Capítulo 9: Entre dos caminos


Ciertamente Scrooge no lograba entender cómo había terminado en la situación en la que se encontraba, aunque tampoco había hecho nada para detener las cosas, incluso parte de él admitía que había contribuido. Donald era su sobrino, el patito al que debía proteger, sin embargo había ocasiones en las que sentía que no lograba entenderlo.
Tiempo atrás lo había besado en medio de un impulso. No fue algo que le desagradara, al contrario y no quiso pensar en los motivos de ello. Intentó pretender que nada había pasado y Donald de cierta manera lo había ayudado al no hablar del tema. Pero los roces se hicieron más frecuentes, parte de él deseaba esos contactos y se descubría a sí mismo siguiendo sus impulsos. Un beso a escondidas, una caricia furtiva y encuentros apasionados a escondidas del mundo.
La culpa no lo detuvo realmente. Si bien sabía todo lo que implicaba mantener una relación de ese tipo con Donald y lo que la gente diría, lo que pensaría su hermana Hortense, fueron pocos los remordimientos que llegó a experimentar. Al igual que muchos otros de sus actos cuestionables, simplemente lo dejó pasar y lo archivo en un espacio de su mente en el que no le generaría malestar.
Luego apareció Donna Moo Goo. Se suponía que debía ser un juego de un solo día, pero Donald fue incapaz de deshacerse del disfraz. Él todavía conservado el video que había grabado del casting falso, en alta definición para no perderse ningún detalle. La llevó a un lugar donde nadie conocido o influyente pudiera observarlos y esa noche en el bar lo notó, muchas miradas se posaron sobre su amante e incluso hubo uno que se animó a buscar más de Donna Moo Goo de lo quede podría tener.
No se consideraba como alguien exhibicionista, pero en esa ocasión sintió que debía hacer una excepción. Quería que todos supieran que Donna le pertenecía y dejó en su cuerpo varias marcas que lo probaban. Él era de Donald, aunque no hubieran palabras o marcas en su cuerpo que lo indicaran.
Dejarse llevar por la lujuria fue sencillo. Había algo en el cuerpo de Donald que le resultaba adictivo. Desde que comenzaron ese tipo de relación se había encargado de enseñarle todo sobre sexo. No quería solo que supiera sobre el sexo y las artes amatorias, quería que lo dominara y que, ambos hicieran de cada encuentro algo memorable.
Cuando le pidió que fuera al baile con él como Donna Moo Goo tenía intenciones de pasar toda la noche a su lado. Sus intenciones eran puras y sinceras del mismo modo en que lo habían sido cuando la invitó a la heladería. La idea de asistir a esa clase de eventos le resultaba fastidiosa, pero tenía la esperanza de que con su compañía, la estadía sería más amena. La presentó a sus sobrinos y no supo que etiqueta darle pues sabía que lo que tenían no cabía en una sola categoría.
Por unos instantes se había olvidado de todo lo que pasaba a su alrededor. Donna apareció con su traje formal y no podía dejar de verla. Si Scrooge no estuviera enterado de que era en realidad Donald Duck no habría sospechado de nada. Lucía tan femenino, elegante y hermoso, especialmente esto último.
Bailar con Donna fue agradable. Era algo diferente a lo que estaba acostumbrado y que quería repetir en más ocasiones. Quería sentirlo cerca, física y emocionalmente. Esa noche en Brasil le había hecho sentirlo más cerca de lo que jamás lo había sentido y desear más momentos como ese.
Pese a lo mucho que le costaba admitir sus sentimientos y a las diferencias entre ambos, en el fondo era consciente del aprecio que le tenía a Donald. No habría permitido ninguno de sus avances si le fuera indiferente o sentido celos al notar las miradas que le dedicaban. Como Donald o como Donna tenía a más de un pretendiente, pero era incapaz de verlo.
Entonces apareció Goldie.
Cuando Scrooge McDuck vio a su ex, no pudo apartar la mirada de ella. No importaba cuántos años pasaran, seguía provocando el mismo efecto en él que provocó la primera vez que la vio. Sabía que era peligrosa y que no era de fiar, era algo que había aprendido por las malas y sin embargo no podía evitar sentirse atraido hacia ella. Eran muy parecidos y quizás, se dijo, ese era el motivo por el que le gustaba tanto.
Ella lo invitó a bailar y, aunque tuvo sus dudas, pronto se vieron sumergidos en una batalla que ninguno de los dos deseaba perder. Había reconocido en su mirada un reto silencioso al que no se le pudo negar. Cada paso, cada giro, a diferencia del baile que había compartido con Donna, buscaba controlar al otro y ciertamente ninguno de los dos estaba dispuesto a ceder.
—El mismo Scrooge de siempre —murmuró Goldie, muy cerca de él.
Fue en ese momento que Scrooge tuvo la certeza de que Goldie planeaba algo. Ella no era de las que actuaban sin ningún motivo. Bailó con ella, esperando que le hiciera saber de sus planes, buscando una oportunidad para dominarla, sabiendo que no había logrado hacerlo en el pasado y que no era probable que pudiera hacerlo en ese momento.
—¿Qué planeas?
—Me ofende que creas que planeo algo ¿no se te ocurrió pensar que solo quería pasar una velada contigo? —al ver que Scrooge no le creía se apresuró en agregar —, no es el caso, pero me ofende que no lo consideraras ¿Qué piensas de regresar al Klondike?
—¿Por qué lo haría?
—Porque hay un tesoro que nos espera.
—No sabía que podías usar el plural, creí que era desconocido para ti.
—No te burles de mí. Intenté ir sola, pero el tesoro que busco solo puede ser reclamado por dos personas.
—¿Por qué te acompañaría?
—Eres Scrooge McDuck, no puedes ignorar un tesoro.
Scrooge no pudo negarlo. Odiaba que Goldie lo conociera tan bien, pero más que fuera tan indomable. Desde que la conoció ella había sido libre y siempre había hecho lo que quería. Era una embustera y capaz de aparentar ser una inofensiva dama en cuanto se lo proponía. Scrooge tenía tantos motivos para odiarla y eran, irónicamente, los mismos motivos por los que la amaba tanto.
La primera vez que la vio fue en un bar. Había viajado al Klondike con la esperanza de encontrar oro y de labrar una fortuna. Goldie se encontraba en medio del escenario, con un vestido dorado y su cabello adornado por varias joyas. Su voz lo hipnotizó desde que la primera vez que la escuchó.
Tiempo después ella se sentó a su lado y él le contó acerca del nugget de oro que había encontrado, probablemente el más grande que había visto durante su vida. Goldie se mostró interesada y no era algo fingido. Fue tal la impresión que le provocó que no dudó en colocar un narcótico en su vida y robar su oro.
Cuando Scrooge despertó, estaba enojado. Buscó a Goldie y no de detuvo hasta dar con ella. Verla tan hermosa no bastó para que se hablandara, había experimentado una parte de lo que podía hacer y no se dejaría engañar. Ella ya no tenía el oro por lo que decidió que le cobraría de otra forma. Le dio uno de sus picos y la hizo trabajar en la minería por un mes.
Cuando Scrooge escuchó a Donna despedirse supo que le había hecho daño. Sus ojos no lo veían de forma acusadora ni había reproche en su voz, pero Scrooge sabía que no estaba conforme con la situación y que le dolía que le dejara. Esas no habían sido sus intenciones cuando la invitó a ese baile.
—Te acompaño.
—No gracias, puedo arreglármelas sola —Donna se negó a mirarle —. ¿No debería estar con su novia?
—¡Ella no es mi novia!
—¿Qué esperas para cambiarlo? Pocas veces he visto a una pareja tener una química como la de ustedes dos.
Fueron muchas las cosas en las que Scrooge McDuck pensó. Quiso decirle que había un motivo por el que ella era su ex o lo mucho que lo necesitaba, a Donna y a Donald, que, aunque podía destruirlo, también era cierto que podía sanarlo y es que, dudaba, que existiera alguien que lo conociera tan bien como Donald lo hacía. Confesar que había sentido celos en más de una ocasión y lo que temía perderlo. Pensó en tantas cosas que fue incapaz de decir.
—Es una embustera y una mentirosa —dijo finalmente.
—Pero aún así la amas.
Scrooge no supo qué responder. No pudo negar lo que Donna había dicho porque en el fondo sabía que era cierto. Goldie había sido su primer amor y, a pesar de haber tenido varios amantes durante esos años, seguía provocando en él como varias cosas cada vez que aparecía. Quiso decirle que lo amaba, pero calló incapaz de decir esas palabras. No creía que le creyera y no se sentía listo para decirlas.
Hubo un tiempo en el que estuvo dispuesto a luchar por Goldie y eso era algo que nadie sabía. Cuando ganó su primer millón le escribió una carta en la que le hablaba sobre sus sentimientos y en la que le hizo una pregunta que lo hubiera cambiado todo. La carta nunca llegó a su destino y Goldie nunca supo sobre esa propuesta de matrimonio. Él siguió el camino que lo convertiría en el pato más rico del mundo y ella buscando lo que más amaba, el oro.
—Donna, espera —todo lo que pudo hacer fue pedirle que se quedara.
Donna ni siquiera volteó. Scrooge decidió que había hecho demasiado y que su orgullo no podría resistir un golpe más. Notó que algunas personas, no más de cinco estaban afuera del salón y la tristeza que tenía se convirtió en enojo. Pensó en Goldie y en su propuesta. Ella tenía razón, no podía dejar pasar la oportunidad de conseguir un tesoro.
Pocos minutos después, ambos se encontraban de viaje al Klondike. Habían usado uno de los aviones de Scrooge McDuck y asientos juntos. El dueño de la aerolínea dejó en claro que no dejaría a su ex sola pues temía que le tendira una trampa. En el fondo ambos sabían que ese no era el único motivo.
Ella se quedó dormida y apoyó su cabeza sobre su hombro. Scrooge trató de no moverse. Si bien era más fácil mantenerla controlada mientras dormía, ese no era el único motivo por el que no quería irrumpir su sueño. Goldie lucía tan frágil, tan tranquila, todo lo contrario a cuando estaba despierta. Tomó una fotografía, quería inmortalizar ese momento.
Poco después él también se quedó dormido y tuvo un sueño de lo más extraño. Si bien sus sueños no se caracterizaban por ser normales, ese tenía algo que lo hacía un tanto peculiar. En su sueño él se encontraba en una de las minas del Klondike. Scrooge recordaba haber encontrado en ese sitio una pieza de oro de gran tamaño, probablemente la más grande que había visto en su vida. Siguió cavando con la esperanza de revivir ese momento, pero lo que encontró fue muy diferente. En vez de una pieza de oro de gran tamaño encontró a los trillizos sosteniendo una caja cada uno.
—Deberás elegir —le dijeron al unísono.
—Están en el sueño equivocado, este es el sueño en el que hago uno de mis más grandes hallazgos, no responder a preguntas tontas.
—¿Elijes a la estrella? —Huey levantó la caja que sostenía y le mostró una gorra que nunca podría confundir.
—¿Elijes al oro? —Louie levantó la caja y le mostró un mechón de cabello, el mismo que guardaba en su habitación y que solía acariciar cuando extrañaba a Goldie.
—¿Elijes dejar que todo siga igual? —Dewey levantó su caja y estaba vacía.
—¿Qué es esto? ¿Una especie retorcida de concurso?
—Tienes que escoger.
—Y afrontar las consecuencias.
—Buenas o malas.
—No se ofendan, pero cambiaré de sueño. Este se está volviendo muy raro y preferiría luchar contra un zombi o encontrar un tesoro.
Scrooge comenzó a alejarse de su sueño, no quería pensar en las cajas o en lo que estás representaban. La voz de la azafata lo hizo despertar y fue en ese momento que se dio cuenta que estaba solo. No se sentía sorprendido, pero sí molesto al confiar una vez más en Goldie. Pensamiento que desapareció cuando la vio aparecer por los pasillos. Su peinado y ropa eran diferente por lo que dedujo que había estado en el servicio. Se levantó, pretendiendo que no había pasado nada y se fue en busca de su equipaje. Goldie no había hecho nada extraño, pero no dudaba que en cualquier momento lo hiciera. Goldie siempre lo hacía.
—Esa estafadora —se quejó Scrooge McDuck.
Su enojo desapareció cuando vio a Goldie aparecer por el pasillo. El hecho de que su maquillaje y peinado se encontraban en orden le hicieron sospechar que había estado en el baño, aunque tratándose de Goldie prefería no bajar la guardia. La conocía demasiado como para saber que ella no era alguien en quien no dejaría pasar una oportunidad para tomar lo que quisiera y más cuando había un tesoro involucrado.
—Ya era hora de que despertarás.
Ambos se dirigieron a la tienda más cercana y se aseguraron de conseguir todo lo que pudieran necesitar. Las herramientas y la ropa fueron una prioridad y, aunque Scrooge había tomado bastante comida de la fiesta, tuvo que comprar algunas provisiones. Goldie le había dicho que el viaje tomaría mucho tiempo y que, una vez que se adentraran, sería difícil acceder a más provisiones.
—En ese caso llevaré conservas. Asegúrese de darme las que tengan una fecha de caducidad mayor.
—Esta semana tenemos una oferta en la sopa de tomate enlatada —le dijo el vendedor —, si compra tres cajas le puedo hacer un precio especial.
Scrooge se dijo que, incluso si no las gastaba todas, podria almacenarlas en su casa y tenerlas listas para otra aventura o para la comida. Él no solía comer mucho, las únicas excepciones a la regla era cuando la comida era gratis o Elvira Coot y Donald Duck los que cocinaban, ambos eran unos chefs excepcionales.
—¿En serio llevarás tanta comida? —le preguntó Goldie incrédula, su confusión aumentó al ver las latas —, creí que preferirías una opción más económica.
—Conseguí un precio especial.
—Eso suena más como algo que tú dirías.
—No hables como si fuera tan predecible.
—No lo eres —Goldie colocó sus dedos sobre su abdomen y comenzó a trazar pequeños círculos —, es solo que yo te conozco tan bien.
Por unos instantes Scrooge creyó que Goldie lo iba a besar y no planeaba resistirse, idea que descartó en el momento en que ella se alejó. La forma tan repentina en la que lo hizo le hacían pensar que olía mal o había algo malo en él, algo que la lastimaba. Trató de no tomárselo como algo personal y enfocarse en lo que realmente le interesaba, el tesoro.