Capítulo 16 – El primer paso

El sol resplandecía sobre el parque central de Canterlot aquella preciosa tarde de primavera, la cual era disfrutada tanto por los ponis adultos como por los más pequeños quienes aprovechaban el amplio espacio verde para jugar y corretear pues, siendo que la mayor parte de los habitantes de la ciudad vivía en departamentos con un espacio abierto muy reducido, aquel era un gusto que no podían darse cuando querían tal y como si lo hacían los habitantes de pueblos como Ponyville. Allí, dos hermanas unicornio se encontraban descansando en una banca a la sombra de un gran árbol, con la intención de despejarse de la situación por la que habían pasado no mucho tiempo atrás.

Luego de la reunión con el señor Arrow, la hermana mayor había propuesto ir al parque para respirar un poco de aire fresco, y la menor sólo respondió con un leve asentimiento lo cual, dada la situación, fue suficiente para la otra. Habían estado allí sentadas durante casi diez minutos en silencio, sólo contemplando el paisaje. Rarity esperaba que fuera Sweetie Belle quien abriera la conversación y le hablara de lo que había sucedido, pero con cada segundo que pasaba sus esperanzas se perdían un poco más.

Por el otro lado, la amargura que sentía Sweetie Belle era la peor que hubiera sufrido en toda su vida, pues nunca había imaginado que algún día podrían, básicamente, echarla de la academia, pero lo peor era la respuesta de su hermana mayor ante ese terrible percance. Si se hubiera enfurecido y le hubiera gritado de seguro habría sido algo mucho más simple de manejar, pues habría sido fácil responderle con el mismo enojo y encerrarse en sí misma, pero no fue así. La decepción que notó en sus ojos cuando cruzaron miradas en aquella oficina dolieron en su alma, y la vergüenza que ahora sentía a causa de ello le hacía preguntarse si alguna vez su hermana mayor volvería a verla como antaño.

La unicornio menor volvió sobre aquel instante una y otra vez, mientras intentaba responderse a sí misma... ¿por qué? Si sabía lo que le deparaba si la atrapaban, si sabía lo que sucedería si respondía a aquellas provocaciones con violencia, ¿por qué? ¿Por qué se había permitido caer presa de esas emociones, dejando que la dominaran? La respuesta más fácil era que no estaba atravesando el momento más estable de su vida. Después de todo, había estado a punto de morir varios días atrás y su agresora aún rondaba libre en las calles, pero eso no era todo.

Hacía varias semanas que fantaseaba con enfrentarse a la molesta poni gris, aquella que había oscurecido sus días durante su niñez, aquella que no perdía ocasión para provocarla, para molestarla, para herirla. En el fondo, solo quería provocarle una mínima parte del dolor que ella le había causado, aún si era a costa de que la expulsaran. Aquel era el pensamiento que cegó su mente durante aquel instante, cuando la potra gris se sentó junto a ella, y desde ese momento fue incapaz de alejarlo. Para entonces, la decisión ya estaba tomada.

Pero ahora, el peso de esa decisión recaía sobre ella con una fuerza devastadora, y sólo entonces comprendió las implicaciones que su actuar había tenido, y que tendría en un futuro cercano. Ahora solo deseaba escapar, correr, y esconderse en donde nadie más pudiera encontrarla. Estaba aterrada, pues nunca había sentido algo así en su vida. Su mundo estaba envuelto en tinieblas y ella estaba paralizada, de pie frente a un futuro incierto.

—Sweetie... —La voz de la yegua mayor la sacó de sus pensamientos, y la potra se volteó hacia ella con una mirada indiferente, intentando esconder sus emociones—. ¿En qué estabas pensando? —preguntó con preocupación.

—En que la odiaba —respondió, con absoluta sinceridad—. En que la odiaba, y quería herirla, tanto como ella me había herido —dijo al bajar la mirada.

—La violencia nunca resuelve nada, Sweetie. Tan solo mira lo que te ha hecho. Te han suspendido por causa de eso. —Intentó hablarle con una voz dulce y calmada, pero aquel tono no llegó a la potra.

—No tienes que recordármelo —respondió con amargura.

—Tengo que, porque soy tu hermana mayor —intentó sonreírle—. Tal vez no lo parezca, pero una vez tuve tu edad. Escucha, sé por lo que estás...

—¡No, no lo sabes! —gritó en un arranque de ira—. ¡Ni tú, ni nadie! ¡Nadie sabe por lo que estoy pasando, ni por lo que he pasado! ¡Estas últimas semanas no han sido más que terribles! ¡Y ni siquiera puedo...!

Sweetie Belle era incapaz de continuar por causa del nudo en su garganta. La potra sentía que estaba a punto de reventar, y no sabía a dónde dirigir las emociones que la agobiaban. Solo entonces se dio cuenta de que dirigirlas a alguien que solo estaba intentando apoyarla era lo peor que podía llegar a hacer, pues sabía que no tardaría mucho en lamentarlo, y no podía dejar que las cosas quedaran así entre ella y Rarity. La apreciaba demasiado como para permitir algo así.

—Lo... lo siento —se disculpó con una voz quebradiza al bajar la mirada, a punto de romper en llanto.

Su hermana se incorporó de la banca y, sin decir otra palabra, la abrazó con fuerza. Aquel gesto desconcertó a Sweetie en un principio, pero no tardó en dejarse llevar por la calidez en el abrazo de su ser querido.

—Todo estará bien —le dijo la yegua con un tono de voz aún más cálido y Sweetie Belle, a pesar de todo, no pudo evitar sonreír, pues eran las tres palabras que su corazón necesitaba escuchar en aquel preciso instante.

—Hice algo terrible —dejó escapar—. No hay vuelta atrás de eso.

—Lo hecho, hecho está, y no puede remediarse. Pero puedes dejar que eso te hunda, o puedes hacer un esfuerzo y salir adelante —aconsejó la mayor.

—No sé si podré salir adelante después de haber pisoteado mi propio futuro por una riña. No me tomarán en serio después de esto.

—Tendrás que esforzarte el doble para que lo hagan —sonrió la unicornio.

—Nada me asegura que me admitirán de nuevo en la academia. El rector dijo "hasta nuevo aviso", pero es probable que ese aviso nunca llegue —replicó Sweetie, falta de esperanzas.

—Esperemos lo mejor, entonces —cerró los ojos sin desvanecer su sonrisa.

—¿De verdad crees que todo estará bien?

—Estoy segura de que todo se solucionará. Pero si quieres que así sea, tendrás que poner de tu parte.

—Lo sé —sonrió, relajando su cuerpo y dejando descansar la cabeza en el hombro de su hermana—. Gracias Rarity.

—¿Por qué me das las gracias? Soy tu hermana mayor, es mi trabajo darte ánimos cuando los necesites —rió ella.

—Doy las gracias porque eres la mejor hermana que hubiera podido pedir —dijo con sinceridad, y la mayor no pudo evitar emocionarse ante sus palabras.

—Oh... anda, vas a hacerme... —comenzó a decir, pero ya era tarde, pues las lágrimas ya estaban bajando por las mejillas de la modista, mientras abrazaba a la menor con más fuerza.

—Hermana... no puedo... respirar —alcanzó a decir, falta de aire.

—Lo siento —dijo sin dejar de llorar, pero en ningún momento aflojó su agarre, y a Sweetie no le quedó otra opción más que quedarse ahí, feliz entre los brazos de su querida hermana, feliz de saber que había alguien que nunca le faltaría, alguien con quien siempre podría contar.

Unos minutos después, las dos unicornios se habían sentado en la banca otra vez, recuperando en parte la normalidad de su día mientras conversaban amenamente, y ninguna tenía pensado desaprovechar aquella ocasión.

Después de todo, hacía meses que no se reunían a platicar de esa forma dados el trabajo de la mayor y los estudios de la menor. Y cuando se veían en las reuniones familiares no era lo mismo, pues estaban en presencia de sus padres y del mismo Fancy. No era que le molestara, pero rara vez podían tener una conversación de chicas como aquella.

—Entonces, ¿tu nueva empleada te sigue dando problemas? —preguntó Sweetie, divertida.

—En parte, a decir verdad —suspiró la mayor—. Trabaja bien, pone mucho empeño en sus labores, pero es demasiado impuntual y a veces no se lo toma en serio.

—¿Ya hablaste con ella al respecto?

—Lo hice, pero no creo que haga mucha diferencia. Debería ser más estricta, lo sé, pero esa chica tiene otro trabajo aparte del de la boutique, y por cómo se ve al llegar puedo asegurarte de que no está durmiendo lo suficiente —comentó la unicornio, algo preocupada.

—Dos trabajos... cielos, no puedo imaginarlo —sonrió la potra.

—Exacto, y eso sin contar que también está a cargo de un familiar mayor. Si fuera alguien más no tendría problemas para ponerme firme, pero ella en verdad se está esforzando mucho.

—De verdad la aprecias, ¿no es así?

—Creo que sería más acertado decir que... la respeto. No cualquiera llega a hacer lo que ella —dijo Rarity, dibujando una pequeña sonrisa. No era difícil ver que la modista de verdad estimaba a su asistente.

—Tienes razón —respondió la menor—. Por cierto, llegaste bastante rápido —comentó, y la mayor la miró extrañada—. A la academia, quiero decir. Cuando el asistente del rector fue a buscarte creí que pasarías un buen rato buscando el atuendo adecuado para ir. Sin ofender.

—No me ofende, después de todo lo habría hecho —soltó una pequeña carcajada—. Pero no hubo necesidad esta vez, pues ya estaba arreglada, y el asistente me encontró justo cuando estaba regresando a casa.

—¿Saliste temprano del trabajo? —preguntó con curiosidad, y por alguna razón su hermana dudó mucho antes de contestar.

—No exactamente —respondió sonriente—. Es... complicado. Más adelante te lo contaré.

—¿Qué? ¡Vamos, no es justo! —se exasperó la potra—. Anda, dime.

—No lo sé...

—Por favor —se arrimó a ella, mirándola con ojos suplicantes—. ¿Si?

—Pequeña diablilla —Rarity rió por lo bajo ante aquel truco tan bajo del cual su hermana hacía uso cuando buscaba sonsacarle alguna información—. De acuerdo, te lo contaré. Pero con una condición.

—¿Cuál? ¿Cuál? —preguntó impaciente.

—Que no debes contárselo a nadie. Ni a mamá, ni a papá, ni a Fancy, ni a Twilight, ni a Spike, ni...

—¡Ya entendí! No se lo contaré a nadie —interrumpió la menor exasperada, y su hermana sonrió con ojos cerrados—. Cielos...

—Tenía que estar segura.

—¿Entonces? —preguntó, y Rarity se acercó a ella para hablarle con un tono confidente.

—De acuerdo, fui al doctor y... —Apenas había empezado cuando la energía y entusiasmo de la menor tomaron partido.

—¡¿Acaso estás...?! —habiendo anticipado la reacción de Sweetie, Rarity le tapó el hocico con su casco derecho.

—Dijiste que no se lo dirías a nadie, y estuviste a punto de gritarlo a todos en el parque —respondió con voz tranquila.

—Lo siento, no pude contenerme —se apresuró a disculparse, sólo para darse cuenta de la razón por la cual la mayor había impedido que lo dijera: había dado en el clavo—. Espera, ¿entonces...?

—Así es —respondió, con una sonrisa que apenas alcanzaba a expresar la felicidad que sentía en aquel instante.

—No... no puedo creerlo —soltó Sweetie, con los ojos muy abiertos, y una emoción abrasadora llevándose todo lo malo que había en su mente, pues sólo una cosa importaba ahora—. ¡Voy a ser tía! —susurró con una sonrisa de oreja a oreja, intentando contenerse—. ¿Cómo le pondrás si es potrillo? ¿Y si es potrilla? ¿Puedo ir a cuidarlo cuando salgas a trabajar? ¿Puedo enseñarle magia? ¿Podremos ir a pasear juntos? ¿Podemos...?

—Creo que es un poco pronto para hablar de todo eso, ¿no crees? —interrumpió la mayor—. Pero recuerda, no sé lo digas a nadie. Aún no he encontrado la forma más adecuada de darle la sorpresa a Fancy, o a nuestros padres, así que quiero que guardes el secreto hasta entonces. ¿Me lo prometes?

—Voy a ser tía. ¡Voy a ser tía! —susurró, ahogando el grito.

—Tomaré eso como un sí —respondió Rarity, segura de que su hermana podría cumplir con aquel pedido.


El reloj de pared marcó las cuatro de la tarde en la bella cabaña cercana al bosque Everfree, la cual albergaba sin discriminar a criaturas tanto grandes como pequeñas, bajo el cuidado de una amable pegaso amarilla. Todos los que allí vivían compartían el espacio en paz y armonía, a excepción de dos de ellos: un blanco y pequeño conejo con muy mal genio, y un draconequus, una criatura con cabeza de poni y un cuerpo compuesto por partes de diversos animales, una deidad milenaria que tiempo atrás se había enfrentado a las princesas del día y la noche, habiendo estado a punto de sumir al mundo en el caos.

Ahora, el primero intentaba por todos los medios sacar a la deidad de su sillón favorito, habiendo gastado todas sus energías en empujarlo sin ningún éxito. El draconequus, por su parte, ignoraba la existencia del conejo mientras comía las páginas de un periódico a medida que las leía, pues se había aburrido de fastidiar al roedor varios minutos atrás. Y así, el conejo blanco finalmente tiró la toalla, disponiéndose a sentarse en compañía de sus congéneres a varios metros de distancia del sillón, con cara de pocos amigos.

—¿Ya está listo? —preguntó la deidad, impaciente.

—¡En un momento! —respondió una alegre voz.

—Por cierto, permíteme decir que me encanta lo que has hecho con este lugar últimamente. La mesa ratona, las nuevas casas para aves... —dijo mientras examinaba la sala con la mirada—. ¿Acaso esta alfombra es nueva? —levitó el grueso y afelpado tejido junto al sillón hacia él.

—¡Si! Fue un pequeño regalo de Big Mac —aclaró ella.

La sola mención del semental le traía un fuerte disgusto al draconequus, quien sentía alergia por aquel poni que no hacía más que robarle tiempo con su preciada Fluttershy. De hecho, no pudo evitar estornudar por causa del polvo de la alfombra, estornudo que dotó de vida al afelpado, quien se dispuso a huir por la puerta abierta mientras ladraba.

No dispuesto a molestar a su anfitriona, el draconequus vestido de vaquero lazó a la escurridiza criatura sin perder tiempo, trayéndola con él y colocando la mesa ratona encima de ella, justo antes de que la amable pegaso entrara volando en la sala con una cargada bandeja en sus cascos, y una sonrisa en el rostro.

—¡Todo listo! —anunció con alegría.

—¡Fluttershy! ¡Qué sorpresa verte por aquí! —dijo la deidad cruzada de piernas y vestida de gala, con un elegante bastón y monóculo incluidos, en un intento por actuar con normalidad.

La alfombra movió una de sus esquinas, pero el draconequus colocó rápidamente su pata sobre ella sin dejar de sonreír. La pegaso amarilla puso la bandeja sobre la mesa ratona, revelando una pequeña tetera, dos tazas vacías, un pequeño bote de azúcar con una cuchara, y un gran plato de galletas.

—Lamento la demora —se disculpó al sentarse junto a él, algo apenada.

—Oh Fluttershy, por favor. No sería caballeroso de mi parte si no aguardara por una bella dama como tú —respondió con exagerada educación, y la pegaso no pudo evitar sonrojarse.

—Bueno, estuve practicando pastelería con Pinkie, y... creo que aprendí bien. Espero que te gusten las galletas con pasas —dijo con ilusión mientras dejaba la bandeja en la pequeña mesa.

—¡Mis favoritas! —dijo un draconequus con cabeza de pasa, aún vestido de gala—. Oh Fluttershy, no te hubieras molestado —agradeció, apresurándose a probar una. No era difícil para la pegaso saber que de verdad las estaba disfrutando—. ¡De-li-cio-sas! Por cierto, ¿esto cuenta como canibalismo? —preguntó con preocupación.

—No, claro que no —fue incapaz de contener la risa mientras su amigo empujaba hacia adentro la pasa gigante sobre su cuello, luego sacando su propia cabeza hacia afuera, levitando una taza de té junto a él mientras tomaba en su pata dos galletas más—. Por cierto, ¿has hablado con la princesa Celestia últimamente?

—¿Celestia? —respondió escandalizado—. Oh cielos, no. Cada vez que voy a visitarla tiene alguna tarea para darme. ¡Soy el dios del caos, no el chico de los recados! —negó con la cabeza mientras ponía té en su azúcar y revolvía con su cola—. Aún así, me invita deliciosos pasteles cuando voy, pero eso no lo compensa realmente.

—¿Qué fue lo que te pidió? —preguntó con curiosidad.

—Oh, solo pequeñeces sin importancia. "Discord, ¿podrías por favor reparar la represa de Ponyville?", "Discord, ¿serías tan amable de proteger a los embajadores de Saddle Arabia en el camino a casa?", "Discord, tienes que reparar esas brechas dimensionales. ¡El universo podría desgarrarse por completo si no lo haces!" —imitaba pobremente la voz de Celestia, haciendo uso de un títere de calcetín de baja calidad—. Bla, bla, bla. Desearía que le pidiera todas esas cosillas a Twilight, la sa-be-lo-to-do —dijo con desprecio fingido al final, uno que Fluttershy supo detectar y dejar pasar.

—De hecho, la princesa también le pide muchas cosas a Twilight.

—¿Es que no puede hacer nada por sí misma?

—Creo que también debe ocuparse de gobernar un reino.

—Oh claaaaaro, se me olvidaba. Un importante trabajo cuando el mismo es atacado por sombras, demonios, y changelings. ¿Qué eso no es tan importante?

—Vamos, no seas tan duro.

—¿Duro? Fluttershy, por favor. Eso ofende a un ente gelatinoso como yo —dijo mientras se fundía en un espeso líquido sobre el sillón, con sus ojos y hocico flotando en el centro. La pegaso fingió apenarse a causa de ello.

—Lo siento. ¿Quieres más azúcar?

—¡Me encantaría! —exclamó con alegría cuando alguien tocó la puerta—. ¿Esperabas a alguien?

—No realmente. ¡Un momento! —voló hasta la puerta, y al abrirla se encontró frente a la deidad del sol, en compañía de una de sus más queridas amigas—. ¡Princesa Celestia! Twilight, que... ¿a qué debo su visita? —sonrió la pegaso. No todos los días la princesa del sol visitaba su humilde hogar, después de todo.

—Hola Fluttershy, eh... —comenzó a decir Twilight, sin saber cómo continuar, pero para su suerte Celestia se adelantó.

—Buenas tardes, querida Fluttershy. Y buenas tardes a ti también, Discord —saludó con amabilidad.

—Oh, Celestia. Justo estábamos hablando de ti, ¿nos acompañas a tomar el té? —dijo al tomar una taza en sus patas, bebiendo la cerámica y colocando la infusión sola sobre la bandeja. El líquido, sin necesidad de nada que lo contuviera, mantenía la misma forma de la taza en la cual había estado antes.

—Lo siento, pero no podré quedarme mucho tiempo —se disculpó con una media sonrisa—. ¿Crees que podamos hablar afuera?

—Uh... —intercalando la mirada entre ambas deidades, la pegaso sintió que estaba de sobra en su propia casa, aunque no fuera así—. No se preocupen por mí, yo... tengo que ir a alimentar a mis animalitos. ¡Pueden hablar aquí! —se dispuso a salir con prisa de la cabaña, pero su amiga la detuvo.

—Voy contigo, Fluttershy.

—No, está bien Twilight. Si necesitan hablar de algo importante, yo...

—Tranquila, de paso te daré un casco con eso.

—Muchas gracias, Twi.

—Para eso están las amigas —dijo mientras salían, antes de voltear a Celestia y asentir con seriedad. Acto seguido, la deidad del sol cerró la puerta.

—De acuerdo, espero que tengas una buena excusa para interrumpir la hora del té —se quejó Discord, cruzado de brazos. Celestia se tomó un momento antes de voltearse hacia él con una seria mirada—. ¿Y bien?

—Algo terrible está sucediendo. Nuestros ponis corren peligro, y necesito de tu ayuda para salvarlos —reveló la deidad.

—Oh, por favor. ¡Equestria siempre está en peligro! Siempre hay alguien que quiere fastidiarlo todo, eso no es nada nuevo —volteó hacia un lado con indiferencia—. Tu alumnita y sus amigas pueden encargarse con sus preciados Elementos de la Armonía. ¿No es así?

—No estamos hablando solo de Equestria, sino del mundo entero —aquello captó la atención del draconequus, que la observó extrañado—. Algo terrible está sucediendo justo bajo nuestras narices, y necesitamos de tu ayuda para evitar lo que podría significar el fin de la realidad como la conocemos.

Los ojos y las palabras de Celestia no mentían. La última vez que había visto esa sombría mirada había sido cuando ella y su hermana lo encarcelaron, más de mil años atrás.

—Dame un resumen, algo con lo qué pueda trabajar —solicitó, mostrándose escéptico. Celestia cerró sus ojos mientras intentaba encontrar las palabras para sintetizar correctamente la situación.

—Hace mil trescientos años, la hija del rey Phillip escapó a las montañas, donde intentó aprender por su cuenta un hechizo que rompiera las barreras de la vida para traer de la muerte a su amado. Sabemos que todo lo necesario para lograr ese hechizo está sellado con magia justo bajo la biblioteca de Ponyville, pero se necesitan tres llaves para abrir la escotilla que da acceso.

—¿Quieres que abra la escotilla? —tronó sus garras—. ¡Senci...!

—¡No! —se apresuró a detenerlo, e incluso el mismísimo dios del caos se sorprendió de su reacción. Celestia intentó calmarse rápidamente, pero aquella expresión de terror quedó grabada en las retinas de Discord—. Por ningún motivo podemos permitir que nadie abra la escotilla. Si el enemigo tuviera acceso a su contenido... las consecuencias serían catastróficas. En los cascos equivocados, el hechizo podría desatar un infierno sobre nuestro mundo. Y créeme, no es la clase de caos que podrías disfrutar —explicó con severidad.

—Entonces, ¿para qué me necesitas? ¿Por qué no pedir la ayuda de Twilight, como siempre? —preguntó, extrañado.

—Por que ni ella ni yo podemos hacer lo que voy a pedirte ahora —Aspiró y exhaló profundamente, antes de continuar—. Esta mañana nos enfrentamos a la unicornio que, suponemos, pretende abrir la escotilla, pero desconocemos su verdadera identidad, así como sus verdaderas intenciones al hacerlo. Por lo que sabemos tiene dos cómplices: Rosewood Broke, y Green Spring. Hasta el día de hoy las dos vivían en una casa humilde en Manehattan, pero desaparecieron luego de tendernos una emboscada con esa unicornio, junto con la mayor parte de sus pertenencias.

—¿Una poni común y corriente te dio problemas? —Discord se esforzaba por ahogar sus carcajadas, sin éxito—. Celestia, haces que sea difícil respetarte —añadió al enjugar una lágrima, pero la expresión de la alicornio blanca permaneció seria en todo momento.

—No era una poni común y corriente, eso es lo que me preocupa. De hecho... siento que la conozco —cerró los ojos, meditando sus propias palabras. La sola presencia de aquella poni le había resultado familiar, pero no sabía explicar por qué—. Necesito que rastrees a esa poni, y a las otras dos. Lo único que sabemos de la enmascarada es que es una unicornio de pelaje blanco y ojos azules; es todo lo que llegamos a ver de ella. Green Spring, por otro lado, es una unicornio de pelaje verde, melena verde oscuro con reflejos blancos y ojos esmeralda, mientras que Rosewood Broke es una unicornio anciana de pelaje carbón, melena blanca y ojos celeste claro. ¿Crees que sea suficiente para rastrearlas? —preguntó a la deidad del caos, quien sonrió confiado mientras tronaba sus garras.

—Para nuestra amiga mascarita necesitaré un poco más de tiempo. Encontrar a las cómplices será pan comido —dijo mientras tomaba una de sus garras hechas de pan para luego comerla con gran entusiasmo, pero Celestia no se sorprendió ante tan desagradable espectáculo.

—Bien, empieza por lo que consideres adecuado.

—¿Algo más?

—Sí, ten mucho cuidado —aconsejó, ahora preocupada—. No sabemos a qué nos enfrentamos, y no estoy segura de que tan peligrosa sea la misión que te estoy asignando ahora. Toma todas las precauciones que creas necesarias.

—Estás hablando con la deidad del caos, ¿sabes? —preguntó divertido, arqueando una ceja, y Celestia le devolvió una sonrisa.

—A veces lo olvido —asintió ella—. En cualquier caso, por favor cuídate —dijo antes de voltearse, ya disponiéndose a partir.

—Por cierto, Celestia... —el draconequus llamó su atención, y la alicornio volteó hacia él—. La próxima vez que vengas con algo así, agradecería que al menos trajeras contigo esos deliciosos bocados de merengue que hacen tus pasteleros. Es solo una sugerencia.

—Lo tendré en cuenta para la próxima —convino con una sonrisa.


El día ya no resultaba tan gris para la estudiante de magia quien, a pesar de lo que incurriera en la academia Little Nightingale unas pocas horas atrás, ahora tenía una sonrisa en el rostro que nada ni nadie podría borrar. Después de todo, acababa de enterarse que en tan solo unos cuantos meses, junto a sus seres más queridos, daría la bienvenida a un nuevo miembro de la familia. En su mente seguía trazando planes de todas las cosas que haría junto con su sobrina o sobrino, cómo a qué jugarían, qué le enseñaría, de cómo hablarían de todo, y de cómo se volverían los mejores amigos. Su entusiasmo no conocía límites, y ya no podía esperar a que esa criatura llegase al mundo.

Pero la realidad era que, sin importar la felicidad de la que estuviera disfrutando en ese momento, todo lo que había sucedido hasta ese entonces en el presente día aún no se había esfumado, y no lo haría en un futuro próximo. Después de todo, sus acciones habían logrado que la suspendieran en la academia, y sus padres, para inscribirla, habían gastado una suma de dinero para nada modesta, razón por la cual quería retrasar tanto como pudiera su regreso a casa pues sabía que, de una forma u otra, debería contarles todo lo que había sucedido. Luego de su pequeña charla en el parque, la modista había partido con destino a su lugar de trabajo, preocupada por la forma en que su asistente podría estar manejando la boutique en su ausencia, y Sweetie Belle se quedó allí sólo un rato más, para luego salir a pasear por las calles de la gran ciudad de Canterlot intentando despejar su mente, y caminar sin rumbo fijo era justo lo que necesitaba para ello.

Pero sus pasos la fueron llevando a un lugar muy conocido para ella, a un restaurante abandonado en Cymbal St. en donde había llegado a conocer mejor a un grupo de pegasos muy particular. Se dio cuenta de ello cuando, al mirar a su izquierda por casualidad, se encontró con los sucios cristales de aquellos viejos ventanales, cubiertos en su mayor parte por tablas viejas a través de las cuales alcanzó a ver la figura de Shady Daze, quien estaba parado sobre una silla en lo que una vez había sido el comedor, mientras trataba de colgar alguna clase de objeto en el techo. No teniendo algo mejor que hacer, y con deseos de postergar su regreso a Ponyville, decidió pasar a saludar. Estuvo a punto de abrir la puerta cuando un fuerte sonido se oyó en el interior y, con gran preocupación, entró sin perder un instante.

—¡Shady! —tosió cuando una gran nube de polvo alcanzó sus vías respiratorias—. ¡Shady! Shady, ¿estás bien? ¿Qué sucedió?

—¿Sweetie? ¿Eres tú, chica? —preguntó una voz en el interior de la nube de polvo que, al disiparse, dejó ver al bajista de la banda con la mitad inferior del cuerpo cubierta por los escombros que habían caído del techo, en donde ahora sólo quedaba un gran hueco—. Cielos, ¡que gusto verte! —le sonrió.

—Oh, rayos. ¿Te lastimaste? No te preocupes, enseguida te... —se disponía a socorrerlo, cuando el semental celeste de larga y alborotada melena azul extendió las patas delanteras para detenerla.

—Wow, tranquila chica. No hace falta que gastes energías. Ni las físicas, ni las mágicas —dijo con calma, y la unicornio arqueó una ceja, extrañada.

—Pero... ¿cómo te sacaré de ahí?

—El universo tiende al desorden, ¿sabes? Solo debo esperar, y así como el universo me atrapó aquí, el universo mismo me liberará —dijo con voz tranquila y ojos cerrados. Pasaron unos cuantos segundos en silencio mientras la unicornio decidía si quedarse ahí e intentar ayudarle o partir, antes de que Shady abriera los ojos una vez más, desilusionado, y dirigiera su atención a la potra de nueva cuenta—. Bueno... tal vez sería buena idea que me echaras un casco. ¿Te molestaría...? —no terminó la pregunta cuando Sweetie giró los ojos con exasperación, iluminando su cuerno y apartando mediante levitación los escombros que el pegaso tenía encima, liberándole de su cautiverio—. ¡Gracias Sweetie! ¡Eres la mejor! —exclamó al incorporarse.

—¿Qué fue lo que sucedió? ¿Y cómo fue que...?

—Quise darle al lugar un poco de lujo poniendo una bola de espejos en el techo, pero... —respondió mientras miraba al agujero en lo que también era el suelo del segundo piso, acariciando su barbilla con el casco izquierdo—. Si, creo que esa parte estaba algo podrida.

—¿Crees? Todo este lugar se cae a pedazos, Shady. ¿En qué estabas pensando? —le reprochó, aún preocupada. Si bien no tenía heridas visibles, no descartaba la posibilidad de que el pegaso tuviera algo roto que no saltara a la vista.

—Relájate chica, estoy... —respondía mientras examinaba sus alas, sus patas y sus costados—. Si, creo que estoy vivo y entero, no hay nada de qué preocuparse. ¿Quieres una soda? —preguntó cuando un pedazo de concreto cayó en su cabeza, partiéndose a la mitad. La unicornio ahogó un gritó frente a ello, pero el pegaso no pareció notarlo en lo más mínimo—. ¿Qué?

—¿Estás... bien? —preguntó con una preocupación mayor, viendo los pedazos de concreto a los lados del pegaso. Si algo así hubiera caído sobre ella, habría terminado en el hospital general de Canterlot sin duda alguna.

—Seguro, sucede que tengo la cabeza muy dura —sonrió el semental, golpeando su sien derecha con un casco para probar su punto, produciendo un sonido hueco—. Es lo que mi padre siempre dice. Entonces, ¿quieres una? —preguntó con total normalidad, mientras que Sweetie se preguntaba de qué estaba hecho aquel pegaso. Considerando todo lo que había visto hasta ese momento, decidió no perder fuerzas en intentar responder a esa pregunta.

—Uh... claro, ¿por qué no? —asintió con media sonrisa, siguiendo al pegaso a la cocina.

El cuarto en efecto estaba bastante sucio, tal y como la primera vez que había visitado aquel restaurante, con la única adición de una pequeña nevera que Chip había conseguido a precio de oferta en una tienda a pocas calles de ahí.

—Aquí tienes. —Le lanzó una lata, y Sweetie no perdió tiempo en abrirla con su magia y beber de ella.

—Entonces, ¿cómo va la banda? —preguntó al terminar.

—Muy bien, por suerte. De hecho, nos estamos preparando para presentarnos el próximo viernes. Vendrás a vernos, ¿verdad?

—Seguro, no me lo perdería por nada.

—¡Genial! Apuesto a que Rum se alegrará de oír eso —respondió alegre, algo que hizo ruborizar a Sweetie—. Por cierto, ¿qué tal la academia? —preguntó, y los ánimos de la potra cayeron al suelo en un abrir y cerrar de ojos. Aún así, no dejó que Shady notara esto.

—Bien, creo... uh, no tengo problemas, así que está bien —contestó esquiva, con una sonrisa fingida.

—Genial, chica —elevó su lata con su ala, feliz por ella—. Sabes, si la academia no funciona, aún tenemos un puesto de vocalista vacante —bromeó él, antes de beber de nuevo.

Ahí estaba otra vez, la oferta que el mismísimo Rumble le había hecho el día en que se habían reencontrado, luego de tantos años. Aquella oferta que la unicornio rechazó al querer concentrar todas sus energías tanto en la academia como en sus estudios de magia. Sintió una agradable calidez al recordar aquella noche, justo antes de recordar lo que había sucedido en el presente día.

¿Qué haría ahora? Si lo veía de la manera más positiva posible, ahora podía concentrarse en sus estudios de magia con Twilight y mejorar su técnica aún más, algo no menos importante cuando la unicornio enmascarada aún estaba suelta en las calles. No sabía cuando deberían enfrentarla de nuevo, si es que llegaban a hacerlo, por lo que sería una buena idea aprovechar el tiempo libre que tendría de ahora en adelante para lograr una mejora significativa en sus habilidades y hechizos. ¿Pero y luego? Era obvio que no estaría con Twilight todo el día, puesto que ella también tenía labores que atender, y a muchos pequeños aparte de ella a quienes impartía sus conocimientos.

Pero por más que ahora tuviera mucho tiempo libre, no podía estar entrenando su magia todo el día, perseguida por el fantasma de la enmascarada, pues de esa forma terminaría por desgastarse física y mentalmente. No, lo que necesitaba era algo más en lo que concentrarse, algo más en qué pensar. ¿Y, por qué no, intentar ser parte de aquella banda? Si bien el comentario de Shady Daze iba en parte en broma, la oferta nunca había salido de la mesa.

—Creo... —dudó por última vez, pero no encontró razones para no tomar aquella decisión—. Creo que podría intentarlo, ¿por qué no? —dijo la unicornio con optimismo, y Shady la observó por sobre su lata, extrañado.

—Espera, ¿en verdad?

—Seguro, tengo algo de tiempo libre en estos días.

—Wow, eso... ¡Eso es genial, Sweetie! —dijo el semental con una gran sonrisa. Claramente, la oferta había seguido en pie hasta entonces—. Bueno... permíteme ser el primero en darte la bienvenida a Hearts & Wings —extendió su casco derecho, el cual la unicornio chocó con gran entusiasmo, justo cuando alguien cruzó el umbral de la puerta.

—Oye, Shady. ¿Quieres explicarme qué fue lo que pasó en...? ¿Sweetie? ¿Qué estás haciendo aquí? —se sorprendió Rumble, y Shady Daze se adelantó a dar las buenas nuevas.

—Firmando contrato con Hearts & Wings, ¡por supuesto! —dijo el semental celeste al tomar por los hombros a la potra, quien le sonrió con timidez al pegaso gris.

—¡¿En serio?! —la sonrisa de Rumble no cabía en su rostro, y Sweetie Belle se dispuso a explayarse al respecto.

—Le decía a Shady que... ahora tengo un poco más de tiempo libre, así que, si a ustedes les parece, estaría feliz de formar parte de la banda —sonrió ella, aún bajo el brazo de Shady.

—Oh vaya, ¡esto es genial! —exclamó alegre, antes de recordar la razón por la cual había pasado a la cocina en un principio, mientras admiraba el desastre en el comedor a sus espaldas—. Pero eso no es tan genial. ¿Qué sucedió ahí?

—¿Recuerdas la bola de espejos que compré? —Shady pasó a posar su brazo en el lomo de Rumble.

—Si... —comenzó a decir, con cierta desconfianza.

—Vamos a sentarnos, es una larga y divertida historia —respondió mientras lo guiaba al comedor.

—No, estoy seguro de que no lo es —Nnegó con la cabeza sabiendo que aquel relato le traería un buen dolor de cabeza, pero no sin antes voltear a Sweetie Belle—. Espera, si vas a cantar con nosotros... cielos, ¡tenemos que prepararnos para el próximo viernes!

—¡¿El próximo viernes?! —preguntó sorprendida, pues no creía que los días que restaban hasta entonces fueran tiempo suficiente para preparar una presentación. De seguro los sementales ya tenían todo listo, por lo que entrar de lleno de aquella manera en un momento así sonaba como una locura.

—Hearts & Wings va a presentarse en el Canterlot Song, y con la voz de la genial Sweetie Belle de nuestro lado, estoy seguro de que todos enloquecerán —exclamó el semental con alegría.

—Pe-pero falta poco más de una semana. ¿Estás seguro de que es suficiente tiempo para ensayar?

—¡Claro! Oye, no te lo tomes tan en serio. Solo reunámonos para ensayar en estos días, y demos lo mejor de nosotros mismos el próximo viernes. Además tú solo deberías aprender las canciones, así que no deberías tener demasiado problema. ¿Qué dices? —frente al entusiasmo de Rumble, era difícil para Sweetie negarse.

—Ha-haré lo que pueda —sonrió con timidez, siendo atrapada junto a Rumble bajo los brazos de Shady.

—¡Ese es el espíritu! —gritó el pegaso azul, y varios pedazos de concreto se desprendieron del agujero en el techo, levantando una nueva nube de polvo.


Ya eran las cinco de la tarde cuando el dragón comprobó su reloj de pulsera, habiendo perdido la cuenta de la cantidad de veces que había realizado el mismo chequeo en los últimos minutos. Suspiró con pesadumbre mientras los nervios que le aquejaban continuaban revolviendo su estómago de una forma que nunca hubiese imaginado. Aquello no pasaba desapercibido ni siquiera para su can mascota, cuyas cabezas lo observaban con curiosidad mientras el dragón pasaba el plumero sobre los estantes en la sala central de la biblioteca.

Al reparar en la mirada del cachorro, Spike bufó en un intento de quitarse de encima aquella tensión que ahora recaía sobre sus hombros, sin éxito. Había pasado las últimas horas pensando en cada palabra que diría en el momento en que Sweetie Belle cruzara la puerta del recibimiento, pues había mucho de lo que debían hablar.

Cuando finalmente concluyó que pensar las cosas antes de decirlas no era su fuerte, decidió esperar al momento en que tuviera a la potra frente a él, y solo en ese momento, decir lo que saliera de su corazón. Desde un principio supo que tarde o temprano deberían de aclarar lo que estaba sucediendo con su relación y, luego de su conversación con Apple Bloom, a Spike le urgía tanto el hacerlo que era incapaz de dejar de ver su reloj. Llegado un momento notó que el cachorro había inclinado sus dos cabezas con extrañez al mismo tiempo, y bajó la mirada antes de hablarles.

—De acuerdo, no sé qué es lo que voy a decirle. ¿Están contentos? —preguntó con desgano, pero el can no se inmutó. Spike suspiró, y procedió a quitarse su delantal de corazón y la pañoleta que cubría las púas de su cabeza, dejándolos sobre la mesa del centro—. Lo siento chicos, es solo que... estoy algo nervioso, lo siento. Oigan, ¿qué les parece si traigo la pelota? —sonrió al preguntar, y el can pareció comprender, ya que al instante comenzó a saltar con alegría—. Me lo suponía. ¡Vengan!

Spike fue seguido por Tod y Toby hasta su habitación en el primer piso donde, junto al lecho del dragón, se había preparado un gran almohadón que en teoría servía de cama para la mascota, aunque la misma solía dormir tanto en la cama de Spike como en la de Twilight. Junto a aquel espacio se encontraban un hueso de goma y una pelota mediana, dos juguetes que el dragón se había permitido unos días atrás con parte del dinero que ganaba en la granja. Al apenas tomar la pelota, el cachorro se puso en alerta máxima, parando sus cuatro orejas, inclinando la cabeza, enderezando su cola, y preparando sus patas para ir en busca del blanco en que sus cuatro ojos estaban centrados, en el instante preciso en que fuera lanzado.

—¿Están listos? ¿Listos? ¿Preparados? ¡Ya!

La lanzó a través de la puerta, y el cachorro bajó las escaleras a la carrera, ganando una increíble velocidad en el transcurso de escasos segundos. A Spike no le preocupaba, dado que no había nada en la sala central de la planta baja que el can o la pelota pudiesen romper. Y así, antes de lo que hubiera esperado, el cachorro había regresado, con sus dos cabezas batiéndose en un duelo mortal por la tenencia de la pelota.

Spike rió divertido, dado que el juego terminaba así en cada ocasión. Jugar con aquella pelota implicaba que la lanzaría una única vez en toda la tarde, pues luego de ello ninguna de las cabezas permitiría que el juguete regresara a sus garras, no hasta que su energía se hubiera consumido por completo.

El dragón se sentó al borde de la cama con una sonrisa en el rostro, siendo espectador de aquella batalla con ternura, y se preguntó durante cuánto tiempo el ortro sería capaz de jugar de esa forma sin que ello significara un peligro para el mobiliario, o el resto de los ponis. Y mientras que él estaba perdido en sus pensamientos, no notó que una figura se había asomado por el marco de la puerta hasta que ésta le habló.

—¿Holgazaneando a estas horas? No es propio de ti —cuestionó la yegua de manto lila y crin morada corta, con una sonrisa confiada. El dragón no ocultó su sorpresa al ver a Amethyst allí parada, pero correspondió su gesto instantes después. Era agradable tenerla en casa otra vez.


Sentados en taburetes a la barra del bar en aquel viejo restaurante, Rumble escuchó atento el relato de Sweetie Belle, quien narró todo lo que había sucedido en la academia apenas unas horas atrás. Cada tanto la interrumpió para preguntar por algún detalle, pero aún así fue la unicornio quien habló la mayor parte del tiempo. Tuvieron la suerte de no ser interrumpidos dado que Chip llegaría más tarde, y Shady había ido a la tienda una hora atrás. De no haber sido que estaba hablando de Shady, Rumble se habría preocupado, pero dada la forma de ser de aquel semental quien se quedaba a platicar con cualquier conocido que cruzaba en la calle, ese no era el caso.

Sweetie concluyó su historia con la conversación de su hermana en el parque, sin mencionar ningún detalle con respecto al secreto que Rarity le había pedido guardar, y el semental no supo que decir. La situación era en extremo grave, dado que no sabía cuando la reintegrarían en la academia, y era muy probable que la unicornio se perdería el resto del semestre, o incluso el año, por un acto que ella misma consideraba impulsivo y estúpido.

La potra sólo quería volver el tiempo atrás, regresar a aquel momento e impedir que aquella tonta yegua despistada cometiera aquel error, pero a menos que contaras con el poder de un unicornio de alto nivel como Starswirl, y el hechizo correspondiente, el mundo no funcionaba de esa forma.

—Vaya... una mañana agitada, ¿eh? —comentó él, sin saber bien que responder.

—No sé que me pasó —añadió—. Cuando me di cuenta... estaba peleando con ella.

—Y el rector ni siquiera te dio una segunda oportunidad —dijo él, y Sweetie desvió la mirada.

—Apesta, pero tampoco puedo decir que la mereciera —bufó cansada. Ya no tenía deseos de seguir dando vueltas al tema, pues no tenía caso alguno. Después de todo, no había nada que pudiera hacer para remediar su error.

—¿Y qué vas a hacer ahora?

—Esperar a que me reintegren, supongo —Apoyó el rostro en su casco derecho—. Ni siquiera sé cómo le voy a explicar esto a mis padres. Les costó mucho dinero enviarme allí —sus ánimos decayeron al considerar la situación que enfrentaría al regresar a su hogar. No quería ver la decepción en el rostro de sus padres, no podía hacerlo—. ¿Te molestaría si paso la noche aquí dentro? No sé si... si quiero regresar a casa hoy —pidió con vergüenza, y Rumble bebió un buen trago de su botella de jugo de manzana antes de responderle.

—Harás que tus padres se preocupen si te quedas aquí sin avisarles —la hizo recapacitar, sin voltear a verla. En efecto, tenía razón, pues en ausencia de Spike, Sweetie no tenía forma de avisar que pasaría la noche en otro lugar, y luego de lo sucedido el fin de semana anterior, eso era algo que no podía hacerles—. Sweetie... quizá no sea el más indicado para decir esto, pero en la vida huir de los problemas nunca resuelve nada. Debes hablar con tus padres, estoy seguro que te perdonarán —le sonrió comprensivo, pero ella era incapaz de corresponder a su gesto.

—Bueno, yo no estoy tan segura... —Suspiró, intentando recuperar el valor perdido—. Pero tienes razón, no puedo evitar esto para siempre. Y si me quedo... solo estaría empeorando las cosas —razonó, ahora sonriéndole al semental. Hablar con él de verdad le había sido de mucha ayuda—. Gracias por escucharme Rumble. Eres... un gran chico.

—Cuando quieras —respondió mientras bebía otro sorbo de su botella—. Entonces, ¿quieres que empecemos a ensayar hoy? —sugirió él, y la unicornio desvió la mirada hacia el reloj de pared. Ya eran casi las seis de la tarde, y aún había algo muy importante que debía de conversar con el dragón de escamas púrpuras.

—De hecho, ¿crees que podamos hacerlo mañana? Hay... hay algo que tengo que hacer antes —pidió, y el semental asintió aún con la bebida en su hocico.

—Seguro, no hay problema —respondió al tragar—. Aún hay tiempo antes de la presentación —dijo mientras Sweetie cargaba las alforjas en su lomo.

—Gracias —le sonrió, y el semental asintió mientras ella salía por la puerta frontal.

Segundos después, la yegua de melena rizada ya se encontraba camino a la estación de trenes, y mientras los nervios la consumían por dentro a causa de todo lo que le esperaba en el pueblo a su regreso, intentó recuperar al menos una fracción del valor que había habitado en su interior apenas unos minutos atrás, mientras trotaba a través de las calles iluminadas por un naranja resplandor. El sol no tardaría en ocultarse hasta el día siguiente, pero Sweetie no planeaba seguir su ejemplo.


Una agradable canción de Wildfire sonaba en el tocadiscos de Spike mientras el dragón conversaba amenamente con la yegua de manto lila. Luego de su llegada, ambos se habían sentado en el piso a los pies de la cama del menor, debatiendo sobre las obras literarias de las cuales habían disfrutado en el último tiempo mientras que la mayor se divertía fastidiando al pequeño can de dos cabezas, arrebatándole la pelota con su magia cada vez que el mismo lograba atraparla en sus fauces.

La mente de Spike había estado a punto de colapsar aquella tarde, mientras debatía en su interior todo lo que debía hablar con Sweetie Belle, por lo que la llegada de Amethyst fue un verdadero alivio para él. Ahora podía olvidarse de aquel tema hasta el regreso de la potra de melena rizada, y disfrutar de aquel momento en compañía de su mejor amiga.

—...pero en serio, ¿emparejar a Iron Hooves con su hermana adoptiva al final? Eso fue un movimiento muy equivocado por parte del autor, si me lo preguntas. Después de todo, ella sólo hizo acto de aparición a la mitad de la historia, con una excusa ridícula, y apenas aportó a la trama. No es que odie al personaje, pero que lo hayan empleado de esa manera... —opinaba Amethyst, indignada por el final que había tenido una de sus sagas favoritas, la cual había compartido con Spike unos cuantos meses atrás.

El ortro, en tanto, logró arrebatarle la pelota a la yegua, y corrió escaleras abajo para evitar que la unicornio se la robara una vez más. Amethyst, divertida, los vio partir tropezando varias veces mientras las dos cabezas continuaban su competencia por la tenencia del juguete.

—Bueno, en eso tienes razón. Además, Glass Sunflower fue su compañera desde el principio, e incluso arriesgó su vida por él frente a los Crimson Changelings. Y no una, ni dos, ¡sino tres veces! —continuó Spike, compartiendo su punto.

—¿Verdad? —replicó ella, antes de ser consciente de su propia situación frente al argumento que estaba a punto de presentar—. Pero... es cierto que Glass Sunflower no reveló sus sentimientos hasta el quinto libro de la saga, y para entonces... Iron se había enamorado de Silver Hooves.

—Eso también apesta —convino Spike, llamando la atención de Amethyst—. Si Silver se hubiera confesado antes, quizá el final de la historia habría sido diferente.

—¿En verdad lo crees? —preguntó, dudosa—. Digo... Glass tenía sus dudas con respecto a sus sentimientos, y es entendible. Ellos habían sido compañeros de batalla desde el principio, y su juramento impedía que pudieran tener una relación.

—Pero los dos sabían que se librarían de ese juramento una vez hubieran cumplido su misión. Sigo creyendo que Glass debería haberse arriesgado en ese entonces —siguió él, que de verdad le había tomado cariño a los personajes de la historia, y Amethyst sonrió con tristeza.

—¿Qué tal si sus sentimientos no eran correspondidos?

—¿Y qué tal si lo eran? —retrucó el dragón—. Era mejor preguntarlo y quitarse aquella duda —concluyó, tomando la bolsa de papas que Amethyst había traído con ella, abriéndola y sacando una buena cantidad.

La yegua, por otro lado, permaneció pensativa luego de oír sus palabras. Si bien la situación de los protagonistas en "El reino olvidado" era muy diferente a la suya, había una parte que si aplicaba bastante a ella, y era algo que ahora no podía dejar de pensar.

Ella sabía que debía confesarse, ¿pero cuándo? ¿Cómo saber si el momento era el indicado? ¿Debería aprovechar ahora, cuando estaba hablando de una situación tan parecida con el dragón quien, de hecho, opinaba que uno no debía guardarse sus sentimientos de la forma en que lo había hecho Glass Sunflower? Ella no podía, ni quería pasar por lo mismo que aquel personaje de ficción. No lo permitiría.

—Spike... —comenzó a hablar en el momento exacto en que la púa del tocadiscos se salió de la pista al terminar de reproducir "A Good Day to Live Again".

—Ni siquiera me di cuenta que iba por el último tema —rió Spike, y Amethyst tragó saliva al ahogar las palabras que había estado a punto de dejar escapar—. ¿Quieres que ponga "Sweet Ocean of Flames"?

—Me sorprende que no lo hayas hecho todavía —respondió la yegua lila con una sonrisa y una ceja en alto.

No era difícil para Amethyst fingir que todo estaba bien; después de todo, había pasado los últimos meses haciendo eso mismo, y Spike no lo había notado hasta entonces. El nuevo disco comenzó a sonar en la bocina, y la yegua se relajó soltando un profundo suspiro.

—Oh si, a eso le llamo música —comentó, para luego tomar el paquete de papas que Spike había dejado.

—¿Recuerdas cómo lo conseguimos? —preguntó al sentarse junto a ella.

—¿Cómo olvidarlo? Prácticamente pasamos por encima de los demás ponis cuando abrió la tienda para hacernos con una copia.

—Y aún así, por poco no lo logramos. En verdad, los pegasos y unicornios tenían una ventaja bastante injusta —comentó el dragón, y la yegua casi se atragantó al momento de responder.

—Vamos, ¿vas a volver sobre eso? Lo siento Spike, pero no todos los unicornios sabemos usar hechizos —respondió molesta la yegua, y el dragón se rascó las escamas de la cabeza con incomodidad ante la posibilidad de haber molestado a su amiga.

—Sabes que no era lo que quería decir.

—Lo sé, pero la idea de fastidiarte es demasiado irresistible como para dejar pasar una oportunidad cuando esta se presenta —sonrió con malicia, y el dragón soltó una pequeña risa.

—Bueno, me alegro por ti. Por mi parte, yo tengo otras oportunidades que, casualmente, tampoco puedo dejar pasar —aprovechando que tenía su brazo apoyado en el pie de la cama, lo descendió un poco más hasta Amethyst, quien se percató demasiado tarde de las intenciones de su amigo—. ¡Cómo ésta! —exclamó al tomar su costado izquierdo, capturando su cuerpo en sus brazos sin cesar su ataque de cosquillas. La unicornio se retorcía bajo el firme agarre del dragón de quien se esforzaba por escapar.

—¡No, no, no! ¡E-Spik-ke, b-basta! —reía descontroladamente.

—Oh no, claro que... —una vez más no fue capaz de evadir el cabezazo en su nariz, antes de aflojar su agarre y dejar escapar a la unicornio, quien se sentó a su lado con expresión tranquila, y ojos cerrados—. Aw, cielos.

—Uh... te lo advertí la última vez, ¿recuerdas? —le dijo mientras le veía cubrirse el hocico con ambas garras.

—Si, creí que esta vez podría esquivar el cabezazo a tiempo.

—Eres demasiado lento, dragoncin —respondió mientras tomaba otro montón de papas de la bolsa.

—Si vas a ofenderme, en mi propio cuarto, al menos ten la decencia de compartir la comida —sugirió él, y su amiga soltó un sonoro eructó al terminar de comer.

—Perdona, ¿dijiste algo?

—Es cierto, tu no tienes la más mínima idea de lo que significa ser decente —suspiró el dragón.

—Vamos, come o me las acabaré. Sabes que no tengo problema —ofreció la bolsa, y el dragón la tomó sin dudar. Se quedó observando su contenido con una sonrisa, antes de hablar sin voltear hacia su amiga.

—¿Me recuerdas por qué somos amigos?

—Porque necesitabas a alguien que te sacara del frío círculo de rutina que es tu triste vida —respondió sin dudar la unicornio lila.

—Claro, y tú necesitabas a alguien que pusiera un poco de orden en la tuya.

—Créeme, le has dado a mi vida algo más que un poco de orden —rió ella.

—Lo mismo digo, grandulona —un silencio agradable se formó luego de aquellas palabras, y Spike decidió continuar. Lo que iba a decir era algo que su querida amiga merecía saber, después de todo—. Si de mi dependiera no me... "alocaría", no de la forma en que lo hago contigo. Desde que te conozco, he hecho cosas que nunca pensé que haría, y de las cuales no me arrepiento. Por todos los cielos, me emborraché por primera vez contigo —rió al decirlo, y lejos de sólo compartir su risa, Amethyst sopesó aquellas palabras con seriedad, sin que el dragón volteara hacia ella para notarlo—. Lo que quiero decir es... me alegra traer algo de orden a tu vida, y me alegra que tú traigas algo de desorden a la mía —dijo sonriente antes de tomar otro montón de papas con su garra derecha, pero no llegaron a su destino, pues Amethyst se arrimó para tomar su mejilla derecha con el casco, para acercarlo a ella y plantar un cálido beso en la otra. Aquel afecto no fue uno rápido, sino uno en el cual la yegua no escatimó en tiempo, y aún con aquellas gruesas escamas de por medio, el dragón sintió una calidez que nunca había experimentado en su compañía.

—Suena a un intercambio justo, ¿no lo crees? —dijo ella al apartarse, con una mirada y tono de voz que Spike no supo descifrar.

—Uh... si, supongo que lo es —intentó sonar relajado al desviar la mirada, pero la verdad era que aquel gesto le había puesto las púas de punta. La expresión de Amethyst se volvió seria al darse cuenta de que ya no podía retractarse. Había llegado el momento.

—Spike —llamó su atención, y el dragón se volteó hacia ella con una media sonrisa nerviosa—. Había... hay algo que quiero decirte —continuó con seriedad, pero no pudo evitar bajar la mirada, lo cual extrañó a su amigo.

—¿De qué se trata?

"Recuerda, escoge el momento muy delicadamente. Cuando creas que el ambiente es propicio, sólo di lo que salga de ti en ese momento", recordó las palabras de Dinky, ahora resonando en su cabeza mientras su corazón comenzaba a latir con más fuerza.

—Creo... —su respiración se volvió pesada, y le resultaba difícil decir las palabras que hasta entonces había preparado en su mente. Aquello no estaba resultando tan fácil como esperaba que fuera.

"Míralo a los ojos, con la misma confianza con la que me estás mirando a mí ahora, y dile lo que sientes."

—Creo que... —continuó, ahora mirándole a los ojos.

—¿Qué es lo que crees? —preguntó extrañado.

"Al demonio...", pensó exasperada. Era ahora o nunca.

—Creo que me enamoré de tí —reveló sin duda en su mirada y, por un momento, el dragón no cayó en la cuenta de las palabras que aquella yegua había pronunciado.