— ¡Vayan a traer pan!

Quedé sorprendida al encontrar delante de mí al único personaje al cual le queda bien ser momia. Se veía demasiado histérico para tratarse de simple pan francés. "¿Dónde diablos estoy?" fue lo primero que pensé…

¡Ah! Disculpen, no me he presentado. Mi nombre no es importante, pero para facilitar la lectura pueden llamarme Rayita o la chacha (giño, giño). Bueno, la cuestión es que soy bastante fan de un manga y anime de detectives, mafia y poderes a lo shonen (sin ser shonen, ¿genial no?). No me quiero alargar demasiado con las introducciones, pero para no hacer largo el cuento, resulta que los personajes de ese manga están en mi barrio, digo mi país… ¿creo? y aparentemente soy la sirvienta… ¡que soy la chacha pues! Pero de eso no me enteré hasta que terminé mi primera misión: Traer el pan.

Continuando, el punto es que mi jefe momia me tiró el dinero a la cara y me sacó de la oficina y le gritó a un subordinado que me acompañara. Lo cual me pareció raro considerando los lugares a los que voy a traer los tacos… pero bueno. — ¡Y espero ese pan en cinco minutos! — terminó de forma amenazante. Y cuando el jefe se pone así de menopáusico mejor hacerle caso.

Ya saliendo hacia la calle me topé con el subordinado, un chico canoso (tal vez platinado… ¿se lo pinta?), el cual traía un abrigo bastante grande para él, haciéndolo parecer un vago emo… pero tenía bonitos ojos bicolor. Me recuerda a un personaje de mi juego de móvil basado en un anime, ese no daba buenos golpes. — ¿Traes el dinero? — dijo ansiosamente, al parecer a él también le gritaron.

— Si. — le dije mostrándole los billetes, pensándolo bien esto no parece mi moneda local, pero bueno al menos no son billetes de Monopoli.

Cuando salimos hacia la panadería, me dí cuenta de algo a medio camino. — ¿Dónde diablos encontraré una panadería abierta a esta hora? — Murmuré viendo alrededor. Quiero decir, cuando salimos estaba oscuro y no había transeúntes en la calle (Ya ven, soy fina. También fui al colegio.) por lo que deduje que debían ser mínimo las diez de la noche. Mejor pregunto. — Disculpa, ¿qué hora es?

El chico se arremangó la manga del abrigo, imagino que para ver la hora y después de un rato se compuso la manga y volteó a verme. — No traigo reloj. Pero vi la hora antes de salir y eran las nueve en punto.

Traté de ser positiva y seguí caminando al lado del chico pero después de lo que me pareció una hora, ¡no encontraba nada abierto! ¡Ni las cantinas! ¿Qué iba a hacer ahora con un pendejo que no recordaba si traía reloj o no? Entonces después de quedarme en una esquina, volteé a ver al chico — Oye, ¿dónde encontraremos una panadería abierta a esta hora?

El chico palideció (no sé ni como noté eso, porque este chico es más pálido que una hoja bond) y me dijo disimulando su nerviosismo y enojo — Creí que tú sabías a dónde íbamos.

— Demonios… Bueno, no te me alteres chico. — Traté de disimular que no tenía ni idea de dónde estaba ni porqué estaba buscando pan a estas horas de la noche. Volteando logré ver una luz de lo que creí que era un pinchazo, ¡de seguro que ahí sabrán donde encontrar una panadería abierta! — ¡Sígueme! Solo estaba probando si sabías donde estabas.

— Yo no conozco muy bien este lugar, por eso es que te he estado siguiendo. — dijo molesto. Al parecer no le pareció mi respuesta… ¡pero me vale! ¡Todo sea por el francés!

Llegamos sin mayor dificultad al pinchazo, ¡y gracias al cielo y todos los panaderos trabajadores y sobreexplotados había una panadería al lado! ¡Con pan! — ¡Yay! Todavía tienen pan. ¡Esto nunca me había pasado en toda mi vida! — Tanta fue mi emoción que abracé al chico y di brinquitos hacia el mostrador.

Compré el pan sin problemas, pero me di cuenta que tenía mucho pan… de seguro que al jefe no le importará que tome un poco… y que me compre unos cuantos pastelitos. Si, seguro que hasta me deja hacer café. El chico se acercó al mostrador y se quedó viendo embobado los pastelitos y el pan dulce. — Disculpe, ¿no tendrá un pastel que está relleno de crema? — preguntó el chico a la señora que me estaba atendiendo. La señora después de que el chico le diera una detallada descripción del pastel, en donde yo concluí que era un pastelito que no estaba en mostrador (porque no habían pasteles con relleno), le dijo que no tenía ese en específico. El chico se desanimó de tal forma que hasta me dio pena y traté de consolarlo con otro pan dulce que ni siquiera se parecía a lo que él buscaba.

— Oye, ese pan de ahí que tiene cubierta de chocolate es similar. — Lo cual fue la mentira más grande que le había dicho al chico pero tal vez con eso se animaba un poco. Este aceptó mi opinión y compró el pan dulce.

Ya de regreso, corriendo — ¡De seguro que ya pasaron los cinco minutos! — dije entre jadeos buscando las llaves de la entrada, cuando recapacite que yo no tenía ninguna llave (¡¿por qué tendría llaves de esa casa cuando ni siquiera sé dónde estoy?!) — ¿Tú no trajiste tus llaves? — le pregunté al chico que casi se cae cuando se lo dije.

— ¡¿Yo por qué tendría llaves?! ¡Nunca cerramos la puerta, lo sabes!

— ¡En mi pueblo siempre cerramos las puertas con llave! ¡Es sentido común! — Exclamé molesta. Para cuando llegamos al frente, efectivamente la puerta tenía llave y no podíamos entrar. La expresión de incredulidad del chico me dio para reírme unos instantes, pero nuevamente él me vio feo y así pues no hay quien se ría — De acuerdo, como está cerrado podemos pedirle a alguien que nos abra la puerta ¿no? — El chico asintió. Esperé a que tomara la iniciativa de llamar a alguien pero mejor toqué la puerta... y con eso me refiero a golpearla repetidamente con toda la fuerza que tenía — ¡Abran! — mis esfuerzos fueron detenidos con unos cuantos disparos al aire.

— Muy bien — dije separándome del chico que usé de escudo por los disparos — Tu te ves atlético ¿crees poder subir al techo y abrir la puerta?

Al chico le tomó unos segundos entender lo que le dije, pero luego me pasó su pan dulce y de un solo salto llegó al techo y desapareció de mi vista. Yo, obviamente, me quedé con la boca abierta de ver semejante cosa. ¿Qué diablos comía ese chico? Tanta fue mi impresión que no me dí cuenta de que ya había abierto la puerta y tomado el pan de mis manos para llevarlo al jefe momia.

— ¡Espera, no le des mi pan! — corrí detrás del chico quitándole el pan y repartiéndolo antes de que el jefe abriera la puerta de su despacho. Solo terminé de pronunciar la palabra "pan" y dicha puerta se abrió de golpe dejando ver al jefe con una expresión de furia contenida. Con el chico nos quedamos de piedra ante él por lo que este solo tomó la bolsa más grande de pan y cerró la puerta en nuestras narices.

— Eso salió mejor de lo que esperaba — le murmuré al chico, a lo que este asintió y nos retiramos. — ¿Quieres comer pan? — le pregunté ofreciéndole su pan dulce.

De algún modo, terminamos los dos sentados en la banqueta del frente de la casa comiendo pan y el chico no pudo disimular su cara de decepción cuando dio el primer bocado a su pan dulce.

Yo muy decididamente ignoré su sufrimiento mientras comía mi propio pan y por alguna razón decidí que guardaría uno para el amigo del chico… quien quiera que fuera. Mis planes y divagaciones fueron interrumpidas por este, quien se recostó un poco sobre mí y murmuró — Las estrellas se ven preciosas esta noche.

El chico seguro me vio cara de estúpida, porque cuando levanté la vista para apreciar las estrellas me encontré un cielo totalmente oscuro y la única luz visible era la del poste de luz en la esquina. Empujándolo le contesté molesta

— No hay ninguna estrella, pendejo.