Capítulo 5 - Noche de ensueño

La escasa luz de un sol de atardecer se batía en retirada en el horizonte, cuando las sombras tomaron su lugar en los jardines del castillo de Canterlot, los cuales se veían cubiertos por el manto blanco de una gentil nevada vespertina. Aquella prometía ser una noche magnífica, incluso con las nubes negras que presagiaban una nueva ventisca en las próximas horas.

La noche de los Corazones Cálidos ya estaba aquí, y todo poni que había podido acercarse a la capital de Equestria ese día se había presentado en el teatro del castillo para ser testigos de una de las más grandes obras llevadas a cabo a lo largo de toda la región. Y no solo eso, sino que luego del espectáculo una gran fiesta se daría en el mismo lugar.

Era bien sabido por cualquier habitante del reino que se preciara de serlo que las celebraciones presididas por las princesas siempre eran por todo lo alto, y aquella oportunidad de seguro no sería la excepción, y menos aún el número de concurrentes. Y de la misma forma, tampoco eran la excepción dos particulares amigos que, en el interior de un carruaje marrón algo descuidado y tirado por un semental de manto rojo, melena naranja y ojos verdes, se dirigían hacia la capital a buena velocidad. El vehículo topó con una roca cubierta por la nieve, e hizo sobresaltar a sus pasajeros, que debieron sujetarse para no ir a parar de bruces al asiento frente a ellos.

Spike, que en la mañana había arribado a su hogar en extremo desalineado y con unas cuantas púas rotas, ahora lucía una vieja chaqueta marrón que le cubría el cuerpo de la cintura para arriba, especialmente las vendas blancas que su amiga le había colocado en el pecho y la espalda, luego de reemplazar los restos de su antiguo abrigo. Sweetie, en cambio, vestía un abrigo polar color crema casi nuevo, propiedad de Twilight, que Spike se había tomado la libertad de tomar prestado, dadas las bajas temperaturas al momento de su partida. También cargaba con ella una alforja con el diseño de su cutie mark en el costado derecho.

—¿Todo bien ahí fuera, Big Mac? —preguntó el dragón, golpeando la pared.

—¡Yup! —confirmó el semental en el exterior.

Al oírlo, Spike se relajó una vez más, llevando su mirada al exterior a través de la ventana, donde a lo lejos encontró el bello paisaje de Canterlot, cuya silueta se veía realzada por el sol de atardecer.

—No te preocupes, llegaremos pronto —dijo Spike.

—Eso espero —respondió Sweetie, recostándose contra el asiento, aún somnolienta.

Antes de dar con aquel tope había estado dormida y, sin poder evitarlo, había encontrado en la oscuridad la imagen de la mantícora carente de piel, que rugía con fervor. Casi agradecía que la carreta se hubiera sacudido de aquella forma, salvándola de tan espeluznante visión.

—¿Estás bien?

—¿Eh? Si, solo... digamos que no he dormido bien anoche, aunque creo que ya lo sabías —dijo al enjugarse los ojos—. Y ayudar a Big Mac a reparar el carruaje terminó de agotarme.

—Era nuestra única oportunidad, pero la carreta había estado en malas condiciones desde que Pinkie Pie organizó una excursión con los niños del pueblo —continuó, dejando escapar una pequeña risa al final.

—Aún así, me sorprende que tú estés tan despierto.

—Supongo que los dragones somos un poco más resistentes que los ponis

—respondió con orgullo, inflando su pecho, y recibiendo una mirada cansada por parte de su acompañante.

—Si eso es cierto, ¿por qué es Big Mac quien está tirando del carruaje y no tú?

—Pues, porque ya estuve cargando el trasero de cierta poni una buena parte de la noche, y eso... —Iba a continuar, pero un codazo bien clavado en las costillas lo detuvo.

—La poni que te ha salvado la vida, querrás decir —le corrigió ella, viendo como el dragón se encogía con una mueca de dolor en el rostro, y entonces recordó las heridas que la bestia negra había dejado a su compañero, de las cuales aún no se había repuesto—. Oh Spike, ¡cuánto lo siento! ¿Estás...?

—Estás... —habló con una voz ronca y amenazante, y Sweetie tragó saliva al oírlo mientras comenzaba a apartarse, antes de que el dragón levantara la vista con una mirada juguetona—. ¡...perdida! —gritó, atacando a cosquillas los costados de la potra, quien se retorcía a su merced.

—¡No, no, no! ¡Spike, basta! ¡No es justo! ¡Por favor, detente! ¡Voy a... voy a...! —balbuceaba entre carcajadas y pataletas en medio de aquel asalto.

El carruaje se balanceaba de un lado a otro mientras un sonriente Big Macintosh negaba con la cabeza antes de apretar el paso, dispuesto a llevarlos a tiempo a destino. Nada podía detenerlo.


Entre tanto, en la cocina del castillo, una enérgica poni rosada se movía ágil y rápida entre los chefs personales de las princesas, vistiendo un delantal azul de bordes celestes que hacían juego con sus ojos. Allí trabajaba en conjunto con cuarenta cocineros con años de experiencia sirviendo a la realeza, y con quienes no tenía el menor problema para socializar, dada su alegre, accesible, y un tanto abrumadora personalidad.

La misma se había sorprendido al ver cuán bien equipado estaba su lugar de trabajo, con grandes alacenas cargadas con instrumental de acero inoxidable, e ingredientes de primera calidad. Pero mucho más se sorprendieron sus compañeros al ver que, aún siendo la primera vez que visitaba aquella cocina, la yegua encontraba con facilidad cada cosa que buscaba. Ya fuera dando una pequeña probada de una olla por aquí, o revolviendo un gran bol por allá, la alegre poni no se detenía ni por un segundo. Y tan absorta estaba en sus labores que no había notado que varios cocineros la admiraban boquiabiertos, incapaces de creer que pudiera trabajar a semejante velocidad sin perder de vista ningún detalle. Al principio no estaban de acuerdo con el hecho de que Celestia la hubiera asignado para ayudar en la cocina precisamente aquella noche, pues temían que pudiese cometer algún error que arruinara la velada y que ese error recayera en ellos. Tal fue su sorpresa al ver cuán equivocados estaban.

—¿Cómo crees que lo haga? —susurró una seria unicornio de manto color crema y melena marrón a su compañero, un pegaso de manto marrón y crin naranja con lentes de carey. Ambos vestían el típico uniforme blanco de chef, con el infaltable Toque Blanc.

—No lo sé, pero mientras siga así no tengo quejas —respondió despreocupado, pensando que mientras más trabajara la poni, menos trabajo habría para él.

—Tan solo mírenla, ha hecho más aquí en una tarde de lo que cualquiera de nosotros podría hacer en un día entero, y ni siquiera es una chef diplomada —continuó un poni terrestre de manto blanco y melena gris al pasar junto a ellos, con admiración.

—Ya veo por qué la princesa la envió aquí —concluyó la primera poni.

—¡Oigan, montón de holgazanes! Si no quieren que la nueva los opaque aún más, será mejor que dejen de murmurar y se pongan a trabajar —llamó con grave voz un unicornio de gran estatura, manto gris y crin oscura, al pasar frente a ellos mientras removía el contenido de uno de los boles con su magia.

—Tiene razón, no se distraigan —aconsejó la yegua, antes de voltearse y regresar a sus labores.

—¿Eh? ¡Mira quién habla! —le recriminó el pegaso.


Ahora, bajo una gentil nevada en los jardines del castillo, una alegre pegaso de manto amarillo y melena rosa, que vestía un abrigo color verde manzana, entonaba una bella melodía al repartir la cena para los animales tanto grandes como pequeños que habitaban aquel fragmento de paraíso. El fresco de aquel momento del día no le impedía disfrutar de su labor mientras se paseaba por aquel bello espacio de punta a punta, alimentando a los conejos, castores, monos y canguros, entre otros. Por suerte, no debía preocuparse por los osos, mapaches, ardillas o serpientes, pues los mismos hibernaban durante aquella fría estación, mientras que las aves habían emigrado al sur donde las temperaturas eran más elevadas.

La pegaso dedicó un último vistazo al sol antes de que terminara de ocultarse, y sonrió al dirigir la mirada a la torre más alta del castillo donde ambas princesas se ocupaban de sincronizar el movimiento de sus astros mientras la luna ascendía en el firmamento, ocultándose entre las nubes de tormenta.

De repente, un equipo de pegasos con uniforme azul de rayos amarillos bordados y gafas de vuelo surcaron el cielo nocturno, despejando las nubes y dejando tras de sí una ráfaga de viento huracanado que recorrió los jardines y estuvo a punto de hacer volar a los pequeños animales, quienes debieron de aferrarse con fuerza a las ramas de los árboles y arbustos para no ser arrastrados por ella. Quienes no habían sido capaces de conseguirlo, fueron atrapados oportunamente en el aire por su amable y tenaz cuidadora. Y así, cargando a una decena de conejos, aquella descendió con un delicado vuelo hasta poner sus cascos en el suelo, liberándolos después con sumo cuidado. Los pequeños abrazaron sus cascos en agradecimiento, antes de partir en diferentes direcciones rumbo a sus hogares, y al levantar la vista una vez más, la pegaso se percató de que uno de los miembros del escuadrón descendía de espaldas frente a ella, a una distancia de escasos metros, donde sus cascos impactaron con fuerza sobre la tierra.

—¡Oh sí! ¡A eso le llamo volar con estilo! ¡Bien hecho, chicos! —gritó con orgullo una pegaso de crin multicolor y ojos magenta al subirse las gafas, cuando sus tres compañeros aterrizaron a su lado.

—¡Rainbow! Esa técnica fue... ¡Increíble! —felicitó el semental de melena gris rizada.

—¡Habla por ti, Silver! ¡La pirueta que lograste al último momento trás de mi fue asombrosa! —le dijo al golpear su hombro amistosamente, y el pegaso resistió la necesidad de presionar el área afectada por ese gesto.

—Supongo... pero no se compara en nada a tu Buccaneer Blaze —dijo sonriente, y algo apenado.

—Um, Rainbow Dash —intentó llamar su atención la pegaso de melena rosa detrás de ella, no siendo notada por el equipo.

—Silver, ¿estás bien? Tienes el rostro bastante rojo —apuntó su compañero de crin naranja y amarilla al rodearlo con su brazo, frente a lo cual el semental se apenó mucho más.

—Cierra el pico, Lightning —le advirtió con voz baja, antes de propinarle un codazo en el costado, el cual no alcanzó para evitar su risa.

—Um, Rainbow Dash. Si pudieras... —continuó la tímida poni, en un intento por hacerse escuchar.

—¡Siempre es lo mismo con ustedes! Escuchen, la obra de teatro comenzará en quince minutos, y no quiero llegar tarde por su causa como el año pasado —les recriminó la yegua de melena azul y reflejos celestes.

—¡Tranquila Misty! Tenemos tiempo de sobra antes de que tengan todo listo —sonrió la poni de crin arcoíris con gran confianza, frente a lo cual su compañera suspiró con cansancio, cuando un fuerte estruendo retumbó en el tímpano de todos los presentes.

—¡Rainbow Dash! —vociferó la pegaso, perdiendo todo el encanto que antes había mostrado para con los animales.

—¿Eh? Oh, ¿que hay, Fluttershy? ¿Qué estás haciendo por aquí? —se volteó sonriente hacia ella mientras llevaba el casco derecho al oído derecho, del cual había quedado casi sorda. La cuidadora recobró la compostura una vez más, mostrando un aire sereno y serio.

—Por si no lo recuerdas, las princesas me encargaron el cuidado de los pequeñines que viven en los jardines. Y todo iba bien hasta que cierta poni los asustó. ¡Tan solo míralos! ¡Están horrorizados! —gritó señalando a los pequeños conejos que ahora cenaban pacíficamente, ajenos a la situación que su protectora describía.

—Cielos, yo... eh, ¿lo siento? —se disculpó, apenada y algo confundida.

—Oye Rainbow, ¿quién es ella? —preguntó Lightning, con curiosidad.

—¡Es cierto! Permítanme presentarles —pidió al incluirla en su círculo—. Chicos, ella es Fluttershy, ¡mi mejor amiga! Fluttershy, ellos son mis compañeros de equipo: Lightning Streak, Silver Lining, y Misty Fly. Participaron conmigo en la "Carrera de las hojas" pasada, en Ponyville. ¿Recuerdas?

—Oh, claro. ¡Mucho gusto! —saludó alegre.

—El gusto es todo nuestro —habló Misty por sus compañeros—. Oye, ¿Quieres venir con nosotros a la obra?

—¡Me encantaría! Pero todavía tengo que ocuparme de mis amiguitos aquí. Supongo que iré más tarde.

—Está bien —respondió comprensiva—. ¿Tú qué harás, Rainbow? ¿Vienes? —le preguntó, y la joven Wonderbolt negó con la cabeza.

—Los alcanzaré en un momento —respondió con un guiño, y su compañera asintió con una sonrisa antes de voltearse.

—De acuerdo, ya la oyeron. ¡Vámonos chicos!

—¡Oye, no tenemos prisa! —se quejó Silver al ser empujado por las potentes alas de la pegaso.

—Oh, pero yo sí. Y si no llegamos al teatro antes de que la obra empiece, me aseguraré de que nunca lo olviden. ¿Está claro? —sentenció con frialdad, y sus compañeros tragaron saliva al tener una idea de lo que la yegua sugería.

—¿Sabes qué? Creo que deberíamos apresurarnos —recomendó Lightning.

—Lo mismo digo —convino Silver.

—Eso era justo lo que quería oír. ¡En marcha! —ordenó, y pronto los tres pegasos se alejaron por aire en dirección a la torre este del castillo, dejando a las dos amigas con la única compañía de los animales a su alrededor.

—De acuerdo, ¿te doy un casco con el resto? Es lo menos que puedo hacer —se ofreció Rainbow, haciendo que los ojos de Fluttershy se iluminaran como el sol de un nuevo día.

—¡Claro que sí! Ven, primero debemos encontrar y alimentar a todos los conejitos. Son unos pocos cuarenta y cinco, así que no deberíamos tener muchos problemas. ¡Luego están los canguros! Pero ten cuidado, no les gusta que los traten bruscamente. Oh, y luego... —continuaba la pegaso, llena de gozo por poder compartir aquel momento con su querida amiga.

"¿En qué me he metido?", se preguntó la pegaso de crin multicolor, fugazmente reconsiderando su oferta, y fue entonces que vió llegar a alguien desde el acceso al siguiente jardín, alguien a quien su amiga no tardó en identificar.

—¡Big Mac! —exclamó, soltando el casco de Rainbow y despegando hacia el semental, compartiendo un fuerte y cálido abrazo con él—. ¡Creí que no vendrías! ¿Qué sucedió? —preguntó al apartarse—. ¿Acaso debiste entregar una orden para el castillo?

—Yup —asintió al instante.

—Imaginé que tendrían suficientes manzanas, pero supongo que Pinkie Pie debe estar acabando con todas sus reservas —rió ella.

—Yup —respondió con gracia.

—Espera, ¿entonces te quedarás para la obra y la fiesta? —preguntó con gran ilusión.

—¡Yup! —confirmó entusiasta, sonriéndole con gentileza.

La joven pegaso ahora estaba tan feliz que no cabía en sí misma, y le resultaba difícil abandonar aquel abrazo. Rainbow Dash, a unos cuantos pasos de la escena, ahogó una pequeña risa antes de ponerse en camino.

—De acuerdo, ¿en dónde estaban esos conejitos? —pensó en voz alta, mientras se alejaba en dirección al siguiente jardín con una sonrisa.


En tanto, en el teatro de la torre ya había una buena cantidad de ponis por causa de la esperada obra en que se representaría la llegada de los equinos a las tierras que tiempo después serían nombradas como "Equestria". La misma gozaría de un nuevo elenco compuesto de seis actrices principiantes aquel año, que ahora se preparaban para su salida en menos de una hora, en un camerino a pocos metros del escenario. También se encontraban allí una unicornio blanca, encargada del vestuario, una alicornio lavanda que se había detenido en el lugar para verificar que los preparativos tanto del escenario como de su elenco estuviesen a punto, y una poni terrestre de manto naranja que se había colado con objeto de apoyar a su hermana menor quien, al igual que sus compañeras, se presentaba por primera vez.

Aquella hermana, una poni terrestre de pelaje amarillo claro, una larga melena roja algo descuidada, ojos color naranja y cutie mark de manzana en forma de corazón practicaba sus líneas de diálogo junto a otra potra de manto rosa, ojos azules y crin lavanda y blanca, decorada con un broche en forma de tiara. Esta última permanecía recostada con el codo en la mesa y el casco sosteniendo su cabeza, en una pose que inspiraba el más absoluto aburrimiento.

—¡He decidido que los ponis terrestres iremos por nuestra cuenta! —exclamó Apple Bloom con alegría, al recordar una línea que minutos antes había olvidado, caminando alrededor de la mesa.

—¿Eso significa que las demás tribus no se pusieron de acuerdo? Pensé que podíamos lograrlo si... —respondió su interlocutora sin mirarla, con una voz casi mecánica, resultado de haberse repetido por tanto tiempo.

—No te preocupes por ellos. Nosotros tenemos toda la comida, ¿verdad?

—En realidad, se nos acabó —respondió de la misma forma y, viendo su desgano, Applejack se acercó a ella.

—Anda Diamond Tiara, ¿no podrías poner algo más de entusiasmo? —sugirió con amabilidad y una gran sonrisa.

Varios años atrás, Apple Bloom y Diamond Tiara habían enfrentado una fuerte enemistad, una que había durado la mayor parte de su niñez. Pero los años pasaron y, al terminar la escuela primaria, se distanciaron al punto en que apenas se veían al caminar por las calles de Ponyville, aunque sin siquiera saludarse. Tal situación era normal, dado que la granjera no tenía buenos recuerdos de su ex-compañera, pero al pasar el tiempo aquella tensión había desaparecido poco a poco, dando paso a una mera indiferencia.

Pero ahora, las dos habían sido seleccionadas por las princesas para participar en una de las obras más importantes de Canterlot, por lo que decidieron hacer un acuerdo: no pelear ni discutir hasta que la obra hubiese terminado. Pero como era de esperar, aquel acuerdo estaba siendo realmente difícil de cumplir.

—Puse mi entusiasmo en los ensayos las primeras quinientas veces, pero se hace bastante aburrido si tu compañera no puede recordar ni siquiera sus propias líneas —le recriminó irritada, enfureciendo a la poni de melena roja.

—¡Oye! ¡Estoy esforzándome tanto como puedo! —respondió, quedando enfrentada con ella a pocos centímetros.

—Entonces estamos perdidas —respondió con severidad.

—¿Estás diciendo que eres mejor que yo? ¿Eso crees? —inquirió, chocando su frente con la de su compañera.

—Creo que es demasiado obvio que una de las dos es mejor actriz que la otra —respondió sin quedarse atrás, empujando hacia el lado contrario.

—¡¿Ah sí?! —gritó la potra con furia.

Al ver que una nueva riña estaba a punto de desatarse, la granjera mayor debió de intervenir, separando a ambas con sus cascos a una distancia considerable.

—¡Chicas! Chicas, paren. Llegaron hasta aquí sin pelear... bueno, casi sin pelear. ¿Van a hacerlo ahora? ¿En su gran noche? —preguntó con calidez, y ambas se miraron a los ojos con molestia, antes de darse la espalda mutuamente—. Vamos, intentémoslo de nuevo —invitó Applejack, luego de lo cual ambas dieron una respiración profunda, calmando sus ánimos, y se enfrentaron una vez más.

—En realidad, se nos acabó —repitió Diamond, asumiendo su papel correctamente esta vez.

—Bien, entonces tendremos que... que... —decía Apple Bloom, intentando rescatar el fragmento que le faltaba del oscuro pozo de su memoria. Diamond suspiró cansada, llevando el casco derecho a su rostro.

—Piensa, ¿Qué harán ahora que ya no pueden vivir de las tierras que habitan? —intentó ayudar Applejack.

—Um... ¿hay opciones? —preguntó, algo incómoda.

—No puede ser —lamentó su compañera, dejando caer su cabeza y recibiendo una mueca de desaprobación por parte de la poni de sombrero.

—Anda terroncito, haz un esfuerzo. ¡Sé que puedes lograrlo!

—Entonces tendremos que... que...

"Ir a otro lugar donde podamos cultivar."

—¡Ir a otro lugar donde podamos cultivar! —exclamó de repente, orgullosa de sí misma. Aunque no se había percatado del murmullo que había llegado a sus oídos en su ayuda, más si lo habían hecho las otras dos ponis.

—Uh... Dinky Doo, ¿eres tú? —preguntó AJ en dirección a una de las cortinas, de las cuales salió una apenada unicornio morada de baja estatura, melena dorada, ojos color miel y cutie mark en forma de siete estrellas.

—Lo siento, sólo quería ayudar —dijo con tristeza, y la granjera le sonrió.

—Lo sé dulzura, lo sé, pero si Apple Bloom no puede hacerlo por su cuenta...

—De hecho, no es una mala idea —interrumpió Diamond, pensativa.

—¿El qué?

—Seamos realistas Applejack, si tu hermana no pudo recordar todas las líneas que le corresponden en la última semana, no lo hará ahora. Pero Dinky tiene una muy buena memoria, y estoy segura de que recuerda a la perfección todos los diálogos de la canciller Putting Head. ¿No es así? —preguntó a la potra de melena dorada.

—Pues... de hecho, si —respondió con cierta duda.

—¿Acaso quieres reemplazarme? —inquirió AB con un enojo mayor, próxima al rostro de su compañera.

—Claro que no, cerebro de pájaro. Considéralo, sus murmullos no podrían ser escuchados por el público, pero si por tu oído… que es lo único bueno que tienes —musitó por lo bajo al final—. De esa forma, podría ayudarte tanto detrás de escena, como cuando ambas estén en el escenario —explicó.

—Bueno... no lo había pensado de esa forma —respondió AJ—. ¿Tú qué dices, AB? —le preguntó, y la potra se tomó un momento para pensarlo.

—Creo que vale la pena intentarlo —asintió, con un poco más de confianza.

—Pues bien, me apunto —aceptó la más pequeña.

—Gracias Dinky.

—Oye, ¡para eso están las amigas!

—Buena idea, Tiara —felicitó Applejack.

—Dame un respiro, solo quiero evitar que me avergüence frente a todo Canterlot —respondió la potra, partiendo en busca de su disfraz. Applejack sonrió al ver que, a pesar de mostrar desinterés por su compañera, muy en el fondo se preocupaba por ella… o eso quería creer.

En tanto, al otro lado de la habitación, la unicornio blanca preparaba a una más joven con extrema atención. Ya había cepillado su pelaje de arriba a abajo, arreglado su melena, y acentuado sus pestañas. Aún quedaba mucho por hacer, pero confiaba en su sexto sentido, el cual le decía que estaba en proceso de pulir un diamante en bruto.

—Solo concéntrate en lo que tienes que hacer y decir. Después de todo es como Twilight dijo, la princesa les ha dado un gran honor al elegirlas este año —decía con entusiasmo la unicornio blanca en la misma habitación, arreglando el cabello de una temblorosa potra frente al espejo.

—Desearía que no nos hubieran honrado tanto, no sé... si podré salir ahí, ¡No con toda esa gente mirándome! —se atemorizó la unicornio de melena celeste y azul, manto lavanda y frenos en sus dientes, vistiendo el disfraz de la Princesa Platinum. En ese momento, Rarity posó un casco en su hombro.

—Querida, no tienes nada que temer —le dijo con tranquilidad.

—¿En verdad? —preguntó, sorprendida.

—Claro. En cada pueblo y ciudad de Equestria se lleva a cabo una obra conmemorando la fundación del reino para este día. Es una tradición.

—Significa que todos los ponis estarán regados en cada una de esas obras y no habrá tantos por aquí, ¿cierto? —preguntó, ilusionada.

—En realidad... no. Habrá muchos ponis, pero no dejes que eso te ponga nerviosa —la confortaba, al tiempo que recordaba haber pasado por una situación exactamente igual a esa años atrás, cuando ella y sus propias amigas habían protagonizado la misma obra. Por aquel entonces, había fallado al calmar los nervios de su querida amiga, pero esta vez había llegado a la ocasión con algo más de experiencia.

—¿Pero qué pasa si… se burlan de mis frenos? Me veo ridícula con ellos, lo sé. Pero, si se ríen... no creo que pueda soportarlo.

—Pues para mi, te hacen lucir encantadora —dijo con una gran sonrisa, tomándola por sus hombros, y ambas se vieron reflejadas en aquel gran espejo mientras la unicornio mayor hablaba—. Eres como una bella perla, esperando su momento para brillar, y esta es tu gran noche —continuó, y por primera vez en toda la noche, la unicornio lavanda sonrió—. Lo harás bien, te lo garantizo.

—Rarity tiene razón, Pearly —se aproximó a ellas la unicornio de melena dorada—. Solo necesitas tener un poco más de confianza en ti misma. Créeme, ¡estarás increíble!

—Gracias Dinky —respondió con una sonrisa, cuando todos en la habitación se voltearon hacia dos pegasos que discutían acaloradamente al otro lado de la habitación, con una agresividad que crecía con el paso de los instantes.

La alicornio encargada de la obra, que acababa de ultimar los preparativos y ya estaba a punto de retirarse, se dirigió hacia ellas con gesto cansado.

—¿Y ahora qué les sucede a ustedes dos? —preguntó, y la más pequeña fue la primera en responder.

—¡Scootaloo dice que hablo demasiado rápido y que los ponis no van a entender nada de lo que estoy diciendo! Ya lo discutimos ayer y anteayer en los ensayos, pero no entiende que no puedo hablar más despacio. Además no es como si la obra se entendiera menos si hablo así, porque todos los que vienen a vernos representar la fundación de Equestria saben de principio a fin de que va todo. Y si mi forma de hablar fuera a estropearlo, entonces ni siquiera me presentaría. Ella lo sabe, pero insiste en discutir el asunto conmigo cada vez que puede, y ya no sé qué... —relataba la pegaso de manto crema y melena marrón, ojos verdes, marca en forma de tres huellas caninas, y gafas gruesas de carey, que en pleno vuelo agitaba sus alas a gran velocidad cual colibrí.

—¡Twilight, haz que se calle! —suplicó la potra de manto naranja, crin magenta y marca en forma de rueda de scooter en llamas, arrojándose al suelo y cubriéndose sus oídos de la mejor manera posible.

La estudiante de la princesa del sol suspiró derrotada y, aunque Applejack ayudaba a Apple Bloom y a Diamond Tiara a trabajar en su actuación y Rarity, con ayuda de Dinky, intentaban calmar los nervios de Pearly Whites, ambas voltearon hacia ella con una sonrisa que la hechicera acompañó, las tres recordando la discusión que había acontecido en aquel mismo lugar, siete años atrás, con diferentes protagonistas.

—Para empezar, la obra comenzará en pocos minutos. No deberían estar peleando ahora, deberían estar ayudándose la una a la otra a dar lo mejor de ustedes para esta noche —intentó hacerles razonar, aunque Scootaloo se volteó evitando el contacto visual, mientras su compañera bajaba la mirada.

—Pero... —interrumpió la pegaso menor.

—Si, ¿qué sucede?

—¿En verdad soy tan... molesta? —preguntó con una triste mirada.

—Oh, Zipporwhill... Estoy segura de que Scootaloo no quiso decir eso —dijo para animarla, cuando la pegaso naranja volteó hacia otro lado, ajena a su explicación—. Creo que quiso decir que si hablas demasiado rápido, quizá los ponis más alejados del escenario no puedan escucharte con claridad. No todos conocen la historia de los orígenes de nuestro reino. ¡Especialmente los más pequeños!

—Pero... mi papá dijo que nunca debo intentar fingir ser alguien que no soy. Y él me conoce, sabe que a veces hablo mucho, pero no puedo evitarlo. Y así es como soy. Si me forzara a no hacerlo, entonces no sería...

—Lo sé, lo sé —la interrumpió, volando junto a ella y acariciando su melena—. Pero ese es el punto de una obra de teatro, fingir ser alguien que no eres, interpretar un personaje, y en ese aspecto has podido representar muy bien el papel de Pansy. Solo debes fingir ser ella por esta noche y, una vez que se cierren las cortinas, podrás volver a ser Zipporwhill otra vez —explicó, esperando que ello fuera suficiente para confortarla, y la pegaso menor permaneció en silencio unos instantes, antes de responder.

—Está bien... trataré de hablar... más despacio. Al menos hasta que... termine la obra —convino, intentando frenar el torrente de palabras que luchaba por salir de su hocico, con una tímida sonrisa.

—Pero no es algo por lo que deban estar discutiendo. Si esta noche logran trabajar como un equipo, estoy segura de que estarán increíbles —las animó mientras ambas descendían al suelo, y la pegaso naranja se aproximó a la escena.

—¿Tregua? —preguntó Zipporwhill al extender su casco, algo apenada. Scootaloo miró inexpresiva el casco de la pegaso menor, antes de levantar la vista, para sonreír con confianza.

—Tregua —aceptó, antes de chocarlo con fuerza—. Y disculpa lo de antes. No es que seas molesta, es solo que... estoy algo nerviosa.

—No te preocupes por eso —respondió, comprensiva—. Supongo que es completamente normal. Todas nosotras somos apenas novatas en lo que a presentarse ante un público tan grande respecta, y tampoco es que hayamos tenido tanto tiempo como para practicar estos papeles y poder representar a la perfección a los personajes que… —se vio interrumpida por un casco naranja en su hocico.

—Solo intenta controlar ese hocico, y estarás bien —dijo Scootaloo, suspirando con pesadez.

—¡Oigan, chicas...! —asomó un entusiasmado pegaso de manto crema y crin marrón oscuro, a través de la cortina de la entrada.

—¡...salimos en cinco minutos! —añadió una unicornio muy parecida a aquel, pero de manto amarillo y melena naranja, adornada por un listón celeste.

—¡Prepárense! —gritaron enérgicamente al unísono antes de retirarse, sin dar tiempo a las actrices para responder.

—De acuerdo chicas, ya oyeron a los gemelos. ¡Den lo mejor de ustedes! Y recuerden: Esta noche es suya, y solo suya. ¡Disfrutenla! —las alentó AJ.

—¡Sí! —gritaron todas enérgicamente, antes de partir al escenario, ya vistiendo sus respectivos disfraces. Mientras todas avanzaban casi a la misma velocidad, Pearly Whites la disminuyó poco a poco hasta que se encontró junto a la unicornio blanca, a quien dio un abrazo fugaz. La modista devolvió el afecto casi por inercia, enternecida.

—Gracias señorita Rarity —dijo al apartarse, casi en un susurro.

—No tienes por qué, querida —respondió al guiñar un ojo—. Anda, tus amigas te esperan —le dijo, a lo cual la potra asintió, para unirse a las demás.

Una vez el grupo se había perdido tras las cortinas, las tres yeguas quedaron solas en la habitación. Una melancólica sonrisa se dibujó en el rostro de Twilight, la cual sus amigas acompañaron.

—Esas chicas son increíbles —musitó la alicornio.

—Así es —convino la modista, ensimismada.

—Vaya vaya, parece que alguien se hizo muy amiga de cierta poni —llegó a sus oídos aquel tono campirano, frente al cual giró sus ojos.

—Basta, Applejack. Es solo que... ella me recuerda mucho a Fluttershy, y a mi misma cuando tenía su edad.

—Claro, y no tiene nada que ver el hecho de que sea la sobrina de Fancy.

—Por supuesto que no. Si, vine para ayudarle cuando él me lo pidió, pero de venir y haberla visto por mí misma, también lo hubiera hecho sin dudarlo.

—Ya lo creo que sí —respondió al rodearla con su pata cariñosamente.

—Oye, ¿y qué hay de la abuela Smith? ¿Vas a despertarla para ver la obra? —preguntó Twilight.

—Nah, se quedó despierta hasta tarde tratando de ayudar a Apple Bloom con su libreto. Creo que se merece un buen descanso —respondió Applejack, para luego comprobar el reloj de pared—. Cielos, ¡Son las seis en punto! Vamos chicas, ¡es hora de ver a las niñas en acción! —exclamó alegre, tomando de sus cascos a ambas y arrastrándolas fuera del camerino sin siquiera darles tiempo a reaccionar.


Mientras tanto, en el hall principal del castillo, donde la decoración festiva era protagonista, la actividad aumentaba con el pasar de los minutos. Allí podían encontrarse tanto ponis de Canterlot como de Ponyville, así como de las ciudades de Fillydelphia y Manehattan. Claro, había también equinos provenientes de otros pueblos y ciudades de Equestria, pero este grupo no era tan numeroso como el antes mencionado.

Faltaban veinte para las seis cuando, a través de la puerta principal que ahora se encontraba abierta de par en par, el joven dragón y la unicornio blanca ingresaron apresurados, con el primero pidiendo disculpas a los ponis que habían molestado, quienes les dirigían miradas de desdén. Ambos se dirigieron a la escalinata que llevaba al camino exterior, y de allí a la torre este, con la menor empujando al dragón en un intento por apresurar el paso a costa de la paciencia de los demás concurrentes, cuyas miradas comenzaban a incomodar al mayor, miradas que la unicornio no parecía notar dado su desespero. Pero cuando la atención de dos de los guardias se centró en ellos, Spike ya no pudo permitir el comportamiento de Sweetie por más tiempo, por lo que frenó su paso con el brazo.

—Vamos Spike, ¡Apresúrate! ¡O vamos a perdernos el…!

—Lo sé, Sweetie, lo sé. Pero todos estos ponis vienen aquí por la misma razón. ¡No podemos adelantarnos! —negó el dragón, regresando su vista a los guardias, que ahora estaban atentos a los recién llegados—. No ahora, al menos. Además, no creo que Rarity se moleste porque llegues un poco más tarde, ¿verdad? —preguntó, y su compañera bajó la mirada.

—No lo entiendes, Spike. Necesito, al menos esta vez, llegar a tiempo a ver la obra con ella.

—¿Por qué? —preguntó curioso—. Sweetie, ¿por qué quieres tanto estar a tiempo para la obra?

—Tres años —fue lo único que la potra respondió, con un tono cargado de tristeza, antes de mirarle a los ojos mientras caminaban—. Hace tres años que no veo la obra con ella. Desde que entré al coro, siempre he estado ocupada para esta época del año. Rechacé sus invitaciones por causa de ello, diciéndome a mi misma que más adelante habría otra oportunidad, que el año siguiente quizá podríamos ir juntas, pero... pero cuando Fancy me dijo que pediría su casco en matrimonio, pensé... que no siempre tendré esa oportunidad —continuaba la potra, mientras salían al camino empedrado del jardín sudoeste, sintiendo entonces la fresca brisa de invierno en sus rostros—. Fue por eso que este año decidí no presentarme con el coro, y le prometí que veríamos la obra juntas. Y es una promesa que no puedo romper, no esta vez.

—Sweetie —respondía Spike, considerando las posibles respuestas ante aquella revelación—. Quizá Rarity se case, pero eso no cambiará su relación. Seguirán siendo tan unidas como siempre, lo sé.

—No es algo que podamos manejar, Spike. Mi propia madre, tiene dos hermanas mayores con quienes se llevaba muy bien de pequeña, a quienes aún aprecia. Y aún así, la última vez que estuvieron las tres juntas fue hace cinco años —replicó angustiada—. No quiero que nosotras pasemos por lo mismo, pero a veces es inevitable. Quizá esta sea la última obra de noche de corazones cálidos que podamos ver juntas —siguió, dirigiendo su mirada al largo camino que les deparaba a través de aquellos jardines, y a la gran cantidad de ponis que avanzaban a un paso muy lento—. Y a este paso, quizá ni siquiera llegue a encontrarla antes del final de la obra.

Si bien el dragón consideraba que sus temores eran infundados, pues sabía bien cuánto apreciaba Rarity a su hermana menor, también sabía que Sweetie tenía razón en una cosa: que las cosas cambian. Aquella era una idea que había tenido muy presente desde hacía varios años, y era por ello que entendía como se sentía su amiga unicornio. A causa de ello, no tardó en decidir darle la garra que desesperadamente necesitaba, pero deberían ser cuidadosos.

A los lados del camino se extendía un fino manto de nieve que cubría la flora de los mismos, donde los animales pequeños observaban con curiosidad a los invitados. Y a una cierta distancia, hacia la derecha, podían verse los altos muros que separaban las secciones del castillo. Spike había pasado una buena parte de su niñez viviendo en aquel lugar, por lo que conocía cada acceso a las diferentes torres como la palma de su garra.

—Tal vez haya una forma —musitó el dragón, ganándose toda la atención de la unicornio.

—¡¿En verdad?! —preguntó con gran ilusión.

Spike le chistó con disimulo y se volteó al notar la mirada curiosa de los dos ponis que iban detrás de ellos, con un espacio de metro y medio que les separaba, y habló con un volumen más bajo.

—Aún lo recuerdo; tras ese muro hay un camino que rodea la torre este. —señaló con la mirada—. Desde allí, hay paredes por las que se puede trepar con facilidad hasta las habitaciones de huéspedes.

—¿Y qué estamos esperando? —Estaba a punto de salir del camino, cuando el dragón la detuvo al tomarle del casco una vez más—. ¡Oye!

—¿Estás loca? Hay guardias por todas partes. No podremos salirnos de la ruta sin que nos noten. Y si lo hacen, estaremos en grandes problemas.

—No lo harán —respondió confiada.

—¿Cómo estás tan segura?

—¿Bromeas? Anoche logramos escapar de una mantícora gigante, que nos persiguió por todo el bosque Everfree. En comparación, ¡esto es un juego de niños! —dijo, curvando sus labios en una desafiante sonrisa, gesto que llamó la atención del dragón y frente al cual no pudo evitar soltar una pequeña risa. Incluso luego de tantos años, aquella potra era capaz de sorprenderlo.

—No tienes remedio —negó con la cabeza, mientras consideraba una vez más lo que ahora estaban discutiendo, pues si por casualidad fallaban nunca llegarían a la obra, pero de seguir aquel camino tampoco darían con Rarity a tiempo. De haber sido por él, Spike nunca se habría arriesgado a tomar una decisión tan ilógica como aquella, pero la felicidad de su mejor amiga ahora dependía de él, y no pensaba defraudarla—. Muy bien, hagámoslo. Pero necesitaremos distraer a los guardias al menos un instante. ¿Crees que...?

—Déjamelo a mí —respondió al instante, buscando con la mirada algo grande y pesado, capaz de generar un buen impacto. No tardó mucho en hallar a pocos metros una gran maceta esculpida en piedra, del tamaño de un poni adulto, y cercana a uno de los caminos que cortaban el que ahora recorrían.

Cuando estuvo a la distancia suficiente entre los guardias ubicados delante y detrás en el sendero, empleó su magia con disimulo y una gran concentración, iluminando su cuerno para empujar aquella decoración contra el empedrado. Al caer, el fuerte sonido sorprendió y llamó la atención tanto de los guardias cómo del resto de los ponis y, sin perder un instante, Spike arrastró a Sweetie hacia aquel fragmento de bosque dentro del castillo, sin ser notados por nadie más que los pequeños animales que rondaban el lugar.

No se detuvieron ni por un instante y, luego de abrirse paso entre las enredaderas que aferraban sus patas, y ramas que no planeaban dejar ir sus abrigos con facilidad, alcanzaron el muro tras el cual se encontraba el camino a la torre este. Solo un pequeño espacio menor a un metro separaba al mismo de la flora del jardín. Y al elevar la vista, notando cuan alto era el muro en realidad, ambos se miraron compartiendo una sonrisa confidente. Sabían con exactitud lo que el otro estaba pensando, pero entonces su atención cambió al estado en el que habían salido de la maleza.

—Estás hecho un desastre.

—Estás hecha un desastre —dijeron al unísono, intentando detener la risa que no tardó en aflorar.

—Tal vez mi plan tenía alguna que otra falla —admitió el dragón, sacudiendo las ramas y hojas atascadas en su abrigo y en sus escamas.

—Disculpa, pero tú lo tienes un poco más fácil —dijo ella, mirando hacia arriba y encontrando su melena plagada de pequeñas ramas que Spike ayudó a quitar con delicadeza.

—No te preocupes, cuando estemos dentro te ayudaré a arreglarte —la calmó con una sonrisa divertida que ella acompañó, antes de voltear hacia su costado para encontrar su siguiente obstáculo: un enorme muro que separaba el camino del resto de las torres.

—De acuerdo, tal y como lo hicimos anoche —dijo al hacer sonar sus nudillos, y Sweetie Belle asintió con gran confianza, para luego trepar a la espalda del dragón, quien le ayudó a acomodarse.

—¡Lista! —confirmó.

—Perfecto, pero agárrate bien. Por más que no haya una caída realmente peligrosa, tu casco aún no se ha recuperado del todo —recordó él y la potra asintió, y ambos miraron hacia arriba casi al mismo tiempo, al notar una figura alada surcando el cielo, y alejándose con la misma velocidad—. Los guardias terrestres del camino de la torre no serán capaces de vernos en este punto hasta llegar a la cima, pero hay guardias pegaso circulando cada tanto sobre el castillo. Debemos estar atentos a ellos también.

—Cielos, parece que estamos en una misión secreta. ¡Es genial! —exclamó, y el dragón chistó en respuesta.

—Si queremos que siga siendo secreta, será mejor que nos apresuremos y nos movamos en silencio y con cautela —advirtió, haciendo énfasis en esas dos últimas palabras.

—Bieeeeeeen —respondió con desgano.

Sin perder más tiempo, Spike se valió de las aberturas entre los bloques de piedra para trepar, siempre vigilando el espacio, y sin descuidar en donde pisaba al ascender. A pesar de parecer tan imponente desde el suelo, aquel muro no era ningún obstáculo si lo comparaban con el lugar por el que habían trepado el día anterior, lo cual los ayudaba a calmar sus nervios al menos un poco. Pero fue al alcanzar el borde, cuando vieron a un pegaso que vestía la armadura de la guardia real aproximándose, y comprendieron realmente el riesgo que ahora estaban tomando.

Impulsándose al momento con sus pies y un gran temblor en sus brazos, el dragón se escondió junto con su compañera al otro lado de la pared, pronto comenzando a descender con objeto de que sus garras en los bordes no fueran notadas desde el otro lado. De la misma forma, la respiración de la unicornio se había acelerado, no por causa de un esfuerzo físico, sino por el estrés que la actual situación presentaba. Al tocar suelo una vez más, Sweetie descendió de la espalda de su compañero, y ambos trotaron en dirección a la torre. En aquel instante, el sonido de tenues pasos llegó a oídos del dragón.

—Cuidado, alguien viene —musitó, empujando a su compañera hacia uno de los arbustos a los lados.

Desde su interior, ambos vieron como un guardia unicornio de mirada inexpresiva e imperturbable se aproximaba al final y a la derecha de aquel camino, comprobando que todo estuviera en orden en aquella sección, iluminando una gran área con su cuerno, rompiendo la creciente oscuridad del crepúsculo.

—¿Qué vamos a hacer? —musitó la potra con temor.

En respuesta el dragón llevó una garra a su boca, sin chistar, pero dejando en claro su mensaje. Pronto, el unicornio se alejó y, momentos después, ambos estaban en camino una vez más. Con cautela y en silencio se dirigieron al corredor de la izquierda, contrario al camino que había tomado el guardia, y recorrieron unos cuantos metros más mientras vigilaban el espacio aéreo, hasta toparse con algo que ninguno de los dos esperaba: una gran reja de metal de seis metros de alto, con una puerta en cuyo centro se ubicaba una llamativa cerradura dorada. La misma bloqueaba el paso a la torre, y las paredes a los lados no presentaban una superficie adecuada para que el dragón pudiese escalar como el muro anterior.

—¿Qué es esto? —se preguntó el dragón en voz alta.

—Parece una puerta, pero puedo equivocarme —respondió al llevarse un casco al mentón.

—Muy graciosa. Quiero decir, la última vez que estuve por estos jardines, las secciones no estaban divididas. ¿Tal vez lo hicieron luego de la invasión de la reina Chrysalis? —aventuró él.

—¿Qué sentido tendría? Los changelings pueden volar, hasta donde recuerdo —razonó ella.

—Exacto, volarían y rápidamente serían detectados por cualquier guardia. En cambio, al movilizarse por tierra, como estamos haciendo nosotros, es mucho más difícil. De cualquier forma, este es el único camino posible hasta la torre este —continuaba pensativo, cuando Sweetie le sorprendió al empujarlo contra la pared adjunta, poniéndose a su lado después.

Ambos vieron a dos guardias patrullar el cielo nublado sobre ellos, y supieron que deberían darse prisa. Para entonces, ya había oscurecido del todo, y una pequeña nevisca se precipitaba sobre ellos.

—¿Crees que puedas abrir esto? —preguntó la unicornio, cuando ambos se encontraban frente al portal plateado.

—Solo hay una forma de averiguarlo —contestó el dragón, tomando la cerradura entre sus garras y descargando una pequeña pero potente y constante llamarada verde con la que esperaba poder derretir el metal, pero los segundos pasaban y la misma permanecía intacta—. Debí imaginarlo, tiene alguna clase de protección mágica. No puedo destruirla así.

—De acuerdo, entonces déjame esto a mí —dijo la potra al aproximarse, siendo detenida por su compañero.

—No oíste lo que dije, ¿verdad? Tienen una protección mágica. Si intentas forzarla con magia, devolverá una fuerte descarga en respuesta. Podría incluso inhabilitar tu cuerno, y aún lo necesitamos...

—¿Y entonces qué? ¿Nos sentamos aquí a esperar a que se oxide? —preguntó, exasperada.

—Por suerte, tengo una mejor idea —dijo al tomar la cerradura una vez más, insertando su garra meñique en el ojo—. Creo que puedo forzarla sin activar la descarga, pero necesito unos minutos. Tú vigila que nadie se acerque. —le pidió, ya ensimismado en su tarea.

"Nos estamos quedando sin tiempo", pensó ella, mordiéndose la lengua para no decirlo en voz alta.

Pasaron unos instantes mientras la impaciente unicornio permanecía alerta a cualquier poni que pudiera aproximarse tanto por cielo como por tierra, escuchando el chasquido de metal que la cerradura generaba. Finalmente, incapaz de soportar el silencio, decidió aprovechar el momento para despejar una duda que había estado presente en su mente desde la mañana.

—Entonces, ¿qué favor pudo deberte el buen Mac como para haber dejado el huerto solo, y traernos aquí? —aventuró ella, curiosa.

—Sweetie Belle, ahora no —negó, cuando el primer chasquido fuerte le hizo saber que el trabajo estaba bien encaminado.

—De acuerdo, de acuerdo —aceptó, pero no transcurrió más de medio minuto antes de que la unicornio hablara una vez más—. Aunque es algo extraño que Big Mac lo aceptara sin mucha discusión. Debió ser algo importante si...

—Sweetie —comenzó a decirle al voltearse, pero al notar la sonrisa arrogante de su amiga, supo que la misma no desistiría hasta que le respondiera—. Fue hace unos años, cuando tuvo su primera cita con Fluttershy. Estaba seguro de que Pinkie Pie no iba a darles respiro alguno en toda la velada si se enteraba, así que me pidió que la mantuviera ocupada en la pastelería durante todo el día —reveló, volviendo a su trabajo.

—¿Y por qué te lo pidió a ti? —preguntó, curiosa.

—Porque Twilight y Rarity habían ido de visita al Imperio de Cristal, Rainbow estaba en la academia, y sus hermanas estaban ocupadas con la cosecha de manzatruenos. Fue en ese entonces que dijo que me devolvería el favor, sin importar que —concluyó, oyendo dos chasquidos más dentro de la cerradura, para luego retirar su garra—. Perfecto.

—¿Lo conseguiste?

—Tú dime —dijo sonriente al empujar la puerta, abriéndola de par en par—. Ahora vamos, ¡no hay tiempo que perder!

Luego de cerrar la entrada tras de sí, ambos se pusieron en camino una vez más, viendo la majestuosa torre este, ahora a su alcance. Arribaron a la misma con rapidez, solo que con un punto en contra que Spike ya conocía: no había entradas directas desde aquel camino.

Una vez se había orientado en cuanto a la posición de las habitaciones, invitó a la unicornio a subir a su espalda en lo que esperaba fuera la última vez por esa noche, para luego comenzar a escalar tal y como con el muro anterior. Ambos sabían en el fondo que aquel era el tramo más riesgoso del camino, pues eran mucho más propensos a ser avistados, aunque se veían ayudados por el abrigo de la noche. A razón de ello, el dragón debía apresurar el paso, pero sin descuidar sus movimientos y vigilando tanto cielo como tierra. Pero no había reparado en algo: la posibilidad de que los camerinos junto a los cuales debían pasar aún estuviesen siendo utilizados.

Y así, al llegar al quinto piso, apenas alcanzaron a asomar por su ventana cuando avistaron a Applejack, Twilight y Rarity conversando con las actrices de la obra. Se agacharon al instante y, lentamente, se deslizaron unos cuantos centímetros para poder escalar un piso más sin ser vistos por aquellas.

Al acercarse a una de las ventanas superiores, la unicornio usó su magia para abrir el cierre interior, de forma que nadie más notara su llegada. Poco después y con el corazón en la garganta, ambos pisaron el suelo de madera de un cuarto de huéspedes a oscuras en el sexto piso, respirando con dificultad.

—Eso fue más... estresante de lo que esperaba —dijo Sweetie, agitada.

—Si... cielos, ¡tenemos que llegar antes que ellas! —exclamó mientras se apresuraba hacia la puerta junto con la unicornio, cuando sus cuerpos se vieron envueltos por un aura mágica, inmovilizándolos por completo.

—¿Acaso iban a algún lado? —preguntó una severa voz familiar desde las penumbras, y ambos sintieron el corazón detenerse al reconocerla.

—¿Princesa Luna? —preguntó el dragón, incapaz de voltearse.

La deidad de la noche, de manto zafiro, ojos turquesa y etérea melena que proyectaba un cielo estrellado, se encontraba sentada sobre sus cuartos traseros frente a una mesa de café, con ojos cerrados y su cuerno iluminado, bebiendo tranquila de una taza que sostenía con ambos cascos.

—Los he observado desde que se salieron del camino a esta torre. Imagino que saben que entrar de esa forma al castillo es ilegal, ¿verdad? —preguntó, con un tono tan sereno que engullía en terror el corazón de los intrusos.

—Yo... eh... —gesticulaba Spike, incapaz de formular una respuesta coherente.

—¡Lo sentimos mucho, princesa! Pero tenía que encontrarme con mi hermana. Ella preparó los vestidos de las actrices y... —intentaba explicarse, siendo interrumpida.

—Estoy al tanto de los trabajos que se han tomado tanto la señorita Rarity como sus amigas, pero eso no justifica sus acciones. Han irrumpido en el castillo, evadiendo a los guardias y forzando una de las cerraduras mágicas de mi hermana. Siento decirlo, pero están en grandes problemas —concluyó con seriedad al incorporarse, dejando la taza sobre la mesa para caminar frente a los intrusos—. Temo que, con pesar, deberé llevarlos al calabozo. Pasarán allí la noche, y mañana a primera hora resolveremos este asunto como es debido.

—¿Cómo? —inquirió el dragón, incrédulo. Su corazón ya no estaba latiendo, sino martillando contra su pecho.

—¡¿Qué?! ¡Por favor no, princesa! ¡Se lo suplico! ¡Debo ver a mi hermana! Mañana iremos sin objeción, pero... —continuaba, aunque el dragón había dejado de escucharle unos segundos atrás. Sus ojos se humedecieron mientras continuaba hablándole a la diosa de la noche—. Pero por favor, déjeme verla, al menos un minuto. ¡Se lo ruego! Por favor... —suplicó la potra, con desesperación y lágrimas que estaban a punto de correr por sus mejillas. Pero el semblante serio de la princesa no presentó cambio alguno.

—Lo siento mucho —declaró al posicionarse entre ambos.

Tanto el dragón como la potra se lamentaron de haber tomado aquel camino, al creer que así arribarían a tiempo. Ahora estaban metidos en un problema del cual no podían escapar y, sobre todo, habrían de decepcionar a sus hermanas cuando se enteraran de lo que habían hecho. Vieron perdido todo por lo que habían luchado en aquel instante y, tal y como esperaban, el cuerno de la princesa de la noche se iluminó en un fuerte resplandor celeste claro, y los tres desaparecieron de la habitación. El majestuoso hechizo de teletransportación de Luna se completó en un lugar que la unicornio desconocía, pero que no creía pudiese ser parte de un calabozo, a menos que el mismo estuviera en medio de una remodelación.

Era una habitación pequeña con varias cajas tapadas con tela blanca, y una puerta de madera de diseño antiguo. Luna se adelantó a ellos, invitándolos a seguirla. El dragón y la unicornio, resignados, obedecieron. Pero cuando la princesa abrió la puerta, fueron capaces de oír lo que parecían ser los murmullos de una multitud, y entonces se percataron de que se encontraban tras la cortina del escenario.

—¿Esto es... el teatro? —preguntó Sweetie, atónita, mientras que Spike aún no había procesado el hecho de que la deidad de la noche pensaba meterle en un calabozo unos segundos atrás—. Pero creí que usted... —se dirigió a la princesa.

—Sweetie Belle, sabes bien que mi deber es guardar la noche, y es por ello que nada sucede en esta ciudad al ocultarse el sol sin que yo esté al tanto. Se bien que deseabas con todas tus fuerzas estar al lado de tu hermana mayor durante esta celebración, razón por la que ambos llegaron a estos extremos.

—Pero, si lo sabía, ¿por qué no nos...? —iba a preguntar, y la princesa respondió antes de que terminara.

—Decidí no intervenir porque, a pesar de que siento una gran empatía por tí y tus amigas, no podía presentarme y traerlos hasta aquí frente a todos los concurrentes. Eso, y deseaba ver qué tan lejos podían llegar para cumplir su objetivo. Pero créeme, si hubieran corrido algún peligro en el camino hacia aquí, hubiera ido en su ayuda sin dudarlo —dijo ella, sin cambiar su semblante, dirigiendo su mirada a la gran cortina que les separaba del resto del público—. Pero dejemos la charla para la fiesta, ahora será mejor que se apresuren. La obra comenzará en breve, y no creo que sus hermanas deban verlos aquí —concluyó con un tono sereno para luego voltearse, iluminar su cuerno, y desaparecer en un haz de luz celeste.

—Gracias —musitó la potra con una sonrisa, enternecida—. Bueno, ya has oído a la... —decía al voltearse, parando en seco cuando notó al dragón aún paralizado—. ¡Oh, vamos! ¡No tenemos tiempo para esto! —le recriminó, tirando del brazo de su compañero con ambos cascos.


Luego de que Spike se repusiera instantes después, no les tomó mucho tiempo el hacerse un lugar entre el sector izquierdo del público al salir del escenario. Ambos se sonrieron mutuamente al ver que sus esfuerzos habían dado frutos, pues no solo habían logrado conseguir el diamante que buscaban, sino que también habían llegado a tiempo para la presentación de la obra a la que Sweetie había prometido asistir junto a su hermana mayor, a quien buscaba con la mirada, esperando su salida por el mismo lugar por el que ella había llegado. Un instante después, las tres amigas bajaron las escaleras del escenario, siendo arrastradas por la alegre granjera, con prisa por encontrar un buen lugar desde el cual disfrutar la actuación. El dragón y la potra agitaron los brazos para llamar su atención, y la poni terrestre se acercó a ellos al instante, acompañada de sus amistades.

—¡Chicos! ¿Cómo están? ¡Hacía un buen tiempo que no les veía! —saludó la alegre granjera.

—¡Sweetie Belle! —se alegró la hermana mayor, abrazando a la unicornio con una fuerza excesiva.

—Rarity, por favor, me estás… asfixiando —intentaba hablar ella. Al percatarse, la modista se apartó para darle un poco más de espacio.

—Oh cielos, lo siento querida. Es que creí que no ibas a poder venir. ¿Cómo llegaste aquí? Las vías del tren están congeladas, y...

—Big Mac me echó un casco con eso —explicó, sonriente.

—¿En verdad?

—Sip, tuve mucha suerte de que debiera entregar un encargo urgente aquí esta noche —explicó ella, habiendo preparado su historia con antelación en caso de que su hermana hiciera más preguntas.

—Me alegra que pudieses venir —dijo Rarity con calidez al abrazarla de nueva cuenta, esta vez con más delicadeza.

—Oye, te dije que no me lo perdería por nada —continuó ella, con una gran felicidad que invadía su corazón. El dragón observaba con ternura tal escena, al tiempo que la alicornio se dirigía a él.

—¿Y qué hay de ti, Spike? Cuando pase por nuestra habitación no estabas allí... —preguntó Twilight, extrañada.

—Tranquila, sólo salí a dar una vuelta —explicó, mientras desviaba la vista hacia la menor. Ambos compartieron por escasos instantes una mirada cómplice y una sonrisa triunfal, que no requería de más palabras —. Necesitaba... un poco de aire fresco.

—Oigan, ya cierren el hocico. ¡Está a punto de empezar! —advirtió la granjera, con gran emoción.

Aquellos hicieron caso a su educada petición, y dirigieron su atención al escenario donde los reflectores se centraban mientras las luces en el resto de la estancia se atenuaban. Las cortinas se corrieron hacia un lado poco a poco, develando a los gemelos Pound y Pumpkin Cake, vestidos con dos de los disfraces que Rarity había confeccionado, centrados en la chimenea encendida frente a ellos. Al voltearse, ambos comenzaron su narración.

—Erase una vez, antes del pacífico reinado de las princesas... —inició el hermano.

—...y antes de que los ponis descubrieran la hermosa tierra de Equestria. —continuó la potrilla.

—Los ponis no conocían la armonía.

—Eran extraños y oscuros tiempos, donde los ponis estaban separados... por el odio —continuaba, con un público adulto que fingía sorpresa para los niños, como cada año.

—Durante esta horrible época las tres tribus: los pegasos, los unicornios, y los ponis terrestres, no les preocupaban los problemas de los otros, sino el beneficio propio —continuaba el potro, mientras los reflectores se enfocaban en tres grupos de ponis, constituidos por las especies nombradas y con claras diferencias tanto en su físico como en sus vestimentas.

—En esos tiempos, al igual que ahora, los pegasos eran los encargados del clima.

—Pero a cambio demandaban comida, que solo podría ser cultivada por los ponis terrestres.

—Los unicornios demandaban lo mismo, en pago por levantar el día y la noche.

—Y así, la desconfianza de los ponis creció...

—...hasta que un fatídico día, llegó a su límite.

—¿Pero qué llevó a los ponis a ese punto?

—Una misteriosa ventisca que se apoderó de la tierra, y destruyó la precaria paz de los ponis —continuaron los narradores, mientras los copos de nieve artificiales comenzaban a caer sobre ellos.


Aquella tarde pasó en un abrir y cerrar de ojos, cuando la tormenta que se había desatado en un intervalo de dos horas se redujo a una mera nevisca una vez más. Luego de la obra de teatro, quienes lo desearan regresarían a la torre a las diez en punto para la fiesta de la noche de los corazones cálidos. La misma ahora se desarrollaba tanto en el sexto como en el séptimo piso de la torre este, donde la gran cantidad de ponis presentes había cubierto casi en su totalidad la superficie de las salas centrales de ambos.

Decoración sin precedentes, comida gourmet, una amplia pista de baile, bandas de diversos géneros, y un gran número de asistentes que atendían a los invitados con gran dedicación desde sus respectivos puestos. Claramente, las princesas no reparaban en gastos a la hora de organizar una celebración en el castillo.

Allí, sentado en una de las mesas del salón del piso inferior, Spike esperaba paciente en compañía de Big Macintosh, comprobando su reloj cada tanto. Ya eran las diez treinta cuando bebieron su tercera copa de jugo de manzana, a la espera del resto de su grupo.

Al terminar el acto, Twilight y sus amigas habían partido rumbo a sus habitaciones con objeto de vestirse para tal ocasión, mientras que el dragón tan solo había requerido de una vistosa chaqueta negra que Rarity le había obsequiado meses atrás por su cumpleaños. Ahora él y el semental, quien se había despojado de su arnés para lucir una chamarra de un tono rojo más claro que el de su pelaje, debían de aguardar la llegada del resto del grupo, el cual estaba compuesto en su mayoría por yeguas que al parecer no reparaban en el tiempo invertido en su preparación.

Al cabo de unos minutos colocó sus brazos en cruz sobre la mesa y dejó reposar su cabeza en el medio, observando con añoranza el resto del salón en el cual resonaba una alegre canción de la banda que ahora tocaba en el escenario. Ésta, a causa de su volumen, afectaba los agudos oídos del dragón, provocándole una ligera jaqueca, la cual estaba acostumbrado a disimular.

En un momento llegó a considerar que, dada la ocasión, podría al menos intentar mezclarse entre la multitud aunque sus amigas no hubiesen llegado todavía. Pero aquella idea había quedado en el olvido cuando se percató de que un grupo de tres ponis jóvenes, a unos cuantos metros de su mesa, platicaban al tiempo que dos de ellos le miraban con ceño fruncido, al tiempo que el tercero negaba con la cabeza a sus semejantes con aparente molestia.

El dragón no se sorprendió. A esta altura de su vida, ya había lidiado con aquella situación demasiadas veces como para contarlas, y como para que le importase siquiera. Cuando no era más que un bebe la situación era diferente, pero ahora los ponis notaban en él un aspecto amenazador. Incluso en Ponyville, quienes habían sido testigos del momento en que había completado su desarrollo físico drástica y rápidamente debido a su avaricia creciente, temían que en algún momento pudiese suceder algo similar, y que esta vez no pudiera ser detenido a tiempo.

Spike lo recordaba, lo recordaba demasiado bien. Había pasado días considerando abandonar el pueblo y Equestria por miedo a herir a sus seres queridos, pero Twilight le había prometido que, sin importar que, nunca permitiría que aquel hecho se repitiese, pues siempre estaría a su lado.

Aquella familia, constituida por Twilight, Rarity, Applejack, Fluttershy, Pinkie Pie, Rainbow Dash, Sweetie Belle, Applebloom y Scootaloo, que durante tantos años le habían acogido como un igual entre ellos, eran su razón de ser, su razón para continuar y para no rendirse ante aquellos impulsos básicos de cualquier dragón. Incluso ahora que los signos de su madurez comenzaban a presentarse, ellas nunca cambiaron su forma de ser para con él.

Pero aquel pensamiento le llevaba nuevamente al mismo planteo: ¿Qué sucedería cuando se convirtiera en un dragón adulto?

Con el tiempo, Spike había aprendido a controlar los impulsos de su codicia y la necesidad de recolectar, por lo que un incidente como el ocurrido hacía ya siete años era por demás improbable, pero era un hecho que no podía ir contra las agujas del reloj. Los años pasaban demasiado rápido para él, su cuerpo continuaba su desarrollo, y en cuestión de una década tal vez ya ni siquiera podría caber por la puerta de la biblioteca donde había vivido la mayor parte de su infancia.

Pronto se dio cuenta de que aquellas eran ideas bastante deprimentes como para sacarlas a flote en una noche de fiesta en la cual, aún sabiendo lo que deparaba al final, debía armarse de su mejor actitud. Tal pensamiento se vio inmediatamente frustrado cuando alguien a su lado le saludó. Al voltearse, se encontró con el último poni que hubiera deseado que le hablara durante aquella velada.

—Buenas noches, Spike —le dijo el unicornio a su lado, vistiendo un elegante traje de etiqueta.

Se trataba de un semental alto de manto blanco y melena azul fuerte, presentando un elegante mostacho del mismo color, y un monóculo en su ojo izquierdo. Fue entonces que Spike se percató de que Big Mac le había dejado solo.