Capítulo 5: Buscando estabilidad
Los días siguientes a la invasión fueron muy agitados. Aunque la gente de la luna bajaron sus armas, eran muchos los que desconfiaba y manifestaron su incomodidad ante los extraterrestres. Contar con el apoyo de Scrooge McDuck les sirvió de mucho, pero no lo suficiente para que todo lo que hicieron fuera perdonado y olvidado.
Della mantuvo su promesa. No pudo llevar a la gente de la luna a la ciudad o a lugares especialmente concurridos, pero si a los pastizales de Mato Grosso en Brasil. Donald, Scrooge y los niños los acompañaron, deseosos de formar parte de lo que, se suponía, sería una aventura tranquila.
Panchito y José no tardaron en unirse en cuanto supieron de la visita. Ambos habían estado en Bahía durante la invasión y, aunque no sabían de las desventuras de Donald en la luna, estaban preocupados por él y por su familia.
—¿Della? —preguntaron José y Panchito al unísono, era difícil creer que frente a ellos estuviera la mujer a la que habían dado por muerta.
—En carne y plumas.
Panchito y José abrazaron a Della con fuerza. Lloraron de felicidad al saberla con vida y se quejaron por la falta de noticias. Ver a Donald molestarse por ese comentario y ciertamente saber el motivo de su molestia hizo que ellos también compartieran su enojo. Podían entender que no los tomarán en cuenta, pero no podían ni querían entender cómo Donald había pasado tanto tiempo ausente sin que ellos hicieran algo por contactarlo.
—Scrooge —Donald esperó a que todos estuvieran dormidos antes de hablar con Scrooge McDuck. Como todos dormían dentro del avión, tuvo que ser especialmente cuidadoso para no despertar a nadie.
—¿Qué quieres? —respondió Scrooge mientras señalaba los contratos que estaba leyendo —. Como podrás ver no tengo tiempo para perder en tonterías, algunos aquí sí somos productivos.
Donald se sintió ofendido por ese comentario, pero no lo suficiente para olvidarse de sus planes. Realmente lo necesitaba.
—Solo sigueme, es vergonzoso si tienes que explicarlo.
—Tienes cara de tramar algo.
—Nunca dije lo contrario.
Donald notó que Scrooge dudaba. Lo tomó como una buena señal. Lo conocía lo suficiente para saber que terminaría por ceder. Siempre lo hacía y es que sabía que en el fondo también lo deseaba. Su cuerpo se lo decía, la manera en que reaccionaba con cada caricia, la forma en que sus cuerpos encajaban o las palabras que solía dedicarle en cada encuentro, le hacían pensar que no era el único en anhelarlo.
—Más te vale que sea rápido.
Scrooge se apresuró en guardar y asegurar los contratos en los que había estado trabajando y aceptó seguir a Donald. Ambos se alejaron del campamento, teniendo especial cuidado en no despertar a nadie y se adentraron en los pastizales de Mato Grosso. Donald había estado en ese sitio años atrás, buscando aventuras con sus amigos.
—Es un hermoso sitio —comentó Scrooge de manera casual —, pero no creo que me trajeras aquí solo para contemplar el paisaje.
Donald se acostó en el suelo y le indicó a Scrooge que lo hiciera. Lo cierto era que no tenía un plan. Arrastró hasta allí a su tío por capricho. Durante los últimos meses había cargado con demasiada tensión y sus plumas lo resentían. Todo lo quede quería era olvidar, aunque fuera por unos minutos.
Scrooge se acostó a su lado y Donald se giró de modo que ambos quedaran frente al otro. Quería besarlo y encontrar en su cuerpo una forma de olvidar, esas habían sido sus primeras intenciones, pero en ese momento no sabía si era lo apropiado. Terminó dándose la vuelta y señalando el cielo.
—¿Ves esa constelación? —Donald señaló el cielo—. Son los Tres héroes.
—Sí, la veo —respondió Scrooge confundido. Aunque Donald era el marinero, él también conocía de estrellas —, fue una de las constelaciones que nos ayudó a salir de aquella tormenta en el mar Despensico.
—En Duckburg no es tan fácil ver las estrellas.
—Lo sé, muchos edificios y demasiadas luces.
—Mickey y yo solíamos verlas todo el tiempo en la isla.
—¿Mickey?
—No Mickey Mouse, si es lo que piensas. Estuve semanas en una isla desierta y yo... hice un amigo con una sandía —era la primera vez que Donald hablaba sobre su compañero durante el naufragio, decirlo en voz alta hacía que pareciera irreal y raro.
—Della me contó sobre lo que pasó cuando te encontraron. Lamento que pasaras por algo así.
—No es tu culpa, creyeron que estaba en un crucero.
Donald no sabía si decía esas palabras porque no quería que Scrooge McDuck se sintiera culpable o si era él quien deseaba creerlas. De lo que si estaba seguro era que las sentía tan vacías y carentes de significado. Era egoísta y lo sabía, pero una parte de él deseaba que realmente se preocuparan por él y que lamentaran su ausencia , una parte suya quería sentirse como un miembro valioso de la familia.
—Prefiero ver la luna desde aquí —continuó Donald —. Aunque no es como si hubiera podido ver la Tierra cuando estuve en la luna.
—¿Estuviste en la luna?
—Ya sabes como es mi suerte, me quedé atorado en la Lanza de Selene y luego fui tomado prisionero.
—¿Por qué nunca hablamos de esto?
—No lo sé —respondió Donald y era sincero.
Eran pocas las veces en que solían sentarse para hablar. Habían tenido sexo y compartido experiencias de vida o muerte, pero muy pocas veces se habian sentado a hablar de ellos o de lo que pensaban y sentían.
—Recuerdo haber recibido un mensaje muy extraño del que no entendí nada, supongo que era tuyo.
—Quizás —respondió Donald, no sabía si prefería que Scrooge no hubiera entendido su mensaje o que nunca lo recibiera. En ambos casos se sentía inútil y lo odiaba.
Ambos callaron. Ninguno sabía qué decir. Por varios minutos el sonido de las cigarras fue lo único que pudo escucharse.
—Esas estrellas tienen una historia muy curiosa —Donald fue quien rompió el silencio —, años atrás tres amigos llegaron a un mundo en el que, aunque los dioses y humanos no convivían, no estaba del todo incomunicados. Uno de ellos era un mago, el otro un caballero y el tercero, el guardián de una mítica arma. En ese entonces el dios de la muerte intentó apoderarse del Olímpo, no sé si por aburrimiento o por fastidio, pero sí que los tres héroes se unieron al hijo menor de Zeus, un joven muy parecido a Storkules, incluso en nombre, y que lo derrotaron. En honor a ellos se creo una constelación —Donald señaló el cielo —. ¿Puedes reconocer la silueta de los tres héroes?
—Creí que habías dicho que pasó en otro mundo.
—Las hazañas de esos héroes eran tan grandes que no se limitaron a un solo mundo. Creí que tú deberías saberlo.
La historia de los tres héroes solo fue el inicio de una larga conversación y el primer tema que tocaron. Hablaron de todo y de nada a la vez. Solo eran dos patos que por primera vez hablaban de manera sincera y sin restricciones. Era algo que los dos necesitaban, pero que ambos se negaban a aceptar por el orgullo.
Cuando Donald besó a Scrooge no fue un beso apasionado como los anteriores, sino uno lento y calmado. Sus picos apenas se rozaban y los movimientos de ambos eran lentos. En el momento en que se separaron, sus miradas se encontraron por unos instantes y sus frentes se tocaron.
Donald colocó sus manos sobre los hombros de Scrooge y volvió a besarlo. En esa ocasión el beso fue más intenso y sus lenguas se encontraban en una danza que, más que dominar, lo que buscaban era explorar y degustar la boca ajena. Las manos de Donald descendieron hasta llegar a los botones de la chaqueta de Scrooge y lentamente comenzó a desabotonarlos. Podía sentir un calor instalarse en su interior, pero no quería apresurar las cosas y menos hacer que Scrooge se sintiera incomodo.
Una vez que las prendas de Scrooge terminaron en el suelo, Donald comenzó a hacer lo mismo con sus ropas. En ningún momento apartó la mirada del pato frente a él. No sabía si era el lugar en el que se encontraban o algo más, pero Scrooge McDuck nunca le había parecido tan hermoso como en ese momento.
Volvió a besarlo. Con mucho cuidado lo apoyó sobre el pastizal. Utilizó sus manos para reducir su propio peso y siguió con sus besos. No solo besó su pico. Besó su rostro y su cuello. Besó su abdomen y sus piernas. Besó cada espacio de su cuerpo con ternura y adoración. Podía escuchar los sonidos que Scrooge emitía con cada roce y pensar en lo hermoso que le parecía ese sonido, comparándolo con la más bella melodía.
Las piernas de Scrooge rodearon su cintura y él no necesitó de palabras para saber qué era lo que quería que hiciera. En su mirada podía leer claramente el mensaje que quería transmitirle y era algo que él también deseaba hacer. Era algo que necesitaba después de todo lo que le había ocurrido.
Con mucho cuidado fue introduciendo su miembro en el interior de su amante. Esperó a que Scrooge se sintiera cómodo antes de continuar y no aumentó la velocidad hasta estar seguro de no ser el único que estaba disfrutando de ese momento. No era solo su necesidad de desahogarse por todo lo que sufrió en los últimos meses, Donald realmente amaba a Scroge y quería sentirlo cerca, física y emocionalmente.
—Te amo —murmuró Donald mientras su cuerpo era sacudido por la sensación de un orgasmo, habló tan bajo que Scrooge no pudo escuchar sus palabras y menos comprender la intensidad de los sentimientos que le profesaba su sobrino.
Ambos se quedaron dormidos en ese lugar. Donald fue el último en despertar y cuando lo hizo no estaba solo. Scrooge se había marchado y no quedaba ningún rastro de su presencia. Eran Panchito y José los que estaban a su lado. Ambos se habían vestido después de hacer el amor por tercera vez por lo que no le preocupó que pudieran descubrir su pequeño secreto.
Una parte de él resintió el que lo dejaran solo.
Estaba por marcharse cuando notó que Panchito y José estaban cerca.
—¿Por qué dormiste aquí?
—Quería ver las estrellas.
Donald mentalmente se preguntó en qué momento Scrooge se había ido y por qué no lo despertó. Una sensación de vacío se apoderó de él al pensar que, sin importar la intensidad de sus sentimientos, Scrooge era incapaz de sentir siquiera una parte y que su corazón ya tenía dueña, una a la que él conocía.
—Tranquilo, no es un interrogatorio. A no ser que le estés ocultando algo a tus compadres.
—¿Es así, Donaldo? ¿le ocultas algo a tus amigos Caballeros?
—Nunca podría —Donald trató de no mostrar culpa. Adoraba a sus amigos, pero no creía poder hablarles de la relación que mantenía con Scrooge McDuck, dudaba que pudieran entenderlo y no quería perderlos.
Sabía que estaba mal, pero no podía evitar amarlo. A pesar de todas las veces en que lo había lastimado, sus sentimientos lejos de disminuir, crecían con cada gesto de cariño o cada vez que se convertía en su héroe. Scrooge había sido una constante en su vida por tantos años y había estado allí en muchos de sus momentos de gran necesidad. Pensar en el tiempo que estuvieron separados lo llenaba de amargura y más al recordar las palabras de Gladstone. Su primo siempre le había parecido un vago y alguien incapaz de pensar en algo que no fuera el mismo o su suerte, pero no pudo decir nada cuando le reclamó por su egoísmo al apartar a su familia.
—¿Quieres hablar de lo que pasó en la luna y en la isla?
Donald bajó la mirada. Había tanto que quería decir sobre ese tiempo que pasó perdido, anhelaba tanto sacarse de adentro todas las inseguridades y temores que le provocaron ambas experiencias, pero no sabía cómo hacerlo y temía que en el momento en que comenzara a hablar no pudiera controlarse.
—No tienes que hacerlo si no quieres, pero recuerda que puedes contar con nosotros para lo que sea.
—Somos los Tres Caballeros, donde va uno, siempre va el otro.
—Cuando estés listo para hablar, te escucharemos.
—Hasta entonces podemos ir en busca de aventuras.
—O de Gatinhas (1) —lo último lo dijo José con una sonrisa pícara —, las mujeres de Brasil son las más bellas.
—Las de México no se quedan atrás —agregó Panchito —, aunque eso no hace falta, nuestro Donal ha estado en nuestros países y se ha enamorado de ellos.
—Me declaró culpable —respondió Donald recordando cuando sus amigos lo visitaron en su cumpleaños, un día que nunca olvidaría.
—Ese día descubrimos que eras un lobo vestido de pato. Propongo que nos escapes y que conquistemos algunos corazones.
Donald sonrió al escuchar esas palabras. Sabía de la reputación de casanova de su amigo y recordaba la ocasión en que, durante su cumpleaños, estuvo de visita en Brasil y México. En aquel entonces los Tres Caballeros eran una banda que comenzaba a debutar y Minnie no era su novia.
—¿No te da vergüenza hablar de romper corazones? —no había reclamo en la voz de Donald pese a las palabras que había usado, su tono de voz indicaba diversión. Conocía a su amigo lo suficiente para saber que no era algo a lo que estuviera acostumbrado.
—No tengo motivos de los que avergonzarme. No hay corazones rotos, solo dos espíritus libres, dos ríos que se unen por un instante y cuyos caminos eventualmente se separan. Las historias inconclusas son las que duelen, la decepción y el desengaño son los que provocan dolor y mientras que no se diga "Te amo" no se empieza una historia y lo que queda es solo un bello recuerdo.
Donald pensó en lo ocurrido la noche anterior. Recordó haber pensado en un "Te amo" y temió haberlo dicho en voz alta. Estaba consciente de que en su relación con Scrooge había muchos problemas y que era poco, por no decir nada, probable que tuvieran un final feliz. Las palabras de José le habían dado la esperanza de que esa relación no se convirtiera en un amargo recuerdo.
Pensó en ella y su corazón le dolio. No había sido su primer amor, ese había sido Scrooge, pero sí su primer relación seria y realmente había llegado a amarla. Las cosas no terminaron bien y no se habían vuelto a ver. Donald no quería que eso ocurriera con Scrooge, no quería apartarse una vez más de su lado.
—Una moneda por tus pensamientos —le dijo Panchito. Él y José se veían preocupados.
—Pensaba en lo que José dijo.
—Entonces vamos a la ciudad y olvidémonos de los males del corazón y del mal de amores.
—Creo que estamos algo lejos de la ciudad y no creo que tío Scrooge nos presté el avión para eso, José.
—Podemos intentarlo ¿qué motivos tendría para molestarse?
Donald no creía que Scrooge sintiera celos si él decidiera salir con sus amigos en busca de una cita, pero estaba seguro de que no confiaría en que ninguno de ellos piloteara el avión o quisiera gastar combustible en algo que no generaría más dinero, en especial después del dinero perdido por el crucero al que nunca asistió.
—No creo que tío Scrooge esté contento con los gastos de la gasolina.
—Es una lástima que el Señor Martinez no esté con nosotros. Tuve que dejarlo en mi rancho, pero estoy seguro de que está bien. Conoció a una potranca y esperan a su primer cría.
Donald no avisó que iría con sus amigos, pensó en hacerlo, pero de último momento cambio de opinión al considerar que a nadie le importaría y que ni siquiera notarían su ausencia. Ni Panchito ni José le dijeron a dónde irían y lo prefería se ese modo. Quería vivir una aventura en la que su vida no corriera ningún peligro.
—¿Qué proponen? —preguntó Donald —. ¿Buscaremos diamantes?
—No es mala idea, la última vez encontramos una ciudad pérdida y detuvimos a un traficante de animales (2)
Donald río a carcajadas al recordar esa aventura. Si bien no había empezado de la mejor manera sí tuvo un gran final. Recordó la angustia que sintió antes de viajar a Brasil, lo poco apreciado que se sentía y la felicidad que sus amigos le hicieron experimentar. En ese momento tampoco se sentía apreciado y necesitaba tan desesperadamente de algo de estabilidad y sobretodo, de aprecio.
Estar con Panchito y José siempre lo hacía sentir mejor.
—Tío Scrooge tiene uno de esos sartenes que se utilizan en la minería. Siempre suele llevar al menos uno dentro del avión, dice que ni se sabe cuándo se puede encontrar un tesoro.
—Es bueno tenerte como líder.
La primera parte del recorrido la hicieron caminando. A veces corriendo y siempre deteniéndose cuando se sentían agotados, algo que ocurría con relativa frecuencia, especialmente para Donald. Llegaron al río y, aún con el riesgo de las pirañas, Donald intentó buscar diamantes.
—Ten cuidado, Donaldo, recuerda que hay muchas pirañas.
Donald asintió con un gesto de cabeza. Su atención regresó al río y Panchito decidió imitarlo. Pasaron diez minutos antes de que ambos encontraran algo, pero no se trataban de los diamantes que buscaban sino de unas pirañas que no dudaron en morderlos. En el pico en caso de Donald y en un dedo, en caso de Panchito.
Ambos se sacudieron y lograron quitárselo de encima. Continuaron buscando, pese a que los resultados no mejoraron, era divertido estar juntos y conversar. Pese a la distancia, los lazos entre ellos seguían igual o más fueres que en el pasado, cuando eran unos jóvenes llenos de sueños y esperanzas.
—¿Recuerdan cuando montamos esa anaconda? (3) —preguntó Panchito cuando vio a Donald golpear a una serpiente. Era grande, pero su tamaño palidecía en comparación con la que utilizaron para recorrer un río plagado de peligros tiempo atrás.
—¿Cómo podría olvidarlo? —respondió Donald desde el árbol mientras que intentaba escapar de la serpiente a la que había confundido con un tronco —, estuve en su interior y no fue lindo.
—Nos diste un gran susto —agregó José —, y nunca nos dijiste cómo lograste escapar.
—La verdad es que ni yo lo sé, encendí un fósforo y apenas pude ver el lugar en el que me encontraba antes de... bueno, ser vomitado.
—¡Asombroso! —dijeron José y Panchito al unísono. Ellos también amaban la aventura, pero de los tres, era Donald el que más viajes había tenido, algo que le resultaba menos complicado viviendo con Scrooge McDuck, un pato con un gran amor por la aventura y con los medios para buscar cualquier tesoro.
La serpiente se marchó y Donald pudo bajar del árbol. Pasaron varias horas antes de que pudieran encontrar algo, un pequeño diamante rosa de un tamaño poco mayor al de la punta de los dedos. No era demasiado, pero sí lo suficiente para los tres exploradores.
Cuando regresaron al campamento ya había amanecido. Todos estaban guardando sus pertenencias y Donald no supo qué pensar. Sabía que se había ido sin avisar, pero odiaba pensar que podrían tener planes de irse sin ellos. Eso le parecía peor que el hecho de que no notarán su ausencia.
—Te perdiste de toda la diversión —le dijo Della —. ¿Puedes creer que Penumbra y yo encontramos una serpiente de veinte metros?
—Te creo, en una de mis visitas a Brasil vi a Panchito montarla.
—¿En serio?
—Tengo experiencia con el rodeo y, no es por presumir, pero no hay novillo que se me escape —respondió Panchito orgulloso —, y necesitábamos una forma para regresar a Río.
—Tienes que contarme todo —le pidió Della, demasiado emocionada ante lo que prometía ser una gran aventura.
Panchito lo hizo. Le contó desde que se reunieron en la montaña Pan de Azúcar en Brasil para dar un concierto, gastando sus ahorros y teniendo una aventura antes de dicho evento. El representante de la banda los regañó hasta que se supo de su lucha contra un traficante de animales exóticos y la mina de diamantes que encontraron. No pudieron quedarse con las joyas, pero sí obtuvieron fama y un cálido recuerdo.
—¡Genial! —exclamó Webby emocionada por la historia de Panchito —. ¿Podemos montar una anaconda?
—¡No! —interrumpió Donald —, es demasiado arriesgado para un grupo de patitos.
—Pero tú lo hiciste —se quejó Dewey.
—Es diferente y no es algo que este sujeto a votación.
—Pero...
—Sin peros —volvió a interrumpir Donald.
Los niños no pudieron montar en una anaconda. La prohibición de Donald no fue necesaria pues no se encontraron con ninguna pese a que hicieron el intento por buscarla. Todos regresaron a su casa, incluyendo a los habitantes de la luna que, consideraban, habían estado demasiado tiempo en la Tierra.
Notas autora:
(1) Gatitas en brasileño.
(2) y (3) referencia al cómic "Los Siete (menos cuatro) magníficos. No toma en cuenta todos los hechos. Ese cómic y más se encuentra traducido en la página de Facebook "Cómics del pato Donald en español".
