Capítulo 7 – En blanco y negro
La aurora había amanecido temprano aquel día. Bajo el cálido resplandor de los rayos solares que asomaban en el horizonte, dos jóvenes potras cargaban sus respectivos y vacíos carros de madera de regreso a Ponyville, mientras el pueblo de Cajun Swamp a sus espaldas se perdía de vista con el pasar de los minutos. Al dirigir su mirada al cielo, a la poni terrestre de melena roja y sombrero campirano no le resultaba difícil saber a simple vista que aquel sería un buen día, soleado y despejado. El clima cálido y primaveral comenzaba a hacerse notar en cada rincón de Equestria, pues apenas tres semanas atrás el invierno había sido empacado por completo.
¿Pero qué hacían estas dos potras en un lugar tan apartado de su hogar al comenzar el día? La respuesta era simple: la tarde anterior, la granjera había convencido a la estudiante de música para que la acompañase en su incursión a Cajun Swamp, un pequeño asentamiento en las profundidades de un pantano al sureste de Equestria. ¿Su objetivo? Entregar un pedido de pasteles de manzana para la celebración del aniversario del pueblo, recibiendo una buena cantidad de bits como pago en el proceso. El encargo de ese año era enorme, y siendo que sus hermanos mayores estarían ocupados con la cosecha de manzatruenos, la menor tendría la responsabilidad de completar el envío. Para ello, había solicitado la ayuda de su amiga unicornio quien, acostumbrada a cargar el voluminoso equipaje de su hermana mayor con frecuencia, no tenía mayores dificultades a la hora de tratar con pesos similares.
Habiendo arribado a últimas horas del día anterior, decidieron quedarse hasta el final de la celebración, hospedándose después en la casa de uno de los pueblerinos, habiendo decidido partir apenas salieran las primeras luces del alba. Aún cuando el viaje de ida había resultado tranquilo para ellas, no podían confiarse: sabían bien que en el pantano podían encontrarse con un sinfín de peligros, sin mencionar a la agresiva quimera que ocasionalmente rondaba por los caminos. Preparadas para tales circunstancias, ambas lucían botas a prueba de fuego en sus cuatro patas para cruzar a través de la zona de géiseres, así como de un extenso arsenal de utensilios y carnadas para enfrentar con valor o evadir con astucia a las criaturas de la zona.
Claro, en ningún momento a lo largo de su travesía dejaron de tener tal pensamiento presente, pero esto no significaba que debían de permanecer con la guardia alta de manera constante. No, ambas recorrían aquel camino de tierra en calma, tal y como si se tratara de una tranquila caminata por el bosque.
—Entonces yo espío con mi pequeño ojito algo que empieza con "P" —continuó Sweetie.
—No lo sé, ¿un pino? —respondió Apple Bloom.
—¡Correcto! —asintió sonriente—. Te toca.
—Yo espío con mi pequeño ojito algo... que empieza con "C".
—¡Los carros!
—Perfecto.
—Y yo espío con mi pequeño ojito… —continuaba, antes de verse interrumpida por un largo y cansado suspiro por parte de la poni granjera.
—¿No podemos jugar a algo más? Van solo diez turnos y ya repetimos la mitad de las cosas —comentó con gracia, provocando la risa de su compañera.
Luego de ello, esta última permaneció pensativa unos instantes, sonriendo después.
—Mmm... ¿Alguna vez oíste del "¿Quién come una porción de pastel más rápido?"? —preguntó, esperando una respuesta afirmativa de su parte.
—Sweetie Belle, acordamos que a las nueve.
—Ay, lo sé, pero... —Iba a excusarse cuando su estómago gruñó de forma tal que incluso Apple Bloom fue capaz de oírlo.
No hacían falta más palabras para la granjera, quien rió divertida frente a la apenada unicornio.
—Creo que podemos tomar un par de porciones ahora —aceptó sonriente, y Sweetie no tuvo duda alguna de que ella también estaba hambrienta.
Se detuvieron en el área seca bajo uno de los prominentes árboles que ocasionalmente cortaban con el patrón de arbustos y manglares del espeso pantano, dejando a un lado los carros de madera y disponiéndose a compartir el último pastel de manzana, el cual habían reservado para ellas. Mientras que Sweetie no requirió de mucho tiempo para comenzar a degustar su primera porción, al ser capaz de levitar la misma gracias a su magia de unicornio, Apple Bloom debió despojarse de las botas de sus cascos delanteros para tomar la comida.
—¡Delicioso! —exclamó la granjera al dar el primer bocado, orgullosa de su propio trabajo—. ¡Deberíamos hacer esto más seguido! —continuó, ganándose una mirada interrogante por parte de la unicornio—. No hablo de venir a este pantano, sino de salir y hacer un día de campo juntas —aclaró la granjera, esperando una respuesta afirmativa y llena de optimismo, pero recibiendo en cambio una mirada incómoda cuyo significado le era difícil descifrar.
—No lo sé, Apple Bloom.
—¿Por qué? —preguntó, extrañada.
—Bueno, pude venir hoy porque no tenía demasiada tarea de la escuela, pero eso rara vez sucede —se excusó, con un dejo de tristeza en su voz.
La Apple más joven del manzano lo comprendía; desde que la unicornio había ingresado en la escuela "Little Nightingale" para talentos musicales, tan solo dos meses atrás, apenas si la había visto unas pocas veces. Claro, dejar de trabajar en la Boutique Carrousel sin duda le había dejado un margen de tiempo considerable, pero este había sido reclamado casi en su totalidad por la mencionada escuela. Aún así, no había desistido de sus clases de magia con Twilight Sparkle los sábados y domingos en la tarde, diciendo que algún día sería una cantante profesional, pero que no por ello dejaría de lado los estudios en compañía de su princesa favorita.
Teletransportación, hechizos cambia-forma, rayos de ataque y campos de fuerza, o incluso viajar en el tiempo. Todo esto, en mayor o menor medida, estaba al alcance de cualquier poni con un cuerno en su cabeza, de la misma forma en que el cielo está al alcance de cualquier poni con un par de alas en su lomo. Y aún así, sabía por medio de Twilight que eran contados los unicornios que alcanzaban a desarrollar su máximo potencial dado que esto requería de un extenuante trabajo duro el cual no estaban dispuestos a llevar a cabo, aparte de una vida entera de dedicación a la materia. Mientras Apple Bloom consideraba estos detalles, orgullosa de que su amiga fuese capaz de organizar su tiempo de tal manera para alcanzar sus metas, respondió a sus disculpas.
—Entiendo, ¡no te preocupes! No me sentiría bien sabiendo que retraso a mi mejor amiga en su camino al éxito —le guiñó un ojo, comprensiva, aunque esto solo hizo sentir culpable a Sweetie Belle, dado que ella realmente apreciaba a sus amistades, y no estaba dispuesta a siquiera permitir que estas consideraran la idea de lo contrario.
—Ahora que lo mencionas… —habló con un tono sugerente—. En menos de un mes serán las vacaciones de primavera, así que tendré dos semanas libres —continuó, recibiendo una pequeña risa por parte de la joven Apple.
—Suena a que ya tenemos planes —respondió sonriente, para luego chocar sus cascos.
Las dos ponis ahora cargaban con grandes responsabilidades a sus espaldas, las cuales no podían ignorar, pero ninguna de las dos permitiría nunca que esto debilitara su preciada amistad. Pero aquel cálido momento se vio interrumpido de manera abrupta cuando Apple Bloom se incorporó de repente, mirando en varias direcciones con una extraña expresión. Sweetie Belle la observaba con curiosidad, sin entender qué ocurría.
—Apple Bloom, ¿qué…? —fue interrumpida a la mitad de la pregunta por un rápido chistido.
Al parecer un sonido había captado su atención, uno que ella no era capaz de percibir, y sus orejas erguidas se agitaron, cual sabueso que había detectado a su presa a un kilómetro de distancia. Allí estaba otra vez, no podía estar equivocada. Podía escuchar alaridos a la distancia, que podrían ser interpretados como lamentos de alguna criatura bajo ataque, y los cuales provenían de algún lugar más adelante. Sus cascos salieron disparados en el camino cuando recordó lo que había en el lugar del cual los sonidos eran emitidos, y galopó hacia la dirección que sus oídos le indicaban sin perder un sólo instante.
—¡Apple Bloom! ¡¿A dónde vas?! —llamó Sweetie a sus espaldas, confundida, mientras se incorporaba e iba tras ella—. ¡Apple Bloom! ¡Espera!
A la unicornio no le tomó poco más de un minuto el ponerse a la par de su compañera, no disponiendo del oxígeno suficiente para preguntar qué era lo que estaba sucediendo. La pregunta en si no fue necesaria cuando los alaridos que antes había oído la granjera estuvieron en el rango auditivo de la estudiante. Su corazón se estremeció ante el sentimiento que presentaban aquellos lamentos; alguien estaba en problemas, y siendo que eran las únicas presentes en kilómetros a la redonda, sabían que era su deber ayudar.
Las dos potras se abrieron paso por el bosque, cortando camino al cruzar a través de los arbustos y maleza plantados a lo largo de la zona, mientras que ambas se preguntaban lo mismo: ¿Qué clase de criatura profería tales lamentos? ¿Y cuál era la razón? Obtuvieron su respuesta cuando llegaron a una sección del pantano que cambiaba a cada paso, con una temperatura anormalmente elevada, y donde varios de los árboles se volvían troncos secos y sin vida. El nuevo ambiente, poblado de una especie de densa neblina anaranjada, se volvía más y más opresivo a medida que se avanzaban.
Cuando los cascos de Apple Bloom tocaron el líquido de uno de los charcos en el terreno, supo en donde se encontraba, y se percató del terrible error que había cometido. Casi un instante después, del mismo charco surgió una poderosa llamarada que provocó un gran susto en Sweetie Belle, recordando al instante las explicaciones de su amiga sobre los peligros del pantano.
—¡Apple Bloom! ¿Acaso esto es...? —preguntaba, falta de aliento.
—Sí, ¡para eso son las botas! —gritó sin detenerse, y Sweetie estuvo a punto de remarcar el hecho de que ella no llevaba puestas las delanteras, pero fue interrumpida cuando la yegua habló otra vez—. ¡Allí!
Al dirigir la mirada al frente, la unicornio descubrió a una pequeña criatura que intentaba escapar de un espacio rodeado de charcos de los cuales surgían poderosas llamas capaces de reducir a cenizas cualquier cosa a su alcance. La niebla le impedía notar algo más allá de su oscura silueta remarcada en contraste con el fuego, pero sus intentos de verla con claridad sufrieron un fin abrupto cuando uno de los géiseres estalló en un torrente de llamas bajo el casco izquierdo de la granjera. La misma alcanzó a lanzarse a un lado a tiempo, evitando que el fuego cubriera la mitad de su cuerpo, pero parte de su pierna se había visto afectada en el proceso. No alcanzó a apoyar esta última cuando la misma cedió de repente, ahogada en un ardor que le impedía incorporarse. Piernas, vientre y rostro ahora se veían cubiertos por el pestilente fango del pantano, pero esa era la menor de sus preocupaciones.
Considerando la situación, Apple Bloom pensó que detenerse a descansar en aquel lugar no podía terminar bien, riendo para sus adentros por causa de su propia mala suerte, no alcanzando a formular un nuevo pensamiento de pesimismo y resignación antes de que la unicornio la auxiliara, poniendo la pata izquierda de la primera sobre sus hombros. La poni terrestre ahogó un quejido por causa de la sensibilidad en el área de piel enrojecida y carente de pelaje en su pierna, ahora invisible por la suciedad, pero debía resistir si lo que pretendía era escapar con bien de aquel lugar.
Al apenas levantar la vista, las dos alcanzaron a ver que la criatura en efecto intentaba lanzarse a su escape, pero las llamas la detuvieron por última vez al alcanzar su costado izquierdo. Chillando por causa del sufrimiento, se revolcó en el fango en un movimiento desesperado por extinguir el fuego, para luego retroceder hasta el tronco de un árbol en el centro de la escena. Dolido y suplicante, el pequeño se había resignado a escapar mientras que las llamas continuaban surgiendo a su alrededor, y no pasaría mucho tiempo antes de que se viera alcanzado por una nueva arremetida ígnea por última vez.
Con el corazón afectado por sus lamentos, e ignorando el desgaste físico de su propio cuerpo, Sweetie Belle reinició la carrera con dificultad mientras llevaba en hombros a Apple Bloom, quien hacía todo lo posible por no convertirse en una carga durante el rescate, intentando seguirle el paso. Recordó por un momento la reunión de los Apple durante la cual había hecho una actividad similar con Babs Seed, aunque con la diferencia de que sus piernas estaban atadas, y no corrían un peligro mortal.
Al ver que las llamas comenzaban a surgir una vez más en los géiseres cercanos a su objetivo, Sweetie llevó toda la energía posible a sus cascos para aumentar su galope aunque fuera un poco más, y al ver que los estallidos de llamas eran ahora secuenciados hacia el tronco del árbol, se valió de la totalidad de su fuerza física para dar un gran salto aún llevando a la granjera, y pronta a caer sobre la criatura.
Lejos de ello, a tan solo centímetros de aplastarla, su cuerno brilló con un resplandor verde claro al tiempo que un campo de fuerza esférico del mismo color era creado, manteniéndola a ella en el centro, a Apple Bloom sobre su espalda, y a su diminuto amigo bajo ella.
—¡Tranquilo pequeñín! Todo va a estar... —No alcanzó a completar su intento de confort cuando el géiser bajo ellos estalló por causa de la presión acumulada, enviando a los tres seres en su interior con destino al cielo.
Afortunadamente esto no sucedió, dado que el impulso tomado apenas los llevó a una altura de poco más de cien metros. Pero a pesar de que temía a las alturas, Sweetie no estaba demasiado preocupada, pues el campo de fuerza podría aminorar la caída hasta el punto en que quienes habitaban su interior apenas notarían el impacto. Este último pensamiento se perdió en el momento en que la burbuja estalló al alcanzar la altura máxima.
—Oh no... —musitó, antes de romper en gritos de terror cuando los tres se encontraron en plena caída libre, a escasos segundos de un abrupto aterrizaje.
Pero Apple Bloom no había perdido la calma en ningún momento. Luego de tomar a Sweetie con su brazo herido, y de que esta abrazara a la pequeña criatura con gran desesperación, buscó con el casco derecho en la alforja de su costado, hallando su querido lazo. Ató el mismo alrededor de su brazo sano en un rápido movimiento con su boca para luego lanzar el otro extremo hacia la rama extendida de un roble alto, esperando con todas sus fuerzas que ésta fuera capaz de resistir su peso. El tirón por causa del enganche lastimó su pata, pero al menos ahora tendían a una altura mucho menor, hallándose en un árbol por el cual era posible descender haciendo uso de las ramas como si fueran escalones. Al admirar la distancia que aún las separaba de un área segura, la Apple más joven del manzano suspiró con alivio, mientras que Sweetie permanecía paralizada por el miedo.
—¿Lo logramos? —preguntó, apretando los dientes.
—Yup —respondió agitada—. Pero en tu lugar no abriría los ojos para comprobarlo.
—¿Por qué? —cuestionó al abrirlos.
Al hacerlo, se encontró con una vista completa del horizonte, y una peligrosa caída que podría poner fin a su vida. Al notarlo, oprimió sin darse cuenta al pequeño que yacía asustado entre sus brazos, quien liberó un pequeño quejido, pero lo extraño allí era que no había sido un solo quejido, sino dos, al mismo tiempo, y al bajar la mirada para disculparse con la criatura pudo observarlo con claridad por primera vez. Parecía imposible, pero dada la situación en la que antes se habían metido y la distancia a la cual se encontraban en un principio, ninguna de las dos se había percatado del diminuto detalle de que el can que ahora llevaban con ellas no tenía una, sino dos cabezas.
Aparte de aquella mínima particularidad, el resto de su cuerpo parecía ser el de un cachorro normal, con un pelaje marrón claro y manchas de un tono más oscuro a lo largo del mismo, orejas grandes y terminadas en punta, dos pares de ojos negros y temerosos, y una larga cola peluda en punta. El mismo no era más grande que Winona, pero sin duda se encontraba bastante desarrollado.
Un crujido bajo sus cascos les indicó que detenerse a admirar al animal en aquel lugar no era la mejor idea que podrían tener y, soltando poco a poco la soga, la granjera comenzó a bajar luego de que la unicornio hubiera apoyado sus cascos en una de las gruesas ramas del roble, descendiendo mientras sostenía con delicadeza al cachorro con su brazo izquierdo, y marcando el camino que debían recorrer para llegar a suelo seguro. Con cierta dificultad por causa de la quemadura en su brazo, la granjera intentaba evitar roces innecesarios, de forma de no aumentar la molestia. Sweetie, en cambio, se veía retrasada al intentar sostenerse solo con uno de sus cascos delanteros.
No pasó un instante desde el momento en que la unicornio posó sus cascos sobre la tierra, alejados de la zona de géiseres, cuando el cachorro se retorció en sus brazos, en un intento desesperado por escapar que la joven potra no fue capaz de evitar.
—¡Espera! —le llamó, pero el mismo ya había emprendido carrera, alejándose con una velocidad imposible por la galería de árboles—. Espera... —siguió hablando al aire, con tristeza en su voz.
—No te preocupes por él, estará bien —intentó calmar a su amiga al terminar de bajar.
Pero estaba equivocada ya que, antes de perderse de vista, el cachorro tropezó y cayó junto a uno de los árboles, y no volvió a levantarse.
—O tal vez no —continuó Apple Bloom, preocupada.
—¡Oh no! —dijo al galopar con preocupación hacia el pequeño.
Al tomarlo en sus brazos una vez más sintió un ligero temblor en su pequeño cuerpo, y haciendo una observación más detenida, halló que la mayor parte de su costado bajo el fango carecía de pelaje, con su piel enrojecida. El cachorro en efecto estaba consciente, pero mantenía sus ojos cerrados con fuerza por causa del dolor, y no contaba con las fuerzas necesarias para intentar un nuevo escape
—Apple Bloom... —se dirigió a su amiga, quien se aproximaba despacio por causa de su propia quemadura, comprendiendo sus sentimientos sin necesidad de más palabras.
—Tenemos que volver a Ponyville —Convino rápidamente. Dicho esto, ambas se pusieron en camino rumbo al lugar donde habían dejado los carros de madera. Aquel sería un largo viaje.
Con el pasar de las horas, el sol se elevó a una posición desde la cual sus rayos se colaban a través de la ventana, iluminando una habitación extremadamente ordenada, una donde cada libro, cada adorno, y cada cuadro habían sido colocados con una precisión milimétrica. Tal habitación estaba ubicada en el primer piso de la biblioteca Golden Oak, una que alguna vez había sido un viejo depósito que Twilight había desocupado cuando fue claro que su asistente ya no estaba en edad de dormir junto a ella, y menos aún en una canasta.
Todo allí estaba en perfecto orden, todo... menos la cama de plaza y media en el centro de la habitación. En la mitad izquierda un dragón reposaba boca abajo, roncando y dejando caer su brazo derecho hasta tocar el piso, mientras que en la mitad derecha, a sus pies, una unicornio lila estaba recostada boca arriba con su casco derecho sobre su vientre, ambos descansando entre los restos de comida chatarra que habían consumido la noche anterior. El ocasional arrastre de la púa del tocadiscos al final del último éxito de Wildfire cortaba cada tanto el, de otra forma, silencioso ambiente que reinaba en la estancia.
Con un largo bostezo, el dragón se incorporó con lentitud, rascándose la espalda con los ojos aún cerrados y con cierta molestia por causa del resplandor que había alcanzado su rostro. Estiró los brazos una vez más, sus huesos tronaron en el proceso, y fue entonces que notó a la unicornio lila descansando plácidamente en su compañía. Recordó entonces que la noche anterior habían organizado una suerte de "pijamada", durante la cual habían escuchado todos y cada uno de los discos de su banda favorita en común mientras platicaban y se atiborraban de comida que Twilight desaprobaría.
Sonrió pícaramente al verla tan relajada, por lo que se arrimó a ella tratando de no mover demasiado la cama, con sus garras extendidas en dirección a su vientre. Había llegado el momento de la venganza por causa de lo ocurrido el día anterior, cuando la yegua le había obsequiado una lata de maní que en su interior guardaba serpientes de goma, las cuales saltaron directo a su rostro con gran fuerza, lo que resultó en una de las serpientes de goma quedando atascada bajo su párpado. Llevaba la mitad del camino recorrido cuando, por casualidad, desvió la mirada al cuerno de la potra, notando que el mismo desprendía un aura de magia en pleno uso.
—Maldición —musitó, cayendo en la cuenta de la situación.
De repente su nuca se vio azotada con fuerza, yendo a parar de cara contra el colchón. Acto seguido la unicornio giró sobre la espalda del dragón, riendo histérica, y empujando una de las almohadas sobre la cabeza del reptil. Lo único que Amethyst alcanzaba a oír eran las exigencias ahogadas del menor.
—¡Suéltame! —intentaba gritar, gritos que se veían atenuados tanto por el colchón como por la almohada.
La verdad era que Spike podía liberarse de aquella prisión con facilidad en cualquier segundo gracias a su fuerza física, pero pretendía seguirle el juego hasta que la unicornio bajara la guardia.
—Veamos… te soltaré si me regalas la edición especial que tienes de los Pony Tones, ¿qué tal? —preguntó con inocencia.
—Bromeas, ¿verdad? ¡Ugh! —fué empujado con más fuerza.
—¡Vamos, no la extrañarás! ¿O acaso vas a negarle un regalo tan bello a tu querida hermana mayor?
—Con hermanas así, ser adoptado no suena tan mal —respondió el dragón con tranquilidad, sintiendo la presión de la poni sobre la almohada una vez más.
—Puedo estar así todo el día, y lo sabes —decía ella, alegre y presumida.
—Oh, estoy seguro de eso. La pregunta es… ¿Podrás resistir estar así todo el día? —preguntó el prisionero, y su larga cola draconiana envolvió a la poni, presionándola contra su lomo.
—Si, debí imaginarlo —suspiró Amethyst, luego de intentar liberarse sin éxito.
—Creo que voy a dormir un rato más… y estoy casi seguro de que lo sabes, pero está bien recordarlo: mi cola suele contraerse mientras duermo —declaró él, y su respiración se relajó justo después.
—Oh Spike, ¡siempre tan bromista! —rió ella, empujando con sus cascos para apartarse, pero la cola del dragón no dejaba espacio alguno para moverse—. De acuerdo, tal vez se me pasó la mano anoche, y ahora, y lo lamento. ¿Está bien? ¡Vamos Spike! ¡La última vez la espalda me dolió por días!
—No puedo escucharte —decía bajo la almohada, pero la unicornio aún tenía un as bajo la manga, uno que la podría sacar de cualquier situación semejante.
—¿Será cierto? No te preocupes, ¡tengo la solución para eso! —exclamó alegre, retirando la almohada y cerrando sus dientes sobre la oreja izquierda del dragón.
Esa mañana, un alarido de dolor resonó en las paredes de cada hogar del pueblo de Ponyville, espantando a cada ave que había decidido parar allí en ese momento, sobresaltando a los tenderos que se preparaban para iniciar su día, y despertando a los habitantes que aún dormían. Unos minutos después, el dragón estaría frente al espejo en el baño de su habitación, revisando su oreja. Las marcas de dientes estaban muy a la vista, y era probable que los Apple se hicieran la idea equivocada al verle ese día. Justo lo que necesitaba.
—Vamos, ¡no se ve tan mal! —decía la unicornio junto a él, usando el hilo dental frente al mismo espejo, dado que no tenía un cepillo de dientes con ella.
—Espero que tengas todas las vacunas, o tendré que llevarte al veterinario —respondió, colocando una bandita sobre las marcas.
—Oh, púdrete Spike —replicó ella, riendo después mientras se arreglaba el cabello con los cascos.
—¿Te quedarás un rato más? Podemos desayunar juntos —sugirió el dragón al salir.
—Seguro. Oye, usaré tu baño un momento —anunció, cerrando la puerta.
—Adelante, yo estaré abajo —respondió mientras salía de la habitación.
Bajando las escaleras, el dragón llegó a la sala central de la planta baja, donde convergen los caminos a su cuarto y el de la alicornio. Lo extraño era que no había una sola alma en las cercanías, ni tampoco podía oír los pasos de la yegua en los pisos superiores.
—¡Twi! ¿Estás aquí? —preguntó al aire, estando casi seguro de la respuesta.
No pasó mucho tiempo antes de que un rollo ubicado sobre la mesa circular en el centro de la estancia llamara su atención. Lo tomó entre sus garras y al abrirlo pudo notar la perfecta caligrafía de la princesa en cada palabra escrita.
"Querido Spike: Siento haberme ido temprano y sin despedirme, no quería molestarlos, pero la princesa Cadence ha solicitado mi presencia en el Imperio de Cristal. No te preocupes, regresaré en el último tren de la tarde, a tiempo para atender mis responsabilidades."
Hizo una pausa al detener su lectura para suspirar. Por lo general, "la princesa Cadence ha solicitado mi presencia" era una forma sutil de decir "Cadence y yo vamos a reunirnos para almorzar y ponernos al día". Si bien esto no le molestaba, si lo hacía la parte que, sabía con certeza, venía luego de ello.
"Por cierto, quizá no lo hayas notado, pero los niños dejaron hecha un desastre la biblioteca ayer, y no tuve mucho tiempo para arreglarla antes de salir esta mañana. Si te quedas en casa hoy, me ayudaría mucho si pudieses poner algo de orden. Sweetie Belle dijo que llegaría en la tarde, así que no tienes por qué apresurarte. Con cariño, Twilight Sparkle."
Su bella firma, perfecta desde el primer hasta el último trazo de tinta, ponía punto final a su aviso y petición. El dragón enrolló la carta de nueva cuenta con delicadeza y la dejó en el mismo lugar, mientras la unicornio lila bajaba por la escalera a sus espaldas.
—Lo hizo otra vez, ¿verdad? —preguntó la yegua.
—Yup —respondió el dragón con sequedad.
—¿Qué más da? No es como si hubiera demasiado desorden por aquí, después de todo —respondió, optimista.
—Claro que no, porque cuando va con prisa y sabe que tendremos invitados más tarde, tiende a dejar los libros sueltos en varias pilas dentro del sótano —continuó al encaminarse hacia la habitación contigua, donde además de la puerta principal se encontraba también el acceso al subsuelo—. Y… ahí están —reveló al abrir la puerta, con la unicornio a su lado.
Se encontraban a una distancia considerable del piso de la habitación y aún así, gracias a los rayos de sol que se colaban por las ventanillas justo bajo el techo, podían notar una gran cantidad de libros distribuidos por todo el lugar.
—¿Cómo pueden leer tanto esos pequeños? —preguntó con sorpresa.
—No creo que lo hagan, estoy casi seguro de que buscan algún atajo que los lleve a ser capaces de realizar hechizos avanzados con poco esfuerzo para sorprender a sus amigos, o gastar bromas pesadas —respondió mientras cerraba la puerta para luego voltearse, regresando a la sala central, y Amethyst sonrió ante la idea presentada.
—No les tienes mucha fe, ¿Cierto?
—A decir verdad… no. La mayor parte de los alumnos de Twilight tiende a dejar las clases a las pocas semanas, cuando descubren que convertirse en un gran hechicero requiere de mucho estudio y un arduo trabajo duro. La única estudiante que ha progresado de verdad, y continúa haciéndolo, es Sweetie Belle. Aprendió a utilizar muy bien los campos de fuerza y las transformaciones simples, y ahora está perfeccionándose en hechizos de defensa y ataque básicos. Twilight dice que, si mantiene el ritmo, no tendrá problema en aprender la teletransportación como ella algún día.
—Vaya, ya me preguntaba qué leía cuando la veía aquí los fines de semana.
—¿Por qué no se lo preguntaste a ella?
—No se dió la ocasión. Si no estaba realmente concentrada en alguna lectura, estaba oyendo algún monólogo por parte de Twilight que, a decir verdad, no estaba interesada en escuchar, así que nunca me atreví a molestarla —explicó, poniendo un punto final al tema dado que su estómago parecía estar dispuesto a alimentarse de sí mismo en cualquier segundo—. En fin, ¿habías mencionado algo sobre un "desayuno"?
—Quizás.
—¿Hot cakes? —preguntaron al unísono, riendo después a causa de su sincronización.
—Creo que está decidido —convino Amethyst.
Momentos después, ya estaban cruzando el umbral de la modesta cocina de la biblioteca, ubicada en la planta baja. La misma no se encontraba tan acondicionada como podría haberlo estado la de su querida amiga en común, Pinkie Pie, pero el dragón y la alicornio se las habían arreglado para concebir toda clase de platillos en aquel espacio, los dos mejorando enormemente sus habilidades culinarias con el paso de los años.
Harina, huevos, leche, azúcar, mantequilla, extracto de vainilla, sal y polvo para hornear. Para cuando Spike se dio cuenta, su invitada ya había tomado todos los ingredientes necesarios de las alacenas mediante su magia, colocándolos en la mesada de mármol junto al horno de leña. El dragón, en tanto, tomaba los utensilios necesarios de la bajo mesada, sorprendido de que la unicornio recordara tan bien no solo los ingredientes de los hot cakes que aquel solía preparar, sino también el lugar donde los residentes guardaban cada uno.
—Por cierto, ¿no irás a ayudar a la familia Apple con la cosecha de manzatruenos? Tengo entendido que su fruto solo dura un día.
—AJ me dijo que no me molestara. No es como si la hubiera contrariado mucho tampoco, después de todo es domingo y mi día libre según nuestro acuerdo. Pero adelantamos bastantes tareas el día de ayer, así que no es como si contaran con poco tiempo. No creo que ella y Mac tengan problemas para encargarse de la cosecha por sí mismos.
—¿Solo ellos? Entiendo que Granny Smith ya no esté en condiciones pero, ¿acaso Apple Bloom no ayuda?
—Usualmente lo hace, pero tenía que ocuparse de llevar un encargo a Cajun Swamp y todavía no ha regresado. Me ofrecí a ayudarla también, pero dijo que Sweetie le daría un casco con ello —explicó mientras tomaba el último de los implementos que requeriría—. De acuerdo, empecemos.
No tardó mucho en incorporarse con tres boles de plástico, un batidor de alambre, una cuchara de madera, un cucharón de hierro y una sartén en sus garras, los cuales dejó sobre la mesada para luego inclinarse y abrir la puerta del horno, lanzando un pequeño torrente de llamas verdes sobre los leños en su interior.
Para entonces, Amethyst ya había tomado ambos boles, mezclando en uno de ellos la harina, la sal y el polvo para hornear, y volcando la clara de los dos huevos a medio abrir en un pequeño bote de plástico, colocando las yemas restantes en el segundo recipiente. Spike no necesitó mediar palabra alguna para tomar el mencionado bol, colocando en el mismo la leche, azúcar y mantequilla, integrando poco a poco la mezcla mediante el rápido movimiento del tenedor en sus garras.
Una vez listo, permitió que la unicornio vertiera el preparado en su recipiente, haciendo uso del batidor de alambre para integrar el total de ingredientes y eliminar cada grumo. Acto seguido, la unicornio volcó el contenido del bote en el tercer y último bol, batiendo la clara de huevo a una gran velocidad gracias a su precisa levitación.
—A punto turrón, ¿verdad?
—¡Un punto extra para la señorita Star! Debo tener una estrellita dorada por aquí... —comentó al caminar junto a ella quien, fastidiada, le golpeó con sus flancos a la altura de su cadera, ante lo cual Spike sonrió divertido.
—Te lo dije, aún estoy practicando.
—¿Has vuelto a indigestar a alguien desde el cumpleaños de Dinky?
—No —respondió cortante.
—Perfecto, entonces vas por buen camino —respondió mientras se colocaba un delantal rosa con un corazón en el centro del pecho, colgado junto a la entrada—. Ten en cuenta esto, estoy compartiendo contigo los secretos de un chef profesional. Deberías de estar agradecida.
—Más bien los secretos de un dragón afeminado —respondió, estallando en risas que había intentado contener en vano durante escasos segundos—. ¡Spike, por las princesas! Creí que habías tirado esa cosa hace tiempo.
—Lo hice, el actual de color azul está en la tintorería. Este es el de Twilight.
—Espera, espera… ¿Tenían el mismo diseño de delantal los dos? ¿Había dos delantales iguales? —preguntaba, incrédula y con una sonrisa de oreja a oreja.
—Ella nunca tuvo buen gusto para elegirme ropa, ¿sabes? Tuve suerte de que Rarity se encargara de una buena parte de mi guardarropa al pasar los años —explicó con un suspiro, pero la risa de Amethyst no había aminorado en el transcurso de sus palabras—. Oye...
—Lo siento, no puedo acostumbrarme a esa cosa.
—Oh, vamos. Es el único que hay en esta biblioteca. Prefiero que me encuentres ridículo, a manchar mis escamas por no tomar precauciones.
—Ahora mismo no sé que es más ridículo —continuó riendo, y Spike estuvo a punto de replicar, pero la unicornio se lo impidió al empujar el recipiente sostenido mediante levitación contra su brazo—. De acuerdo, chef profesional. Tu turno.
Sin perder tiempo, el dragón colocó la clara de huevo en el primer bol, batiendo con precisión de adentro hacia afuera con una cuchara de madera. Dejando el recipiente con la mezcla de textura semilíquida a punto en la mesada una vez más, Amethyst tomó la iniciativa.
—Yo los prepararé esta vez.
—¿Estás segura?
—¿Acaso tienes miedo? —preguntó, sonriendo confiada.
—Voy a concederte el beneficio de la duda —respondió el dragón con una sonrisa similar mientras se recostaba contra el borde de la mesa, cruzando los brazos sobre el corazón bordado de su prenda.
Antes la unicornio había engrasado la sartén con mantequilla, poniéndola sobre el horno a la espera del preparado, del cual extrajo una pequeña porción con el cucharón de hierro, dejándola caer después en el centro de la sartén con Spike supervisando el proceso. Amethyst casi podía sentir la mirada arrogante de aquel dragón de dudoso sentido de la moda sobre sus espaldas, mientras ella intentaba contener la risa al imaginarlo vistiendo delantales incluso más femeninos, si es que eso era posible.
—Oye, concéntrate en eso —habló Spike, y la unicornio carraspeó antes de responder.
—¿Desde cuándo eres mi jefe? Si se puede saber.
—Tutor, en todo caso. Y en cuanto a la pregunta, desde que intentaste matarme durante el oscuro momento de la historia el cual me gusta llamar... "El incidente del espagueti".
—Nunca me lo perdonarás, ¿verdad?
—Lo haré, en el momento en que me demuestres que puedes preparar algo comestible.
—Pero si... —decía, siendo interrumpida.
—Que no sea comida instantánea.
—No es justo —habló con tristeza fingida, no esperando que el dragón respondiera ante la misma.
Volteó el panqueque cuando comenzaron a formarse burbujas en el mismo, dejando a la vista una cara marrón claro muy diferente a la que acababa de ocultar.
—Por cierto, ¿de dónde viene ese entusiasmo? —preguntó el menor con curiosidad.
—¿A qué te refieres?
—A cocinar, digo. Hasta hace unas semanas, no te interesaba para nada. Es más, si yo no preparara algo en la librería, estoy seguro de que almorzarías comida instantánea y rápida todo el tiempo.
—Mi hermana menor prácticamente cocina para toda la familia. Es frustrante que, siendo casi seis años mayor que ella, no pueda preparar siquiera heno frito. De verdad me resulta difícil, pero poco a poco estoy cogiéndole el ritmo.
—¿Volverás a intentar con el espagueti?
—Así es, y tú serás el primero en probarlo —dijo al apuntarle con el cucharón, luego usándolo para tomar nuevas porciones del espeso líquido.
—Lo siento, pero aún me queda algo de cariño por mi vida.
Haciendo entero uso de la habilidad y precisión que su magia permitía, volcó cada una en los espacios vacíos de la sartén una vez había retirado el primer panqueque, complacida por el resultado y dejándolo en un plato que antes el dragón le había facilitado. Durante los segundos siguientes permaneció concentrada, esperando que los nuevos lucieran tan esponjosos y apetitosos como el primero.
—¿Quieres ver un truco? —preguntó el dragón.
—Eso depende —contestó ella, aunque la pregunta era retórica, pues el dragón se acercó por sus espaldas y tomó el mango con su garra—. Oye, soy yo quien se está ocupando de esto. ¿Recuerdas?
Sin responder a la unicornio, Spike tomó un pequeño impulso y lanzó su contenido al aire. El corazón de Amethyst deteniéndose por un instante frente al temor de que el dragón pudiera arruinar el desayuno, y volviendo a latir cuando la sartén los capturó en el aire, los cuatro panqueques volteados a la perfección.
—¡¿Cómo lo hiciste?!
—Años de práctica —dijo al alejarse—. Iré a la tienda por un poco de miel y jalea de fresa. ¿Quieres algo para acompañar a esos chicos malos?
—Está bien, gracias. Oh, y Spike —llamó, y el dragón se volteó expectante—. Tienes que enseñarme a hacer eso.
—Todo a su tiempo, pequeño saltamontes, todo a su tiempo —respondió con seriedad fingida y ojos cerrados mientras se retiraba de la biblioteca, la puerta principal cerrándose detrás de él.
Amethyst se quedó sola con sus pensamientos y los cuatro panqueques frente a ella, a punto y listos para ser disfrutados. Movió los mismos al plato sobre el que descansaba el primero, solitario y con su calor perdiéndose con el paso del tiempo, y fue entonces que, aprovechando la ocasión, sacó la sartén del fuego por un momento, entró en la sala central y subió por las escaleras devuelta a la habitación de Spike, ubicando sus alforjas y tomando de una de ellas un pequeño sobre mediante levitación. Apresurada, bajó de nueva cuenta a la planta baja, se dirigió al cuarto de cocina y escondió el sobre en el interior de una olla en la bajomesada, pronto retomando su labor culinaria mientras intentaba imaginar la cara de sorpresa del dragón en cuanto viera su regalo.
El reloj de la sala de espera ya marcaba las diez en punto cuando Sweetie Belle lo comprobó por enésima vez desde que había llegado al consultorio de la veterinaria, pronto reiniciando su inquieta caminata en círculos alrededor de la estancia, mientras que su amiga granjera estaba sentada en una de las bancas con el casco izquierdo vendado hasta el codo. Flexionaba el mismo cada tanto, probando hasta dónde podía llegar antes de que su piel escociera, deteniéndose segundos después, y reiniciando el proceso al poco tiempo. Dado que su labor en la granja era puramente física, debía reponerse lo antes posible para poder ayudar a su querida familia, pues ese era su rol de Apple.
Luego de lo sucedido en los pantanos unas horas antes, la unicornio había cargado al cachorro durante todo el camino de regreso, preocupada por su salud y por el hecho de que, por más que fuera para su bien, lo estaba alejando más y más de su familia, quienes de seguro aún lo estaban buscando. Imaginó a su mamá ortra y a su papá ortro, cuatro ladridos llamando con gran preocupación a sus dos pequeños perdidos. Imaginó su dolor, sus lágrimas, y le resultaba cada vez más difícil mantener la compostura. La veterinaria de verdad se estaba tomando su tiempo.
Ésta última, luego de haberle echado el primer vistazo al pequeño cachorro, les dijo sin rodeos que había que actuar rápido, pues el daño iba más allá de la epidermis. Antes de entrar en la sala con su nuevo paciente, había examinado también el brazo de Apple Bloom el cual, más allá de un ligero enrojecimiento y molestia, no denotaba ningún problema serio. Luego de que aquella hubiese lavado el área afectada apropiadamente, se había aplicado el ungüento que la doctora le había facilitado, dejando que la unicornio le cubriera con las vendas correspondientes una vez estuviera lista. Llegó un momento en que las frecuentes pisadas de Sweetie Belle, contrastantes con el repicar de las agujas del reloj, se volvieron lo suficientemente fastidiosas como para que la granjera pudiera seguir soportando ambas.
—Cielos, ¡cálmate de una vez! No es como si cambiaras algo al preocuparte así.
—Pero él... pero es que... —intentaba hablar, pero sus nervios se lo impedían y, al notarlo, la granjera suspiró, entendiendo que quizá había exagerado al levantarle la voz.
—Lo sé Sweetie, pero no hay nada que podamos hacer al respecto por ahora. Mira el lado positivo, ¡él está bien! No corre ningún peligro —intentó hacerla razonar, sin éxito pues la unicornio se encontraba con la mirada baja, sumergida en sus pensamientos.
—Si hubiéramos llegado antes…
—Si hubiéramos llegado antes o después, él quizá no estaría aquí, y tal vez nosotras tampoco. Por favor, no sigas dándole vueltas al asunto y culpándote por ello. Piensa que ahora mismo lo están tratando, y que pronto podrá volver a la vida salvaje —respondió optimista, en el momento en que una yegua mayor de manto dorado, ojos marrones y melena azul cielo con mechones grises ingresó en la sala al abrir la puerta que daba acceso a su consultorio.
A pesar de lo dicho por la mencionada poni con anterioridad, lo primero que Sweetie Belle observó fue su rostro, intentando encontrar alguna pista que le indicara si la intervención había resultado exitosa, y al notar la sonrisa de la doctora, su mente se relajó tanto como era posible.
—¿Y bien? —preguntó Apple Bloom, impaciente.
—Todo salió muy bien niñas, hicieron bien al traerlo conmigo tan rápido —dijo la doctora, levantando una planilla con anotaciones en su casco derecho—. Para resumir, traté el área afectada, pero tuve la necesidad de vendarle lomo y vientre también. Recuerden cambiarle los vendajes mañana en la tarde. En lo posible, que no se golpee ahí mientras se recupera.
—¿Eso es todo? —cuestionó Sweetie, sorprendida.
—Pues... si. Quizá no lo sepan, pero los ortros son criaturas mágicas, y unas muy particulares. Su cuerpo ya había comenzado a regenerarse en el camino hacia aquí, es por eso que no se quejó mucho cuando tu lo sostuviste. En la noche, ya estará en condiciones de moverse adecuadamente, pero su herida no habrá sanado del todo aún, así que en su lugar le tendría echado el ojo.
—Disculpe, ¿acaso dijo mañana? Es decir… mañana, ¿mañana? —preguntaba Apple Bloom, solo habiendo escuchado la parte que denotaba el hecho de que alguna de las dos debería cuidar de la criatura herida.
—No se preocupe, señorita Mane Goodall. ¡Lo cuidaremos muy bien! —contestó sonriente la unicornio blanca.
—Me alegra oír eso. Ahora vengan, estoy segura de que estará feliz de verlas al despertar —indicó mientras se volteaba, dejando el paso libre con la puerta abierta.
—¡Sweetie Belle! ¡¿Qué estás haciendo?! ¡No podemos ocuparnos de un ortro! —susurró su amiga.
—Tranquila, ya pensaré en algo. Pero no podemos dejarlo solo... —le respondió, y la joven Apple aceptó a regañadientes.
Una vez en el interior del consultorio, un cuarto de cuatro paredes de madera con estilo rústico, varios carteles y anuncios con respecto al cuidado de los animales domésticos pegados a las mismas, y una "mesa de operaciones" en el centro sobre la cual descansaba el pequeño cachorro de dos cabezas durmiente, que ni siquiera se había percatado de la presencia de las dos potras frente a él, y quienes admiraban sus rasgos en silencio. A la unicornio le resultaba difícil no sentir ternura a causa de tal imagen, mientras que la poni terrestre meramente sentía preocupación, intentando imaginar el destino que le deparaba a aquel can perdido.
En tanto, la veterinaria revisaba varios documentos en el escritorio de la esquina de la habitación, para luego moverse a una de las mesadas y lavar los utensilios que había ensuciado durante su labor. Volteaba ocasionalmente a ver a las niñas frente a la mesa, cuyas expresiones denotaban que no sabían cómo proceder, y se recordó a sí misma cuando, de pequeña, había llevado a su hogar a un cachorro herido, encontrado en un callejón cercano al centro comercial de Manehattan. Sus padres lo llevaron con el veterinario tan rápido como pudieron y, cuando ella misma se encontró frente a aquel pequeño una vez más, y este le ladró con alegría, supo que serían amigos para siempre.
Y así fue... —pensó la melancólica doctora, contemplando el despertar del can, el brillo en los ojos de la unicornio, y el ciclo repetirse una vez más.
De un momento a otro, el pequeño cachorro comenzó a abrir los ojos, encontrándose con el blanco cegador proveniente de las lámparas sobre la mesa, aún encendidas y sintiéndose más fuertes por causa de la anestesia. Al ir pasando el efecto, sus ojos fueron acostumbrándose a la luz y, segundos después, la imagen que recibían comenzó a aclararse. Percibía el mundo que lo rodeaba a través de dos pares de ojos en una escala de grises, carente de cualquier otro color, y hallando frente a él un rostro preocupado, el rostro de una joven de cabello ondulado que comenzaba a presentar un atisbo de sonrisa por causas que desconocía.
La misma potra en un momento levantó uno de sus cascos y lo apoyó sobre su pata delantera. Se tensó al contacto con aquella criatura pero, de alguna forma, sentía que no tenía razón para temer. Su boca se movió, y produjo sonidos que tampoco llegó a entender y, sin embargo, su tono le hacía sentir calma y tranquilidad. Le era imposible sentir miedo por aquella poni de cálida voz.
—Hola pequeñín —habló tímidamente la potra de manto blanco.
De un momento a otro, Amethyst terminó por recostarse en el respaldo de su silla, dejando caer la cabeza detrás de la misma y exhalando con fuerza, en extremo satisfecha. El dragón al otro extremo de la mesa exponía un calco de la expresión de su amiga, con un estómago hinchado incluso más notable que el de la yegua, manteniendo las garras sobre su barriga.
—Estaban deliciosos —dijo Spike, intentando levantarse y siendo devuelto a la silla.
—Creo que comí demasiados.
—¿Tú crees?
—Son los pegasos blancos con aureolas, Spike. Están cantando… me piden que vaya con ellos —habló con la mirada perdida, y el dragón rió ante sus payasadas.
—Debimos haber calculado mejor la cantidad, pensé que no serían suficientes.
—Lo único positivo aquí es que tengo un metabolismo que me impide engordar. Es una lástima que no puedas decir lo mismo de ti.
—Disculpa, pero yo hago ejercicio todos los días en la granja de los Apple. ¿De dónde crees que vienen estos músculos?
—Ah, no lo sé, quizá demasiada...
—Amethyst, no —cortó secamente, y la cínica expresión de la unicornio le indicó que, en efecto, había estado a punto de hacerle la broma de mal gusto que esperaba—. En cualquier caso, ¿para qué aprovecharás el resto de tu domingo?
—Le dije a mi tío que almorzaríamos juntos. Es más, podría poner en práctica mis nuevas habilidades, y cocinar algo para él
—¿Puedo recomendar un plato simple? Algo así como… macarrones con queso.
—Estaba pensando en algo más trabajado y con más presentación. Digamos, no sé... espagueti con salsa, ¿quizás?
—Por las princesas, eres una psicópata —dijo con temor, y Amethyst rompió en risas al oírle, intentando contenerse para hablar una vez más.
—¿Y qué hay de ti? Estoy segura de que no tienes muchos deseos de limpiar el desastre de ahí abajo.
—Creo que iré a Sweet Apple Acres por un rato. Si necesitan ayuda, no me molestará golpear unos cuantos manzanos. De paso podré bajar la comida y hacer algo de tiempo.
—Buena suerte con eso —dijo y, haciendo un gran esfuerzo, se incorporó una vez más— De acuerdo, creo que es hora de que me vaya.
—¿Te llevas algún libro? —preguntó el dragón, poniéndose de pie también.
—Nah, estoy leyendo tres al mismo tiempo en casa. Cuando los termine, de seguro me llevaré alguno.
—Cuando gustes, y luego te devolveré los tuyos.
—¡Seguro! Por cierto, Spike... ¿harás algo el viernes? —preguntó, aún sabiendo la respuesta.
—Bueno, asumiré que sabes que el viernes es mi cumpleaños…
—Vendré a visitarte en el día con Dinky, si. Pero en realidad hablaba de la noche.
—No, aún no tengo planes. ¿Tú sí?
—Tenía una idea... —iba a hablar, pero se detuvo—. Nah, no creo que te guste.
—Anda, dilo.
—Es demasiado tonto, no te interesará —negó con el casco, divertida. Spike odiaba cuando su amiga se hacía rogar de aquella forma, pero no iba a negar que seguirle el juego le sacaba una sonrisa.
—Pruébame.
—Um... de acuerdo. Solo pensé que podríamos olvidar un poco los trabajos y las responsabilidades por una noche... —decía, dirigiéndose a la bajo mesada y levitando un sobre blanco desde su escondite hacia Spike, quien lo abrió al instante—. ¡Enloqueciendo con ca-da u-no de los grandes éxitos de Wildfire, en la arena de Fillydelphia! —gritó con gran emoción frente al dragón cuya boca permanecía abierta, incapaz de creer lo que sus ojos veían—. Feliz cumpleaños adelantado, por cierto —concluyó felizmente la unicornio.
Al cabo de unos segundos su amigo finalmente reaccionó, tomando los boletos con ambas garras y falto de palabras.
—No... no puede ser —habló, con la respiración pesada—. ¡Pero estaban agotados! ¡Tú y yo lo vimos! ¿Cómo...?
—Cuando lo anunciaron me enteré bastante rápido, y corrí a comprar las entradas. Estaban a punto de agotarse cuando llegó mi turno, y me costó bastante fingir la decepción cuando fuimos a buscar boletos que yo ya tenía en mi poder —decía ella con el hocico en alto, orgullosa de su regalo, y provocando la risa del dragón.
—De verdad me engañaste. Y no es extraño que se agotaran tan rápido, dado que es la primera vez que vendrán a Equestria —continuó, pronto cayendo en la cuenta una vez más de lo que había en sus garras, de un tesoro más increíble que un buffet de todas las joyas que pudiera comer.
En toda su vida solo había tenido la oportunidad de ver a los miembros de la banda en los posters de su habitación, y en las portadas de sus discos. Nunca hubiera imaginado que de verdad los vería en persona.
—Cielos, no... no puedo creerlo. ¡Esto tiene que ser un sueño! ¡Veremos a Wildfire en vivo! ¡Veremos a Geronime Deathclaw hacer su espectacular sólo en "Rise and fall of an emperor" usando su pico! ¡A Gina Greyfeather cantar "Shine a light" con su voz angelical! Y a One-eyed Gideon tocar el final de "A good day to live again" con sus palillos en llamas... ¡frente a nosotros! ¡Cielos! —gritaba eufórico, su cerebro incapaz de procesar los pensamientos que cruzaban su mente a toda velocidad. Notando esto, Amethyst se paró sobre sus cascos traseros, y apoyó los delanteros contra su pecho para sostenerse.
—Oye, oye... tranquilo campeón. Estás emocionado, lo sé. Yo también, y mucho. Pero si continúas hiperventilando, tendré que dar muchas explicaciones a Twilight y a la Guardia Real antes de que me esposen y me tiren a un calabozo —explicó, aún sonriente por la emoción de su amigo.
—Pero... cielos, es solo que... —intentó calmarse, haciendo un esfuerzo por normalizar su respiración—. Esto es lo más genial que alguien haya hecho por mí, Amethyst —dijo con una sonrisa de oreja a oreja y, sin poder evitarlo, la unicornio se vio envuelta en un fuerte abrazo por parte del dragón, quien descansaba la cabeza en su hombro—. ¡Gracias! —gritó, sin dejar de sonreír.
—Oye, no hace falta ponerse sentimentales. De hecho, te hace ver más afeminado que ese delantal —bromeó, recibiendo una cálida risa por parte de su amigo, seguido de palabras aún más cálidas.
—Te quiero, Star —susurró el dragón.
Al cabo de unos segundos, aún bajo su abrazo, la unicornio cerró los ojos mientras llevaba sus brazos a la espalda del dragón, abarcando tanto como le era posible en una criatura que la doblaba en tamaño.
—Yo también te quiero, Spike. Lo sabes, ¿verdad? —preguntó, con cierta melancolía en su voz.
—No más de lo que yo te quiero a ti, eso es seguro —le llevó la contra.
Sobre casi cualquier otro tema ella le habría discutido, pero el sentir que el dragón la quería más de lo que ella a él era algo más que agradable, algo contra lo cual no se molestaría en objetar.
En tanto, las dos amigas y su peculiar cachorro se habían dirigido a Sweet Apple Acres. Ahora, en el interior del granero, el trío se encontraba en compañía de la hermana mayor de la joven granjera, y mientras que Apple Bloom explicaba con lujo y detalle todo lo que había sucedido desde la partida de Cajun Swamp en la mañana a una boquiabierta Applejack, Sweetie Belle había acomodado en un rincón tres viejas almohadas de plumas y una gruesa manta sobre las mismas, dando lugar a una pequeña cama provisional para el cachorro de dos cabezas que la aceptó con gusto, acomodándose poco después y examinando con detenimiento el lugar donde se encontraba con sus cuatro curiosos ojos.
El granero en sí era bastante espacioso, en su mayor parte cargado con herramientas tales como palas, rastrillos, cubos apilados, regaderas, una carretilla, hachas, y un largo etcétera. El piso estaba cubierto de paja, y las paredes y techo desprendían un fuerte olor a humedad apenas perceptible para las potras, pero que no pasaba desapercibido frente al doble olfato del can.
La potra con el cuerno en su frente tomó asiento cerca de él, mientras que las dos equinas restantes, cuyo parecido era innegable, continuaban comunicándose en un dialecto que la criatura no alcanzaba a comprender. Aturdido por los sonidos ininteligibles que emitían, el perro de dos cabezas dio algunas vueltas sobre la manta hasta recostarse hecho un ovillo, dándoles la espalda y disponiéndose a dormir pensando que, mientras la equina de melena ondulada estuviera a su lado, todo estaría bien.
—¿Estás segura? La que te revisó era una veterinaria. ¿Qué saben los veterinarios sobre ponis? Deberías ver a un doctor. ¿Quieres que traiga a uno? Podrías tener heridas internas. Cielos, ¡Podrías incluso perder la pata! Dame un segundo, ahora vuelvo. Tranquilízate Apple Bloom, tu hermana mayor está aquí, y no permitirá que nada malo te...
—¡Applejack! ¿Escuchaste una sola palabra de lo que dije? —preguntó, exasperada.
—¡Escuché que uno de los géiseres alcanzó tu pata! ¡No se puede ser demasiado precavido!
—¡Estoy bien! No necesito a un doctor, ¡Ya casi no me duele!
—No podemos estar seguros. ¿Qué tal si te comienza a doler mañana? ¡Para cuando vayamos al hospital podría ser demasiado tarde! —continuó la Apple mayor, imaginando los peores escenarios posibles.
—De acuerdo, ahora estás siendo ridícula —la empujó en el pecho con su casco sano—. Tranquilízate hermana, solo necesito descansar. ¡Es todo! —le dijo con una reconfortante sonrisa. Applejack suspiró cansada, y aceptó a sabiendas de que no conseguiría nada al seguir insistiendo.
—Sí, claro. Tú descansa, y no te preocupes de nada más. Yo te cubriré esta tarde, ¿hecho?
—Hecho. Ahora ve, me quedaré un poco más con Sweetie, resolveremos esto, y después entraré en la casa a descansar.
—Llevarán a ese pequeño con Fluttershy, ¿verdad?
—Sí, de seguro ella sabrá qué hacer con él —respondió Sweetie.
—De acuerdo. Estaré en el huerto de manzatruenos, ¡así que avísenme si necesitan algo! —advirtió la poni terrestre, ya encaminándose a la salida.
—¡Seguro! —respondió la granjera menor, volteándose hacia la unicornio una vez la puerta del granero había sido cerrada.
—Pobrecillo —musitó Sweetie, acariciando el lomo del cachorro—. ¿Crees que Winona se lleve bien con...?
—No, Sweetie. Absolutamente no.
—¿Por qué no? ¡Podría ser un excelente perro guardián!
—¿Acaso no sabes nada sobre los ortros?
—Sé que son adorables. ¡Tan solo míralo! —señaló al can durmiente. En efecto, era adorable, pero eso no estaba en discusión.
—Lo es ahora, pero en un año habrá crecido bastante. Y créeme, los he visto así. Son muy difíciles de controlar, muy agresivos, y rara vez reciben órdenes de alguien —explicaba y, sabiendo que no le había llegado con esos datos, pues la unicornio permanecía centrada en la criatura, decidió continuar—. Además es un cachorro, su madre debe estar preocupada por él —dijo, y eso último si pareció hacerla reaccionar, pues desprendió sus ojos de él al instante.
—Pero aún está lastimado. Si lo llevamos así...
—Lo sé, Sweetie. Es solo que no veo una mejor solución… —intentó razonar, pero los ojos de Sweetie se iluminaron una vez más, y AB respondió con la misma velocidad—. Absolutamente no.
—¡Aún no he dicho nada!
—No vas a adoptarlo.
—¿Por qué no? Mis padres dijeron que podía tener un cachorro si así lo quería.
—Eso fue hace años, y hablaron de un perro, no de un ortro. Y aparte de todo lo que dije antes, tu casa no es un lugar precisamente grande para tener a un animal como este. Incluso estás todo el día fuera, en la escuela de música. No tendrás siquiera tiempo de cuidarlo. ¿Por qué simplemente no lo dejas con Fluttershy? Ella podría cuidarlo hasta que se recupere, y luego decidir qué hacer con él. Y si alguien puede entrenarlo, esa es ella.
—Quizá sea lo mejor... —musitó ella, derrotada por los argumentos presentados por su amiga.
Un segundo después, el cachorro abrió los ojos vagamente por causa de la discusión entre las equinas, levantando sus cabezas, las cuales bostezaron al mismo tiempo, dejando en el aire la fragancia inconfundible del aliento de un perro pequeño.
—Awww...
—Detente —cortó Apple Bloom, con seriedad.
—Bueno —aceptó, sumisa.
En ese instante, la puerta del granero se abrió un poco, y la guardiana de ojos oscuros de la familia Apple ingresó en la estancia, sus ojos centrándose al instante en el extraño can junto a las potras.
—Oh, Winona... —se preocupó Sweetie.
Ambas observaron con detenimiento cada paso de la perra mientras se aproximaba a la cama provisional con la cola alta y recelo en su mirada. Al encontrarse su nariz con las dos correspondientes al cachorro recién levantado, incurrió un olfateo mutuo entre ambos, con las dos espectadoras temerosas ante la posible reacción negativa que Winona fácilmente podría haber tenido. Descubrieron que sus temores eran infundados cuando la mayor comenzó a agitar su cola, lamiéndole con un cariño puro, uno como el que solo puede provenir del corazón de un can afectuoso.
Pasaron en el granero solo unos minutos más mientras la joven Apple armaba una pequeña caja de madera, la cual se sostendría en el costado del poni que la llevara tal y como si se tratara de unas simples alforjas, la misma asegurada mediante amarras que impedían que su contenido, en este caso el cachorro, pudiese caer de ella.
Usándola para transportar al pequeño ella misma, Apple Bloom y Sweetie Belle iniciaron el recorrido a través de las calles de Ponyville, su bello pueblo bajo la cálida luz del sol de primavera. En su camino, las dos potras se encontraron con varios ponis amigos, a quienes saludaron y quienes se mostraron interesados por el contenido de la caja que cargaba la granjera. No hubo un solo poni que no encontrara adorable a la criatura que las acompañaba, hecho que la unicornio blanca no perdió oportunidad en remarcar.
—Lo es ahora, pero en un año solo será una gran bola de pelo babeante —respondió la granjera, escéptica.
—Oh, solo necesita de mucho cariño y comprensión. Entonces será una bolita de dulzura que no babea. ¿Cierto? ¿Cierto? —preguntó al cachorro mientras acariciaba su lomo, gesto que sus dos cabezas aceptaron con gusto—. Por cierto, ¿cómo crees que sea?
—¿A qué te refieres?
—A sus cabezas, digo. ¿Acaso pensarán lo mismo al mismo tiempo? ¿O pensarán distinto? ¿O será que uno maneja la mitad izquierda del cuerpo, y el otro la derecha? Quiero decir, ¿serán dos perros en un solo cuerpo?
—Nunca lo había pensado de esa manera —se detuvo ante la idea presentada por su amiga, buscando una respuesta—. ¿Por qué no pruebas a vendar los ojos de una de las cabezas, y lanzas una vara? Si la mitad de sus patas comienza a correr pero la otra no, tendrás tu respuesta —sugirió, riendo ante la escena mental ligeramente cruel que esta propuesta le traía—. ¿No lo crees, Sweetie? —preguntó entre risas pausadas, sin obtener respuesta—. ¿Sweetie? —volteó a ver a sus espaldas, encontrando que la unicornio se había quedado de pie frente a uno de los establecimientos, uno que ella conocía bastante bien.
Ante a sus ojos esmeralda se levantaba lo que una vez había sido la Boutique Carrousel, ahora una estructura carente de vida alguna. Se acercó a una de las ventanas y, vislumbrando el interior, encontró solo la carcasa vacía del lugar en donde alguna vez habían acontecido tantas aventuras. Allí, una fina capa de polvo apenas perceptible cubría los muebles que la unicornio mayor no se había llevado, así como también los exhibidores. Y en el exterior sólo había un cartel con la leyenda "En venta" junto a la puerta, con los datos de sus padres para comunicarse, siendo ésta la única decoración que restaba en el jardín.
La joven potra suspiró con tristeza al contemplar aquella imagen. En el fondo de su corazón aún no podía aceptar el hecho de que su hermana mayor ya no viviera en el pueblo, menos aún el hecho de que en pocos meses comenzaría su propia familia al lado del semental que amaba. Sin duda se sentía feliz por ella, pero el aceptar que las cosas estuviesen cambiando tan drásticamente y a semejante velocidad era algo que de verdad le costaba aceptar.
—Sweetie Belle, ¿estás bien? —preguntó la granjera, preocupada.
La unicornio permaneció en silencio, intentando elegir las palabras correctas para responder.
"Todavía siento que... que voy a acercarme a la ventana, y voy a ver a mi hermana trabajando en un nuevo diseño, con Spike ayudándola y tratando de seguir el ritmo de sus peticiones mientras el rostro de ella se ilumina ante una nueva idea para mejorar todo el atuendo. Todo esto sucedió tan rápido que... creo que no tuve tiempo de despedirme de este lugar." —era lo que pensaba mientras posaba su casco en la perilla de la puerta que, sabía, estaba cerrada. No dispuesta a mostrar una mueca de tristeza frente a su mejor amiga, por lo que negó con la cabeza aún dándole la espalda, y se volteó exponiendo una sonrisa tímida en sus labios.
—Estoy bien, no te preocupes.
—Oye... aún es temprano. ¿Quieres que vayamos a Canterlot a visitarla después? —preguntó, leyéndola como un libro abierto, pero Sweetie negó con la cabeza una vez más.
—No, está bien. Además, ella y mi cuñado irían a Manehattan hoy, y de seguro regresarán tarde a casa —respondió la unicornio, ya poniéndose en camino—. Anda, aún tenemos que ocuparnos de... —se detuvo al notar un llamativo volante en la pared junto a la puerta de la boutique—. ¿Qué es esto? —se preguntó al aproximarse, tomando el papel mediante su magia.
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—713 Cymbal St. —pensó Sweetie en voz alta, recordando haber oído aquella dirección en algún lugar, sus ojos iluminándose al recordarlo—. Espera, ¿acaso no es...?
—¿Qué? —preguntó AB, curiosa.
—¿Recuerdas a quién me encontré en la pasada celebración de la Noche de Corazones Cálidos?
—¿Al chico que te hacía temblar sobre tus herraduras en la escuela? —preguntó sin reservas.
—¡Apple Bloom! —exclamó al sonrojarse.
—¿Qué? ¿No es verdad? —preguntó, arqueando una ceja. Sweetie dudó un momento, y suspiró al responder.
—Hay mejores formas de decirlo —contestó apenada, Apple Bloom riendo por su causa—. ¡Pero ese no es el caso! Esa noche me dijo que estaba preparando una banda con sus dos amigos, pero que aún estaban buscando un vocalista.
—¿Y este aviso es de él?
—Tiene que serlo, es la misma dirección en la que me dijo que estarían si quería ir a verlos ensayar.
—Eso significa que se rindieron en Canterlot, y ahora están probando suerte aquí —razonó, luego cayendo en la cuenta de lo que su amiga había dicho—. Cielos, ¡¿y por qué no fuiste?!
—No puedo audicionar, Apple Bloom. No tengo tiempo para eso.
—Aunque ese fuera el caso, sólo por curiosidad, podríamos ir a verlos. —sugirió, Sweetie dudando frente a ella—. Anda, ¿no tienes libres los sábados a la mañana?
—Supongo que podríamos ir a echar un vistazo.
—Perfecto. Entonces, sábado a la mañana. ¿Hecho?
—Hecho —aceptó, pronto las potras reiniciando su marcha en compañía del can que aún no alcanzaba a comprender el sonido proveniente de sus hocicos.
Ya ponían unos minutos después de las doce en el reloj de Spike cuando el tren arribó a la estación de Ponyville. El sol de primavera ya se encontraba alto en el cielo para entonces y tanto él como su amiga disfrutaban de su cálido resplandor, así como de una fuerte brisa, invitada obligada de aquel veloz viaje que llegaba a su fin. El dragón también contaba con la suerte de que Amethyst siempre iba ligera de equipaje lo cual, a diferencia de sus amigas, hacía de aquella una excepción agradable en las caminatas hasta la estación.
Al disiparse el usual halo de vapor, las puertas se abrieron de par en par y todos los equinos antes pasajeros partieron camino a completar las responsabilidades que tenían en el pueblo, aunque la gran mayoría, siendo domingo, solo iban allí a pasar el día, a despejarse del ajetreo que constituía la gran ciudad los días de semana.
—Entonces, ¿vendrás a visitarme el martes? —preguntó Star, preparándose para abordar.
—Dalo por hecho —chocó su garra cerrada con su casco—. ¿Quieres que lleve algo para desayunar?
—Está bien, compraré algo en lo del viejo Night Bright. Últimamente está haciendo unos pastelillos espectaculares.
—Genial, ya quiero probarlos —convino. Sin más que decir, y adelantándose al movimiento del dragón, Amethyst se paró sobre sus dos patas para abrazarle, al tiempo que Spike la recibía con gusto—. Cuídate, grandulona.
—No pequeñín, tú cuídate —Se apartó para colocar un casco en su pecho, remarcando su punto.
—Está bien. Por cierto, quizá tarde un poco en salir el martes, porque de seguro Twilight querrá todo ordenado para su clase de las diez —advirtió el dragón.
—Estaré allí todo el día —le dijo al abrazarle de nueva cuenta—. Ahora vete de aquí y deja de perder el tiempo. ¡Tienes trabajo! —expuso, mientras se apartaba y caminaba hacia la puerta.
—Es curioso que seas tú quien me lo diga —señaló con gracia.
La unicornio volteó a ver sobre sus hombros y sonrió fuertemente con ojos cerrados, para luego ingresar en el vagón. Unos minutos después las puertas se cerraron, y el dragón se despidió de ella al agitar su brazo, con la yegua respondiendo de la misma forma a través del cristal mientras el expreso iniciaba su marcha, aumentando su velocidad con el paso de los segundos, y tiempo después perdiéndose en el horizonte.
Habiendo partido su amiga, Spike inició su tranquila caminata con destino a Sweet Apple Acres. El cantar de los pájaros y el reír de los niños a lo lejos eran como una bella melodía que se dio el gusto de disfrutar a lo largo del recorrido, con los rayos solares calentando tibiamente sus escamas, produciéndole una sensación agradable.
No mucho tiempo después, ya se encontraba frente a la entrada de la granja. Los campos de manzanos, y los huertos de zanahorias, mazorcas, tomates y mucho más se extendían hasta donde llegaba la vista, abarcando también parte de los montes en las cercanías. Ver aquellas rojas manzanas relucientes, brillando bajo la luz del sol, era un espectáculo del cual no se disfrutaba en muchos huertos aparte del de los Apple, ya que su habilidad para el cultivo era legendaria, reconocida por muchos distribuidores a lo largo de toda Equestria.
Le tomó unos minutos más encontrar a los dos hermanos Apple trabajando cerca el uno del otro en el huerto de manzatruenos. Su fruto mágico, exponente de todos los colores del arcoíris, lucía más apetitoso que cualquier otro que hubiera visto, y era uno que venía con la pequeña inconveniencia de que todos los que siguieran en su manzano al terminar el día, desaparecerían sin dejar rastro. Al notar su presencia, Applejack se acercó a él rápidamente.
—¡Spike! Te dije que no había problema si no venías. ¡Es tu día libre! —dijo la poni, comprensiva.
—En primer lugar, hola. Y en segundo lugar, estaba algo aburrido en la biblioteca, y decidí venir a ver si necesitaban algo de ayuda.
—Te lo agradezco mucho, dulzura. A decir verdad, nos vendría bien un par de garras extra, ya que Apple Bloom se lastimó esta mañana, y no creo que pueda cosechar con nosotros el resto del día.
—¡¿Se lastimó?! Cielos, y... ¿está bien?
—Bueno, le quedó una ligera quemadura del paso por el campo de géiseres cerca de Cajun Swamp.
—Rayos, esa zona es de verdad peligrosa.
—Lo sé, y AB también lo sabía. Pero ella y Sweetie se lanzaron por ahí como dos cabezas huecas para salvar a un ortro.
—Un ortro... —intentó ubicar a la criatura en su memoria—. ¿Un perro de dos cabezas?
—Exacto. Lo llevaron con la veterinaria, y parece que estará bien. Pero aún no sé qué piensan hacer con él.
—Espero que no vayan a conservarlo. Vi a Rainbow y Fluttershy tratar con uno hace unos años, y te aseguro que solo pueden traer desastres.
—Lo sé, pero ese era un adulto, y éste es un cachorro. Además, creo que lo dejarán con Fluttershy. Ella sabrá qué hacer.
—Supongo. Entonces... ¿por dónde quieres que empiece?
—Si quieres, por el sector oeste. Aún no lo hemos tocado.
—Hecho. ¡Silba si necesitas algo! —anunció al voltearse, encaminando hacia el destino indicado.
—Por cierto, ¡Spike! —llamó su atención—. ¡Te pagaré las horas extras! —avisó, y el dragón le sonrió sobre su hombro antes de asentir, para luego retomar el paso.
Mientras tanto, Sweetie Belle y Apple Bloom ya habían arribado a la residencia de la amable pegaso amarilla, rodeada por los muchos hogares de criaturas tanto grandes como pequeñas, que celebraban su llegada. No pasó más de un instante entre el momento en que la pegaso les abrió la puerta, y el momento en que la misma tomó al cachorro pequeño sin siquiera pedir permiso. El ortro no se resistió, ni siquiera pareció asustarse. Solo una prueba más del tacto que Fluttershy tenía para con las criaturas del bosque.
Ya en el interior de su morada, el cual no presentaba un cambio excesivo con respecto al exterior dado que allí también tenían su hogar y nido una gran multitud de criaturas más pequeñas, ambas potras se acomodaron en el sillón de dos cuerpos, mientras la mayor tomaba asiento en el de un cuerpo junto a ellas, sin dejar de alabar la belleza del can en sus brazos. Y mientras ella lo acariciaba con cuidado y gentileza, las dos amigas procedieron a contarle todo lo que había sucedido en la mañana.
—¡Qué lindura! ¡Es una de las cositas más tiernas y hermosas que he visto! Oh cielos, casi lo olvido —lo dejó en el sillón un momento, partiendo a la cocina y regresando segundos después con un plato cargado de alimento balanceado, el cual dejó en el suelo junto al sillón—. ¡Aquí tienes amiguito! —invitó, y el ortro descendió al instante, con sus dos cabezas atacando el alimento sin compasión y con gran emoción.
—¿Tú qué piensas, Fluttershy? —preguntó la granjera, llamando la atención de la pegaso, quien admiraba a la criatura en silencio.
—Está bien, la veterinaria hizo un excelente trabajo con él. En unos cuantos días estará como nuevo.
—¿Días? ¿No querrás decir "semanas"? —preguntó Sweetie, esperanzada.
—No, días. Lo sé, ¡son criaturas de lo más asombrosas! Los ortros en especial son muy fuertes y resistentes, incluso pueden cicatrizar una herida profunda en menos de una semana, como si nunca hubiera estado ahí.
—Sabes mucho sobre ellos, ¿verdad? —preguntó Apple Bloom, sabiendo cual era la intención de su amiga.
—Solo algunas cosas —respondió, con una sonrisa tímida y modesta—. Tuve la oportunidad de conocer a uno adulto en el pasado, y su dueña me contó mucho sobre él.
—¿Eso significa que pueden domesticarse? —preguntó la unicornio, para retrucar contra la granjera.
—Bueno... si, podrían domesticarse, pero… um, necesitan de mucho amor, cariño y comprensión para llegar a eso. Además de un arduo trabajo duro.
—¿Qué crees que debamos hacer con él, Fluttershy? —preguntó Apple Bloom finalmente—. ¿Deberíamos buscar a su madre?
—Oh... no lo sé, niñas. Si fuera más pequeño diría que sí, pues necesitaría de ella para sobrevivir. Pero... —se detuvo nuevamente, ahora dirigiendo la mirada al cachorro a sus cascos quien, habiendo terminado de comer, subió al sillón con un ágil salto, acomodándose junto a la pegaso, quien le acarició gentilmente—. Pero este pequeño ya es bastante grande, y aunque encontraran a su madre, es probable que no lo reconozca. Cada criatura se comporta diferente con sus crías; los ortros, especialmente, suelen ser muy independientes a una muy temprana edad.
—Entonces, ¿crees que puedas cuidarlo? —preguntó ella.
—Cielos, um... lo siento niñas, pero yo... —intentaba responder, no hallando las palabras adecuadas.
La realidad era que la pegaso sabía muy bien que el can en cuestión era carnívoro por naturaleza, y tenerlo tan cerca de animales pequeños cuando se trataba de una criatura difícil de controlar bien podría no ser una excelente idea. Pero negar semejante petición a sus queridas amigas resultaba en extremo difícil para la amable pegaso.
—Lo siento, pero puede que a la larga este pequeño... no se adapte muy bien aquí, con los demás —intento explicarles, esperando con todas sus fuerzas que sus palabras no hirieran a las potras.
—Ya veo —aceptó la granjera, cabizbaja.
—¿Crees que yo pueda adoptarlo? —preguntó Sweetie, sorprendiendo a la pegaso—. A decir verdad, le he tomado mucho cariño, y… no quiero que esté solo —se explicó, y Fluttershy sonrió ante su actitud generosa.
—Es muy noble de tu parte, Sweetie. Pero incluso para mí los ortros son criaturas muy difíciles de criar, no hablemos de domesticar. Además, tus padres deberían estar de acuerdo.
—No lo estarán —respondió por ella la granjera, ganándose una mirada de reprobación por parte de la otra—. No querrán a un perro de media tonelada corriendo por la casa, creeme.
—¿Qué tal si encuentro a alguien con un lugar espacioso para tenerlo? —preguntó la unicornio, con ánimos renovados.
—¿Quién lo querría?
—Mi hermana —dijo sin duda alguna en su voz, ganándose las miradas curiosas de las yeguas presentes—. Ahora vive en una gran mansión. ¡Podría cuidar los jardines!
—Pero Rarity no tendrá tiempo de ponerle atención. Y si está por su cuenta mucho tiempo, terminará siendo simplemente... salvaje —explicó Fluttershy.
—De acuerdo. Um... ¿Pinkie Pie? —preguntó con cierta duda.
—¿Acaso imaginas a Pinkie criando una mascota que no sea un lagarto de movilidad mínima? —cuestionó Apple Bloom.
Sweetie lo consideró, y la idea de Pinkie entrenando a un can como aquel solo traía a su mente ideas de destrucción, casas en ruinas y envueltas en llamas, por alguna razón.
—Entonces... ¿Rainbow Dash?
—Ella vive en las nubes, Sweetie. Además de que ya tiene a Tank.
—Espera, ¡ya sé quién puede tenerlo! —exclamó, con sus ojos iluminados, y su opción en mente obvia para ambas yeguas.
—No les gustará en lo más mínimo, y lo sabes —la contrarió su mejor amiga.
—Tú déjamelo a mí —habló con confianza, pronto incorporándose—. De acuerdo, ¡hora de irnos! —habló a las dos cabezas del cachorro, ahora durmientes en el sillón de la pegaso.
—Parece que ellos tienen otros planes —dijo Fluttershy, con un volumen de voz menor—. Deben estar exhaustos.
—Oh, es cierto. ¿Sabes si las dos cabezas piensan lo mismo al mismo tiempo? ¿O piensan por separado? —imitó su tono la unicornio.
—Las dos tienen pensamientos diferentes, pero se coordinan muy bien para moverse —explicó Fluttershy, sonriente ante su curiosidad.
—¡Misterio resuelto! —agregó la poni terrestre.
—Oigan, ¿por qué no los dejan tomar una pequeña siesta, mientras nosotras almorzamos?
—Suena bien para mí. AB, ¿te apuntas? —preguntó Sweetie.
—Seguro, tengo algo de tiempo libre y el estómago vacío —aceptó con una enorme sonrisa, encaminándose a la cocina en compañía de la unicornio y la pegaso mayor que antaño había sido la niñera de ambas.
El sol ya se batía en retirada cuando Spike abrió la puerta de la biblioteca Golden Oak, cuyo interior estaba en penumbras. Cerró la puerta tras de sí, suspiró con un gran cansancio muscular a sus espaldas, y encendió las luces de la estancia. Sin Twilight en el lugar, la biblioteca se sentía realmente vacía.
Apartando aquel sentimiento de su mente encaminó hacia la sala adjunta, la cual daba acceso a la cocina y a las habitaciones de los pisos superiores, y de la mesa circular en el centro tomó el rollo que antes había leído en compañía de Amethyst, recordando el pedido de la princesa de la armonía. Aún tenía hora y media antes de que el tren de la tarde desde el Imperio de Cristal llegara a Ponyville, tiempo que no desperdiciaría.
Con gran determinación, vistió el delantal rosa de corazón una vez más, cubrió su cabeza con una gran pañoleta celeste que dobló sus púas, se colocó guantes de látex especiales para sus garras, y se armó con el plumero más caro que podía conseguirse en el pueblo.
—Hagámoslo —dijo con ojos entrecerrados—. Primer paso: la cocina.
Se dirigió al cuarto rápidamente sin duda en su mirada, y comenzó a enjabonar y lavar cada uno de los platos que se habían acumulado en la mesada desde la noche anterior. Quince minutos después, la vajilla ya estaba escurriéndose en el mismo lugar donde antes se deterioraba por causa de la suciedad.
—Segundo paso: los dormitorios.
Luego de haber desempolvado las estanterías, hacer las camas fue pan comido. Al menos la de Twilight, pues en la del dragón se escondían restos de nachos entre las sábanas, y Spike suspiró al pensar que cada visita de Amethyst concluía con el mismo escenario. Aún así, diez minutos después, aquel era problema del Spike del pasado. Nadie había tocado el tercer piso en los últimos dos días, por lo que luego de desempolvar apropiadamente el lugar, restaba una sola gran tarea, el tercer y último paso: el sótano.
Al encender las luces, no se encontró con nada más que el escenario post apocalíptico que aportaban los libros desparramados por todo el lugar. Al menos su hermana mayor se había tomado la molestia de asegurarse de que todos los libros, tanto de tapa dura como blanda, estuviesen cerrados correctamente, de forma que las hojas no se doblaran. Al apenas bajar por las escaleras, comenzó a desempolvar los estantes del subsuelo uno por uno, para luego acomodar cada libro en su lugar correspondiente.
No era sorpresa que toda la colección de los peculiares hermanos estuviese ordenada a la perfección de forma alfanumérica, por autor, por edición, por tipo de texto, y un largo etcétera en cuanto a clasificaciones. En el sótano, particularmente, se guardaban las novelas de aventura, misterio y romance. Durante su tiempo libre, a Spike le gustaba sumergirse en alguna de esas historias para pasar el rato, historias que más tarde compartía con la unicornio lila, aunque ésta última prefería más que nada las novelas de misterio y terror.
Al dragón, hermano menor y asistente número uno de la princesa de la armonía, no le tomó más de media hora poner en orden cada tomo fuera de su lugar en aquella estructura. En verdad le hacía honor a su título, incluso luego de tantos años. Y una vez había culminado con sus labores, sintió que nada sería más gratificante que un largo y rejuvenecedor baño de burbujas.
Estuvo a punto de subir en busca de su recompensa a un largo día de trabajo duro, cuando recordó un espacio del hogar el cual no había limpiado adecuadamente. Suspiró cansado, se dio la vuelta, caminó hacia la gran estantería que sobresalía de la pared y la empujó hacia la izquierda, poco a poco develando el pasaje a la pequeña sala de dos metros de extensión.
Regresó hacia la mesa circular ubicada junto a la escalera y, luego de encender las velas del candelabro mediante sus llamas verdes, iluminó la habitación ahora abierta con este, habiendo acercado la mesa también para colocarlo y así abarcando un mayor rango de alcance con su cálida luz.
—De verdad necesitamos una bombilla aquí abajo... —pensó en voz alta, mientras comenzaba a tomar los antiguos libros del estante con mucha delicadeza.
Con un fino cepillo y un paño suave, se ocupaba de retirar la tierra acumulada en la parte superior de las hojas, tanto como en sus portadas, antes de apartarlos en el área inferior de la mesa que había cargado hasta allí. Una vez había tratado aquellos antiguos ejemplares, el dragón recordó el espacio tras la estantería izquierda. Si había tanta tierra en ese lugar, no podía imaginar cuánta habría en la "sección oculta ultra secreta", nombrada así por él mismo a la corta edad de diez años. Al recordarlo, frunció el ceño y dejó escapar una pequeña risa por causa de su inocencia.
Empujó el fondo del tercer estante a la derecha, el cual comenzó a moverse al compás de los engranajes oxidados que hacían funcionar el mecanismo de cierre. Una vez completado el trayecto, un amplio espacio cargado de viejos libros, rollos aún más antiguos y demás quedaron a su vista. Ahora que lo pensaba, nunca se había tomado el tiempo de limpiar aquel espacio como era debido.
Dado que Twilight no tenía conocimiento de aquel estante oculto, y que ella estaba en casa prácticamente todo el día, apenas si pasaba un trapo cuando podía, pues además del libro donde había encontrado la historia de la Rosa Eterna, Spike también guardaba allí el pequeño diario que había usado durante sus dos primeros años de estancia en Golden Oak.
No había mayor razón para mantener en secreto su existencia en la actualidad, pero la verdad era que el dragón se sentía mucho más tranquilo si había un lugar en el cual guardar cosas que pretendía nadie descubriera, como los regalos de cumpleaños de Twilight, los cuales solía almacenar allí, en el espacio sobrante frente a los libros y rollos antiguos.
Media hora después ya estaba retirando la última fila de libros al fondo del estante secreto, apoyándola en vertical sobre el suelo, y tomando el primero de ellos para pasarle un cepillo con gran delicadeza. Su mirada se desvió hacia el estante una fracción de segundo cuando notó que la luz de las velas llegaba hasta una pequeña sección del fondo, y algo llamó su atención. Al observar con detenimiento el espacio nombrado, notó que parecía haber alguna clase de trazo, uno que no llegaba a distinguir con claridad.
Tomó en sus garras el candelabro y lo acercó hasta la abertura de la pared, alcanzando a iluminar un grabado negro y extraño al fondo, cubierto por la tierra y humedad de muchos años, y el sólo olor de aquel estante le recordaba que aquellos textos bien podrían ser fósiles. Estiró su garra hasta el fondo, e intentó hacer uso de la misma para limpiar la suciedad que cubría la sección. Le tomó unos minutos quitar la mugre acumulada en los bordes cuando descubrió que el grabado en efecto estaba en relieve, y al retirar la garra se encontró con algo que de verdad no esperaba ver.
"¿Qué es esto?", se preguntó, vislumbrando el mismo emblema que recordaba haber visto unos meses atrás, durante aquella ocasión en la cual había descendido por el cañón en el Everfree en compañía de Sweetie Belle cuando iban en busca del diamante púrpura: una rosa sin tallo. Extrañado, estiró su brazo para alcanzar aquel símbolo de nueva cuenta. Solo pretendía recorrer con su garra la profundidad de las aberturas, pero la sola presión de sus garras alcanzó para empujar aquella sección del estante hasta el fondo.
Resultó ser que no solo se trataba de un grabado, sino también de una especie de interruptor. No había llegado a preguntarse cuál era su función cuando otro grupo de engranajes que nunca en su vida había oído se puso en marcha, con un movimiento más brusco y con denotación de más óxido que el que solía utilizar con frecuencia.
De repente, la estantería a su lado comenzó a descender por un hueco en el suelo bajo la misma. Su movimiento contrastaba con el fuerte sonido metálico producido por el antiguo mecanismo, y el mueble terminó por descender al punto en que su estante superior se volvió parte del piso de madera, dejando acceso a un espacio cuya existencia el dragón nunca había concebido.
Tragó saliva con cierto temor, esperando que alguna clase de criatura extraña saliera por el escondite que había revelado, pero nada apareció. Exhaló con alivio mientras retiraba su garra de aquel estante y con cautela se aproximó al candelabro, sin desviar la mirada del espacio oscuro abierto en la pared. Dio pequeños pasos para acercarse, y la débil luz de las velas alcanzó a iluminar una sección de aquel cuarto extraño, quemando al contacto las telarañas que allí se extendían.
No parecía haber sido tocado en cientos de años, pero a pesar de que tal lugar estaba tan bien escondido, Spike no veía nada que pudiera llamar la atención más allá de un suelo cubierto por las raíces del propio árbol. Primero consideró que allí debería de haber un peligroso monstruo, luego, un tesoro oculto. Para bien o para mal, ninguna de sus dos teorías se había hecho realidad.
—¿Para qué esconderían un lugar como...? —empezó a hablar, deteniéndose en el instante exacto en que sus ojos vislumbraron el resplandor de las velas reflejado en algo metálico y brillante bajo las raíces.
Sin dudar, se arrimó y tiró con fuerza de una de las ramificaciones, arrancándola con facilidad. Y así le siguió otra, y otra, y otra más, hasta dejar al descubierto algo que lo desconcertó aún más de lo que ya estaba.
—¿Qué rayos...?
Al apartar los restos de raíces, se encontró con nada más y nada menos que una escotilla de hierro, con una manivela circular en el centro. No menos asombrado, la primera reacción de Spike fue intentar girar esta última para abrir el acceso, sin éxito. Al cabo de tres intentos infructuosos, dedicó una mirada más detallada a aquella entrada oculta y vislumbró una especie triángulo en relieve, cuyas esquinas conformaban un total de tres huecos de cerradura.
—¿Por qué alguien se tomaría tantas molestias para mantener esto cerrado? ¿Qué es lo que hay aquí abajo? —continuaba preguntándose.
De repente alcanzó a oír que la puerta de la biblioteca era abierta y, acto seguido, una voz familiar y cargada de energía resonó en su hogar.
—¡Twilight! ¡Spike! ¿Hay alguien en casa? —preguntó Sweetie Belle con gentileza, desde el piso superior.
