Capítulo 18 – La llave de la felicidad

No había sido un día especialmente bueno para la unicornio lila, que ahora hundía su rostro en la almohada. Estaba encerrada en su habitación con las luces apagadas, donde la claridad de la luna apenas se colaba por la ventana, entre las cortinas. El reloj de pared ya marcaba las nueve de la noche, casi dos horas después de llegar a su casa luego de concluida su "plática" con Spike, la cual, desde su punto de vista, no había llegado precisamente a buen término.

—Eres una estúpida —susurró para sí misma, enterrando el rostro en la almohada incluso más para ahogar un sollozo.

Sentía regresar el dolor a su pecho y el nudo a su garganta, pero ya no tenía más lágrimas para derramar por aquel caso perdido que eran sus sentimientos no correspondidos. En ese instante, lo único que deseaba era lograr conciliar el sueño, olvidar el gran dolor que la aquejaba, y al día siguiente se preocuparía por la forma en que trataría el tema de ahí en más. Después de todo, más allá de lo que el dragón le había dicho, no sabía qué era lo que realmente pensaba. Tal vez solo le hubiera dicho todo aquello, que podrían seguir adelante como si nada hubiese sucedido, meramente para consolarla, para ahorrarle un peor dolor que habría significado decirle en aquel mismo momento que ya nada sería igual entre ellos. Y mientras la yegua seguía sumergida en aquellos pensamientos, la puerta de su habitación se abrió con lentitud, y supo de quién se trataba sin siquiera voltearse, antes de que aquella potra encendiera la luz.

—Amethyst, anda... la cena ya está servida. Incluso preparé tu ensalada favorita —llamó la unicornio de melena dorada con una sonrisa tímida, intentando animarla.

—No tengo hambre —susurró ella, y la menor suspiró antes de acercarse a su cama, sentándose a su lado—. No te preocupes por mí, Dinky. Está bien, sólo necesito descansar un poco.

—No estás bien, Amethyst. Si estuvieras bien estarías conmigo en el comedor, cenando. No aquí, y por supuesto no así.

—Déjame en paz, sólo necesito dormir.

—Te diré qué: si puedes levantar la cabeza, mirarme a los ojos y decirme que estás bien, te creeré y me iré. ¿Trato? —ofreció ella.

Hubo un largo silencio en la habitación antes de que la mayor respondiera.

—Maldición... —soltó al saber que no podía hacerlo.

—Es una suerte que mamá se haya quedado en el correo haciendo horas extras, y no esté aquí para verte así —dijo con pena, lo cual sólo aumentó el enojo de su hermana.

—¿Qué quieres de mí, Dinky? Sabes que no estoy de ánimos para nada aho... —no terminó aquella frase cuando la magia de su hermana le arrebató la almohada—. ¡Luz! Santo cielo... ¡¿se puede saber en qué estás pensando?! —preguntó enceguecida, pero cuando su vista se repuso al poco tiempo sólo encontró frente a ella el preocupado rostro de su hermana—. No me mires así... me recuerdas a papá. ¿Qué quieres? —preguntó de nuevo, pero Dinky guardó silencio, pues la mayor sabía con exactitud lo que esperaba de ella—. ¡Lo sé! Sé que no debería estar así, pero no puedo evitarlo. Lo arruiné, ¿entiendes? ¡Lo arruiné todo! Ahora ni siquiera sé con qué cara voy a mirarlo a los ojos la próxima vez que... —recibió un fuerte golpe de la almohada de plumas que le había sido arrebatada—. ¡Oye!

—Lo miras a los ojos tal y como siempre has hecho, no es tan difícil —respondió con calma—. Además, tú no has arruinado nada. ¿De qué estás hablando?

—¿De qué estoy hablando? Por todos los cielos Dinky, yo... lo besé, le dije que lo amaba, y él me rechazó. ¿Entiendes lo que es eso? ¡No sabes lo que sentí en ese momento! ¡Me destrozó! Me hizo pedazos y ahora... estoy aterrada. ¡No sé qué hacer, no sé qué decir, no sé qué sentir, y sólo quiero quedarme en este cuarto, en esta cama, y no volver a salir nunca si es posible! —gritó para arrebatarle la almohada, empujar su rostro contra ella y gritar con todas sus fuerzas, sacando todo lo que la estaba quemando por dentro. Amethyst dejó de gritar segundos después, exhausta, y dejó caer la almohada.

—¿Eso es todo? ¿Ya te desahogaste? —preguntó la menor.

—Si... —aceptó al recostarse.

—¿Puedo hablar ahora?

—Dispara —aprobó la yegua, y la potra se recostó junto a ella para tomar sus cascos en los suyos, mirándola fijamente a los ojos.

—Escucha... lamento que las cosas con Spike no hayan resultado como esperabas en un principio, pero toda esa porquería de que "lo arruinaste" es una estupidez, y sólo está en tu cabeza. ¡Además es muy pronto para rendirse! Tú ya hiciste tu parte y le dijiste lo que sentías por él. Ahora ese dragón ya sabe de tus sentimientos.

—Pero no los comparte, y eso es lo único que cuenta al final —retrucó ella, y Dinky suspiró con cansancio.

Siendo la menor de las dos, odiaba tener que ser la voz de la razón en una situación como aquella, pero sabía que era lo que su hermana necesitaba.

—Claro que no, porque los ponis cambian. Y en este caso, también los dragones pueden cambiar. Mira, lo que Spike sienta por ti no está escrito en piedra. Dijo que no sentía lo mismo que tú... ahora, pero eso podría cambiar con el tiempo.

—Digamos que tienes razón, y que lo que Spike pueda sentir cambie en el futuro. ¿Qué hay del ahora? Será incómodo si volvemos a vernos ahora, después de que lo...

—Sólo será incómodo si permites que lo sea. Si actúas natural, como si eso hubiera quedado en el pasado, él se olvidará también y podrán seguir adelante. La puerta no está del todo cerrada Amethyst... pero depende de ti abrirla en el momento adecuado. ¿Entiendes? —habló comprensiva, y la unicornio de melena agitada la miró con una enternecida media sonrisa.

—Recuérdame quién es la hermana mayor, por favor. Creo que confundimos los roles al nacer —dijo ella, viéndose envuelta en los brazos de aquella pequeña—. No sé qué haría sin ti, hermanita —susurró, hundiendo su hocico en los cabellos de su ser querido.

—Por suerte, nunca tendrás que averiguarlo —respondió sonriente.


Lo último que Sweetie habría esperado sería llegar a su hogar tan tarde aquel día, justo cuando debía de hablar con Spike con tanta urgencia, con objeto de esclarecer las bases de su relación. Y lo peor era el hecho de que sus padres aún no sabían que el rector de la academia la había suspendido. Aún no sabía cómo reaccionarían sus padres a ello, sumado al hecho de que ahora estaba llegando bastante tarde a casa, luego de lo acontecido en las montañas unos pocos días atrás. Aunque de verdad necesitaba tener esa charla, decidió que aquello debería esperar hasta el día siguiente. Después de todo, no podía sumar una decepción más para sus padres a la lista que venía armando con tanto ahínco.

La puerta cedió al empuje de su casco, y Sweetie entró en su casa con temple nervioso. Podía oír actividad en la cocina, por lo que se aventuró en aquel cuarto sin quitarse el morral, para encontrar a su madre preparando una deliciosa ensalada de frutos rojos en la mesada, y a su padre lavando los platos que de seguro había dejado "remojar" desde el mediodía, pues siempre esperaba hasta último momento para ocuparse de sus labores. Ninguno de ellos había notado su presencia pues estaban en medio de una conversación que, de alguna forma, se había convertido en lo que Sweetie oyó al acercarse.

—Sólo digo que si tuvieras una caña con un anzuelo que buscara a los peces sería más que eficiente. Tal vez nuestra hija tenga un hechizo para crearla —sugirió Cookie Crumbles con una sonrisa amable.

—Querida, eso le quitaría todo el sentido a la pesca. Los sementales no sólo buscamos pescar por deporte, también buscamos relajarnos en el proceso. No hay nada mejor que disfrutar de la calma de un lago y la vista de este, agudizando todos tus sentidos, y preparándote para el momento justo y preciso en el que debes tirar de la caña para ser capaz de capturar un pez. No dudo que nuestra hija podría hacerlo, pero eso le quitaría todo el sentido —respondió Hondo Flanks, con toda seguridad.

—Sólo era una sugerencia, no tienes que tomarte todo a pecho —añadió con toda tranquilidad.

—Lo siento querida, es sólo que a veces mi pasión sale a flote, y no puedo detenerla. Tú lo sabes.

—Por supuesto que lo sé.

—Sweetie ya debería estar llegando, ¿no es así? —preguntó el padre al mirar el reloj en la pared, y Sweetie tragó saliva.

—De hecho... —alcanzó a decir la potra, llamando la atención de los mayores.

—¡Sweetie Belle! Linda, no te oímos entrar.

—Perdón por llegar tan tarde, es que...

—Un problema con las ovejas en las vías, ¿verdad? Daisy dijo que su orden de una pastelería en Canterlot se había retrasado por eso, y a razón de ello no pudo hacer su fiesta de té tal y como ella quería. No te preocupes por eso linda, y ve a dejar tus cosas en tu cuarto, la cena estará lista en un momento —dijo comprensiva la madre antes de regresar a su labor, volviendo la vista a su hija cuando la vio allí parada, en el mismo lugar y sin intenciones de moverse—. Hijita, ¿te sucede algo?

—Hay... hay algo que tengo que contarles —dijo Sweetie al tragar saliva, algo que no hizo más que disparar la preocupación por parte de sus padres.

Al principio le fue difícil, pero finalmente la potra se decidió a contar a sus padres todo lo que había sucedido aquel día, todo lo que necesitaban saber. Los problemas que había tenido con Silver Spoon en el último tiempo, la forma en que aquella le había molestado aquel día, y la situación en la que había desembocado ese problema. Al principio su padre se enfureció y estuvo a punto de escarmentarle, pero fue detenido por la madre que ya le había visto venir, y no podía permitir que lo hiciera. Después de todo, la potra nunca había tenido problemas de conducta nunca antes, y le preocupaba no saber cuál era el causante original de su actuar.

Cookie Crumbles conocía a su hija como a su propio casco, y aunque le era difícil imaginar que tanto había pasado por la cabeza de aquella niña al momento de actuar así, sabía bien por causa de su expresión que lo último que necesitaba era un mayor castigo, sobretodo cuando la habían suspendido de la escuela que ella tanto adoraba, pues la consideraba el camino que la llevaría a cumplir su sueño. Más tarde tendría tiempo de platicar a solas con su hija y comprender qué era lo que estaba sucediendo con ella, qué estaba ocurriendo en su vida, pues como su madre de verdad necesitaba saberlo.

—Cielos, necesito… sentarme un momento.

—Lo siento papá —musitó, con los ojos humedecidos—. Sé que mamá y tú pusieron mucho dinero para inscribirme ahí, y… sé que los decepcioné —dijo al tragar saliva. Su padre, mirando hacia el suelo desde el sillón, no volteó hacia ella.

—Sweetie, cariño… no te preocupes por eso, el dinero no es lo que me preocupa. Me preocupa más el hecho de que… estés cambiando —y el semental dijo esto con un gran peso en su corazón, uno que Sweetie percibió, a su pesar, con mucha facilidad—. Yo también fui joven, cariño. Sé que a esa edad se suelen hacer locuras, pero tú... estuviste a punto de lastimar gravemente a alguien. Entiendes lo que eso significa, ¿verdad? —le preguntó, pero la unicornio fue incapaz de mirarle a los ojos mientras asentía con una infinita vergüenza—. Sweetie, por favor, necesito saberlo. ¿Has sido sincera con nosotros?

—¿A qué te refieres? —preguntó al levantar la mirada, con la duda marcada en los ojos.

—No me explico cómo una potra tan buena y educada como tú haya hecho algo así el día de hoy. Me hace pensar que… que están pasando cosas en tu vida que no nos estás contando. De otra forma, no me explico que hayas atacado así a una compañera —explicó el padre—. Hija, por favor, respóndeme. ¿Has sido honesta con nosotros?

Aquellas palabras rompieron el alma de Sweetie, no sólo por lo que implicaban, sino por el rostro de su padre al proferirlas. Hondo Flanks parecía haber envejecido varios años en los pocos minutos que había durado aquella conversación, y la potra no estaba segura de cuánto tiempo más podría soportar aquella dolida y confundida mirada que nunca había visto en los ojos de su padre. El problema fue que no pudo evitar mirar hacia abajo al momento de responder a su pregunta con la última respuesta que el semental quería oír.

—Si… lo he sido —respondió, incapaz de mirarle a los ojos. Hondo bajó también bajó la mirada, dolido por su falta de confianza.

—Está bien hija —respondió con una sonrisa forzada, antes de incorporarse—. Me voy a dormir, que tengan buenas noches —anunció, ya dirigiéndose a las escaleras del recibimiento.

—Pero aún no hemos cenado —le detuvo Cookie.

—No te preocupes linda, no tengo hambre —dijo sin voltearse, y tanto su mujer como su hija le observaron retirarse escaleras arriba con el paso cansado, desde el marco de la cocina, al tiempo que la yegua se llevaba el casco a la frente para suspirar con pesadez, antes de volverse hacia la hija.

—Sweetie, no voy a obligarte a que nos cuentes qué es lo que te está sucediendo, aunque sí me gustaría que tuvieras más confianza en nosotros.

—No quiero preocuparlos más.

—Entonces no estás haciendo un buen trabajo —dijo cortante, aspirando por la nariz mediante un gesto con el que, su hija supo, Cookie se esforzaba por no derramar una sola lágrima—. Si no vas a decirnos lo que te está ocurriendo, al menos trata de no meterte en problemas —concluyó con enojo antes de retirarse escaleras arriba, y la potra se quedó allí, mirando a la ensalada de frutos rojos que su madre había estado preparando con tanto reparo, y que ahora quedaría allí, sin que nadie probara bocado alguno de ella.

—Lo siento —musitó una dolida Sweetie Belle, antes de apagar las luces de la cocina. Ya nadie iba a visitar aquel cuarto por el resto de la noche.


Y mientras eso sucedía, la hermana mayor de Sweetie Belle se encontraba sentada en el sillón de la sala de estar de su querido hogar, frente a la chimenea, acurrucada junto al semental al que más amaba, ambos amparados bajo el cálido fulgor que proyectaba la chimenea. Si bien el invierno ya había sido empacado unas pocas semanas atrás, aquella era una noche particularmente fresca, y Rarity no pensaba dejar pasar una de sus últimas oportunidades de aprovechar el hogar antes de que la verdadera calidez de la primavera hiciera acto de presencia.

Fancy Pants contemplaba estupefacto a su sonriente esposa, sin saber qué decir, ni tampoco saber si lo que estaba oyendo era una ilusión o no. Fuera como fuese, no pudo hacer más que sonreír con los ojos humedecidos al momento de abrazar a su amada, plantando un fuerte beso en su cuello antes de hundir su hocico en sus cabellos, aun no sabiendo cómo reaccionar ante la noticia que había recibido. Dada su edad y el hecho de que nunca en su vida lo había considerado, aquello tenía toda la pinta de ser un sueño maravilloso.

—Vamos… a tener un hijo. ¡Vamos a ser padres!

—¡Si! Aunque… —de pronto se mostró dudosa de hacer la pregunta que había pasado por su mente—. No te molestaría que fuese "hija", ¿verdad?

—¿Esa es una pregunta de verdad?

—Nunca está de más saberlo —se excusó con una sonrisa inocente—. Los sementales usualmente prefieren que su primera cría sea potrillo.

—Cariño, por todos los… ¡vamos a ser padres! ¡Mi felicidad será absoluta sin importar el sexo de nuestro hijo! ¿De verdad crees que eso va a condicionar mi alegría?

—Claro que no, pero me encanta molestarte —dijo con tono juguetón al dar tocar la punta de su nariz con su casco—. Y será mejor que me disfrutes así mientras aún puedas. Mi madre me dijo que, antes de tenerme, tenía muchos cambios de humor, así como muchos antojos. Y hablando de eso… creo que me encantarían unas moras ahora mismo.

—¿Los antojos ya empezaron? —preguntó con una ceja en alto.

—Quizá no los del embarazo aun, pero de verdad tengo ganas de comer moras.

—Haré que el mayordomo las traiga de inmediato, entonces.

—Oh, no molestes a Slate, puedo ir a buscarlas yo misma. Pero…

—¿Qué ocurre?

—Supongamos que… no pueda mantener mi forma durante el embarazo. No es que vaya a ser así, pero en el determinado caso de que eso suceda, si llego a… aumentar unos…

—Seguirás siendo la yegua más perfecta de toda Equestria. Incluso más.

—Eres un mentiroso… pero gracias —dijo al abrazarlo con fuerza.

En medio de aquel afecto, abrió los ojos a tiempo para observar un extraño destello proveniente de una de las estanterías de la habitación, del pequeño estuche de cristal en donde reposaba la rosa de diamante que su hermana y su mejor amigo le habían regalado ya varios meses atrás. Por un momento creyó haberlo imaginado, pero a medida que más lo contemplaba, más le parecía que el diamante había proyectado una luz propia, antes de que la voz de su marido la sacase de sus pensamientos.

—¿Sucede algo, cariño? —preguntó al apartarse, extrañado por su silencio, y ahora por su mirada, pero la yegua disimuló muy bien el hecho de que había estado a kilómetros de distancia de aquella habitación unos segundos atrás.

—¡Para nada! Todo está bien —respondió Rarity al abrazarlo una vez más, pero su atención se centró por un momento en la Rosa Eterna, mientras adoptaba un semblante más serio, pero su esposo no lo notó.


Ya estaba bien entrada la madrugada cuando un molesto sonido despertó al dragón de su dulce sueño, abriendo los ojos para encontrarse de lleno al cachorro de dos cabezas profundamente dormido junto a él, empujando su hocico con sus patas. Spike se apartó con una sonrisa, pronto dirigiendo su mirada al cristal de su ventana en el preciso instante en que una pequeña piedra golpeaba contra ella. Las orejas del ortro parecieron reaccionar ante el sonido, pero no interrumpieron su sueño, y tampoco lo hizo el dragón, pues se incorporó muy despacio y con cuidado, y se dirigió en puntas de pata hacia la ventana, para encontrar al pie del árbol que habitaba a la unicornio de pelaje rosa y púrpura, que le sonrió con timidez.

"¿Qué está haciendo aquí a esta hora?", pensó el dragón.

Su pregunta se vio respondida unos minutos después, luego de bajar a la sala del recibimiento y abrirle la puerta a su amiga noctámbula, regresando silenciosamente a su cuarto escaleras arriba junto a ella. Al cruzar el umbral de su habitación, agradeció que el can con el que compartía cama no fuera un ladrador avezado, pues al ver a Sweetie se lanzó hacia ella en busca de cariño, y la unicornio le tomó en sus patas con un fuerte abrazo, al tiempo que las dos cabezas lamían su rostro con gran emoción, como si no le hubieran visto durante mucho tiempo. Pero Spike seguía mirándola con preocupación, aun necesitando saber por qué la unicornio se encontraba en su casa a las tres de la mañana.

—Siento haberte despertado —se disculpó ella, cuando ambos se sentaron al pie de la cama, con la potra aun acariciando las cabezas de su querida mascota.

—No te preocupes por eso, tengo el sueño ligero —le restó importancia—. Pero, ¿qué hay de ti? ¿Qué fue lo que pasó? —preguntó con preocupación.

—¿Quieres la versión larga, o la corta?

—La que de verdad quieras contar —respondió sin cambiar su expresión, y la unicornio sonrió.

—Decepcioné a mis padres —habló finalmente—. No pude contenerme cuando Silver Spoon me provocó, y terminé atacándola en la cafetería de la academia. El rector me suspendió de actividades por tiempo indefinido.

—Eso es… pesado.

—No imaginas cuanto —dijo con tristeza—. Mis padres me conocen, saben que no estoy bien, pero cuando me preguntaron qué era lo que me sucedía, yo… les dije que nada, pero ellos sabían que estaba mintiendo. Nunca fui buena para ocultar algo.

—Por todos los cielos Sweetie, y… ¿qué vas a hacer ahora?

—No tengo idea, Spike. Para ser franca, nunca estuve tan perdida en toda mi vida. Y luego de eso, de que Rarity me sacara de la academia, fui donde Rumble para platicar con él y… terminé por aceptar formar parte de su banda —reveló ella al levantar la mirada, encontrando que el dragón la contemplaba como si no supiera quien era la potra que se encontraba sentada frente a él—. No te preocupes, yo tampoco sé qué rayos estoy haciendo —forzó una sonrisa al bajar la mirada y encontrarse con los preocupados ojos de sus queridos canes, avergonzada de sí misma. Spike suspiró sorprendido, seleccionando sus palabras con delicadeza antes de darle una respuesta a la unicornio.

—Asumo que no les has dicho a tus padres esto último.

—Hubiera sido la gota que derramó el vaso.

—Puedo imaginarlo. De acuerdo, escucha Sweetie… quizá me equivoque, pero voy a asumir que lo que sucedió hoy vino, de alguna forma, de lo que nos ocurrió en la mansión hace unos días.

—Y no te equivocarás —dijo ella, antes de encontrarse con la preocupada mirada del dragón—. Spike… estuvimos a punto de morir. Esa yegua trató de matarte, e incluso todavía puedo ver el espacio en tu estómago donde tus escamas se ven diferentes, el lugar en donde la enmascarada te atacó con un hechizo cuyo nivel no soy capaz de igualar. Apenas soy capaz de teletransportarme, pero esa unicornio puede utilizar hechizos de alto nivel sin sudar una sola gota. Si se enterara de que estamos vivos, podría venir detrás de nosotros en cualquier momento. En la mansión apenas logramos salir con vida de milagro, pero si la encontráramos de nuevo…

—Lo sé, créeme que lo he pensado mucho —admitió Spike.

—La única seguridad que tenemos es que la guardia lunar nos está protegiendo. De hecho, alcancé a ver la silueta de un poni noctral en el cielo cuando venía hacia aquí, y no creo que esa unicornio se arriesgue a atacarnos de momento. Aun así…

—Lo sé, la sensación de que estamos en un peligro constante sigue ahí. Sólo nos queda esperar a que la capturen, ya no podemos hacer otra cosa —dijo el dragón, luego de lo cual consideró las implicaciones de aquello en lo sucedido con la potra aquel día—. El estrés de esta situación es lo que te hizo actuar así el día de hoy.

—No es algo lindo tener miedo constante. Creo que tú eres el único que puede entenderlo, Spike. Después de todo, los dos pasamos por lo mismo —dijo al mirarle a los ojos.

—Si, y será mejor que intentemos olvidarnos de todo eso de momento. Mientras menos pensemos en esa poni, mejor será para los dos.

—Es algo difícil después de todo lo que ha ocurrido.

—Pero tenemos qué, Sweetie —respondió, con seria mirada.

Sweetie lo sabía, sabía que el dragón tenía razón, pero las imágenes de lo ocurrido en la mansión de Ameria seguían aún frescas en su mente.

—Supongo que tienes razón —asintió ella, no deseando seguir hablando más de aquel tema—. Entonces… ¿Apple Bloom y tú van a comenzar las obras en el restaurante?

—Hoy lo hablamos con Applejack. Dijo que, siempre y cuando cumpliéramos con nuestro trabajo por la mañana, podríamos trabajar allí por la tarde, y que incluso ella nos ayudaría.

—¡Eso es genial, Spike! Pero, ¿de verdad no tiene problema?

—Supongo que no. Después de todo, Big Mac puede ocuparse de todo en nuestra ausencia.

—No dejo de pensar que tendrá mucho trabajo.

—Pero esto significará una buena cantidad extra de bits para todos.

—¿Y qué piensas hacer con tu parte?

—Cuando todo esté… más tranquilo, estaba pensando en pedirle unas vacaciones a AJ, pues tenía deseos de viajar.

—¿Viajar? ¿A dónde irás?

—Siempre he querido ver Griffonia con mis propios ojos. Dicen que es un lugar encantador, y las fotos de paisajes que he visto del imperio en general no han hecho más que tentarme a hacerlo.

—Pero... ¿Irás sólo?

—A decir verdad, hasta ahora no había considerado ir acompañado —admitió él—. Twilight y tú tienen sus clases de magia, ella como maestra y tú como aprendiz. Y los demás… bueno, no sé de nadie que tenga deseos de alejarse de Equestria.

—Tienes razón —dijo ella, pensativa, antes de recostarse contra su hombro—. Apenas acabas de decírmelo… pero ya estoy extrañándote —musitó al sonreírle, sus miradas encontrándose por un momento en el cual reinó un agradable silencio, uno que ninguno de los dos quiso romper.

Ninguno de los dos se dio cuenta en qué momento comenzaron a aproximarse el uno al otro, antes de que sus labios se encontraran en un tierno beso, antes de que la potra se apartara brevemente, sus mejillas sonrojadas y su mirada clavada en la del dragón frente a ella, antes de aproximarse una vez más en busca de un nuevo afecto, pero esta vez sus labios arremetieron con más fuerza contra los suyos.

El dragón, no menos sorprendido, no se permitió quedarse atrás, intentando seguir el ritmo de la yegua que ahora llevaba un brazo a la nuca de su compañero, jalándole hacia ella con más fuerza, mientras el cachorro que antes había descansado sobre ella procuraba escapar hacia la cama de su dueño, lejos de aquellos besos bruscos y apasionados propios de dos adolescentes calenturientos. Pero el dragón se paralizó cuando sintió arder la sangre fría que corría en sus venas, sangre que ardía de deseo por la yegua que ahora le abrazaba.

Y fue por eso que sintió la repentina necesidad de apartarse, a pesar de que los labios de Sweetie eran lo más cercano al paraíso que alguna vez había conocido. Pero aquella sensación le recordó brevemente a aquel instante en la mansión de Ameria, el momento en que la oscuridad desató los instintos más básicos de una bestia al momento de enfrentarse a la enmascarada, y la adrenalina que sintió correr por su cuerpo en ese instante le trajo un recuerdo fugaz de aquella situación. Pero la potra nunca lo hubiese adivinado.

—Disculpa, ¿estuve mal? —preguntó la potra, preocupada.

—Cielos, no. Estuviste… muy bien —rió el dragón—. Es sólo que me sorprendiste, es todo. Supongo que aún no me acostumbro a la idea de…

—¿De besarnos? —preguntó con una sonrisa tímida, haciendo que el dragón se sonrojara.

—Bueno, sí —respondió apenado—. La verdad es que todo esto es algo nuevo para mí.

—No creas que no lo es para mí también, Spike. Después de todo, nunca he tenido un… —decía ella, pero de pronto se sintió incapaz de completar aquella oración, incapaz de utilizar una palabra que quizá no cuadraría para Spike en aquel mismo momento.

De esa forma, rememoró la conversación que había tenido aquel mismo día con Aquamarine, su amiga y compañera de la academia. Spike adivinó sus pensamientos con sólo notar su mirada perdida, pues sabía que estaba considerando exactamente lo mismo que él.

—Tenemos que hablar, ¿cierto? —preguntó el dragón, rascándose la nuca con cierta pena, mientras ambos eran observados con atención por el ortro a sus espaldas.

—Si, supongo —respondió ella al encogerse de hombros.

—Escucha...

—Yo… —hablaron al mismo tiempo, compartiendo una risa después.

—Tú primero.

—No, tú primera. Anda.

—Está bien… —aceptó, aspirando y exhalando lentamente—. Spike, tú… me gustas. Me gustas mucho, y estar contigo… me hace muy feliz. Aunque admito que hasta hace unas semanas no te había visto más que como un amigo, pero… —le decía, cuando el dragón puso una garra en su pecho, fingiendo dolor—. Vamos, déjame terminar —rió ella—. Así era hasta hace unas semanas, pero entonces me di cuenta de que… —decía la unicornio, haciendo una corta pausa para considerar las palabras que usaría a continuación—. Comencé a pensar en todos los momentos que compartimos desde niños, la forma en que siempre nos apoyamos mutuamente, tanto en tonterías como en asuntos… realmente serios. Pero siempre estuvimos ahí el uno para el otro y, sin darme cuenta, comencé a sentirme de otra manera cuando estaba junto a ti —sonrió al mirarle a los ojos—. Cuando estoy contigo siento que no estoy sola, siento que me entiendes de una forma que nadie más puede, y es cuando estoy contigo que puedo ser yo misma, porque sé que tú me aceptas como la potra que soy, sin importar nada más —unió sus cascos sobre sus patas traseras, apenada—. Es por eso que te amo. Es por eso que sé que te he amado desde siempre, aún sin darme cuenta, y es por eso que puedo estar aquí ahora, frente a ti, y decirlo con toda la seguridad del mundo, porque sé dentro de mi corazón que es la más sincera verdad —concluyó ella, tomando la garra derecha de un sonrojado dragón, y llevándola hacia su pecho.

—Está… latiendo... muy fuerte —tropezó Spike con sus palabras.

—Así es —le sonrió ella, esperando una respuesta por su parte, una respuesta que el dragón le dio al retirar su garra, aún apenado.

—Yo también te amo, Sweetie —respondió con una cálida sonrisa—. Si te soy sincero, no sabré decir el momento exacto en que comencé a enamorarme de ti, pero sí puedo decir en qué momento me di cuenta de ello. ¿Recuerdas aquella tarde que pasamos jugando junto a Tod y Toby en ese terreno abandonado?

—Eso fue hace menos de una semana —dijo ella, riendo.

—No dije que hubiera sido hace mucho —se encogió de hombros, y la yegua le permitió continuar—. Pero fue en ese entonces cuando me di cuenta de que, lo que creí sentir como una amistad muy cercana contigo, era… algo más que eso. Al principio me fue difícil aceptarlo, por… situaciones que ocurrieron hace unos pocos meses, y sobre las que no necesitamos regresar.

—Y pasó por tu cabeza que, si creías sentir algo por mí, podría venir del hecho de que antes habías estado enamorado de mi hermana mayor. ¿No es así? —dijo sin tapujos la potra, y al dragón le costó admitir algo como aquello—. Lo siento, a veces digo cosas sin pensar. Sólo a veces.

—Por más que me duela, esa es la realidad. Al principio quise negar esos sentimientos porque creí que sólo estaba intentando compensar lo que nunca había tenido. Pero, al final, entendí que no era así. Entendí que aquellos sentimientos eran verdaderos, y que… y que no quería estar lejos de ti. Ya no.

—Que romántico —dijo ella, melodiosamente—. Sobre todo por la parte en que hace unos meses estabas enamorado de mi hermana.

—No vas a dejarme olvidarlo, ¿verdad?

—Creo que llegamos a un punto en que, luego de todo lo que vivimos en tan poco tiempo, podemos reírnos de… esas cosas del pasado. ¿No lo crees?

—No es mi estilo, pero puedo intentarlo.

—¡Ese es el espíritu! —dijo al palmearle la espalda, percibiendo un fuerte espasmo y un quejido por parte del dragón—. Lo siento, ¿te dolió?

—No, está bien. Es sólo que… ese punto en la espalda ha estado fastidiándome desde el sábado.

—¿Te lastimó allí también?

—Creo que me golpeé con una roca filosa cuando escapamos por el túnel bajo la cascada. Pero no te preocupes por eso, en unos días debería estar bien.

—Es difícil que no me preocupe, Spike.

—Simplemente recuerda que soy un dragón, una criatura bastante más resistente que cualquier otra.

—Pero no irrompible —replicó ella—. Lo siento, es sólo que no puedo evitarlo.

—Yo tampoco —admitió él—. ¿Y qué vas a hacer con tus padres?

—De momento quiero dejarlos fuera de esto. Temo que, si se involucran, podrían correr peligro.

—¿Y no es más arriesgado que no sepan lo que está ocurriendo?

—Ahora mismo ya están preocupados por mí, pero si les dijera sería mucho peor. Además, si las princesas están en busca de esa poni, estoy segura de que la encontrarán. Todo saldrá bien al final, lo sé.

—De verdad espero que así sea.

—Entonces… volviendo al otro tema —volvió a dirigirse al dragón, aunque con cierta ansiedad. Ciertamente se sentía algo incómoda de hacer una pregunta como aquella, pero era necesario. La potra de verdad necesitaba una respuesta—. Es sólo para confirmarlo, pero… ¿qué somos exactamente?

—¿Te refieres a…?

—Nuestra relación —cortó ella—. Lo sé, sé que suena tonto, pero… solo quiero saberlo, quiero que todo esté claro entre nosotros, dado que prácticamente hasta ayer nos considerábamos como amigos el uno al otro. ¿Verdad?

—Tienes razón —aceptó él—. Bueno, sabemos que tenemos sentimientos el uno por el otro y, de aún ser amigos, no expresaríamos nuestro cariño de otras formas…

—Spike, sé que eres algo pudoroso, pero… lo haces sonar como si fuese una especie de trámite, o algo parecido —se divirtió ella.

—De acuerdo, ¿cómo lo harías tú?

—Podríamos simplemente decir que… somos pareja —sugirió, arqueando una ceja—. ¿Qué dices?

—Suena bien —dijo el dragón, tomando la iniciativa y acercándose al rostro de la potra una vez más, robándole un beso y apartándose lo suficiente para aún sentir sobre sus escamas la respiración agitada de aquella yegua—. Suena… muy bien —dijo él, y la potra se apartó sin dejar de sonreírle.

—Me encantaría quedarme, pero… es muy tarde, y si mis padres se despiertan y no me encuentran en mi habitación, no terminará bien —dijo al incorporarse—. Así que… ¿nos vemos mañana en la tarde?

—Nos vemos mañana en la tarde.

—Gracias Spike… de verdad necesitaba hablar contigo.

—Está bien. Si me necesitas, sabes dónde encontrarme.

—Gracias —repitió ella, con gran felicidad.

—Oye, uh... —el dragón se rascó la cabeza, mientras consideraba la pregunta que iba a hacerle—. ¿Quieres que salgamos mañana?

—¿Salir, salir?

—A pasear, sí.

—Lo siento, pero... le prometí a Rumble que practicaríamos para la presentación de la semana que viene en Canterlot Song. No te molesta, ¿verdad?

—Para nada. ¿Se presentarán la semana que viene?

—El viernes, para ser más exactos.

—¿No es demasiado pronto? Digo, apenas acabas de unirte.

—Yo también lo pensé, pero... los chicos de verdad querían que cantara con ellos y yo... no pude resistir. Después de todo, yo también quiero hacerlo.

—Bueno, entonces allí estaré, en primera fila. ¿Qué tan avergonzada te sentirías si fuera con una playera con tu rostro, y un banderín?

—Demasiado.

—Es bueno saberlo —le sonrió con picardía.

—Podemos salir el próximo sábado, ¿qué dices?

—Sería genial. Podríamos incluso pasar el día en ese terreno que nos mostraste, junto a Tod y Toby.

—Tenlo por seguro —aceptó ella, acercándose al dragón para abrazarlo con fuerza—. Eres lo mejor que me ha pasado, Spike.

—Sería redundante si yo también lo dijera, pero sabes que siento lo mismo —dijo al corresponder su cálido abrazo—. Te amo, Sweetie Belle —musitó él, y la potra se apartó para depositar un tierno beso en sus labios.

—Y yo a ti —dijo ella, antes de apartarse y acercarse a la cama, acariciando al cachorro que, con felicidad, recibió las dulces caricias de la potra, antes de que Sweetie se retirara en dirección a la puerta.

—Que tengan dulces sueños —se despidió, cerrando la puerta con delicadeza, y Spike se dejó caer en el suelo con las garras detrás de su nuca.

"Soy un maldito afortunado", pensó el dragón sonriente, quedándose mirando al techo.

Luego de oír el sonido de la puerta escaleras abajo, el cachorro bajó al pecho de Spike, buscando un lugar cómodo y cálido para pasar la noche y, al igual que el dragón, se durmió a los pocos minutos en el mismo lugar.


Antes de que la potra de melena rosa y púrpura se hubiese dado cuenta, el sol ya estaba asomando en el horizonte, pero ella apenas había pegado el ojo durante la noche. No podía dejar de pensar en todo lo que había sucedido el día anterior, ni en lo que sucedería de allí en más. En un día normal ya estaría saliendo de su hogar con objeto de ir a la academia, y continuar su preparación para convertirse en una gran artista en un futuro no muy lejano, pero aquello no iba a suceder ese día.

La potra bajó las escaleras y entró en la cocina, encontrando la ensalada que su madre había preparado la noche anterior en el mismo lugar, echada a perder. Volteando la mirada al sentir aquella culpa renacer en su interior, la potra se dirigió a la alacena y tomó algunas galletas de limón de un paquete abierto que restaba en aquel lugar, no queriendo desayunar otra cosa antes de partir. No quería estar en su casa durante aquel día por lo que, aprovechando la copia de la llave que Rumble le había facilitado la tarde anterior, iría al restaurante a pasar el rato hasta que el resto de Hearts & Wings llegara.

Luego de su improvisado desayuno, Sweetie Belle subió las escaleras para tomar su morral, dejó una nota en el escritorio de su habitación, y finalmente partió de su hogar, no dispuesta a estar ahí cuando sus padres despertaran.

Pasaron un par de horas antes de que una preocupada Cookie saliera de su cuarto en busca de su hija, para esclarecer lo que había sucedido la noche anterior, para aclarar sus dudas y descubrir qué era lo que estaba sucediendo con su ser querido. Al abrir la puerta de su habitación, encontró que su querida hija ya no estaba ahí. Su mirada se centró por un instante en el papel dejado sobre el escritorio junto a su cama, y la yegua se acercó para divisar lo que el mensaje ponía. La potra sabía que su madre sería la primera en verlo.

"Mamá:

Siento estar diciéndote esto con una nota, pero no tengo el valor para hacerlo cara a cara, porque soy yo la que está cometiendo todos estos errores, y decepcionando a todos los ponis a mi alrededor. Siento haberlos decepcionado, a papá y a ti.

No puedo decir que he tomado buenas decisiones en estos últimos días, y al verme al espejo… ya no reconozco a la poni que fui, ni tampoco reconozco a la poni que se refleja. Por eso les pido perdón, perdón por hacerles pasar por esto, perdón por hacerlos preocuparse por mí, y perdón por no poder ser sincera con ustedes, con los ponis a quienes más amo.

Ahora iré a Canterlot y pasaré el día ahí, así que no me esperen para cenar. Necesito pensar en muchas cosas, y no podré hacerlo en casa. Lo siento."

La yegua mantuvo la carta frente a ella por un breve momento antes de que una de sus lágrimas tocara el papel, pero la unicornio no tardó en recomponerse, dejando la nota en el mismo lugar y partiendo escaleras abajo, viendo en el reloj que ya eran más de las diez de la mañana, y calculó que la poni que pensaba ir a buscar ya estaría desocupada, probablemente, aunque no la detendría el hecho de que lo estuviera.

Para cuando avistó la biblioteca Golden Oak a una escasa distancia, la princesa Twilight Sparkle estaba dejando salir a los varios potrillos unicornios que tomaban sus clases de magia con ella durante la mañana, y la yegua no perdió tiempo para acercarse. La princesa se mostró sorprendida al ver a Cookie allí.

—Y recuerden, hoy tienen que leer desde la página cincuenta y nueve hasta la sesenta y cinco del manual de hechizos básicos. Mañana practicaremos especialmente la levitación.

—¡Si profesora Twilight! —gritaron al unísono algunos de ellos, y la alicornio respondió con una orgullosa sonrisa cuando la madre de su mejor alumna se acercó a ella—. ¡Buenos días, Cookie! ¿Cómo está todo? —preguntó, justo cuando el último potrillo salía de la biblioteca, apoyando su cabeza con cariño en el pecho de Twilight, antes de partir a la carrera. La unicornio observó la escena con ternura, antes de hablarle a la hechicera.

—No muy bien. ¿Crees que podamos pasar?

—Por supuesto. Ven, déjame invitarte una taza de café —le sonrió la alicornio, permitiéndole entrar.

—¿Spike salió?

—Sí, trabaja en la granja durante la mañana, y creo que luego irá a visitar a su amiga en Canterlot —dijo mientras se dirigía a la cocina, seguida por Cookie, colocando la tetera al fuego sin perder tiempo.

—Ya veo. Disculpa Twilight, ¿no has notado a Sweetie Belle… diferente, últimamente?

—¿A qué te refieres?—preguntó con curiosidad.

—Ha estado muy extraña durante toda la semana. Y ayer mismo… atacó a una compañera.

—¿Sweetie? ¿La atacó? —Twilight no podía creer lo que estaba escuchando—. No… no me había dicho nada.

—Sucedió ayer. Parece que la potra la provocó, y ella… se le arrojó encima —aclaró la madre.

—Cielos… ¿y cómo está la otra potra? —preguntó la alicornio con verdadera preocupación, y Cookie comprendió el motivo al instante.

—No la atacó con magia, fue una riña que se salió de control. No te preocupes, no vengo a responsabilizarte por nada, si es lo que estás pensando. Pero si vengo a preguntarte… ¿qué está sucediendo con Sweetie?

—No estoy siguiéndote, Cookie. ¿A qué te refieres?

—Por favor, no quiero que alguien más me mienta en la cara el día de hoy. Ya estoy hasta la punta de mi cuerno —se enfureció la yegua, y Twilight tragó saliva al oírla—. Cuando Sweetie regresó a casa, después de desaparecer en su "día de campo", fui a verla a su habitación cuando estaba durmiendo. Había sangre detrás de su oreja, pero ella no estaba lastimada, y tampoco creo que Spike pudiera lastimarse con facilidad. ¿Qué fue lo que ocurrió realmente, Twilight? ¿Tuvo relación con el hundimiento de la montaña del que hablaban en los periódicos? —preguntó ella, afligida.

Si bien Twilight había prometido no revelar lo ocurrido a nadie más, la madre de Sweetie ya tenía armada prácticamente la mitad del rompecabezas. Estaba demasiado preocupada por su hija y, por un segundo, Twilight intentó ponerse en su lugar, y decidió que no podría ocultarle algo como aquello.

—Será mejor que te sientes —accedió, y la yegua se sentó frente a ella en la mesa de la cocina, pero lo que menos hizo fue degustar el café que la alicornio había preparado. De hecho, sentía que no sería capaz de probar bocado por el resto del día, a causa del nudo que sentía crecer en su estómago.


Ya al mediodía en Canterlot, Sweetie Belle giraba la llave de la puerta del restaurante en Cymbal St., entrando para encontrarse de lleno con aquel lugar cargado con basura en cada uno de sus rincones, suciedad en las paredes, mesas y sillas que apenas se sostenían sobre sus propias patas, y una amigable rata que pareció detenerse a guiñarle un ojo antes de correr hacia su nido. La potra suspiró con pesadumbre.

"En serio, ¿cómo pueden ensayar en un lugar como éste?", pensó ella, dejando su morral en una de las mesas junto a la puerta.

Empleó su magia para alejar en un rincón los escombros que el día anterior hubieran caído sobre Shady, y aprovechó el mismo impulso mágico para levantar las mesas y las sillas, colocándolas en un orden similar al que recordaba haber visto en el Canterlot Song.

Una vez estuvo convencida con la posición del mobiliario, y con lo diferente que se veía del lugar en el que había estado el día anterior, decidió hacer unos pocos cambios más, al tiempo que se acercaba a la barra para encender un viejo tocadiscos de corneta bocina que allí había sido colocado, conectado a un tomacorriente con manchas oscuras que parecía haber pasado por unos cuantos cortocircuitos, pero que de alguna forma aún seguía en uso. Ignorando esto, sabiendo que Spike y Apple Bloom se ocuparían de restaurar aquel lugar la semana siguiente, decidió encender el aparato de todas formas.

—Parece que tengo bastantes cosas que hacer antes de que lleguen —dijo en voz alta al acomodar la púa en el centro del disco que aún seguía ahí, y la melodía que se reprodujo a los pocos segundos alcanzó para devolverle la energía que parecía haber perdido el día anterior—. Oh sí, a esto le llamo música.


En tanto, en el campanario que se erigía a unas pocas calles del restaurante, dos guardias lunares de oscuro pelaje y rasgados ojos amarillos se habían posicionado para vigilar la actividad de la potra de melena rosa y púrpura desde un punto discreto y disimulado.

Los soldados de la princesa de la noche, a diferencia de los de la princesa del día, se especializaban en misiones que implicaban seguir la pista o guardar la espalda de alguien, o incluso ir con sigilo a por un enemigo peligroso, siendo capaces de atacar antes de que el mismo se diera cuenta de que ya había perdido la batalla. En tanto, los soldados del día, o más bien los guardias reales que todos conocían, se ocupaban de patrullar las calles con objeto de ofrecer seguridad a los ciudadanos de la capital, y de ofrecer una ofensiva total en caso de ser necesario.

Pero desde que lo de la poni enmascarada se sabía, Celestia y Luna habían dado órdenes puntuales a sus soldados con respecto a la protección de quienes habían sido atacados y sus familiares, y vigilar por ellos en caso de que su enemiga se presentara una vez más. Y si los guardias lunares llegaban a avistar a una poni cuya descripción coincidiera con la que la princesa de la noche había indicado, exceptuando a la hermana de la potrilla atacada, deberían alertar a los guardias reales para vigilar a la sospechosa, e intervenir de ser necesario.

—¿Algo extraño?

—No, la potrilla sólo está limpiando.

—Recuerda, las pocas indicaciones que tenemos del enemigo es que se trata de una unicornio blanca de ojos azules. Si ves a alguien así acercarse por cualquiera de las entradas, das la alarma. ¿De acuerdo?

—¿Por qué me estás recordando esto?

—Porque voy a descansar los ojos. Trabajé con ella toda la noche.

—¿Qué…? Oh, vamos. Hicimos el mismo turno, y yo me ocupé del dragón.

—El dragón es más duro, y vive con una princesa que podría patearle el trasero a quien quisiera. No corre tanto peligro como la potrilla.

—Eso no es justo —dijo al voltearse, pero para entonces su compañero ya estaba roncando—. Pero anda, déjame todo el trabajo a mí. No es que me importe —dijo con cansancio al ver a un poni acercándose a la entrada del restaurante, pasando sin golpear la puerta—. Un pegaso: sin cuernos. Lo que significa: sin problemas —dijo al recostarse contra la pared.


Y en tanto, Sweetie Belle reordenaba con su magia las botellas dejadas detrás de la barra al tiempo que descartaba en una gran bolsa dejada en una esquina, junto con los escombros, las varias botellas vacías que habían quedado allí, mientras también recogía la basura dejada en la heladera de la cocina, a una gran distancia de su ubicación actual. Todo esto, mientras movía los flancos al ritmo de la rola que sonaba a través de la bocina del tocadiscos. Lo que ella no sabía era que a sus espaldas un pegaso contemplaba el espectáculo con unos deseos apenas contenibles de romper a carcajadas.

But it's gonna take money! A whole of spending money! It's gonna take plenty money… to do it right child —entonaba animada la potra de ojos verdes mientras continuaba con aquel orden, comprobando el contenido de lo que supuestamente eran dos botellas de jugo, pero que ahora guardaban un contenido maloliente de un color más oscuro, y no dudó al momento de depositarlas en el gran saco de basura cuyo tamaño aumentaba a cada segundo—. I've got my mind set on you! I've got my mind set on you!

En un instante, la necesidad de reír del joven semental fue imparable, al tiempo que una apenada Sweetie Belle se volteaba hacia el recién llegado con un fuerte sonrojo en sus mejillas. Estaba sin habla, dura y tiesa como una estatua.

—No hay duda de que tendrás éxito en el escenario —le sonrió con calidez.

—Vamos, no es gracioso —dijo ella, apenada.

—Lo siento. Ya te lo he dicho, tienes una hermosa voz, y no me importaría escucharla todos los días de ahora en más.

—Gracias —respondió sonrojada, aunque ahora por otras razones—. No esperaba que llegases tan pronto. Así que… aproveché para poner el lugar en orden, al menos un poco hasta que Spike y Apple Bloom vengan a trabajar la semana próxima.

—De verdad has arreglado este lugar. Está casi como cuando lo conseguimos.

—¿Acaso no era un basurero cuando lo consiguieron?

—Lo era, pero nosotros lo empeoramos con el tiempo. No solemos ser lo que se dice… ordenados.

—Si, lo he notado. Por eso este sería un buen momento para cambiar ese hábito. ¿No lo crees?

—Está bien, dime. ¿Qué quieres que haga?

—Para empezar, podrías ayudarme con el segundo piso.

—¡Estoy más puesto que un calcetín!

—Así me gusta —sonrió ella.

Trabajando juntos, el semental y la potra arrasaron con la suciedad del primer piso en un instante. Sweetie levitó con facilidad las mesas y las sillas a los lugares que consideró adecuados, al tiempo que Rumble usaba su aleteo para desprender el polvo tanto de los pisos como del mobiliario, polvo que la potra presente capturaba fácilmente con su magia, dirigiéndolo con habilidad a la bolsa de basura que esperaba escaleras abajo.

Si bien ninguno de los dos tenía las habilidades necesarias para restaurar la estructura del restaurante y la red eléctrica, que era de lo que Spike y Apple Bloom se ocuparían la semana siguiente, decidieron que aquello sería suficiente de momento. Después de todo, era la primera vez en mucho tiempo que aquel restaurante parecía un lugar apto para que un poni de fuera entrara. Claro, siempre y cuando no se fijaran en el agujero del primer piso que, esperaban, no se hiciera más grande antes de que se ocuparan de él.

Satisfechos con su trabajo, Rumble y Sweetie se sentaron a una de las mesas en el primer piso, junto a una de las ventanas, desde donde contemplaron la calle mientras bebían un merecido jugo de manzana frío, luego de chocar sus botellas en señal de brindis.

—Tengo que admitirlo Sweetie, has hecho algo genial por este lugar. Nunca lo había visto tan reluciente.

—Gracias, tengo mis métodos. Pero no lo hice sola —dijo al sonreírle.

—Si los chicos de verdad vienen a trabajar aquí, esto quedará genial.

—¿Van a dejar todo como está, o usarán el espacio para algo más?

—Creo que dejaremos las cosas que habían aquí antes. Después de todo, ¿quién se niega a una barra con taburetes como la que tenemos en la planta baja? Sin mencionar que podremos hacer presentaciones y fiestas aquí mismo, lo cual sería genial —dijo con alegría, y la yegua adoptó un semblante pensativo por un segundo, mientras admiraba el paisaje a través de aquella ventana.

—Será una época de cambios, ¿verdad?

—Sweetie, ¿qué ocurre?

—Lo siento, creo que me perdí por un momento —respondió ella, restándole importancia—. Pero como te decía, estoy segura de que este lugar quedará genial.

—Sip, estoy seguro de que lo hará. Y cuando lo haga, necesitará un nuevo nombre.

—¿Un nombre?

—¡Claro! Algo como "la guarida de la banda" pero… no tan ridículo —le comentó el pegaso, y la unicornio intentó disimular una risa, aunque bastante mal—. Nunca fui bueno con los nombres, lo sé.

—Está bien, no… no está tan mal.

—Esa risa no me da mucha confianza.

—Lo siento.

—¿Y qué me dices de ti? ¿Tienes alguna idea?

—Francamente, tampoco soy muy buena con los nombres.

—Vamos, si yo puedo hacer un intento, por más ridículo que suene, tú también puedes hacerlo. Anda, te prometo que no me reiré… a diferencia de ti.

—Perdón —musitó tímidamente.

—Sólo bromeaba.

—¿Qué te parece… "la casa del rock"?

—Creo que podemos mejorarlo un poco más.

—Sí, sería una buena idea.

—Suena algo…

—Demasiado ñoño, lo sé —aceptó al dar un nuevo sorbo al jugo de manzana.

—Oye… ¿qué te parece si practicamos? La presentación en Canterlot Song será el próximo viernes, así que no estaría mal que empezáramos ahora.

—¡Seguro! Por supuesto. Y… ¿cómo practicamos? —preguntó con duda, y Rumble voló al escenario en busca de su guitarra.

—Así —respondió sonriente al deslizar su casco sobre las cuerdas con delicadeza, sin descender al suelo, mientras Sweetie se unía a él—. Asumo que aún no tienes idea de nuestro repertorio musical.

—Nop, nunca he escuchado sus canciones —aceptó con cierta vergüenza.

—Está bien, podemos trabajar con una canción que sí conozcas —dijo él, deteniéndose por un momento a pensar en una que pudiera ser del gusto de la yegua—. ¿Qué te parece "Lonely Winter"? Es una balada bastante conocida.

—De hecho, esa es una de mis canciones favoritas.

—Perfecto, tenemos un punto de partida —sonrió el pegaso mientras afinaba su instrumento durante escasos segundos, antes de levantar la mirada—. Cuando estés lista.

Sweetie asintió, y Rumble no tardó en deslizar su casco delicadamente sobre las cuerdas, arrancándoles una melodía que daba la impresión de ser más un lamento que una canción en sí. Cada una de las notas resonaba en los oídos de la potra cuando sintió un repentino escalofrío, recordando de repente que hacía mucho tiempo no escuchaba aquella canción. Y aun así, luego de tantos años, las palabras salieron de su hocico con suma facilidad.

My dear, my dear, though I would wait for you to hear my plea to fate. Dear, my dear, I cannot say my heart should be the one you sway. My love, my love, though I would fear you cannot understand this, here. My love, my love, on bended knee, I'd beg you; Don't remember me!

It's a lonely winter —cantaron ambos al unísono, pero sólo la potra continuó.

And I'm sad to see you go, but I can't have you here now. You have to find another home!

It's a lonely winter.

And snow falls just like my hopes, but I can't have you around when all I do is hurt you more —cantó la potra al arrastrar la última palabra, y al reconocer la sonrisa en los labios de Rumble supo que aquel semental estaba disfrutando de ese momento tanto como ella—. My heart, my heart, is dying fast, I know right now I cannot last. I know, I know, you have to leave, you shouldn't have to see. My soul, my soul, is tearing up everything that looks like love. So dear, my dear, what can I say to make you walk away?

It's a lonely winter —entonaron juntos nuevamente.

And I'm sad to see you go, but I can't have you here now, you have to find another home!

It's a lonely winter.

And snow falls just like my hopes, but I can't have you around when all I do is hurt you more —siguió la potra, recitando junto al semental justo después.

The era of a bygone time. Our souls harmonized and you were mine. When snow was melted by our fire and my heart had not yet died. But maybe now you can see why I beg you won't remember me. I'm becoming the monster I feel, taking over everything. It's a lonely winter.

And I'm sad to see you go, but I can't have you here now, you have to find another home.

It's a lonely winter.

And snow falls just like my hopes. But I can't have you around when all I do is hurt you more!

It's a lonely winter.

And I am almost gone. Run while you can, run from my arms! —la potra levantó la voz, asimilando el sentimiento que transmitían aquellas palabras.

It's a lonely winter.

And it's almost time! You have to leave before she has my mind.

It's a lonely winter.

And it's too late, we can't stop it now. It's written in fate.

It's a lonely winter.

And I know that I lose but what could I do. I've lost me. I've lost you…

Y antes de lo que cualquiera de los dos hubiera esperado, la canción había terminado y tanto el semental como la potra abrieron sus ojos con lentitud, encontrándose en el reflejo del otro.

—No miento cuando digo que... nunca escuché una mejor interpretación de esa canción. Sweetie, tu voz es majestuosa, es celestial, es... es majestial.

—Creo que estás exagerando un poco —dijo con una sonrisa, y el semental no tardó en notar la lágrima que se deslizaba por la mejilla de la potra.

—¿Estás llorando?

—Oh cielos, lo siento. Me puse algo sensible —dijo ella, enjugándola—. Es una canción muy bella.

—Quien la escribió originalmente se inspiró en la yegua en la luna, aquella que fue desterrada por su hermana cuando fue consumida por la oscuridad —explicó Rumble—. No creo que nadie en toda Equestria, más allá de la mismísima princesa de la noche, sepa cómo se sintió aquella yegua al ser consumida... pero me gusta pensar que quien hizo esta canción, en algún punto, logró comprenderla.

—Tal vez tengas razón —respondió ella con una sonrisa tímida, adoptando un semblante pensativo por un breve instante, cuando el semental llamó su atención.

—Está bien, creo que es un buen momento para que empecemos a practicar con el verdadero repertorio. ¿Qué dices?

—¡Cuando quieras! —exclamó, entusiasta.


Amethyst no dejó de estar atenta a la puerta en ningún momento. La librería prácticamente no había tenido clientes aquella mañana, pero cada vez que la campana sonaba, ella tenía la esperanza de que el que cruzara la puerta fuera Spike, y su corazón detenía su latir por un breve instante hasta que comprobaba lo contrario, y su mañana proseguía con su rutina normal.

¿Estaría esperando demasiado por su parte, luego del atrevimiento que se había tomado? Era la pregunta que no podía dejar de hacerse. Aunque su hermana le hubiera dicho que no habría nada de qué preocuparse, aunque el dragón mismo le hubiera dicho que podrían seguir adelante, su cabeza no dejaba de maquinar los peores escenarios que podrían suceder de aquel punto en adelante, tal y como lo hubiera hecho el día anterior, con la cabeza hundida en una almohada. Hacía todo lo posible por no pensar en ello, pero era inútil. Fue entonces que se dio cuenta que ya no estaba siguiendo la lectura de la novela que tenía frente a ella.

Suspirando cansada, y notando por primera vez que su taza de café ya estaba vacía, se dispuso a regresar a la trastienda para cargarla de nuevo. Después de todo, era lo único que le ayudaba a evitar dormirse en el trabajo, algo que su tío penalizaba enormemente si se enteraba, y la yegua no tenía deseos de ver su salario reducido… otra vez… ese mes.

Apenas había llegado a la cafetera cuando oyó la campana y, lista para decepcionarse una vez más, regresó de la trastienda intentando no volcar la taza en el proceso. Nunca pensó que, al encontrarse frente a frente con el dragón una vez más, le sería tan difícil mantener la calma y la cordura. Por suerte era una yegua con una fuerza de voluntad suficiente como para aparentar normalidad incluso en un momento como aquel.

—Buen día, Amethyst —saludó el dragón, rascándose la nuca.

—Spike, no… no creí que vendrías hoy.

—Bueno, habíamos acordado que nos reuniríamos. Yo... no iba a faltar a mi palabra.

—No, tú nunca faltas a tu palabra —dijo al sonreír.

Pasaron unos segundos en un incómodo silencio, mientras el dragón seguía parado en la puerta.

—Amethyst, yo...

—Spike, yo... —hablaron al mismo tiempo, riendo después—. Tú primero.

—Por favor, primero las yeguas.

—Me siento bastante generosa el día de hoy —sonrió con malicia.

—Escucha, yo... lo de ayer fue muy extraño para mí, y quizá no reaccioné de la mejor manera posible.

—Dices eso, pero fui yo quien te besó.

—Y yo no te detuve.

—¿Te gustó? —preguntó, divertida.

—Eso... no viene al caso —se sonrojó el dragón, muy a su pesar—. Sólo quiero decirte que espero que las cosas estén claras entre nosotros, para que no haya malentendidos y...

—Tranquilo Spike, lo entiendo. No sientes lo mismo por mí, y no quieres darme alas. No necesitas aclararlo más —sonrió comprensiva y, a diferencia del día anterior, Spike no notó aquella tristeza implícita en sus palabras—. No te preocupes por mí, lo superaré. Y no será incómodo para mí, así que tampoco te preguntes por eso. La pregunta es: ¿será incómodo para ti?

—Para nada —respondió al instante.

—Entonces creo que podemos seguir adelante. Y hablando de eso... —dijo al sacar un vinilo de atrás del escritorio, provocando que el dragón se quedase con la boca abierta.

—No, no es cierto... ¿o sí?

—Es la edición especial de "Moving On", de Wildfire. Por si te lo preguntabas.

—De la que sólo se produjeron cinco mil unidades —aclaró—. Esto... ¿cómo lo conseguiste?

—Una yegua tiene sus secretos —le dijo con un aire misterioso que provocó que el dragón arqueara una ceja.

—Quiero imaginar que al menos fue por un medio legal.

—Conozco a un sujeto que conoce a otro sujeto —le guiño un ojo—. Y bien dragoncin, ¿qué te parece si vamos a la trastienda un momento, y ponemos a este chico malo en el tocadiscos de mi tío?

—Tu tío va a matarte si viene y lo escucha —advirtió él, sonriente pero impaciente por escuchar aquel disco.

—Creí que te gustaba vivir al límite.

—En realidad, es precisamente lo contrario.

—Pero vas a seguirme de todas formas, es una verdad innegable.

—De hecho, lo es —asintió.

—Bueno, ¿qué estamos esperando? Ven aquí. Te esperé toda la mañana para abrirlo, y no creas que fue fácil —dijo al dirigirse a la trastienda, seguida por el dragón, y sabiendo que, si lograba jugar bien sus cartas a futuro, quizá lograría cambiar la naturaleza de su relación con él. Al menos no se rendiría sin intentarlo.


El resto del día transcurrió sin mayores complicaciones tanto para el dragón como para la potra. Mientras que Spike pasó una buena parte de su tarde acompañando a Amethyst en la librería, atendiendo a los clientes junto a ella, Sweetie se dedicó a ensayar junto a sus nuevos amigos dos de las canciones que Hearts & Wings tenía preparadas para tocar a la semana siguiente en Canterlot Song, por lo que dio su mejor esfuerzo, no dispuesta a decepcionar a quienes la tenían en tan alta estima dada su voz, a la cual calificaron como "una de las mejores que habían oído jamás".

Una vez habían dado por terminada su sesión de ensayo, la potra partió hacia la estación de trenes, contemplando la bella noche estrellada en el camino, y en menos de dos horas de viaje se encontró entrando sigilosamente a su hogar, notando que las luces estaban ya apagadas, y que el reloj de pared marcaban las once de la noche. Recordó la nota que le había dejado a su madre en la habitación en la mañana, y pensó que tan molesta estaría luego de ello, respondiéndose a sí misma justo después que no quería averiguarlo, y que era una suerte que hubiera llegado cuando ya todos estaban durmiendo.

Subió las escaleras en punta de cascos y contempló que la puerta al final del pasillo estaba cerrada, por lo que le fue fácil deducir que sus padres hacía un buen rato habrían partido al mundo de los sueños. O al menos eso creyó cuando cruzó la puerta de su habitación, donde una unicornio adulta aguardaba sentada al borde de la cama, con sus ojos fijos en ella. Sweetie se sobresaltó y estuvo a punto de retroceder cuando reconoció a su madre a la luz de la luna, pero no lo hizo, y su madre no hizo atisbo de dirigirle la palabra. Sacando el valor que no tenía, se acercó a la cama a paso lento, y se sentó junto a la yegua sin decir nada. Pasaron unos pocos segundos en silencio, sin mirarse la una a la otra, antes de que la yegua mayor hablara.

—¿Un día ocupado? —preguntó ella, y Sweetie tragó saliva, antes de responder.

—Estuve... ensayando con unos amigos —confesó—. Me preguntaron si quería entrar a su banda, y yo... acepté.

—¿Qué clase de banda es? —preguntó una vez más.

Sweetie no comprendía a donde quería llegar su madre con aquella conversación, pero sólo se limitó a responder. No era precisamente un secreto, después de todo.

—Una que organizó un viejo amigo de la escuela. ¿Recuerdas a Rumble? Ha crecido y... ahora trabaja en una sede de la Wonderbolt Academy, y es muy bueno con la guitarra. También están sus dos amigos, Shady Daze y Chip Mint. No he platicado tanto con ellos, pero parecen buenos chicos —sonrió con timidez al voltear hacia la yegua, que tenía la mirada perdida. Cookie volteó con lentitud hacia Sweetie, con ojos vidriosos, y Sweetie sintió su corazón encogerse al contemplarla—. Mamá...

—Sweetie, ¿alguna vez te hablé del día en que naciste? —preguntó la yegua. Pasaron unos instantes en silencio, antes de que la potra negara con la cabeza—. Era un día lluvioso, y tu padre se preocupó mucho cuando empezaron las contracciones. Temía que la lluvia se pusiera peor y no pudiéramos salir de casa para ir al hospital si esperábamos más, así que salió afuera a buscar un taxi con mucha urgencia. Cuando regresó a casa, unos minutos después, llegó con el taxi... pero era él quien lo conducía.

—¿Qué?

—Dijo que su amigo se lo había prestado —sonrió al recordarlo—. Tu hermana y yo nos subimos y llegamos al hospital bastante rápido, justo cuando rompí bolsa. Efectivamente, la tormenta empeoró esa misma noche, pero todo estaba bien... porque habíamos llegado justo a tiempo, gracias a tu padre —ante los ojos de Sweetie, la mirada de la yegua inspiraba anhelo, sonriente ante aquellos recuerdos tan bellos—. Tú naciste a las diez de la noche de ese día, y cuando te pusieron a mi lado... llorabas muchísimo, como si no hubiese un mañana. Pero ese llanto era una de las cosas más hermosas que jamás había escuchado —confesó ella—. Cuando te tomé en mis brazos... lloré de felicidad. Eras una criatura tan pequeña y bella, que casi no daba crédito del hecho de que realmente existieras, de que estuvieras junto a mí en aquel preciso instante —sonrió Cookie, con lágrimas corriendo por sus mejillas—. Y cuando esa pequeña me miró a los ojos por primera vez... supe que la amaría siempre, que la amaría hasta que me doliera, que la amaría hasta el día de mi partida hacia los prados eternos, y que mientras estuviera a su lado, no necesitaría nada más —aquellas palabras dolían en el alma de Sweetie, que no supo cómo responder antes de que Cookie prosiguiera, en un intento por cerrar su discurso sin romper en llanto en frente de su hija—. Sé que ahora estás creciendo, sé que quizá cambies, y sé que un día te alejarás de mí para formar tu propia familia, para buscar tu propio lugar, como tu hermana mayor. Pero por más que eso suceda, sin importar que tanto las cosas cambien con el tiempo... yo siempre te amaré. Y esa es una verdad que nada ni nadie cambiará nunca.

—Mamá... —apretó los labios al poner un casco sobre su hombro, y Cookie le dirigió una mirada llena de añoranza.

—Lo siento —dijo al tragar saliva, haciendo todo lo posible por no dejarse llevar—. Tendrás que perdonar a esta vieja yegua por ponerse algo sentimental.

—No eres tú la que tiene que pedir perdón —dijo la potra con tristeza.

—Sweetie, escucha... sé que estás pasando por un momento difícil, y que crees que no puedes apoyarte en nosotros. Pero quiero que sepas que siempre podrás contar con tu familia, que te apoyaremos siempre que lo necesites. Siempre estaremos ahí para ti, por eso... nunca tengas miedo de recurrir a tu hermana, a tu padre o a mi si nos necesitas —intentó darle a entender—. Hay problemas que no debes enfrentar sola, y cuando ese sea el caso... ahí estaremos para ti.

—Te quiero —musitó al desplomarse en su madre, abrazándola con fuerza y llorando abiertamente.

—Y yo a ti, cariño. Y yo a ti —dijo la yegua al acompañarla en aquel llanto, llevando sus cascos a la espalda de su hija.

Aun cuando ambas terminaron de desahogarse, no dejaron de abrazarse, disfrutando de aquel contacto que hacía tanto no compartían en un agradable silencio, que fue roto por una duda que había asaltado a la menor.

—Ese amigo... no le prestó el taxi a papá, ¿verdad?

—Era de su amigo, sí. Pero en ese momento él había salido a comer, y tu padre... tomó su taxi sin siquiera pensarlo.

—¿En verdad? —preguntó, sorprendida.

—Dos guardias fueron a buscarlo al hospital, junto con el taxista. Hondo les explicó lo que había sucedido y el taxista lo comprendió. Por suerte, se lo dejó pasar.

—No puedo creer que papá haya hecho eso.

—A veces, en un momento de necesidad, solemos hacer locuras por nuestros seres queridos. Es parte de nuestra naturaleza —dijo la madre, aún sonriente.

Luego de considerar las palabras de su madre, Sweetie accedió a contarle todo lo que estaba pasando en su vida en el último tiempo. Lo que había sucedido cuando ella y Spike al momento de ir en busca de la Rosa Eterna, lo ocurrido en la mansión, con lujo y detalle, y la forma en que su relación con el dragón había cambiado en las últimas semanas. No se guardó nada más pues, al final del día, nadie le daría más apoyo que su propia familia. Y al comprenderlo, descubrió que el miedo finalmente la había abandonado.


Y así, en un parpadeo, el sábado había llegado. Los días habían transcurrido tranquilamente mientras Spike trabajaba en Sweet Apple Acres por la mañana y acompañaba a su amiga Amethyst en la librería del señor Leaden Dream por la tarde, ambos recuperando poco a poco la normalidad de sus días, y de su relación. Durante aquellos días, Spike fue genuinamente feliz, sabiendo que podían dejar el pasado atrás, y mantener aquella hermosa amistad que tanto apreciaba, con la yegua a la que tanto quería.

En tanto, Sweetie Belle siguió ensayando con Hearts & Wings tanto el día viernes como el sábado, aunque el segundo se retiró a su hogar al mediodía, pues aquella tarde debería volver a Canterlot, alistada para salir con Rumble a la discoteca Electric Unicorn, tal y como habían acordado unos días atrás.

Aunque eso sí, hubo un pequeño y reciente detalle que Sweetie debió compartir con él, tal y como lo hubiera compartido con sus padres y su maestra unos días antes: que ahora estaba en pareja, con nada más y nada menos que el dragón que el semental había conocido de pequeño. Si bien aquella noticia no le había caído especialmente bien al pobre semental, lo aceptó con facilidad, e insistió en que no tenía que ser una salida romántica. Simplemente saldrían como amigos, y como los compañeros de banda que de ahora en más serían. Dado que Rumble de verdad apreciaba a Sweetie, decidió que al menos se contentaría con ello, con poder ser su amigo, y el poder tocar junto a ella, pues sabía que nada le haría más feliz.

Pero aun cuando alguien tan agradable como Rumble lo aceptaba de buena forma, Cookie le había advertido a Sweetie que no todos en Equestria veían con buenos ojos las relaciones interespecie, ya fuera entre un dragón y un poni, o incluso entre un unicornio y un pegaso. En mayor o menor medida, no todos los ponis aceptaban que siempre podía llegar a haber diferentes formas de amor, y era algo de lo que debía ser consciente desde ese momento, para no sufrir disgustos innecesarios en el futuro.

Por otro lado, Spike se limitó a hablar de su nueva relación sólo con Twilight y la familia Apple, y por extensión de Big Macintosh a Fluttershy, quienes se alegraron enormemente con la noticia, e insistieron en contarle a Pinkie Pie lo antes posible para poder celebrar una fiesta digna de tal ocasión. Pero ni la potra ni él deseaban que nadie más fuera de aquel círculo lo supiera de momento, no hasta que "pasara un tiempo".

Tanto Spike como Sweetie se habían excusado con el hecho de que deseaban llevar las cosas con calma, pero la realidad era que los cotilleos más llamativos se extendían por Equestria como un virus, y la relación de un dragón con una poni sería noticia desde Fillydelphia hasta Las Pegasus en el momento en que los ponis del pueblo de Ponyville se enteraran, lo que sería igual a ponerse una diana en la espalda para el enemigo que había intentado acabar con ellos en la mansión bajo las montañas, algo que ninguno de los dos tenía deseos de hacer.

Pero aún con aquel peligro agazapado y a la espera en algún lugar del reino que ellos desconocían, el dragón y la poni tenían la seguridad de ser protegidos de manera constante por los ponis noctrales, guardias bajo las órdenes directas de la princesa de la noche, lo que les permitiría olvidarse de los malos momentos acontecidos en la semana durante la noche de aquel sábado con compañía de sus amigos, aunque cada uno por su lado. Pues dado que ahora ambos se conocían muy bien, y sabían que de encontrarse querrían pasar la noche en compañía del otro, dejando de lado a los ponis con quienes habían acordado salir. Ninguno de los dos deseaba eso, por lo que decidieron que aquella era la mejor alternativa.

Luego de esa velada, al día siguiente, Sweetie debería recuperar sus clases de magia con Twilight, y en la semana debería prepararse para la presentación en Canterlot Song, mientras que Spike aprovecharía aquel día para descansar, pues del lunes en adelante se encargaría de trabajar con Apple Bloom para poner en orden el restaurante en el que la nueva banda de Sweetie hacía los ensayos. Los dos sabían que, luego de aquella presentación, finalmente tendrían un momento para estar juntos, sin compromisos que los alejaran.

Al menos eso era lo que Sweetie pensaba al momento de mirarse en el espejo de su habitación una vez más, habiéndose dejado la melena lacia y hacia un lado para la ocasión. Por un momento consideró ir con uno de sus cientos de vestidos que su hermana le había regalado, pero dado que iban a ir a una discoteca, consideró el hecho de que un vestido de gala tal vez no sería lo más adecuado. Pensando en esto, decidió vestir por primera vez aquel vestido que tenía guardado al fondo del armario, uno que se había reservado para una ocasión como aquella. La prenda era de una sola pieza de tela amarilla, de bordados blancos, y complementó su nuevo look con el collar que Rarity le había regalado en su anterior cumpleaños, una pieza de joyería con un diamante rosa en forma de corazón en el centro, algo que sin duda adornaba perfectamente aquel bello vestido. Estaba lista.

Aprovechó el viaje para dormir lo que no iba a poder durante la noche, y despertó cuando el tren ya estaba llegando a la estación de Canterlot, deteniéndose poco a poco. Incorporándose y arreglándose el vestido mediante su magia, salió al andén junto con los pocos pasajeros que viajaban en dirección hacia la capital aquella noche, y encontró a pocos metros al semental esperando por ella, con una amable sonrisa en el rostro.

Era sabido que los sementales no necesitaban arreglarse mucho, pero estaba claro para él que Sweetie de seguro iría bien vestida, y él quería estar a la altura de las circunstancias. Tuvo aquello en mente al ponerse su playera blanca favorita que su hermano le había regalado años atrás, con el grabado de un rayo con alas en el pecho y dos huecos extra a los lados para sus alas, añadiendo arriba una chaqueta de cuero que, aseguraba, le traía suerte. Así también, la yegua pudo notar a simple vista que el potro se había puesto gel en la melena para peinarla hacia atrás. Siendo que ahora estaba en una relación se sentía algo inadecuado para Sweetie el solo pensarlo, pero Rumble sin duda se veía muy apuesto.

—¿Te hice esperar? —preguntó la yegua, sonriente.

—Para nada. Y aunque lo hubieras hecho, la espera habría valido la pena —respondió el semental con solemnidad, ganándose una tímida risa por parte de Sweetie.

—¿Te parece si vamos?

—Después de usted, señorita.

—Vamos, ya déjalo.

—Lo siento.

Pero ni la yegua ni el semental, que platicaban amenamente mientras partían, llegaron a notar que, a varios vagones de distancia, el dragón de escamas púrpuras había descendido y se había dirigido a la calle al instante, apresurando su paso y sin haber notado que su pareja se había encontrado en aquel mismo andén con su viejo amigo en común.

Spike, que no se había puesto más que una chaqueta de cuero marrón para ir a Canterlot, llegó rápidamente al edificio de apartamentos donde vivía su querida amiga. Cruzó la entrada y saludó al viejo guardia de seguridad que, habituado a verle por allí a menudo, le saludó con el movimiento de su casco. El dragón le correspondió con una sonrisa y, no dispuesto a esperar el ascensor, se aventuró a través de las escaleras al séptimo piso, subiendo los escalones de dos en dos.

Dado que se ejercitaba a menudo, su respiración apenas se agitó cuando alcanzó la meta, cruzando el pasillo. Para cuando tocó el timbre de la última puerta a la izquierda, pasaron unos segundos antes de oír aquella femenina voz al otro lado.

—¿Quién es?

—¡El repartidor de pizza! —bromeó él—. Vamos, abre la puerta.

—¡Sólo un momento! —avisó ella.

Y aquel "momento" se convirtió en una espera de casi diez minutos para el dragón que, llegado un punto, debió apoyarse contra la pared frente a la puerta, lamentándose haberse apresurado así. Pero cuando la yegua abrió la puerta finalmente, quedó clara la razón de su demora.

La yegua frente a él llevaba puesto un precioso vestido rojo carmesí de una sola pieza, con bordados negros, que resaltaba sus curvas. Había acomodado su usualmente enmarañada melena para que varios de los mechones apuntaran hacia adelante, lo que evidenciaba que había estado bajo el tratamiento de un estilista no mucho tiempo antes. Sus pestañas estaban perfectamente delineadas y en sus párpados se había aplicado un color de sombra similar al de su pelaje, aunque un poco más oscuro, lo que mostraba que ese estilista también la había maquillado. El dragón no recordaba haber visto a aquella yegua tan radiante como en ese momento, en los meses que la había conocido.

—¿Y bien? —preguntó expectante.

—¿Y bien... qué? —atinó a decir, provocando la risa de la yegua.

—¿Dónde está la pizza, señor repartidor?

—Lo siento, la dejé en la otra chaqueta —improvisó al sonreír, aún sorprendido por aquel cambio—. ¿Vamos?

—Seguro, a menos que quieras quedarte esperando aquí mientras yo voy a divertirme.

—No podría permitírtelo.

—¿Entonces qué esperas? —dijo al pasar junto a él, esperando a que le dragón se le uniera, y juntos descendieron en el elevador. La noche apenas estaba comenzando.


El reloj de pared de la biblioteca marcó las ocho de la noche de aquel sábado cuando el dios del caos terminó por revisar la última página del diario de Nina por quincuagésima vez, al tiempo que Luna revisaba la novela escrita por Moonlight Sonata en busca de más información que pudiera haber oculto allí, luego de haber probado suerte con cada uno de los libros que poblaban la biblioteca del castillo de Canterlot. Aún no estaban seguros si la autora era la mismísima poni enmascarada, o si era alguien más, pero tenían que cubrir todas las posibilidades.

Dos libros pasaron caminando por sobre el lomo de la princesa de la noche, para saltar en busca de su señor, quien los capturó al vuelo con su cola y procedió a ponerlos frente a su rostro. Los libros quedaron abiertos y suspendidos frente a él, sin siquiera emplear magia sobre ellos. Luna suspiró, y resistió la necesidad de repetirle las tres reglas que habían (o mejor dicho, "ella" había) establecido para una correcta convivencia de las dos partes en lo que resolvían aquel extraño misterio que rodeaba a la Rosa Eterna.

Pero las reglas son tan aburridas. Sólo sirven para indicar qué hacer, y prohibir la diversión. ¿Quién necesita eso? —respondió el dios del caos en aquella ocasión, y la princesa de la noche respondió con una gélida mirada que no requería de más palabras para darse a entender—. Eh... bien. Prosiga, princesa. ¿Qué reglas queréis imponer?

Primera regla: no vas a utilizar tu magia en mi de ninguna forma. No vas a cambiar el color o forma de mi melena, no vas a modificar mi percepción de ninguna forma, no vas a...

Sí, sí, ya entendí. Sin magia. Hecho. Despreocúpate.

—Segunda regla: no vas a interrumpirme cuando te hable, bajo ninguna circunstancia —completó ella, y Discord cerró su hocico de lado a lado con un gran cierre, sonriendo forzadamente al final—. Tercera regla: vamos a tener que cuidarnos las espaldas mutuamente —esto último sorprendió al Draconequus, quien miró extrañado a la princesa—. Realmente no sé qué tan poderosa sea la unicornio que atacó a mi hermana, pero no podemos confiarnos, pues cabe la posibilidad de que esté esperando nuestro actuar. Y una vez que comencemos a movernos, puede que ella vaya justo detrás.

No tengo problema con eso. Después de todo, nadie podría contra dos deidades como nosotros.

Realmente eso espero, Discord. Supongo que lo averiguaremos en cuanto tengamos la ubicación de la llave —dijo la princesa con cierta duda.

Habían pasado ya dos días desde aquel momento y a Luna le molestaba el hecho de no haber encontrado una sola pista del laberinto de esquinas que el memento indicaba. Ya habían revisado de lado a lado cada elemento bibliográfico existente en el castillo, incluyendo la sección de Starswirl el Barbado, pero no había pista alguna de un "laberinto de esquinas", sin mencionar que a la princesa aún le picaba la pista con respecto a la tercera llave, que había sido guardada por "el verdadero protector del legado de Ameria". Aún había muchos cabos sueltos en aquel misterio, pero la princesa de la noche sabía que tarde o temprano descubrirían la respuesta. Tenían que hacerlo, pues el destino de Equestria dependía de ello.

—¿Aún nada?

—Tal y como te respondí las pasadas setecientas cincuenta y siete veces... nada, no hay nada de nada en estos libros viejos y polvosos —dijo al sonarse la nariz—. Tal vez debería considerar comprar un nuevo lote de mil pañuelos descartables. Se acaban bastante rápido —lo arrojó a la creciente montaña que había en un rincón.

—Maldición... tiene que haber una pista, algo que no estemos viendo. Un laberinto de esquinas... no hay nada sobre ningún laberinto de esquinas en toda esta biblioteca, y aquí tenemos reunida la mayor colección bibliográfica de toda Equestria. Como no encontremos la respuesta aquí, vamos a estar en grandes problemas.

—¿Qué hay de los libros que la princesa Cadence le envió a Celestia hace unos días? ¿No hay nada allí?

—Mi hermana los ha estado revisando por su cuenta. Es básicamente la investigación que el Rey Sombra realizó durante su reinado en relación a la vida eterna. No hay mucho que mi hermana y yo no sepamos al respecto, pues toda la información que ha obtenido de allí está basada en los documentos del mago Meadowbrook, pero todo lo que hay allí es teórico. No se pueden aplicar esos conocimientos para obtener la inmortalidad.

—¿Y qué está haciendo tu hermana ahora mismo entonces? ¿Por qué no está ayudándonos aquí?

—Probablemente está ocupando su tiempo en actividades que no nos incumben.

—Algo bastante importante y secreto al parecer, trabajando con tubos de ensayo y otras cosas de científico loco —dijo él, y la princesa de la noche le miró con una ceja en alto—. Tú fuiste la que dijo que debíamos confiar el uno en el otro si queríamos resolver esto. ¿Y bien?

—También estamos ayudando a un amigo...

—¿Conozco a ese amigo?

—Sí, lo conoces.

—¿Y qué le ocurre exactamente?

—Un problema con el que nació está comenzando a complicarse, y nosotras nos comprometimos a investigar y encontrar una cura definitiva para él. Pero como ahora debo concentrarme en encontrar la llave contigo, ella se está ocupando de ese asunto personalmente.

—Debe ser alguien que de verdad les importa.

—Todos los habitantes de nuestro reino son importantes para nosotras, Discord.

—Pero el dragoncito es el hermanito menor de la ex-pupila y mejor amiga de Celestia —dijo la deidad, sorprendiendo a la princesa al hacer una deducción como aquella, una sorpresa que no permitió que el draconequus notara.

—Aun así, felizmente aceptaremos ayudar a quienquiera que pudiera tener un problema como ese. Después de todo, es nuestra responsabilidad proteger a quienes habitan estas tierras, y es por eso también que tenemos que detener a esa poni de una vez por todas.

—Entonces deja de distraerte y concéntrate. Tenemos que encontrar la llave, después de todo. ¿No es verdad? —dijo otro Discord al salir de entre medio de dos estantes pegados con un libro abierto en sus garras.

—El problema es que ya revisamos todo lo que teníamos a nuestro alcance. No hay nada más aquí.

—¿Qué me dices del libro de la hija de Ameria? ¿Lo revisaste bien? —dijo al exponerlo, y Luna lo levitó hacia ella.

—Por supuesto que sí. Lo revisé de cabo a rabo, y no hay mención alguna de un laberinto de esquinas —dijo al abrirlo.

—¿Estás segura?

—¿Acaso encontraste algo y estás regodeándote?

—Sólo estoy preguntando.

—Te lo he dicho. Revisé este libro, línea por línea, página por página y nada... —encontró un señalador rojo pegado en la esquina inferior de una de las páginas, que sin duda había sido colocado por Discord. Apuntaba directamente al número de la página, y Luna comprendió lo que la deidad buscaba indicarle cuando volteó la página—. ¿Qué es esto?

—¿Hay algo interesante ahí?

—¿Acaso hiciste algo con el libro?

—¿Por qué lo preguntas?

—Porque las páginas no están en orden —dijo Luna, confundida—. Once, doce, trece, dos, quince... el orden está mal, pero... las páginas son las correctas. La escritura es correlativa, por lo que no pueden ser páginas diferentes.

—Es casi como si alguien hubiera borrado la numeración original y escrito sus propios números, ¿verdad?

—Los números ubicados en las esquinas de cada hoja del diario —musitó, sorprendida.

—Estábamos tan ocupados buscando una pista en lo que había escrito a casco en el diario, que nunca se nos ocurrió buscar un poco más allá.

—En serio, ¿hace cuánto te diste cuenta de esto?

—Hace unos minutos, pero lo que estaba haciendo Celestia a escondidas me daba más curiosidad, así que empecé por ahí.

—Eres un imbécil —dijo al comenzar a revisar las páginas, buscando variaciones similares.

—Te ahorraré el trabajo. Los números que no son correlativos con el resto son 2-21-61-71 en las caras frontales de las hojas, y 62-21-95-59 en las hojas traseras.

—¿Los separaste así?

—No les veía mucho sentido amontonados, pero separándolos de esta manera dan la impresión de ser...

—Coordenadas —adivinó al levitar con su magia un mapa de uno de los altos aparadores de la biblioteca, atrayéndolo frente a ella.

—Creo que merezco una felicitación. ¿No crees?

—La tendrías si no hubieras esperado tanto para decírmelo.

—Anda, dame un respiro. ¿Y bien? ¿A dónde apunta?

—A la ubicación del laberinto de esquinas —dijo al sonreír, colocando su casco en el mapa—. Neighagra Falls.

—¿Y tú crees que ahí haya alguna especie de laberinto? No veo un gran lugar donde colocarlo.

—¿Puedes usar tu ojo para explorar ese lugar?

—Eso es un juego de niños. ¡Dame un segundo! —dijo al cerrar su ojo izquierdo, mientras el derecho comenzaba a girar sin control, deteniéndose en la dirección real del punto indicado—. Tras la cascada central, hay ruinas en un espacio hueco. También hay una puerta grabada con runas extrañas bloqueando el paso a... demonios, allí está —se sorprendió él, aún investigando.

—Lo sabía.

—Y al final del laberinto... bingo, hay una llave dorada incrustada en una estatua, en ese preciso lugar.

—¡Tenemos que sacarla de ahí! —dijo al dejar caer el mapa, empleando su magia para devolver todos los libros a su lugar en un instante.

—De acuerdo, luego de una larga noche de sueño reparador, saldremos hacia...

—¿De qué estás hablando? Salimos ahora mismo.

—Cielos, ¿al menos puedo teletransportarnos hasta ese lugar?

—No, necesitamos ir volando todo el camino. Tenemos que hacer que la poni enmascarada nos rastree, que nos siga. Y una vez nos encuentre dentro de la cascada para quitarnos la llave, nosotros estaremos listos.

—¿Puedo dormir al menos una hora antes?

—Eres una deidad, no necesitas dormir.

—Aun así, me gusta hacerlo. Mi cutis está arrugado por tanta lectura, y esa es la única manera que conozco de reponerlo.

—Tendrás que encontrar otra en el camino hacia el laberinto.

—Eso me temía.