Después de esa gran intriga y tensión generada entre Apollomon y Dianamon, cambio radical. Por fin el nuevo capítulo. Me ha costado bastante que las musas acudieran a mí y me ha sorprendido lo cómodo que me he encontrado con Marsmon en la última parte. Hay algunos detalles curiosos para lectores activos.

Capítulo 27: Encuentros con viejos amigos

Mercurymon y Marsmon habían cargado con Minervamon hasta el ascensor y, tras activarlo, habían ascendido hasta la planta superior por la que habían entrado.

Las heridas de Minervamon y sus quemaduras era bastante graves. El riesgo de desangramiento también era alto, y, sí seguía así, no tardaría en empezar a perder digicódigo y desparecer. Ante aquella situación, Mercurymon había ordenado a su compañero que dejará a Minervamon en el suelo y que los dejara solos.

Marsmon entonces comprendió lo que iba a acontecer. No era la primera vez que Mercurymon empleaba sus poderes para curar a alguno de los olímpicos. El chamán prestaba aquella clase de servicios en casos de extrema urgencia, y siempre en privado. Por algún extraño motivo, Mercurymon se negaba a que el resto contemplara el proceso de curación. Los demás habían asumido que les iba a ser imposible descubrir los entresijos que envolvían a aquel misterio.

Una vez Marsmon hubo abandonado el templo dispuesto a montar guardia por si Gulfmon volvía a hacer acto de presencia, Mercurymon comenzó el ritual. Cogió su colgante y miró a su espejo, admirando su reflejo. Entonces y con un delicado movimiento, enroscó el colgante al cuello de Minervamon. Al entrar en contacto con ella, el espejo emitió un fulgor. Ante aquella señal, Mercurymon se arrodillo junto a ella y colocó las palmas de sus manos juntas, en pose ceremonial. Los espíritus se materializaron entonces. Los recién llegados se movían ritmicamente siguiendo las indicaciones que Mercurymon les daba entre murmuros. Sus manos se movían al compas de sus palabras, examinando las heridas de Minervamon, las cuales iban desapareciendo paulatinamente. Aún le llevaría un rato terminar, pero la olímpica se salvaría.


Cuando Minervamon abrió los ojos de nuevo se encontró a Mercurymon retirando el colgante de su cuello. Mareada, cerró de nuevo los ojos hasta encontrarse preparada para abrirlos. Cuando sintió que Mercurymon se encontraba algo más alejado de ella, hizo ademán de levantarse, aún con los ojos cerrados. El olímpico ayudó a la herida a incorporarse. Había dejado de sangrar y las heridas se habían cerrado pero seguía encontrandose extenuada por el cansancio y su piel seguía magullada. Agradecida por la ayuda que recibía, entreabrió los ojos y caminó apoyada en Mercurymon, quien avanzaba a paso lento pero constante.

-Se ha marchado con el Código Corona.- anunció Marsmon cuando se reunió con el resto de integrantes de la expedición. Contempló a Minervamon, sorprendido por la eficacia del tratamiento de Mercurymon. –"Con el tiempo adecuado y actuando inmediatamente, el chamanismo funciona."- pensó el dios de la guerra. No era la primera vez que fallaba y no le hubiera sorprendido haber perdido a Minervamon allí mismo.

-Nuestra prioridad ahora es llevar a Minervamon a un lugar seguro.- decretó el líder.- Ya me encargaré de dar una orden de búsqueda a mis mensajeros.-

-Como tus Sepikmon te informen tan bien como de la seguridad del castillo de Ophanimon...- le reprochó Marsmon.- Llevemos a Minervamon a mi morada. De los puntos que controlamos es el más cercano.-

La diosa asintió. Era consciente de todo lo que pasaba, y aunque su cabezonería la haría sugerir que la llevaran a su propia morada, prefería reservar sus energías en caminar que en entablar una discusión innecesaria.

-Iremos por el camino corto antes que por el discreto.- anunció Marsmon. Mercurymon aceptó la propuesta pesea que el tono autoritario del dios de la guerra hacía que se asemejara más a una orden. –Hemos tardado mucho en llegar aquí solo para pasar desapercibidos.-

Mercurymon se mordió una vez más la lengua. Si hubieran tomado la vía directa a la primera y los ángeles hubieran mandado vigilar los caminos, podrían haber sido descubiertos fácilmente. No obstante, en aquel momento no les quedaba más remedio. Que las heridas de Minervamon se hubieran curado no significaba que la olímpica ni el propio curandero estuvieran a salvo. La curación había consumido gran parte de las energías de Mercurymon y la diosa necesitaba además reposo tras el ritual curativo.

Avanzaron turnandose para cargar con Minervamon, quien, tras hacer un esfuerzo por caminar hasta el final de Prision Land, cayó sumida en un profundo sueño.

-¿Crees que nos será posible localizar a Gulfmon y recuperar el Código Corona? Me refiero, ¿crees que con tus mensajeros será suficiente?- preguntó Marsmon. Quería saber lo que pensaba su líder al respecto.

-No creo que sea suficiente.- admitió Mercurymon.- Tu ya lo habrás pensado pero un preso que lleva tanto tiempo cautivo puede comportarse de diferentes formas.- comenzó a explicar el olímpico. –O bien busca la venganza inmediata y se deja ver, sembrando el caos. O bien se esconde y planea un gran golpe.- Marsmon asintió, comprendiendo a la conclusión a la que Mercurymon quería llegar.- ¿Tú crees que alguien que ha esperado tanto tiempo se dejará atrapar tan fácilmente?-

-Si tuviera mi carácter sí.- rió Marsmon. Se encontraba complacido porque su hermano y él pensaran igual. Mercurymon se limitó a asentir, sin cambiar su expresión facial. Seguía sin entender su retorcido humor.

-¿Te importaría que me desviara a mitad del camino?- preguntó al fin Mercurymon. –Me he dado cuenta de que debería hacer una última gestión antes de regresar al Palacio de los Espejos.-

-¿De qué gestión se trata?- preguntó Marsmon, interesado.

-Espionaje y refuerzos.- respondió el olímpico.

-¿Refuerzos?- la confusión por parte de Marsmon era evidente.

-Sí, refuerzos. Otros que luchen de nuestra parte.-

-¿Acaso otros que no son olímpicos están dispuestos a apoyar nuestra causa?-

-Hay más de uno que guarda cierto recelo a la gestión de los ángeles.-mintió Mercurymon. Quería ocultarle a toda costa que había quedado de nuevo con Venusmon para saber el resultado de su primera misión.

-Será todo... más o menos legítimo... ¿no?- preguntó su hermano, alarmado.- No queremos mezclarnos con cierta clase de digimon... criminales... malignos...-

-Sé lo que hago.- sentenció Mercurymon.

-Eso espero Mercurymon... Eso espero...-

Ambos se sumieron en un sepulcral silencio. Ninguno tenía más que decir.


Sirenmon despertó envuelta en unas sábanas de seda blanca. Durante el viaje a la isla de Venusmon se había sentido confusa, turbada a la par que cansada y no había hablado mucho. La diosa lo había entendido perfectamente. Tampoco la había forzado a escucharla siquiera. Sólo la había pedido que por favor la acompañara a su morada, el único lugar seguro en el que podía estar de momento. Dado que la había rescatado, Sirenmon no había tenido problema alguno en confiar en la palabra de la olímpica. Venusmon y ella nunca habían tenido una relación cercana, pero no dejaban de ser familia.

El olor del té matutino le abrigó el estómago. Miró a un lado y, junto a la cama que Venusmon la había proporcionado, sobre la mesilla , había una taza de té con unas pastas. Se incorporó y cató la bebida. Sin duda, estaba buena, aunque a su juicio era peor que el té que Deramon preparaba.

Echó un vistazo a su alrededor en busca de la diosa. La composición abierta de la estancia la permitía ver el mar a través de un ventanal. El ruido de las olas la había permitido deducir lo cerca que se encontraba de él, pero no se había dado cuenta de hasta que punto. Por un momento se había olvidado que se encontraba en una recóndita isla en medio del Ocean Net.

Desayunó rápido por lo hambrienta que estaba y buscó a Venusmon con la mirada. Sólo encontró estatatuas y más estatuas de ella decorando las columnas que sostenían la estructura de tan maravilloso templo. Aquellas cariátides eran sin duda hermosas, mas en aquel momento le eran indiferentes. Dudaba si levantarase e ir a buscarla sería lo correcto, o si por el contrario lo adecuado sería esperarla allí. Muchas incógnitas la carcomían por dentro. ¿Cuánto tiempo había estado sumida en aquel letargo? ¿Cuál era la situación actual? ¿Estaban todos juntos u otros como ella habían sufrido la misma condena?

Antes de que pudiera decidir nada, Venusmon apareció de la nada, como si de un fantasma se tratara.

-Buenos días.- la saludó la diosa.- Estaba arriba, pero te encontrabas tan absorta en tus pensamientos que ni te has percatado de que bajaba las escaleras.- hizo una breve pausa.- ¿Cómo te encuentras?-

-Confusa.- se limitó a responder la sirena.-

-Quizás yo no sea la más adecuada para responder a tus preguntas.- admitió la olímpica.- Por eso he concertado una pequeña reunión con Mercurymon hoy.-

Sirenmon permaneció en silencio, asimilando la información.

-Él es quien nos dirige ahora.- informó Venusmon.- Supongo que es el que mejor te puede aportar una visión global de la situación.-

La sirena frunció el ceño. ¿Mercurymon el líder? Sería de los últimos en los que habría pensado para desempeñar dicho puesto. No obstante, si quería obtener la información que necesitaba saber, no la quedaría más remedio que tener una audiencia con el "líder".

-¿Cuándo partimos?-

-En cuanto estés lista. Nos esperará en el Palacio de los Espejos.-

-Entonces marchemonos ya, por favor.- pidió la rescatada.- No puedo esperar a plantearle mis dudas.-

-Que así sea.- sentenció la diosa, comenzando a caminar hasta la terraza.- Planteame algunas por el camino si quieres, aunque no esperes que sea imparcial.-

-Nunca lo eras.-

-Nunca lo soy.- rió la olímpica. –En marcha.-

Sirenmon alzó el vuelo desde la terraza sin pausa pero sin prisa. Venusmon iba a su lado, flotando grácilmente al lado de su paloma. Hablaba con ella y está asentía, complacida por la compañía de la diosa. Sirenmon se preguntó si, después de tanto tiempo, los únicos acompañantes de la diosa serían su paloma y su concha. A excepción de las visitas ocasionales de sus amantes y de su marido, Venusmon debería sentirse muy sola. Quizás demasiado... pensaba la sirena.


-¿Qué hace la señorita Minervamon aquí?- preguntó Agnimon, sorprendido. Para él era frecuente que Marsmon lo visitara de repente, pues siempre que pasaba por el Continent Xross hacía escala en Coliseum Zone. Mas nunca traía a otros olímpicos. Ni siquiera cuando Coliseum Zone habría sus puertas al público para que Agnimon realizara su espectáculo con las fieras. Pero aquello parecía una situación extraordinaria y, aunque se moría de ganas por indagar en todos los morbosos detalles, se limitó a plantear una sencilla pregunta.

-Ha sido herida en una misión de reconocimiento.- le informó el olímpico. Las grandes puertas del coliseo se habían abierto ante él, reconociendo su particular llamado. En parte había cierta verdad en lo que había dicho, pues sabía que tras años de trato su aprendiz detectaba cualquier mentira que tratrara de soltarle a la cara.

-¿Les ofrezco alojamiento como siempre?-

-Si me haces el favor.- pidió Marsmon. Era la zona más segura de todo el continente, sus paredes de piedra eran infranqueables y, a menos que estuvieras tan loco como para tratar de superar el reto de las fieras, no es posible entrar sin cita o invitación. Allí Minervamon podría reposar tranquila y marcharse una vez se recuperara. Él mismo podría pasar la noche allí, velándola.

-Sígueme.- le indicó Agnimon. –Te conduciré a los aposentos de siempre. Minervamon podrá descansar en los contiguos.-

Las enormes puestas del coliseo se cerraron de un portazo una vez el guerrero del fuego activó el mecanismo. Marsmon pasó a al interior del véstibulo y dejó de Agnimon le guiara pese a que él mismo conocía el camino. Hacia ya tiempo que se lo había cedido a su aprendiz, dejándole incluso al cargo de dicha zona.

Recorrieron los pasillos subterráneos que es donde se encontraban las mejores estancias. La parte superior del tremendo edificio era la destinada para la recepción, la arena y las gradas, así como una pequeña zona anexa de entrenamiento de las bestias. En el primer nivel bajo tierra se encontraban las jaulas de los Firamon, aunque la mayor parte del tiempo andaban sueltos por aquel piso. Ello servía como una especie de medida extra de seguridad ante aquellos que tuvieran la osadía de colarge en el interior del coliseo. En el nivel inferior eran donde se encontraba el comedor y las otras estancias.

La decoración de aquella planta seguía tal y como Marsmon la recordaba. La luz artificial emanada por los conductos de neon pegados al techo y al suelo ofrecía una visibilidad casi perfecta. Una alfombra roja que había comprado tiempo atrás en el lejano Mercado de Akiba recorría todo el suelo, enlazando las diferentes habitaciones. Contaba con diez, sin tener en cuenta el comedor: los aposentos del propio Agnimon, los designados a Marsmon cuando venía y los otros de refuerzo en caso de que el olímpico trajera a otros aprendices para superar el reto de las fieras. Sin embargo, esto no sucedía desde hacía ya bastante tiempo.

Pasaron a la estancia, suntuosamente decorada con una escultura de un Firamon. El resto de la equipación de la habitación era más bien pobre: una cama, un armario y la mesilla de noche.

-Ésta solía ser mi habitación cuando era tu aprendiz y tú ocupabas mi cuarto.- murmuró Agnimon, nostálgico.

Depositaron a Minervamon delicadamente sobre la cama. No parecía tener intención de despertarse. Agnimon seguía sorprendido por la inconsciencia de Minervamon y la gravedad de su estado teniendo en cuenta que sólo podía apreciar a simple vista unas cuantas magulladuras. Mas le intrigaba la misión que habían estado realizando en el continente Xross. Sin embargo, se limitaría a preguntar sólo lo imprescindible. Sabía que si inquiría de forma inadecuada o presuntuosa, el enfado de Marsmon sería terrible pese a que con él fuera incapaz de manifestarlo.

Agnimon pasó a su maestro su block de notas y un bolígrafo que llevaba siempre para anotar sus pensamientos para que éste le escribiera una nota a Minervamon por si se despertaba. Ninguno de los dos quería que la olímpica se levantara confusa e histérica, sin saber dónde se encontraba, y su alter ego tomara el control.

Con una caligrafía que dejaba bastante que desear el dios de la guerra redacto:

"Minervamon:

Después de nuestra escaramuza con Mercurymon, nos hemos despedido de él y te he conducido a Coliseum Zone para tu descanso y recuperación. Es el lugar más seguro al que podíamos acudir. Si precisas de mi presencia, me encontraré o en el cuarto contiguo o en el comedor.

Tu hermano Marsmon"

El olímpico decidió obviar cualquier detalle innecesario de la nota. Sabía que en cuanto Minervamon la tirara a la basura, Agnimon la rescataría para leerla una vez estuviera solo. La vena cotilla del guerrero ígneo era frenada por el sumo respeto que profesaba a su maestro, que había sido un padre para él. Sin embargo, la admiración que por él sentía a su vez le producía la más inaudita curiosidad sobre todo lo que le concernía a él o a su familia.

-¿Quieres tomar algo antes retirarte a tus aposentos?- ofrecío Agnimon.

-Un café no me vendría nada mal.- admitió Marsmon. Si iba a tener una de sus largas charlas con su aprendiz, necesitaría beber algo que lo mantuviera despierto.

Pasaron al comedor, donde tomaron asiento después de que Agnimon prepara una taza de café para su mentor. La gran mesa de formar elíptica contaba con unos diez asientos a su alrededor y la cocina se encontraba tan bien equipa y organizada como Marsmon recordaba. El orden era una de las cosas que mejor había inculcado a Agnimon.

-Y dime...- comenzó el dios la conversación. -¿Cómo va el espectáculo?- inquirió. Faltaban apenas tres meses para que se celebrara la siguiente exhibición en el coliseo, un acontecimiento anual que, al igual que todas las viejas tracidiones, se encontraba de capa caída.

-Suficientemente bien como para poder mantener el coliseo.- informó el encargado de la zona.- Los habituales siguen viniendo. Algunos críos piden a sus padres asistir. Y la popularidad entre los humanos de Cyber Land se mantiene.- hizo una breve pausa.- Ya sé que no es cómo tus exibiciones mensuales en el Great Coliseum del Contiente Twilight... pero menos es nada.-

Marsmon tragó saliva. Aquellos combates para el entretenimiento de los humanos de Sunshine City habían sido un acuerdo para mejorar la popularidad de los olímpicos entre los humanos. Le servían para darle algo de fama, sí, pero, como había comprobado en sus anteriores misiones, eran meras exhibiciones y le habían hecho acostumbrarse a combates pautados y con reglas de contención de fuerza. Nada tenían que ver con las batallas en la vida real.

-Y pensar que todo este rito de iniciación de las fieras y el espectáculo que otorga cierto renombre a esta zona sea sólo fruto del azar.- comentó el olímpico, nostálgico.- Y todo por aquel enfrentamiento fortuito que tuviste que librar contra ese Lynxmon del Old Canyon.-

-Aquel viaje al Continente Story fue la experiencia que marcó mi aprendizaje.-

-También fue aquello que marcó un punto de inflexión en mi tutela como mentor.- admitió Marsmon, bebiendo el primer sorbo ahora que su café había abandonado la abrasiva temperatura a la que se encontraba.

-Te volviste mucho más selectivo con los aprendices.-

-Me di cuenta de que no todos eran capaces de cumplir mis expectativas. Les dejastes el listón muy alto Agnimon.- hizo una teatral pausa.- Puede que no fueras el primero, pero siempre fuiste el único que logró comprenderme, quien de verdad supo lo que era el trabajo y el esfuerzo.-

-Has tenido muy buenos aprendices.- restó importancia el guerrero del fuego.- Los Angemon del coliseo de Heaven Zone poseen una fuerza superior al promedio de los de su especie, por ejemplo.-

-Ya, pero nadie puede compararse a ti.- replicó Marsmon.-Bueno, ninguno de mis otros aprendices me refiero.-

-Los olímpicos siempre habéis hecho una gran labor de tutela.- alabó Agnimon. La última aseveración de su amo le había recordado un enigma que le rondaba la mente desde hacía ya demasiado tiempo.- ¿Por qué lo dejasteis?-

-En mi caso simplemente no hay voluntarios para esta misión suicida a la que denomináis tutela.- bebió otro sorbo de su taza.- Supongo que le pasa lo mismo al resto de olímpicos que acogían a aprendices.-

-¿Y Mercurymon? Él solo tuvo un único pupilo.- Era el alumno de Mercurymon con quien le había comparado Marsmon momentos antes.

-Para ese caso en particular, habría que conocer los motivos que le llevaron a acoger al joven Labramon.-

-¿Y qué le llevó a tutelar al que luego fue deva?- trató de indagar Agnimon.

-Eso es un secreto que haría más mal que bien ser desvelado. Nos lo llevaríamos hasta la tumba si fuera preciso.- se terminó la taza de café de golpe.- Me encuentro demasiado cansado como para continuar esta amena charla. Será mejor que me retire a mis aposentos.- se levantó.- Una vez más te agradezco tu hospitalidad. Nos vemos mañana.-

El olímpico caminó rápido hasta abandonar la cocina, dejando sólo a Agnimon. El guerrero del fuego recogió el vaso de su maestro antes de retirarse él también a sus aposentos. Había sobrepasado esa línea una vez más.


Cuando Mercurymon llegó al Palacio de los Espejos, Venusmon y su acompañante ya se encontraban esperándolo. El olímpico no podía creer a quien tenía ante sus ojos, pues si bien no era a quién quería ver, era asombroso tenerla tan cerca después de tantos años. Más asombroso aún le resultaba comprobar la eficacia de Venusmon al cumplir su objetivo satisfactoriamente.

-Buenas tardes Venusmon. Buenas tardes vieja amiga.- saludó entre jadeos.

El sol del atardecer iluminaba la colosal estructura en la que vivía el dios de los mensajeros. Los reflejos hacían aquella repentina aparición mucho más espectacular.

Abrió las puertas de su palacio y las invitó a pasar. Tenían muchas cosas que discutir y muy poco tiempo para debatirlas.


Y hasta aquí el capítulo de hoy, con un nuevo personaje y más intrigas. Os invito a buscar todos los detalles.