Capítulo 3: Una cita
Donna estuvo en varias escenas como extra antes de conseguir diálogos. A diferencia de la primera vez que actuó, no fue porque tuviera que reemplazar a una actriz y ni siquiera obtuvo un bien papel. Solo fue que el director quiso agregar unas escenas extras para el DVD y le pareció que era lo que buscaba.
En la escena que interpretó ella era la compañera de celda de la doctora Espiraculo. La villana juraba que se vengaría de Sirepato y Donna, aparecía prácticamente de la nada, vistiendo como la versión femenina del Ducker. El maquillaje era el mismo que había usado durante la audición. Su personaje le preguntaba si quería flotar. La escena terminaba abruptamente en el momento en que la doctora Espiraculo se volteaba.
Pasaron tres semanas antes de volver a salir con Scrooge. Acordaron verse lejos del estudio de filmación y en un lugar que ninguno había visitado antes. Todo lo que Donald sabía de ese sitio era que se encontraba en las afueras de Duckburg y que servían hamburguesas. Poco después se daría cuenta que las hamburguesas no eran el único motivo por el que era conocido y la razón de que estuviera tan alejado de la ciudad.
Inicialmente tenía planeado ir como Donald, pero recibió una llamada de último momento del estudio de filmación. No le hablaron de una nueva película, pero sí de la posibilidad de un proyecto y de un contrato en el que se comprometía a actuar tan pronto la llamarán además de de darle exclusividad al estudio por nueve años o, independiente de lo que durara el proyecto.
Donna aceptó. No creía que el proyecto se concretara, pero no quería levantar sospechas o quedarse mucho tiempo acordando los detalles. Se marchó de inmediato, consciente de que a Scrooge no le gustaba esperar y de lo mucho que podría afectarle su enojo. Ya fuera porque le diera trabajo extra, se lo cobrara o lo despidiera, y cuando lo despedía solía expulsarlo de la bóveda de manera violenta, sabía que un retraso no terminaría en nada bueno para él.
La limpieza del lugar daba mucho que desear y había varios aspectos que iban contra la ley, pero eso no era lo más cuestionable del lugar. Los licores estaban adulterados y resultaba evidente que vendían drogas ilícitas por el estado de varios clientes y la forma en que estos se acercaban a los cantineros.
—Hola, dulzura ¿Quieres una bebida? —fueron las palabras de un cerdo. En su mano derecha llevaba un puro que apestaba a un tipo de droga cuyo nombre no recordaba pero estaba seguro de que era ilegal.
Donald no tuvo tiempo de evitar que el desconocido tomara su mano, pero sí pudo deshacerse del agarre casi al instante. Eso lejos de molestarle, pareció animarlo, pues nuevamente intentó tomarla, solo que en esa ocasión su mano se posó cerca de su cola, amenazando con moverse en cualquier momento. Donald se vio tentado en decirle que no era lo que parecía, idea que descartó al no querer llamar demasiado la atención. Aunque quería irse no deseaba verse involucrado en una pelea con los clientes de ese local.
—Si te portas bien te daré una buena propina y te aseguro que la pasaremos muy bien.
—Ella viene conmigo —Scrooge McDuck rodeó con su mano la cintura de Donna y la arrastró hasta su lado.
Scrooge le dedicó una mirada molesta y desafiante al cerdo y por unos instantes pareció que el cerdo iba a iniciar una pelea en cualquier momento. Su mirada y la forma en que apretaba su puño izquierdo denotaba clara molestia. Scrooge le devolvió la mirada con mayor intensidad y colocó a Donna detrás de él en un gesto mitad protector y mitad posesivo.
—Ni que estuvieras tan buena.
El cerdo escupió cerca de los pies de Donna. No lo suficientemente cerca cómo para salpicar, pero sí lo suficiente para que el mensaje fuera claro. Luego de eso se fue. Scrooge estaba molesto y Donald también lo estaba. De haber pasado eso antes de su terapia habría terminado destruyendo el local, pero había adquirido cierto autocontrol así que lo único que hizo fue provocar su caída al golpear sus pies.
Nadie intervino. La mayoría estaban demasiado drogados como para prestar atención y quienes observaron lo que pasó, no tenían ningún interés por ayudar. Si habían observado fue solo por morbo. Donald y Scrooge se dirigieron a la barra y pretendieron que nada había pasado.
—Deme dos hamburguesas monstruo, dos duck-colas y dos de sus bebidas más fuertes.
Ni Scrooge ni Donald tenían intenciones de probar la bebida más fuerte del local, pero sabían que de no hacerlo llamarían la atención y que en el peor de los casos pensarían que eran policías infiltrados. En lo que esperaban se dedicaron a observar la preparación de la comida. El chef no era precisamente la persona más limpia del mundo, pero no agregó nada inusual a las hamburguesas y siguió el mínimo de las normas de higiene. El exceso de grasa era lo que más debería preocuparles.
Donna pagó por el pedido de ambos y también se encargó de llevar la comida cuando estaba servida. Cuidar de trillizos había hecho que tuviera gran habilidad a la hora de equilibrar la comida.
Buscaron uno de los lugares más apartados, aunque ninguno de los dos consideró que fuera necesario. Podrían haberse presentado cómo Scrooge McDuck y Donald Duck sin que nadie sospechara. Incluso podrían haberse besado en medio del salón y, estaban seguros, nadie los miraría por más de un segundo.
Scrooge fue el primero en morder su hamburguesa. Donald lo imitó mientras se preguntaba qué planeaba el pato mayor. Nuevamente había pagado la cuenta y ese no se parecía a los lugares que solían visitar. No había un tesoro y ciertamente tampoco parecía el mejor sitio para tener un momento de intimidad.
—¿Qué planeas? —le preguntó.
—Me ofende que pienses que planeo algo.
—No eres de los que actúan sin motivo —quiso agregar que la relación que tenían se basaba enteramente en el sexo, cuando no estaba haciéndolo trabajar en condiciones que nadie más aceptaría, pero no lo hizo porque no quería que sonara a reproche.
—No has estado puliendo tantas monedas como deberías.
—Donna tiene un contrato que cumplir, creo que deberías saberlo.
Donald continuó comiendo su hamburguesa. No se sentía soprendido por la respuesta de Scrooge, pero si molesto. Desde que había comenzado a trabajar para él le parecía que se había puesto cómo meta personal tenerlo ocupado cada minuto del día. En muchas ocasiones se dijo que Scrooge siempre había sido así, ya sea con las aventuras o en su vida cotidiana solía llamarlo flojo y miedoso.
—Si quieres despedirme, hazlo. Pero tendrás que esperar hasta que encuentre otro trabajo y luego a que le compre una mochila a los niños.
—¿Por qué sigues con lo de Donna?
—No pude escapar del casting.
—Suena a excusas y ambos sabemos que los extra no tienen salario.
—Firmé un contrato, sería muy sospechoso que audicionara y no aceptara ningún puesto.
—No si se trata de un papel de extra.
Donald gruñó a modo de respuesta. En el fondo sabía que Scrooge tenía razón. Lo hacía por la mesa de comida a la que tenían acceso todos los que participaban en la película, por los spoilers que podría obtener y por el hecho de que le gustaba ser Donna Moo Goo. Cada vez que se ponía en las plumas de esa identidad podía sentir que los problemas de Donald no podían alcanzarle.
Cuando Donald terminó su hamburguesa se dirigió al mostrador y ordenó cinco hamburguesas para llevar. Le habían parecido buenas y estaba seguro de que los niños las amarían. No regresó a la mesa que compartía con Scrooge y no tardó en darse cuenta que era un error. El mismo cerdo que tomó su mano al principio y se había molestado al saber que tenía compañía.
No era el único que lo había estado observando. Siendo Donna llamaba la atención de la mayoría de los presentes. Aunque en otro momento hubiera agradecido ser el centro de las miradas, de haberlas notado, se habría sentido molesto.
—¿Ya te aburriste de ese tonto? Porque si es así, déjeme decirle que conmigo podrá conseguir más placer del que podrías imaginar.
—Me duele la cabeza.
—En ese caso estás de suerte, el sexo es bueno para curar los dolores de cabeza y la tengo grande, muy, muy grande.
El cerdo sujetó con fuerza la mano de Donna y la estrechó contra su cuerpo. La forma en que masajeaba su cola dejaba en claro que no la dejaría ir tan fácilmente, incluso si se negaba a hacer lo que quería. Había estado observándola desde que había llegado y en cuanto vio a Donna sin compañía había pensado que era su oportunidad de actuar.
Donna lo golpeó con fuerza en medio de las piernas y cuando lo vio de rodillas sujetándose la zona lastimada, volvió a golpearlo, esa vez en la cabeza. El cerdo cayó de espaldas, no estaba muerto, pero se demoraría varias horas en despertar y cuando lo hiciera su cabeza le dolería bastante.
Scrooge McDuck se acercó acercó él antes de que su pedido estuviera listo. Pasó sobre el cerdo caído y, aunque le dedicó una mirada, esta era de desprecio absoluto. La expresión de su rostro se suavizó en cuanto se encontró con Donna. Tenía planes y estos involucraban a su amante.
—¿Qué tienes en mente? —le preguntó pretendiendo parecer casual.
—No estoy de ánimos para hablar.
La mirada de Donald se posó sobre el cocinero y las hamburguesas que preparaba. Estaba seguro de que Scrooge había dicho todo lo que tenía que decir y él no tenía nada más de lo que hablar. Estaba seguro de que no lo despediría y que de hacerlo, lo contrataría de inmediato. Encontrar un trabajo le había tomado mucho tiempo y sabía que Scrooge McDuck no dejaría pasar una oportunidad de cobrarle por el dinero que le debía o la estadía de los niños en la mansión.
—Perfecto, porque tengo otros planes y ninguno involucra hablar.
Donald sintió una mano adentrarse en su kimono y comenzar a acariciar una de sus piernas. Subiendo lentamente hasta llegar a la ropa interior que había usado a modo de complemento y para sentirse más dentro del personaje. Pronto esa mano comenzó a jugar con los bordes y a adentrarse en la zona que cubría. Sus dedos rozaban su entrada, de manera lenta, casi como una caricia sin llegar a adentrarse.
—Nos están viendo.
—Lo sé.
Scrooge deslizó otra mano bajo su kimono y elevó a Donna de modo en el que se viera obligado a sujetar sus piernas alrededor de su cintura. Comenzó a besar su cuello, asegurándose de dejar marcas aunque sabía que después le causarían problemas para explicar. Todo lo que en ese momento deseaba era que todos supieran que ese pato tenía dueño.
Introdujo un dedo a la vez en el ano de su amante. Dobló sus dedos provocando que un gemido bastante sonoro escapara del pico del pato. Varias miradas se posaron sobre él, pero eso, lejos de desanimarlo, lo hacían querer continuar. Todos los que estaban allí se encontraban bajo el efecto de las drogas o el alcohol, nadie recordaría lo que pasó y si alguien lo hacía, no lo mencionaría. Era una regla no escrita del lugar que lo que ocurría en ese bar se quedaba dentro del bar.
—Detente, nos están viendo —para Donald era difícil hablar como Donna y sus propios gemidos lo interrumpían.
—¿Quieres que me detenga? —Scrooge hizo el amago de retirar sus dedos.
—No —fue todo lo que puso decir Donald. Sus pensamientos estaban nublados por el placer que le causaba cada roce y la sensación de sentirse querido. En raras ocasiones se sentía apreciado y en ocasiones aún más raras sentía que era alguien importante para Scrooge McDuck.
—Sabía que dirías eso —Scrooge sonrió con suficiencia al escuchar esas palabras y retomó el movimiento de sus dedos. Su pico se unió al de Donna y lo besó con desesperación y anhelo. Beso que fue respondido con la misma intensidad.
Scrooge retiró sus dedos, reemplazandolos por su pene. Sus movimientos eran bruscos y veloces, pero no eran algo a lo que con lo que Donald no pudiera lidiar o que no le provocara placer.
—Olvídate de lo demás y solo concéntrate en mí.
Donald no entendía cómo podía actuar de ese modo estando rodeado de varias personas. Él estaba tan avergonzado al notar todas las miradas sobre él. Intentó cumplir con lo que se le pidió y movió sus caderas hacia abajo, sintiendo el pene de su amante buscarse un lugar en su interior y tratando de llegar lo más adentro posible.
Dolor, placer, ambas sensaciones lo embargaban en igual medida. Una sensación de calor se extendió por su cuerpo, era la semilla de su amante la que lo llenaba y la suya la que cubría su propio abdomen, aunque esto no era visible para nadie por el kimono que usaba. Scrooge mordió el hombro descubierto de Donald antes de bajarlo de la barra y ayudarlo a sentarse en la silla que estaba a su lado. Acomodó sus plumas y sombrero. Lucía un poco agitado, pero no había nada en él que pudiera delatar lo que acababa de pasar.
Donna bajó de la barra. Tenía varios problemas para mantenerse de pie. Scrooge lo atrapó antes de que diera de golpe contra el suelo. Fue en ese momento que se dio cuenta que el cocinero los había estado observando. Las hamburguesas se encontraban dentro de una bolsa de papel sobre la barra, pero lo que delataba al cocinero era la mano que rodeaba su pene. No era el único que los estuvo observando con especial interés.
—Será mejor que me limpie, no quisiera llegar a casa cubierta de —comentó Donald, sintiéndose demasiado avergonzado como para permanecer en ese sitio por más tiempo.
—Semen, así es como se llama y no recuerdo que te moleste, incluso me animaría a apostar lo contrario. Te he visto tragarlo en más de una ocasión.
Donald le dedicó una mirada cargada de molestia a Scrooge. No podía entender cómo podía lucir tan tranquilo después de lo sucedido. Se dirigió al baño, demasiado sucio cómo para limpiarse y tomó las toallas húmedas que llevaba en su bolso. Las había llevado para desmaquillarse, pero dada la situación era lo único que tenía disponible.
Cuando regresó a la barra, pagó por las hamburguesas y se marchó casi de inmediato. Utilizó un callejón para cambiarse. Pese a que no estaba desocupado, los ocupantes de este estaban demasiado drogados cómo para notar lo que un pato hacía. Una vez que se veía cómo Donald, regresó a su carro y condujo velozmente hasta su casa.
Lo último que esperó fue encontrarse con los trillizos en la sala. Los tres se habían quedado dormidos, probablemente esperandolo. Ese pensamiento lo hizo sentirse culpable. Los cargó con mucho cuidado para que pudieran dormir cómodamente y después de arroparlos en su antigua habitación, decidió tomar un corto baño.
Se levantó antes que los niños y comenzó a prepararles unos pancakes. Consideró hacer unos omelettes, pero luego recordó lo que podrían pensar si usaba esa receta y cambió de parecer. Observó la bolsa de las hamburguesas y comprobó que solo había una. No estaba sorprendido, sus niños eran buenos encontrando ese tipo de comida. Guardó la suya, planeaba comérsela antes de que comenzará a dañarse o perdiera su sabor.
—¿Tío Donald, qué son esas marcas en tu cuello? —preguntó Louie.
Donald dejó los pancakes y se dirigió al espejo. Con terror comprobó que allí habían unas marcas que las plumas no lograban camuflar. Se apresuró en buscar una bufanda y en cuanto regresó a la mesa, pretendió haber olvidado la pregunta de su sobrino, algo en lo que falló debido a la curiosidad de los niños.
—¿Cómo te las hiciste?
—Parecen dolorosas.
—Niños, estoy desayunando.
Los trillizos le dedicaron una mirada molesta. Donald no sabía si era por lo evidente de que les estaba ocultando algo o si sospechaban lo que ocurrió. Había escuchado que los niños cada vez sabían más cosas y la idea de que supieran sobre sexo y sexualidad teniendo diez años le aterraba casi tanto como que descubrieran la clase de relación que tenía con su tío.
—Dormí con la ventana abierta, ya saben cómo es mi suerte, debió meterse algún bicho extraño o uno que me causó una reacción alérgica. Por cierto ¿Necesitan algo?
Los niños intercambiaron mirada y para Donald resultó obvio que planeaban algo. Los conocía los suficente para saber cuando planeaban algo. Aunque una parte de él se sintió aliviado al saber que no sospecharan nada, otra parte se sintió molesta al saber el motivo por el que los buscaba.
—¿Sabes que falta una semana para nuestro cumpleaños?
—Lo sé ¿cómo podría olvidarlo?
No lo decía únicamente por lo mucho que hablaban los niños del tema sino por lo importante que era para él. Ellos se habían convertido en lo más importante para él incluso desde antes de que rompieran el cascarón. Della se había ido y él prometió que nada les faltaría, promesa que, sentía, no había podido cumplir.
—Estuvimos hablando y nos gustaría organizar nuestra fiesta...
—En la mansión.
—¿Están seguros? Podríamos ir a Funzo...
—Vamos allí todos los años y queremos hacer algo diferente.
—Saben que a tío Scrooge no le gustan las fiestas. Puedo buscar otro lugar...
—No sería lo mismo —lo interrumpió Louie.
Donald se preguntó por qué era tan importante para ellos hacer la fiesta en la mansión y la respuesta le pareció obvia. Louie siempre había querido vivir en una mansión, Huey adoraba organizar eventos. Con Dewey tenía algunas dudas sobre sus motivos. Todas sus fiestas de cumpleaños habían sido sencillas, le parecía lo más natural que quisieran algo más ya que podían tenerlo.
—Hablaré con Duckworth, pero sería más efectivo si ustedes hablaran con tío Scrooge.
—No nos fue el todo bien con la última fiesta que hicimos.
Donald no estaba enterado de lo que había pasado durante la fiesta de cumpleaños de Scrooge McDuck, pero no creía que hubiera terminado tan mal. Se veía tranquilo, mucho más que en años anteriores. En aquel entonces estuvo seguro de que había hecho bien en dejar a los niños y seguía pensándolo. Tampoco se arrepentía de haber huido, no tenía buenos recursos de los cumpleaños de su tío y la situación había empeorado desde que Duckworth se había ido.
—Créanme, si hay alguien que pueda convencerlo son ustedes. Él los adora ¿Hay algo más que necesitan decirme?
—Necesitamos una cartulina.
—¿Hoy?
—Sí —respondieron los patitos un tanto avergonzados.
Donald contó hasta tres en un intento por calmar su enojo. En más de una ocasión les había dicho que si necesitaban una cartulina o cualquier cosa, le avisaran con tiempo, pero nunca lo hacían y siempre lo dejaban para el último momento. Contó hasta diez y no habló hasta que estuvo seguro de que no haría o diría algo de lo que después se arrepentiría.
—Dense prisa, pasaremos por la librería antes de que empiecen las clases.
Donald no pudo llegar a tiempo a la bóveda, pero sí a la escuela. Los niños tuvieron que correr para poder llegar al salón de clases antes de que la maestra lo hiciera y solo lo lograron porque tuvieron suerte. Cuando Donald regresó a la casa se enteró de que la profesora llegó media hora tarde por problemas con su carro.
—Llegas tarde —le dijo Scrooge McDuck a modo de saludo, se veía enojado —, tendrás que quedarte después de la hora de salida.
—Solo me retrase diez minutos.
—Es por eso que te doy dos opciones, trabajar dos horas extra sin cobrar o te pago la mitad del día y si sigues discutiendo, aplicaré ambas medidas.
Donald gruñó a modo de respuesta. Sabía que Scrooge McDuck era más que capaz de cumplir con sus palabras. Necesitó de toda su fuerza de voluntad para no destruir algo y al final no lo logró. Cuando tomó la escoba, la partió en dos e inmediatamente se arrepintió pues sabía que tendría que comprar una nueva. Fue al laboratorio y le pidió a Gyro algo de pegamento. Logró arreglarla y hacer que funcionara. Se dijo que con algo de suerte Scrooge no lo descubriría, pero sabía que la suerte nunca estaba de su lado y que su tío era demasiado observador cómo para ignorar un detalle así.
—Conserje —escuchó a Gyro llamarlo e inmediatamente acudió a su encuentro —, necesito que lleves esas cajas al armario.
Donald comenzó a apilar las cajas cuando Gyro volvió a llamarlo. Por su tono de voz era evidente que estaba molesto. No era algo que le extrañara. Desde que lo conocía y era bastante tiempo, Gyro solía impacientarse con facilidad, especialmente cuando las cosas no resultaban cómo él deseaba.
—Quítate esa bufanda, solo verte me da calor.
Donald ajustó su bufanda. Él también tenía calor y ciertamente la bufanda le resultaba incómoda, pero no quería arriesgarse. A pesar de que los niños le habían creído, dudaba que Gyro o Fenton aceptaran esa respuesta como válida y temía por las consecuencias a futuro. Ambos eran listos, solo tendrían que atar los cabos sueltos.
—¿Estás ocultandome algo?
—Tengo trabajo que hacer y mucho frío.
Donald se apresuró en terminar lo que Gyro le encargó. En más de una ocasión sintió deseos por quitarse la bufanda y el saber que no podía hacerlo hacía que su humor empeorara. Si bien los dos científicos estaban ocupados con sus trabajos, Gyro con mucha frecuencia tenía una tarea para él o una queja sobre el trabajo que hacía.
—Deberías quitarte esa bufanda —le dijo Fenton, más que molestia lo que había era preocupación en su voz —. Pareces tener problemas con el calor.
—Estoy bien así.
—¿Quieres cubrir un moretón o un chupetón?
Donald dejó caer las cajas cuando escuchó la pregunta de Fenton. No había mala intención en su voz, podía notarlo, pero eso no hacía que sus ganas de golpearlo fueran menores. Gyro se quejó y decidió continuar con su trabajo. Dudaba que con eso no tuviera que responder preguntas, solo quería intentarlo.
—¿De dónde sacas eso?
—No tengo hermanas, pero sí primos y los he visto hacer ese tipo de cosas durante las reuniones familiares, la mayoría de veces para cubrir chupetones.
—Fue una pelea. Si tío Scrooge se entera, lo usará como excusa para recortarme el sueldo.
—Sigue trabajando, tengo otra tarea para ti.
La tarea de la que Gyro hablaba era limpiar el piso del laboratorio. La presencia de sustancias que no reconoció y en las que no quería pensar hicieron de esa tarea la más agotadora y larga de todas. Una de ellas, la que tenía un color verduzco, hizo que varios de los trapos que usó y algunas de sus plumas se desintegraran. Esto último fue lo que más le molestó y es que sabía que tendría que reponerlos.
Gyro y Fenton no volvieron a interrumpirlo. Ambos estaban ocupados trabajando en las mejoras al sistema de defensa de la bóveda. Donald conocía a Scrooge lo suficiente para saber que les había dado un fecha límite bastante corta por lo que no le extrañaba verlos tan ocupados y un tanto alterados.
Un ruido de su estómago le hizo recordar a Donald que no había almorzado. Se apresuró a terminar con la limpieza del laboratorio y buscar un lugar en dónde poder comer tranquilamente. Aunque se topó con Scrooge McDuck no creyó que le causaría problemas, había concretado un negocio bastante lucrativo y se veía feliz.
No tardó en darse cuenta que estaba equivocado.
—¿Terminaste de pulir mis monedas?
—Estaba limpiando el laboratorio.
—Ni siquiera terminaste esta sección ¿qué has estado haciendo todo el día?
—Ya te lo dije. Moviendo cajas y limpiando el laboratorio. Estaba por ir a almorzar.
—Podrás comer cuando termines de trabajar. Este salón está a medio limpiar y ni siquiera has entrado a mi oficina.
—Pero...
—Nada de "peros", si quieres comer, gánate la comida.
Donald asintió con la cabeza, consciente que, de hablar, diría cosas de las que no tardaría en arrepentirse y que le costarían el trabajo. Pensó en sus sobrinos y en las mochilas que necesitaban antes de cumplir con lo que Scrooge McDuck le encomendó. Ingenuamente creyó que si se daba prisa podría comer algo. Limpiar el edificio, especialmente la oficina de Scrooge McDuck y la sala de juntas le tomó horas. Apenas pudo comenzar a pulir las monedas cuando llegó el fin de su jornada laboral, la cual incluía las horas extra que su jefe consideró necesarias por su retraso.
Al llegar a la casa bote nuevamente se encontró con sus sobrinos, en esa ocasión Webby los acompañaba y los tres tenían un libro en sus manos. Inicialmente ella estudiaba en casa, pero los trillizos lograron convencer a la señora Beakley de que la matriculara en la misma escuela que ellos.
—¿Tarea o examen?
—Tarea, es una investigación sobre la seguridad de Estados Unidos.
—Elegimos la Marina.
—Webby dijo que eras parte de la Marina.
—Siempre me ha gustado el mar y era una buena forma de pagar la universidad. Hubo una guerra y la participación fue obligatoria. No todos fueron, no estoy seguro de porqué dejaron a tío Scrooge fuera, tal vez por la edad, Fethry y Goofy no fueron considerados aptos, Mickey y Gladstone tuvieron suerte, una pierna rota y pudieron evitar el campo de batalla.
—¿Conoces a Goofy y a Mickey?
—Trabajamos en varias películas y cortos juntos antes de que dejara la actuación.
—¿Eras actor? —preguntaron los patitos al unísono. Pese a que Webby había estudiado a su familia desconocía ese dato.
—Y músico, creí haberlo mencionado.
Donald solo les habló de la banda que formó con Panchito y José. Inició cómo un proyecto de la universidad, pero con el tiempo se fue volviendo más ambicioso. Donald estaba determinado a alcanzar la fama, con su música y con su actuación. Estuvieron en varios programas relativamente conocidos e incluso tuvieron la oportunidad de grabar un disco antes de que Donald decidiera dejarlo todo. Quería alejarse del mundo del espectáculo y luego, cuidar de sus sobrinos.
—Deberían ir a dormir, es tarde.
—¿Y la tarea? —cuestionó Huey.
—Escribieron las preguntas, puedo responderlas mañana en la bóveda.
—Pero debemos presentar la entrevista mañana —se lamentó Huey antes de dedicarle una mirada de reproche a sus hermanos y a Webby.
—¿Qué? —le dijo Louie —, no sabíamos que tío Donald llegaría tarde.
—La haré mientras duermen.
Donald tomó el cuestionario que los niños habían hecho e intentó llenarlo. Logró terminar el cuestionario, pero no llegar a su habitación y se quedó dormido sobre el folleto. Cuando despertó, encontró una nota de Launchpad en la que le avisaba que había dejado a los niños a la escuela y que la señora Beackley le había preparado algo para desayunar.
Se trataba de un huevo frito con tocino y jugo de naranja. Donald se dijo que debería agradecerle en cuanto la viera pues de lo contrario, no habría podido desayunar y presentarse al trabajo a tiempo.
Lo primero que hizo al llegar a la bóveda fue pulir las monedas. Últimamente Scrooge McDuck se había estado quejando por la suciedad de su oro y sabía que si no lo hacía, tendría que seguir lidiando con sus quejas, algo para lo que no estaba de humor. También estaba el hecho de que debía hablar con Duckworth, algo que no podría hacer si debía hacer horas extras.
Cuando llegó la hora de almorzar, se dio cuenta que no había llevado nada para comer y maldijo su suerte. Por varios minutos sostuvo su teléfono preguntándose si debería pedir algo de comida para llevar. Al final se decidió por unas barras de cereal y una Duck-Cola de la máquina expendedora. Hubiera querido comer más, pero no tenía ni el tiempo ni el dinero para conseguir algo mejor.
Después de varias horas de trabajo pudo limpiar la recepción, sitio que tenía ordenes de mantener limpio en todo momento y pulir la mitad de las monedas. No había visto a Scrooge y agradeció por ello pues sabía que de verlo escucharía sus reclamos por los lugares que no pudo limpiar y las monedas que faltaban por pulir.
—Joven Donald, se ve terrible —le dijo Duckworth a modo de saludo.
—Un gusto verte, Duckworth —Donald prefirió ignorar lo que, en boca de alguien más habría sido una ofensa, pero que tratándose de Duckworth solo era honestidad en su forma más cruda —. Hay algo que necesito pedirle. Los niños están por cumplir once años y quisieran celebrarlo aquí.
—Entiendo, comenzaré con los preparativos de inmediato.
—Preferiría que no fuera demasiado grande, tengo un presupuesto algo limitado.
—Eso es lo que menos debería preocuparle, soy un experto en fiestas.
—También me encargaré del pastel, es algo que suelo hacer todos los años.
—No podría imaginarlo de otro modo.
—¿Le preparo algo para comer?
Donald asintió con la cabeza y agradeció por la ayuda brindada. Observó a Duckworth alejarse. Era la persona más trabajadora y leal que conocía. Estuvo para él durante su infancia y ni la muerte había evitado que siguiera al lado de Scrooge McDuck. Agradecía tanto la ayuda que le había brindado a lo largo de tantos años que, dudaba, pudiera compensarlo de alguna forma.
