Capítulo 4: Un mal momento

—Me gustaría ir a una playa —comentó Arianna. Ella levantó su mano para mostrar su punto —. Necesitó broncearme.

—Podemos ir a playa Copacabana, es una de mis favoritas y conozco a alguien que puede darnos un paseo en bote.

—Suena como un buen plan —comentó Josephine con expresión alegre —. Me convenciste con el viaje en bote.

Donald tenía buenos recuerdos de playa Copacabana y en todos ellos aparecían Panchito y José. Mentalmente se preguntó qué tanto había cambiado ese lugar, pues la última vez que la visitó fue cuando eran jóvenes y tenían su banda de la universidad.

Antes de eso hicieron una pausa. Arianna y Josephine insistieron en que necesitaban un traje de baño y Abel que necesitarían algo para comer. Abel les había pedido ayuda para cocinar algo, pero Los Tres Caballeros sabían el verdadero motivo de esa petición y no lo juzgaban, en especial Donald que había sido arrastrado por Daisy a muchas de sus compras.

Donald experimentó opiniones contradictorias cuando se enteró de que alguien se había infiltrado en la casa de José. La primera fue el temor de que sus amigos estuviera en peligro. DoubleDuck no se perdonaría si inocentes se vieran afectados por sus misiones. Lo segundo en lo que pensó fue alivio. Su instinto de espía le decía que el único motivo por el que se hiciera algo tan arriesgado era porque no tenían nada y para el agente era obvio que no encontrarían nada. Esperaba que eso fuera suficiente para que se olvidaran de él.

—¿Qué pasó aquí? —preguntaron Panchito y José al unísono.

—Parece un robo —comentó Abel —, o una venganza.

Donald no creía que fuera un robo. Había estado allí antes y lo recordaba como un lugar tranquilo, pero ese no era el único motivo. José era bastante conocido en la zona y muchos sabían que no tenía mucho dinero o posesiones de valor. Eso sin notar que José no tenía enemigos, al contrario, era muy querido.

—Pero no le debo dinero a nadie.

—¿Qué hay de un novio o de un esposo vengativo? —preguntó Abel, recordando lo coqueto que era José. Después de verlo coquetear con la cajera descartó que fuera algo personal.

—Ze Galo y yo no hemos peleado en meses, desde que él se mudó.

—¿Alguien más?

José negó con un movimiento de cabeza.

—Admito que llevo poco tiempo viviendo aquí con José, pero no he visto que nadie tuviera algo en su contra.

—Panchito se mudó hace poco y tampoco tiene enemigos.

—Mejor verifiquemos que no se hayan robado nada.

—No creo que tengamos algo que valga la pena ser robado.

El desorden era grande, pero el daño mínimo por lo que las sospechas de Donald aumentaron. Por lo general los agentes se aseguraban de no dejar ninguna evidencia de su presencia, sin embargo allí no se había tomado ninguna precaución. Tampoco robaron nada, o al menos nada de valor que pudieran recordar.

—Así que ¿estamos de misión? —le preguntó Abel, procurando que nadie lo viera.

—No, pero alguien debe creer que lo estoy.

—¿Qué planeas hacer?

—Pedirle apoyo a un compañero, probablemente tenga a algunos sospechosos en mente.

—Es mejor que estemos alerta, si atacaron una vez lo harán dos veces.

Panchito llamó a la policía. Ellos llegaron antes de que terminaran de revisar la casa. No encontrar nada fue tan tranquilizante como preocupante.

Donald llamó a B-Black. Sospechaba que el espía sabía más que él y que podría dar con el o los responsables del estado en el que se encontraba la casa de José. Mentalmente se propuso estar alerta. No creía que intentaran algo más, pero prefería no bajar la guardia. No se perdonaría si sus amigos resultaran heridos.

—¿Tienen alguna sospecha de lo que pudo pasar?

—Un bromista.

—Un novio vengativo.

—Un robo fallido.

—Alguien que se confundió de casa.

Los policías tomaron la declaración de todos los que estaban en la casa. Abel y Donald omitieron cualquier referencia a la Agencia. No les tomó mucho tiempo, no había mucho que decir.

Después de que la policía se marchara, se dedicaron a preparar sándwiches, pocos, pues José les dijo que en la playa podrían comprar algunos platillos tradicionales como queijo coalho (queso a las brasas en un pincho) y espetinhos (brochette hechas de carne o de pollo). Sin contar que no tenían mucho tiempo.

—Llamaré a un cerrajero —le dijo José —, no quiero que se repita, aunque lo dudo, es un lugar muy tranquilo.

—Nos vemos en la playa.

Arianna y Josephine se encontraban en una de las tiendas más exclusivas de Brasil. Ambas se mostraron felices al verlos. Donald tardaría en entender el motivo.

—¿DD, podrías hacerme un favor? —preguntó Arianna desde el interior de uno de los vestidores.

—Claro.

Arianna salió del vestidor, usando un traje de baño de dos piezas, de color azul, con el dibujo de una ancla en la parte inferior y un moño en la parte superior. Donald se quedó sin palabras. Arianna siempre le había parecido hermosa.

—¿Podrías ayudarme con esto? —Arianna le mostró los tirantes que colgaban en su espalda.

Donald asintió con un movimiento de cabeza. Tomó los tirantes y los ató en la espalda de su compañera. Mentalmente se reclamó por pensar en lo bella y suave que era la espalda de Arianna. La forma en que estaba pensando de ella no era nada amistosa.

—¿Y bien? —le preguntó la espía —. ¿Qué te parece?

—Te ves hermosa.

—Entonces me lo llevo.

Josephine salió del vestidor poco después, pero no llevaba un traje de baño, sino un vestido que colgaba de su brazo.

—Estábamos por terminar las compras —comentó Josephine feliz.

—Espero que no les moleste cargar nuestras compras.

Donald supo que era una mala idea cuando vio lo que habían comprado. No era una o dos bolsas, sino que se trataba de diez o más, sin contar las cajas. Ambas mujeres habían visitado varias tiendas en lo que ellos habían lidiado con el atentado en la casa de José y con la preparación de la comida.

De lo que no se enteró fue de que Panchito, José y Abel se habían puesto de acuerdo para hacer que él cargara con la mayoría de las bolsas. Los tres aprovecharon que él estaba distraído.

—¡Bienvenidos a la hermosa playa Copacabana!

Gracias a José pudieron encontrar un lugar en el que instalarse. Donald estaba convencido de que ese debía ser el mejor sitio de la playa y el lugar ideal para colocar una hamaca. Estaba a punto de tomar una siesta cuando fue interrumpido por sus amigos.

—¿Qué haces? —Panchito y José sostenían un par de cubetas cada uno —. Los castillos de arena no se construyen solos.

—Paso.

Donald se dejó caer sobre la hamaca y nuevamente se preparó para dormir. Al principio no hubo nada que perturbara su sueño y el pato creyó que eso duraría. O al menos así fue hasta que sintió una pequeña molestia en el pico que lo hizo estornudar. Fue en ese momento que notó lo que Panchito, José y Arianne habían hecho.

Donald no estaba en su hamaca, sino que en la arena y cubierto por un castillo de arena, el cuarto más grande que había visto en su vida. Estaba sorprendido, pero más que todo por el hecho de que Arianne hubiera participado en esa broma.

—Nunca había visto a alguien dormirse tan rápido o tener el sueño tan pesado —comentó Josephine.

Fue en ese momento que Donald notó que llevaba una cámara fotográfica y que le había tomado más de una fotografía. No estaba enojado, aunque sí un poco molesto. Se puso de pie sin importarle lo que pudiera pasar con el castillo y de inmediato comenzó a sacudirse la arena. De haber estado más atento habría notado el intercambio de miradas entre Panchito y José, quienes lo tomaron de los hombros y lo llevaron al mar.

—Necesitabas limpiarte —le dijo José con fingida inocencia.

Donald aprovechó lo distraídos que estaban para salpicarlos. Panchito y José no se quedaron atrás y dieron inicio a una pequeña guerra de agua.

La idea de viajar en bote fue de Josephine. Era algo que había querido hacer por mucho tiempo y que siempre postergaba por el trabajo.

—Claro, dejen que su buen amigo René se encargue de todo. No es por presumir, pero mi bote es el mejor.

—Es por eso que te elegí —lo elogió José —. Eres el mejor.

Donald sintió pena cuando vio a René sonrojarse. Sabía que José lo apreciaba, pero también que solo lo veía como a un amigo y dudaba que eso pudiera cambiar.

—No se olviden de los chalecos salvavidas —agregó René mientras repartía las prendas de las que hablaba.

José fue quien se encargó de repartir los lugares. Donald sabía que lo más razonable era que Josephine y Abel se sentaran juntos, eran un matrimonio. De lo que tenía dudas era sobre el hecho de que su lugar estuviera al lado de Arianna. No era algo que le molestara, era solo que sentía curiosidad y se preguntaba si José lo había hecho porque deseaba sentarse con Panchito o porque deseaba que estuviera al lado de la espía. Esperaba que fuera lo primero, sabía lo coqueto que podía ser su amigo, pero también lo mucho que apreciaba a Panchito y deseaba tanto que ambos fueran felices.

—Tenías razón —Josephine le dijo a José —, esta playa es hermosa.

—Y eso que no has visto todas las bellezas de esta tierra.

—Espero que puedas mostrarnoslas —agregó Josephine. La sonrisa en su rostro disminuyó un poco —. Es una pena que no podamos quedarnos mucho tiempo.

—Podemos regresar el otro año —Abel la abrazó en un intento por animarla, gesto que fue correspondido.

Fue en ese momento que Donald notó algo inusual en ella. Su mirada se encontraba posada sobre el mar y parecía tranquila, pero Donald la conocía lo suficiente para saber que no era así.

—¿Algo que quieras contarme?

—No —fue la respuesta de Arianna. La espía no había apartado la mirada del mar en ningún momento.

Donald supo que no lograría nada insistiendo y que, en el peor de los casos, solo haría que se enojara. Eso era lo último que deseaba.

—Ya sabes dónde encontrarme si cambias de opinión.

—Gracias, DD, eres un buen amigo.

Ninguno volvió a hablar durante el recorrido. Donald quería creer que estaba exagerando y que no había nada malo, pero le era difícil hacerlo. Kay K era su compañera y ambos habían pasado por muchas cosas juntos, pero no sabía si podía decir lo mismo de Arianna y eso era algo que de verdad deseaba cambiar.

El problema era que no sabía cómo.

El bote llegó a la costa y ellos regresaron hasta el lugar en el que se habían instalado inicialmente. Para la buena fortuna del grupo, el sitio seguía despejado.

—¡Muero de hambre!

—Se de un lugar dónde venden la mejor comida brasileña de la playa —sugirió José —, siganme y se los mostraré.

—Vayan ustedes —se apresuró en decir Josephine —. Fauntleroy y yo nos quedaremos aquí.

Al principio a Donald le pareció extraño lo que dijo Josephine, pero luego cobró sentido. Ambos se quedaron a solas y la mujer comenzó a hablarle de algo en lo que también había pensado.

—Me preocupa Arianna, últimamente se ha portado algo extraño y pensé que podrías saber qué le pasa.

—Nuestro trabajo es bastante impredecible —respondió Donald un tanto inseguro. Como agente había tenido muchos casos en los momentos menos esperados, pero habían pasado meses desde la última misión que tuvo con Arianna —, ya sabes cómo es la seguridad, a veces se ven cosas... desagradables.

A Donald no le gustaba mentir y eso era algo que ni siquiera su trabajo como agente secreto había logrado cambiar, sin embargo entendía lo importante que era para Kay K el que su madre no supiera nada de su doble vida o de los negocios oscuros de Abel. Una parte de él se sentía como un hipócrita, otra le decía que no le correspondía intervenir en los asuntos privados de la familia Konnery.

—Es solo siento que hay algo más —Josephine parecía dolida —. Sé que no soy la mejor madre y que he descuidado mucho a Arianna por mi trabajo, pero me preocupo por ella y me duele que no confíe en mí.

—Ella también la quiere —Donald no lo decía solo por animarla. A su mente llegó el recuerdo de la vez en que se conocieron, pudo notar lo importante que era para Kay K.

—Lo sé, pero ella es demasiado distante y a veces inaccesible. Trata de hablar con ella.

—No creo que quiera hablar conmigo.

No lo decía únicamente por su negativa a hablar. Kay K solía ser misteriosa, alguien que acostumbraba a cargar con todo el peso del mundo sobre sus hombros y que parecía preferirlo de ese modo. Había logrado acercarse a ella y sabía que, sin importar la misión que tuviera, todo saldría bien si estaba a su lado. Era solo que no sabía si podían tener una relación más allá de la Agencia. Los últimos días le habían hecho creer que sí era posible y esperaba no estar equivocado.

—Al contrario y no lo digo solo porque me ayudaste cuando me acusaron de fraude. Eres el primer amigo que ella me presenta y puedo notar que te aprecia.

Donald también quería a Kay K y, a pesar de lo ocurrido durante la primera misión de ambos, confiaba ciegamente en ella. No necesitaba que Josephine se lo pidiera, él estaba dispuesto a cuidar de su compañera en todo momento. Ya había desobedeciendo a la Agencia en una ocasión y estaba dispuesto a volverlo a hacer.

—Intenté hablar con ella —confesó Donald —, no me dijo nada, pero estaré al pendiente.

—Me alegra escuchar eso.

La conversación fue interrumpida por una llamada al teléfono. Grande fue la sorpresa de Donald cuando vio que se trataba de Louie. Su sobrino no acostumbraba llamarlo con frecuencia. Inmediatamente pensó en lo peor.

—¿Qué pasa, Louie? ¿Algún problema?

—No, todo bien. Llamaba para decirte que estamos en Brasil y que tío Scrooge dice que podemos pasar por ti.

Donald suspiró aliviado al escuchar esas palabras. Confiaba en que su tío y Della los cuidaran, pero le era inevitable no pensar lo peor. Sabía que su familia amaba en las aventuras y que solían arriesgarse demasiado, muchas de sus plumas se habían caído al pensar que pudiera repetirse lo de la Lanza de Selene.

—Estoy en playa Copacabana con unos amigos. Te voy a pasar la dirección.

—¿Buscando diamantes?

—No hay diamantes en la playa, Louie.

—¿Estás seguro?

—Bastante.

—¿Terminaste tus deberes?

Técnicamente la misión de DoubleDuck había terminado, pero Donald no estaba seguro de que fuera el momento de regresar, especialmente si el atentado a la casa de José hubiera sido provocado por espías.

—Estoy esperando por una confirmación, pero estoy seguro de que pronto podré regresar a Duckburg.

—Nos vemos, tío Donald.

—No sabía que tenías un hijo.

—Louie es mi sobrino —respondió Donald confundido. No porque Josephine no supiera de sus sobrinos, era algo que solo le había contado a Kay K. Con Josephine no tuvo la oportunidad de hacerlo.

—Tienes un aire de papá.

—Cuidé de mis sobrinos desde que eran unos huevos, ahora mi hermana está de regreso...

Donald calló de pronto. Estaba feliz de que su hermana estuviera de vuelta, pero una parte de él lo resentía, una parte que sentía que había perdido su lugar en la familia. Había sido de ese modo desde que era niño, siempre se sintió a la sombra de Della. El que los trillizos dejaran de llamarlo tío tampoco ayudaba mucho.

Sacudió su cabeza en un intento por alejar esos pensamientos y comenzó a mostrarle a Josephine alguna de las fotografías de sus sobrinos. Eso siempre lo hacía sentir mejor y esa no fue la excepción.

—¡Compré queijo coalho y espetinhos! —gritó José desde la distancia mostrando la comida de la que hablaba. Se notaba ansioso.

Donald se sintió un tanto avergonzado al escuchar su estómago rugiendo. Estaba hambriento y amaba la comida brasileña por lo que no era de extrañar que algo así le pasara. La vergüenza que sentía disminuyó al saber que Panchito y José pasaban por algo similar.

—¡Hay suficiente para todos! —agregó Panchito con el mismo tono de voz.