En el capítulo de hoy, retomaremos con Venusmon, aunque dando más protagonismo a Vulcanusmon, y a su otro amante.

Capítulo 7: Sorpresa a Medianoche

Vulcanusmon aún continuaba en la forja. Había trabajado arduamente todo el día para terminar la sorpresa para Venusmon. Sin embargo, no había logrado terminarla a tiempo.

Había dicho textualmente: "Hoy por la noche". Y ya era mañana. Por lo menos, la parte de por la noche, la cumpliría.

Se había citado allí, con Venusmon, a medianoche. A Venusmon no la gustaba ir a la forja, pero esta vez merecería la pena. De eso estaba convencido.

Se preguntó por qué a su esposa no la gustaba ir a su puesto de trabajo. La forja era un lugar extraordinario.

Simplemente, se limitaba a contestar. "Me gustan los lugares más... frescos".

"¿Frescos?"- se preguntaba Vulcanusmon. –"¿Qué querrá decir con frescos?"-

Nunca había llegado a entender a su esposa, y eso que llevaban una eternidad casados. Eso sí, la amaba con locura. Cómo el primer día. En cierto modo, todavía no podía creerse que se hubiera casado con ella.

No entendía como alguien como ella, podía estar con un tipo como él.

-"El amor es ciego".- decía. Era la única explicación lógica que veía. Y al pronunciar aquella frase, siempre le venía a la cabeza, la venda de Venusmon.

-"¿Cómo serán sus ojos?"- se preguntaba.

Una vez, incluso llegó a plantearla la pregunta pero ella, misteriosa como ninguna, siempre respondía: "Una mujer sin secretos no es mujer".

Las respuestas de Venusmon siempre eran así de intrigantes. La verdad es que no sabía nada de ella. Ni ella de él. La verdad es que, eso, lo hacía más interesante. A Vulcanusmon le gustaba averiguar nuevas cosas de su mujer cada día, aunque no había conseguido mucha información.

Alguien llamó a la puerta, interrumpiendo la reflexión de Vulcanusmon.

Vulcanusmon, emocionado por ver a su amada, abrió la puerta. En efecto, era ella. Con un cortés gesto, la dejó pasar. Esta, complacida, entró y buscó un lugar dónde sentarse.

En lo que Vulcanusmon consideraba su despacho, no había ningún lugar que cumpliera ese cometido. Aquella estancia compartía la misma composición que el resto de la forja. Era el lugar en el que Vulcanusmon trabajaba en sus más importantes proyectos. No un espacio para el relax, ni mucho menos para recibir visitas.

La diosa se limitó a permanecer de pie. Cruzó los brazos, y taconeó el suelo con impaciencia. No soportaba pasar tiempo en la forja. Era un lugar asfixiante para ella. Espacios pequeños y altas temperaturas no eran buenos amigos de Venusmon.

-Siento enormemente no haber podido cumplir la promesa que te hice, Venusmon. No me dio tiempo a terminar tu sorpresa para la fecha señalada, mas ha quedado espléndida.-

En cuanto dijo eso, Venusmon supo cual era su sorpresa. Otra joya.

Venusmon nunca había sido muy vanidosa en ese sentido, y antes de casarse con Vulcanusmon no llevaba casi ninguna joya; sin embargo, la gran calidad y belleza de las de su marido, la había hecho cambiar de opinión. El gran joyero de la diosa contaba con ya con unas cincuenta piezas –cincuenta y uno, contando su sorpresa- entra los que había pendientes, collares, pulseras y anillos, todos diferentes y únicos.

Vulcanusmon se arrodilló ante su amada y la tomó la mano. Con un sutil gesto, la colocó un precioso añillo. Era de oro exquisitamente tallado, con un gran diamante perfectamente colocado en el centro.

Venusmon contempló su regalo, complacida. Elevó la mano, para mirarlo mejor. A pesar de lo grande que era, era muy liviano. Vio su cara reflejada en el propio diamante.

-¿Te gusta?- preguntó Vulcanusmon.

-¿Cómo no me iba a gustar? Es una obra extraordinaria. Cada día te superas más, cariño.-

Con el esplendido regalo que la había hecho, a Venusmon no le importó llamarle por un vez cariño, un término que no solía utilizar para aludir a Vulcanusmon.

Se acercó a él, y acarició levemente la cúpula que envolvía la cara de su marido. Cuando este hizo un intento por abrazarla, se resistió. Mas no pudo con sus ocho brazos.

Vulcanusmon la apretó fuertemente contra él.

-Sólo por esto merece la pena pasar tanto tiempo en la forja.- dijo tiernamente.

A Venusmon la pareció apreciar una leve sonrisa en el rostro inflexible de su marido. No pudo evitar sonreír ella también. La gustaba que las personas se sintieran amadas, era la diosa del amor, era inevitable.

Por fin Vulcanusmon se dispuso a soltarla.

-Cómo se lo poco que te gusta estar en este lugar, creo que deberías marcharte ya.-

-Te lo agradezco enormemente.-

-No creo que vuelva hasta mañana por la tarde. Me pondré a trabajar en las armas que quiere Mercurymon.-

-¿Pero es que quieres hacerlas?- preguntó, extrañada.

-No me hace mucha ilusión, la verdad, pero tarde o temprano me tocará hacerlas, así que mejor estar bien preparado.-

-En eso estoy de acuerdo. Sera mejor que me vaya. No te entretengo más.-

Tras estas últimas palabras, Venusmon se marchó. No tenía ninguna intención de permanecer allí más tiempo.

Llegó a su isla, aproximadamente, una hora más tarde de abandonar la forja. Contemplar su morada de noche, iluminada por aquella nostálgica luna llena, era todo un espectáculo.

Entro y se puso cómoda. Había sido un día largo y tedioso. Se asomó por la terraza y contempló el paisaje: el mar, ahora de color azul oscuro, azul noche, bañado por la luz de la luna llena... Y ella estaba allí sola, sin nadie que pudiera acompañarla en este momento tan romántico...

Oyó pasos. Se acercaban a ella paulatinamente.

Hizo como que no los oía. Haciéndose la distraída, siguió contemplando el mar.

De repente, unos robustos brazos la abrazaron.

-No te esperaba.- dijo Venusmon.

-No tenías por qué esperarme.- contestó.

-Sabía que sólo podías ser tú. Quién si no se presentaría ante mí, a altas horas de la noche, exponiéndose a toparse con mi marido.-

-Touché.-

-Marsmon, ¿qué es lo que quieres?-

-Lo sabes perfectamente.-

-No juegues conmigo.-

-Esto no es un juego. Vulcanusmon no vendrá hasta mañana por la mañana, ¿verdad?-

-En efecto.- respondió Venusmon.

A Marsmon le encantaba sentirse siempre un paso por delante de Venusmon, y a ella siempre la ha gustado complacerle. Cuando se encontraban, la diosa se comportaba de manera ingenua e inocente -cualidades que ella no poseía- para hacerle sentir a Marsmon imponente, importante, orgulloso... Al olímpico le encantaba ser el centro de atención de Venusmon, aunque ella también tenía a otros a los que observar.

-Hace una noche espléndida, ¿no crees?-

-Era justo en lo que estaba pensando...-

Giró la cabeza y la apoyó en su robusto hombro.

Al igual que Apollomon, Marsmon era un digimon fuerte y musculoso, y eso era una de las cosas que atraían a Venusmon.

-¿Podré pasar esta noche contigo?- preguntó Marsmon. Su tono de voz, firme, potente, había cambiado. Se le notaba mucho más cohibido que antes.

-Esta noche sólo me apetece contemplar el mar...-

Al oír esto, Marsmon la soltó bruscamente y se alejó de ella en dirección a la salida.

-Sin embargo...- añadió Venusmon.- Puedes quedarte.-

Se dibujó una sonrisa en el rostro de Marsmon.

Se acercó a ella y la abrazó. Extendió su mano hacia la de la diosa. Esta reusó momentáneamente. Con la otra mano se retiró el anillo que Vulcanusmon la había dado y lo guardó entre las telas de su túnica. Entonces le dejó que le cogiera la mano.

-Odio que tengamos que mantener esto en secreto.- dijo Marsmon.

-Pero así tiene que ser.- respondió la diosa. –No podemos permitir que mi marido se entere.-

Marido... Esas palabras enfriaron el ambiente.

La verdad era que todo el mundo, salvo Vulcanusmon, sabía que en el matrimonio de Venusmon no había amor, y se basaba en mentiras. A ella no la gustaba sentirse atada, y por eso se buscaba sus aventuras. Mas siempre amaba a sus amantes.

Eso si, todos ellos pensaban que eran los únicos. Y Marsmon no era una excepción. La gustaba el carácter rudo, potente y orgulloso de Marsmon, y los excesos que cometía. Sin embargo, no se lo iba a poner fácil.

-Quizás sería hora de entrar. Empieza a hacer frío aquí.- dijo Marsmon.

-No.- negó rotundamente la diosa.- Pienso quedarme aquí toda la noche. Hace una noche perfecta.

Escusas, escusas y más escusas. Venusmon buscaba en sus aventuras seriedad.

A Marsmon no le sentó nada bien esa respuesta.

-Me voy.- dijo tratando de recuperar el control.- Mañana tenemos el gan acontecimiento.-

-Es verdad. No me acordaba. Mucha suerte.-

Marsmon se fue alejando paulatinamente de Venusmon. Esta le lanzó un dulce beso. Este se fundió con la noche, dejando a Venusmon sóla en su morada.

Nota:

Que duro es el amor. Sí, Marsmon y Venusmon también tienen una relación sentimental... y el pobre Vulcanusmon haciendola joyas día y noche...

PD: En el siguiente capítulo... ¿conseguirán los olímpicos secuestrar a Ophanimon?

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