Capítulo 2: Plumas

Donald no tenía planes de acompañar a su familia a una de sus aventuras, sin embargo se encontraba en medio de una tratando de encontrar una forma de desactivar la trampa que lo separaba de su familia. Amaba la aventura, no lo podía negar pues era algo que estaba en su sangre, pero le era difícil disfrutarla cuando solo podía pensar en la seguridad de su familia o sentirse menospreciado al ser usado cómo carne de cañón.

Respiró profundo antes de empezar la carrera que lo llevaría al otro lado del camino, lugar dónde se encontraba la palanca que haría que la trampa se detuviera. Sabía que debía darse prisa si quería evitar que el lugar se llenará de agua. Corrió, intentando esquivar los dardos y las llamaradas de fuego. Logró esquivar la mayoría, pero cuando tiró de la palanca, una cuarta parte de sus plumas estaban quemadas y una aguja colgaba de su brazo. La retiró tratando de pretender que no le dolía. No fue difícil, si bien no había obtenido los mejores resultados en el entrenamiento anti-tortura podía decir que era bueno disimulando el dolor, algo que le había servido tanto en su vida como agente secreto y en su vida cómo superhéroe.

—Buen trabajo, pato —le dijo Penumbra mientras le mostraba la lanza que había tomado.

En ese momento Donald creyó que la alienigena fue egoista, idea que descartó al verla usar la lanza para luchar contra el protector de la cueva y proteger a su familia. No había tenido la oportunidad de verla luchar en el pasado, pero en ese momento podía confirmar que era una guerrera.

Decidió unirse a la pelea. El enojo comenzaba a nublar su mente y no podía quedarse sin hacer nada, especialmente cuando sabía que ese creatura tenía intensiones de buscar a su familia y hacerles pagar por haber ingresado a sus dominios.

La pelea terminó y ambos se reunieron con el resto del grupo. Ninguno había notado el peligro en el que se habían encontrado pues toda su atención se encontraba enfocada en el tesoro en la cueva. Las joyas y las pinturas que el tesoro contenía eran bellas e imposibles de ignorar. Reunieron el tesoro y se marcharon casi de inmediato.

Al día siguiente Donald encontró varias plumas esparcidas sobre su hamaca y recordó el motivo por el que se había marchado. Se suponía que debía estar en un crucero, descansando, no en una celda en la luna o en medio de una isla. Con todas las cosas que pasaron no había tenido tiempo para descansar o relajarse, tal y como le había recomendado el doctor.

Pensó en decirle a su familia que saldría a pescar cuando notó que no estaban. No tardó en enterarse del motivo pues la señora Beakley fue muy amable en el momento de contarle que habían salido a una fiesta en la que Scrooge McDuck era el invitado de honor.

Donald agradeció por la respuesta y, con la ayuda de la señora Beakley, sacó su casa-bote de la piscina de su tío. En ese momento tenía intensiones de regresar y solo planeaba salir a pescar. No le molestaba que Scrooge no lo hubiera tomado en cuenta para la fiesta, había dejado de invitarlo a ese tipo de eventos desde que le lanzó una bebida al embajador de la India y Scrooge no pudo hacer negocios con ese país por más de un año. Su intención había sido mojar a Gladstone, algo que no hacía menos grave lo que hizo.

Pasaron varias horas antes de que pudiera pescar algo e incluso se estaba dormido cuando la caña comenzó a moverse. Tiró de ella con fuerza y grande fue su alegría al encontrar una trucha de gran tamaño. La colocó en el balde a su lado y volvió a lanzar la caña al mar, pescando en esa ocasión una bota bastante desgastada. La lanzó sin prestar atención a lo que hacía y continuó pescando. Al final del día había conseguido una nada despreciable cantidad de peces y un llamado de la Agencia. Llevó su barco al muelle y se apresuró en tomar un taxi que lo llevara al punto de reunión.

Saludó a Liz y se dirigió a la oficina de Head H, en esa ocasión Kay K no se encontraba esperando.

—Han habido reportes sobre gente de la luna en varios centros de interés turístico ¿Cómo puede explicarlo?

—¿En qué lugares?

—Creo que ambos conocemos bien la respuesta de esa pregunta. Seré directo ¿por qué omitió que la gente de la luna no regresó de inmediato?

—Porque no me lo preguntó —respondió Donald. Sabía que era inútil negarlo y no se le ocurría ninguna excusa.

—Eso no es ninguna justificación. Su deber era informar a la Agencia de todos sus movimientos.

—Puedo asegurarle que no planean nada contra la Tierra y, aunque le cueste creerlo, no son ninguna amenaza. Son gente pacífica que sentían curiosidad por un planeta que les es desconocido y del que solo habían escuchado por historias. Atacarlos solo habría servido para prolongar un conflicto que perdió su motivo de ser.

—No es el único que piensa así —comentó Head H —, por ahora lo dejaré pasar. Ha sido un agente ejemplar por varios años y esperamos que lo siga siendo por más tiempo.

—¿Puedo retirarme?

—No sin antes recibir los detalles de su próxima misión.

Double Duck no pudo evitar mostrar su decepción. Por unos instantes creyó que el peligro había pasado, pero al escuchar a Head H podía presentir que, aunque su posición en la Agencia no se vería comprometida, no podría dedicarse a buscar un nuevo trabajo tal y como había planeado.

—No se preocupe, es una misión sencilla. Solo debe entregar este sobre al agente B-Black.

—¿No sería mejor enviarlo por correo?

—¿Y correr el riesgo de que alguien fuera de la Agencia lo tome o que haya una confusión con los paquetes? Impensable, especialmente cuando tenemos al agente DoubleDuck para que se encargue.

Esas palabras no bastaron para convencer a Donald, pero e la pato sabía que ni ganaba nada insistiendo por lo que prefirió aceptar la misión. Mentalmente se dijo que una misión tranquila podría ser lo que necesitaba. En el fondo sabía que las cosas con la Agencia nunca eran sencillas.

—¿Dónde debo entregarlo?

—En Bahía, Brasil.

Escuchar el lugar al que debía dirigirse hizo que el mal humor de Double Duck desapareciera. Pese a saber que tenía una misión que cumplir, esperaba poder pasar algo de tiempo con sus amigos, Panchito y José. Ambos le habían dicho que estarían en ese lugar por lo que les parecía obvio que los vería.

Head H comenzó a darle los detalles de la misión. Por la forma en que hablaba parecía tratarse de una misión sencilla, un proceso rutinario. Pero la experiencia le había enseñado que incluso las misiones más sencillas podían convertirse en una situación de alto riesgo en el momento menos esperado o ser la cobertura de algún asunto turbio.

Donald se despidió y se dirigió a la casa bote. Pese a lo mucho que deseaba volver a ver a sus amigos, agradecía el hecho de que tuviera que partir hasta el día siguiente. Ese día tenía una cita con Jones y Della había prometido acompañarlo. Sabía que su hermana no solía retractarse, pero también que estaba acostumbrada a hacer lo que quería y que su desventura en la luna no había hecho que eso cambiara.

—Creí que no llegarías —no había reproche en la voz de Della, solo esperanza de no tener que asistir a la terapia.

—Surgió algo de improvisto.

—¿Una misión secreta? —le preguntó Della y Donald se sintió aterrado. Estaba más que seguro de nunca haber hablado con su hermana sobre su trabajo como agente secreto o de la Agencia con su hermana.

—Si por misión secreta te refieres a buscar trabajo, sí, estaba en una.

Donald no supo cómo interpretar la mirada de Della. Sabía que ella estaba confundida, pero no sabía si era porque había podido ver a través de su mentira o porque sintiera que era él quien se estaba perdiendo de algo.

—Estuve hablando con la agente 22 y he estado pensando que quiero volver al mundo del espionaje.

—Sabes que es muy peligroso —Donald sabía que su hermana era fuerte, pero también lo que implicaba ser un agente secreto y él no quería que su hermana estuviera rodeada de personas que pudieran traicionarla —. Nunca sabes en quien confiar y cuando lo haces, descubres que no puedes confiar en nadie... al menos eso vi en las películas de James Pond.

Donald se reclamó mentalmente por ese desliz. Conocía a Della lo suficiente para saber que el peligro nunca la había detenido y que era buena analizando a la gente. Solo esperaba que ella no recordara que él no era fan de James Pond y que nunca había sido capaz de ver una de sus películas hasta el final sin quedarse dormido.

De no haber estado tan preocupado por los planes de su hermana y la posibilidad de ser descubierto, habría notado que Della mencionó a una agente y que no era la primera vez que escuchaba ese nombre.

Della calló por unos instantes y se dedicó a mirar a su hermano detenidamente. Eso hizo que se sintiera molesto. Tenía la sensación de que ella le ocultaba algo y ciertamente tenía la sospecha de que se trataba de algo que le ocasionaría problemas. Quería creer en ella, pero el recuerdo de la Lanza de Selene seguía fresco en su memoria y ella no le había motivos para que dejará de verla como a la niña imprudente que haría cualquier cosa por una aventura.

—Tú siempre te duermes viendo esas películas.

—Será mejor que vayamos a la terapia.

Donald sabía que era inútil negarlo. Su hermana solía aprovecharse de ello para dibujar en su cara, la mayoría de veces un bigote, otras veces cosas menos decorosas y nada propias de una señorita. Prefirió cambiar de tema con la esperanza de que Della lo olvidara del mismo modo en que hacía con todo lo que le aburría.

Al principio Jones no estuvo de acuerdo con atender a ambos hermanos juntos, pero estos insistieron tanto que no tuvo otra alternativa. Después de varios minutos se convenció de que era lo correcto. La tensión de Della comenzó a disminuir, algo que no hubiera pasado sin la presencia de su mellizo, y se mostró más dispuesta a cooperar.

—Solía enviar mensajes a mi familia —comentó Della —, cada vez que hablaba frente a la cámara era fácil imaginar que había alguien del otro lado y olvidarme que estaba sola. Pasaron diez años antes de que me diera cuenta de que había más gente. Penny es mi favorita, aunque se mostraba agresiva quería estar con ella todo el tiempo.

—¿Nunca se sintió enojada? —preguntó Jones.

—Prefería mantenerme positiva y enfocarme en una manera de regresar. Era más fácil olvidarse de los problemas cuando se tiene la mente ocupada. Pero ahora que lo dice, debo matar a Gyro. Por su culpa estuve mascando chicle de regaliz negro por diez años.

—Tendremos que trabajar en esos instintos homicidas.

—Cualquiera reaccionaría del mismo modo si tuviera que mascar un chicle de regaliz negro por más de diez años.

La sesión duró un poco más de una hora y, aunque Della sentía que ni habían progresado demasiado, prometió volver. Desde que había regresado de la luna había intentado mostrarse fuerte. Estar en terapia le hizo saber que su estadía la había afectado y que no estaba mal ser solo una pequeña patita en ocasiones.

Lo primero que hizo Donald en cuanto llegó a la casa bote fue llamar a sus amigos para avisarle de su visita. Partió al día siguiente.Cuando sus sobrinos le preguntaron por el motivo de su partida había dicho que consiguió un trabajo como mensajero en una fábrica de hamacas. Ninguno hizo pregunta alguna y eso lo hizo sentirse culpable. Había dicho odiar las mentiras y les había mentido en tantas ocasiones para cubrir sus misiones con la Agencia.

Al día siguiente, demasiado temprano para el gusto de Donald, tuvo que presentarse en el laboratorio de Gizmo y recoger el sobre que debía entregar al agente B-Berry.

—No creo que te cause ningún problema, pero si llegara a pasar, solo debes presentar este documento —Gizmo le extendió un sobre de papel sin ningún tipo de decoración o distintivo.

—¿Hay alguna herramienta para mi misión?

—No mucho, no queremos que llames demasiado la atención. Te daré unos chicles explosivos de menta, un teléfono celular con un rayo paralizador incorporado. Además tendrás la fortuna de probar mi nueva arma, una pistola que lanza bichos eléctricos. Es de plástico por lo que no la notarán en el aeropuerto y si te da problemas puedes decir que es un juguete, solo deberás colocarla en modo incógnito y disparará burbujas. Estoy trabajando en otras municiones por lo que necesitaré que me des un informe detallado de lo que hace.

—Eso haré.

Donald dedicó varios minutos al análisis de la pistola que Gizmo le había entregado. La hizo girar un par de veces e hizo el amago de disparar. Era ligera por lo que estaba seguro de que no tendría ningún problema usándola. Agradeció a su compañero por las herramientas y se retiró sabiendo que, a pesar de que tenía tiempo, era mejor no confiarse.

El viaje en avión fue tranquilo y sin ningún tipo de complicaciones. Donald aprovechó para dormir durante todo el recorrido. También aprovechó para comer algo antes de llegar. La azafata le había dicho que podía comer todo lo que quisiera sin un costo adicional y él tomó la oportunidad. También compró una revista para leer durante el viaje, la cuál ni siquiera llegó a abrir.

Fue al llegar a Bahía que tuvo el primer problema. Un hombre amable, al menos en apariencia se acercó a él y fingió tropezar. Habría perdido el sobre que la Agencia le había encargado cuidar de no ser porque lo había guardado en el doble fondo de su sombrero y no en el bolsillo como había pensado el hombre que lo abordó.

Cuando Double Duck se dio cuenta de la trampa este estaba lejos. Corrió detrás de él, pero era demasiado tarde como para hacer algo. En ese momento se felicitó por no haber usado el uniforme de la Agencia. Había decidido usar su ropa casual para que Panchito y José lo localizaran con mayor facilidad, pero en ese momento sentía que su gorro podría serle de mucha utilidad para ocultar el sobre de la Agencia.

Divisar a sus amigos fue fácil. A pesar de la cantidad de gente que había en el aeropuerto era sencillo dar con los dos Caballeros. José se encontraba sentado en los hombros de Panchito y llevaba un cartel bastante luminoso con un mensaje para él escrito con luces.

—¡Hola, Donal'!

—¡Hola, Donaldo!

Panchito fue el primero en saludarlo. Había corrido a su alcance en cuanto supo que José estaba seguro en el suelo y lo había recibido con uno de sus efusivos apretones de mano y abrazos. José, aunque entusiasta, fue menos energético que su amigo.

—¿Y los niños?

—Vine solo, ahora que Della está de vuelta quiero enfocarme más en mí mismo.

No era del todo mentira. Si bien nunca dejaría de ser parte de la vida de sus sobrinos estaba considerando darles un espacio y creía que debería enfocarse en otras cosas como encontrar un trabajo o regresar a su antigua ubicación. Incluso había considerado salir de su retiro como Duck Avenger. Siendo un agente secreto no había tenido mucho tiempo para extrañar su antigua vida y sin Uno sentía que no era lo mismo.

—¿Della está de vuelta? —preguntaron Panchito y José al unísono. Fue en ese momento en el que Donald fue consciente de que ellos no estaban enterados del regreso de su hermana.

Fethry y Gladstone tampoco lo supieron hasta que se reencontraron en esa isla desierta. Tampoco se habían enterado de que él había estado ausente durante más de un mes y eso lo hizo sentirse molesto. El que su primo Gladstone le recordara lo terrible de su aspecto no hizo que se sintiera mejor, al contrario. Su molestia era tan grande que no le importó tomar una de las piezas del avión de Della y utilizarlas para cortar su barba y cabello.

Decidió contarles todo lo que sabía, omitiendo todo aquello que pudiera poner en evidencia sus identidades secretas. Ellos lo escucharon atentamente y, aunque trató de mostrarse imparcial, pudo notar que varias partes de su historia los había hecho enojar.

—¡Vamos a mi casa! —comentó José emocionado —. Panchito también se está quedando, pero queda suficiente espacio para los tres.

—Adelantense, debo entregar un paquete primero.

—Podemos acompañarte.

Donald sabía que sus amigos estaban siendo amables, pero prefería no involucrarlos en los asuntos de Double Duck. Ya habían intentado robarle el sobre y tenía el presentimiento de que usando volvieran a intentarlo no serían tan amables. Pero no sabía cómo decírselo a sus amigos sin ser grosero o que sospecharan.

La idea llegó a él poco después. Se dijo que no les diría nada y que los perdería en cuanto tuviera la oportunidad. Brasil era un país grande y era sencillo extraviarse en el metro.

—Tengo que ir a la montaña Paz de Azúcar.

No era mentira. Poco antes de llegar a Brasil le había escrito un mensaje a su compañero para que se vieran en esa zona. Siendo un lugar turístico resultaba sencillo camuflarse entre los civiles y detectar comportamientos anormales.

—Eso me trae recuerdos —comentó José nostálgico.

Panchito y José lo acompañaron al metro. Donald no tuvo problemas para alejarse, solo tuvo que meterse entre la multitud y dejarse llevar por esta. Cuando llegaron a la cima de la montaña Paz de Azúcar llevaba un par de zapatos y había perdido a sus amigos. Lo único que impidió que perdiera su sombrero y el sobre en su interior era el hecho de que lo hubiera sostenido con fuerza en todo momento.

Donald colocó la revista que había comprado debajo de una piedra. Le dolía deshacerse de unos cómics que no pudo leer, pero había notado que lo estaban siguiendo y consideraba que no tenía opción. Llamó a B-Black y pretendió no haber visto nada.

—¿Te diste cuenta? —le preguntó el agente.

—Sí, es por eso que te dejé un paquete especial debajo de la roca donde perdimos nuestros sombreros. Me quedaré en casa de un amigo y luego iré a un concierto.

—Bien pensado, DD —le dijo B-Black —, sospecho que se ha filtrado información sobre tu viaje y que deben estar vigilando ciertos lugares. Procura llamarme únicamente en caso de emergencia, encontraré otras formas de contactarte.

DoubleDuck colgó la llamada.

—¡Qué susto nos diste!

Donald se volteó al escuchar a Panchito. Él y sus amigos se notaban preocupados y entendía el motivo. Se había separado de ellos poco después de que el viaje comenzara. No obstante se mostró sorprendido y los siguió después de dedicarle una última mirada al sobre que había escondido.

Su boleto no tenía fecha de regreso por lo que lo único que le preocupaba era su familia. Llamó a su casa y grande fue su sorpresa cuando Louie contestó. Él solía dejar que sus hermanos o él atendieran el teléfono, sin embargo en esa ocasión lo notó un tanto afectado.

—¿De verdad tienes que quedarte más tiempo? —escuchó a Louie y supo por su voz que no le gustaba la idea.

Eso lo hice sentir culpable. Si bien estaba feliz de haber hecho las pases con Scrooge y con el regreso de Della, había una parte de él que deseaba que las cosas volvieran a ser lo que eran antes, cuando solo eran él y los niños contra el mundo. Había ocasiones en las que sentía que ellos no lo necesitaban y, aunque fuera egoísta, era algo que le resultaba doloroso.

—Hubo un pequeño retraso y debo esperar hasta el próximo concierto de José ¿Quieres que te lleve algo de Brasil? Tal vez no lo creas, pero me pagaran bien por este trabajo.

—Dicen que en Brasil hay muchos diamantes.

—Le preguntaré a Panchito y a José si me acompañan a buscar algunos. La última vez que anduvimos de mineros encontramos una mina.

—¿En serio? —preguntó Louie un tanto inseguro.

—Solo tienes que buscar sobre las minas de Ophir y verás los nombres de los Tres Caballeros —aunque Donald pretendió estar ofendido sabía que como Donald era fácil que su estimaran sus habilidades, era algo que incluso le llegó a pasar como Doubleduck en algunas ocasiones —. ¿Otra cosa que te gustaría que te llevara? No prometo que pueda encontrar diamantes Puedes preguntarle a tus hermanos si quieren algún recuerdo.

Donald y Louie continuaron hablando por un largo rato más. El pato más joven le contó acerca de la nueva aventura a la que había ido con Scrooge y Donald lo escuchó maravillado.

Una parte de él tenía la esperanza de que sus sobrinos se aburrieran de las aventuras, pero comenzaba a creer que no sería así. Se dijo que debía aceptar que eso estaba en su sangre y que por más que lo intentara no podría suprimir dicho espíritu aventurero. Sus antepasados hicieron grandes hazañas, conocía muchas de estas por el tiempo que vivió en el castillo McDuck y tenían familiares dispuestos a enseñarles todo lo que sabían.

José propuso un paseo por Brasil. Si bien Panchito conocía Río de Janeiro, Donald no lo hacía y el loro consideró que era un problema que debía resolverse urgentemente.

—Hay muchos lugares que podemos visitar y que debes ver. La comida, las playas, los monumentos, las mujeres. Te aseguro que querrás quedarte para siempre aquí. No hagan planes para esta noche que ya me encargué de eso y les aseguro que los amaran.

—¿Qué es?

—Una sorpresa.

Donald se dirigió a casa de José. No era especialmente grande, pero sí contaba con el suficiente tamaño para vivir tranquilamente. También era bonita y podía sentirse un ambiente hogareño. No estaba al lado del mar, pero este quedaba cerca por lo que se podía visitar en cualquier momento.

—¿Qué opinas de mi humilde hogar? —preguntó José orgulloso.

—Es hermoso.

—He estado tratando de convencer a mi casero de que nos venda la propiedad, estoy seguro de que en cualquier momento cede.

—Suerte con eso, aunque no creo que la necesites.

—Lo sé, estoy a punto de lograr que ceda.

—Eso es porque le gustas —comentó Panchito y Donald tuvo la impresión de que estaba celoso.

—No lo culpo —respondió José antes de dirigirse a Donald —. Espero no te moleste compartir habitación con nosotros, pero es que todavía no hemos terminado de arreglar los otros cuartos, tuvimos ciertos contratiempos.

—¿La invasión lunar?

—No, el señor Martinez —respondió Panchito un tanto avergonzado —, es un buen caballo, pero digamos que se asusta con facilidad.

Donald no hizo más preguntas, no estaba seguro de querer saber la respuesta. A él no le molestaba compartir habitación con sus amigos, solían hacerlo cuando estaban en la universidad e incluso compartieron cama durante las muchas noches en vela.

La sorpresa de la que José había hablado era una visita a la playa. Ese día, al igual que todos los últimos domingos del mes, se organizaba un pequeño carnaval improvisado en el que varias bandas locales se reunían para cantar, bailar y compartir algo de comida con los seres queridos.

—¡Vamos! —José los tomó de la mano y los llevó hasta el lugar en que se encontraba una de las bandas —. ¡No hay nada como las fiestas en Bahía!

—Por ahora haré que te creo —comentó Panchito, pese a que no había malas intenciones en sus palabras resultaba evidente que prefería las fiestas de México.

Donald se sintió fascinado al ver a las bailarinas danzar. Ellas le parecían hermosas y sus movimientos impresionantes. Por varios minutos fue incapaz de apartar la mirada y solo lo hizo cuando José colocó sobre él y Panchito un sombrero con una cantidad incontable de cintas de colores.

—Conozco al director de la banda y nos permitió unirnos.

—No tenemos instrumentos.

—Deja que tu buen amigo José se encargué de eso.

José los llevó hasta el lugar en el que se encontraba el director quien se mostró más que feliz por ver a José y gustoso ante la idea de dejarlos participar.

—Siempre hay espacio para alguien más, en especial si se trata de amigos de mi bien amigo Zé.

Donald tomó unos bongos. No tenía mucha experiencia con estos, pero no quedaban muchos instrumentos disponibles. Él y Panchito siguieron a José hasta el lugar en el que se encontraba la banda y no tardaron en unirse y ser bien recibidos por estos.

Los Caballeros no tuvieron problema en integrarse a la banda pese a que no habían asistido a ninguno de los ensayos. Las canciones que interpretaron eran bastante populares en Brasil y José estuvo más que encantado de mostrarselas a sus amigos y hacer que estos aprendieran a tocarlas.

Desfilaron por la playa y tocaron hasta después de la medianoche. No fue hasta ese momento que Donald percibió lo cansado que estaba. Se había divertido tanto que no había notado el paso del tiempo o la distancia recorrida.

—Tengo una sorpresa más —agregó José orgulloso de sí mismo —, bocadillos para los músicos y una fogota para pasar el rato.

José comenzó a correr, lo hizo en cuanto terminó de hablar. Panchito lo siguió y Donald esperó un poco. Los dos solían estar llenos de energía y ni siquiera participar en un carnaval improvisado podría cambiar en eso.

—No sabía que tenías habilidades musicales.

Donald se volteó al escuchar esas palabras. No necesitaba hacerlo para saber quien era quien le había hablado pues esa voz resultaba inconfundible.

—Soy un pato con muchos talentos.

—Estoy ansiosa por descubrirlos —le dijo Arianna con un tono de voz que le resultó coqueto, aunque rápidamente descartó esa idea y se dijo que solo era Kay K haciendo una de sus bromas.

—Me alegra verte.

—No esperaba verte por aquí, DD, alias Fauntleroy —Arianna se río al decir sus palabras, era su venganza por lo del incidente de su nombre.

Si bien era cierto que él no se lo había revelado a ninguno de sus compañeros eso no hacía que sus deseos de venganza fueran menores. Él sabía su nombre y eso le parecía suficiente.

—Pueden llamarme Donald, es mi primer nombre.

—Es bueno volver a verte —le dijo Josephine con una sonrisa amable, a su lado estaba Abel —. Fauntleroy es un bonito nombre.

"Uno que difícilmente puedo pronunciar", pensó Donald con algo de amargura.

Verlos hizo que Donald descartara que Kay estuviera en una misión. Estando en una misión no debería divertirse, pero como debía esperar a poder comunicarse con B-Black no creía que la Agencia se molestara por el cambio de planes, al contrario, creía que era una buena forma de despistar a sus perseguidores.

—¡Donal'! ¡Date prisa!

Era Panchito quien lo llamaba.

—En unos instantes los alcanzó.

Donald no había terminado de hablar cuando sus amigos se reunieron con él. La mirada de ambos se posó sobre Kay K y Donald no necesito de palabras para saber en lo qué pensaban. La forma en que se reían lo decía todo.

—Abel, Arianna, Josephine, ellos son mis amigos Panchito y José. Panchito, José, ellos son Abel, Josephine y Arianna.

Donald no pudo ni quiso evitar sonreír al pronunciar el nombre de su compañera, su sonrisa aumentó al ver su reacción.

—Un placer conocerlos —José besó las manos de Arianna y de Josephine.

Abel no tuvo tiempo de molestarse o de notarlo pues fue saludado por Panchito quien utilizó uno de sus enérgicos apretones de mano. Necesitó de varios segundos para recuperarse del mareo una vez que este terminó.

—¿Quieren unirse a la fogata? —los invitó José —, todos llevaremos algo para compartir y será muy divertido.

—Ve tú, Arianna —Josephine fingió un bostezo —, tu padre y yo queremos descansar. Ustedes son jóvenes, vayan a divertirse.

—No hagan nada que yo no haría —les dijo Abel.

Donald se sintió un poco confundido al ver el codazo que Josephine le dio a su esposo y más aún al ver la reacción de Arianna no obstante decidió que lo mejor sería quedarse con la duda.

Los Tres Caballeros y Arianna pudieron encontrar una licorera abierta. Esta estaba por cerrar por lo que tuvieron que darse prisa en hacer sus compras. Entre los cuatro se organizaron para comprar varias botellas de cerveza, otras bebidas alcohólicas y muchas botanas siendo esto lo que más compraron. Se habrían olvidado del hielo de no ser por Arianna que regresó por él en el último momento.

La fogata no estaba encendida cuando llegaron. José se apresuró en buscar a sus amigos de la banda y no tardó en encontrarlos. Estos habían improvisado una parrillada y estuvieron más que felices de incluirlos.

—Pueden comer y tomar todo lo que quieran —comentó Miguel, el director de la banda, al ver lo que los recién llegados llevaron agregó —, de hecho parece que nos va a sobrar mucha comida. No creo poder decir lo mismo del licor.

—¿Cómo se conocieron? —preguntó José.

Donald no estaba preparado para responder a esa pregunta. No había pensado en una historia para ambos y sabía que no podía decir la verdad sin involucrar a la Agencia o sin sentir que mentía. Kay le había dicho que ella lo había ayudado en su primera misión, pero él no recordaba haberla visto en esos tres días.

—Fue cuando contraté sus servicios para hacerle un collar a Daisy.

—Desde entonces hemos sido buenos amigos —agregó Arianna, ella parecía divertida por su respuesta y Donald tenía una sospecha de su motivo.

Donald intentó encender la fogata, pero falló en el intento. Varios de los integrantes de la banda y Los Tres Caballeros se dedicaron a recoger algo de basura para poder alimentar la pequeña chispa que tenían. Probaron con diferentes cosas y aunque la llama creció un poco esta no tardó en apagarse casi en su totalidad.

Al final fue Arianna quien resolvió el problema. Tomó una de las herramientas de Gizmo que llevaba consigo y sin que nadie la viera hizo que la fogata tuviera el tamaño ideal para pasar la velada.

Donald tomó asiento al lado de Arianna y le extendió una cerveza y unas botanas. Ella solo aceptó unos malvaviscos que comenzó a asar. Ella había llevado un poco de vodka por lo que no se quedó sin beber nada. Panchito y José no tardaron en unirse, ambos llevaban más comida y más bebidas.

Hablaron durante horas de todo y nada a la vez. Pese a que Panchito y José no conocían a Arianna no tuvieron problema en entablar conversación con ella o con los integrantes de la banda que no se demoraron en unirse. Brasil y la música fue uno de los temas favoritos.

—¿Cómo hacen para comer tanto? —preguntó Arianna entre curiosa y un tanto asqueada.

—Años de práctica —respondió Panchito orgulloso antes de ofrecerle unas bolitas de queso.

—No, gracias, estoy comiendo malvaviscos y eso ya es más de lo que mi dieta puede tolerar.

—Los malvaviscos son ligeros, no deberían engordar.

—Pero lo hacen, demasiada azúcar.

José era el más animado de todos. La mayoría, por no decir todos, lo conocían y estaban más que felices de tenerlo cerca.

Luego comenzaron los chistes malos. Miguel fue el ganador. La mayoría, por no decir todos, estuvieron de acuerdo con que eran los peores, pero aún así muchos se rieron de estos.

Donald se quedó sin palabras cuando Lola, una de las integrantes de la banda, besó a Panchito, a José y a Arianna. Todo cobró sentido cuando lo besó a él y es que pudo percibir que había tomado de más. Decidió vigilarla, consciente de que cualquiera podría aprovecharse de ella en su estado.

La vio besar a todos los integrantes de la banda e incluso intentarlo con quienes pasaban cerca del lugar y a los miembros de otras bandas.

—Mi casa no queda lejos —les dijo Miguel mientras que le entregaba las llaves de su casa —. Es costumbre que se queden en mi casa después de estas presentaciones.

Miguel les dio la dirección de su casa. Afortunadamente esta no quedaba demasiado lejos de la playa y, aunque no era grande si era lo suficientemente espaciosa para dar refugio a toda la banda.

Donald y Arianna la llevaron hasta la sala de la casa de Miguel, lugar que staba preparado para servir como dormitorio para los integrantes de la banda. Ambos tuvieron que tener mucho cuidado para evitar ser besados o acariciados. Lola se quedó dormida en cuanto tocó la cama por lo que decidieron volver a la fogata y divertirse un poco más antes de retirarse.

—¿Estás en una misión? —le preguntó Arianna.

—Espero que los demás no se pasen de tragos —se quejó Donald.

—Lo mismo digo, me he divertido con ellos, pero no creo que sea lo mismo si están muy borrachos.

Las cosas se habían salido de control un poco durante el tiempo que estuvieron alejados.

Muchos de los músicos comenzaron a mostrar señales de ebriedad. José estaba sosteniendo el cabello de Miguel mientras que este vomitaba y Panchito tuvo que usar una de sus pistolas pues alguien ajeno a la fogata se había acercado con la intención de llevarse a una de las bailarinas.

Contrario a lo que esperaban Miguel no estaba tan ebrio por lo que pudo ayudar a cuidar de los músicos. Los tres Caballeros también ayudaron. Los llevaron al hotel y los acompañaron mientras evitaban para evitar cualquier tipo de calamidad. Más de uno comenzó a llorar y a contarles secretos que, tenían la seguridad, nadie debería escuchar.

Encontrar a René fue una de las cosas más difíciles. Después de varios minutos de búsqueda Donald comenzó a preocuparse de que se hubiera ahogado, perdido o que lo hubieron secuestrado. No pasó nada de lo que imaginó. El loro se encontraba subido en la copa de una palmera, bebiendo y cantando no tan desafinado como habría de esperar.

Donald subió a la palmera y se aseguró de sujetar al músico con fuerza sobre su espalda. Cuando sintió algo húmedo se dijo que era una mala idea, pero no quiso detenerse a verificar, prefería no saberlo.

—Viniste por mí, Zé —le dijo René, su voz entrecortada hacía que fuera difícil entender lo que decía.

Donald se dijo que si René se comportaba mejor con su amigo él no sería quien lo sacara de su ilusión. Cuando comenzó a besarle se dijo que nada de lo que hiciera podría ser peor que eso.

—Soy un amigo de Zé.

—Debí imaginarlo. Zé ama a ese Panchito.

René comenzó a llorar y todo lo que Donald pudo hacer fue arrastrarlo hasta la casa de Miguel. Para su mala fortuna, René no solo no se quedó dormido sino que también comenzó a patalear a mitad del camino y no se detuvo ni siquiera cuando lo colocómo en la sala, uno de los pocos sitios dónde quedaba espacio y se habían colocado varios colchones en el suelo.

—Puedes hacer lo que quieras con mi cuerpo, pero ¡mi corazón siempre le pertenecerá a Zé!

—¿Qué? No voy a hacerte nada.

—¿Por qué? Es que soy feo o no soy lo suficientemente bueno —René comenzó a llorar con más fuerza que antes.

—Eres hermoso —le dijo Donald en un intento por hacerlo sentir mejor —. Cualquiera podría enamorarse de ti y sería muy afortunado si es correspondido.

—Entonces, bésame, hazme tuyo y borra todo pensamiento que pueda tener por Zé. Métete tan dentro de mí que no pueda pensar en nada más... o caminar por un largo tiempo.

René se lanzó a los brazos de Donald y el pato no pudo entender el cambio tan drástico del loro. Poco antes proclamaba su amor a José, pero en ese momento quería hacer más que solo besarlo. El loro se quedó dormido después de forcejear por un rato.

Donald lo cargó hasta un lugar seguro. No estaba seguro de si se había despertado o no durante el camino, pero la sensación de humedad en su espalda le hacía pensar que así había sido.

Donald salió a tomar algo de algo aire fresco cuando se encontró con B-Black. Por su aspecto resultaba evidente que había salido de una fiesta.

—¿Qué tienes en la espalda?

—Créeme cuando te digo que ni tú ni yo queremos saberlo.

Donald buscó con la mirada si había alguien más cerca. Encontró a uno de los miembros de la banda y tuvo la sensación de haberlo visto antes, en la montaña Paz de Azúcar. No sabía si era paranoias suyas, pero tenía la certeza de que fue quien intentó robarle al llegar a Brasil. Decidió pretender que no había visto nada.

—También lo noté —le dijo B-Black —, deberías darte prisa en tomar un baño.

Donald se quitó el sombrero y lo utilizó para abanicarse. Pretendía olvidarlo para que de ese modo B-Black pudiera acceder al sobre que Gizmo le había dado. Tomó el teléfono que el científicos de la Agencia le había dado y, confiando en que no sería interceptado, le escribió su plan.

B-Black no mostró ninguna clase de emoción que pudiera delatar el mensaje recibido, pero le escribió una respuesta en la que aceptaba continuar con su plan. Donald colocó su sombrero a un lado y siguieron hablando durante un rato. Ambos hablaron de Brasil y de lo que se podía hacer en ese lugar hasta que Panchito y José llegaron.

Ese día Donald hizo dos llamadas. Una a la Agencia para decirle que se quedaría en Brasil más tiempo con el fin de despistar a quien lo seguía y otro a su familia para evitar que se preocuparan por él. Pensó en llamar a Kay K para confirmar que estuviera bien, pero se limitó a enviarle un mensaje de texto.