Capítulo 4 – Al amanecer
Habían pasado unos pocos minutos desde su milagroso escape, y la plataforma que cargaba a la potra y al dragón continuaba su ascenso hacia el exterior a través de aquel túnel vertical iluminado por el cuerno de la poni. Sweetie ya no prestaba atención al polvo que caía en su pelaje a causa de las vibraciones, ni a la temperatura que disminuía conforme avanzaban, pues estaba centrada en el dragón herido a sus cascos.
Le había revisado durante un buen rato pero, a pesar de que su compañero había dejado de sangrar, le era difícil deducir si su vida aún peligraba por causa de aquella herida. Decidió colocar la mitad del abrigo que había logrado salvar en el pecho del dragón y, levantándolo con delicadeza, logró pasar las mangas por su espalda, para atarlas de la misma forma con una fuerza moderada. Percibió el quejido de Spike por el dolor, y se sintió impotente al saber que no tenía otra forma de ayudarle.
Si Twilight hubiera estado allí, podría haber usado un hechizo para sanarlo, o Rarity incluso podría haber hecho un vendaje mucho más efectivo con su magia. Al pasar por su mente aquellos pensamientos, se sentía inútil. Su amigo le necesitaba más que nunca, y era incapaz de hacer nada más por él. Su mente se atormentaba con tales ideas cuando se percató de que Spike no estaba inconsciente, y ahora le miraba con los ojos entrecerrados. Sus miradas se encontraron durante un breve momento, antes de que el dragón hablara.
—Lo hiciste bien allá atrás —musitó su débil compañero con una sonrisa.
En silencio, la yegua se sentó frente a él mientras pensaba qué decir, pero le era imposible expresar sus sentimientos con palabras cuando la posibilidad de romper en llanto se encontraba al alcance de una sílaba. Por ello, sólo apoyó la cabeza por sobre la bufanda gris en su cuello, abrazándolo con cuidado.
—Tranquila, todo está bien —intentó consolarla.
—Creí que te perdería —alcanzó a decir, antes de que las lágrimas comenzaran a correr y tuviera que ahogar su llanto contra el pecho de Spike.
El dragón sonrió con tristeza al ver cuánto había preocupado a su querida amiga, y dejó pasar unos instantes en silencio antes de tomar su casco en garra, cuando ella se apartó a una corta distancia con sonrosadas mejillas, y una mirada interrogante.
—No lo harás —le prometió sin cambiar su expresión, apretando su casco.
Se sonrieron el uno al otro y, por un momento, no hubo necesidad de decir nada más. Spike le permitió reposar sobre él un poco más, aunque la verdad era que la herida en su pecho escocía en sobremanera, pero nunca se lo diría. Pasaron unos minutos en silencio y, una vez que la unicornio se había calmado, ayudó al dragón a incorporarse, pero Spike tenía problemas para mantener el equilibrio de su propio cuerpo.
—Despacio... ¡Cuidado! —advirtió ella, cuando sus piernas cedieron de repente, y la unicornio se apresuró a sostenerle—. Tómalo con calma, Spike. Por favor.
—Solo necesito un momento. Dentro de poco estaré bien.
—¡Esa herida no se ve nada bien! Si no hacemos algo... —decía ella, cuando el dragón se apartó a cierta distancia al sostenerse por sí mismo.
—No te preocupes, tengo un pequeño as bajo la manga —explicó al quitarse la bufanda.
Fue cuando el dragón bajó el medio abrigo que cubría la herida, y vertió una gran cantidad de saliva color gris ceniza desde sus mandíbulas directamente sobre la herida. Un vapor pestilente surgió de aquel punto, mientras la zona de su cuerpo que hasta entonces se encontraba al rojo vivo ahora se oscurecía.
—¡Qué asco! —dijo la unicornio, cubriéndose el hocico.
—Lo es, pero funciona —respondió al terminar, exhibiendo la herida que ahora había comenzado a cicatrizar.
—¿Cómo hiciste eso? —preguntó, mientras el dragón se acomodaba la bufanda otra vez, pasando a la "venda" después.
—La saliva de los dragones tiene... "algo", no recuerdo qué, que ayuda a cicatrizar heridas como está más rápido. Lo aprendí de uno de los libros que la princesa le dio a Twilight sobre mi especie hace un tiempo. Y aunque hasta ahora no había tenido la oportunidad de comprobarlo, parece que era cierto, porque ya no duele tanto —explicó, mientras intentaba en vano ajustarse la venda por la espalda.
—Espera, déjame darte un casco con eso —se ofreció, ajustando las mangas de lo que antes había sido una vistosa, y costosa, gabardina de invierno.
—No sé por qué, pero esto me hace sentir ridículo.
—Pero evitará que se infecte la herida.
—Si, lo sé —aceptó al voltearse—. Gracias.
—Es lo menos que podía hacer —respondió ella, aún preocupada por causa de sus heridas, cosa que no intentó ocultar—. ¿Te recuperarás?
—Tal vez necesite un par de semanas, pero si, estaré bien. Tú tranquila, podré caminar de regreso a Ponyville.
—Es bueno saberlo —sonrió ella, justo antes de estornudar con fuerza—. Cielos, creo que voy a pescar un resfriado.
—Hacía mucho calor allí abajo.
—Sí, y aquí hace mucho frío —susurró temblando, cuando el dragón se inclinó frente a ella, rodeando el cuello de la unicornio con su larga bufanda gris, gesto que la tomó desprevenida—. Oh no. No Spike, no puedo… —negó Sweetie varias veces, disponiéndose a quitársela cuando la garra de su amigo la detuvo.
—Puedes tenerla, no te preocupes. Es cálida, ¿no?
La unicornio, no menos sorprendida, sonrió ante el gesto al cabo de unos instantes. Tomó entonces la parte que le cubría el hocico con su casco, sintiendo al tacto la suave lana de la misma.
—Bastante —reconoció, enternecida.
Poco después, la plataforma se detuvo al llegar a su última parada, quedando al nivel del suelo bajo un cielo de tormenta. El dragón y la poni se encontraron otra vez en el punto de partida, a pocos metros del precipicio oscuro en el cual habían iniciado su descenso, abrazados por una fuerte ventisca. La tormenta no había aminorado, sino que ahora incluso era peor, y la temperatura, mucho menor. En ese entonces supieron que deberían buscar un refugio lo más pronto posible para poder pasar la noche, si lo que deseaban era regresar a casa sanos y salvos. Apenas bajaron de la plataforma, la misma inició su camino de retorno, descendiendo en la oscuridad hasta que quedó fuera de su vista. Acto seguido, las placas de piedra en la entrada se cerraron sobre sí mismas, sellando el acceso a aquel extraño templo que habían descubierto. Una vez que aquel lugar recuperó la calma, el dragón se dirigió a la poni con seriedad.
—Será mejor que nos apresuremos —dijo al voltearse, buscando con la mirada el camino de regreso. No sabía si la criatura que antes habían encontrado sería capaz de seguirles el paso, pero se rehusaba a quedarse para averiguarlo.
—¿Tú crees que...? —preguntaba ella, habiendo leído el temor en sus ojos.
—No estoy seguro, pero será mejor no arriesgarnos —le dijo al ponerse en camino, siendo seguido por la potra.
Habían pasado quince minutos de caminata en medio de aquella tormenta de nieve. Para entonces, Sweetie se había colocado de nuevo las gafas de Twilight e iluminaba el camino con su magia, mientras Spike lo hacía con la linterna en el vendaje de su pecho. El silencio en aquella galería de pinos con decoración invernal era sepulcral, lo que le daba un aspecto siniestro en plena madrugada. Pero al saber que los timberwolves que habitaban en las cercanías habían huido, recorrer una vez más ese paraje no resultaba en una idea tan desagradable. A razón de ello, esperaban que el viaje de regreso a Ponyville fuera un poco más tranquilo. Pero como todo en la vida… nunca es así de fácil. Los compañeros se voltearon de repente cuando, a lo lejos, alcanzaron a oír un rugido bestial, y sintieron su sangre helarse cuando comprendieron que venía de la misma dirección en la que se encontraba el templo, y que sus peores temores se habían vuelto realidad.
—Tiene que ser una broma —musitó la potra.
—Corre… ¡Ahora! ¡No hay tiempo que perder! —dijo al tomar carrera junto a ella, con gran dificultad dadas sus heridas.
—¡Cuidado Spike! ¡Aún no estás…!
—¡Lo sé, y tú tampoco, pero no tenemos otra opción! —respondió al apretar los dientes, el terror y el dolor dibujados en su mirada.
Un instante después habían arribado a aquel precipicio, el que habían saltado para escapar de los timberwolves, pero ninguno de los dos se arriesgaría a intentar semejante hazaña una vez más. Por ello, el dragón se dirigió a uno de los pinos junto al camino, y lo embistió con las fuerzas que le restaban.
—¡Rápido, ayúdame con esto! —pidió a la poni.
Empujando juntos, no les tomó mucho tiempo convencer al árbol para que cediera, impactando al otro lado con un sonido que retumbó en el bosque entero y creando un puente que los llevaría de forma segura al pueblo. El dragón cruzó primero, controlando el peso que ponía en cada uno de sus pasos hasta tocar el suelo al otro lado, pero el temor se infundió una vez más en la potra cuando puso un casco sobre aquel frágil tronco seco, cuya escasa y poco confiable rigidez era lo único que la separaba de un abismo de oscuridad absoluta.
—¡Vamos, tú puedes hacerlo! —le animó Spike, sosteniendo el otro extremo con firmeza.
—¡Es fácil decirlo cuando ya estás al otro lado! —respondió la potra cuando una corriente fría que provenía del abismo la desequilibró, obligándola a inclinarse y cerrar sus ojos con fuerza. Estaba aterrada. No podía hacerlo.
—¡No lo es cuando implica que debería saltar a buscarte otra vez! —gritó el dragón en respuesta, obligando a la potra a mirarle una vez más, a mirar el como estaba sosteniendo el tronco con todas sus fuerzas—. ¡Lo dije antes y lo diré otra vez! ¡No te dejaré caer! ¡De eso puedes estar segura!
Aquel valor en los ojos del dragón fue todo lo que Sweetie Belle necesitó para incorporarse una vez más, asentir a sí misma con fuerza y correr el resto del camino sin pensar en nada más. Saltó hacia suelo seguro justo cuando el tronco terminó de partirse por el otro extremo, cayendo ambas partes al abismo cuando el dragón soltó la otra mitad para caer de espaldas. Respirando agitados, ninguno estaba dispuesto a pararse y pensar el hecho de que podrían haber caído allí mismo durante aquella noche, sin que nadie en sus familias lo supiera. Aunque aquel hecho no abandonaría sus mentes en el futuro cercano mientras retomaban su huida.
A la carrera una vez más. el sudor en la frente de ambos apenas alcanzaba a recorrer unos pocos milímetros en sus rostros antes de verse congelado por las bajas temperaturas, y su aliento se hacía visible frente a ellos para nublar su visión con bastante frecuencia. Si la mantícora negra no los aniquilaba, sería aquella cruel tormenta invernal la que tomaría el crédito.
—Espera, ¡El lago! Si lo cruzamos así… —gritó Sweetie, y Spike apenas se paró a razonar ese hecho, antes de responder.
—Tendremos que rodearlo.
—Pe-pero tardaremos mucho más —respondió ella, tiritando.
—Es mejor que arriesgarse a caer allí —razonó, pero y una idea cruzó por su mente—. Espera, ¡Eso es!
Al dar con el lago, del cual apenas se distinguía alguna diferencia entre la tierra y el agua, dado que el temporal había descargado su furia en ambos espacios por igual, el dragón se detuvo frente al hielo y se volteó a la unicornio.
—Haz dos montones alargados de nieve con tu magia sobre el lago, ¡rápido!
—¿Para qué quieres que...? —iba a preguntar, antes de oír un rugido ensordecedor que retumbó en los alrededores. La bestia estaba cerca.
—¡Sólo hazlo!
El cuerno de la potra se iluminó con un resplandor verde claro, y su magia unificó parte de la nieve sobre el hielo en dos montones. Apenas terminó, el dragón dejó la linterna en el suelo de forma que su resplandor apenas alcanzara a iluminar ambos montículos. Una vez listo, ambos retomaron su carrera, bordeando el lago hacia el túnel del castillo.
—¿Cr-crees que eso vaya a fu-funcionar?
—Por las princesas, espero que sí. Ahora apaga tu luz, necesitamos que esa cosa solo vea la linterna.
Así lo hizo la unicornio y, una vez quedaron a oscuras, sólo podían confiar en los sentidos del dragón. Debían rodear el lago y buscar refugio en la cueva, pues no cabía duda de que no lograrían regresar a Ponyville aquella noche. Y fue en ese momento que Sweetie sintió sus cascos debilitarse, cediendo poco a poco, hasta que le fue imposible mantenerse en pie. El dragón se volteó apenas sintió que su compañera no le seguía el paso, y la encontró a pocos metros luchando fervientemente por incorporarse otra vez, sin éxito.
No hizo falta decir palabra alguna. Spike rápidamente se inclinó para ayudarle a subir a su espalda, y apenas la unicornio se aferró a su cuello con dificultad, el dragón comenzó a correr una vez más por los dos. Las escamas de Spike funcionaban bien como un aislante contra el frío, pero sólo entonces cayó en la cuenta de que, aún cuando la ropa de invierno de Twilight era bastante abrigada, la temperatura actual debía de rondar al menos los veinte grados bajo cero. Su cuerpo podía soportar esas temperaturas, pero sin duda necesitaba encontrar refugio para Sweetie, pues era capaz de percibir su calor disminuyendo gradualmente.
—Resiste solo unos minutos más. Estaremos bien, te lo prometo —volteó a decirle mientras aún corría, incapaz de ver el rostro de Sweetie en la oscuridad de la noche.
—Pr-prometes m-muchas co-cosas, ¿S-sabías?
—Un dragón cumple sus promesas —reafirmó.
En ese instante, a lo lejos, oyeron el potente rugido de la bestia y la ruptura del hielo al unísono, lo suficiente para reconocer que su improvisado plan había funcionado. Lamentos desesperados y el sonido del agua chocando contra el hielo era todo lo que podían oír más allá del silbar de la fuerte ventisca y, luego, un silencio sepulcral. Poco después, el viento silbando en sus oídos fue el único protagonista.
Antes de lo que hubieran creído, estaban entrando una vez más a la cueva que daba acceso al castillo abandonado, lugar donde habitaba aquel extraño monstruo que rodeaba el árbol de piedra. Aunque gracias a ello, para su suerte, la temperatura en aquel lugar era más alta que en el exterior. Con delicadeza, el dragón ayudó a la unicornio a bajar de su espalda para sentarse contra uno de los muros de la cueva, solo para encontrar con temor al rozar sus brazos que su calor había disminuido más de lo esperado, y ahora la potra permanecía con ojos cerrados y una respiración débil, incapaz de moverse. El dragón no perdió más tiempo y la tomó en brazos, abrazándola con fuerza contra su pecho para sentarse en aquel mismo lugar, asegurándose de que la mayor parte de su cuerpo estuviera en contacto con el suyo.
—¿Q-qué haces...?
—Tenemos que calentarte, y rápido —dijo él, decidido.
—Spike, lo... lo sien... —intentaba hablar, interrumpida por la tos.
—No tienes por qué. Estarás bien, te lo prometo —prometió una vez más, antes de mirar hacia arriba y generar en sus fauces una débil llama verde.
No planeaba calentar la cueva, eso estaba claro, pero una llama como esa le permitía mantener una corriente constante calentando su cuerpo y, a la par, el de Sweetie Belle. Le era muy difícil aspirar aire por la nariz por momentos y expulsar fuego por sus fauces la mayor parte del tiempo, pero debía de lograrlo, no había otra forma, pues la salud de su compañera dependía de ello.
Había pasado un largo rato cuando las capacidades del dragón alcanzaron su límite, momento en que sufrió una repetida tos, expulsando grandes cantidades de hollín a través de sus vías respiratorias. Pero ello no importaba, pues lo único que le preocupaba era el bienestar de la unicornio. Y al bajar la mirada, se sorprendió al encontrar a su compañera con una expresión de paz en el rostro, y los ojos cerrados. Su respiración se había normalizado, y sus mejillas habían recuperado el color. Sólo entonces Spike se tranquilizó pues, ahora que su amiga estaba bien, finalmente podría descansar. Y así, tan solo unos segundos después, el dragón cayó profundamente dormido, abrazado a la unicornio de melena rosa y púrpura.
En un abrir y cerrar de ojos, dos horas más habían pasado. En el exterior, la tormenta había aminorado su fuerza, dejando como resultado una nevada gentil con un viento moderado, aunque la temperatura aún no había aumentado en la misma proporción. Y la oscuridad de la noche poco a poco comenzaba a disiparse, con aquella luz grisácea que le precede al amanecer. En tanto, el dragón y la unicornio aún dormían en el interior de la cueva, en una posición que cualquier otro equestre hubiera considerado indecorosa, como poco, pero no ellos. Ambos habían forjado con el tiempo una relación tal que les permitía dormir de aquella forma sin pensar que el otro pudiese pretender algo más, y así hubieran permanecido hasta la salida del sol, de no ser por un violento rugido en el exterior que hizo estremecer las paredes de su pequeño refugio.
Al instante de percibirlo, el dragón abrió los ojos de par en par, dirigiendo su mirada al pasaje que llevaba a la entrada por la cual habían llegado. Gracias a su agudo oído fue capaz de oír potentes pisadas que se hacían cada vez más fuertes a cada instante que pasaba.
—Sweetie... Sweetie, ¡Despierta! —la sacudió con gentileza, intentando no levantar la voz, tratando de divisar algo en las penumbras.
—No, es muy temprano —renegó ella, entre susurros ahogados contra el pecho del dragón.
—¡Por todos los cielos, Sweetie! Des... —fue incapaz de completar cuando el ya conocido rugido de la temible bestia resonó en la cueva.
—¿Eh? ¿Qué? —se despabiló la unicornio al oírlo, justo a tiempo para ver a lo lejos en la misma dirección que su compañero.
En un intento inconsciente por arrojar luz a su alrededor, la potra encendió su cuerno con un resplandor verde claro, cosa que lamentó al instante, pues ahora tanto ella como el dragón podían divisar sus ojos, aquellos ojos amarillos resplandeciendo en la oscuridad, avanzando hacia ellos a toda velocidad.
—Corre... ¡Corre! —gritó al incorporarse, ayudando a la unicornio a hacer lo mismo y pronto iniciando su carrera hacia el otro lado, cuando la bestia negra pasó por sobre las pequeñas pisadas que ellos antes habían dejado.
Con el corredor sólo iluminado por el cuerno de Sweetie, la criatura tenía un blanco fijo. Esta vez no podrían perderlo y, peor aún, dadas las heridas en el pecho de Spike y en el casco de Sweetie Belle, su velocidad y agilidad se veía muy afectada, lo cual daba una enorme ventaja a su implacable perseguidor.
Fue gracias a los afilados reflejos del dragón que, cuando la mantícora ya estaba encima de ellos, alcanzaron a agacharse, logrando esquivar por un pelo sus garras negras. Éstas destrozaron al contacto una columna de roca sólida en su camino, dejando en claro la fuerza de su enemigo una vez más. Y al voltearse, la criatura cargó contra ellos al instante, pero la unicornio empujó al dragón a un lado para ella dejarse caer hacia el otro, y la bestia embistió la pared en el espacio entre ellos con una fuerza brutal. Sin desperdiciar un instante del tiempo que les había ganado la potra, el dragón tiró de su casco una vez más, invitándole a correr con todas sus fuerzas.
—¡¿Qué haremos ahora?! ¡Por favor, dime que tienes un plan! —suplicó la yegua, pero la expresión en el rostro del dragón le decía más que mil palabras.
—Escúchame bien, Sweetie. Corre tan rápido como puedas hacia Ponyville, por donde vinimos. Yo lo atraeré hacia el castillo, y lo distraeré para ganarte el tiempo suficiente.
—¡¿Estás loco?! ¡No voy a dejarte solo con esa cosa!
—¡Esto no está en discusión!
—¡Claro que lo está! —renegó, con una ira que superaba su desesperación—. ¡Nadie va a quedarse atrás! ¡Nadie! —gritó ella.
El dragón se sentía perdido y atemorizado como nunca en su vida, pues no podía dejar que su compañera se expusiera una vez más al peligro que representaba aquella temible bestia, y ella tampoco iba a permitírselo a él, sobre todo cuando lo que planeaba era una misión suicida. Pero antes de que el dragón pudiera responder de cualquier forma, un silbido llegó a sus oídos. Era el de las filosas garras de la bestia cortando el aire en pleno salto, dirigidas al lomo de la unicornio, quien aún no había caído en la cuenta de lo que estaba a punto de ocurrir y, un instante después, sería demasiado tarde para responder.
Sus patas comenzaron a moverse antes de que fuera capaz de razonar su actuar, lanzándose sobre la unicornio y abrazándola por el lomo en el instante en que las filosas garras de la mantícora impactaron contra su espalda, rasgando sus escamas y abriéndose camino hacia la carne, lanzando al dragón y a su protegida por el aire con todas su fuerzas. Víctimas del ataque, chocaron contra el árbol de piedra envuelto en la enredadera negra, y cayeron al suelo con el dragón de espaldas y la unicornio contra su pecho, incapaces de defenderse, y la Rosa Eterna rodó por el suelo, habiendo caído del bolsillo de Sweetie Belle.
El dragón nunca había sentido un dolor y un terror semejantes, resultando del hecho de confirmar que su especie no estaba en la cima de la cadena alimenticia, algo que era fácil olvidar cuando había vivido entre ponis la mayor parte de su vida, y cuando los depredadores usualmente se mantenían lejos de la civilización. Pero allí estaba, el terror de estar frente a frente con una criatura contra la cual no tenían oportunidad de ganar, ni de escapar. Fue el crudo sentimiento que envenenó su mente mientras un dolor sordo emergía de las heridas en su espalda, que había partido varias de sus características púas, al tiempo que la unicornio intentaba en vano hacer reaccionar a un dragón aturdido.
Pero estando la unicornio centrada en el dragón, y la mantícora centrada en el diamante púrpura al cual se aproximaba, ninguno de ellos contó con el actuar de la bestia de tentáculos negros que cubría la mayor parte del árbol, quien siseó amenazante al notar la imponente figura de aquella mantícora gigante, una criatura que ponía en peligro su nido en su búsqueda por aquellas presas. ¿De verdad tenía planeado irrumpir en su territorio de aquella manera, y esperar que no hubiese consecuencias? La bestia negra no lo permitiría. Esa mantícora se había metido con el enemigo equivocado.
Eso fue lo que la enorme bestia alada, aún centrada en el diamante, descubrió cuando las enormes extensiones del dueño de la cueva rodearon sus patas traseras, elevándola en el aire mientras que la mantícora se sacudía con violencia, no dispuesta a permitir que la alejaran de su tesoro una vez más, y demostrándolo al atrapar en sus mandíbulas una de las extremidades de su enemigo, para desgarrarla con todas sus fuerzas. Frente a semejante escenario, Sweetie Belle no desperdiciaría la oportunidad que las princesas le habían otorgado.
—¡Spike, vamos! ¡Ponte de pie! —le suplicaba al débil dragón, empujándolo—. ¡Tú puedes hacerlo! ¡Vamos, tenemos que salir de aquí!
—Duele… mucho —musitó, reuniendo fuerzas de donde no las había, para ser capaz de pararse en sus dos patas una vez más, apoyado en su compañera.
—Perfecto, ¡Ahora apresúrate! —le incitó a seguir cuando el dragón detuvo su andar.
—No, espera —dijo al apartarse, sus ojos centrándose en la bestia capturada sobre ellos, y bajando a la rosa de diamante en el suelo.
—¡Spike, no! ¡Déjalo! —intentó detenerle, pero el dragón se desplazó hacia la joya, recogiéndola con prisa y regresando con la unicornio, momento en que ambos se dirigieron al siguiente túnel, y la desesperación de la mantícora se hizo presente con el grito más doloroso que hubieran oído jamás.
Y así, siguiendo en línea recta el camino por el que habían llegado, ambos consiguieron salir al exterior una vez más, encontrándose en el área inferior del castillo de las Hermanas Nobles. Con un dificultoso correr a través de la nieve, estaban acercándose a la escalera que llevaba al suelo superior cuando un nuevo grito por parte de su anfitrión en el templo y un siseo que disminuía gradualmente su volumen les hizo saber quien había resultado vencedor en aquella cueva. Luego de cruzar miradas por ello, el dragón y la unicornio se apresuraron a subir la escalera, pero ambos sabían que no lograrían ganar aquella carrera contra la bestia. Tenían claro lo que debían hacer.
En vez de seguir el camino hacia el pueblo, camino que nunca lograrían recorrer en aquel momento, se desviaron hacia el puente, cruzándolo a la carrera mientras suplicaban a las princesas que el mismo no cediera. En un instante, aquella inmensa figura oscura surgió de la niebla bajo sus patas y cascos en un fuerte salto con su enorme garra derecha extendida, alcanzando a tomar gran parte de las sogas del puente y tirando de ellas. Así, el lado del puente opuesto a la entrada del castillo se desprendió con facilidad, mientras que el dragón alcanzaba a tomarse del primer tablón de madera al final del mismo, atrapando con su pie por el abrigo a la unicornio.
Rápidamente, la potra trepó a uno de los tablones, siguiendo al dragón hasta tocar el suelo una vez más. Apenas tuvieron tiempo para recuperar el aliento cuando la mantícora negra comenzó a escalar por aquel mismo puente caído con desespero. Sus ojos amarillos enloquecidos y la saliva goteando en cantidad desde sus fauces no ayudaban mucho a los nervios de los aventureros, quienes se apresuraron a refugiarse en el castillo abandonado.
Cerraron la puerta tras de sí al apenas entrar, hallando una tabla de madera cercana lo suficientemente rígida para trabar la puerta, al menos de momento. Y al voltearse, lo primero que encontraron fue un corredor apenas iluminado por la tenue luz gris que se filtraba a través de los agujeros en el techo, el cual terminaba en una escalinata que conducía a los tronos de las hermanas, señalados por estandartes que colgaban encima de cada uno con diseños del día y la noche. A los lados del corredor, se abrían diferentes portales que conducían a las diferentes áreas del antiguo castillo.
Auxiliado por aquel débil resplandor que iluminaba la estancia, Spike no debió buscar mucho mientras oía los fuertes golpes de la bestia llamando a la puerta, antes de encontrar lo que buscaba. Se acercó a una columna rota cercana a la entrada, tomando el hierro expuesto y doblándolo hasta que el material cedió. Ahora, una barra de hierro yacía en sus garras, su único medio de defensa.
—¿Acaso vas a…? —musitó ella, preocupada.
—Estoy abierto a otras ideas, si tienes alguna —respondió, no convencido de su propio plan—. Si no podemos dejarla atrás, esto es lo único que nos queda.
—¡Pero tiene que haber otra manera! —exclamó—. ¡No deberías tener que lastimar a alguien para salvarnos!
—Tal vez, pero no creo que nuestro amigo escuche razones —dijo el dragón, mirando a la puerta siendo embestida con una fuerza abominable—. Y si lográramos escapar, y nos persiguiera a Ponyville… —decía, sin llegar a completar su idea, pero Sweetie Belle no necesitó que lo hiciera.
Tenía razón. Esta mantícora no era como cualquier otra, y no sería extraño que los siguiera al pueblo, arremetiendo contra cualquier cosa que estuviera en su camino hasta dar con los dos individuos que habían invadido su territorio. No quería admitirlo, pero tal vez enfrentar a esa bestia era su única opción.
—De acuerdo, entonces… dime que puedo hacer —preguntó decidida—. No voy a dejar que hagas esto tú solo, pero estoy segura de que ya lo habías notado.
—Ya lo creo —sonrió—. Y si te dijera que te escondieras y esperaras a que termine con esto, estoy seguro de que no me escucharías.
—Al menos me conoces —sonrió ella, a pesar de que la muerte misma estaba tocando a la puerta.
—No muchos ponis han pasado por este lugar desde la guerra de la noche eterna, hace más de mil años. En ese entonces, usaban armas bastante más efectivas que esto —dijo, exponiendo la barra de metal.
—¿Crees que aún quede algo? Digo, después de tanto tiempo...
—Por nuestro bien, espero que sí —suspiró él—. Ve a buscar en los pisos superiores, y yo me ocuparé de ganar algo de tiempo.
—Está bien, pero... ¿estás seguro de que tú sólo podrás con esa... cosa?
—Solo hay una forma de averiguarlo —dijo al mirar hacia la puerta, dándole la espalda—. Te dejo el resto a ti, Sweetie.
—Spike… no, no puedo —respondió, incapaz de alejarse—. No puedo dejarte aquí solo, no frente a un peligro así.
—No tengo pensado morir aquí, si es lo que te preocupa —la confortó, con una confianza que realmente no tenía—. Confía en mí, por favor. Te prometo… que voy a estar bien.
Eso decía el dragón, pero su promesa resultaba algo difícil de creer cuando ambos oían astillarse la madera de la entrada con una fuerza brutal desde el otro lado, pero no tenían muchas opciones para salir de allí con vida, sin poner en peligro a nadie más. Finalmente, la unicornio asintió, para acto seguido correr hacia el dragón, parándose sobre sus cuartos traseros y abrazándolo con fuerza por la espalda, evitando presionar sobre sus púas rotas.
—No quiero perderte... por favor —susurró la yegua sobre su hombro, intentando contener las lágrimas. El dragón llevó su garra izquierda al casco de la poni, presionando con gentileza, en respuesta.
—No lo harás —le aseguró.
Permanecieron en silencio durante breves instantes, antes de que un nuevo golpe casi abriera lo poco que restaba de la puerta. La unicornio se apartó del dragón, quien no desvió su mirada de la puerta en ningún momento.
—Apresúrate, y acércate por el corredor del segundo piso apenas encuentres algo —le pidió, y sin más que decir, la unicornio asintió, partiendo hacia uno de los pasillos laterales cuyas conexiones le eran desconocidas.
"Si piensas que voy a salir corriendo con la cola entre las patas… estás muy equivocado." —pensó el dragón, sintiendo la adrenalina previa a la batalla correr por todo su cuerpo. El miedo y la ira se combinaban en un torrente de emociones que hacía temblar la garra que sostenía la barra, pero ya no había vuelta atrás. Había tomado su decisión, y correría con ella hasta el final.
La puerta finalmente cedió ante los ataques del exterior, estallando en un violento mar de astillas, y seguido de la nieve que ingresaba por causa del fuerte viento a través de la entrada abierta, a la sombra de una criatura que esperaba tras el umbral. La mantícora avanzó lentamente a través del corredor, en su dirección, sin desprender sus ojos del objetivo frente a ella, y Spike hizo un esfuerzo imposible por no retroceder un solo paso frente a tal amenaza.
A pocos metros de distancia, la bestia negra enseñó sus fieros colmillos, listos para triturar aquella presa a la menor oportunidad mientras se desplazaba hacia su flanco izquierdo, a la vez que Spike hacía lo mismo para seguir a la misma distancia. Pronto, ambos se encontraron caminando hacia un lado formando un círculo, sin dejar de mirarse a los ojos. El dragón esperaba el momento preciso para contraatacar, y la mantícora no tenía pensado subestimar a las criaturas que habían escapado de sus garras ya dos veces.
—¡Prepárate! —vociferó, girando la barra de hierro en sus garras y golpeando con todas sus fuerzas el rostro de la bestia, apenas esta se abalanzó sobre él. Pero a pesar de haber acertado el ataque, debió esquivar hacia un lado la embestida de su enemigo, quien ni siquiera se había inmutado.
Al girarse y encontrarse cara a cara una vez más, el dragón hizo uso de su arma para repeler los ágiles zarpazos de su enemigo que le llegaron en forma de una lluvia furiosa. A través de la misma, apenas fue capaz de prever el aguijón que se abría paso a través de su melena, cargando un poderoso veneno que sabía era mortal para casi cualquier especie.
Fue una décima de segundo la que tuvo para lanzar un golpe rápido y certero con la barra contra aquel aguijón, repeliendo el ataque, pero recibiendo de lleno un zarpazo en su antebrazo derecho, siendo lanzado al suelo una vez más. Al quedar boca arriba, la bestia se lanzó sobre él con intención de arrancar cada miembro de su cuerpo antes de que el dragón pudiera intentar nada más, pero Spike fue lo suficientemente rápido como para reaccionar a sus intenciones, sosteniendo su arma con ambas garras y evitando que las fauces de la bestia hicieran contacto con su cuerpo.
—¡¿Acaso tienes idea de a qué clase de criatura tienes frente a ti?! —exclamó, antes de soltar la barra y clavar sus garras en las patas delanteras del monstruo, aferrándose con fuerza para luego vaciar un torrente de llamas verdes en el rostro de la criatura, quien era incapaz de bloquear el ataque.
El dragón no tenía intenciones de detenerse hasta que la resistencia de sus pulmones le abandonara, mientras que la mantícora forcejeaba con desesperación por apartarse, lo que le resultaba imposible dado que el dragón se había aferrado al suelo de concreto con las garras de sus pies, y arqueaba su espalda para compensar el peso. El plan original era atacar su cabeza, pero las llamas draconianas se extendieron tan rápido que en poco tiempo todo su cuerpo era una bola de fuego. Pero finalmente, Spike no fue capaz de resistir mucho más aquel forcejeo. Sus garras se desprendieron de la carne de aquella extraña criatura, que huyó a toda velocidad por uno de los corredores; el mismo corredor por el cual había partido Sweetie Belle.
—No —musitó, al oír como la puerta del piso superior era destrozada por aquel monstruo—. ¡Sweetie! —gritó desesperado, tomando la barra del suelo y corriendo a su encuentro.
Se precipitó hacia las escaleras de aquel pasaje y descubrió los restos de una puerta rota, encendidos por sus llamas verdes, y corrió a través del pasillo que le seguía, con el temor latente de que la bestia pudiera hallar a su compañera antes que él. Aquel corredor parecía infinito y, mientras gritaba el nombre de la unicornio en un intento desesperado por ubicarla, cada vez temía más lo que pudiera pasar en el tiempo que no estuviese a su lado.
Al final del camino se encontró en un salón realmente amplio, poblado de columnas de diseño antiguo que antaño habrían servido de soporte para un techo que en la actualidad ya no estaba presente, por lo que aquel lugar presentaba un ambiente similar al del exterior. Aún nevaba, pero el viento que hasta hacía unos minutos atrás silbaba en sus oídos ya no se escuchaba. La niebla había comenzado a disiparse, pero el escenario aún presentaba aquel triste tono gris a donde llevara la vista.
—¿Sweetie? Sweetie, ¿estás aquí? —preguntó, avanzando con cautela.
Sus llamados fueron respondidos únicamente por ecos, a los cuales les seguía un largo silencio. Entonces, el dragón permanecía en estado de alerta, pues sabía que no estaba solo en ese lugar. Y al doblar en una de las columnas, vio al fondo de la sala a aquella temible criatura de espaldas, refregando su rostro sobre la nieve con desesperación. Una de las baldosas sueltas crujió bajo las patas de Spike, provocando que la bestia reaccionara. Para cuando el monstruo se volteó, el dragón no pudo ocultar su temor, porque lo que frente a él se encontraba era eso mismo: un monstruo.
—Por las princesas... —musitó con palabras que apenas escapaban a su garganta, pues la bestia ya no tenía piel que cubriera su rostro; estaba en carne viva, dejando a la vista todos sus dientes, así como sus ojos sin párpados. Varias áreas de su cuerpo también habían sido quemadas en su totalidad, dejando el músculo al descubierto. Parecía como si la criatura ya estuviera… muerta. Muerta desde hacía ya mucho tiempo.
El pensamiento no abandonó la mente de Spike mientras la mantícora se aproximaba hacia él con la furia, odio y dolor que emanaba de lo más recóndito de su ser. Lo sentía en la carne bajo sus escamas por primera vez en su vida, recibir el odio de alguien con tanta claridad, y sentir los deseos de muerte de su enemigo. Pero él no podía permitirse ceder ante esos sentimientos, bajo ninguna circunstancia, pues había alguien allí que dependía de él, y de su victoria. Por esa razón alguien iba a caer en aquel lugar, y no planeaba ser él.
—¡Terminemos con esto! —vociferó con una valentía renovada, aferrando la barra de hierro con ambas garras y lanzándose a dar el primer ataque.
Pero la astuta bestia era capaz de aprender, y no tenía pensado permitirse caer en los mismos trucos, algo que dejó en claro al detener el golpe de la barra con sus poderosas mandíbulas. Un fuerte crujido, y segundo después el dragón quedó sosteniendo la mitad de su arma, de un largo que a duras penas serviría para defenderse. Sin más opción. soltó la mitad de aquella barra que antes le había salvado la vida, mientras su enemigo escupía la otra mitad.
—De acuerdo, tal vez te subestime un poco —susurró, poniéndose en guardia mientras pensaba cómo superar aquella situación, ahora que carecía un medio para repeler los ataques de una bestia cuyas garras, mandíbulas y aguijón serían letales para él, algo que sus heridas en pecho y espalda le recordaron al escocer una vez más.
Mientras la mantícora avanzaba, el dragón comenzaba a retroceder, reprimiendo los temblores en su cuerpo. Miedo, una vez más, una emoción que su enemigo percibía con facilidad. Pero su presencia era comprensible cuando sus alternativas se reducían más y más a cada segundo. ¿Qué podía hacer frente a una criatura así? La respuesta a aquella pregunta llegó en forma de salvamento cuando una flecha se clavó a centímetros de sus pies, obligándolo a retroceder de repente y captando la atención de la bestia, que se volteó al instante hacia su origen.
—¡¿Qué rayos...?! —exclamó el dragón, levantando la vista al segundo piso.
Allí arriba, encontró con sorpresa a una unicornio blanca vistiendo ropa de invierno y una bufanda gris, sosteniendo un extraño aparato en su casco derecho, con tres flechas cargadas en el estuche de su lomo.
—¡Spike, ten cuidado! —le advirtió, tomando una nueva flecha con su aura mágica color verde claro.
—¡Hubiera estado bien que me lo dijeras antes! —gritó, devolviendo su atención a la mantícora que ahora le daba la espalda y se alejaba rápidamente en dirección a la potra, encontrando en ella un peligro mayor—. ¡Oh no! ¡No lo harás! —gritó el dragón, lanzándose para tomarla por la cola, aferrando con fuerza su furioso aguijón.
Siguiendo su instinto ante el tirón, la bestia se volteó para atacar con sus zarpas, pero Spike la evadió sin soltar su cola, cargando en sus fauces una nueva llamarada. Y al sentir el elevado calor generado en su presa, la mantícora giró con todas sus fuerzas, enviando al dragón a volar contra la pared del segundo piso, clavándose en ella a unos pocos metros de Sweetie Belle, y su cuerpo cayó al suelo como peso muerto, su eco retumbando en el lugar. Estaba inconsciente.
—¡Spike! —gritó al ver a su amigo derribado, para devolver su atención rápidamente a la bestia, a través de la mira en la ballesta—. ¡Eso es todo! ¡Ya has ido muy lejos! —gritó con una ira que nunca antes había sentido, intentando reprimir su temor frente a la criatura sin piel que le devolvía la mirada, antes de correr hacia ella desde la planta baja.
La unicornio era incapaz de mantener la mira fija en la criatura dada su velocidad, algo que le resultó incluso más difícil cuando desapareció de su rango visual mientras trepaba la pared, para saltar del borde directo hacia ella.
Aprovechando la proximidad, la unicornio reaccionó al instante, disparando la flecha cargada apenas tuvo a la mantícora en el punto de mira, acertando en el hombro de la criatura y desviando su salto lo suficiente como para agacharse y correr hacia la dirección en la que estaba su amigo, poniéndose entre él y la bestia. No tenía mucho tiempo antes de que su enemigo se repusiera y fuese a por ella, por lo que los siguientes segundos serían críticos. Contaba con escaso tiempo para sacar con su magia una nueva flecha de metal de la desgastada aljaba que llevaba al lomo, liberar el seguro de la ballesta y acomodar con su casco el proyectil. Pero tu pulso tembló cuando sus ojos se encontraron con los de la mantícora. Su cuerpo se paralizó por completo frente a los perpetuos orbes amarillos de aquel demonio, y el virote cayó de su arma mientras ella retrocedía, incapaz de apartar la mirada.
Al recuperar la compostura, Sweetie intentó tomar la flecha con su otro casco antes de que tocara el suelo, Spike abrió los ojos de repente, y la mantícora se abalanzó hacia ellos con una ira asesina, todo en un momento que, tanto para la poni como para el dragón, duró una eternidad. Pero aquel momento terminó cuando el dragón logró pararse frente a Sweetie, descargando la llamarada más poderosa que había producido en su vida, en el rostro quemado de la bestia, quién esta vez debió retroceder con un dolido quejido. Era el momento.
No importaban las heridas en su cuerpo, no importaba el constante retumbar en su cabeza, no importaba cuanto quisiera rendirse… tenía que proteger a su amiga, costara lo que costara, sin importar qué o quién. Era el único pensamiento presente en la mente del dragón cuando tomó el virote que había caído al suelo con firmeza en ambas garras, corriendo contra la mantícora antes de que pudiera voltearse, saltando para ganar fuerza en caída, y clavando el proyectil en el pecho de la bestia con todo lo que tenía.
La bestia rugió con todas sus fuerzas, aferrando los hombros del dragón para impedir su escape, y enviando su aguijón para terminar el trabajo, pero la garra izquierda de Spike aferró la mortal extremidad, con la derecha empujó la flecha tanto como pudo, y sus fauces descargaron todas las llamas que podían, derivando todo en una imposible lucha de resistencias, envuelta por una llameante bola de fuego verde, de la cual Sweetie Belle debió alejarse.
Pero a diferencia de la bestia putrefacta, la resistencia de Spike estaba desvaneciéndose con el paso de los segundos. No sería capaz de mantener aquella lucha durante mucho más tiempo, pero sí podría detener a la temible criatura el tiempo suficiente para darle una última oportunidad a su compañera.
—¡Sssweetie! —gritó con todas sus fuerzas y una voz gutural, sin dejar de emitir aquel torrente de llamas, y la poni reaccionó—. ¡Dissspara!
La unicornio no perdió tiempo para cargar su último virote en la ballesta, apuntando una vez más a una distancia segura a la espalda de la bestia. Y dado que Spike había atacado su pecho, su razonamiento le indicó que debía atacar la cabeza. Era su única oportunidad. Y habiendo centrado la vista en su objetivo, la poni jaló el gatillo con su casco, el seguro se soltó, y la última flecha encontró blanco en la nuca del monstruo, quien profirió un dolido rugido a la vez que su agarre sobre el dragón perdía fuerza.
—¡Ríndete de una maldita vez! —gritó el dragón, descargando un nuevo torrente de llamas a la vez que empujaba a la bestia contra la barandilla del segundo piso.
Perdiendo el equilibrio, el monstruo trastabilló y cayó a la planta baja como una bola de fuego, para finalmente estallar en cenizas. Spike se quedó allí, observando los restos del monstruo y temiendo que de los mismos la criatura pudiera surgir una vez más, pero antes de ver un espectáculo semejante sus piernas perdieron todas las fuerzas que le quedaban, cayendo arrodillado.
—Spike… ¿estás bien? —las palabras de su compañera unicornio al aproximarse le sacaron de su trance, y el dragón se volteó hacia ella.
—He estado mejor —respondió con una débil sonrisa, dándose la vuelta para sentarse contra la barandilla, y Sweetie se sentó junto a él de la misma manera, exhausta.
No había más que silencio, apenas cortado por la respiración agitada de los jóvenes, que habían visto pasar su vida entera frente a sus ojos. Spike no podía pensar con claridad, su mente era incapaz de procesar lo que había ocurrido, pero lo más importante era que Sweetie estaba bien, algo que fue capaz de comprobar cuando sintió la calidez de su cuerpo contra su brazo.
Al bajar a la planta baja por las escaleras, no encontraron más rastro de la criatura que sus cenizas, cenizas de una bestia que había estado enterrada por casi mil años, incapaz de morir, protegiendo la joya que ahora llevaban consigo. Desde luego, no era una victoria que pudieran recibir con una sonrisa, pero estaban con vida. Ambos lo estaban, y eso era lo único que les importaba en ese momento. Y cuando cruzaron la entrada principal, por primera vez en toda la noche, se sintieron seguros, fuera del alcance de cualquier peligro. Y así, al bajar trepando del puente, y subiendo la escalera al otro lado, pudieron apreciar los rayos del sol que se colaban a través de las nubes grises en el horizonte, alcanzando el castillo de las hermanas. La noche había terminado.
—Está amaneciendo —musitó el dragón.
—Lo logramos —susurró ella en respuesta, sin dejar de caminar.
—Después de todo lo que pasamos aquí... cielos. No puedo creerlo.
—Creo que Rarity y Twilight tampoco lo creerían —apuntó ella, considerando las posibles consecuencias que les esperaban a su regreso.
—Cuando sepan todo esto... bueno, creo que nos castigarán por un largo tiempo —bromeó.
—¿Por un largo tiempo? Quizá Twilight sea más benevolente contigo, pero mis padres me castigarán de por vida —sonrió ella.
—Tendremos muchos problemas al llegar a Canterlot, ¿verdad?
—No necesariamente.
—¿Qué tienes en mente?
—Nada, sólo estaba pensando que quizá, tan solo quizá, no deberían saber que estuvimos aquí.
—Lo descubrirán tarde o temprano, y ahí sí que estaremos en problemas.
—¿Pero cómo? Hasta donde mi hermana sabe, vine a visitar a nuestros padres en Ponyville ayer, y volveré hoy en la tarde. ¿Qué hay de ti?
—Cielos, lo olvidé por completo. ¡No le avisé a Twilight que saldría! Debe de estar muy preocupada... —dijo llevándose la garra a la frente, en preparación para los dolores de cabeza que le esperaban.
—¿Pero no tenía que ocuparse de los preparativos para la celebración? Sabes como es ella, y de seguro debe tener toda su atención puesta en el evento —razonó la unicornio, tranquilizando al dragón.
—Es cierto, con un poco de suerte quizá ni siquiera haya notado que no estaba ahí.
—Eso nos facilita mucho las cosas —dijo ella, con una sonrisa cómplice.
—De acuerdo, no le diremos nada de esto a nadie. ¿De acuerdo? Ni siquiera a Apple Bloom, o Scootaloo.
—Vamos, ellas saben guardar secr… —decía, siendo interrumpida.
—A nadie —repitió el dragón—. Si queremos que esto sea un secreto, nadie puede saberlo. ¿Trato? —preguntó al detenerse, y Sweetie Belle suspiró ante la condición, pero aceptó al final.
—De acuerdo, esta aventura será nuestro secreto —resolvió, ofreciendo su casco. Spike le sonrió confidente, antes de chocarlo con su puño cerrado.
—¡Con cerrojo y si no arrojo un pastelillo a mi ojo! —entonaron su Pinkie-promesa a la vez, riendo después.
—Bueno, con eso resuelto, solo tenemos que encontrar una manera de regresar a Canterlot lo antes posible —pensó Spike en voz alta.
—Tienes razón, dudo que los trenes estén funcionando luego de la tormenta de anoche.
—No te preocupes, creo que hay alguien en Ponyville que puede llevarnos —dijo con confianza.
—¿Estás seguro? Digo, es la Noche de los Corazones Cálidos, y no cualquiera está disponible.
—Tranquila, es alguien de confianza, y estoy seguro de que sigue en casa. Me debe un gran favor, y creo que es hora de cobrarlo —le guiñó un ojo.
—Siempre tienes una solución para todo, ¿Verdad? —cuestionó ella, arqueando una ceja.
—Un dragón tiene sus métodos —dijo él, y ambos compartieron una amena risa que, por un momento, les hizo olvidar todos sus problemas.
Y así fue como, al amanecer, su aventura había terminado. Los rayos del sol se paseaban a través de las nubes iluminando el bosque que, en el día, presentaba un aspecto realmente diferente. Mientras recorrían el camino por el cual habían llegado, ambos intentaban rescatar en sus recuerdos cada paso que habían dado desde la tarde anterior, cuando partieron de la biblioteca. Fue en ese momento que Sweetie rememoró el episodio que Spike había sufrido horas atrás durante el ataque de los timberwolves, pero al ver el rostro tranquilo de su compañero caminando a su lado, la sombra de duda en su mirada se desvaneció por completo. Aquel era su amigo, el optimista dragón que años atrás había conocido; eso era todo lo que necesitaba saber.
Antes de lo que hubieran imaginado, se encontraron sobre el puente que daba acceso a Ponyville desde el bosque Everfree, admirando el escenario que frente a ellos se extendía; la bella imagen que daba aquel tranquilo paraje tocado por los rayos del amanecer, cubierto por un manto blanco. Aquella peligrosa búsqueda, en la que habían aprendido a confiar el uno en el otro con sus vidas quizá hubiera llegado a su fin, pero su historia apenas estaba comenzando. Y no lo sabían en ese entonces, pero aún les quedaba un largo camino por recorrer.
Pasaría mucho tiempo antes de que la unicornio averiguara lo que realmente le había sucedido a su amigo dragón aquel día, y descubriese la verdad. Y pasaría incluso más tiempo antes de que supieran que la joya púrpura que ahora brillaba con intensidad en el bolsillo de la unicornio no era un simple diamante. Pero ahora, frente a sus ojos, un nuevo día había comenzado, y a pesar de ser uno gris por causa de la estación y lo ocurrido la noche anterior, el sol lucía más brillante que nunca para ambos.
