I
El ambiente era relajante, observar el viento meciendo su hermosa cabellera oscura era suficiente para él.
Después de todo, ella armonizaba su caos mental debido al duro entrenamiento, escuchar su suave voz disipaba el estrés y la inquietud, era algo mágico, imposible de explicar
Él soportaría cualquier prueba con en fin de observar esa delicada sonrisa al final del día, sus orbes bajaron disimuladamente hacia sus manos, estaba tan centrada en su tarea que no notó la mirada del varón sobre ella.
Le causaba gracia que se tomara en serio algo tan simple como hacer una corona de flores, no lo entendía pero jamás se lo haría saber, no quería arruinar los preciados minutos que iban acompañados por los hermosos colores de la puesta de sol.
La exquisita armonía que iba entre amarillo, naranja y rosado que pintaba todo a su alrededor, la figura de la chica no era la excepción y le daban un aire místico, otro de sus pensamientos que se quedaría para su persona, sonaba como un loco, pero no le importaba.
Todo lo que quería estaba frente a sus ojos, despidiendo las últimas horas del día en un silencio cómodo, apreciando la belleza de la naturaleza combinada con el delicado rostro de la joven, a pesar de que sus ropas y su cara estuvieran cubiertos de polvo debido al entrenamiento la seguía viendo como la más hermosa.
No sabía en qué momento había llegado a esa conclusión, pero Makomo era todo lo que quería a su lado, no importaba sus defectos, las inseguridades que le había confesado aquellas noches sin luna, para él era perfecta.
Solo su mirada bastaba para llenarlo de vitalidad, era difícil ocultar la emoción que lo rodeaba cuando la escuchaba decir su nombre, todavía conservaba el precioso recuerdo de aquella noche, cuando la penumbra hacía difícil ver el camino y tuvieron que tomarse de las manos, el contacto entre sus palmas era inolvidable, a pesar de que estaban ásperas por las horas invertidas en el manejo de las espadas pero eso estaba lejos de molestarle.
Después de todo, ella le daba fuerzas para seguir adelante, y quería que así fuese por el resto de sus días
—Está listo —expresó ella, acabando con el mar de pensamientos del contrario —,está mejor que el que hice días atrás, estoy mejorando rápido —abordó con orgullo, Sabito arqueó una ceja.
—No es bueno que te felicites sola, déjame ver —extendió su mano, la chica lo miró.
—¡No! Solo vas a señalar lo que hice mal
—¿Ah? Claro, así sabrás en qué debes mejorar —indicó, como si fuera lo más obvio.
—Eres muy estricto, solo señalas lo malo y no lo bueno —Se quejó, el chico soltó una risa suave.
—No seas terca, déjame ver
Ambos se miraron unos instantes, algo que lo atormentaba era la indiferencia de aquellos orbes azules, nunca sabía qué era lo que pasaba por la cabeza de la contraria, cosa que lo hundía en el mar de la inseguridad.
En un movimiento rápido ésta colocó la corona de flores sobre la cabeza del otro y comenzó a correr.
Esto era a lo que se refería, el próximo movimiento de la joven era un misterio para él.
Se levantó rápidamente y la siguió, corrían por el bosque entre risas y una que otra mirada que le dirigía la azabache para ver si la seguía.
—¡Eres súper lento! —Se burló ésta, el chico sonrió y aligeró sus pasos, riéndose al escucharla gritar cuando lo vio cerca —¡Mejor aléjate, de lejos estamos mejor! —Bromeó.
A pesar que el entrenamiento a lo largo del día los había dejado exhaustos no desaprovechaban la ocasión para jugar entre ellos, y era una de las cosas que más admiraba de ella, el hecho de sonreír al final del día sin importar qué.
Ambos apoyaban sus manos en sus rodillas, llevando todo el oxígeno posible a sus pulmones, el joven la miraba de reojo, la contraria batallaba para recuperar el aire, luego de un rato tuvo las fuerzas suficientes para levantar su mirada y dedicarle una sonrisa
—Deberíamos irnos mientras haya luz —expresó él, dando unos pocos pasos para estar más cerca, sentía dolor en sus articulaciones por el sobreesfuerzo pero poco le importaba.
—¿Sabes donde estamos?
El chico quedó mudo, no entendía a lo que se refería, giró su rostro para señalar el camino pero quedó pasmado al verse rodeado de árboles, si, era un bosque mas no el que conocían.
—Mako… —Se sobresaltó al ver el cielo, ya no estaban los hermosos colores sino una terrorífica penumbra acompañada de un gélido viendo, bajó su mirada hacia la azabache pero lo que vio le puso los pelos de punta.
Makomo lo observaba, con una mirada triste, sus ojos azules ahora eran oscuros como la noche y de éstos salían abundantes lágrimas.
A Sabito se le oprimió el corazón al verla, quería hablarle pero las palabras no salían de su boca, en un intento desesperado extendió su mano a la de ella pero la atravesó, como si estuviera ante una ilusión.
—¿Volveremos a casa, cierto? —susurró, en un un tono tan afligido que rompería el corazón de cualquiera, siendo la viva imagen de la desesperación.
El de cabellos melocotón se espantó al ver su figura desvanecerse lentamente con el viento, como si el destino no los quisiera juntos.
Sus manos temblaban, estaba furioso consigo mismo por no saber qué hacer, incapaz siquiera de brindar alguna palabra de ánimo, le era imposible proferir palabra.
—Ayúdame por favor —Volvió a hablar ella, esbozó una sonrisa que estaba lejos de suavizar el ambiente, una mueca tan falsa imposible de engañar al más ingenuo.
El contrario miraba con horror como su querida Makomo era rodeada por un halo de oscuridad que consumía todo a su paso.
—Por favor, no me dejes… —Fueron sus últimas palabras antes de desaparecer con el último soplo de viento, el joven cayó de rodillas, su cuerpo temblaba en sobremanera, las lágrimas bajaban por lo impotente que se sentía.
La frustración lo rodeó, un sabor amargo bajaba por su garganta mientras sentía un toque en su hombro, esto no podía ser real, no podían quitarle a Makomo, su dulce y tierna Makomo.
—Sabito…
Las lágrimas bajaban sin parar, a este punto no le importaba que le vieran llorar, no permitiría que nadie la tocara, aún si debía mover cielo y tierra la encontraría.
—¡SABITO!
No permitiría que nada ni nadie la alejara de su querida azabache.
—¡SABITO REACCIONA!
Abrió sus ojos, su corazón se detuvo por un segundo al verse en la espantosa realidad.
El de ojos azules suspiró aliviado, dando espacio para que su compañero levantara la mitad de su cuerpo, observando como éste limpiaba sus lágrimas en completo silencio.
No podía hacer más que mirarlo con angustia, el de ojos lavanda nunca permitiría que lo vieran llorar pero ahí estaba, en el fondo de tanta tristeza y desesperación que ya no le importaba dicho detalle.
Sabito respiraba con dificultad, como si recibiera oxígeno luego de ser estrangulado, eran tantas las emociones que no sabía describirlas, fijó su vista en los alrededores, una densa penumbra que se mezclaba con la figura de los árboles.
Aquella escena que tanto detestaba, y como si fuera un castigo, los terribles recuerdos lo atacaron, apoyando su cabeza entre sus manos con la vaga esperanza de superar su desdicha.
Giyuu le dio unas palmadas en la espalda, no sabía que hacer, apenas y llevaban lo necesario para sobrevivir en el bosque y sus fieles espadas.
—Makomo… —Lo escuchó decir, con una voz sumida en la más profunda tristeza.
—No te preocupes, ella estará bien, solo debemos seguir buscando...
