqueques, pero Gladstone sí lo hizo y no era algo que le gustara.
—¿Qué estaban haciendo?
—Cocinando —respondió Donald un tanto confundido.
Disraeli lo miró con reproche, algo que hizo feliz a Gladstone.
—Donald y yo hablabamos, él prometió mostrarme Duckburg.
—Es lo menos que podía hacer, fue muy amable en venir a visitarte y no es justo que se quede todo el día encerrado.
—Supongo que tienes razón, los acompañaré.
Donald y Disraeli se mostraron molestos, algo que Gladstone ignoró. Había arruinado los planes de su primo, no sabía cuáles, pero eso no le importaba. Su primo le inspiraba desconfianza por lo que consideraba que había hecho lo correcto.
—Tío Donald ¿recuerdas que prometiste recoger nuestros nuevos sombreros?
—Están disponibles desde la semana pasada.
—Y prometiste que no volverías a olvidarlo.
Donald se mostró avergonzado.
—No lo hice, planeaba recogerlos después de que los dejara en la estación del bus.
—El comprobante está sobre la refrigeradora.
—Ya lo sabía.
Donald cumplió con su palabra poco después de que los niños se marcharan a su excursión escolar. Los tres se dirigieron al fuerte de los Jóvenes Castores y recogieron el paquete de los más pequeños.
Regresaron a la casa de Donald de inmediato. La caja no ocupaba mucho espacio, pero el carro de Donald era pequeño por lo que el dueño de este decidió que lo mejor era no sobrecargarlo.
Al principio ninguno de los tres tenía idea alguna sobre el sitio que visitarían. La suerte de Gladstone fue la encargada de dar la respuesta. Recientemente habían inaugurado una sala de videojuegos y Gladstone había ganado pizza gratis.
Donald y Gladstone eligieron el mismo videojuego. Este tenía dos controles y un modo competitivo por lo que inmediatamente se vieron inmersos en una de sus tan acostumbradas batallas.
Los roles fueron repartidos al azar. A Gladstone le tocó ser cazador mientras que a Donald le tocó ser la presa. El juego terminó muy pronto, si bien era cierto que Donald logró desbloquear un arma también lo era que su personaje se perdió y que Gladstone encontró un glitch que no solo le permitió encontrar al personaje de Donald, sino que también lo hizo inmune a todos sus ataques.
—¡Mi turno! —interrumpió Disraeli.
Donald y Gladstone se dedicaron miradas desafiantes. Resultaba más que obvio que ninguno de los dos quería abandonar el videojuego.
—Iré por otro juego, tenía tantas ganas de jugar y...
—Puedes jugar con Gladstone, yo debo irme, tío Scrooge me espera.
Gladstone se sintió un tanto confundido. Donald se había marchado en cuanto leyó un mensaje en su teléfono celular por lo que podría jugar todo lo que quisiera, pero no podía dejar de pensar que había algo mal y que se estaba perdiendo de algo.
—¿Molesto, primo?
Gladstone negó.
—¿Por qué habría de estarlo?
—No lo sé, dímelo tú.
Ambos siguieron jugando durante un largo rato. Gladstone ganó cada una de las partidas, muchas veces era su suerte la que le permitía descubrir nuevos trucos y otras distracciones que hacían que Disraeli perdiera.
Donald llegó poco antes de que cerrara el local. Su mano estaba vendada, pero Donald no quiso hablar del tema, lo poco que había dicho era que el 313 le dio problemas cuando regresaba, algo que pasaba con demasiada frecuencia como para que pudiera ser medianamente sospechoso.
—Vamos por la pizza, muero de hambre.
