Capítulo 2 – Aventura bajo la nieve
La puerta de la biblioteca Golden Oak se abrió repentinamente, y dos figuras encapuchadas ingresaron forzados por una fuerte ventisca que arreciaba en el exterior. La figura mayor debió apresurarse a cerrar la puerta, antes de que la temperatura de aquel ambiente disminuyese aún más.
—¡Al fin en casa! —exclamó alegre la figura mayor, que al quitarse la capucha que le cubría resultó ser nada más y nada menos que Spike, el dragón que había sido criado en aquel hogar.
No le tomó mucho tiempo ni esfuerzo el moverse con agilidad a través de las columnas de libros acomodadas metódicamente a lo largo de cualquier espacio libre de la sala, mientras iba en busca de algo en particular.
—Quizá sea idea mía, pero creo que los pegasos se excedieron esta vez —apuntó su acompañante, una unicornio blanca que solo al despojarse de su capucha notó el verdadero desastre en que se había convertido la biblioteca—. Cielo santo, ¿qué ocurrió aquí? —preguntó ella, intentando moverse por el escaso espacio entre aquellas columnas de literatura, las cuales se extendían hasta el techo.
—El Sr. Waddle se mudó hace un par de semanas a Fillydelphia con su familia, y nos dejó todos los libros que tenía en su casa —explicó mientras saltaba y descendía de una de las columnas, para dirigirse a la chimenea y encenderla con una llamarada—. Twilight también estaba sorprendida, o más bien... muy emocionada. Hay ejemplares aquí que prácticamente ya no se consiguen en ninguna otra librería o biblioteca en todo el reino —concluyó al regresar a la entrada para encontrar a su amiga examinando los títulos de las columnas cercanas—. Ten cuidado, no querrás que te caigan encima —bromeó el dragón, mientras colgaba su gabardina en el perchero junto a la puerta.
—Cómo si fuese tan... —replicaba la yegua cuando, al voltearse, el borde de su abrigo quedó atrapado entre dos de aquellos tomos, lo que derivó en una avalancha de literatura sobre la joven poni.
Completamente cubierta, en un solo esfuerzo apenas logró hacer sobresalir la mitad de su cuerpo de aquel sepulcro, mientras el dragón se arrodillaba frente a ella, intentando contener la risa.
—Ni una palabra de esto. A nadie.
—¿Necesitas ayuda?
—¿Tú qué crees? —le miró con ojos entrecerrados.
Tomándola por las patas, Spike le ayudó a incorporarse.
—Llámame loca, pero no estaría mal poner un poco de orden por aquí.
—Esto es lo que Twilight llama "orden", al menos hasta que terminemos de hacer lugar en el sótano —explicó, comenzando a reunir los libros uno por uno.
Mientras Sweetie se sacudía de su abrigo el polvo acumulado de años en aquellas obras y lo colocaba en el perchero de la entrada, el dragón alcanzó a avistar la cutie mark de la poni, conformada por un corazón rodeado por un listón púrpura, con una corchea del mismo color en el centro. Antes de que hubiera terminado, desvió la mirada rápidamente.
—Bien, lo bueno es que llegamos aquí bastante rápido. Lo malo... es que probablemente el tren no funcione mañana si las vías están congeladas.
—Pensaremos en eso luego, de momento tenemos otros asuntos que atender —respondió, mientras terminaba de rearmar aquella columna.
—Disculpa, sé que me dijiste que no querías hablar más del asunto. Pero... hay algo que no entiendo. ¿Qué fue lo que te hizo cambiar de parecer? —le preguntó, y Spike se detuvo en seco con el último tomo en su garra izquierda—. Cuando subí al tren parecía que estabas a punto de derrumbarte, pero luego... estabas un poco más alegre. ¿Por qué? —inquirió nuevamente. El dragón tragó saliva antes de responder.
—No lo estaba —le dijo sin voltearse, y Sweetie se sorprendió al notar a través de su voz que estaba a punto de quebrarse—. En la mañana me pediste ayuda para conseguir el regalo perfecto para Rarity. Si bien el... "motivo" no es algo que me alegre, no es razón para no darte una garra, ni tampoco para que estuviese días encerrado en el castillo, sollozando por un amor que sabía imposible hacía tiempo. Decidí que iba a armarme con mi mejor actitud, y te ayudaría con esto. Somos amigos, y... es lo menos que puedo hacer. Por ti y por Rarity —concluyó melancólico, al tiempo que Sweetie se le acercaba.
—Gracias Spike —le dijo con ternura, parándose en sus cuartos traseros para abrazarlo por la espalda con cariño, uniendo sus cascos en el pecho de su amigo. Esta vez el dragón correspondió al afecto, tomando sus cascos entre sus brazos en cruz.
—Cuando quieras —susurró. Al cabo de unos segundos la poni se apartó, y al voltearse el dragón, le mantuvo la mirada con la intriga marcada en el rostro.
—Y bien, entonces... ¿A qué te referías con "el regalo perfecto"? —preguntó una vez más. Spike, despojándose del sentimentalismo que le había invadido minutos antes, blandió su mejor sonrisa enigmática para la ocasión.
—Ven, te lo mostraré —le pidió, tomando el candelabro de la mesa del salón y encendiendo las velas con una pequeña llamarada verde.
Al tenue resplandor de aquella fuente de luz, el dragón y la poni descendieron por las escaleras del sótano. Sólo cuando hubieron terminado aquel tramo cruel tanto para pezuñas como garras, depositaron el candelabro en la mesa junto a la escalera, mientras el dragón oprimía el interruptor de la luz. La misma no reveló un mejor escenario al que se encontraba en la sala de la planta baja sino uno que, aparte de estar tapizado con libros en cada rincón, no parecía ser el lugar ideal para alguien alérgico al polvo, algo que el sonoro estornudo de Sweetie Belle dejó más que claro.
—¡Salud! —respondió Spike, mientras se dirigía al librero al fondo de la habitación.
Colocándose a un lado del mismo lo empujó con fuerza y paciencia. Una vez que el mueble quedó a dos metros de distancia contra la pared, se reveló un pasaje que la yegua no recordaba haber visto en su vida, el cual daba acceso a una pequeña porción de la habitación de no más de dos metros de profundidad, únicamente ocupado por dos grandes estanterías antiguas.
—¿Qué es...?
—Aquí guardamos los ejemplares que consideramos únicos y valiosos. Aunque la gran mayoría ya estaba aquí cuando llegamos.
—Disculpa... Spike. Pero no creo que un libro, por más que sea único, sea lo adecuado para mi hermana. Si, le gustan los romances, o cualquiera que hable sobre la moda a través del tiempo, pero no creo que sea lo suficientemente...
—No era un libro lo que tenía en mente, Sweetie —le aclaró, empujando el fondo de uno de los estantes sin dejar de mirarle.
Inmediatamente, el crudo sonido de engranajes oxidados girando se oyó en la habitación, y segundos después el fondo falso se apartó dando acceso a un compartimiento secreto, poblado de papiros antiguos y hojas sueltas. Y por encima de todo, lo que parecía ser un viejo libro de tapa dura sin título en tapa ni lomo resultó ser la elección del dragón.
—¿Qué tienes ahí?
—Lo encontré aquí mismo hace algún tiempo. No es un libro publicado, sino el manuscrito de algún poni... —explicaba mientras se dirigía a la mesa del candelabro, sobre la cual colocó el libro ya abierto de par en par—. Cuenta la historia de una joya mágica, oculta desde hace cientos de años.
—Tienes mi atención —declaró, mientras tomaba asiento sobre un banco hecho de enciclopedias, esperando que fuera él quien le resumiera la historia, dado que el manuscrito debía de tener al menos cincuenta hojas.
—Veamos —comenzó a hojearlo, intentando rescatar la idea principal del texto que tiempo atrás había leído con entusiasmo—. La historia trata más o menos sobre una princesa y un herrero, que se conocieron cuando la primera viajó junto a su padre y hermana hacia otro reino; parece que fue amor a primera vista. Tiempo después, comenzaron a verse a escondidas fuera de su castillo, siempre luego de la medianoche, bajo el abrigo del cielo nocturno.
—¡Que romántico! ¿Y cómo sigue? ¿Cómo sigue?
—Espera —pidió con una sonrisa, mientras intentaba forzar su, ya de por sí, aguda vista—. Cielos, no recordaba esto. Varios fragmentos del texto están ilegibles. Pero... creo que puedo rescatar algo de aquí. Parece que tiempo después, su hermana descubrió aquella relación y advirtió a su padre. El rey, no deseando un eslabón débil en la cadena de su bella familia, prohibió a su hija volver a ver alguna vez a aquel herrero. No hace falta decir que, aunque la seguridad se dobló alrededor de su hija, ella encontró la forma de evadirla y encontrarse con su amado una vez más. Desesperado por el futuro de su hija y de su familia, el rey tomó medidas aún más drásticas, encarcelando en el calabozo del castillo al herrero, alegando que había intentado atacar a la princesa en uno de sus encuentros.
—¿En verdad? ¿Por qué no pudieron simplemente dejarla ser feliz a su lado?
—A veces la gente se niega a aceptar lo que ven sus ojos, Sweetie. Bueno... esto también está algo borroso. Lo siguiente que pone es que la princesa, a través de un buen amigo de su infancia, logró enviar la gema que adornaba su pecho, un raro diamante púrpura del tamaño de un casco, a un joyero del reino, quien talló la misma para darle la forma de una rosa, una exactamente igual en color y forma a la que el herrero le había regalado el día que se conocieron. A través de aquel mismo amigo, le hizo llegar la gema al prisionero, haciéndole saber que no lo había olvidado, que aún lo amaba, y que deseaba pasar el resto de su vida a su lado.
—Un amor sincero —suspiró ella—. No hay muchos como ese hoy en día.
—¿Ya has estado enamorada? —preguntó, arqueando una ceja.
—Aún no, pero si me enamoro alguna vez, será de alguien que de verdad merezca mi cariño —continuó, risueña.
—Nunca se sabe. Una vez que alguien se ha metido en tu corazón, es difícil sacarlo, por más que en el fondo sepas que no vale la pena —Sweetie iba a responderle, pero se mordió la lengua ante la posibilidad de que su comentario pudiese herir a su ya triste amigo dragón—. En fin, esto... también está borrado. Rayos, hay una gran parte de la historia que se perdió por la humedad. De acuerdo, creo que puedo salvar algo más a partir de aquí. Aparentemente la princesa logró ayudarle a escapar poco después, y ambos se dispusieron a huir del reino a un lugar donde a nadie le importara quienes fuesen, donde pudieran vivir su amor en paz. Su padre, desesperado, envió a toda la guardia real a cada zona de la ciudad, con órdenes de rastrear a su hija y de poner fin a la vida de aquel mísero herrero, que había puesto en su contra a la joven. Cuando les acorralaron, encontraron que el herrero estaba armado con una filosa espada, y defendió su vida y la de su amada hasta el último momento —leía, deteniéndose un largo rato poco después.
—¿Y entonces? ¿Qué sucedió? ¿Qué sucedió? —preguntaba, con necesidad de conocer el desenlace.
—Sweetie... seguramente querrás aniquilarme, pero... el final está borrado.
—¡¿Qué?! —exclamó con desespero—. ¡Vamos Spike, no puedes hacerme esto!
—Lo siento, la última vez que lo leí parecía estar casi completo.
—¿Y cuándo lo leíste por última vez?
—Hace ocho años —habló, con una sonrisa inocente.
—Cielos... ¿Y cuál fue el punto de esto?
—El punto era... que antes de encontrar este manuscrito, había leído algo parecido. Un libro titulado "La leyenda de la Rosa Eterna", por Moonlight Sonata.
—Espera, ¿hay un libro oficial sobre esto?
—Como dije, lo trataba simplemente como una leyenda, aunque es bastante conocida. Pero hay muchos detalles distintos: en la misma, quien roba el corazón de la princesa es un ladrón, no un herrero. Y en ningún momento se habla de su hermana.
—¿Entonces es una historia distinta?
—Se parecen demasiado como para que lo sea. El hecho es que, en la novela de Moonlight Sonata, el diamante púrpura encierra un misterioso poder: se dice que es capaz de hacer perdurar los sentimientos más puros a través del tiempo. No sé si será verdad, pero también cuenta que muchos han buscado el diamante alrededor del mundo, sin éxito. Según parece, es una de las joyas más codiciadas de toda la historia.
—Parece algo demasiado serio como para ser solo una leyenda —respondió, extrañada.
—Exacto, y este manuscrito, aunque difiere en varios detalles, solo le da más validez.
—Entonces... ¿Cómo termina la novela? Anda, dime.
—El ladrón, que aquí es el herrero, es herido de gravedad en el pecho durante el combate, pero ambos logran escapar de la ciudad. Se dice que se escondieron en algún lugar de Equestria, asumieron nuevas identidades, y vivieron el resto de sus vidas en paz. El amor que compartieron se volvió una leyenda.
—El final perfecto —convino ella, nuevamente risueña.
—Un poco empalagoso... pero si, es aceptable.
—¿Dónde crees que esté el diamante púrpura? ¿Crees que haya sido enterrado con ellos? ¿O se lo heredaron a sus hijos, y ellos a sus nietos?
—Es por eso que estamos aquí —reveló, extrayendo desde el interior de la cubierta de la tapa trasera un papel doblado en forma rectangular. Al extenderlo sobre la mesa quedó a la vista un mapa hecho a casco, poniendo en ella varias ubicaciones correspondientes a Equestria, como la ciudad de Canterlot en las montañas, el viejo poblado de Hollow Shades al noroeste. También Cloudsdale, la ciudad en las nubes, y no menos importante, el bosque Everfree, donde su atención se centró completamente pues era hacia donde apuntaba el mapa—. Parece que alguien, fuera de quien fuera este manuscrito, encontró la ubicación de la joya. O quizá... fue quien la escondió aquí.
—En el bosque Everfree... pues claro, nadie se atrevería a explorar ahí.
—Exacto.
—¿Este es el regalo del que hablabas?
—Si lo que se dice sobre este diamante es cierto, entonces... al menos para mi, no podrías encontrar otro regalo mejor para esta ocasión. —concluyó finalmente.
La potra desvió la mirada de aquel punto en el mapa, únicamente para observar de reojo la expresión del dragón. No había cambiado en lo más mínimo pues en sus ojos aún podía notar aquella tristeza, pero no iba a empujarlo a hablar de ello una vez más.
—Es... ¡Simplemente perfecto! ¡Esto es lo que he estado buscando todo este tiempo! —aceptó ella, emocionada.
—Si, pero tenemos un pequeño problema de tiempo —advirtió el dragón, y la unicornio tardó unos instantes en unir los hilos, para reaccionar de forma realmente dramática.
—¡Cielos, es cierto! ¡La ceremonia es mañana en la noche! ¡No tenemos tiempo de ir a buscarlo! —se desesperó, golpeando el suelo repetidamente con sus cascos tal cual Twilight solía hacer en sus momentos de crisis.
—En realidad, creo que corremos con el tiempo justo. Si la Rosa Eterna está en el lugar que señala aquí, entonces contaríamos con el tiempo suficiente para ir allí y regresar a Canterlot antes de la ceremonia si vamos ahora mismo, pero es tu decisión —concluyó con seriedad, y Sweetie le observó consternada, sin saber qué decir—. Estaríamos ocupando las últimas horas que quedan en buscar este diamante, pero nadie nos asegura que todavía siga allí. Y, de no estar, habremos desperdiciado el poco tiempo que nos quedaba para buscar un regalo. —concluyó, y Sweetie se encontró frente a un dilema que no esperaba, pues lo que decía el dragón era cierto. Si fallaban, sus cascos estarían vacíos al llegar la Noche de los Corazones Cálidos. Pero luego de considerarlo, finalmente le sonrió al dragón con determinación.
—Si este diamante es todo lo que dices que es, entonces vale la pena intentarlo. Muy bien, ¡hagámoslo! —exclamó, entusiasta. El dragón asintió, correspondiendo a su sonrisa.
Había pasado una hora desde que habían llegado a la biblioteca, habiendo pasado ese tiempo preparándose para su excursión. Cuando Spike se puso su reloj de muñeca, ya eran pasadas las seis de la tarde.
—Abrígate bien, Sweetie. La ventisca afuera ha empeorado, y no me gusta como se ve... —explicaba mientras se enfundaba una vez más su preciada gabardina, su bufanda, y tomaba una mochila con provisiones. Anticipándose a la oscuridad de la noche, también se había colocado una linterna en el bolsillo del pecho.
—Tranquilo, me has dado incluso las gafas para nieve de Twilight —asintió ella al colocarse las mismas, vistiendo también la ropa de invierno de la unicornio lavanda que, a diferencia de su anterior abrigo, facilitaba mucho más el movimiento.
—Con eso debería bastar, pero ten cuidado, prácticamente no se ve nada allá afuera. Eso, sumado al hecho de que el bosque está poblado de criaturas peligrosas, por lo que debemos estar listos para correr de ser necesario. Así que, por seguridad, trata de no separarte de mí. De acuerdo, ¿Estás lista?
—¡Sí, capitán! —exclamó con seriedad fingida, haciendo un gesto con su casco.
—No es gracioso —negó, abriendo la puerta y sintiendo el beso frío del viento sobre su rostro al salir al exterior.
Ponyville se encontraba irreconocible, pues la nieve lo cubría todo de tal forma que nadie podría haber distinguido siquiera la alcaldía de la pastelería, sumado al hecho de que ya quedaba poca luz del día. La monumental cantidad de nieve cayendo y el fuerte viento que arreciaba limitaban incluso más su visión, a través de la cual lo único que habían sido capaces de divisar en movimiento había sido un poni de traje cargando un maletín, que parecía observarlos desde lejos, ajeno a la tormenta que se montaba a su alrededor, antes de voltearse y continuar su camino. Sin tiempo que perder, ambos se apresuraron a atravesar un recorrido de múltiples obstáculos en diez calles a través del pueblo, antes de arribar al puente que hacía las veces de entrada principal al bosque.
—Recuerdas lo que te dije, ¿verdad? —levantó la voz para que la unicornio le oyera. La misma asintió con seriedad real, antes de que ambos se pusieran en camino, ingresando con decisión en aquel peligroso bosque.
No pasó mucho tiempo antes que se vieran rodeados por la maleza del Everfree, aunque la mayor parte de la misma estuviera camuflada por la nieve. Al principio caminaban por los senderos principales, aquellos de los que apenas debían desviarse para visitar a Zecora. Aunque guiándose por aquel viejo mapa que a duras penas parecía resistir el temporal, iban por un camino distinto, a un lugar que Spike conocía bien: El castillo de las hermanas nobles.
Al llegar al claro que daba al puente de madera, el dragón y la poni vislumbraron la silueta de aquel recuerdo ya olvidado. El lugar a donde Twilight y Rarity habían partido tantos años atrás buscando salvar a Equestria de la noche eterna se levantaba a lo lejos, ajeno al paso del tiempo.
—Pensar que han pasado siete años —comentó Sweetie, recordando aquel día.
—Y este lugar aún se siente... tenebroso.
—Vamos, no me digas que te da miedo.
—Es solo un castillo destruido. ¿Por qué habría de darme miedo?
—No lo sé... ¿Quién sabe? Quizá haya alguna criatura maligna viviendo allí —bromeó ella.
—Que bueno que no tendremos que averiguarlo —suspiró. Sweetie rió ante su resolución.
—Y bien, ¿hacia dónde?
—Aquí pone que el lugar está al borde, o dentro de un cañón al menos cinco kilómetros más adelante, pero si caminamos en línea recta tendremos una buena caída hasta llegar al otro lado del bosque. Aunque aquí hay una flecha que, al parecer, señala un atajo. Y pasa... pasa... —Comenzó a mirar hacia adelante, buscando el punto que señalaba y encontrando a lo lejos una cueva que parecía atravesar el subsuelo del castillo—. Por allí...
Haciendo uso de la escalera que les conducía a la parte exterior inferior de la estructura, llegaron a la entrada de la caverna. Ambos tragaron saliva al ver cuán grande, profunda y oscura resultaba ser.
—Las damas primero —dijo el dragón.
—Ugh... no puedo creerlo.
—Era broma. Entremos los dos, al mismo tiempo. ¿Qué dices?
—Trato —aceptó ella. Spike encendió su linterna y Sweetie Belle iluminó su cuerno, para luego internarse en la oscuridad.
Allí podía oírse el tintineo de gotas de agua que se precipitaban sobre la roca, algo extraño para una época del año en que las goteras tendían a transformarse en pequeñas columnas de hielo en un ambiente similar. Al avanzar, se sorprendieron al descubrir la razón de esto. Había un árbol tallado en piedra en el interior de la cueva, el cual estaba cubierto por alguna clase de enredadera espinosa, babeante, que parecía reaccionar ante los sonidos a su alrededor, e impedía definir la forma de aquella escultura a simple vista.
—¿Qué será eso? —preguntó en un susurro.
—Algo a lo que no debemos molestar, eso es seguro. Quédate detrás de mí, vamos a ir por los bordes. —respondió en el mismo tono de voz.
—De acuerdo.
Con sigilo y mucha precaución, habían sido capaces de atravesar aquella peligrosa zona, en la cual probablemente muchas criaturas incautas fueron el alimento de aquella planta. Medio kilómetro más adelante, una pequeña entrada daba paso al exterior, donde el viento frío comenzaba a calarles los huesos una vez más, empujando sus instintos a retroceder al centro de la cueva, que permanecía relativamente cálida por causa de la criatura que allí habitaba.
—Cielos, por un momento creí que nos atraparía —susurró Sweetie.
—El Everfree está lleno de peligros. Es una suerte que pudiéramos evitar el único que encontramos hasta ahora.
—Escuché que las mantícoras son el verdadero problema aquí. Pero mientras no nos metamos con ellas, no se meterán con nosotros.
—Rarity te ha hablado una cosa o dos de este lugar, ¿eh?
—Sí, y también me advirtió muchas veces que jamás entrara aquí si no era acompañada.
—Pues, que bueno que estás conmigo.
—Al menos.
—¿Al menos? —inquirió, arqueando una ceja. Sweetie rió una vez más.
—Me alegra que me acompañes, Spike —corrigió ella, sin dejar de reír.
Al salir al exterior, la ventisca arreciaba con fuerza nuevamente, y apenas eran capaces de ver más allá de unos cuantos metros de distancia. Es por ello que, luego de caminar hacia donde apuntaba el mapa durante algunos minutos, Spike se detuvo abruptamente al oír un crujir en las cercanías.
—Espera. —Detuvo su caminar, intentando descifrar el origen del sonido. No hace falta describir su desagradable sorpresa al notar que aquel sonido provenía directo del suelo bajo sus pies, que no era otra cosa que una fina capa de hielo que los separaba de un lago de agua helada—. No te muevas...
—Oh cielos, oh cielos. ¿Qué... qué hago?
—Quédate quieta, precisamente donde estás ahora. No hagas movimientos bruscos. Yo... comenzaré a caminar muy lentamente, y quiero que tú me sigas. Pero tenemos que guardar distancia. ¿Entiendes? —explicó en la forma más calmada posible, mientras que la unicornio temblaba, incapaz de moverse.
—Re-regresemos Spike, esto fue... una muy mala idea.
—Estamos a mitad del lago, Sweetie. Volver es tan peligroso como avanzar.
—Pero... tengo miedo. Tengo mucho miedo, Spike. Por favor.
—No vas a caer, Sweetie. No voy a permitirlo —le prometió. Los ánimos de la unicornio parecieron calmarse al oírle, antes de asentir temblorosa—. Confía en mí.
Ambos continuaron avanzando a través de aquel lago manteniendo una distancia de tres metros entre sí, con el dragón volteando constantemente a comprobar el estado de la unicornio, cuyas pezuñas temblaban a cada paso que daba. Los segundos pasaban como si fuesen horas, y cada paso que daban definía si conseguirían llegar a su destino, o descansarían como cubos de hielo en las profundidades aquella misma noche. Ambos comenzaban a reconsiderar si valía la pena correr tales riesgos por obtener aquella gema que se creía perdida hacía ya tanto tiempo, y luego de interminables momentos, el dragón y la unicornio alcanzaron a sentir tierra bajo la nieve, y supieron entonces que se encontraban a salvo. No menos que aliviada, la unicornio se dejó caer de bruces al suelo, abrazándolo como si fuera la última porción de terreno seguro en toda Equestria.
—¡Gracias Celestia! ¡Gracias Luna! ¡Gracias! ¡Gracias! —continuaba ella, sin salir de aquel estado de desespero.
Mientras tanto, el dragón observaba hacia adelante, encontrando que apenas unos kilómetros de paseo a través del bosque los separaban de su objetivo. Al comprobar su reloj ya eran las nueve de la noche, y la escasa luz de la linterna apenas alcanzaba para alumbrar el lugar tenuemente. Ahora comenzaba el verdadero reto, pues se sabía que en el Everfree las bestias salvajes estaban a la orden del día. Y si en algún lugar había posibilidades de encontrarlas, esa era la porción de bosque que tenían delante de ellos.
—Sweetie —susurró, inmóvil.
—¿Qué? ¿Qué sucede? —preguntó, sin despegarse del suelo.
—Nos están observando —explicó él.
Al levantar la vista, la unicornio pronto se vio acechada por decenas de ojos amarillos resplandecientes, que aguardaban desde la oscuridad.
"Timberwolves", pensó Spike.
—Oh rayos —musitó ella.
—Cuando te lo diga, sube a mi espalda. Si no me equivoco, estamos a poco tiempo del cañón. ¿De acuerdo?
—No tenemos otra opción —asumió, incorporándose lentamente.
—No, no la tenemos —dijo el dragón, observando a cada figura en las penumbras, evaluando el momento indicado para reaccionar, pero cuando vio a una de ellas abrir sus fauces con deseo, sabía que ya no podía permitirse esperar más—. ¡Ahora!
En un rápido salto, Sweetie Belle saltó a la espalda de Spike y se aferró a él por encima de su mochila como si le fuera la vida en ello, mientras el dragón iniciaba la mayor carrera de toda su vida. Las bestias más cercanas al camino no tardaron en precipitarse sobre los compañeros, a quienes el mayor evadió en un rápido movimiento al agacharse, dejando a estos atrás mientras el resto de la jauría les pisaba los talones. La actual contextura de sus piernas le permitía correr como nunca antes, y sus sentidos draconianos le facilitaban percibir el peligro, definiendo la distancia que los separaba, y la cantidad de enemigos que le seguían. Y si sus cálculos eran correctos, al paso que iban les devorarían antes de llegar a la mitad del camino, aunque obviamente no compartiría este dato con la unicornio. Debía pensar en algo rápido.
—¡Spike, mira! —le alertó su compañera.
Al mirar más adelante, se abría un abismo de al menos tres metros de ancho. Aún si no estuviera cargando la unicornio, ¿tendría la habilidad suficiente para sortear tal obstáculo? Debió averiguarlo en aquel instante, pues no contaba con otras opciones. Y al grito de la potra, saltó como nunca antes había saltado, alcanzando a tomarse de la parte descubierta del borde en el otro extremo con ambos brazos, apenas manteniéndose .
—¡No mires abajo! —le alertó, intentando mantenerse con todas sus fuerzas.
Contrario a lo que le había pedido el dragón, Sweetie encontró un abismo que no parecía tener fin, y se sumergía en las penumbras a los pocos metros. Con un grito desgarrador en el oído de su compañero, se aferró a su cuello con tantas fuerzas como pudo, provocándole asfixia.
—Sweetie... ¡No puedo respirar!
—¡Por favor, no me sueltes! —suplicó ella, con lágrimas en los ojos.
Aquella fracción del suelo comenzaba a ceder cuando los timberwolves finalmente se hicieron presentes detrás de ellos, observando la situación paciente y detenidamente a sabiendas que, de saltar con destino hacia sus presas, morirían en el intento. En tanto, con las fuerzas que le quedaban, Spike intentó comenzar a trepar, pero en el momento en que puso una garra fuera de lugar el suelo finalmente cedió. Apenas fue capaz de tomarse de una raíz dentro del mismo, que descendió un metro y se detuvo con brusquedad, lo que hizo que la potra se desprendiera del dragón sin poder evitarlo.
Sweetie Belle vio pasar su vida entera delante de sus ojos cuando sus brazos soltaron al dragón, y sintió su cuerpo en plena caída libre. Su mente quedó en blanco; ni siquiera alcanzó a gritar, ni a reaccionar. Lo único que pasó por su cabeza fue la imagen de su familia, y la idea de que todo había terminado. Lo siguiente que sintió, y que no esperaba, fue un dolor intenso en su casco trasero derecho, y al abrir sus ojos pudo ver al resplandor de su cuerno al dragón que la sostenía de aquel lugar, y la sangre que escapaba de la herida que él mismo le había provocado al capturarla con sus garras.
—¡Te prometí que no te dejaría caer! —vociferó, antes de hacer uso de sus últimas fuerzas para balancear a la unicornio, y lanzarla a suelo seguro.
Sweetie Belle aterrizó rodando sobre la nieve, ganando algunos raspones en el proceso, pero no pasó mucho antes de que se repusiera del shock que había sufrido y, arrastrando un casco herido, fuera al encuentro de Spike, quien colgaba de una raíz a pocos segundos de romperse.
—¡Resiste, te sacaré de ahí! —exclamó ella.
Iluminando su cuerno para hacer uso de la levitación, Sweetie alcanzó a cubrir de un resplandor verde claro la garra izquierda del dragón, de la cual tiró con todas sus fuerzas mientras él mismo se tomaba de la raíz con la derecha. En aquel momento, Spike volteó a las criaturas que antes le perseguían y pudo ver que uno de ellos retrocedía poco a poco, sin quitarle los ojos de encima a la poni, y supo lo que estaba a punto de suceder.
—¡Sweetie, apresúrate!
—¡Ya falta poco! ¡Resiste un poco más!
—¡Tira de una vez! ¡Ya no hay tiempo!
—¿De qué estás...? —iba a preguntar, cuando reaccionó al rugido del timberwolf en pleno salto hacia ella, sus fauces abiertas y dispuestas a destazarla—. ¡Spike!
En ese instante, la mente del dragón quedó totalmente en blanco. Se dice que los instintos de su especie los llevan a proteger lo más valioso para ellos, lo cual usualmente se refiere a los tesoros que amontonan en sus guaridas, y a los cuales protegerían incluso a cuestas de sus propias vidas. Para Spike, aquellos tesoros no eran nada más y nada menos que sus amigas, su familia. Y frente a un tesoro semejante, nada lo detendría en el camino a protegerlo.
Pero aunque no quisiera admitirlo, era un dragón joven, débil e inexperto entre los de su especie, aún le quedaban decenas, tal vez cientos de años para alcanzar la madurez y poder que necesitaría para proteger ese tesoro. Pero no contaba con ese tiempo, necesitaba ese poder aquí, y ahora. Mucho más poder. Y de aquel deseo, sintió algo extraño emerger desde el fondo de su ser, algo que solo había sentido una vez en toda su vida, un recuerdo que ahora parecía cada vez más lejano, uno que involucraba un rubí de fuego, una caída, una sonrisa y lágrimas sinceras, uno que se perdía en una luz blanca mientras aquel nuevo sentimiento tomaba las riendas de su cuerpo, extendiéndose a todos los rincones y quemándolo por dentro.
Ya no importó nada más. El dragón se tomó de la roca con garras más grandes que no tenía un instante atrás, deshaciendo el aura de la unicornio y trepando con una fuerza bestial. Logró adelantarse, y fue gracias a esto que el lobo en pleno ataque capturó su brazo y hombro izquierdos, y no a la joven detrás de él. Sweetie se encontraba paralizada, incapaz de reaccionar mientras el lobo hundía los colmillos en el cuerpo de su amigo al desgarrar su abrigo, y la sangre comenzaba a surgir de sus heridas. El dragón le daba la espalda, y no era capaz de descifrar porque no reaccionaba, porque no se defendía de aquel ataque cuando la criatura estaba a punto de acabar con su vida o, como mínimo, de arrancarle el brazo, mientras el resto de la manada se preparaba para ir en su búsqueda y disfrutar del festín.
Y si antes estaba paralizada, su cuerpo se vio petrificado cuando oyó un rugido muy distinto al de los lobos. Uno que aparentaba ser de la bestia más temible, más grande, más voraz de todo el bosque. Le tomó algunos segundos procesar que quien profería aquellos sonidos se encontraba justo frente a ella, y su pelaje se erizó de terror cuando, en sincronía con un nuevo grito, las púas de su compañero crecieron y se irguieron, exponiendo un filo que ella jamás había visto, partiendo su querida gabardina casi a la mitad. En un instante, el dragón tomó con su enorme garra derecha la cabeza del timberwolf y, sin previo aviso de ninguna acción, la reventó contra su brazo en forma de astillas con un certero y rápido impacto. Y antes de que el resto del cuerpo cayera, lo tomó con ambos brazos y destruyó el leño principal, mientras rugía con fervor.
Al terminar, su respiración era agitada, violenta, frenética. Se sentía bien, demasiado bien. Sentía que podía hacer lo que quisiera, sentía que tenía el mundo entero en sus garras. Sonrió eufórico antes de percatarse de que los timberwolves aún permanecían al otro lado del abismo, expectantes. Y de pronto, se tendió sobre sus cuatro garras, y rugió como ninguna otra bestia lo había hecho en aquel bosque jamás. Nunca había sentido nada igual; algo se había encendido en su interior, y ya no parecía haber forma de apagarlo.
Los timberwolves huyeron despavoridos, temerosos de aquel monstruo que había destruido a uno de los suyos sin dificultad alguna. Pero Spike no salía de aquel estado. Destrozar a aquel monstruo con sus propias garras le había dado tanto placer como nada en el mundo había hecho antes. Aún sentía deseos de desgarrar, de destrozar. ¿Pero qué? Si no había nadie más en kilómetros a la redonda más que...
—Spike —llamó Sweetie, visiblemente consternada por la escena que acababa de contemplar.
Solo entonces, el dragón se volteó a ver a la unicornio, que permanecía en el suelo, incapaz de levantarse y con lágrimas en los ojos. Aquella criatura no se parecía en nada a quien la había sacado de aquel vacío. Su mirada era fría, sin sentimiento alguno, y sus fauces abiertas escurrían saliva sin parar. Ese no era su amigo, ese no era el dragón que ella tanto quería. Pero no quería creerlo.
—Spike, ¿eres tú? —preguntó con voz temblorosa.
