Bueno mis queridos lectores, lo prometido es deuda y como dije, subo el siguiente capítulo a principios de mayo. Espero tener el siguiente a principios de junio. La verdad es que este capítulo se escribió solo, con una facilidad que ni yo mismo me esperaba. Puede que parezca algo corto pero eso es porque quiero que los otros dos eventos mencionados tengan su capítulo propio. Dicho esto, os dejo con el capítulo.

Capítulo 31: Concesiones inesperadas

Sirenmon se sorprendió ante los entretenimientos que Mercurymon le proporcionaba. El olímpico no la había atosigado como ella en un principio había pensado. Se había limitado a responder a sus preguntas, de una forma críptica, eso sí, y al ponerle al día los datos que ella misma había solicitado.

Según había entendido, llevaba algo más de una década sumida en un profundo letargo. Los olímpicos ya no estaban en el gobierno y la corte de ángeles había asumido las funciones del gobierno. Los gobernantes designados para los principales cargos fueron Ophanimon, Cherubimon y Seraphimon, quienes habían formado un armonioso triunvirato. No la sorprendió, ya empezaban a destacar en la corte desde jóvenes tanto por su inteligencia como por sus poderes. Los olímpicos quedaron delegados a un segundo plano y, como castigo, varios habían sido encerrados. Otros se hallaban en paradero desconocido.

Parecía ser que ella había corrido la misma suerte. Había sido secuestrada junto con su hermana para poder apresar a su madre, quien se jactaba de haber sido una de las más destructivas durante la contienda ante la revolución que trataba de destronarlos. Una vez derrotados, sus captores la habían escondido en Proxy Islands hasta que Venusmon la había rescatado.

Mercurymon se mostraba reacio a reconocer el mérito de la diosa y había tratado de minimizar su labor. Aquello contrastaba con las alabanzas que Venusmon había proferido durante su glorioso discurso de camino al palacio de los Espejos. Sin duda, Sirenmon debía estar agradecida a su salvadora. Lo que no sabía era qué motivos le habían llevado a Venusmon a cometer aquella expedición y eso era lo que más le preocupaba.

A continuación, Sirenmon se había interesado por la situación actual. Ella sería oficialmente presentada en la siguiente reunión, la cual Mercurymon no paraba de procrastinar. Parecía que había puntos importantes a tratar pero que, tal y como dios le indicaba, "la ausencia de ciertos olímpicos impedía celebrarla cuando se había acordado".

Como ya no tenía más preguntas, Mercurymon se dedicó a contrale anécdotas banales de sus viajes y algunas adivinanzas que había aprendido por el camino. Era un experto viajero y la conversación distendida entretuvo enormemente a la hija de Ceresmon. Se sintió complacida por no verse sometida a un interrogatorio y, sobre todo, echaba de menos el contacto con otro digimon.

Sin embargo, el entretenimiento duró poco y Mercurymon tuvo que despedirse. La relegó a su cuarto en cuando Sepikmon entró por la puerta de su morada. No obstante, al contrario que la noche anterior, se había decidido a desobedecerle y espiar aquella reunión con el mensajero.

Había sobrevolado con cuidado la estancia y se había posicionado lo suficientemente cerca como para escuchar sin ser vista, oculta detrás de una de las pocas columnas que contenía el piso superior. La acústica del Palacio de los Espejos era perfecta, sobre todo teniendo en cuenta que Mercurymon no se había molestado en conducir a su invitado a la sala de reuniones y seguía conversando con él en la entrada.

-Me alegra saber que Minervamon se encuentra mejor.- comentó Mercurymon satisfecho. Le preocupaba el estado de salud de su hermana y, aunque confiaba en los cuidados de Marsmon, había preferido enviar a uno de sus mensajeros ante la imposibilidad de poder ir a verla.

-En efecto, según mis informes ya puede moverse con normalidad, aunque no la han visto entrenar con habitúa.-

-Bien.- zanjó el tema, contento.- ¿Qué hay de la búsqueda de terreno para Ceresmon?- Sabía que tarde o temprano Ceresmon se iba a poner insufriblemente exigente y era mejor tener respuestas claras para cuando ese día llegara.

-La verdad es que no ha sido del todo fructífera.- Sepikmon agachó la cabeza. – Hemos seguido sus indicaciones de buscar una zona desocupada y que no llamara mucho la atención y, en los continentes más civilizados, es imposible: los asentamientos cercanos delatarían la presencia de Ceresmon, sobre todo si realiza una de sus multitudinarias fiestas.-

-Supongo que eso descarta varios continentes de golpe.-

-En efecto, hemos desechado el Continente Frontier, el Server, el Folder y el WWW. El problema viene porque el resto presentan regiones inhóspitas que no nos hemos atrevido a explorar.-

-¿No hay alguna isla disponible?-

-Ya creada, no.- dijo, pensando en la rápida construcción que había hecho Venusmon una vez fue expulsada de su lago.

-Creo que deberíamos centrarnos en el continente Tamers.- sentenció Mercurymon. – Aunque sus zonas son aún desconocidas ahí algunos asentamientos que han sido fructíferos y no es tan inhóspita como el continente Xross. –

-Hay una llanura que está en una situación conflictiva. Una tribu ígnea se está enfrentando a los Jyagamon oriundos de la zona. –

-Quizás podríamos aprovechar esa situación… y presentar a Ceresmon como su salvadora.- empezó a maquinar el olímpico. Ya en su cabeza empezaban a brotar imágenes de Ceresmon coronándose como reina de los Jyagamon. –Deberé informarla inmediatamente, antes de que se solucione el conflicto de forma natural.- hizo una breve pausa, reflexionando.- ¿Hay alguna novedad más?-

-Vulcanusmon parece también querer reunirse con usted. Ha debido de avanzar en su cometido según nos informó.-

-Parece que voy a tener una jornada movidita.- murmuró el olímpico. – Quédate al cuidado de Sirenmon. Hazla compañía si es preciso. Infórmala de que me he ido a reunir con un par de olímpicos. No especifiques cuales. –

Acto seguido abandonó su morada como alma que lleva Grandracmon. Su acelerada salida le impidió percatarse de la presencia de Sirenmon, quien volvió a su cuarto antes de que Sepikmon se dispusiera a buscarla. Había obtenido una información muy interesante sobre la que debía meditar.

Merkurimon se desplazó al Valle de Deramon lo más rápido que pudo. No se encontraba a gran distancia, pero su misión tenía premura y deseaba acabar cuanto antes para poder visitar a Vulcanusmon. Una vez hubo llegado, los Kiwimon le recibieron, sorprendidos. De no haber sido por ser pariente de Ceresmon, no le habrían permitido entrar y mucho menos portando su cuchillo de caza. No era asiduo a aquel deporte, pero alguna vez lo había practicado junto con Dianamon y no le había disgustado. Era un buen entrenamiento. Sin embargo, esas prácticas habían llegado a oídos de Deramon y desde entonces no le miraba con buenos ojos.

El monarca le recibió antes de que le dejara ver a la olímpica. Mercurymon se preocupó de esconder su Aztec para que pasara lo más desapercibido posible y no molestara al ave.

-Voy a preparar la mesa del té para festejar tu visita.- anunció el rey. Mercurymon negó con la cabeza: no le gustaban aquella clase de bebidas.

-No es necesario.-

Pero Deramon ya había dado un par de palmadas y los Kiwimon habáin empezado con los preparativos necesarios: una mesita lo suficientemente amplia para los tres, con sus respectivas tres sillas, un bonito mantel y como no, las tazas y la jarra con el té.

-No puedes negarte: es una especialidad de la casa y sólo se prepara aquí. – insistió Deramon. Sonreía, pero en el fondo estaba enormemente ofendido. –Además, tú no lo has probado nunca, luego más motivo para probarlo.-

Mercurymon cesó en su intento de evitar el refrigerio y se sentó. No tardó en aparecer Ceresmon. Presentaba un aire somnoliento: debía de haber estado echando una siesta. Le miraba con una mezcla entre intriga y molestia. Sin duda, la visita le había pillado de improvisto y agradecía cualquier tipo de entretenimiento que le sacara de la rutina que sumía aquel reino. No obstante, Los Kiwimon la habían despertado de forma brusca e inesperada, detalle que despreciaba. Estaba deseando marcharse de allí.

La olímpica se sentó en la silla que se encontraba frente a Mercurymon, dejando a Deramon en medio para que observara la diversión. Sin duda, el monarca estaba encantado con la estancia de su amiga, quien le proporcionaba pequeños placeres como observar de primera mano los escarceos del resto de olímpicos. Sabía que su cometido era limitarse a mirar y callar, pero con aquello le bastaba.

-¿A qué se debe el honor de esta visita?- inquirió Ceresmon, ácida e irónica como de costumbre. De todos los olímpicos presentes, del que menos se esperaba una visita era precisamente de Mercurymon. La diosa giró la cabeza y miró a Deramon, complacida. Su presencia incomodaba a Mercurymon, lo cual hacía más entretenida su visita. En anteriores ocasiones Ceresmon había pedido a Deramon que se mantuviera aparte, pero sacar de su zona de confort al dios le producía una enorme satisfacción.

-He encontrado una solución que satisface tus exigencias.- respondió el olímpico. Debía medir sus palabras por la presencia del monarca y además ser directo si quería captar el interés de Ceresmon.

-¿Cuál de todas?-

-La de encontrar un lugar donde poder hospedarte.- dijo finalmente.

-No quiero traslados.- dijo. Rechazaba la idea de tener que compartir morada con otro olímpico.

-Me refería indefinidamente.-

-¿Ocupar un territorio pata mí dices?-

Mercurymon apretó los dientes ante la indiscreción de Ceresmon. Aunque desconfiaba sobre si Ceresmon era capaz de guardar el secreto, cuanto menos supiera Deramon mejor.

-Hay una preciosa llanura en el Continente Tamer.- anunció. Hizo una pausa dramática. Ceresmon sonrió y bebió un poco de té.

-Prosigue.- indicó, ansiosa.

-Parece que una tribu ígnea amenaza a los pobres Jyagamon, sus habitantes.- Ceresmon borró la sonrisa de su rostro. Los digimon de fuego y aquellas patatas le traían sin cuidado.- Si logras ayudarlos seguro que te entregan el código corona de la zona. Incluso podrían convertirse en sus súbditos.

La diosa volvió a dibujar una sonrisa. Aquellas patatas no estaban tan mal si se paraba a pensarlo: podría llevarlos en su otra forma y ellos desde ahí podrían cuidarla, mimarla e incluso defenderla con sus piedras en caso de ataque. Además, hacía mucho que no tenía a nadie bajo su mandato. Y con ello solventaba el problema de encontrar dominio así que mataba dos Thunderbirdmon de un tiro.

-Acepto la propuesta, me marcho ya mismo.- hizo ademán de levantarse, pero tanto Deramon como Mercurymon se lo impidieron.

-¿No es un poco precipitado partir así de improvisto?- insistió el monarca. Ceresmon negó con la cabeza.

-Deberías consultarlo en junta.- añadió Mercurymon. Sin embargo, era un trámite que iban a saltarse: sabía perfectamente que el temperamento de Ceresmon la impediría esperar a la siguiente reunión y a él eso le interesaba: así echaba balones fuera si la ocupación salía mal. – Sin embargo, admito que la oportunidad podría pasar de largo si la demoramos. Deberíamos partir inmediatamente. ¿Necesitas un equipo de apoyo?- preguntó, aún ya sabiendo la respuesta: solo quería mantener las apariencias.

-Puedo perfectamente sola.- negó Ceresmon, molesta por el ofrecimiento. Si había logrado subsistir en la cárcel y logrado escaparse de su celda a pesar de las increíblemente cautas medidas de seguridad, aquella misión sería pan comido.

Ceresmon se despidió con la garra antes de cambiar de forma. Convertida en un gigantesco pájaro alzó el vuelo al Continente Tamer. Con un poco de suerte, podría llegar a media tarde.

A Mercurymon ahora que ya había cumplido su objetivo no le quedaba nada que hacer en el valle. Se despidió cordialmente del gobernante y abandonó aquellas inhóspitas tierras. Aún le quedaba por hacer una visita a la forja antes de regresar a su morada.

Deramon se quedó sentado como si nada mientras se terminaba el té. Dio un largo sorbo de su taza, pensativo. No quería desearle mal a su amiga, pero esperaba que la misión fracasara. Así Ceresmon se quedaría una temporada más y con ella, en entretenimiento que tanto anhelaba.