Capítulo 3 – Pétalos de rosa
El corazón de Sweetie Belle latía con fuerza, incitado por el repentino temor que la había tomado por asalto. El rugido que había emitido aquella bestia la había hecho temblar, pero sus emociones entraron en conflicto cuando la criatura que lo había producido se volteó hacia ella, exponiendo el rostro del dragón que ella tanto apreciaba. ¿Qué estaba ocurriendo?
—Spike… sí me reconoces, ¿verdad? —preguntó mientras retrocedía, temerosa por la respuesta o, más bien, por la ausencia de una.
El dragón ahora estaba parado en cuatro patas, produciendo sonidos guturales que difícilmente podrían considerarse una forma de comunicarle que estaba bien, y que no había de qué preocuparse. Sobre todo cuando su mirada se centró por completo en ella, y el fuego verde comenzó a formarse en el fondo de su garganta, emergiendo de su hocico abierto.
—Ay no —alcanzó a musitar la unicornio antes de lanzarse hacia un lado, evadiendo por un pelo la enorme llamarada que sin dudas iba dirigida hacia ella, y que alcanzó varios árboles secos en su lugar.
La potra se quedó allí en el suelo, paralizada por el miedo y apenas cayendo en la cuenta de que de haber sido alcanzada por esa llamarada, no hubiera vivido para contarlo. Su mirada intercalaba rápidamente entre los árboles en llamas y el dragón que dirigía su mirada hacia ella de nueva cuenta, sin intenciones de dejar escapar a su presa, avanzando lento pero seguro hacia ella, y dispuesto a abalanzarse en cualquier momento.
—Tiene que ser una broma —apretó los dientes, formando una pared de magia frente a ella, antes de incorporarse y correr en la dirección contraria.
Apenas se volteó, pudo sentir el chocar de la bestia contra su débil barrera. Una que apenas le ganaría un instante de ventaja, pero uno que aprovecharía sin lugar a dudas. El casco del que Spike la había tomado para sacarla del precipicio aún dolía, demasiado, pero se sobrepuso lo suficiente para galopar cuesta abajo, lejos de la bestia escupe fuego, que aún sentía a sus espaldas a pesar de sus esfuerzos por poner distancia. Oía sus pesados pasos acercándose a toda velocidad, mientras ella se daba de bruces contra los árboles, apenas coordinando su galope en un terreno tan inclinado y poblado por la vegetación, en medio de una terrible ventisca, y con una pata herida. Pero era inútil, pues la distancia entre dragón y poni se cerraba cada vez más, mientras la unicornio escuchaba a la bestia destrozar cuanto había en su camino.
Fue entonces cuando, antes de salir a un claro del bosque Everfree, la temible garra de la bestia la rodeó por el vientre, levantándola e impactándola contra un árbol tras él con una fuerza brutal, que le hizo perder el aliento a la poni. No tenía escapatoria, y no podía hacer más que mirar con incredulidad cuando el dragón levantó su otra garra frente a ella, filosa, lista para destazar. Aún era incapaz de creer que aquello realmente estuviera sucediendo.
—Spike… por favor —suplicó ella con lágrimas en los ojos, pero era inútil, el dragón no la estaba viendo a ella realmente.
Oscuridad. La oscuridad lo devoraba todo. Aquel extraño espacio en el que se encontraba parecía infinito, y pequeño a la vez. Se veía atado por cadenas invisibles, sumergido en algo que dificultaba su movimiento, pero se sentía bien. De alguna forma, el dragón de escamas púrpuras que allí reposaba sentía que ya no debía preocuparse de nada más, pues todo había perdido importancia. Ya no tenía un objetivo, ya no tenía sueños, sólo deseos. Deseaba descansar para siempre en aquel lugar alejado del resto del mundo.
Se sentía bien, demasiado bien. La sensación era abrumadora, pues allí no había nada ni nadie más que él. No había reglas, no había fronteras ni límites. Esa oscuridad era él, y él era esa oscuridad. Ya no había dolor, ni miedo, ni pena en su mente. No necesitaba nada más.
Pero había algo que le molestaba: un sonido en las lejanías, que hacía eco en aquel lugar oscuro. Era una voz, de eso estaba seguro, pero...
"¿Quién? ¿Quién es?"
—¡Spike!
"¿Mi nombre? Alguien... alguien me está llamando."
—Spike, por favor. ¡Reacciona!
"Reaccionar... ¿Por qué? ¿Qué es lo que está diciendo?"
—¡Sé que puedes oírme! ¡Sé que me reconoces! ¡No soy tu enemiga!
"¿Quién es? ¿Por qué grita? ¿Por qué me está llamando?"
—¡Soy Sweetie! Soy Sweetie, Spike, por favor... —decía aquella voz, a punto de quebrarse.
Sweetie, ese nombre me es familiar. Me recuerda a… campanas, a belleza. Sweetie… Belle. Sweetie Belle. La recuerdo, la recuerdo bien. Si, ella es... ella es mi amiga —razonó el dragón.
Fue entonces que una epifanía en forma de halo de luz disipó repentinamente la oscuridad de aquel espacio, cegando la vista del dragón. Al abrir los ojos de nueva cuenta su visión era borrosa, y un frío cruel recorrió su cuerpo desde la púa de su cabeza hasta la punta de su cola, tan cruel como el dolor en su brazo izquierdo, que le parecía estar pronto a desprenderse de su cuerpo.
Y al aclararse su vista gradualmente, su respiración se volvió agitada. Había alguien frente a él, o mejor dicho, había acorralado a alguien frente a él, contra el tronco de un árbol seco. La presa en sus garras era una unicornio blanca de melena rosa y púrpura que él bien conocía, por cuyo rostro corrían lágrimas de terror, lágrimas que nunca en su vida hubiera imaginado llegar a ver.
—Por favor, Spike. No lo hagas... te lo suplico —musitaba ella, aterrorizada.
Sólo entonces, el dragón pareció recuperar un mínimo de raciocinio, cuando sus ojos se abrieron bien grandes al caer en la cuenta de lo que estaba sucediendo, de lo que había estado a punto de hacer.
—Sssssssweeee... tieeeee… —Forzó su garganta a pronunciar aquella palabra, la cual salió con una voz ronca, ahogada.
Fue el turno de la potra para sorprenderse al escucharle decir su nombre después de haberla atacado de aquella manera, después de creer que el amigo dragón que ella tanto apreciaba se había ido para siempre.
—Peeeeerrrrr… dooooo… —intentó hablar al apartarse y la poni cayó al suelo, libre de su prisión, mientras el dragón aún retrocedía, disponiéndose a voltearse y alejarse de aquel lugar, de aquella poni, de todo.
Sintió su cuerpo debilitarse al apenas dar unos pocos pasos, incapaz de caminar de otra forma que no fuera un irregular zigzag mientras intentaba correr. Su cabeza no era capaz de procesar todo lo que estaba sucediendo: los deseos de destrozar aún estaban ahí pero ahora también era consciente de ellos, consciente de algo que no quería hacer pero que su instinto le dictaba, le obligaba. No logró alejarse mucho más cuando cuerpo y mente se rindieron al cóctel de emociones violentas que le abrumaban, cayendo de bruces al suelo justo después, ya inconsciente.
El silbido de la ventisca en sus oídos era todo lo que Sweetie podía sentir, más allá del dolor de su casco y la presión que el dragón había ejercido sobre su débil cuerpo. El repentino ataque por parte de quien ella creía su amigo la había dejado en estado de shock por breves momentos, antes de que lograra incorporarse, trastabillando ligeramente por su casco herido.
Al hacerlo, se quedó viendo al dragón abatido a pocos metros y, al apoderarse de ella aquel temor de nueva cuenta, iluminó su cuerno y comenzó a correr de regreso a través del camino inclinado por el cual había llegado en un intento por regresar a Ponyville. Necesitaba huir. No sabía qué era lo que había sucedido, pero sí sabía que debía alejarse lo más rápido posible de aquel dragón si lo que deseaba era vivir.
Recorrió varios metros a contra viento antes de comenzar a detenerse, con una respiración en extremo agitada. Por su mente pasaban las imágenes de cada momento que había vivido hasta ese instante, desde el momento en que se encontraba con Spike en la biblioteca leyendo aquel manuscrito que hablaba sobre la Rosa Eterna, saltando al instante en que el dragón destruyó al timberwolf con sus propias garras. El momento en que viajaba aferrada a su espalda, pasando al instante en que el mismo se había abalanzado sobre ella, con claras intenciones de devorarla. Pero ella conocía al dragón, habían compartido gran parte de su infancia, y sabía bien que nunca sería capaz de algo como ello. Y sin embargo...
"¡Te prometí que no te dejaría caer!" —resonaron en su mente las palabras del dragón, las palabras que gritó cuando le salvó de caer a una muerte segura.
"Si… él me salvó" —razonó ella, con duda en su mirada.
Llegó a la conclusión de que algo realmente malo le había sucedido. Ese no era Spike y, al mismo tiempo, lo era. Pero, ¿por qué? ¿Qué le había ocurrido? ¿Por qué la había atacado? ¿La atacaría nuevamente al regresar en sí? Aquellas preguntas le decían a gritos que debía continuar su camino, pero no era capaz, no podía abandonar así a un amigo que antes había arriesgado su vida para salvarla. Se volteó a encontrar la oscuridad del camino entre los árboles y supo que no podría dejar atrás al dragón, no así.
Al regresar encontró a la bestia durmiente, en el mismo lugar que había caído. Se apresuró hacia él y, haciendo un esfuerzo imposible por colocarse bajo su brazo e incorporarse de nueva cuenta, comenzó a caminar lentamente, internándose más y más en el bosque Everfree.
Una sensación cálida recorría al dragón de escamas púrpuras y púas verdes, quien lentamente abrió sus ojos. Al principio su visión era borrosa, pero pronto alcanzó a divisar una pequeña fogata frente a él y, al otro lado, una unicornio blanca de ojos entrecerrados, concentrada en aquel fuego. Aún podía oír el sonido de la tormenta a lo lejos, como si se encontrase dentro de la biblioteca. Le tomó algunos segundos más el descubrir que se hallaba en el interior de una cueva, al recorrer el lugar con sus ojos verdes de pupilas rasgadas.
—Sweetie —le llamó con voz cansada.
La unicornio pareció sobresaltarse al levantar la vista, centrándose repentinamente en el dragón, pero sin responder. Le mantenía la mirada fija, como si esperase algo de él, pero no era capaz de descifrar que.
—Sweetie, ¿qué sucedió?
Los ojos de la potra parecieron humedecerse al resplandor del fuego mientras se incorporaba para caminar hacia él y, sin mediar otra palabra, envolverle en sus brazos, poniendo su cabeza por sobre su hombro.
—Sweetie... ¿por qué lloras? —preguntó, incapaz de comprender.
Ella no respondió, sino que le abrazó con más fuerza, mientras la tormenta fuera de aquel refugio perdía toda importancia para ambos. Pasaron los minutos y la unicornio aún no lograba separarse del dragón, siendo incapaz de ordenar las ideas en su cabeza, afligida por todo lo que había sucedido con anterioridad. Spike, sin embargo, sentía impotencia por ser incapaz de apoyar a su amiga, pues no sabía lo que estaba sucediendo. Pero antes que nada, había una pregunta que debía hacer, pues la duda podía con él.
—¿Cómo llegamos hasta aquí? —preguntó el dragón y finalmente, luego de un buen rato, Sweetie se apartó a una corta distancia del rostro de Spike.
—Te... te traje aquí luego de lo de los timberwolves —explicó, incómoda. Sin embargo, los ojos de Spike se abrieron mucho más al oírla.
—Es cierto, los timberwolves. ¿Qué ocurrió con ellos? —cuestionó, y la unicornio le observó confundida.
—¿No lo recuerdas?
—No, de hecho... —intentó rememorar, descubriendo una desagradable laguna en su memoria—. No puedo recordar nada. Solo sé que logré sacarte de aquel agujero, pero el resto... —intentaba recuperar los retazos faltantes, pero le era imposible—. ¿Qué sucedió después?
La potra no esperaba que el dragón hubiese olvidado lo ocurrido, y ahora no tenía idea de lo que debía de hacer al respecto. ¿Qué iba a decirle? ¿Qué había destruido a uno de ellos, y luego la había atacado a ella? Sweetie le conocía bien, y sabía que revelar aquello habría bastado para hacerle colapsar emocionalmente. ¿Pero entonces qué? ¿Debía mentirle? ¿Acaso podía ocultarle algo tan grande como ello? ¿Y qué tal si lo que le ocurrió en el bosque volviera a ocurrir otra vez algún día? ¿Podía tomar la responsabilidad de ocultar algo semejante, y enfrentar las consecuencias?
Aquellas preguntas no dejaban de dar vueltas en su mente, pero aquí y ahora… el dragón necesitaba una respuesta con urgencia. No era momento de pararse a pensar en las consecuencias futuras, por lo que al final decidió "evitar" ciertos detalles de la historia que anteriormente había acontecido. No podía apartar su mente de la bestia de escamas púrpuras que le había atacado, pero el dragón que ahora se encontraba frente a ella era su amigo, y eso era todo lo que necesitaba saber.
—Luego de... de que me salvaste, te ayudé a subir. Algunos de los timberwolves intentaron saltar el agujero, pero cayeron al vacío. Los demás ni siquiera se molestaron. Pero cuando subiste, perdiste el conocimiento y te traje aquí para esperar a que te recuperaras —concluyó su historia, aún dudando de que si lo que estaba haciendo era correcto o no.
Spike aceptó la explicación sin pestañear, pero aún había algo que no comprendía… ¿por qué le dolía tanto el brazo izquierdo? Y al apartar la vista de Sweetie, encontró pequeños huecos en sus escamas, que ahondaban en la carne unos pocos milímetros.
—Y esto... ¿Cómo sucedió?
—C-cuando estaba tratando de sacarte de ahí, uno de los timberwolves que saltó se aferró a tu brazo con sus colmillos para no caer, pero pudiste quitártelo de encima a tiempo.
—Maldición, duele como un demonio.
—Lo siento Spike, si hubiera sido más rápida…
—Descuida, nada que unas pocas vendas no puedan solucionar —sonrió él, estirándose para alcanzar su mochila.
—¿Quieres que yo...?
—¿Te molestaría? —preguntó con gracia, y ella le sonrió.
—Claro que no.
—Gracias —dijo, mientras la unicornio se incorporaba.
Sweetie se dirigió a la mochila y, luego de revisarla unos instantes, encontró lo que buscaba. Mientras caminaba de regreso, Spike fue capaz de ver que su pata trasera cojeaba. Recordó entonces el momento en que la tomó del casco con una fuerza excesiva, pero necesaria.
—Siento eso —se disculpó cuando la unicornio se arrimó para arrancar la manga del abrigo, que se encontraba casi suelta por el ataque sufrido.
—¿Por qué?
—Tu pata.
—Oh, eso... no es nada. Apenas duele cuando camino.
—¿Estarás bien? —preguntó con preocupación.
La unicornio, que cubría el brazo de Spike con los vendajes, suspiró cansada, antes de hablarle con calidez.
—Si no hubiera sido por ti, no lo habría conseguido allá atrás. No te disculpes por eso Spike, me alegra que lo hayas hecho.
—Aún así, venir hasta aquí los dos solos fue una completa locura. Casi hago que nos maten, Sweetie —aceptó, y se tomó una pausa antes de hablar otra vez—. Lo mejor será que nos quedemos aquí hasta que amanezca, y regresemos a Ponyville en la mañana.
—¡Ni hablar! —se negó la poni al apretar los vendajes sin darse cuenta, y el dragón dejó escapar un quejido por el dolor—. ¡Lo siento! De cualquier forma, no podemos rendirnos cuando estamos tan cerca de conseguirlo. Y tampoco lo hemos hecho nada mal hasta ahora. Seguimos de una pieza, después de todo.
—¿Pero por cuánto tiempo?
—El suficiente para conseguir lo que vinimos a buscar, y regresar a casa sanos y salvos —respondió sonriente.
—Me tienes demasiada confianza, ¿no te parece?
—Debo hacerlo, salvaste mi vida. Dos veces.
—Y tú la mía. Una vez.
—Entonces no estaremos a casco hasta que te salve la vida de nuevo, ¿No es así?
—No planeo darte la oportunidad, Sweetie. Creo que ya fue suficiente emoción para un solo día.
—Pero Spike, ¡nunca se tienen suficientes emociones! —exclamó felizmente.
—Sigue pensando así, e irás tú sola a buscar ese diamante —dijo con cansancio, provocando la risa de la unicornio.
"Si... éste es Spike, el Spike que siempre he conocido. Estoy segura." —pensó ella cuando terminaba de colocar los vendajes.
—Y... listo. ¿Qué te parece? —preguntó con ánimos renovados.
—Es perfecto, gracias. ¿Han quedado vendas?
—Algunas. Espero no vayamos a necesitarlas.
—Las necesitamos ahora mismo —dijo al incorporarse.
—¿Para qué? —preguntó extrañada, recibiendo una sonrisa del dragón.
—Anda, siéntate ahí.
—Spike, ya te he dicho que no...
—Siéntate —insistió una vez más con un toque de severidad, y la unicornio bufó, sin otra opción más que hacer caso al dragón.
—Dije que no hace falta... ¡Auch! —reaccionó al dolor que le producía la presión ejercida sobre su casco.
—¿Decías?
—Olvídalo —se resignó, mientras su compañero tomaba las vendas restantes para envolver el área afectada con cuidado.
—En fin, será mejor que nos apresuremos. Ya son las... tres de la mañana —dijo al mirar de reojo su reloj.
—¿No podemos esperar hasta el amanecer? —preguntó con duda.
—Podemos, pero no llegaremos a tiempo a la ceremonia.
—Cielos... ¿Por qué tiene que ser todo tan complicado?
—Porque así es la vida, Sweetie —replicó al terminar de vendarla—. Listo, con eso debería bastar. ¿Puedes levantarte?
La unicornio se incorporó y, luego de recorrer algunos metros, concluyó que el dragón había hecho un trabajo excelente. Su casco ahora apenas molestaba cuando caminaba.
—Si, con eso basta. Gracias Spike —dijo con una sonrisa.
—Oye, para eso están los amigos —respondió mientras tomaba la mochila, cargándola en su espalda—. Anda, salgamos de aquí, y hallemos ese diamante.
—¡Claro que sí, compañero! —exclamó ella, poniéndose a su lado mientras salían al exterior otra vez, abandonando la calidez de aquel lugar.
Al cabo de unos minutos, el dragón y la poni se encontraban en camino una vez más. No les fue difícil encontrar el sendero por el cual viajaban antes y, luego de seguirlo durante casi media hora, finalmente llegaron a su destino. Apenas se dieron cuenta de que estaban en la ubicación que el mapa señalaba cuando se encontraron frente al borde de un cañón, que se extendía hacia los lados hasta donde alcanzaba la vista, con casi diez metros de anchura, y que parecía sumergirse desde aquel punto hacia un pozo sin fondo. ¿Dónde estaba el diamante? ¿En el fondo del cañón? ¿O acaso...?
—¿Y el mapa? —preguntó ella.
El dragón extrajo el papel antes guardado en el manuscrito, examinando de arriba a abajo el lugar que señalaba, buscando algún indicio del punto en donde se ubicaba la rosa. En una letra realmente pequeña ponía junto al círculo rojo una flecha negra hacia abajo, con una aclaración importante.
—"328 cascos. No resbalar." —leyó en voz alta, recibiendo una mirada interrogante por parte de la poni, que pronto cambió a una de sorpresa y preocupación justo después.
—Oh no, eso no es cierto.
—Pues parece que sí —respondió él, acercándose al borde y evaluando la caída—. Cielos... es bastante profundo. ¿Cómo hicieron para esconderlo allí?
—¿Vamos a bajar?
—Eso parece.
—¿Y estás seguro de que podrás...? Tú sabes...
—¿Sujetarme?
—Eso —preguntó, y el dragón se agachó para golpear la roca del borde un par de veces—. Parece bastante sólido. Creo que puedo sostenerme bien.
—¿Crees? —se preocupó su compañera. El dragón le sonrió con confianza mientras procedía a dejar la mochila en el suelo para luego quitarse también el abrigo, tomándolo por las mangas.
—¿Qué haces?
—Mi cuerpo puede resistir el frío, pero tú no resistirás la caída. Además, no tengo deseos de que vuelvas a ahorcarme.
—Lo siento —se disculpó con una sonrisa incómoda, mientras el dragón la ayudaba a subir a su espalda, atando el abrigo desde su pecho a la cintura de la joven poni—. ¿Será suficiente?
—Sí, pero por si acaso agárrate bien. ¿De acuerdo? —le preguntó mientras comprobaba su reloj, en el cual ya ponían pasadas las tres y media de la mañana. Al instante, la poni se aferró con sus piernas a la cintura de su compañero, llevando los brazos a su pecho.
—Hecho —le guiñó un ojo.
Habiendo recibido el visto bueno por parte de la potra, el dragón se aferró con fuerza al borde, desplazando su cuerpo hacia el vacío con cuidado, para apoyar sus patas en la ladera, empleando sus cuatro extremidades para sostener el peso de ambos. Y así, con movimientos en extremo cuidadosos, el dragón comenzó a descender a través del cañón, dirigiendo toda su atención a los puntos en donde apoyaba sus patas, mientras poco a poco se sumergían en la oscuridad, apenas rota por el cuerno iluminado de su compañera.
La tormenta de nieve implicaba una mayor dificultad a la hora de descender, pues le era más complicado encontrar los puntos de apoyo ideales aún con la linterna equipada, aparte de que debía prestar especial atención a no clavar sus garras en la roca demasiadas veces, pues temía un posible derrumbe. Y aunque la ligera inclinación de aquella pendiente minimizaba las probabilidades de que cayeran por su propio peso, el peligro permanecía presente en otras formas que ellos apenas podían notar.
De repente, una fuerte corriente de viento proveniente desde abajo los desestabilizó y estuvieron a punto de caer, pero el dragón respondió al peligro al clavar sus cuatro garras en la pared, aferrándose con todas sus fuerzas, y sin dejar de vigilar a Sweetie Belle.
—Rayos... la próxima vez que salgamos, asegúrate que sea al cine, o algún restaurante. Algo un poco más tranquilo.
—La próxima tú eliges el destino, ¿te parece bien?
—Me servirá más adelante —aceptó ella.
Finalmente, y sin mayores dificultades a las sufridas en el camino, ambos recorrieron la distancia indicada por el mapa, pero se sorprendieron al notar que aún estaban muy lejos del fondo.
—Se supone que debía estar por aquí —se extrañó el dragón, revisando el mapa con una de sus garras.
—No creo que este lugar tenga fondo alguno. Parece... infinito.
—No, tiene que haber algo. ¡Debe haber algo! —se desesperó, incapaz de creer que hubieran llegado hasta allí por nada. Aún así, su compañera se lo había tomado de una forma diferente.
—Spike, está bien. Lo intentamos, pero seguir bajando no tendría sentido. Además de que sería muy arriesgado —intentó convencerle, y el dragón suspiró derrotado.
—Lo siento, Sweetie.
—Oye, descuida. Encontraré algo mañana. Lo importante ahora es salir de aquí con bien. ¿De acuerdo? —dijo con calidez al darle una palmada en el hombro, y el dragón asintió.
—De acuerdo —aceptó con tristeza—. Prepárate, no creo que el camino de vuelta sea más fácil.
Con la nueva determinación de sacar a la unicornio de allí a salvo, el dragón comenzó a trepar con el mismo cuidado cuando la roca bajo sus garras se rompió, y un instante al sobresalto se aferró con sus garras como si le fuera la vida en ello, agrietando la roca bajo sus garras varios metros durante eternos segundos antes de detenerse de forma abrupta. Para entonces, Sweetie había encontrado otra manera de estrujar su ya de por sí maltrecho cuerpo.
—¡Maldición, ahora estamos aún más lejos! —desesperó el dragón al mirar hacia arriba.
—Lo importante es que aún seguimos en la pared, ¿verdad? —intentó sonreír con optimismo, en un intento por ocultar el temblor en su voz y cuerpo que el dragón claramente podía sentir.
—En la pared... —murmuró el dragón para sí mismo, cayendo en la cuenta de que su cuerpo se había detenido de manera abrupta, como si se hubiese topado con algo más rígido que las rocas a su alrededor.
Al observar con más detenimiento el área, haciendo uso de la linterna de su pecho, Spike se encontró con una placa de piedra que claramente difería del resto de aquella ladera, y en cuyo centro ponía la inscripción de una rosa sin tallo, apenas visible. Lo habían encontrado.
—Sweetie, mira. Esto es...
—Cielos, ¡Está aquí! ¿Y qué hacemos ahora?
—Voy a romperla. ¿Crees que puedas poner un campo de magia sobre nosotros?
—Lo he estado practicando, pero no estoy segura de... —se explicaba, siendo interrumpida.
—Inténtalo —le pidió.
Sweetie suspiró, antes de iluminar su cuerno con un resplandor verde claro un poco más intenso que el empleado para solo iluminar, y una media esfera de magia se formó sobre ellos al tiempo que la unicornio mantenía los ojos cerrados con fuerza.
—Apresúrate, no sé por cuánto podré mantenerlo —le pidió, haciendo su mejor esfuerzo.
—De acuerdo, sujetate bien.
El dragón se colocó del lado izquierdo de la placa de piedra grabada, liberando solo su garra derecha, y no perdió tiempo para propinar un veloz puñetazo al centro de la placa. La misma apenas se agrietó por causa del impacto, por lo que comenzó a golpear varias veces, cada vez con mayor fuerza y velocidad, formando grietas más grandes. Los temblores que sufría aquella ladera por su causa no tardaron en evidenciarse, pues desde el terreno superior comenzaron a caer rocas a su alrededor. Cada golpe acertado en su escudo mágico, aunque se trataba de impactos relativamente ligeros, era suficiente como para debilitar un poco más el campo de fuerza, que en breve ya no sería capaz de mantenerse.
—¡No voy a resistir mucho más! —gritó la potra, agobiada por una fuerte jaqueca producto de la falta de práctica mágica.
—¡Solo un poco! ¡Ya casi...! —gritó antes de golpear por última vez, destruyendo la placa y abriendo un hueco en la pared que parecía dirigirse a un nivel inferior.
Sin dudar un instante, ambos se arrojaron por allí a tiempo para evadir una gran roca que sin dudas habría destruido el campo de fuerza, y arrastrado a los compañeros al fondo del abismo. Ellos, por otro lado, se dirigieron a un abismo negro en donde el recorrido terminaría mucho antes y, mientras caían por aquel túnel de piedra, el dragón atrapó a la potra en sus brazos y giró su espalda hacia abajo para que ella no recibiera el impacto al final del viaje, y la unicornio formó un nuevo campo de magia a su alrededor que aligeró drásticamente su caída, reventando como una burbuja justo después y negando el daño que el lomo de Spike habría sufrido de otra forma.
—¿Estamos vivos? —preguntó Sweetie, su voz perdida en penumbras y ecos.
—De momento, al menos.
Spike dejó ir a su compañera y comenzó a incorporarse en la oscuridad, intentando definir algo gracias a su aguda vista. Al ser incapaz, encendió su linterna una vez más, encontrando un espectáculo que le dejó sin habla. Mientras tanto, la unicornio debió emplear un mayor esfuerzo para iluminar su cuerno, dado que había consumido gran parte de su energía mágica para crear el campo de fuerza que los había salvado.
—Oh rayos, el abrigo se rompió. Spike, ¿Tienes idea si se puede...? —preguntaba ella sin levantarse, cuando el dragón tomó su hombro, invitándole a ver aquel lugar—. No puede ser.
Frente a ellos se levantaba una habitación rectangular inmensa, cuya gran estructura se mantenía gracias a diez pilares que hacían las veces de pasillo. Tanto las paredes como el suelo se encontraban constituidos por ladrillos de al menos un metro de largo cada uno, dándole a la estancia una apariencia que hubiera hecho sentir pequeño al mayor de los gigantes.
—Esto es...
—Increíble —completó Sweetie.
Al final de aquel enorme pasillo formado por columnas, subiendo una escalinata, se levantaba un gran portal de piedra tallada en cuyo centro se podía divisar el mismo grabado de una rosa sin tallo que antes habían visto en la placa exterior. Y al mirar hacia arriba, la unicornio encontró que el túnel por el cual habían logrado entrar en aquel lugar estaba a una gran distancia, completamente fuera de su alcance.
—Spike, mira —le señaló hacia arriba, cuando su cuerno se apagó de repente—. ¿Qué rayos?
—No te esfuerces Sweetie. Será mejor que dejes descansar a tu cuerno por un rato —le pidió, apuntando con la linterna hacia el hueco del techo—. Tendremos que buscar otra salida, pero primero comprobemos bien este lugar.
Mientras la unicornio se incorporaba con dificultad, comenzó a caminar a través de aquella extraña habitación mientras Spike trataba de darle algo de luz con su linterna en garra. Caminó tan solo unos pasos antes de sentir algo más rasposo al tacto que las rocas que conformaban aquel lugar. Bajó la luz al suelo para comprobarlo y halló una baldosa distinta al resto del piso, en donde ponía una hendidura hexagonal muy parecida a una cerradura. Miró hacia arriba una vez más, y descubrió que se encontraba alineada con la entrada.
—¡Spike! —llamó la unicornio con enojo, al quedar totalmente a oscuras.
—Un momento. Creo que encontré una salida, pero... parece que necesita una especie de llave.
—¿Y qué clase de salida es esa? —preguntó al mirar hacia arriba, al punto iluminado por la linterna.
—No lo sé, quizá una escalera o algo así. De otra forma, ¿por qué habría un agujero como este, precisamente en este lugar?
—Quizá pensaron que era una bonita decoración —bromeó ella.
—Quizá la llave para esto siga por aquí. Venga, vamos a ver que hay detrás de esa puerta —dijo, retomando su caminar.
La humedad en el ambiente era opresiva, tanto como la oscuridad, y la unicornio comenzó a temer el tiempo que tardarían en salir de allí incluso si conseguían el diamante en el momento.
—Spike, tengo un mal presentimiento.
—¿Qué? ¿Por qué?
—No sé cómo explicarlo, pero... siento que no deberíamos estar aquí. Que alguien o algo no quiere que estemos aquí —dijo ella, incómoda.
—¿Un fantasma?
—Estoy hablando en serio.
—Yo también.
—No... no lo sé. Solo quiero que salgamos de aquí lo más pronto posible.
—De acuerdo, pero primero... vamos por nuestro tesoro —dijo él, cuando se encontraron frente al portal de piedra, que de lejos parecía más grande de lo que era en realidad.
—No podré romperlo como la placa de allá afuera, eso es seguro —razonó, intentando empujar las puertas con todas sus fuerzas, en vano.
—¿Quieres que te ayude?
—Está bien, puedo con esto —insistió, realizando el esfuerzo otra vez. Cada intento infructuoso lo dejaba un poco más débil, hasta que al final se rindió—. No puede ser, la maldita puerta está sellada.
—Spike, ¿No crees que...?
—Debemos encontrar otra manera —decía, perdido en sus pensamientos.
—Spike.
—Podríamos volver y conseguir un pico para...
—¡Spike! —le llamó la atención con un grito.
—¿Qué sucede?
—¿Ya has probado... no sé, "corriendo" la puerta?
El dragón la observó extrañado, antes de emplear la fuerza de sus brazos no para abrir la entrada hacia adelante, sino de forma lateral. Su rostro permaneció sin expresión alguna por espacio de un minuto cuando las puertas de piedra se apartaron con facilidad, mientras que Sweetie Belle cruzaba el umbral con porte triunfal.
Al ingresar ambos, se encontraron en una sala cilíndrica que se extendía desde aquel punto hacia abajo a través de una escalera de caracol, hacia una oscuridad absoluta. El dragón tomó una pequeña piedra del suelo, y la dejó caer en el centro para medir su profundidad. Pasaron varios segundos hasta que la misma le devolvió el sonido, y supieron que deberían descender mucho más para alcanzar su objetivo.
—Yo iré adelante, no sabemos si los escalones resistirán después de tanto tiempo —dijo el dragón al pisar el primero de ellos.
—De acuerdo. Solo espero que la batería de la linterna dure lo suficiente.
—Twilight la recargó hace un par de días. No te preocupes, tenemos varias horas más de luz asegurada.
—Me alegro, porque no sé cuánto tardará mi cuerno en funcionar bien otra vez —respondió ella, permaneciendo pensativa mientras se centraba en las penumbras que poco a poco iban disipando—. Spike, ¿de verdad estás seguro de esto?
—Respecto a...
—Este lugar. Me da... escalofríos. No sé que es, pero hay algo aquí que no está bien —intentaba explicarse, mientras el dragón la miraba por sobre el hombro, interrogante—. Vamos, tú también debes sentirlo. Hay algo malo aquí.
—Lo único malo que hay aquí es la peste. No te preocupes por eso, en un rato estaremos regresando a casa.
—Eso espero —musitó.
Luego de varios minutos de ecos interminables provocados por sus pasos llegaron al final de la escalera, encontrándose con una puerta de tallados mucho más trabajados que la anterior en la forma de varias rosas sin tallo.
—No vayas a equivocarte de nuevo —dijo Sweetie detrás de él, con gesto arrogante. El dragón suspiró con pesadumbre.
—Cierra el pico y ven aquí —la llamó él. Mientras se acercaba, la puerta se abrió lateralmente, y una cortina de polvo cayó sobre ellos.
—¡Oh rayos! Lo hiciste a propósito, ¿verdad? —inquirió, furiosa.
—Cielos, ¡lo siento! No sabía que habría tanto polvo aquí —dijo inocente, riendo por lo bajo mientras se internaban en la sala.
Su compañera le siguió después, cuando alumbró una sala mucho más pequeña que la anterior. A pesar de la oscuridad, el halo blanco de la linterna era capaz de iluminar al completo una figura justo frente a ellos. Quedaron boquiabiertos al finalmente encontrarse frente al objeto de su deseo, el tesoro por el cual tantos problemas habían pasado.
A pocos metros de distancia un altar se levantaba en el centro de la habitación, en el cual podía verse la figura de una yegua unicornio de melena lacia, esculpida delicadamente en piedra blanca de un metro de altura, elevando sus patas al cielo. Y en el centro de su pecho algo brillaba con intensidad, reflejando la luz. El dragón desvió la linterna y pudo ver aquel bello púrpura, ese diamante en forma de rosa que aquella potra de piedra blanca, olvidada por el resto del mundo, guardaba celosamente.
—Cielos, es... —musitó Sweetie.
—Es la rosa eterna —completó Spike, tan sorprendido como ella.
—Es preciosa.
—Si que lo es. Al final valió la pena llegar hasta aquí, ¿verdad? —le sonrió.
—¿Y qué estamos esperando? ¡Vamos! —gritó emocionada, dispuesta a correr hacia la joya, pero el brazo del dragón se interpuso—. ¡Oye!
—Espera. Piénsalo un momento.
—¿Pensar qué?
—Incluso aunque tuvimos que pasar por muchos problemas para llegar aquí, el diamante está... muy al alcance. Las cosas nunca son tan fáciles como parecen, Sweetie. ¿Alguna vez has leído a A.K. Yearling?
—¿Y ese quién es?
—Es la escritora de las novelas de Daring Do. En sus historias, cuando se trata de un tesoro en una tumba antigua, el mismo nunca está tan desprotegido como parece. Siempre hay una trampa oculta.
—Tal y como dijiste, son solo novelas. Anda, tomemos ese diamante y larguémonos de aquí —lo apartó, dirigiéndose al altar.
—¡Sweetie! ¡Espera! —intentó detenerla, pero la unicornio ya se encontraba frente a la estatua. Fue tras ella al instante y, para su suerte, aún no había tocado aquella pieza.
—No parece que esté conectada a nada más aquí —decía ella.
—Nunca se sabe —respondió él, aproximándose para comprobar la joya más de cerca.
El tallado y color de aquella piedra preciosa cautivó desde un primer momento al dragón púrpura, quien sin darse cuenta ya se estaba relamiendo.
—¡No te atrevas a comértela, Spike! —advirtió ella, frunciendo el ceño.
—Claro que no, solo... la estaba viendo —se excusó él, casi ofendido.
—¿Y bien?
—Bueno, no parece que sea una trampa, pero aún así...
—Eso es suficiente para mí —declaró ella, usando su magia para extraerla.
Spike se mordió el labio con los colmillos ante aquel brusco movimiento, y al ver que Sweetie ya tenía la joya en sus cascos. Miró a su alrededor esperando lo peor, que las paredes o el techo comenzaran a cerrarse sobre ellos, o que se abrieran huecos en los mismos y de aquellos salieran disparadas flechas venenosas. Pero nada sucedió.
—Creo que estamos bien, ¿Verdad? —preguntó la yegua, luego de unos instantes eternos.
—Sí, eso parece —dijo al suspirar.
—¡Pues entonces vamos! ¡Tenemos que volver a Canterlot lo antes posible! —exclamó ella con renovada emoción, comenzando a caminar hacia la puerta junto a su compañero mientras admiraba la rosa frente a ella mediante su magia. Notó entonces la inscripción en la parte que vendría a ser la base de la joya—. Para siempre.
—¿Disculpa?
—"Para siempre", es lo que dice —explicó, comenzando a examinar cada detalle de la gema—. Es la joya de la que hablaba la historia, es... el diamante que la princesa mandó a tallar en forma de rosa para su amado. Este es… —decía ella, incrédula de la joya que tenía en sus cascos, cuando oyó un sonido extraño fuera de aquella habitación, uno que retumbó en cada ladrillo de aquel oculto lugar—. ¿Qué fue eso? —se asustó.
—No lo sé, vino de arriba —respondió, animando a la unicornio a retroceder con su brazo derecho extendido, sin quitar los ojos de encima a las penumbras tras el portal que la linterna apenas alcanzaba a disipar. La yegua escondió rápidamente el diamante en el bolsillo superior izquierdo de su abrigo.
—¿Nos habrán seguido?
—No, imposible —negó, expectante de la situación. Pasaron unos minutos, pero no se oyó nada más.
—Bueno… no parece que algo vaya a atacarnos —razonó ella, y luego de unos momentos de silencio, el dragón supuso lo mismo.
—Espero que tengas razón. ¿Tal vez solo fue un temblor general? —se relajó—. Pero solo por si acaso... no te alejes de mí. ¿Está bien?
—Claro, ahora salgamos de aquí, por favor.
Siguiendo el camino escaleras arriba e ingresando a la sala de los pilares no encontraron nada fuera de lo normal, aparte de aquel olor pútrido que calaba por la nariz de la unicornio y le provocaba mareos. Todo estaba tal y como lo habían dejado al bajar a la cámara de la rosa.
—De acuerdo, tenemos lo que vinimos a buscar, pero aún debemos encontrar la llave para salir de este lugar. Busca algo por aquí con forma de hexágono que entre en la hendidura de antes— indicó mientras bajaban la escalinata hacia la sala de los pilares.
—¡Estoy en ello! —aceptó ella, comenzando a buscar en las cercanías iluminadas por la luz de su cuerno, cuando un nuevo temblor los sobresaltó a ambos.
Para cuando voltearon, la puerta que daba acceso a la cámara de la rosa se había cerrado, y una hilera de antorchas colocadas a lo largo de los pilares se encendía como por arte de magia, una tras otra, iluminando la habitación. A pesar de haberse librado de la oscuridad que inundaba el lugar, los dos estaban aterrados por el actuar del lugar. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿De verdad había una trampa allí?
—¿Qué está pasando? —preguntó al retroceder, chocando contra la espalda del dragón.
—Lo que me temía. ¡Estate alerta! —advirtió, y la yegua asintió con temor.
Un momento después, un rugido antinatural resonó en el interior de la cámara, haciendo temblar cada roca del lugar, helándoles la sangre en el proceso, y entonces lo supieron: no estaban solos. Spike intentó rastrear el origen a través de sus sentidos y fue cuando, en un segundo, su cuerpo se movió por puro instinto. Tomó el casco de Sweetie y, al instante exacto en que saltaron para esquivar el ataque, la enorme criatura cayó sobre el lugar donde antes habían estado, exponiendo una larga cola de escorpión frente a ellos. Mientras se incorporaban, alcanzaron a divisar con claridad la figura de la bestia que los había atacado, encontrándose con una vista irreal.
Una enorme mantícora encontró sus miradas al voltearse, exponiendo el cuerpo de un león, las alas de murciélago y aquel aguijón mortal tan característico daban fe de que se trataba de aquella misma criatura, pero había algo diferente. La misma triplicaba el tamaño de cualquier espécimen que hubieran visto en el pasado, los tonos de su pelaje y alas se limitaban al negro y al gris, mientras que sus ojos resplandecían con un brillo dorado. Y aún peor, algo importante colgaba del cuello de la criatura.
—Spike... ¿No es esa la llave de la que hablabas? —preguntó al divisar un sello de piedra con terminación en hexágono puesto en un collar, alrededor del cuello de la bestia.
—Por Celestia, esto tiene que ser una broma —musitó con desesperación, para luego oír a la bestia rugir en su dirección, dejando en claro que el dragón sería su primer objetivo—. Sweetie, escóndete detrás de los pilares. Cuando veas la oportunidad... atacalo por la espalda con magia. Yo aprovecharé para quitarle el collar, y saldremos de aquí. ¿Entendido?
—E-entendido —asintió, aún incapaz de creer lo que estaba ocurriendo..
—Ahora escóndete... pero no corras frente a él, o podría ir a por tí —advirtió, mientras ella se movía de la forma más calmada posible a una de las columnas, y la mantícora avanzaba a paso lento hacia Spike, sin un rastro de duda en cada uno de sus pasos—. ¡Espero que te guste la comida picante! —gritó cuando la bestia se abalanzó sobre él.
La evadió hacia un lado con agilidad, descargando una potente llamarada verde cuando estuvo en el suelo. Pudo oír sus lamentos, sintió en el aire el olor a pelaje y piel quemada, pero debió usar una de las columnas cercanas para protegerse de la embestida de la furiosa bestia. Las llamas se disiparon en poco tiempo, y la bestia comenzó a rastrear al dragón que se encontraba a pocos metros de distancia, quien se movía para evitar entrar en su campo de visión. En una batalla frente a frente, Spike no tendría ninguna oportunidad de alcanzar la llave, por lo que su única opción era tomar a la bestia por sorpresa. La unicornio lo sabía y, al asomar por el borde del pilar para divisar a la criatura negra, esperó paciente hasta que la misma le diera la espalda. Entonces fue el momento.
—¡Cómete esto! —le gritó, lanzando un rayo mágico que dio de lleno en la nuca del monstruo, quien apenas se había percatado del ataque, antes de voltearse hacia la poni—. Oh no. Mira, sé que empezamos con el casco izquierdo, pero… ¿Qué te parece si lo hablamos y…?
La unicornio no alcanzó a terminar cuando el rugido de la bestia la cortó, lanzándose en carrera hacia ella y destruyendo uno de los pilares con su embestida, ataque del cual Sweetie apenas había escapado por los pelos, tropezando justo después dada la debilidad de su casco. Estaba a merced de la bestia, que se aproximaba a un paso lento pero seguro, y ella se encontraba paralizada por el miedo. No podía huir.
—¡No te atrevas a tocarla! —gritó Spike, saltando a su espalda para aferrarse a su cuello con fuerza. buscando la llave en su collar sin descuidar el aguijón que la bestia empleaba en múltiples intentos de apuñalarlo.
Fueron los segundos más largos en la vida del dragón, que le resultaron suficientes para arrancar el sello de piedra de su cuello, justo antes de que aquel monstruo alcanzara su cuerpo con una de sus garras, clavándolas en las escamas y la carne del dragón y lo lanzara contra uno de los pilares con todas sus fuerzas. Spike fue capaz de oír el crujir de sus huesos al impacto, antes de caer al suelo con una violenta tos, respirando con dificultad. Intentó ponerse de pie usando como punto de apoyo aquel pilar, pero al levantar la vista, la poderosa garra de la bestia le impactó de lleno en su pecho, lanzándolo a varios metros de distancia.
Una honda herida se abrió en el pecho del dragón quien, dada su debilidad, apenas era consciente de lo que ocurría a su alrededor. Pero en medio del aturdimiento, había aceptado que aquel sería el final del camino, pues no sería capaz de resistir un nuevo ataque. Pero antes de que un último zarpazo de la bestia negra le arrancara la vida del cuerpo, sólo había una cosa en la que podía pensar. Solo algo le importaba.
—Sweetie —musitó, incapaz de levantarse—. Sweetie Belle...
Lo único que el dragón podía oír, y sentir, eran las pisadas de la bestia que se aproximaba hacia él, dispuesta a terminar lo que había comenzado. Pero se detuvo abruptamente al oír la voz de la unicornio, la cual resonó en aquella sala de pilares tan fuerte como lo habría hecho su rugido.
—¡Oye! ¡Cerebro de mosquito! —le insultó ella, con ardiente furia.
La mantícora se volteó en su dirección, pero no llegó a verla con claridad a razón de que algo se había clavado en sus ojos justo en aquel instante, produciéndole un terrible dolor que nunca había experimentado. No eran nada más que fragmentos de piedra que se habían desprendido de un pilar, pero que lanzados con magia constituían un arma efectiva en ese momento. La cegada mantícora se resentía de aquel dolor, avanzando a ciegas por la sala en busca de la unicornio, atacando al aire con sus zarpas. Pero para entonces, Sweetie ya se encontraba junto al dragón malherido.
—¡Spike! Oh no... cielos, ¡resiste por favor! —suplicó con infinito temor, abrumada por la sangre derramada, y la herida abierta del pecho de su amigo.
—D-dime la verdad, ¿Qué tan mal se ve? —preguntó, con un temor y dolor imposibles.
—¡Horrible! —respondió ella, incapaz de mentir, con un temblor en sus cascos.
—B-bien. Esta es la llave, u-úsala en la hendidura —pidió él, poniéndola en sus cascos.
A pesar del terror que la agobiaba, Sweetie Belle no perdió tiempo y rápidamente auxilió al dragón, intentando llevarlo en hombros mientras se dirigía a la placa de piedra que le había señalado antes, la cual se encontraba justo bajo el agujero del techo, mientras que la bestia los buscaba al otro lado de la sala de pilares. Ayudó a Spike a recostarse a un lado y, sin perder más tiempo, colocó el sello hexagonal. Un sonido se oyó justo bajo ella, como si algo hubiera encastrado aparte de la llave misma, y luego comenzó a hacerla girar de forma desesperada, poniendo sus esperanzas en que aquella era su única escapatoria. La bestia seguía resintiéndose de la herida, pero no pasaría mucho tiempo antes de que se recuperara.
Al instante, los sonidos de un mecanismo que no parecía haber sido aceitado en milenios se hicieron presentes en la sala, aunque por causa del eco resultaba imposible saber de donde provenían. Una gran cantidad de polvo cayó encima de la potra quien, al poco de cubrirse, miró hacia arriba buscando su origen, encontrando que el túnel en lo alto ya no era curvo, sino vertical. Un viento frió le besó el rostro segundos después, y sintió el aroma del aire fresco. Todo provenía del exterior.
Sin darle tiempo a pensar, la placa central se desencajó del suelo en un brusco movimiento, dando lugar a una plataforma que, aunque unos pocos centímetros, comenzaba a elevarse. Al darse cuenta de ello la yegua ayudó a subir a su malherido compañero. El dragón cayó acostado, débil, mientras su transporte tomaba velocidad, y pronto aquella sala y los lamentos de la mantícora negra quedaban atrás. Al alcanzar el techo, la plataforma se encajó en los rieles de las paredes y fue así como continuó su camino. Ahora solo podía oírse el roce de las rocas con el elevador, y el silbido de la tormenta en el exterior que suponía una fría bienvenida a su regreso.
