Bueno, feliz año a todo el mundo. Espero que todos esteis bien. Agradezco mucho las últimas reviews chicos. Consideren este capítulo, como un regalo de "Los Reyes Magos"

Capítulo 23: El Preso

Mercurymon, Minervamon y Marsmon caminaban en fila india por el desolado valle que debían atravesar antes de llegar a Prision Land. La zona a la que se dirigían se encontraba en la parte central, y más profunda del continente Xross. Hacía ya rato que habían pasado Dragon's Land, y ahora sólo les quedaba atravesar aquel pequeño trecho para llegar a su destino.

Llevaban toda la mañana caminando, y ya era mediatarde, aunque parecía de noche. Una bruma espectral, cubría con su tupido manto el cielo, impiendo que la luz del sol penetrase con facilidad. No se oía ni un alma. El silencio sólo se rompía con el cregido de las ramas secas bajo sus pies; o cuando Minervamon paraba para quejarse.

-¿Falta mucho?- preguntaba la olímpica. Si hubiera ido montada en Coaltmon, ya estaría allí.

-No.- respondía tajante Mercurymon.-

-¿Pero cuanto falta exactamente?- volvía a la carga la diosa.

-Un poco.- la contestaba siempre Mercurymon.- Un poco.- repetía, para tranquilizarla.

-¿Y cuánto es un poco?- les preguntó, de nuevo.

Marsmon no podía evitar soltar un bufido cada vez que la conversación se repetía. Le exasperaban las tonterías de niña pequeña de Minervamon. Era la más jóven, sí, pero ya era mayorcita. Podría emplear el tiempo que usaba para quejarse en cosas más productivas. Observar el paisaje, por ejemplo.

Marsmon se arrepintió de haberlo pensado. Aquel paisaje no tenía nada de espectacular: cuatro árboles grises, a punto de morirse, y piedras en medio de un camino que hacía más de medio siglo que no se transitaba.

Quizás debería ser él quien comenzara a quejarse.

Avanzaban con rapidez, tal y como Mercurymon les exigía a sus compañeros. Él estaba acostumbrado a caminar rápido, y con prisa. Era bastante impaciente. Además, estaba nervioso. Nadie sabía nada de Prision Land desde hacía años. Y sólo con ver los digimons que se trasadaron desde ahí a Hell's Field, uno se preocupaba.

Sin embargo, Mercurymon trataba de parecer tranquilo. Su máscara de lobo le ocultaba los ojos, el espejo de su alma. Y daba gracias por ello todos los días. Sus ojos, siempre le delataban; y siempre lo harían. Era algo que no podía evitar.

Giraron en el que parecía el decimo quinto árbol solitario, y el camino se ensanchó en una gran curva. Comenzaron a descender. La pendiente era bastante acusada, casi vertical.

Minervamon tomó la iniciativa, y fu la primera en comenzar a descender. La escalada era una de sus actividades preferidas y uno de los ejercicios que debía hacer en su entrenamiento diario. Rápidamente, Mercurymon la sobrepasó, corriendo sobre aquella pared de piedra iregular. Había estado practicando después de la penosa actuación de los olímpicos en el castillo de Ophanimon. Iba a recuperar la velocidad que tenía antes, costara lo que costase. Marsmon, por su parte, bajaba despacio, y con más cautela. No estaba acostumbrado a esa clase de ejercicios. A él le iba más el combate cuerpo a cuerpo y esa clase de cosas.

Merucyrmon y Minervamon esperaron a que Marsmon terminara de descender para proseguir con la travesía. Se encontraban en un gran agujero, que continuaba abajo, por medio de unas historiadas escaleras de caracol. Su color era blanco puro, por lo que debían estar hechas con roca caliza, produciendo un fuerte constrante con la onalidad grisacea, casi negra, de las rocas del lugar.

Descendieron por las escaleras de caracol hacia lo más profundo del abismo. Prision Land se encontraba just allí, en lo que casi parecía un universo diferente bajo tierra. Para su sorpresa, no encontraron oscuridad total, sino una iluminación excesiva, que nublaba sus sentidos, y volvía todo el lugar blanco y negro.

Miraron hacia arriba, en busca de cualquier tipo de llama, instrumento que pudiera producir semejante luminosidad, pero no encontraron nada. La arcáica mágica que conformaba el lugar era la causante de aquella sensación. Minervamon lo sabía. Aquel lugar había sido construido hacia milenios, y su construcción, a parte de como prisión, era un monumento a la luz en la oscuridad; para que los malvados allí encerrados lu tuvieran siempre presente. Formaba parte del castigo que los presos sufrían en aquella época.

Minervamon quiso comentarselo a sus compañeros, pero estos la hicieron caso omiso: Mercurymon ya había comenzado la marcha, y Marsmon le seguí con paso firme, dispuestos a dejar a la diosa sola si esta no se ponía ya en marcha.

Hasta que no avanzaron unos cuantos metros, no pudieron vislumbrar las primeras celdas. Estas estaban excavadas en la propia roca caliza, y sus tamaños eran diferentes. Minervamon supuso que estarían hechas especialmente para cada uno de los presos.

Mercurymon se acercó, curioso, a una de ellas. Estiró la mano, y trató de pasar a su interior, mas no pudo. Una extraña fuerza se lo impedía.

-Minervamon, ¿cómo es que no puedo pasar?- preguntó, confuso.

-Supongo que seran campos de energía. Mágicos, además.- comenzó a explicar Minervamon.- Esta cárcel fue construida hace tiempos inmemoriales, cuando los diez guerreros legendarios, antes de que nosotros ascendieramos al poder.- hizo una breve pausa.- En aquel momento, se contaba con una mágica ancestral, proporcionada por el propio Yggrasil. No sé mucho más acerca de ello.-

Mercurymon frunció el ceño. Si el Código Corona se encontraba en alguna de las celdas, lo cual era una posibilidad, les costaría mucho acceder a ellas y conseguirlo.

Siguieron caminando, parandose a revisar cada una de las celdas. Mercurymon se iba parando en cda una de las celdas, y observaba si había dentro algo sospechoso. Nunca encontraba nada. Cada una de las celdas tenía una composición similar, sin embargo, sus dimensiones variaban considerablemente. Debían de estar adaptadas para los digimons que debieron de estar allí encerrados.

Minervamon caminaba con la cabeza agachada, distraída. Al principio, lo hacía porque sus ojos no se habían acustumbrado a la gran luminosidad del lugar. Sin embargo, ahora, se mantenía sumida en sus oscuros pensamientos.

En primer lugar, se preguntaba cómo se encontraría Vikemon, y si el "monstruo" atacaría de nuevo. Había ordenado a Coaltmon que la mantuviera informada, pero mientras estuviera en aquella misión, no se enteraría de nada. Además, estaba furiosa consigo misma, debido a que sus investigaciones sobre la identidad del "monstruo" no habían dado resultado. Tambiñen había estado investigando sobre Prision Land, sin éxito. Aquel lugar era tan antiguo, que ni siquiera en sus más arcaicos libros no aparecía.

Marsmon, por su parte, cuando Mercurymon proseguía con la marcha, se detenía, y volvía a revisar cada una de las celdas; esperando que se hubiera equivocado. Ansiaba con todas sus fuerzas que cometiera un error. Así, si el se alzara victorioso, ya tendría un argumento más para coronarse lider de la revolución, y trasladar a Mercurymon al papel secundario que se merecía.

El pasillo se fue ensanchando, hasta que llegaron a una sal circular. En el centro de la misma, había una escultura de Yggrasil. Podría haber funcionado de fuente tiempo atrás. El suelo, además, estaba plagado de extrañas inscripciones, formando arcos inconexos que proseguían hasta llegar a la estatua.

Minervamon trató de identificar el significado de aquellos símbolos. No era la primera vez que los veía. Era una arcáica nomenclatura digital, ya en desuso y por todos olvidada. No la recordaba con exactitud, pero pudo identificar algunos símbolos sueltos. Parecían instrucciones para utilizar le escultura, pero no acababa de entender el para qué.

Mercurymon observó con atención a la diosa. Él también sabía que aquellos símbolos servían para algo, pero no tenía ni idea de para qué. Esperaba que Minervamon lo averiguase. Si alguien podía hacerlo, era ella. Pero para conseguirlo, nadie debía presionarla.

Marsmon, sin estar pendiente de lo que sucedía a su alrededor, se entretenía encendiendo y apagando una pequeña llama con la ayuda de sus dedos. Ni tenía idea de aquel lenguaje antiguo, ni esperaba tenerla. Con que se encargaran Minervamon y Mercurymon, le bastaba. Eso sí, dudaba que lograran algo, sobre todo este último. No dejaba de ser un inútil.

Minervamon dejaba pasar el tiempo en silencio, mientras merodeaba de un lado a otro, analizando los símbolos del suelo. Había observado ciertas similitudes y repeticiones en algunos, y creía saber el significado de otros.

Mercurymon, harto de observar como la olímpica se paseaba de un lado al otro de la sala, la detuvo.

-¿Has averiguado algo?- la preguntó, sin más rodeos.

-Creo que sí.- dijo esta, antes de omenzar a explicarse.- Parece que esta sala es una plataforma a un nivel inferior, como se puede observar en estos símbolos.- dijo, señalando a los que tenía tras ella.

Mercurymon asintió, tratando de parecer que comprendía lo que Minervamon queria decirles.

Marsmon se acercó un poco más, para escuchar a la diosa, sorprendido por su hallazgo. Jamás pensó que tardaría tan poco tiempo en descubrirlo. Tampo sabía si él hubiera sido capaz de hacerlo. Lo cierto era que ninguno de sus compañeros solía tomar muy en serio a Minervamon, debido a su carácter infantil; a pesar de momentos de lucidez que presentaba a veces. Este era uno de ellos.

-También indican que hay que utilizar la escultura para activarla.- prosiguió Minervamon. Mercurymon volvió a asentir.-

-¿Y cómo se emplea?- preguntó Mercurymon, interrumpiendola.

-La verdad es que no estoy segura.- respondió la olímpica, haciendo una breve pausa. Mercurymon agachó la cabeza, frustrado.- Pero creo que sólo hay que encender una llama en la parte superior.- Mercurymon levantó la cabeza.- Y para eso ya tenemos a Marsmon. Sólo hay que probar.-

-Marsmon, ¿te gustaría hacer los honores?- preguntó Mercurymon. Detestaba con todas sus fuerzas que Marsmon tuviera un papel importante.

-Por supuesto.- contestó el otro olímpico, orgulloso.

Acto seguido, Marsmon pegó un gran salto, y lanzó una llamarada a la cúspide de la escultura. Aterrizó de rodillas, y notó como el suelo comenzaba a temblar. La estuatua torno de un color rojo vivo, y los símbolos del suelo se iluminaron uno a uno con llamas azuadas, a modo de fuego fatuo. La plataforma soltó un crujido, como si hiciera mucho que no se usara, y comenzó a descender.

Los olímpicos se reagruparon en el centro de la plataforma, junto a la estatua. No sabían que les podría aguardar ahí abajo. La plataforma no tardó en detenerse, con yun golpe seco. Parecía haber tocado fondo.

Observaron atetntamente el nuevo nivel. Era muy similar al anterior. Estaba compuesto por un amplio pasillo que se abría con cada paso que se daba. A ambos lados del mismo, había celdas y más celdas. Todo ello junto, parecía infinito y aportaba una creciente sensación de desesperación a los dioses: parecía que no iban a acabar nunca.

Mercurymon dio un paso a delante, decidido, y comenzó a inspeccionar todas las celdas con las que se topaba. Marsmon, detrás suyo, seguía revisando si su compañero cometia algún error o se le escapaba algo. Minervamon, por su parte, se quedó quieta, apoyada en la estatua.

Había algo que no la cuadraba. Había alguien más allí. En el anterior nivel, no había detectado ninguna presencia como la que notaba ahora. Pero si aquella prisión llevaba abandonada más de un siglo, ¿Quién podría encontrarse allí?

Se decidió por fin a avanzar y se puso a la altura de sus compañeros: ya habían revisado la primera decena de celdas, todas ellas vacias. No sabía si debía comunicarles su descubrimiento. No quería alarmarles, y menos, sabiendo que a lo mejor eran imaginaciones suyas.

Prosiguieron la travesía, hasta que, de pronto, los temores de Minervamon cobraron sentido.

-Vaya, oigo pasos. ¿Cómo es que hay alguien más aquí?- murmuró una voz, grave, desde el fondo del pasillo.

Minervamon, pensó que estaba todo en su cabeza; pero al comprobar que sus compañeros también lo habían oido, se convenció de que aquello era real. Había otro digimon con ellos.

Mercurymon les hizo una seña, indicandoles que avanzaran hacía dónde provenía la voz.

Pasaron varias celdas de largo hasta llegar a dónde se encontraba aquella criatura. El interior de su celda estaba más oscura que el resto, impidiendoles en un principio apreciar con claridad al individuo que moraba en ella.

Mercurymon se pego a aquella barrera transparente que los separaba, y pego sus manos contra sus ojos, para mejorar la visibilidad. El individuo se acercó, para facilitarle la tarea. Mercurymon comprobó que, tal y como cabía esperar, era un digimon oscuro. Sus cuatro fuertes patas sostenían un robusto cuerpo, cubierto de un grueso pelaje morado. Su torso, era musculoso, a pesar de lo delgado y ciertamente esquelético que pudiera parecer. Sus brazos eran largos y finos como un palillo, al igual que sus afiladas garras. Su cara, chupada, era pequeña en comparación con sus grandes y retorcidos cuernos.

La criatura ladeó la cabeza, observando con curiosidad a Mercurymon. El olímpico pudo apreciar en su rostro una sonrisa.

El olímpico hizo una seña a sus compañeros para que se marcharan. Aquel ser no podría traerles nada bueno.

-Me presentaré.- dijo el preso, tratando de evitar que se fueran.- Soy Gulfmon.- hizo una reverencia.- Y soy lo único que queda aquí.-

La utilización del "lo", en vez de "él" llamó la atención de Minervamon.

-"Se acaba de hacer referencia a él mismo como un objeto."- pensó Minervamon.

Aquella afirmación la planteaba muchas preguntas. Habia oido hablar de guardianes, o custiodadores del Código Corona. Además, también había oido hablar de digimons que guardaban en su interior el propio código. ¿Podría ser aquel digimon uno de ellos?

-Espera Mercurymon. Puede que este digimon pueda ayudarnos.- dijo Minervamon, deteniendo a su compañero.

Mercurymon observó con cierta repulsión a la criatura. La sonrisa maliciosa que lucía solo podía declarar malas intenciones.

-Muchas gracias.- dijo Gulfmon, mirando fijamente a Minervamon. Luego, hizo una leve reverencia.- Supongo que habeís venido aquí en busca de algo. Si es un preso, podeis daros por vencidos: sólo quedo yo, y no creo que sea lo que estais buscando.- hizo una breve pausa.- Si lo que estáis buscando es un objeto… sólo queda uno…-

Minervamon asentía, con interés. Marsmon, no escuchaba lo que aquel monstruo decía. Según lo que su experiencia le había mostrado, aquellos seres eran rastreros y sólo miraban por su propio beneficio.

-¿Y sabes la ubicación del objeto que andamos buscando?- preguntó Mercurymon, deseando acabar cuanto antes con la conversación. Aquel digimon no le ofrecía ni la más mínima confianza.

-Si os referis al Código Corona, sí, por supuesto.-

A Mercurymon se le iluminaron los ojos momentaneamente.

-Dinoslo.- exigió el olímpico.

-¿Y qué recibo yo a cambio?- preguntó la bestia. –¿Me liberareis?-

-Sólo cuando nos digas la ubicación del Código Corona y lo tengamos en nuestras manos.- contestó Marsmon, firmemente. No tenía pensado liberarle: en cuanto supieran la ubicación y obtuvieran el misterioso artilugio se marcharían, dejandole allí hasta los últimos días de su existencia.

-¿Y cómo sé que vais a cumplir vuestra palabra?- preguntó Gulfmon, en tono burlón.

-Tendrás que fiarte.- respondió rapidamente Marsmon.

-¿Y por qué he de fiarme yo de vosotros y no vosotros de mí? Sois vosotros los que estais más desesperados…- argumentó el digimon.

A Marsmon se le estaba acabando la paciencia. Se acercó a la barrera invisible que le separaba de la celda, y miró fijamente a los ojos de Gulfmon.

-¿Cómo quieres que nos fiemos de un preso, que lleva aquí tantísimo tiempo? Seguro que has perpretado toda clase de atrocidades. Si te liberamos, te estamos haciendo un favor: somos tu única opción para escapar.-

-Y yo soy vuestra única opción para encontrar el Código Corona.-

Marsmon golpeó con sus puños la barrera, lleno de ira. Aquel juego no llevaba a ningún sitio. Gulfmon sonrió con malicia. Minervamon miró con preocupación a Marsmon.

-Apartate.- le ordenó la diosa.

Marsmon no comprendía lo que acababa de ocurrir. Miro de un lado a otro, confuso, hasta que la explosión le impacto de lleno.

Gulfmon salió de su celda, aquella en la que había estado tantos años recluidos… Se estiró, y miró hacia dónde se encontraba Marsmon, el cual se estaba levantando.

-La barrera es muchísimo más débil en el exterior de la celda.- informó la bestia.- Gracias por hacer ese pequeño agujero con tu arrebato de uria, Marsmon. Llevo muchos años debilitando la barrera, pero tu ataque ha sido el golpe de gracia, nunca mejor dicho.-

-Ahora que te hemos liberado, dinos dónde está el Código Corona.- exigió Mercurymon.

-¿Te refieres a esto?- dijo Gulfmon, mientras la gran boca de su torno se abría de par en par. Introdujo su garra en ella, y sacó un pequeño artefacto, brillante, con rebordes grises, y en el centro, una imagen verde boscoso. – Lo llevo guardando mucho tiempo. Y aun lo sigo necesitando. Así pues, no os lo voy a dar. Me voy. Muchas gracias por todo.-

Gulfmon comenzó a caminar lentamente en direccción a la salida, esperando a que los olímpicos cayeran en su macabro juego…

Marsmon se acercó a él, con intención de arrebatarle el Código Corona. Sus puños se encendieron, y golpeó el suelo con fuerza, provocando que Gulfmon se detuviera. Mercurymon y Minervamon se aproximaron para proporcionarle apoyo durante la batalla. Pero sabían que Marsmon no les dejaría intervenir: para él, esto era algo personal.

Gulfmon se giró, y observó como Marsmon le clavaba una mirada de furia. Sus ojos estaban tan encendidos como sus puños, y todo su cuerpo estaba envuelto, casi en su totalidad, por llamas.

Sin embargo, Gulfmon no estaba preocupado. Se había enfrentado a nemigos tan, o incluso más poderosos, que Marsmon, y había salido victorioso. Es más, había disfrutrado acabando con ellos.

Marsmon dio una voltereta en el aire, y colocando sus puños a modo de martillo, trato de golpear a Gulfmon. Este, con grandes reflejos, se desplazó milimetricamente hacia la derecha, y Marsmon acabó golpeando el suelo, realizando un gran boquete, y haciendo temblar toda la estructura.

Gulfmon aprovechó entonces para ejecutar su ataque. Su gran boca se abrió, y comenzó a acumular energía oscura. Hacía bastante que no utilizaba los poderes del Dark Area a su favor; pero se acordaba perfectisimamente de cómo hacerlo.

La gran bola de energía oscura habría impactado sobre el cuerpo de Marsmon, de no ser porque Mercurymon le había ayudado a esquivar el ataque. Marsmon, aunque no fuera a admitirlo, agradecía enormemente la ayuda de Mercurymon. Aunque conservaba su fuerza bruta, el paso de los años le había rebatado la agilidad y la precisión, dos habilidades que a Mercurymon no le faltaban.

Minervamon analizaba la precisa y pulida técnica de Gulfmon. Era capaz de almacenar materia oscura en su boca, darla forma y lanzarla en milesimas de segundo. Y empleaba eso a su favor, obligando a los olímpicos a adoptar una postura defensiva. Minervamon se encontraba tranb una columna, mientras que Mercurymon, se movía de un lado a otro como un loco, tratando de evitar los ataques de la bestia; arrastrando consigo a Marsmon.

-En cuanto puedas, Mercurymon, lanzame contra Gulfmon.- le indicó Marsmon a su compañero.- Yo sabré lo que hacer.-

Mercurymon no pudo evitar sonreir. Aquella técnica era una de las favoritas de Marsmon para el combate; y la había ejecutado millones de veces, algunas de ellas junto a Mercurymon.

El olímpico asintió, mientras esquivaba otro ataque dirigido hacia ellos. Cambió de rumbo bruscamente, posicionandose detrás de Gulfmon. Este trató de darse la vuelta, mientras Mercurymon, con todas sus fuerzas, daba impulso a Marsmon.

El olímpico salió disparado con la sufiente fuerza como para que a Gulfmon no le diese tiempo a protegerse del ataque. Su puño, en llamas, impactó sobre la cara de la criatura, haciendola retroceder un par de metros.

Gulfmon les miró, sorprendido: aquel ataque le había dolido de verdad. Tambaleandose, se dirigió hacia dónde se encontraba Minervamon.

-Me habeis vencido. Toma.- dijo, estirando su garra. En ella, Minervamon pudo apreciar el Código Corona.

La olímpica se acercó, confiada, a recoger el artefacto que les había traído hasta allí. Estaba tan ilusionada, que ni si quiera cayó en la cuenta de que Gulfmon estaba preparando su ataque final.

Marsmon y Mercurymon corrieron para avisarla, pero ya era demasiado tarde: la olímpica estiró la mano, a la par que otra bola de energía oscura impactaba sobre su cuerpo, arrastrandola hasta el fondo del largo pasillo.

Sus compañeros corrieron a atenderla inmediatamente. Un ataque como aquel, y recibido sin ninguna protección a esa distancia tan corta, podría resultar mortal.

Gulfmon se despidió tal y como les había saludado: con una pícara sonrisa y una reverecia. Tenía lo que quería: su ansiada libertad, y nadie iba a arrebatarsela.

Les dejo allí, sólos, atendiendo a la herida Minervamon. Su cuerpo estaba lleno de magulladuras. Algunas de ellas eran heridas graves, como la que tenía en el costado. Además, presentaba algunas quemaduras, también repartidas por todo el cuerpo.

-¿Estas bien?- le preguntaron a Minervamon.

Esta no respondió. Tenía la mirada ausente, y parecía estar a punto de desfallecer.

Mercurymon y Marsmon se miraron. Aquella osadía por parte de Gulfmon no quedaría impune: nadie hacia daño a los olímpicos sin pagar por ello.

Acto seguido, levantaron entre los dos a Minervamon, ya inconsciente. Debían llevarla a un lugar seguro antes de que su estado empeorase.

Nota:

Bueno, el capítulo me quedo algo más corto de lo esperado (pensé que llegaría a las 10 páginas en un word…) pero no esta mal. En el próximo capítulo, nos centraremos en Dianamon y Ceresmon…

Aviso:

Dentro de poco, abriré otro tema, en el cual se Recopilaran One Shots relacionados, directa o indirectamente, con Digimon: La Revolución Olímpica o Digimon: La Amenaza de Arkadimon. Espero que os gusten. Además, Digimon: La Amenaza de Arkadimon, será borrada y resubida, tras un proceso de revisión de la narración y la ortografía.