Capítulo 3: Vacaciones

Pese a que Donald fue el primero en levantarse, sería erróneo decir que se despertó temprano. Su cabeza le dolía por lo que se tomó una aspirina y se encargó de preparar el desayuno. Uno de sus omelettes energéticos y un café bastante cargado para lidiar con el dolor. Si bien no había tomado tanto como los de la banda su cabeza le dolía y mucho.

—¿Qué haces despierto tan temprano? —le preguntó José.

—Nos preocupamos cuando fuimos a buscarte a tu habitación y no estabas —agregó Panchito.

—Me levanté a las once. Si no se hubieran levantado habría ido a ver si seguían con vida.

—Exageras —respondieron Panchito y José al unísono. Las expresiones de ambos cambiaron al oler la comida.

—No sabía lo mucho que necesitaba de café hasta que lo olí.

—Yo sí y estaba por preparar uno. Salvaste nuestra vida, Donaldo.

—Eres nuestro héroe. Incluso nos preparaste el desayuno.

Panchito y José tomaron asiento al lado de Donald y comenzaron a desayunar. Los tres comenzaron a hablar animadamente sobre los hechos de la noche anterior y de lo mucho que se habían divertido pese a que terminaron cuidando de un grupo de adultos que habían tomado de más.

—Tus omelettes son los mejores —Panchito le quitó la mitad de los omelettes a Donald, quien en venganza, bebió parte de su café —, ya puedes casarte.

—No he salido con nadie desde que nacieron los trillizos —comentó Donald incrédulo —, y no tengo intenciones de cambiarlo.

—Yo podría casarme contigo.

—No digas eso que Panchito se pondrá celoso.

—Nos casamos los tres y asunto resuelto. Vamos, patito, solo di que sí y seremos tuyos.

Los tres caballeros se rieron a carcajadas. Tanta risa provocó que a los tres les doliera los costados. Poco tiempo atrás Donald había estado lidiando con más estrés del que podía soportar y la caída de sus plumas era prueba de ello. Sin embargo esos días parecían tan lejanos. Panchito, José y Arianne habían hecho que se divirtiera y se olvidara de todos sus problemas. Con ellos no había espacio para las inseguridades o para las tristezas.

Esa mañana no encontró ninguna pluma y, aunque tuvo pesadillas, estas no fueron lo suficientemente fuertes como para quitarle el sueño.

—Miguel me llamó hace poco, dijo que estaban bien y que quería darnos las gracias y saber si despertamos bien. Le dije que despertamos tarde, pero en buenas condiciones.

—Me alegra escuchar eso.

Una sonrisa amarga se dibujó en el rostro de Donald al pensar en René y en Lola. Ambos tuvieron suerte de no encontrarse con alguien con malas intenciones y es que ambos se mostraron totalmente vulnerables a cualquier tipo de ataque.

—También nos invitaron a comer alitas, hoy hay una oferta en el restaurante de Rosinha y allí venden las mejores alitas del mundo.

Donald sintió su teléfono célular vibrando en el interior de su bolsillo por lo que decidió revisarlo. Era un mensaje de Kay K en el que respondía el suyo y le preguntaba si podía visitarlo en la tarde. Eso le pareció extraño por lo que asumió que había sido idea de Josephine. Había trabajado con Arianna por años y sabía que ella no era el tipo de personas que solían avisar antes de una visita.

—Arianna y sus padres preguntan si pueden visitarnos.

—¿Es la gatinha que nos presentaste ayer?

—Sí ¿qué le respondo?

—Los amigos de Donaldo también son nuestros amigos, aunque primero tendré que limpiar un poco.

—Le pasaré la dirección de la casa —Donald no creía que Arianna la necesitara, pero tampoco quería ser descortés.

—Será mejor que comencemos a limpiar cuanto antes. No podemos recibir a dos bellas gatinhas en un basurero como este.

Donald buscó con la mirada a Panchito. Esperaba verlo molesto, pero en su rostro no había ninguna señal de celos. No era algo que le extrañara, pese a que sospechaba que a Panchito le gustaba José, también podía notar que su amigo brazileño no tenía ningún interés del tipo romántico en Kay K o en Josephine. También sospechaba que él correspondía los sentimientos de Panchito. En el fondo esperaba que fuera así. Ambos eran sus amigos y quería que fueran felices.

—Ella es divertida —le dijo Panchito y eso bastó para que Donald descartara sus sospechas —, y parece que te quiere.

—¿Qué te hace pensar eso? —preguntó Donald y su curiosidad era auténtica.

—Las miradas —en esa ocasión fue José quien respondió —, a veces era ella quien te veía y otras veces eras tú el que la veía. Me sorprende que no coincidieran.

—Hemos pasado por muchas cosas —Donald recordó las misiones que había tenido junto a Kay K. Las veces en que sus vidas estuvieron en peligro y cuando salvaron sus vidas mutuamente, momentos de los que no tenía permitido hablar con sus amigos.

—Tu mirada te delata —le dijo José con tono burlón —. Si no le pides una cita, seré yo quien lo haga.

—No creo que sea buena idea —comentó Donald. Si bien era cierto que estaba pensando en Panchito también lo era que ese no era el único motivo.

Panchito y José comenzaron a reírse al escuchar esas palabras. Donald no pudo evitar sentirse avergonzado.

Pocos minutos después los tres amigos se encontraban en un supermercado. José había insistido en que era necesario llenar la alacena y Donald quiso aprovechar la ocasión para comprar algunos juguetes para sus sobrinos.

Cuando sintió unos ojos observándolo decidió actuar con naturalidad. Tenía una sospecha del motivo por el que lo seguían, pero esperaba despistarlos comportándose como un pato ordinario que estaba de compras junto a sus mejores amigos. Tenía el arma que Gizmo le había dado y no tenía intensiones de usarla a menos de que fuera absolutamente necesario.

—No esperaba verte tan pronto, DD —era Kay K la persona que lo había estado siguiendo.

—Lamento lo de anoche —respondió Donald un tanto inseguro —, fue divertido hasta que nos convertimos en niñeros.

—No te preocupes, pude irme antes de que las cosas se pusieran demasiado feas.

—Bien por ti —Donald sonrió con amargura al recordar lo difícil que fue tratar con los miembros de la banda,en especial por René.

—¿Tan mal la pasaste?

—Solo agotador. Ellos nos invitaron a comer alitas y pienso que sería divertido que fuéramos. Apuesto que estarán felices de verte, a mí me gustaría que nos acompañaras.

—¿Las alitas son buenas?

—José dice que son las mejores y yo confío en él.

—Te tomaré la palabra.

Ambos continuaron con sus compras. Hablaron de temas triviales. Pocas veces solían interactuar fuera de las misiones, pero ninguno pensaba que fuera desagradable.

—Fauntleroy —lo saludó Josephine —, que gusto verte.

—Lo mismo digo —respondió Donald.

José y Panchito no tardaron en unirseles. Ambos llevaban una gran cantidad de dulces y snacks, tantas que apenas podían ver por donde caminaban. En cuanto vieron a la familia Konnery, no se demoraron en intercambiar saludos.

—Queríamos invitarlos a nuestro paseo por Brasil —les dijo Josephine, ella lucía animada.

—Estaré más que encantado de mostrarles los más bellos lugares —respondió José con su usual tono coqueto. Podemos ir a la hermosa playa de Copacabana, la estatua del noble Cristo, la bella playa Ipanema, el maravilloso estadio de fútbol de Maracana y conozco un lugar donde venden la mejor comida de Brasil y que debería ser un lugar de visita obligatorio cada vez que se visita Bahía.

—Suena maravilloso —comentó Abel, pese a sus palabras se notaba que no le gustaba el tono coqueto que José usaba con su esposa.

—José es el mejor guía —comentó Donald en un intento por defender a su amigo —, y un bromista.

Esas palabras parecieron calmar un poco a Abel. Donald se dijo que debería hablar con José. En más de una ocasión había tenido problemas por su personalidad despreocupada y, aunque no creía que Abel le hiciera algo,temía que se metiera en problemas.

El paseo terminó después de hacer las compras en el supermercado. Poco faltó para que José convenciera a la familia Konnery de que se quedaran en su casa, pero logró que aceptaran su invitación para cenar. Donald supo que él y Panchito tendrían que encargarse de la comida. Quería a José, pero no podía negar que sus habilidades culinarias dejaban mucho que desear.