Capítulo 4
Pov Edward 30 años
Acabábamos de llegar a la casa del lago después de un par de horas en carretera, Isabella estaba muy emocionada, eran las primeras vacaciones que tenía fuera del orfanato, no podía dejar de iluminar el lugar entero con su preciosa sonrisa.
El solo verla sonreír, él ver cuán feliz era, sin duda era algo que me hacía sonreír a mi, por qué realmente deseaba que esa sonrisa se mantuviera en su rostro para siempre.
—Bienvenida— dije abriendo la puerta de la casa y dejándola entrar primero. Entró cómo un huracán, recorrió rápidamente la cocina, el comedor y la sala
—Es hermosa— declaró después de su rápida inspección
—Ven te mostraré tu habitación— le dije mientras comenzaba a caminar hacia el pasillo, tomándola de la mano, sin previo aviso. La conduje por las escaleras hasta el segundo piso — está será tu habitación, la de enfrente es la mía por si necesitas cualquier cosa—le dije señalando mi habitación —¿qué te parece si nos tomamos unos minutos para descansar y nos vemos para cenar?— ella solo asintió con sus hermosas mejillas sonrojadas, sin poderme controlar roce ligeramente sus labios, esos labios a los que en pocos días me había vuelto adicto, no podía esperar a besarlos cómo era debido, pero no podía, no debía, Isabella era el fruto prohibido. La había adoptado para que tuviera una mejor vida, para asegurarme que su brillo e inteligencia no se vieran eclipsados por la necesidad, no para otra cosa.
Antes de hacer algo de lo que pudiera arrepentirme, me metí a mi habitación, carajo necesitaba una buena ducha fría, su dulce sonrojo, junto con el escalofrío que la recorrió cuando nuestros labios se rozaron, hizo que cierta parte de mi anatomía despertara, ya que su dulce y tierno cuerpo prácticamente me cantaba cómo las sirenas, seduciéndome.
Entre a mi habitación, arroje mi maleta en la cama y corrí directo al baño, cuando salí del baño me di cuenta que no llevaba mi ropa por la prisa de meterme a duchar, tome una toalla y me la amarre a la cintura.
Me dirigí a abrir la maleta —carajo— maldije en voz alta, al darme cuenta de que esa maleta no era mía, tenía toda la ropa de Isa, tome un pequeño sujetador de encaje entre mis manos e inconscientemente me lo lleve a la nariz, inhalando su esencia. Mierda de nada había servido mi ducha fría.
Regrese la prenda a donde pertenecía, cerré la maleta. Salí a la habitación de enfrente y toque la puerta.
—Isa— digo en un tono alto, ya qué no abría la puerta.
—Vooy— balbuceo, cuando abrió la puerta, se quedó quieta, seguí la dirección de sus ojos hasta mi abdomen, al regresar la vista su rostro estaba completamente sonrojada.
Después me di cuenta qué ella estaba igual que yo, recién duchada y con una toalla agarrada por debajo de los hombros, cubriendo apenas lo necesario.
—Esssste yooo— dije con nervios, me aclaré la garganta para ocultarlo— vengo a dejarte tu maleta al parecer las he confundido
Solo asintió demasiado avergonzada para hablar, me dejo pasar a la habitación, vi la mata en la cama, la tome rápidamente y en su lugar deje la otra. Me doy la vuelta y veo a Isabella completamente sonrojada mordiéndose el labio al lado de la puerta, mierda afrodita había bajado del olimpo y reencarnado en ella.
No puede resistirme más a mis impulsos, acorte la distancia entre nosotros, deje caer la maleta sin importarme en lo más mínimo, tome entre mis manos su hermoso rostro y la bese, de verdad, no solo un simple roce, era un beso real, quizás algo más apasionado de lo normal pero simplemente no podía resistirme ni un minuto más a sus labios.
Esperaba no asustarla, en un inicio se queda quieta, cuando comprendí que no me quería besar, me comencé a separar, pero sorpresivamente me paso las manos por la nuca reteniéndome, sus tímidos labios me corresponden de manera torpe. No podía creer lo que estaba pasando, era algo que sólo había imaginado en mis más oscuros pensamientos, sus labios eran tan suaves, tan dulces, se amoldaban perfectamente a los míos, como si hubieran sido diseñados para mi.
Nos separamos por la falta de aire, recargue mi frente en la suya, sin querer dejarla ir, trastabilló un poco y ahí me di cuenta que se puso de puntitas para besarme. Era lo que me encantaba de ella, su ternura e inocencia la hacían tan irresistible, demasiado para su propio bien. Tenía que salir de ahí antes de que perdiera el control por completo, la tome de la cintura y la cargue sin esfuerzos a mi altura, la bese nuevamente, esta vez un simple roce, la deje en el piso con mucho cuidado. Di un paso atrás tratando de desintoxicarme de su esencia.
—Te veo en la cena— dije tratando de sonar casual, tomé la maleta y salí lo más rápido que pude de la habitación y regresé a la ducha.
