Capítulo 4: Fiesta de cumpleaños

Cuando Donald vio la cantidad de invitados, entendió los motivos de Dewey. Eran demasiados, probablemente más de los que Scrooge habría permitido. Si no se hubiera tratado de la fiesta de los trillizos se habría sentido preocupado, pero había visto la forma en que su tío los trataba y sabía que estaría dispuesto a hacer una excepción si eso los hacía feliz. Donald estaba bastante seguro de que los gastos de la fiesta serían incluídos en su lista de deudas y era algo en lo que no quería pensar.

Pensar en sus deudas causaba ese efecto en él y es que estaba más que seguro de que pocos se habían endeudado tanto como él a su edad. Si bien desde que vivía con Scrooge McDuck esa cifra había aumentado considerablemente ya le debía desde antes de que los patitos eclosionaran de sus huevos. Años atrás, cuando él era un niño fue cuando adquirió su primera deuda. Le había pedido un helado y su tío la apuntó en una lista que con el tiempo fue haciéndose más grande. Fue imprudente y se confío demasiado. Recordó cuando estaba en la universidad y le había pedido un préstamo para amoblar el departamento en el que vivía junto a Panchito y José. Desde entonces había estado pagando esa deuda, pero lejos de disminuir, solo se hacía más grande y no era solo por los impuestos.

Donald se dirigió a la cocina y comenzó a servir los aperitivos. La señora Beakley y Duckworth se encargaron de ayudarlo. Al principio estaba preocupado de que los niños pudieran asustarse cuando vieran a un fantasma, pero esa idea desapareció después de un rato. Quienes lo notaron parecían más fascinados que aterrados.

En varias ocasiones se topó con Webby y en varias ocasiones estuvo cerca de tropezar. Ella iba corriendo de un lado a otro saludando a todos y tratando de hacer amigos. En más de una ocasión tuvo que detenerse para poder controlar sus emociones. Adoraba a Webby y la consideraba su cuarta sobrina, pero su temperamento era muy corto y era fácil enojarse cuando en más de una ocasión tuvo que hacer malabares para proteger la comida o sentía que estaba por perder el control de la situación.

—Despreocupese —le dijo Duckworth —, soy un profesional.

—Eso lo sé, nadie hace las fiestas como tú. Solo no le digas a Huey que te lo dije.

—No haría tal cosa. El joven Huey tiene mucho potencial, solo le falta pulir un poco sus habilidades.

—Es bueno tenerte de vuelta.

—Lo sé, estaban perdidos sin mí.

Duckworth continuó atendiendo los invitados y Donald decidió imitarlo. Saber que había muerto fue un duro golpe para él. Desde que se había mudado a la mansión McDuck, el mayordomo se había convertido en alguien especial en su vida. Listo para ayudarlo en cuanto necesitará de ayuda y nunca lo había hecho sentirse menos al lado de su hermana.

—¿Es de verdad? —escuchó preguntar a Derek mientras señalaba uno de los jarrones del salón.

—Sí, auténtica porcelana china, un regalo del embajador chino a nuestro tío Scrooge —comentó Louie con orgullo.

—¡Genial! —respondieron los niños al unísono.

—¿Tienen tesoros malditos?

—¿Armas?

—¿Tesoros invaluables?

—Todo lo que puedan imaginar y mucho más.

Donald los interrumpió para servirles unos aperitivos y los dejó jugar un rato más antes de servir el pastel. Le gustaba ver a sus sobrinos divirtiéndose, pero le era inevitable preocuparse ante la posibilidad de que se lastimaran o que destruyeran algo, especialmente si se trataba de algo de gran valor o peligroso. El marinero sabía de los peligros que se encontraban en las paredes de la mansión. Había vivido allí por más de veinte años y encontrado muchos de los artículos y objetos que se albergaban en dicho lugar.

—¿Quién quiere pastel?

Un grupo bastante grande se formó alrededor de la mesa en la que se encontraba el pastel. Todos querían comerlo, pero casi nadie quería cantar. De todos los presentes, Donald y Webby fueron los únicos que lo hicieron y que no se mostraron obligados.

El pastel fue repartido y Donald decidió retirarse temprano. Quería pasar más tiempo con los niños, pero pensó que era mejor dejarlos solos. Ellos querían estar con sus amigos y él estaba demasiado agotado. Entre las escenas que había estado grabando cómo extra, su trabajo en la bóveda, los niños y la preparación de la fiesta, apenas había tenido tiempo libre.

—¿Puedo confiar en qué no destruirán la casa?

—Sí, tío Donald —respondieron al unísono.

—Porque si algo pasa, será la última fiesta que harán aquí.

—Lo sabemos, tío Donald.

—Y tío Scrooge hará que limpien todo.

—No habrá nada que limpiar —al ver la cara de su tío, Dewey se apresuró en agregar —, porque todo quedará muy limpio, probablemente más limpio que antes de la fiesta.

—Una última cosa antes de irme, feliz cumpleaños, niños —Donald abrazó a los trillizos y a Webby.

Dewey quería a Donald. Aunque no lo dijera, desde pequeño lo había visto como a su padre, pero eso no evitó que prácticamente lo sacara de la fiesta. Por primera vez tenía la fiesta con la que siempre había soñado y la oportunidad de convertirse en el más popular de su salón. Quería a Donald, pero temía que hiciera algo que lo hiciera pasar vergüenza.

—Linda fiesta —le dijo Shaina, la más popular del salón.

—Gracias —Dewey intentó apoyarse sobre la pared de manera relajada, todo lo que logró fue resbalarse y caer.

—Deberíamos hablar más seguido.

—Estaba por sugerir eso.

Shaina no solía hablar con él. Podía contar con los dedos de una mano las veces en que habían conversado y estaba seguro de que le sobrarían. Escucharla decir que quería pasar más tiempo con él lo llenaba de emoción pues era algo que quería hacer desde el momento en que la vio, poco después de que Donald los matriculara en esa escuela. Durante muchos años estudiaron en casa y es que Donald solía viajar con frecuencia debido a sus trabajos.

—Sí, claro.

—¿Me mostrarías la casa?

Dewey se puso de pie con rapidez y le extendió una mano a su compañera de clase. Le mostró el comedor, algunas de las habitaciones y las bóvedas en las que Scrooge guardaba sus tesoros, haciendo especial énfasis en aquellos cuyo origen conocía por haber participado en su búsqueda.

—Dewey ¿Dónde estás?

Era Webby quien lo llamaba, parecía preocupada. Dewey no había estado tan consciente del tiempo en que estuvo ausente hasta que escuchó a su amiga llamarlo. Una parte de él quería seguir con el recorrido, pero la otra quería volver a la fiesta y ser el centro de la atención. Tenía problemas para decidirse pues estaba seguro de que trataba con dos oportunidades únicas.

—¿Es normal que el homenajeado escape de su propia fiesta —preguntó Webby, no había reproche en su voz, solo auténtica curiosidad.

—No lo es —esas palabras bastaron para que Dewey tomara una decisión, luego se dirigió a su compañera de clases —. En otra ocasión te mostraré las otras bóvedas.

—Será un placer —respondió Shaina, su mirada estaba colocada sobre la corona de diamantes que había tomado de la esquina de la bóveda.

Webby se apresuró en quitársela y colocarla en su lugar. Le dedicó una mirada molesta e insistió en que debían irse. Los tres sabían que Scrooge McDuck estaría en su oficina, o al menos eso había dicho y Webby no quería hacer algo que pudiera hacer molestar al pato que tanto admiraba, especialmente después de lo ocurrido cuando recorrió esos lugares con Lena.

Lo primero que vio Dewey cuando regresaron fue su hermano, Louie, al lado de Doofus Drake. No se veía especialmente cómodo y Dewey no lo culpaba. Doofus Drake había abarcado todo lo que quedó del pastel y sus modales a la hora de comer dejaban mucho que desear. Ni Huey ni Dewey lo habían invitado, pero ambos sabían por qué Louie lo había hecho y es que ese era el motivo de muchas de sus acciones y la principal motivación para esforzarse.

Decidió ignorarlo y dirigirse a la mesa de bocadillos. Vio que comenzaban a faltar y se preguntó si sería buena idea llamar a algún adulto. Quería que su fiesta fuera perfecta por lo que consideraba importante que nada faltara, pero ese era el mismo motivo por el que no quería que ningún adulto interviniera. Afectaría la imagen que estaba tratando de proyectar.

Duckworth había contratado a un DJ, pero Dewey lo despidió. El patito aseguró que él podría encargarse de esa tarea y hacerlo mejor que nadie. Si bien Dewey no soñaba con ser un DJ sí lo hacía con ser famoso y con convertirse en un influencer.

Notó que Huey se molestó con el cambio de música, algo que no le extrañó después de haberlo visto trabajar con Duckworth y Donald en la preparación de la fiesta y que tampoco le importó. Siguió mezclando canciones y animando la fiesta. Ver la reacción positiva de sus compañeros de clases lo animó a continuar.

Huey fue el encargado de entregar los recuerdos al final de la fiesta. Los regalos los abrieron cuando todos se habían ido. Dewey no entendió porque Louie lo sugirió hasta que lo vio tirar algunas cosas que no le gustaron.

—El próximo año deberíamos invitar a más gente, o hacer una lista con lo que nos gustaría recibir.

—No creo que así funcionen las cosas —comentó Webby notablemente confundida.

—Sí lo hacen. En las bodas, las parejas van a las tiendas y dejan apartado lo que les gustaría recibir.

—Sí, en las bodas. Las fiestas de cumpleaños son diferentes y más cuando se trata de menores de edad.

—Le quitas lo divertido a la vida —la atención de Louie estaba en el avión de juguete que le obsequiaron. Comenzó a jugar con él, haciéndolo recorrer gran parte del salón antes de decidir continuar abriendo los regalos.